Testigo de la hermosura (1)

Serie. Durante las vacaciones del 2003, un profesor "conoce" a distintos muchachos en el Pirineo.

TESTIGO DE LA HERMOSURA I: TRES CHAVALES

El cansancio se dejaba notar. La noche anterior había estado hasta muy tarde despidiéndome de mis amigos. Un adiós cálido y la promesa formal de mantener la comunicación a través del teléfono móvil. Los párpados tendían a caer, por lo cual decidí dejar unos minutos la autopista tan pronto como encontrara un área de servicio. Un 4x4 negro que circulaba delante de mí tomó la misma iniciativa. Lo seguí, y aparcamos los dos de lado, frente a la cafetería. Mi sexto sentido disparó la alarma. Del vehículo salieron tres personas: una señora, una niña y un muchacho de pelo castaño y moreno de piel, de unos 14 años, vistiendo unas bermudas ajustadas y una camiseta sin mangas. Hombros anchos, piernas musculadas, bastante fuerte. Me quedé apoyado a mi coche, mirándolo con un cierto descaro. Él también me miró y me sonrió. Avancé hacia la cafetería tras él, deleitándome con la visión de su estupendo trasero, perfectamente recortado por la ropa.

Dejó a su familia y se dirigió al servicio. Cuando yo entré, él estaba frente al espejo arreglándose el pelo. Su imagen reflejada me sonrió de nuevo. Yo le devolví la sonrisa y, no sabiendo muy bien qué hacer, me situé en el urinario central de los tres que había. Comencé el ritual de descubrirme con parsimonia, porque llevaba unos pantalones sin bragueta y con un cordón en la cintura. Cuando mi polla ya estaba en la calle, noté la presencia del chico a mi izquierda. Instintivamente le miré a la cara y descubrí una nueva sonrisa y una mirada que se clavaba en mi sexo. Sentí una punzada de excitación. Comencé a mear. El chico, por su parte, se la estaba sacando, y a juzgar por sus movimientos le estaba costando un poco. Finalmente se desabrochó el botón del pantalón y el miembro, completamente erecto, salió. Era una polla bastante grande, más gruesa que larga, tan morena como el chico y con un glande redondeado y apetitoso, brillante y húmedo. Miré a los ojos del propietario de tan suculento manjar. Creo que no había dejado de sonreír en ningún momento. Su rostro, ovalado y sonrosado, con unos labios carnosos y recortados, nariz pequeña y grácil, aparecía entre provocador y cándido, juguetón. Mi rabo empezó a tomar posiciones.

-Buena polla –soltó de pronto el chico.

-¿Cuál, la tuya o la mía? –pregunté amparándome en la ambigüedad.

-Las dos. ¡Si pudieran hablar! La tuya contaría seguro cientos de aventuras.

-¿Y la tuya no?

-La mía está siempre dispuesta pero no tiene mucha experiencia.

-Pues tiene mucho futuro. Es preciosa.

-¿Tú crees?

-¿Te lo demuestro?

La agarré con delicadeza y con el respeto que sientes por las obras de arte. La acaricié sin prisas, dominando la urgencia de la excitación sexual. El chico se quedó desconcertado por el temple. Él había agarrado ya mi polla y comenzaba a cascarla. Esperé a que tomara la iniciativa.

-Vamos dentro.

Los servicios estaban absolutamente vacíos, seguramente debido a la hora temprana. Comprobé las tres puertas y nos metimos en la última. Sin espera, el joven se subió a la taza, con lo que su polla suculenta quedaba casi a la altura de mi boca. La devoré. Mi contendiente se apuraba a follarme la garganta sin miramientos, y aunque esa acción es una de mis preferidas decidí frenarlo, porque imaginaba que tendría prisa por correrse en mi boca y salir al encuentro de su familia, antes de que lo echaran en falta.

-¿Qué haces?

Le bajé la bermuda a la altura de los tobillos. No llevaba ropa interior. Lo obligué a darse la vuelta y mostrarme su culo espectacular. Un poco más claro de piel, tan respingón como la ropa había anunciado, estrecho y redondeado, nalgas apretadas como encubriendo un enigma, voluminoso y duro. Todo esto lo evalué de un vistazo, porque al instante mi boca estaba pegada a su agujero. Protagonista, la lengua.

-¡No, eso no! ¡No, que voy a gritar!

