Testigo de la hermosura (11: El umbral)

Un rato de confidencias da pie a que Gonzalo y el profe compartan la cama y algunas caricias.

TESTIGO DE LA HERMOSURA (XI): EL UMBRAL

Mientras cruzaba el umbral el chico posó sus dedos sobre la inflamación que me había salido en plena frente. La acarició como queriendo reconfortarme por el golpe recibido.

-Tengo muchas cosas que contarte. No he parado de pensar en ti. Bueno, la verdad es que no he podido.

Dijo esto con total naturalidad, como si sus palabras no tuvieran que alterarme el ánimo. Yo respiré hondo y pensé que había llegado el momento. Gonzalo olía muy bien, creo que a Springfields. El pelo, húmedo a pesar de su precaria longitud, sugería una ducha reciente. El calor, sin duda, que llegaba hasta los confines de los valles pirenaicos. El verano más cálido de mi vida. Se sentó en mi cama, apoyándose en la pared. Yo me senté a casi un metro. Si había llegado el momento no quería ponérselo fácil.

-¿Y bien?

Se extrañó de mi pregunta. Me observó con gesto irónico. Habló, sonriendo, pero sin hacer ademán de marcharse.

-¡Estás muy cansado? ¿Quieres que lo dejemos para otro momento?

-No, no, cuéntame.

-Pues mira, nada más dejarte en el aparcamiento se me cruza Laura, que salía del comedor. Noté como estudió mi cuerpo sin disimulo, y no pudo esconder que le gustaba. Le pedí que me acompañara mientras comía, puesto que mis padres ya lo habían hecho. ¡Y accedió!

-Que bien –comenté con desgana.

-Al salir del comedor nos dimos el pico. Yo había pedido helado de chocolate para postre porque ella me había dicho que le gustaba mucho. Y me lo demostró. Sus amigas habían desaparecido. Yo intenté ser amable y natural, como tú me dijiste. Lo notó, y me dijo que ya no me veía tan creído como antes. Estaba muy dulce conmigo, se veía a la legua que nos íbamos a enrollar. Estuvimos en la piscina, pero había mucha gente, y se me ocurrió invitarla detrás de la barra, donde está el almacén. ¿Sabes?

Asentí. Recordaba perfectamente el sitio donde Oriol me había pervertido esa misma tarde.

-Allí nos desmadramos un poco. Bueno, como sólo llevábamos bañador resultaba muy fácil alcanzar las partes más... no sé, más importantes. Por cierto, yo no sabía que el coño olía tan mal. Bueno, pues allí empezó todo...

Lalo notó mi mueca de desagrado ante el último comentario, pero no la interpretó bien. Pensó que era de conformidad.

-Ya sabes de qué te hablo. Tú lo has probado, ¿no?

Ahora no fue sólo un gesto de contrariedad. Cambié de posición indicando impaciencia. Se quedó un rato callado.

-¿Pasa algo?

-No me apetecen demasiado los detalles. ¿Entiendes por qué?

Adoptó un gesto grave, asintió con la cabeza y se acercó un palmo.

-Perdona. Te estaba hablando como amigo, olvidando que tú me quieres como algo más que un amigo.

-Lo has dicho muy fino.

-¿Qué quieres que diga, que te gusto?

-Es la verdad. Nunca lo he escondido, ni siquiera aquel primer día...

-Por cierto, ahora que hablas de aquél primer día. Cuando nos conocimos en la piscina me dijiste que te guardabas algún comentario para más tarde. Y se me ha ido pasando, nunca me acuerdo de preguntarte qué querías decirme.

-No es el momento.

-¿Por qué no?

Reflexioné un rato. No me gustaba el cariz que estaba adquiriendo nuestra conversación. Quizá sí era el momento de contarle cómo sus atributos salían a la luz pública. Sonreí al recordar sus testículos que se presentaban por primera vez ante mí cuando abrió las piernas, sentado sobre el cuidado césped que rodea la alberca.

-Tu bañador blanco, muy bonito... te queda bien, dibuja una silueta envidiable, pero...

-¿Qué?

-Cuando te sientas con el tronco echado hacia atrás, y abres la piernas...

Me eché a reír al ver su cara de incredulidad.

-¿Se me ve algo?

-¿Algo? Te vi perfectamente los huevos.

-¡No me digas! Me estabas viendo los huevos mientras charlabas conmigo? ¡Qué ridículo!

-No, ridículo no, encantador. Y también se veía la polla, que anunciaba un tamaño considerable...

-O sea que ya me catalogaste desde el primer momento.

-Ya no tenías secretos para mí. Bueno, sí, porque la polla estaba en reposo y no conocía ese capullo tan macizo que tienes... ¿Te molesta?

-No, ¡que va! Hombre, yo sé que se transparenta un poco, cuando salgo del agua, sobretodo por atrás, ya que delante lleva doble tela y...

-Yo no hablo de transparencia, hablo de visión total.

Gonzalo no estaba enfadado, más bien al contrario. Se reía de si mismo o por lo menos aparentaba tener suficiente sentido del humor como para aceptar una revelación como aquella.

-O sea que si me siento y abro las piernas...

Colocó las piernas sobre la cama e intentó reproducir la situación narrada. Llevaba unos shorts bastante ajustados, pero a pesar de ello asomaron sus huevos exquisitos. Se rió de nuevo.

-Bueno, ahora es que no llevo ropa interior y...

-Igual que cuando usas traje de baño.

-Claro.

Y se quedó pensativo.

-Entonces, cada vez que me siento de esa forma...

-Se te ven las pelotas.

