Testigo de la hermosura (12: Viéndola de cerca)

Después de intentar dormir un rato, Soc y Gonzalo tienen un despertar muy especial.

TESTIGO DE LA HERMOSURA XII: VIÉNDOLA DE CERCA.

Poco rato debí dormir, puesto que cualquier movimiento de Lalo me despabilaba. Sentir su cuerpo tan cerca era un goce genial. Puestos a velar, decidí no perder el tiempo. Su sueño era profundo, sin embargo mantenía la tendencia espontánea a acercarse a mí, hecho que agradecí sinceramente. Me faltaban brazos para abrazarlo, quería tenerlo y no soltarlo jamás. Pero una mano me quedaba libre, así que me arriesgué a tocar su culo. No se inmutó. A partir de ese momento, pasé la mayor parte de las horas que estuvimos en la cama jugando con su hoyo. Suave, delicado, elástico, tierno, amable, frágil, manejable... mis dedos recorrían el contorno del pozo de la sabiduría sin atreverse a zambullirse.

No hacía falta. Eran caricias casi castas, fabricadas más por el cariño que por el deseo. Y pronto encontré mi posición ideal: contener toda una nalga en el hueco de mi mano mientras índice y corazón corretean traviesos por la antesala del goce inmortal. La textura de esa nalga era magnífica, la obra maestra del creador. Busqué en otros momentos sus mejillas, para besarlas; su cuello, para mimarlo; su testa, para recorrerla, empalagoso, en el intento de estimular mis labios con las agujas hirientes de su pelo tan corto.

Y pasó la noche. Lo anunciaron algunas rendijas de la persiana que transmitían una luz apagada y rojiza. Lo miré, envuelto por su belleza resplandeciente e involuntaria. Me impregnaba de sus aromas, pero no conseguía saciarme. Me hubiera pasado horas y horas observando su sueño abandonado. Pensé en los chiquillos. Nada había cambiado, seguía amándolos con firmeza. Jordi continuaba cautivándome con su bondad natural y la esperanza de mí en sus mejillas. Oriol seguía siendo el G.F., ese cómplice hambriento dispuesto a todo. Me hubiera encantado disponer de los tres a mi alrededor, como en la tienda, pocos días atrás. Incapaz de decidir cuál de los tres se acercaba más a la perfección, me habría contentado con observarlos sucesivamente, con alimentarme de los gestos de su belleza, con admirar los prodigios que la naturaleza había situado frente a mi portal. Pensé si algo había cambiado por lo acontecido hacía pocas horas. Quise convencerme de que no.

Pero me preocupaba cómo debía actuar. ¿Debía decirles a los cachorros lo que había pasado? ¿No sería mejor esperar a ver cómo reaccionaba Lalo? A partir de esa noche, los acontecimientos podían precipitarse, sobretodo por parte de Oriol. El pequeño no dejaría pasar la ocasión de perseguir abrumadoramente al madrileño procurando completar la faena que ya había comenzado noches atrás. Por unos momentos me imaginé la escena: los cuatro en mi cama, confundidos nuestros cuerpos, dedicados a darnos placer unos a otros sin preocuparse demasiado de quién es el dueño de tal o cual miembro, órgano o parte. Sonreí, porque era evidente que Lalo no se prestaría a una orgía semejante. Lo veía capaz de mantener una relación sana y ordenada con cualquiera de los tres, pero el desenfreno y la disipación no me parecían estar muy de acuerdo con su carácter.

En esos momentos el chico se movió y se quedó boca arriba, todavía adormilado. Con el dedo índice y mediante un roce suave para no desvelarlo, insistí en el mensaje sobre su pecho bravo y audaz, como si de una llamada de socorro se tratara: TQF... TQF... TQF...

Me cansé pronto. Coloqué mi brazo sobre sus pectorales y acerqué los labios a su hombro. Respiré su aroma divino y me quedé dormido. Me despertó una caricia inesperada. De lo primero que tomé conciencia fue del tamaño de mi sexo. Después noté una pesadez en el estómago. Rápidamente tuve conocimiento de la situación: Gonzalo usaba mi estómago como almohada. Pero no tenía la vista girada hacia mi rostro, sino hacia mi polla.

-¿Qué haces?

-Nada, viéndola de cerca.

Y se incorporó, algo avergonzado, sin decir nada más. Se quedó mirando hacia el techo, respirando profundamente. Con el rabillo del ojo intenté formarme una idea del estado de su miembro. Una erección matinal. Sin duda, buena señal.

Nos quedamos en silencio varios minutos. Notaba que mi corazón se estaba acelerado, y me pareció que también el suyo latía a gran velocidad. Los dos estábamos con los ojos abiertos, buscando en la blancura del techo algún comentario oculto que permitiera iniciar una conversación. Finalmente, sin apenas moverse, el brazo de Lalo se acercó a mi pecho y escribió en letras grandes, rozando la piel con tanta suavidad que me provocó escalofríos: LI... LI... LI.