Me pareció genial. Vaya forma de decir que sí. Profundicé aún más en su hoyo, delicioso como un plato de nata, buscando los placeres ocultos. La mano derecha la coloqué en su boca, un dedo dentro, para evitar el escándalo. La izquierda masajeaba tranquilamente su miembro repleto de sangre hirviendo. Me chupaba el dedo con la misma desesperación con que se come después de un ayuno forzado. Quise imaginar que su ayuno había durado por lo menos 14 años. Me equivoqué. Se agachó para que su mano encontrara mi sexo, con lo que su hueco se abrió aún más. Respiraba forzadamente por la nariz, saboreando ahora dos dedos míos, lamiéndolos como en una sesión de prácticas para el examen inminente. De pronto me apartó de su dulce hogar.

-Me quiero correr en tu boca.

-No tengas prisa. No se atreverán a entrar.

-Tú no las conoces. Sobretodo a mi hermana.

Agarró con fuerza mis mejillas para dirigir mi rostro a su verga. Yo quise detenerme un rato en sus testículos, muy colgantes, bastante grandes, sin apenas vello. Dos lamidas me fueron permitidas antes de que su grueso tronco invadiera mi boca hasta el fondo. Yo quería demostrarle mi habilidad relajadamente, jugar con la lengua, mordisquear tenuemente el glande, abrir con la punta de la lengua sus tímidos agujeritos... pero no hubo tiempo. Sin conformarme, busqué su ano y le planté dos dedos dentro, abriéndolos en el interior formando el signo de la victoria. Se estremeció de gusto y bombeó mucho más fuerte, así que me decidí a mover mi mano arriba y abajo sucesivamente para semejar una temerosa follada. Resultó electrizante. El chaval explotó abundantemente en mi boca mientras notaba en su interior la fricción rígida de media mano activando sus mejores puertos de placer. Casi simultáneamente sonaron unos golpes en la puerta y una voz infantil que me comunicaba el nombre de mi amante:

-¡Germán, tardas mucho!

-¡Ya voy!

Me relamí los labios y el paladar y me dispuse a salir, pero el chaval me detuvo.

-No, espera, quiero tu leche.

Se sentó en la taza y comenzó a mamar. Jugaba con el capullo, rodeándolo con sus labios apretados, rozando delicadamente el contorno con la punta de la lengua, engullendo luego todo el tronco hasta donde podía. Gocé mucho, a pesar de que no soporto las prisas. Yo le acariciaba el cuello y bajaba de vez en cuando por la espalda buscando de nuevo su entrada, rozándola, abriéndome camino sigilosamente. Así, alcanzando el trofeo con la punta de los dedos me llegó el clímax urgente y desesperado. Bañé la dulce boca de Germán con mi placer y él, jubiloso, no renunció ni a una sola gota.

Nos preparamos para salir. Yo, un poco sobrecogido por las características del encuentro, acostumbrado a la calidez y la ternura. Él, dudoso pero apresurado. Cerca de la puerta se detuvo, se volvió y me inquirió mientras me ofrecía la misma sonrisa que antes de conocer nuestras intimidades.

-Oye, ¿te gusto?

-Pues claro. Eres un bombón.

-Pues entonces te vienes conmigo y te presento a mi madre. Déjame hablar a mí.

Me pareció una locura, pero tan pronto como sus labios se pegaron a los míos y su lengua vigorosa me recordó el sabor de mi semen me dispuse a entregarme a su juego. Salimos.

-Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Soc.

-¡Vaya nombre!

-Es la abreviatura de Sócrates.

-Bueno, pues yo te llamaré Ramón.

No hubo tiempo para protestar. Madre y hermana de Germán estaban sentadas en una mesa ante un desayuno vulgar. La señora alzó la vista cuando vio llegar a su hijo en compañía de un hombre. Me miró interrogada.

-Mamá, ¿te acuerdas de aquél monitor de los campamentos del año pasado? El que me llevó a urgencias cuando me caí de la mountain bike. Es Ramón. Él era el responsable de mi patrulla. ¿Te lo conté?

-Tanto gusto. Vaya casualidad. La verdad es que no me acuerdo de ti. ¡Contó tantas cosas! Quedó encantado, y este año quería volver, pero no podrá ser.

Germán me estaba abrazando como si fuéramos colegas de toda la vida. Yo me sentía un poco violento, porque no comprendía las intenciones del muchacho. Pero seguí la corriente. Abracé al chico y solté los tópicos más gastados.

-¡Ay, Germán, Germán! ¿Quién lo iba a decir? Has crecido mucho, estás hecho un hombre. ¿Y cómo es que este año no vas de campamento?

-Porque pasaremos todo el verano en la playa –cortó su madre. -En Julio nosotros tres y en Agosto vendrá también mi marido. Y tu, ¿irás este año de campamento?