Y me eché a reír. Podía suponer el itinerario que seguía su imaginación. Acababa de darse cuenta de que también había mostrado sus interioridades a las chicas.

-Ahora entiendo las risitas estúpidas cuando me acerqué a las pibas, el primer día. Me miraban y se reían, y se hablaban al oído. Yo pensé que eran estúpidas. ¡Y el estúpido era yo!

Me miró con rabia mal fingida y se lanzó sobre mí, golpeándome sin fuerza, como en un arrebato de cariño que agradecí.

-¡Podrías habérmelo dicho antes! –exclamó mientras yo me defendía.

.¿Para qué? ¡Si era un regalo verte de esa manera!

-Tú no me importa que me veas, peso las pibas, ¿qué pensarán de mí?

-Que tienes unos huevos muy apetitosos, y un buen rabo.

-¿Tu crees? ¿Las tías piensan eso?

-Es lo que pensé yo.

-Bueno, pero tú eres un...

-Boylover.

-Eso.

Se sentó de nuevo y procedió a mover las piernas. Sus testículos, saltarines e indiscretos, aparecían en el borde de la tela saludando al auditorio. Empecé a incomodarme, porque me apetecía con locura amorrarme a esa carne fresca y mi erección resultaba evidente, ya que había abierto la puerta completamente desnudo, y así me había quedado ante el chico. Se percató y se comportó con más recato.

-Perdona.

-No te preocupes. Sigue con tu historia. ¿Habéis follado?

-No corras tanto –se fijaba en mi sexo, que iba regresando de la ilusión desencantada-. La estuve comiendo toda la tarde, pero ella no pasó de tocármela. Cenamos con los respectivos y luego fuimos a ver una película. Sus amigas habían desaparecido, por suerte. Éramos los únicos que estábamos en la sala de televisión. Hacía calor, y todo el mundo se encontraba en los jardines y en los bares exteriores. Y ¿sabes?, ahí te presentaste en mi mente.

-¿Yo? ¿La película era de Tom Cruise?

-No, ¿por qué?

-Mis alumnos dicen que me parezco algo a ese tipo. Dicen que hasta la nariz tenemos igual. Incluso a veces me llaman Tom, para burlarse. Y yo no lo soporto. No, el apodo no me importa mucho; no soporto a Tom Cruise.

-Es cierto. Desde que te vi me recordabas a alguien, y ahora lo entiendo. Bueno, a lo que íbamos. La película era de Schwarzwnegger. Se llama "los últimos días", o algo así.

-"El fin de los días". La he visto. Es bastante mediocre, por no decir mala.

-Sí, lo de siempre, el diablo que quiere conquistar la tierra y para ello tiene que tener un hijo con una humana, igual que Cristo. Era entretenida, es de acción.

-¿Y yo cuándo salgo?

-Ahora. Arnold debe proteger a la chica, pero el diablo es muy poderoso, y terminan... en una iglesia.

-Y yo soy Dios.

-¡Cállate! Cuando entran en la iglesia la cámara muestra una imagen de un ángel con una espada. Al ver esto el corazón me dio un vuelco. Casi me caigo del sofá. Recordé lo que contaste de Miki, y de San Miguel.

-Mikhael.

-Sí, el que es como Dios, el incomparable...

-¿Y qué más?

-Pues que intuí el final de la película. Dado que el diablo necesitaba un cuerpo, estaba claro que debía poseer el del Schwarzwnegger, que era el protector de la chica que él quería dejar embarazada. Así se podría acercar a ella y poseerla.

-Bien.

-Y empecé a hablar en voz alta, y Laura me decía que me callara. Pero pronto estuvo escuchándome, cuando se dio cuenta de que no la había visto, sino que estaba descubriendo el final y ¡explicándolo hasta un punto que la gente normal no puede entender!

-¿Pero qué decías?

-Nada, lo que iba intuyendo. ¿Cómo puedes evitar que el diablo entre en ti? ¿Y cómo puedes acabar con el diablo si estás poseído?

-Luchando.

-Sí, pero el diablo es muy fuerte. Sólo puedes vencerlo si acabas con tu vida. Te queda la poca voluntad que te permite andar hacia donde tú quieres o... lanzarte contra lo que tú quieras...

-La espada de Mikhael.

-¡Claro! Cuando el protagonista se arroja contra la espada y ésta lo atraviesa, tuve un escalofrío y mis ojos se cubrieron de lágrimas.

-Como ahora.

-Sí. Es que es algo muy intenso. Apareciste tú en mi imaginación, lo que me enseñaste sobre San Miguel, Miki, al que no conozco, y el diablo vencido por una fuerza que es tan antigua como la humanidad... Por cierto, ¿Tú crees en Dios?

-No. Pero eso no me impide tener conocimientos. La religión es cultura. Las religiones son patrimonio de la humanidad.

-Yo tampoco creo. No tengo una opinión muy formada, me faltan argumentos, pero... no creo. Y más cuando veo al hipócrita de mi padre que va a misa cada día. Es un cerdo y se cree mejor que los demás. Siempre está pensando a quién puede hundir para sentirse por encima de todos.

-Vale ya. Deja a tu padre en paz.

-No lo defiendas. No se lo merece.

-Si no fuera por tu padre no te hubiera conocido.

-Ya. A veces pienso que la naturaleza se equivocó. Yo tendría que ser hijo de mi tío.

-No digas tonterías. Es el hermano de tu madre, ¿no?

-Sí, pero...

-Sigue con tu narración. ¿Se burló Laura de tus emociones?