Barajé las posibilidades de interpretar mal el mensaje, pero no le encontraba otra explicación: Lo Intentaré. No me atrevía a dar el paso, no osaba siquiera besarlo. Dudaba de la reacción del chaval, después de haber entrado en unas estancias que, en principio, él no quería visitar. "Lo Intentaré". ¿Había descifrado bien las iniciales de mi comunicación? Viendo que yo no reaccionaba me miró. Le devolví la mirada, cargado de curiosidad. Ni una palabra. Y de pronto, sin avisar, se agachó y noté de nuevo el peso de su linda cabeza sobre mi barriga. El aliento del chaval, cálido y excitante, sacudía mi glande en una especie de oleaje sin fin. Mi polla crecía y crecía, hasta que una humedad me confirmó las sutilezas de la metalingüística. Lalo me estaba chupando el capullo, con delicadeza e indecisión. Parecía que quería cerciorarse de la conveniencia de la acción. Una vez convencido de la placidez del sabor, empuñó el arma y se la comió tanto como pudo.

Me estremecí terriblemente, más por el hecho de saber a Gonzalo devorando mi sexo que por el placer que me provocaba directamente su lamida inexperta. Mi mano se encontró en seguida acariciando su nuca y su cuello. Se animó un poco más. Había perdido ya toda su prevención inicial, y saboreaba cada chupada. Tiré de su hombro para acercarlo a mi boca, y una vez más sus dientes y su lengua obsequiaron a mi sentido del gusto con los manjares más exquisitos. Dos veces descansamos para respirar y mirarnos, pero después del tercer ajuste la cabeza del muchacho bajó de nuevo hacia la roca que estaba explorando. Lalo estaba repitiendo uno por uno todos los estilos que con él había desarrollado la noche anterior: el ápice de la lengua recorriendo el contorno, centrado en el frenillo, el roce de los dientes, la ventosa, el glande entero dentro de la boga, el roce del paladar, el bombeo, el sorbete...

No me lo podía creer. Era la boca de Gonzalo la que trabajaba con esmero y sin remordimientos sobre mi polla para darme placer. Yo suspiraba y me abandonaba al goce, sin cesar de masajear el pescuezo tan varonil del chico, manifestándole así mi conformidad y comunicándole mi ánimo en la empresa. Nuevamente me desconcertaba el joven, impidiendo con su actitud inesperada que mi mente maquiavélica trazara estrategias para envolver al chico en un torbellino de sensaciones que creen adicción. Y otra vez me sorprendió cuando, sin soltar la herramienta que empuñaba confiadamente, rotó sobre si y me colocó su culo en la boca. Lo interpreté como una orden y abandoné la situación privilegiada de recibir placer para dedicarme con todos mis sentidos a reblandecer el esfínter por donde esperaba clavarme próximamente.

Saboreando el delicioso agujero del madrileño me venían a la cabeza multitud de imágenes: su irrupción en la piscina, con los huevos asomando por la pernera, sus shorts ajustadísimos, su costumbre de no llevar ropa interior, sus nalgas sabrosas mientras escalaba, el momento de desnudarse ante tres miradas ávidas de su cuerpo... El tacto del ano, tan grato y amable, me transportaba a un espacio de felicidad suprema. Me esmeraba en proporcionar las mejores caricias de mi vida a esa piel suave que tanto había deseado, labrando un terreno aún virgen, iniciando un camino que yo deseaba largo y fructífero. Bien lubricada por mi saliva que acudía extasiada a la cita, la lengua resolvía pacíficamente los enigmas planteados los días anteriores. La ternura del esfínter era, sin duda, comparable a la de su boca. Deambulaba mi músculo bucal por esas fibras exquisitas, sin prisas pero con tesón, anticipando lánguidamente las sensaciones que, si ningún obstáculo lo impedía, se anunciaban a la vuelta de la esquina. Yo esperaba una seña, que finalmente llegó. El chico se extrajo mi miembro de su garganta y se lo quedó mirando. Yo no podía verlo, pero notaba el cálido aliento del chaval bañándome el glande en una caricia envolvente. Algunas lamidas adornaron esa espera misteriosa, hechas con la punta erizada de su lengua deslizante. Para asegurarme del significado del gesto, separé bien las nalgas y observé, desde un primerísimo plano, la elasticidad de la membrana conferida por mis lamidas anhelantes. Estaba a punto, no cabía duda. Lo corroboró un suspiro amable y animado elaborado sobre la primera vocal.