-Pues no. Pasaré Julio en la montaña y Agosto en la playa. Vacaciones de verdad.

-Oye, mamá –interrumpió Germán. –acompaño a Ramón hasta su coche, porque tiene prisa.

-Encantado, señora.

Me sentí casi arrastrado hacia fuera. Me habría tomado con ganas un bocadillo, pero el chico me lo impidió. Una vez fuera, lo abordé entre enojado y admirado.

-Vaya morro que tienes...

-Oye, ¿es verdad que vas a pasar Agosto en la playa?

-No tengo ni idea. Sólo sé que voy a pasar Julio en el Pirineo Aragonés.

-Pues en Agosto te vienes a mi casa de la Costa Brava. Yo lo arreglo todo.

-Oye, chico, eres muy raro. ¿A qué voy a ir yo a la Costa Brava?

-A follar conmigo. ¿No has dicho que te gusto?

-Pues claro. Me gusta tu cuerpazo y me gusta este desparpajo que gastas. No tienes vergüenza.

-No. Oye, dame tu móvil.

De una cremallera lateral de la bermuda sacó un teléfono diminuto y brillante. Apuntó las nueve cifras y, sin justificarse, apretó el botón de llamada. Sonó el timbre en mi bolsillo.

-Ahora ya tienes el mío. No lo pierdas. Nos llamamos.

-Oye, oye, frena un poco. Nos hemos comido la polla pero para mí eso no es suficiente como para dar por hecho que nos llamaremos y nos volveremos a ver. No sé nada de ti.

-Pues pregunta.

-No sé... ¿De dónde eres? ¿Cuántos años tienes?

-Soy de Santander. ¿Y tú? Ah, y cumplo quince el 2 de Agosto.

-Yo de Bilbao. Soy profesor de inglés. ¿Cómo calificarías lo de hoy, lo que ha pasado en el baño?

-Mmmm, no sé... Un buen prólogo.

-Prologo, ¿de qué? Lo de hoy no ha sido tu primera vez.

-Mira, te voy a hablar claro. Yo quiero perder la virginidad antes de los 15. Pero soy muy exigente, me gustan los hombres como tú, y todos los rollos que me salen son con chicos de mi edad. Y, por lo demás, en mi culo sólo has estado tú. Bueno, y mis dedos, y algún objeto.

-¿Y la mamada?

-Se la chupé a Ramón, mi monitor de campamento del año pasado, en la Sierra de Gredos. Fue la última noche. Estaba borracho y vino a buscarme. Pero no llegó a correrse. Cuando empezaba a ponerse borde lo eché de la tienda. También se la he comido a algún amigo, nada importante.

-Es que, sabes, todo ha resultado un poco frío. No me llenan estas historias. Nos veremos de nuevo, si tu quieres, y si puede haber algo más de... humanidad. ¿Me entiendes?

-Yo no soy así de superficial. Puedo ser muy cariñoso. Ya lo descubrirás.

Habíamos llegado a mi coche. Abrí la puerta, y Germán se acercó mucho, siempre pendiente del cristal que nos separaba del salón de la cafetería. Se aseguraba de que su madre no podía verlo desde su mesa. Quedó convencido, porque de repente me encontré envuelto por un abrazo tierno y cariñoso, y nuestras bocas se tropezaron para deleitarse mutuamente en el sentido del gusto, para inaugurar una ruta que, aparte del placer de la exploración, prometía satisfacciones completas.

-Bueno, Ramón...

-¿A qué parte de la Costa Brava vas?

-A Lloret.

-No vas a llegar virgen a Agosto. En Lloret hay mucho ambiente.

-Ya veremos. Depende de ti.

-Cuida bien ese culo- le dije dándole una palmada sonora. –Es precioso.

-Y tú ese pollón- respondió abarcando con su mano mi paquete. -Va a estar en el mejor culo del mundo.

Por el retrovisor capté su saludo y su mirada que me seguía mientras me alejaba. Había sucedido todo tan rápido que me parecía un sueño. El verano más caluroso de mi vida acababa de empezar.

Transcurridos unos kilómetros de autopista sonó el timbre del móvil indicando que había llegado un mensaje. Contuve la curiosidad. Sabía que era de Germán. Cuando pude detenerme a desayunar lo leí con ansia. Decía simplemente: "de ti depende". Le respondí: "no sé de qué me hablas". Pasados unos minutos, nuevo mensaje: "Sé que no me fallarás. Último día, 1 de Agosto".