-Pues mira, aunque parezca mentira, me valora más desde entonces. Dice que admira a los hombres que son sensibles. Quedó asombrada de mi capacidad de deducción, no sólo la que demostré en el desenlace de la película, sino también en lo que le expliqué después. Me preguntó de dónde había sacado tanta información.

-No desvelaste la procedencia.

-Claro que no. Prefiero que piense que soy así, profundo y sensible. No quiero que se decepcione.

-Es que eres profundo y sensible.

-¿Yo?

-Claro. ¿Cómo definirías a un chico que a los trece es capaz de descifrar ese laberinto?

-Pero todo lo que yo sabía de Mikhael me lo habías contado tú.

-Cuatro conceptos básicos. Con esa limitada información tu llegaste a muchas conclusiones. Fuiste tú. Yo no tuve nada que ver. Es tu capacidad.

-Creo que tienes razón, porque luego pensé que si no llego a saber todo eso, el final de la película no tendría ningún significado especial. Me consideré un privilegiado que puede entender el sentido profundo de las cosas. Gracias a ti.

-Cállate.

-De veras. Es como si me hubieras abierto los ojos. Siento haber dudado de ti y de tus conocimientos.

-También eso forma parte del sentido crítico. Es muy sano poner en duda todas las afirmaciones. Si no fuera así, la humanidad no hubiera avanzado. Porque ha avanzado, a pesar de que hay veces que parece que no.

-Ya. Las guerras, la explotación, la miseria...

-Eres un privilegiado. Cultiva esa capacidad. Tienes la obligación de ser alguien.

Se acercó a mi lado y me pasó el brazo por el hombro. Mi cuerpo recibió una descarga eléctrica y luego se serenó. Todo, menos mi sexo, que empezó a crecer de nuevo. Lalo fingió ignorarlo.

-¿Sabes? Cuando me dices que soy un privilegiado, alguien especial, caviar, etc, me parece que te refieres más a mi cuerpo que a mi mente.

Me miró muy fijamente a los ojos. Insistía en encontrar algo que no aparecía.

-¿Dónde está ahora ese brillo especial?

-Estoy desarmado, Gonzalo.

-Cualquiera lo diría –ironizó mirando mi sexo en ebullición.

-Tú ya me entiendes. Demasiado bien que me entiendes.

-Lo intento. Pero contesta a mi pregunta.

-No era una pregunta. Era una suposición.

-¿Pero voy desencaminado?

-No del todo. Nunca te he engañado. No podría mentirte. Tienes un cuerpo delicioso, y una personalidad tremendamente atractiva.

-Cuando digas personalidad no me mires el paquete.

-No te burles. Yo te veo como un todo. Tu cuerpo y tu mente se complementan. Si sólo fueras un tío bueno, al ver que no me haces caso hubiera pasado de largo. Hay muchos chicos que tienen un buen cuerpo y nada más.

-¿Y te interesan?

-Claro. Te los follas si puedes y apuntas su nombre en una lista de trofeos. ¿Te suena? Lo hacen la mayoría de heterosexuales. Tú mismo podrías ser así. Pero no lo eres.

-Ya. ¿Y si un chico tiene una personalidad atrayente pero es feo?

-Yo no tengo la culpa de que el sentido más importante sea el de la vista. Puede ser que me pase desapercibido y me esté perdiendo una relación profunda y enriquecedora.

-Yo creo que es tu caso.

-¿Me estás llamando feo?

-No, tú no eres feo, eres del montón. Tu atractivo es tu personalidad. Y ese brillo en los ojos que ahora no quiere aparecer. Me gustaría tener los ojos tan expresivos como tú. Mírame. Verdes. Mentirosos y traidores. Mmmmmm... ¿Vas a tardar mucho en darme el beso que espero?

-¡Joder!

Me abalancé sobre él casi con desesperación. Cuando sentí la humedad de su boca se rompieron todas las cadenas. Respiraba con ansiedad, buscando los aromas más profundos. Mi mano derecha sujetaba firmemente el cuello del chaval, sin pensar en acariciarlo. La izquierda, en cambio, buscaba inaugurar rutas prometedoras. Se posó primero en su pecho, tanteando la lubricidad de sus pectorales. Luego bajó hasta su estómago, afianzado por unos ligeros abdominales escondicos bajo una piel sedosa. Sin poder frenar el empuje, descendió hasta su paquete. Su sexo estaba tieso, luchando por salir de la tela. Lo agarré para mesurar toda su extensión. ¡Con qué placer hubiera destrozado esa tela que lo aprisionaba! Sus testículos me parecían más grandes al tacto que a la vista. Se me antojaban sabrosos y me moría por intentar contenerlos los dos a la vez en mi sedienta garganta que ahora disfrutaba de los elixires más exclusivos. Pero la boca de Gonzalo era mi boca gemela. Su lengua también buscaba el placer, invadía territorio ajeno para consolidarse y enlazarse con la mía, y parecía querer abandonar la contienda cuando se retiraba unos centímetros... para luego volver y mantener su autoridad, refrescar mi faringe como si me diera el aire, y con él la vida. Y así confirmar un concepto que me martilleaba la mente: eres mío, hago contigo lo que quiero. Sí, me había convertido en el esclavo de Gonzalo, hacía conmigo lo que quería, me dominaba aunque no quisiera, me volvía loco, me tenía todo.