No había previsto nada, no había planificado posición ninguna. En ese momento, empujado por un cariño irreprimible, deseé ver el rostro de Gonzalo, esa faz tan equilibrada, acento consecuente de su belleza indiscutible. Por primera vez vi al chico en su auténtica magnitud, en un gesto correspondiente a su verdadera edad. Tendido boca arriba, con las piernas algo abiertas pero preparadas para separarse sin más esfuerzo, me sonreía paciente y calmado, como si quisiera comunicarme su total confianza en mi proceder, su complicidad, su entrega. La piel de su rostro brillaba tenuemente, destacando su morenez y contrastando con sus ojos, pardos con refulgencias verdosas, más claros que nunca. Tenían además un brillo especial, como el que se supone que yo muestro a veces, y en la barbilla se le formaba un hoyo leve y huidizo, resultado de una mueca juguetona con que adornaba su cara. Le hubiera dicho tantas cosas... ...Te quiero, me encanta tu sonrisa confiada, eres delicioso, quiero que disfrutes de este momento, cuánto he deseado encontrarme frente a ti, en esta situación, qué bello eres, qué agradable eres, qué especial, es tan importante lo que vamos a hacer, que para mí también es como si fuera una primera vez... Pero callé. Creo que mis ojos decían todo eso y mucho más, y las palabras hubieran profanado una paz que compartíamos sin haberla pactado. Mientras le untaba el agujero con crema no cesé de mirarlo.

Sonreía divertido, como si estuviera poniéndome a prueba. Cuando apoyé la punta en su entrada mostró una ligera incomodidad. Yo me paré y esperé. Volvió a sonreír, pero no quiso hablar. Sus párpados se cerraban a menudo y se mantenían así bastante rato. Penetré un poco más, con tanta delicadeza como si estuviera entrando en una vasija de cristal. Me recibía discretamente, intentado disimular la incomodidad que ocasiona la profanación de un campo sin trillar. Creo que era absolutamente consciente de que esos primeros momentos podían resultarle dolorosos, y que por ello se había dispuesto a resistir estoicamente mi irrupción, sin un quejido, sin un lamento, sin una muestra de descontento. Tanta atención dedicada a irrumpir suavemente en el escenario me había hecho olvidar mi sensibilidad.

Cuando quise darme cuenta de lo que estaba pasando podía ya sentir toda mi polla engullida por la calidez extrema del culo de Lalo. Esa sensación envolvente, esa caricia circundante se me antojaba ahora la prueba fehaciente de que hemos venido al mundo a gozar. El túnel estrecho que yo cruzaba se ensanchaba a mi paso, pero simultáneamente se abrazaba con fuerza a mí, me sometía a una absorción que me hacía crecer aún más, que me revolvía los sentidos para dejarme desarmado, que me comprimía como si quisiera echarme para pasar a adorar mi presencia y halagarme con dulces músicas y perfumados aromas. Me sentía avasallado por un cúmulo de sensaciones que ganaban terreno en mi cerebro, alejando los pensamientos para marginarlos de la cita. Es verdad, sobraba pensar nada, lo importante era sentir, captar, absorber, fascinarse. Descubrir la profundidad de las sensaciones y evaluarlas, juzgarlas, valorarlas, estimarlas. Nada puede ser más placentero, nada puede llenar más que esos momentos de indisciplina controlada, de plenitud casi íntegra, de saciedad ponderada. Pero interrumpí esas valoraciones con un comentario que llegó a mi garganta sin que mi cerebro hubiera dado la orden, como si manifestara una obviedad indiscutible, como si se tratara de una afirmación puramente retórica:

-Eres tan delicioso por dentro como por fuera.

Casi se rió. Sus labios se abrieron tanto que dejaron al descubierto sus dientes perfectos y su lengua pálida y apetecible. Me lancé sobre su boca, y lo besé con tanto apetito que fue como entablar un diálogo en el que las palabras brotan en abundancia pero se transmiten por otro canal más lúbrico. A partir de ese encuentro, todo lo que había que decir lo dijimos por otros medios. Y mientras el compás se iba acelerando, los mensajes se tornaron más y más complacientes. Yo entraba y salía cadenciosamente, como en un acto de suprema adoración. Mis movimientos producían leves suspiros, ahogados por la presencia altiva de mi lengua en su boca. Enloquecía de contento por el hecho de encontrarme dentro de Gonzalo, pero por partida doble. Me estaba clavando en su interior a través de las dos mejores entradas, penetraba simultáneamente en las mismas cómodas estancias pero por distintos caminos. Y las dos sensaciones se entremezclaban, embriagando mi sentido común hasta hacerme dudar de mi nombre. Alejado ya el insustancial dolor del principio, entregado al simposio de los sentidos, Lalo gozaba como un endemoniado. No era propenso a exteriorizar escandalosamente sus sentimientos, pero suspiraba y gemía, siempre que mi boca se lo permitía, y se mostraba feliz sobretodo en su actitud, expectante y lasciva, risueña y entregada, receptiva y radiante. Me abrazaba como si quisiera agradecerme la hazaña, como si esperara gratificarme por el goce que le daba, como si fuera ajeno a comprender que él me estaba proporcionando mucho más placer del que yo fuera capaz de entregarle. Sí, me sentía premiado sin haberlo merecido, me sentía gratificado con el simple hecho de conocerlo. Poseerlo no era un triunfo, sino un privilegio.