Pasado mediodía llegué a mi alojamiento, un Hotel de ambiente familiar en el valle de Benasque. Me había decidido a pasar mis vacaciones allí por dos razones: el fantástico entorno y el hecho que mi hermana es la directora. Hace años que vivimos alejados y nos apetecía pasar unos días juntos. Me instalé en mi recámara y, dado el calor asfixiante, me dirigí a la piscina. Eran las cuatro y media. Nada más llegar mi mirada se concentró en un chico extremamente rubio, casi albino. Se divertía saltando al agua de mil distintas maneras. No observé a ningún adulto cerca, pero el socorrista del hotel no le quitaba ojo de encima. Usaba un bañador del tipo bermuda, con la pernera no demasiado larga, relativamente ajustado en los muslos y en el culo. Llevaba la tira de la cintura un poco suelta, de modo que cada vez que salía de la piscina, generalmente por el borde, sin usar la escalera, el empuje que se daba para saltar fuera dejaba al descubierto unos centímetros de carne divina: el comienzo de sus glúteos, de color más claro que el resto del cuerpo, y el principio de una raja que conducía al epicentro. Parecía no importarle mostrar al mundo aquél pedazo tan atractivo de su cuerpo, puesto que en ningún momento hizo ademán de estrechar el lazo que sujetaba la prenda. Un poco más arriba, un tórax exageradamente fuerte para su edad terminaba en un cuello poderoso. De espaldas, sus hombros mostraban su anchura, marcando sutilmente los omóplatos. Una auténtica belleza. Su rostro, además, armonizaba perfectamente con la finura de su cuerpo: pómulos marcados, labios generosos, dientes pulcros, ojos azul marino, orejas diminutas, pelo liso y brillante, bastante corto. "Demasiado perfecto" pensé. "Y demasiado joven".

Me zambullí estrepitosamente, alterando la tranquilidad vacacional del entorno. En seguida noté la mirada furiosa del salvavidas, que sin embargo no me dirigió la palabra. Me estuve refrescando sin nadar y sin dejar de observar al pequeño. No parecía divertirse demasiado, pero es que tampoco había otros niños con quién jugar. En una ocasión que el chaval intentaba cruzar la piscina buceando me deslicé para cruzarme en su camino. Notó mi pierna y me sorteó, pero eso no impidió que todo su cuerpo rozara con el mío, hecho que me permitió comprobar la suavidad de su piel. Me tendí en una tumbona y me puse las gafas de sol para poder observar discretamente. El socorrista era un poco creído, con un cuerpo bastante bien formado y más o menos mi edad. Estaba sentado bajo una sombrilla y de vez en cuando daba un paseo rodeando la alberca. Se contorneaba orgulloso de su bronceado y de sus músculos, hinchando el pecho para andar. Pensé que no me gustaría parecerme a ese tipo, aunque si así fuera seguramente sería el último en tomar conciencia de mi actitud presuntuosa y chulesca. Después me retiré a la habitación, donde visioné una película en el ordenador portátil y, antes de la cena, escuché un nuevo timbre. Otra vez era Germán, que me decía: "Me estoy pajeando pensando en ti". Y le respondí: "Lo mismo haré luego". En la cena repasaba mentalmente lo singular de mi encuentro con el chico, y me prometí a mi mismo no defraudarlo. Dos mesas más allá, el rubito despampanante acompañaba a una señora muy seria. A penas hablaban, y el tono del adulto era más bien reprendedor. Paré el oído y me di cuenta que hablaban en catalán. Ningún problema, yo estudié mi carrera en Barcelona y quizá tendría ocasión de practicarlo. El niño quería jugar un rato al futbolín y la madre le decía que estaba cansada, que ya había jugado con él por la mañana, que cogiera un libro y leyera. Nos levantamos de la mesa casi al mismo tiempo, y yo esperé para cruzarme con el chaval. Le propuse unas partidas de futbolín, a lo que se le iluminó la cara. Desapareció pero regresó al cabo de nada. Había ido a pedirle permiso a su madre. No jugaba mal, aunque le faltaba fuerza en las muñecas. Procuré no abusar de él y, cuando nos cansamos, le ofrecí invitarle a un refresco. Rehusó amablemente, justificándose diciendo que era tarde y debía ir a leer un libro. Al preguntarle qué libro estaba leyendo me encontré hablando solo. Había desaparecido. Salí a la calle. Hacía un calor tremendo. Llegó un coche bastante lujoso, ocupado por una pareja de mediana edad. La señora se dirigió al asiento de atrás, tocó algo y dijo:

-Venga, Jordi, que ya hemos llegado.