O quizá no. Forcé la tela de la pernera para sacar el miembro. Estaba húmedo y terriblemente duro. Deseaba saborearlo con absoluta concentración, engullir su carne firme y su leche fresca... pero no quería dejar su boca, no podía, me daba el aire, la vida... Hasta que noté un tacto. Era su mano, que se había posado en mi polla y la agarraba con propiedad. Casi me desvanezco del placer. Fue como caer por un precipicio que se desmorona y aterrizar en un lecho de algodón, fue como perder el juicio envuelto por una sensación de la cordura más extrema, fue como descubrir que un camino áspero y tortuoso conduce al paraíso. Pero duró poco. Su boca se separó dejándome estúpidamente boquiabierto. Ya no me miraba a los ojos. Se había levantado y se estaba colocando ordenadamente su polla tiesa dentro del short. Se sentó en el otro extremo de la cama y mirando al suelo, y dijo aparentando una normalidad que no existía:

-Lo siento. Lo he intentado. Pero no es lo mío. Está claro.

Yo lo miraba desconcertado. Él esquivaba mis ojos. Nos quedamos así un rato, esperando que el tiempo transcurriera y se nos ocurriera una frase que no fuera cortante. Yo debería estar enojado, pero algo en el fondo de mi alma me decía que debía armarme de paciencia, que no todo estaba perdido, que si habíamos llegado hasta allí no podía haber marcha atrás. Me dolían los huevos, mi sexo no había cedido ni un milímetro, mi boca mantenía el sabor de su saliva, pero no se me ocurría nada que recondujera la situación. Notaba que él esperaba un reproche, sabía que merecía una reprimenda y estaba dispuesto a aceptarla, y quizá por ello yo no estaba dispuesto a actuar como esperaba. Finalmente sonó mi voz, sorprendiéndome incluso a mí:

-Sigo opinando que eres como el caviar, fascinante y exclusivo.

No arreglé nada. El silencio se perpetuó como un muro entre nosotros. Cinco minutos transcurrieron, tiempo que dediqué a observarlo y evaluarlo, intentando provocar una timidez que él no conocía, intentando resquebrajar su temple sin amedrentarlo. De pronto se movió y volvió a mirarme.

-¿Sabes? Me siento ridículo. Lo siento. Sé que te lastimo. Antes pensaba burlarme un poco de la inseguridad que muestras ante mí. Sé que te desconcierto, y reconozco que para mí era un juego intrascendente. Me estoy aprovechando de una situación que se basa en tu debilidad. Tu debilidad ante mí, porque eres sincero, porque me quieres de verdad, porque te has encaprichado de mí sin que yo lo mereciera. Y eso te crea unas necesidades que yo no puedo satisfacer. Pero te juro que lo he intentado. Lo he intentado por ti, porque te lo mereces.

-Lalo, no insultes mi dignidad. Yo no quiero que te lo montes conmigo por lástima.

-No, no te enfades. No me he expresado bien. No te equivoques. No siento lástima por ti. Siento mucho cariño, y un profundo respeto. Sí, me gusta jugar un poco. Creo que a todos nos gusta jugar un poco. Pero lo que ha pasado ha sido espontáneo. Bueno, no del todo. Me apetecía charlar contigo, contarte mis cosas, sobretodo porque me siento valorado, porque sé que te interesan de verdad. Pero me he encontrado metido en la ducha sin pensarlo. Coquetería, supongo. Me sentía sudado e incómodo por el revolcón con Laura. Y para estar contigo quería sentirme limpio. Y me he perfumado y me he comido un chicle de menta...

-Ya lo sé: Laura fuma.

-Sabía que no se te escaparía. Te juro que me gusta besarte. La mano se me ha ido sola... quería probar...

-Pero no es lo tuyo.

-Tu polla está muy caliente... y tiene un tacto muy agradable. Nunca antes lo había hecho. Y no me arrepiento, es una experiencia más...

-Pero no es lo tuyo.

Esta última afirmación había sonado a burla. Me había dado cuenta de que las cosas habían cambiado. Tener a Lalo lamentando no haberse atrevido a avanzar un poco más me confirmaba que era capaz de lanzarse. Que su cuerpo no tenía impedimento, y que su mente analítica era capaz de entender la situación y de abrirse a otras oportunidades. Me estaba costando, y el final, por muy lejos que estuviera, no podía ser otro que la entrega. Pero no debía forzarlo. Sólo debía esperar que cayera por su propio peso, que llegara su momento, que siguiera avanzando paso a paso hasta que ya no pudiera retroceder. Porque Lalo no era un trofeo; era un ser al que amaba con todas mis fuerzas. No me interesaba continuar torturándome ni permitir que el chico se mortificara por su cobardía. Por eso respondí a su gesto de incomprensión ante mi sorna con una sonrisa y un brillo ocular que me surgió espontáneo.

-Vale. Vamos a hablar de otra cosa. Sigue con tu historia.

-Resumiendo: que el pequeñajo tenía toda la razón del mundo.

-¿Qué?

-Cuando dijo que las tías no saben chuparla. ¿Te acuerdas?

-Sí, ¿cuándo fue eso? En el Aneto, creo. Nos sorprendió a todos.

-Me lo dijo a mí. Y tenía razón.

-O sea que Laura no sabe chuparla.

-No tiene ni idea. No sabe ni agarrarla. La toma con miedo, con distanciamiento.

-¿Has intentado enseñarle?

-¿Cómo? Esas cosas no deben enseñarse. Se deben aprender observando. ¿Dónde aprendió el enano?

-Ve tú a saber. Habrá que preguntárselo.

-Joder, ha aprendido contigo. Fijándose en cómo tú lo haces, a mí me lo dijo. Te copia.

-Lo tiene fácil. Es un macho, y siente aproximadamente lo mismo que yo. Pero oye, eso que has dicho, ¿es para que yo te haga la pregunta?