Las embestidas se sucedían y su abdomen acompañaba en consonancia. Sus brazos reseguían mi espalda y mi cuello. A veces sus dedos se enmarañaban en mi pelo, pero siempre notaba su abertura cálida y magnánima, su deseo aventurero saciado sin tropiezos, su amabilidad exquisita a través de cada fragmento de su piel. De repente apretó con fuerza casi mordedora mi lengua contenida en su garganta, estrechó su cuerpo contra mí buscando el frote de su sexo contra mi pecho. Casi me obliga a perder el contacto con la incandescencia de su recto, cuando empujó y retuvo el tronco en medio de espasmos incontrolados. Un chorro de semen caliente lubricó nuestro roce. Casi noté el grito ahogado por mis labios pegados a los suyos. Descargó entre pataleos y escalofríos, obligándome a acelerar mis embestidas, buscando la cooperación de los mejores momentos. Iluminado por una inspiración tan genuina, me corrí en sus entrañas sin dejar de besarlo, deseando que el tiempo se detuviera, alcanzando un clímax exuberante y completo que dejó un recuerdo imborrable.

-¿Tienes un cigarro? –preguntó, festivo y amable, al cabo de un rato.

-No.

-Lástima. Era sólo para el ritual.

-Si quieres podemos seguir otro ritual.

-¿Cuál?

-El de repetir.

-¡Venga! –se rió-. Ya tengo bastante. –Y añadió: -No te lo tomes como un desprecio.

No sé hasta qué punto agradecí su posición. Es muy probable que repetir algo tan intenso hubiera dañado mi salud mental. Me limité a abrazarlo y besarlo en las mejillas. Él se había quedado boca arriba, muy pegado pero sin abrazarme. Reflexionaba en silencio, cerrando los parpados de vez en cuando, relajadamente. Yo pensaba en los pequeños. Sabía que era tarde, y me extrañaba que no nos hubieran interrumpido, pero no me atrevía a mirar el reloj para que él no pudiera imaginar que no estaba a gusto a su lado.

Lo miré descaradamente, pero no me correspondió. Seguía pensativo, alejado, pero sonriente. Me incorporé un poco y besé sus pezones. No se inmuto. Bajé hasta su ombligo, le metí la lengua. Avancé unos centímetros, pocos, hacia su sexo. La polla, medio erecta, estaba reposando hacia un lado. Alcancé por un momento su delicado vello púbico. Lalo no decía nada, ni siquiera lo escuchaba respirar. Pero su polla iba reaccionando y se acercaba a mi boca. No la acepté. Regresé a los pezones y los ericé de nuevo. Me pareció observar un gesto de decepción. Recorrí esos abdominales que se insinuaban bajo una piel firme y serena. Volví al ombligo, y desde allí, pegué un lengüetazo al glande de mi amigo, que se hallaba por las inmediaciones. Los músculos de la erección reaccionaron, y la polla se movió como si tuviera vida propia. La lamí con cariño y me tragué todo el glande. Un suspiro. No quise buscar su mirada, esperaba que entendiera mi propósito. Me hubiera encantado que me hubiera follado. Sentir su polla divina dentro de mí era lo que más me apetecía en ese momento. Sin embargo, Gonzalo permanecía ausente. Hasta que se aclaró la garganta y me preparé para escuchar, esperanzado, la propuesta que tanto deseaba. No fue así.

-Soc, dentro de unos años, ¿te acordarás de mí?

Me quedé pensativo y decepcionado. Tragué de nuevo la polla que había abandonado para escuchar y no respondí. Pero estaba pensando una respuesta.

-Dime, ¿te acordarás de mí?

-Claro.

-No, de verdad. No sé si me entiendes.

-Claro que te entiendo. Me jode que dudes de mí.

-Pero no me has respondido. Quiero decir si esto habrá sido para ti un polvo más en tu vida o... no sé, algo importante...

Dejé de apoyarme en su estómago y me acerqué a su rostro. Lo besé, nuevamente en la mejilla. Él cerró los ojos, huyendo de la mirada cara a cara.

-Yo te quiero, Vicente... o era Alberto? –quise bromear.

Un movimiento de la cabeza me indicó que no estaba para bromas. Callé.

-Has conseguido lo que querías. Seguro que el día que nos conocimos te propusiste follarme. Y lo lograste. Yo estaba prevenido pero he terminado cediendo. Quiero saber si soy un trofeo o algo más.

-Ya te he dicho que me ofenden tus dudas.

-Es que tu follas con mucha... ligereza. Es decir: tienes un novio en Bilbao, te buscas otro aquí, te follas al enano, te vas a una boda a por otro... y yo... uno más...

-¿Sabes? El polvo ha sido genial, pero esto no lo esperaba.

-¿No?

-Pues no. Creo que en todos estos días no te he dado motivos para que creas que sólo buscaba desvirgarte. Me parece que te he demostrado que te quiero, y no precisamente poco.