Intenté descubrir cómo era Jordi, pero sólo fue una sombra. Me pareció rubio, no muy alto, de unos trece años, guapo, muy guapo, pero salió disparado buscando el baño. Entré al vestíbulo, pero antes de que el chico regresara mi hermana me llamó y estuve tomando una copa con ella. Una hora más tarde estaba echado en mi cama dispuesto a iniciar el ritual de la masturbación. Mi rabo sabía lo que le esperaba, y saltaba de contento. Estaba recordando la primera imagen de Germán, de espaldas, saliendo de su coche, cuando sonó el teléfono. Era él.

-¿Qué, ya has empezado?

-Ahora estaba en ello. Y a ti, ¿cómo te ha ido?

-Bien, pero ya vuelvo a tener ganas. Ahora estoy en el sofá, completamente desnudo, pajeándome sin prisas. Dime, ¿en qué piensas?

-En tu culo delicioso. Me ha encantado chuparte tu tierno orificio. Es un caramelito de fresa.

-A mí también me encantó la lamida. Te juro que no podía imaginar que fuera algo tan poderoso, tan profundo. Te sientes como besado por dentro.

-Eso es. Un beso profundo y sobrecogedor. Mis labios pegados a tu esfínter, como si fueran tus labios; mi lengua entrando en el agujero, como si fuera tu boca, pero en vez de buscar tu lengua buscando las paredes de tu cavidad, suavísimas, frescas, radiantes. ¡Ojalá tuviera diez centímetros de lengua para metértela toda!

-Sí, y yo la siento y me abro cada vez más, dejando que me prepares para el gran ataque final. Me lames y me chupas y yo siento como si me derritiera, como si mi culo fuera mi boca, jugando a dar cobijo a tu lengua que nunca se detiene...

-Y mientras te meto la lengua entera, mi mano te da un masaje genial en los huevos. Mmmm, los tienes grandes y sueltos. ¡Cómo me gustan! Son tan dulces, tan suaves, tan independientes...

-Es como si la piel de mis huevos no existiera, como si me los estuvieras comiendo directamente, calentando la leche que pronto albergará tu garganta... la siento, siento la leche empujando para salir, empujando para regarte totalmente la cara, escupirte mis mocos y que tú te relamas, que me pidas más y más...

-Y te acaricio ese vientre tan plano, ese pecho marcado, esa espalda de atleta... Y de repente me trago toda tu polla, enorme, hasta la raíz. Me cuesta respirar, pero puedo sobrevivir, porque tú me alimentarás con tu leche.

-Me chupas arriba y abajo, pero yo te interrumpo y te follo la boca. Te follo la boca como su fuera el culo de un niño, con suavidad, con ternura. Tu lengua se pega a mi manubrio. Siento sus bultitos ásperos recorrerme el rabo. Me muero de placer.

-Ahora tú me chupas a mi. Preparas la máquina con profesionalidad y entrega. Chupas como si quisieras vaciarme por dentro, como si fuera tu último alimento. Mi polla está más grande que nunca.

-Es enorme. Y me encanta contenerla toda. Parece imposible, pero consigo tragar hasta que tus huevos rozan mis labios. Ya estás empujando y retrocediendo, como pronto harás en mis entrañas.

-Nos tiramos por el suelo. Tu te amorras a mi polla, yo me pego a tu culo, para dejarlo a punto, como si tuviera las llaves del placer que encierra. Se acerca el momento. El culo está a punto. Se abre impúdicamente anhelando contener mi sexo, expresando ante el mundo la tristeza que experimenta estando vacío, su angustia por llenarlo con pollas de macho.

-¡Fóllame ya, que estoy derretido del todo! Métemela entera, hasta el fondo. Métemela hasta que me salga por la boca, hasta que te la pueda chupar por dentro.

-Estoy entrando poco a poco. Tú te rasgas, me acoges, me arropas, me envuelves mientras me abro camino, me dejas habitar en la mejor sala, me cubres de alabanzas y ofrendas, me confortas y me agasajas. Ya me contienes entero, ya formo parte de ti. Germán, cariño, tu culo es el paraíso, tu culo es un monstruo del placer, tu culo es el reposo al cansancio, la cura a la enfermedad, el hogar donde quemo los leños de mi virilidad, la trinchera donde me protejo de los enemigos.

-Yo no soy yo. Estoy tan loco que no me acuerdo de quién soy. Sí, ya me acuerdo, soy un culo, sólo soy un culo hambriento y juguetón, una posada para tu huésped, un descanso para el reposo.