-¿Qué pregunta?

-Ésta: ¿La chupa mucho mejor el enano que la chica?

-Joder, no hay punto de comparación.

-Vamos a ver. Mi teoría es que Oriol se aprovechó de ti y tú de él.

-Explícate.

-El niño sostiene que te la chupó un rato y que gemías. Y que te corriste en su boca. ¿Fingías que dormías?

No respondió, pero su rostro delataba que había sido sorprendido.

-Y luego fingiste que te despertaste con la polla en su garganta. ¡Ya te vale! Haciéndote el inocente, como una colegiala.

-Es que fue así. Me desperté con la polla en su boca.

-Pero antes de quedarte dormido el chaval te había hecho una paja con la boca.

-Sí. No te ofendas. Lo siento.

-No, si no me ofendo. Lo encuentro divertido. ¡Y no digas más "lo siento", joder! Me lo sirves en bandeja: ¿De quién aprendió el enano?

-De ti.

-Pues el día que te la coma yo vas a perder el sentido, te vas a desmayar de gusto. Te voy a absorber hasta la última gota de leche. Vas a gritar como un poseso, vas a perder la compostura y la decencia. Te voy a hacer una funda a medida. Y me vas a suplicar que no pare, que siga, una y otra vez. ¿Te queda alguna duda?

-Joder, ya estás con el brillo en los ojos.

-Sólo vamos a aclarar una cosa: Oriol te forzó. Tú sabes bien que yo no lo haré. No será por falta de ganas, bien que lo sabes. Por cierto, ¿qué día es hoy?

-Jueves, diecisiete.

-¿Qué día regresas a Madrid?

-El treinta y uno.

-Te quedan quince días. Tú eliges. No sabes lo frustrantes que serán tus pajas si no te apresuras.

-¿Mis pajas?

-Sí. Tendido en la cama, con la polla en la mano, el verano que se fue... y la imaginación que va aportando estímulos... Laura... ¡bah, no la sabía chupar! Oriol... ¡qué bien la comía el chaval! ¡Me corrí a chorros en su boca tierna pero experta! ¿Y Sóc? ¿Cómo la debe chupar él? ¡Joder, ha chupado por lo menos cien pollas, tiene que ser un especialista! ¡Seguro que te hace ver las estrellas! ¿Por qué desperdicié la ocasión? ¡Tendré que invitarlo un finde!

-¿Vendrías?

-¿A comerte la polla? Sin perder un segundo.

-Bueno, eso me tranquiliza. Dispongo de más de quince días.

-Yo no confiaría demasiado.

-En septiembre son las fiestas de Majadahonda...

-Vamos a cambiar de tema. Ya la vuelvo a tener dura. Y tú también.

Se tapó el bulto que adornaba sus ingles.

-Ella quiere.

-Ella quiere pero yo no.

-No estoy de acuerdo. Yo opino que tu cuerpo quiere y tu mente no tiene impedimento. Es tu voluntad lo que falta. Tienes miedo.

-A ver, cuéntame lo que me harías.

-No gran cosa. Enseñarte todos los rincones de tu cuerpo que pueden darte placer.

-¡Casi nada! Dame más detalles.

-No dejaría ni un milímetro de tu cuerpo por lamer.

-¡Uy, eso suena muy bien! Lástima que no tendrás ocasión de experimentarlo.

-¿Seguro? Yo diría que sí.

Me lancé sobre él. No tenía intención de obligarlo, sólo quería jugar. Él se defendió, con tan mala fortuna que me propinó un codazo en la inflamación que tenía en plena frente.

-¿Te duele mucho? –se reía.

-Mucho. Eres un sádico.

-Y el otro día, ¿te dolió?

-No. Fue como tú dijiste. Un golpe seco y se comenzó a hinchar.

-Es un truco de gimnasio. ¿Y los chavales se lo tragaron?

-Todo -miré hacia mi paquete-. Como siempre.

-Yo no me refería a eso. ¿Se creyeron lo del agresor?

-Pues claro. Es que, además, esa misma tarde pasó por el campamento un hombre que iba a una fuente. Pilló a los niños en pleno sesenta y nueve y me amonestó. Fue muy oportuno para imaginar que era él el agresor. ...pero fue un ataque un poco controvertido, ¿no?

-No, ¿por qué?

-Antes de golpearme en la frente, mi asaltante le metió mano a Oriol, en pleno culo.

-Venga.

-Y a mí me toqueteó una nalga y me agarró la polla. ¿Qué sabes tú de eso?

Se reía. Negaba con la cabeza pero su mirada asentía.

-¿Te gustó?

-No tuve tiempo de valorarlo.

-Me salió así, espontáneo. Me apeteció jugar contigo, puesto que en esa situación no podías delatarme o nuestros planes se desbarataban. ¿Y cómo reaccionaron los chicos?

-Como era de prever. Jordi se hizo cargo de todo. Es un encanto. Oriol no paraba de jugar y bromear. Pero al fin y al cabo también fue una buena experiencia para él. ¿Y a ti, todo te fue bien?

-Sí. Después de la película los padres de Laura la obligaron a irse a la cama. Es tan cría que ni siquiera se le ocurrió que podría escaparse más tarde, así que cumplí con mi parte tal como pactamos. Sole me llevó hasta el camino, anduve un tramo y llegué a la tienda. Estabais charlando. En concreto, hablaba Oriol, que contaba cómo me había chupado. Así que decidí vengarme tocándole el culo. Lo tomé muy en serio, creo que si no llega a ser por la sorpresa le habría gustado. Se cagaron de miedo. Y tú, fingiéndote valiente, saliste fuera de la tienda. Estoy seguro que si eso sucede de verdad te cagas igual que ellos.