-Sí, me parece que me aprecias. Y yo también a ti. Pero no sé...

-¿Te has sentido en algún momento utilizado como un simple objeto de placer?

-Creo que no.

-Entonces, ¿a qué viene dudar de mí?

-Perdona.

-No, perdóname tú. Soy un tipo estúpido que no sé demostrar mis sentimientos. Durante esos días nunca te he hecho notar que te quiero. No te he respetado, no te he protegido de los ataques del enano...

-Lo hacías porque me reservabas para ti.

-Mira, Gonzalo, me voy a la piscina. Intentaré pensar que has dormido poco y que estás un poco espeso.

-Sí, eso, ahí están tus niños.

-Pues sí.

-Oye, no te cabrees.

-No me cabreo. Ya te he dicho que creo que has dormido poco. Ya hablaremos otro día.

Me dirigí a la ducha. Él se quedó sobre el lecho, diría que algo preocupado. Cuando salí de la ducha estaba en la misma posición.

-Me marcho. Deja la llave en recepción.

-Soc, lo siento. ¿Se lo vas a contar a los chavales?

-¿Qué quieres que les cuente? ¿Que tengo un trofeo más para mi galería?

-Ya te he dicho que lo siento.

-Yo también.

A pesar del mal humor que me costaba disimular, busqué a los cachorros. Al pasar por recepción mi hermana me notó raro y me llamó para interrogarme. Me deshice de ella como pude y me dirigí al bar. Los sentimientos se mezclaban en mi cerebro. Era consciente de la importancia de haber estado con Gonzalo, de haber gozado de la posibilidad de saborear su entrega espontánea. Recordé que había sido él quien se había presentado, duchado, arreglado y sin ropa interior, en mi habitación. Recordé que estaba dispuesto a acostarme a su lado como un perro fiel para velar su sueño, venciendo las ganas irreprimibles de abalanzarme sobre su exquisito cuerpo por lealtad, hasta que él mismo había mostrado su sorpresa por la entereza de mi fidelidad. Hecho este balance, me confirmé a mí mismo que tenía motivos suficientes para estar enfadado. Obcecado por una ofensa que consideraba inaceptable, no supe practicar esa empatía de que a veces hago gala e insistí en mi visión parcial y subjetiva. Casi me olvido de los niños. Cuando quise darme cuenta, estaba en la barra del bar de la piscina, mirando estúpidamente a un vaso de aperitivo que sujetaba sin la conciencia de haberlo pedido. Por fortuna, escuché unas voces familiares y dirigí mi vista hacia el agua. Oriol estaba montado sobre Jordi, intentando ascender hasta sus hombros para saltar desde allí probando alguna pirueta original.

El mismo juego que otras veces. Sus pieles mojadas reflejaban el resplandor de la luz solar. Se frotaban y se acariciaban sin ningún miramiento, ajenos al mundo que se esforzaba por ignorar su belleza. Miré el reloj que había en una pared. Eran las doce y media pasadas. Era raro que los chicos no hubieran venido a despertarme. Quizás Lalo los había avisado para que no nos interrumpieran. Si era así, estaba claro que me preguntarían y les tendría que dar explicaciones. Pero no lo consideraba probable. Lalo no es el tipo de persona que divulga sus contactos, y con mayor motivo si consideramos su tendencia sexual. Me volvió a la memoria la noche que Oriol consiguió arrastrarme al camino que hizo de él un hombre. Lo vi de nuevo saltando sobre mi cama, gritando con esa voz aún infantil "ya he follado". Me eché a reír y me encontré estúpido. Miré a mi alrededor por si alguien me observaba, apuré mi vaso y me senté en la hierba. Sabía que si los chicos me veían acudirían rápidamente a mi lado, pero ahora me apetecía estar un rato solo, terminar de aclarar mis ideas y, sobretodo, olvidar mi enfado. Me relajé y poco a poco me fui dando cuenta de que me había equivocado nuevamente con Gonzalo. Me había precipitado, me había mostrado ofendido al primer impulso, sin querer entender las razones de las dudas del chico, sin querer hacerme cargo de que el paso no había resultado fácil y que él necesitaba más que nunca sentir que su sacrificio había valido la pena, que el acontecimiento que sin duda marcaría su percepción de las cosas merecía ser valorado con sensibilidad y respeto, con comprensión y cariño. Me levanté de un salto y me dispuse a ir a su encuentro. Pero una llamada me paró. Era Jordi, que había descubierto mi presencia y me sonreía desde el borde de la piscina. Lo saludé y le dije, sin esperar respuesta, que regresaría dentro de poco.