-¿Sientes cómo mi polla resbala en tu conducto, ahora dentro, ahora fuera, ahora entra, ahora sale? ¿Sientes ese placer inmenso de considerarte lleno del todo? ¿Ves esa luz de plenitud, ese paraíso inexplorable que se abre ante ti? ¿Estás en el cielo, como yo, sintiendo que el culo te va a estallar de sensibilidad? Oh, Germán, cariño, me corro dentro de ti, me corro todo, me vacío por completo, y todo es por tu culpa, porque estás imponente, porque eres tan guapo, tan delicioso, tan fuerte...

-Sí, yo también me corro. Te noto caliente cómo descargas, te noto cómo aceleras y aflojas. Tu polla está viva, bien viva, dentro de mi. No te voy a soltar, no te voy a dejar salir. Eres mío, Ramón. ¡Me coooooorro y eres mío! ¡Ahhhhhhhhh!

-¡Qué pasada! ¿Sabes una cosa, Germán? Nos conocemos desde hace unas horas y parece que fueran años. No sé, macho, me siento muy a gusto, muy cercano. No sé si te pasa lo mismo...

-Claro que sí. No olvides que te he elegido para desvirgarme, y eso tiene mucho valor. Eres el único que me ha lamido el culo, que se ha comido mi leche, eres algo especial. He estado pensando y creo que entiendo lo que buscas. Procuraré dártelo, además de otras cosas que tú no me pides, pero que yo te entregare con gusto.

-Eres un encanto. Me muero porque acabe este mes y pueda estar junto a ti, dentro de ti, dándote afecto, que es algo que se me da bastante bien.

-Bueno, Ramón, te llamo mañana. ¿O debo llamarte Soc?

-Llámame como quieras. Soy tuyo.

Me quedé dormido muy pronto. Como es lógico, soñé con Germán y su descaro, soñé que follaba por teléfono, soñé que Jordi, el chico que aún no tenía rostro, era como Germán, descarado y caliente. Soñé que el rubito se lanzaba a mis brazos, me proponía juegos más sensuales, me robaba a Germán, que se alejaba mirando hacia atrás. Soñé que Jordi me consolaba, me besaba, se metía en mi cama. Sólo sueños. Por el momento.

Me desperté cansado. Desayuné un poco tarde y luego me volví a acostar. A las doce salí a la piscina. El rubito estaba leyendo un libro de aventuras en una mesa de la terraza. La piscina estaba casi llena. Hombres y mujeres que intentaban superar el sofoco. Pocos niños. Algunos, sí, pero demasiado pequeños o demasiado gordos. De pronto las cigarras cesaron su balada, los pájaros su canto, los árboles dejaron de agitar sus ramas. La tierra dejó de rotar. Apareció Jordi. Bellísimo, resplandeciendo como una estrella. Era un chico que cautivaba desde el primer instante. Un rostro bellísimo: nariz dulzona, labios finos pero muy sensuales, ojos verdes, barbilla muy masculina, cejas finas, orejas pequeñas, cuello largo aunque no muy grueso y el pelo, trigueño, peinadamente despeinado, liso pero rebelde, bastante largo. Después un tronco ágil y más bien delgado, pero muy atlético. Ancho de hombros, fuerte de brazos, abdominales marcados ligeramente, cintura lisa, sin marcar estrechez. El trasero muy bien contorneado, en su justa medida, ni muy grande ni muy pequeño, algo respingón, ligeramente abierto y musculoso. Sus muslos esculturales, fuertes y al mismo tiempo delicados, los pies un poco grandes. Mirada muy tierna y transparente, el chico inspiraba bondad y confianza. Su sonrisa permanente invitaba a ser su amigo, a abrazarlo y entregarle todo el amor.

Entró en la piscina con un salto espectacular. Hizo un par de largos y salió por la escalera cercana a dónde yo devoraba mi cerveza fresca lamiéndome los labios. El bañador mojado se pegaba a su silueta, haciéndolo aún más apetecible. En un gesto espontáneo, mirando hacia sus padres, se aflojó la cintura y, apretándola un poco más, se abrochó de nuevo el cordón. No tardé diez minutos en estar con él. Aproveché que fue hacia la barra a comprarse un helado. Yo compré el mismo que él.

-Tú eres nadador, ¿no?

Me miró y me dejó impresionado. La profundidad de sus ojos me había reducido a cenizas. Amplió su sonrisa.

-Ya no. ¿Por qué?

-Por el pedazo de cuerpo que tienes. Eres un auténtico atleta.