No respondí. Me limité a mostrarle con un gesto lo inoportuno del comentario.

-¿De dónde sacaste el garrote?

-Lo encontré por el camino. Llevaba una linterna e iba buscando. Pero a ti te golpeé con la mano. Y te dejaste caer. El golpe que sonó lo di contra el suelo.

-No me dolió, pero me dejaste aturdido. Y comencé a decir tonterías.

-Cuando me fui Jordi estaba muy preocupado. Pero tu hermana me esperaba, y aún debía mover el coche. ¿Lo encontraste fácilmente?

-Estaba bastante bien camuflado. Ellos no lo vieron porque no sabían que alguien lo había escondido. Pero antes nos dejaste sin ropa.

-Sí. Se me ocurrió cuando deambulaba por el campamento, antes del ataque. Y luego me llevé las toallas. Llegué al coche de tu hermana completamente destrozado. Algunas toallas estaban mojadas y pesaban lo suyo. Oye, tu hermana es muy simpática. ¿Sabe que te gusto?

-Claro que lo sabe.

-Me hacía preguntas para hacerme hablar. Quería saber si tú y yo... ¿Cómo sabe que tengo trece años?

-Lo debe haber visto en la ficha del hotel. ¿Y luego, te esperaba Laura en alguna parte?

-No. Sole me dejó la llave de tu habitación y vine a fisgar.

-¿Qué?

-Tu ordenador portátil. Quería ver a Miki.

-¿Lo viste?

-Tienes cientos de fotos de él. Es bastante guapo, pero creo que lo supero. Eso sí, tiene unos labios muy besucones.

-¿Y algo más?

-Tu colección de chicos en pelotas. ¡Tienes miles! Y las fotos del día del Aneto. ¿No le echaste fotos al chico de la boda? No lo vi en ninguna carpeta.

-No.

-Y tienes una carpeta de relatos. Los escribes tú, verdad? Ahí cuentas cómo te enrollaste con Miki y sus amigos, en una cabaña. ¿Es eso cierto?

-Pues claro.

-Lo mejor pasa al final, cuando los gemelos y el otro te secuestran y...

-Vaya, que ya no tengo secretos para ti.

-Esperaba encontrar algún diario, algún texto donde hablaras de mí y de lo que sientes por mí. Pero no. Había un relato sobre un niño italiano, pero no lo leí. Me estaba quedando dormido.

-Sí, es uno que estoy escribiendo para conmemorar el quinto centenario del David, esa estatua tan impresionante de Miguel Ángel.

-Ya sé cuál es. ¡Vaya músculos tiene el tío! Entonces, no escribirás sobre mí?

-¿Te gustaría?

-Hombre, siempre que nadie pueda identificarme... Oye, hay una carpeta a la que no pude acceder. Se necesita una contraseña. ¿Qué hay allí?

-Las fotos más comprometedoras.

-No la logré abrir, pero me hice una copia.

-Imposible. Está protegida.

-Sí, es verdad. Muéstramela.

-No. Ahí es donde guardaría la foto que no pude hacer, el otro día. La del bello rostro del rubito comiéndose tu espléndida polla.

-¿Ésta? –señaló. Se estaba poniendo dura.

-¿Ves? Ya te digo que ella quiere...

Gonzalo me miró, travieso. Mi erección no cedía. Iba a decir algo pero lo interrumpió un bostezo, que no pudo controlar. Se me contagió.

-¿Sabes una cosa? Me encantaría dormir contigo.

Observé incrédulo la seriedad de su rostro. ¿Estaba jugando de nuevo?

-Dormir, dormir -añadió.

-Ya. ¿Dormirás desnudo?

-No, en gayumbos.

-No llevas.

-Es verdad. Pues en shorts. Total...

-Pero sabes que a mí me gusta dormir abrazado.

-Y a mí. Además, me gusta tu forma de abrazarme... siempre que sea de cintura para arriba.

-¿Así?

Lo acerqué a mí y lo rodeé con mi brazo. Casi instantáneamente las miradas nos empujaron a besarnos. Su boca se brindaba, con su aliento fresco y excitado, como en el preludio de los mejores actos de pasión. Maldije por enésima vez su juego, su orientación sexual y su coquetería. Su cuerpo entero parecía estar dispuesto para la liturgia del amor, pero su voluntad le impedía dar el paso. ¿Cómo podía un chico que decía no desear a los hombres besar de esa manera?

Nos separamos. Aún rozó mis labios dos veces, antes de decir, sin pensar:

-Me caes de puta madre.

-...

-Bueno, y te quiero. Creo que te quiero. Sí, es algo parecido a querer.