Deseé que Lalo no hubiera devuelto aún la llave, que me esperara en mi habitación. Pero no, la llave estaba ya en su sitio. Pregunté cuánto rato había transcurrido desde que la habían entregado. Me respondieron que hacía un instante un chico y una chica la habían dejado en el mostrador y habían salido hacia el jardín lateral. Me enojé. El malvado me había herido en mi amor propio, me había provocado un enorme pesar, me había hecho dudar de mí mismo y ahora se largaba tranquilamente a echarse en los brazos de esa niñata que nunca llegaría a amarlo ni una centésima parte que yo. Quise verlo con mis propios ojos, y me acerqué a los bancos del jardín. Allí estaban los dos riendo despreocupadamente y abrazándose de vez en cuando. Sin pensarlo demasiado, le hice un gesto al madrileño, que no vio. Lo intenté de nuevo. Quería separarlo un rato de la chica para poder disculparme. Le pedí que se acercara. Me respondió negativamente. Estuve a punto de marcharme, pero finalmente me acerqué por detrás de la muchacha, aproximé mi boca al oído del chico y le dije, agarrándolo suavemente por el hombro:

-Perdóname lo de antes. Soy un estúpido. Lo de esta noche ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. No eres un trofeo; eres un encanto.

Me escuchó casi sin prestar atención, sin reaccionar de una forma clara. Laura observaba intrigada mi proceder. Lanzó una mirada inquisidora a Lalo y entonces decidí alejarme. Antes de entrar en el edificio me volví para contemplar la situación. El muchacho me miró, miró a la chica e hizo un gesto procurando un movimiento giratorio al dedo índice situado en la sien: está loco.

Lejos de tranquilizarme, este último ademán me provocó más ansiedad, pero afortunadamente mi sentido del ridículo me impidió regresar a su lado para pedir explicaciones. Decidí calmarme y acudir junto a mis cachorros, de los que sentía ya entonces una fuerte añoranza.

-¡Por fin! –exclamó Oriol, como única bienvenida.

-¡Sí que has dormido! ¿A dónde has ido? -intervino Jordi.

-A devolver la llave a recepción. ¿Cómo estáis? ¿Os habéis aburrido mucho?

-¿Aburrido? ¡Que va! –respondió el pequeño.

-Hemos estado haciendo algunas guarradas –anunció Jordi, divertido.

-Vaya, te estás soltando. Ese comentario era digno del Jefe.

-Es que nos repartimos los papeles: yo invento las guarradas y Jordi las cuenta.

-Y... ¿qué hay para contar?

Se miraban y se reían sin encontrar las palabras para comenzar el relato. Los agarré a los dos por el pescuezo y apreté.

-Venga, ¿quién empieza?

Entre risas, Oriol comenzó la narración.

-Mira, mi madre se ha marchado de excursión a las siete y media. Y me ha despertado por si quería ir. Yo le he dicho que estaba muy cansado.

-¿Eso son guarradas?

-Espera, vienen más tarde –indicó el enano.

-Y no se le ocurre otra cosa a éste –intervino Jordi- que venir a buscarme a mi habitación. Mis padres aún dormían.

-Total, que nos hemos metido en mi habitación y nos hemos desnudado...

-¿Y?

-Y nos hemos chupado...

-¿Qué?

-¡Adivínalo! –gritó el pequeño.

-Pues la polla –dije en voz baja, atento a las personas que circulaban por el entorno.

-Eso no tiene mérito –objetó Jordi-. La polla ya la tenemos gastada.

Miré al muchacho algo sorprendido. Se estaba contagiando del estilo de Oriol. Estaba apareciendo un nuevo Jordi, lejos de aquel chico modoso y controlado, casi apagado. Continuaban riendo sin freno.

-Venga, adivina.

-El culo.

-Bueno, eso también. Pero antes...

-No sé. Decídmelo ya.

-Este guarro me ha chupado los pies –concluyó el nadador.

-¿Los pies?

-Sí, me hacía cosquillas y me metía la lengua entre los dedos.

-¿Y te gustaba?

-Me encanta. Bueno, y también me cascaba la polla mientras tanto.

-Y luego me los ha chupado él.

Se les escaparon unas carcajadas.

-Nos hemos ido para la bañera –añadió Oriol-. Y éste me ha obligado a lavarme los pies.

Jordi soltó una risotada.

-Es que los tenías sucios. Y te olían mal.

-Y ¿cómo se os ha ocurrido eso?

-Espera, que ahora viene lo mejor.

-Cuando estábamos bajo el agua a Oriol se le ha ocurrido mear sin salir de la bañera.

-Hacer puntería, vaya.

-Sí. Y mientras meaba se ha dado la vuelta y ha comenzado a mearse sobre mí. Yo también me he dado la vuelta y entonces se ha meado en mi culo.

-Al muy guarro le ha gustado y se abría las nalgas, así.

Oriol intentó ilustrar cómo su amiguito se abría de nalgas, pero lo impedí. Me imaginé la escena y deseé haberlos observado por la cerradura.

-La meada está calentita –explicaba Jordi.

-Después él se ha meado en mi culo y nos han venido ganas de follar.

-¿Lo habéis hecho?

-Pues claro. Con el culo calentito apetece más.