Me observó. Abrió un poco más la sonrisa y la volvió a cerrar. Tardó unos segundos en expresarse.

-Practiqué natación hasta los once años. Llegué a subcampeón regional. Ahora practico jockey sobre patines.

-¿De veras? Ese es un deporte minoritario.

-No en Cataluña. Y menos en Vic, de donde yo soy.

Se expresaba en un catalán fresquísimo y vigoroso, distinto del de Barcelona. Me encantaba. Hasta su dicción era como la miel.

-Y ¿cuántos años tienes ahora?

-Trece.

-¿Vas a estar muchos días?

-Todo el mes. Mis padres quieren despedirse o algo así.

No entendí muy bien el sentido de esto último, pero una mueca suya me impidió profundizar.

-Bueno, Jordi, nos iremos viendo por aquí.

-¿Cómo sabes mi nombre?

-Porque soy detective privado.

-¡Venga, hombre!

-¿No me crees? Tu padre tiene un Porsche y tu madre un coche más pequeño, pero le gusta conducir el de tu padre.

-Es verdad, pero lo sabes porque tu habitación debe estar situada sobre el aparcamiento. O me viste llegar ayer.

-Cierto. Y tu madre te llamó para despertarte. Tú dormías en el asiento de atrás.

-Ya. Y tú, ¿cómo te llamas?

-Soc. Aunque si no te gusta me puedes llamar Ramón. Soc es diminutivo de Sócrates.

-Como el filósofo.

-Así es.

Media hora más tarde regresó al agua, y yo le seguí. Allí seguimos conversando. Le conté algo sobre mí y, al saber que soy profesor, se soltó a narrarme anécdotas de su colegio. Estuvimos charlando un buen rato, dentro del agua, y después nadamos un poco. Le dejé que exhibiera todos sus estilos, y yo me conformé con el único que me sale un poco elegante. Después de la comida estaba de nuevo allí. La tarde pasó volando entre charlas, risas y concursos. A las siete y media cerraron la piscina y desapareció. Yo me dispuse a terminar la película que había comenzado el día anterior, pero no me concentraba. Jordi me había arrebatado el sentido común. Era tan bello, tan perfecto, que me había hecho olvidar a Germán. Un mensaje me lo trajo a la memoria: "He conocido a un chico. Tu futuro corre peligro." No respondí.

Los mensajes me cansan enseguida y son una forma de comunicación muy lenta. Bajé al comedor, con la esperanza de encontrar a Jordi. No apareció. Por lo visto sus padres habían decidido cenar fuera. El rubito se acercó tímidamente y me preguntó si quería echar unas partidas. Acepté. Lo miré y ya no me pareció tan guapo. Me dijo su nombre: Oriol. Le ofrecí un caramelo de menta. Miró a su madre, solicitando autorización. Ella negó con la cabeza. Le pregunté luego si no podía comer caramelos. Me respondió que sólo un par por semana. Mi hermana nos interrumpió a media partida.

-Cuando acabes quiero hablar contigo. Quiero pedirte un favor.

Me intrigaron sus palabras, pero no quise dejar al niño solo. Después busqué a Sole y la encontré en la barra. Me contó que le había salido un problema con el salvavidas. A las siete y media había salido con su coche y había tenido un accidente, nada grave. Acababa de llamar desde el Hospital y le habían escayolado un tobillo y el codo derecho.

-Tú tienes tu título en vigor, ¿no?

-Sí, llevo una fotocopia, pero...

-Me harías un gran favor si ocupas el lugar de socorrista unos días, sólo hasta que encuentre a uno profesional, que vendrá de Zaragoza o Barcelona.

Acepté, aunque no me apetecía nada. No por la responsabilidad que el cargo conlleva, sino porque yo estaba de vacaciones, y no venía dispuesto a trabajar diez horas vigilando a bañistas. Me conformé pensando que Jordi y Oriol pasarían mucho rato conmigo, pero debía irme ya al cama, porque a las nueve y media comenzaba mi jornada. Temí que Germán me llamara, así que me adelanté. No fue una llamada erótica. Sólo le certifiqué mi cariño y le conté lo del socorrista. Me llamó chulopiscinas, se rió de mí y luego me mandó un beso. No dijo nada del chico que había conocido, y yo olvidé preguntarle.