Lo abracé y lo acerqué a mi pecho. Él se acomodó y comenzó a respirar profundamente. Mi corazón cabalgaba desenfrenado. ¿Llegaría el momento? Parecía que no. Se estaba relajando y el sueño lo vencía. Como me hubiera sucedido a mí si las esperanzas no me hubieran alimentado la existencia. Era la ocasión ideal, Gonzalo en mi cama, conmigo, por su propia voluntad. ¿Íbamos a desperdiciar la noche? Si no quedaba otro remedio, sí. Me había prometido no forzarlo, y lo iba a mantener. Aunque mi polla me pidiera a gritos que descargara. En esos momentos me hubiera corrido con un simple tacto. Y me dispuse a velar, como parecía ser mi destino, el sueño del adolescente. Era evidente que en esas circunstancias no podría dormir. Busqué un contacto más firme, me adherí a su piel esponjosa. El muchacho se arropó. Le acaricié el pecho, los pezones. Jugueteé un rato con ellos, rígidos y erguidos. Lalo suspiró profundamente y se rindió al sosiego. Me trasladé a uno de mis espacios favoritos: el estómago. Estaba tan plano, tan firme, que mi mano rebosaba felicidad a cada caricia. Su piel era delicada y dulce, amiga de las fricciones cariñosas. Rodeé el ombligo, delicioso. Casi no sobresalía. En cambio ofrecía un hoyo que los dedos toqueteaban tiernamente. Tropecé sin querer con el elástico de los shorts. El chaval no se inmutó. Recorrí el camino que la tela dibujaba en su cintura. Otro suspiro. Decidí aventurarme un poco más. Solamente quería saber si su sexo estaba duro. Separé la mano de su abdomen y, con la punta del dedo meñique, palpé la zona que seguía al elástico. Sí, allí estaba su rabo anhelado, duro como un bate de béisbol exhibiendo su belleza escandalosa a la oscuridad reinante. De pronto, Gonzalo se sobresaltó, se dio media vuelta y se acostó boca abajo. Comprendí que era una señal y me limité a acariciar su espalda, tan suave como su pecho. Sus omóplatos se marcaban exaltados, y su cuello poderoso me llevaba a su nuca, de una textura dócil y flexible. Recorrí su espalda paralelo a la columna, pero me detuve cuando una ligera cuesta anunciaba que se terminaba el atrio y comenzaba la sala del trono. Y ahí me quedé, en la zona lumbar, disfrutando de la caricia a falta de la entrega total. La decepción me amparaba y me sentía desdichado e incomprendido. Pero acepté mi destino. Me convencí a mí mismo de que dormir abrazado a una joya como aquella era ya un placer incontrovertible. Y me dispuse a disfrutar del abrazo. Con la otra mano me agarré la polla y friccioné. Si me corría, por lo menos mi espíritu descansaría, aunque el deseo no disminuiría. Pero Lalo me pasó el brazo por el pecho y colocó su testa junto a mi brazo. Podía notar su aliento, cálido y perfumado, sobre mi bíceps. Así que me quedé quieto, cavilando sobre los placeres y las pesadumbres que se derivan de amar a un adolescente. De pronto, una palabras rasgaron el mutismo que nos habíamos impuesto. Me sobresalté, y no comprendí muy bien.

-Joder, ¿cómo se puede ser tan íntegro?

-¿Qué dices? –repliqué con el corazón bombeando sangre a una velocidad suicida.

Acercó su boca a mi oído y murmuró con delicadeza:

-Que me encantaría que me chuparas el culo.

Casi me corro del goce. Antes de un segundo estaba pegado a su trasero, arrancando la prenda que lo cubría y separando con afecto sus bellas nalgas para hallar el tesoro escondido. Había llegado mi hora. Gonzalo nunca olvidaría esa noche.

Con una breve lamida le insinué lo que podía sentir. Se crispó un poco, y luego se relajó. Dejé que los cachetes se cerraran, sin dejar de acariciarlos uno con cada mano. Los rozaba con los labios, los lamía, los mordisqueaba secretamente para sorprenderlos, activarlos, cautivarlos. Luego, cuando no lo esperaba, separaba de repente la entrada y de un lengüetazo me situaba en las profundidades. Pero no me quedaba. Regresaba al marco incomparable de ese centro neurálgico, para seguir adorando las posaderas más atléticas que haya amado jamás. Describía una espiral que, como en una diana, tendía hacia el centro. Pero el eje quedaba lejos, y mi lengua describía en esos círculos concéntricos imaginarios un camino de humedad y arrastre. De nuevo un ataque de vanguardia y su esfínter se volvía a quedar huérfano y seco. Impaciente, Lalo abrió las piernas tanto cuanto pudo. Su hoyo aparecía en la penumbra dispuesto a devorarme. Y cuando le metí media lengua en el agujero lanzó un suspiro comprometedor. Se estaba derritiendo, y ya no iba a permitir que se aburriera nunca más. Ayudándome con las manos separé todo lo que pude las nalgas e introduje toda la cara en su raja. Mis labios buscaron su ano para pegarse a él, mientras mi lengua surgía ardidamente de las profundidades de mi garganta para buscar otras profundidades más ricas y novedosas. El agujero se iba dilatando progresivamente, y mis caricias linguales enloquecían al chaval, que exclamaba sin pudor:

-¡Oh, Dios, me estás matando!

Me excitaba escuchar frases como aquella, y me animaba a profundizar en mis acometidas, a concentrarme en despertar en su cuerpo las sensaciones inolvidables que tanto tiempo se habían retrasado, para crear adicción, para buscar el juramento de la pericia y la dedicación, para trasladar a ese chico al que tanto amaba a una órbita recóndita e incomparable, donde ya nada fuera como antes, donde las palabras fueran innecesarias, donde el placer estuviera siempre al alcance de la mano. Musitaba el chico verbos ininteligibles, se contorneaba rasgándose más y más, ávido receptor de las lamidas más comprometidas, agradecido destinatario de los roces más formidables, testigo perturbado del poder de la devoción, depositario afanoso de la ternura gratificante.