Mi polla reflejaba mi estado de excitación. Sin duda me hubiera gustado compartir esos momentos juguetones con ellos.

-Y él, ¿te ha follado a ti? –le pregunté directamente al nadador.

-Sí. Bueno... Venga, díselo...

-¿Decirme qué?

Miré hacia el rubito. Ya no se reía, pero iluminaba la escena con su sonrisa.

-Es que...

-No finjas que te da vergüenza. Tú no sabes lo que es eso.

-Es que... es que me duele un poco la polla, aquí en la punta...

-Quieto.

Interrumpí el gesto del chaval, que señalaba directamente al glande, escondido bajo su bañador azul. Nunca me acostumbraría a su inconsciencia.

-Luego me lo enseñas.

Pero él se lo tomaba a risa.

-Tendrás que darle un masaje... ¡con la boca!

-¡O con el culo!

-¡Callaros! Vamos a tomarnos un helado.

Nos acercamos a la barra, donde saboreamos sendos helados. Oriol había olvidado sus molestias, porque ahora jugaba a chupar la paleta como si de un rabo se tratara. Tuve que llamarle de nuevo la atención. Creo que lo hacía deliberadamente. Nunca se le escapaba referencia alguna al sexo o gesto obsceno cuando su madre se encontraba en las inmediaciones.

-Así que no me habéis despertado porque estabais follando. Vaya, vaya.

-¿Has visto a Lalo? –preguntó de pronto el mayor.

-Pues no –mentí-. Bueno, sí, de lejos. Estaba con la chica.

-Vaya mierda –exclamó Oriol-. Las tías siempre lo estropean todo.

-¿Crees que le gustó el homenaje?

-Ya lo viste. Creo que se emocionó.

-Anoche era la ocasión ideal –afirmó Oriol.

-¿Para qué? –preguntó el otro niño.

-Para follarlo. Estaba emocionado. Y nos dio un besazo. Yo creo que si nos lanzamos sobre él, se deja.

-Las cosas no se hacen así, Jefe –intervine.

-¿Cómo entonces? Le dices: "Hola, Gonzalo. ¿Me prestas tu culo para que te folle un rato?

-¡Qué bruto eres!

-Soc, ¿tú crees que Lalo acabará follando con nosotros? –cortó el nadador, que se había quedado pensativo.

-¿Con vosotros? ¿Con los dos?

-Bueno, supongo que primero contigo.

-No lo sé. Espero que sí. Me encantaría.

Dije esto mientras circulaban por mi mente las imágenes aún recientes.

-Pues si folla contigo tiene que follar conmigo. Y luego con Jordi.

-Vamos a dejar a Gonzalo, que de momento sólo se interesa por Laura. ¿Cuándo ensayamos las canciones?

-Ahora.

-No, ahora no, después de comer.

Durante el almuerzo Oriol se sentó con Jordi y sus padres. Yo quería estar libre por si aparecía Lalo y podía intercambiar unas palabras. Pero Sole se acercó a mi mesa y se sentó conmigo.

-Bueno, veo que el madrileño se ha deslizado por tus sábanas.

-Sí –suspiré.

-¿Y bien?

-Todo resulta tan complicado... Y tú, ¿cómo lo sabes?

-Porque ha entregado la llave de tu habitación.

-Sí, pero estaba con la chica. También podría ser que le hubiera prestado la estancia para disfrutar con ella.

-Claro, pero es que yo he visto que coincidían en el vestíbulo. Él venía de arriba, y ella de la calle. Además, he captado un comentario que quizá te interese.

-¿Sí?

-¿Tienes algo comprometedor en tu ordenador?

-Hombre, claro.

-Pues cuando se han encontrado, la chica le ha preguntado de dónde venía, y él ha respondido que de tu habitación, de jugar con tu portátil.

-No ha tenido tiempo de ver nada. Desde que bajé yo hasta que él entregó la llave apenas pasaron diez minutos.

-¿Diez minutos? Ya te dije yo que estabas raro. Ha pasado casi una hora.

-Joder.

-¿De verdad crees que estaba jugando? ¿Tienes juegos buenos, de los que les gustan a los chavales?

-Claro, pero creo que no buscaba juegos.

-¿Qué, entonces?

-Referencias, reseñas, comentarios. Está empeñado en saber qué significa él para mí. Los chicos son muy egoístas.

-Más lo somos los adultos, a veces.

-Vale, no me machaques.

-Es que la otra noche, cuando lo acompañé a la aventura nocturna, me di cuenta de que siente admiración por ti, que te tiene en gran estima, que eres una referencia para él.

-Vaya, pues la he cagado.

-¿Por qué?

-Porque hemos pasado una noche cargada de ternura y sensibilidad, y cuando por la mañana me ha preguntado si sólo era un trofeo para mí me he sentido ofendido y he reaccionado como un estúpido.

-Los chicos gustan de mostrarse duros, pero en realidad son muy sensibles. Es un chaval muy inteligente, más maduro de lo que corresponde a su edad, pero eso no significa que no tenga necesidades afectivas. Y yo creía que tú, en esto, eras un maestro. Generalmente los chicos te adoran.

-Sí, pero en este caso...

-En este caso igual. En el coche me estuvo contando que le gusta una chica de aquí, del hotel. Pero que había decidido ir de acampada contigo porque a tu lado se siente muy a gusto.

-¿Y no le preguntaste por qué se quiso marchar?

-Sí, y me respondió con evasivas. Me imagino que no quería ser indiscreto, por si yo no sabía nada de tu faceta comeniños.

-No lo digas así.

-Perdona. De tu faceta de amante de la juventud.

Sonreí, pero pronto recuperé mi ademán serio, más de acuerdo con los hechos que comentábamos.

-Es urgente que lo arregle.

-Sí. Porque te puede suceder como con aquél chico de Getxo. ¿Cómo se llamaba?

-Guanka. Fue algo distinto. Después de una semana de relación, se entregó sin reservas. Pero la mañana siguiente habíamos quedado para patinar y se presentó con una chica.

-Y los tres a patinar...

-No. Cuando vi que estaba acompañado decidí invitar a su hermano. ¿Recuerdas?

-Es verdad. Eso te pasa por buscártelos heterosexuales.

-Es mi manía. Pero el hermano resultó ser gay. ¡Qué estúpido! Aquella semana fue el colofón de tres años de acercarme al chico. Fíjate que tenía ya dieciséis cumplidos.

-Y el hermano?

-Catorce. Estuve con él, pero yo estaba enamorado del mayor. No, los tres años no. Esa última semana estaba loco por él.

-Y cuando se presentó con la chica... tuviste que aguantar mucho.

-Claro, poner cara de "aquí no ha pasado nada". Se pegaba a la niña como una lapa, y la besaba, como provocándome.

-Es normal.

-¿Eh?

-Era un chico claramente heterosexual que te tenía por su mejor amigo. Se acostó contigo y seguramente le gustó. Tanto, que tuvo que demostrarse a si mismo que seguía siendo heterosexual. Por eso se buscó un rollo. Probablemente la chica no le interesaba lo más mínimo, pero la usó para esconder su inseguridad, para no sentirse arrastrado a algo que ni se había planteado. Los tíos sois muy raros.

-¡Pobre chavala! Yo la odiaba. Se había interpuesto entre mi chico y yo.

-Sí, pero fíjate que Guanka no se alejó de tu lado. No quería convertirse en tu amante, pero deseaba seguir siendo tu amigo. Eras su referencia. Como pasa con Gonzalo. ¿Y el hermano?

-Pobre chico. Se presentó en mi vida en el peor momento. Yo me derrumbaba viendo a Guanka morreándose con la petarda, y él va y me dice que soy el primer hombre que ama en su vida... Yo, un miserable, el primer amor de un chaval...

-Venga, no dramatices. ¿Cómo fue eso?

-Decidimos ir al cine, los cuatro. Yo trataba al hermano con cariño, pero sólo era un gesto para provocar celos. Fuimos a una multisala, y a mí se me ocurrió que no me apetecía compartir butaca con una pareja que se pasaría el rato tocándose. Le propuse al hermano ver otra película, y creo que él lo interpretó mal. Nos sentamos y empezó a mirarme tiernamente, y a acercarse y rozarme la pierna. Fíjate: yo estaba tan concentrado en Guanka que ni siquiera había podido imaginar la posibilidad que su hermano fuera gay. Aluciné. Pero lo abracé. Estaba falto de cariño. Los dos, estábamos faltos de cariño. Pero cuando se confesó y dijo que me amaba y que odiaba a su hermano porque era mi amigo yo lo calmé y lo llamé "querido cuñado". Se puso a llorar. Y yo también.

-Vaya escena. ¿Y cómo terminó?

-Ya sabes que su familia se mudó a Madrid. Estuvimos juntos unos días más y... Guanka se distanció un poco, y su hermano, en cambio, se aproximó. En Semana Santa el mayor pasó las vacaciones conmigo. Había madurado y había construido un muro infranqueable. No me dejaba siquiera abrazarlo. Luego en verano su hermano pasó el mes de Julio en mi casa. ¿Sabes? Me equivoqué.

-¿En qué?

-El hermano menor era un chico mucho más interesante, mucho más culto, mas inquieto, más profundo. Y además era mucho más guapo. Vivimos una buena historia, pero yo recuerdo con más cariño a Guanka.

-Porque te costó más conseguirlo, como a Gonzalo.

-Puede ser. Aunque espero que Gonzalo no se aleje como hizo Guanka.

-Pues tienes muchas posibilidades. Si quieres mi consejo, dedícate a los pequeños. A esos ya los tienes seguros y no se comen el coco tanto como Gonzalo. Tener una personalidad profunda y reflexiva a veces no es un buen negocio.

-Vale, sicóloga.

socratescolomer@hush.com