Entonces mi dedo índice se presentó voluntario para una misión trascendente. Junto a la lengua, fue cavando en aquél terreno tan fértil una fosa de debilidad. Entró y visitó el cobijo delicioso que se le ofrecía, y su roce provocó escalofríos y sacudidas incontrolables. Salió y la lengua lo substituyó, incapaz de llegar tan a fondo, pero más húmeda y sensibilizada para una tarea tan especializada. Regresaba el dedo, empujando a la lengua a un descanso que ella no aceptaba, regocijándose en el recreo que las nalgas le propiciaban. Y los intercambios se sucedían para secuestrar el sentido común, para alejar la cordura de la realidad vigente. Se resquebrajaba Lalo en sus gestos, gritaba, pataleaba, se abría al mundo en toda su belleza. Jadeaba y transpiraba, extenuado, en su abandono valeroso y dócil. Temí que se viniera demasiado pronto, pero me tranquilizó comprobar que sus manos se ocupaban en separarse todavía más. Sin embargo su sexo, invisible para mí, rozaba con nervio la sábana, intentando que la fricción añadiera matices a su goce. Dispuesto a impedirlo, obligué al chaval a colocarse boca arriba, y le levanté las piernas para que su entrada sobrecogedora apareciera aún más vulnerable. No tardó en darse cuenta de que la posición favorecía la expansión de las fibras de su esfínter, que ahora se mostraban vivas y anhelantes, adoradas por la labor sagrada de mi lengua respetuosa. Olvidé mi sexo. Supongo que debería estar hinchado a reventar, pero mi concentración sólo me marcaba una meta: llenar a Gonzalo de un placer indescriptible. Las exclamaciones no cesaban, repasando todo el sistema vocálico, cada vez que el atrevimiento del apéndice traspasaba la frontera. El culo de Gonzalo, tal como había imaginado, era un manjar exquisito, de sabor y dulzor incontestables, de delicadeza y ternura insospechados, de textura y composición asombrosas. Su polla se alzaba como un mástil, presidiendo el acto de veneración. La poca luz de la habitación me permitía ver como se dibujaba, flanqueada por esos testículos entrañables, bella como una imagen religiosa. Deseé adorarla también, y sin que el chaval lo esperara, le lancé una lamida imprevista para esconder de nuevo mi rostro entre sus cúpulas. La dureza aún mayor fue la respuesta, y los labios tan dulces se separaron para afirmar sin reservas:

-¡Oh, sí!

Unté bien mi dedo de saliva y lo coloqué a la puerta del jardín del placer. Allí se quedó, insinuando de cuánto placer era capaz, mientras mi boca engullía con maestría esa polla que reverenciaba. Creo que todo mi sistema nervioso se puso a disposición de mi garganta. Cada milímetro de mi boca procuraba el tacto placentero a su miembro, tanto en el reposo como en la fricción y el vaivén. El glande recibió un homenaje apasionado. La lengua lo rodeaba y marcaba sus límites. Pasaba una y otra vez a lo largo del frenillo, como si de cruzar un puente se tratara, sobre ríos de semen y de saliva. El tronco, potente hasta la agresividad, se rendía para ser contenido entero hasta que su corona sobrepasaba la úvula. Nunca agarré con las manos esa herramienta digna de la mayor cortesía. Honrarla es tarea de la boca, de la lengua, de los labios. Sus pelotas ansiaban participar en la fiesta, y saltaban alegres y desacomplejadas, reclamando la atención del sacerdote, que no tardó en cumplimentarlas como se merecían. Imposible provocar ni un resquicio de decepción. Difundían aromas exóticos, y su sabor cuando yacían aprisionadas entre los dientes y la lengua era el de la carne más melosa, el de las viandas melindrosas, el de las golosinas más dulces.

Pero la tempestad duraba demasiado, y una calma debía imponerse. Antes de que llegara, el navegante arrojó lastre. Cercano al paroxismo, no pudo resistir el embate de un dedo colonizador describiendo sendas apacibles en su interior mientras su mástil recibía el concurso de todas las terminaciones táctiles para proporcionarle un masaje enloquecedor que parecía no conocer límites. Se rindió aullando como un hechizado y arrojando al recipiente que lo envolvía su crema de sabor exótico. Poco después, el sacerdote concluyó la liturgia saboreando el músculo más tenso y el licor refinado que desprendía.

La paz, esa inmensa paz del deber cumplido se apoderó de los amantes. Lalo no decía nada. Sólo se escuchaba el ritmo de su respiración, pasando del jadeo al reposo. Yo simplemente esperaba. Sé que a los jóvenes les cuesta reconocer hasta qué punto disfrutan en sus contactos, y Lalo no iba a ser una excepción. Pero me sorprendió. Por su ternura y por su consideración.

-Gracias –dijo, un poco nervioso-. Ha sido increíble.

-¿De veras?

-Dudo que ninguna piba sea capaz de hacerme disfrutar así –concluyó.

-Naturalmente.

-¿Y tú qué opinas?

-Que después de haber probado este caviar reniego del otro.

Se rió. Me lanzó una mirada de complicidad y esperó que mi boca se acercara para intercambiar fluidos.

-Tiene un sabor raro. Ni agradable ni desagradable.

-Y no huele nada mal.

-No te pases.

-Tú sí que hueles muy bien –comenté mientras me acercaba a respirar su aroma impecable.

-¿A pesar de estar sudado como un cerdo?

-Sí. Hueles muy bien. Embriagas.

-Pues ten cuidado con la resaca.

-No va a haber resaca.

Se abrazó y se acurrucó, como indicándome que debíamos descansar. Antes de que se quedara dormido, jugué un poco escribiendo letras con el dedo sobre su pecho. Tenía los ojos ya cerrados, pero el tacto le permitía captar sus rasgos.

-TQF. ¿Y eso qué significa? –preguntó con voz ensoñada.

-Dedúcelo –lo reté.

Pero se había quedado dormido.