El día siguiente estuvo presidido por las presentaciones. La madre de Oriol madrugó mucho: a las 10 y media ya tenía al chico dentro del agua, pidiéndome juegos y distracción. Ella, casi sin expresión, me comentó que era viuda y que estaba buscando pareja, pero que de momento no había encontrado lo que buscaba. Sin que yo le preguntara me contó que había conocido a un hombre que estaba ocupado todo el mes de Julio, y por ello se había decidido a pasar las vacaciones en aquél hotelito. En Agosto pensaba emprender un viaje de una semana junto al recién conocido, pero no tenía dónde dejar al niño. Creo que no disimulaba en absoluto que su hijo le molestaba, incluso en la estancia en el hotel. No sabía qué decirle, qué actividades ofrecerle, y aprovechó que el chaval y yo habíamos hecho migas para cargármelo descaradamente. Lo justificaba simplemente por el hecho que Oriol sufría la carencia de la figura del padre, pobrecillo.

Mientras ella hablaba el chico estaba como ausente, como desconectado. Le acaricié el pelo, sedoso, brillante, lleno de reflejos áureos. Él se acomodó como un cachorrillo y me abrazó por la cintura. A las doce apareció dios vestido de jockey. Llevaba el mismo bañador que el día anterior y una camiseta de su equipo, con su nombre bordado en letras grandes. No es que me sonriera a mí, simplemente vestía esa expresión seductora que siempre llevaba puesta. Me saludó y se acercó, y automáticamente Oriol se pegó a mí, sin soltarse para nada. La mañana transcurrió entre juegos y competiciones, y aunque costó un poco al final los chicos hicieron buenas migas. A las dos el pequeño despareció con expresión tiste. Su madre había contratado una excursión a los lagos. No le apetecía demasiado. Jordi se quedó un rato, y aproveché para alabar nuevamente su figura y preguntarle si no tenía bañador de competición.

-¿Para qué?

-Hombre, porque es mucho más bonito.

-¿Por qué?

-Porque pone a la vista la belleza de los cuerpos. Tú tienes un cuerpo perfecto, que destacará mucho más si luces una prenda pegada a la carne. Seguro que dentro de pocos años las chicas se volverán locas por ti.

-Ya me pasa ahora. Este curso me eligieron el chico más guapo del colegio, compitiendo incluso don los de Bachillerato.

Continuamos charlando un rato, hasta que el adolescente desapareció estrictamente el tiempo que necesitó para comer. Antes de las tres estaba de nuevo a mi lado, luciendo un delicioso Speedo color azul claro, una vestimenta que realzaba su figura hasta hacerme enloquecer. Como a esa hora la piscina estaba casi vacía, no me molesté en disimular mi admiración:

-¡Eres guapísimo! Vas a destrozar montones de corazones.

Extendió los músculos faciales para ampliar su estupenda sonrisa y se sentó a mi lado hasta que terminé con el plato combinado que me habían servido. De postre tomamos el helado de moda y observé cómo chupaba el chocolate bañado de almendra. Mi imaginación se estaba disparando.

A las cuatro vinieron los padres del chaval. El hombre se acercó directo a mí y me dio la mano. Su mujer iba unos metros atrás. Se presentaron y me agradecieron el trato para con el chico, y me explicaron que estaba pasando un momento difícil porque presentía que se iban a separar. Recordé la frase que el día anterior no había comprendido. Se despejaron las dudas: habían pactado una separación pacífica pero aún no estaba claro lo que pasaría con el chico. Ella era ejecutiva y él arquitecto. Jordi estaba mejor con ella, pero el padre disponía de más tiempo dada su profesión liberal. Conclusión: se habían concedido el mes de Julio para decidir los flecos del proceso de divorcio. Me pidieron educadamente que no dejara que Jordi me absorbiera demasiado tiempo, gesto que agradecí, aunque recalqué que no me importaba estar con el chico, puesto que soy profesional de la educación y no supone para mí ningún esfuerzo. Me parecieron buena gente. Tenían que ser muy especiales para haber concebido a una chico tan perfecto.

La tarde se me hizo corta. Jordi y yo no paramos de charlar de casi todo. Se interesaba por mis clases, por mi ciudad, por mis camaradas. No se sorprendió que entre mis amigos íntimos contara con chicos de su edad o un poco mayores. No me preguntó por las mujeres de mi vida. Yo, en cambio, le hice algunas bromas relacionadas con el sexo femenino que provocaron en él un cierto nerviosismo, como de no saber qué responder. En una ocasión unas chicas de unos dieciséis años lo observaban descaradamente. Cuando se lo hice notar se encogió de hombros y no se dignó a girarse a mirarlas. Al terminar mi primera jornada de vigilante de piscinas éramos amigos inseparables. Me preguntó qué iba a hacer en aquél momento, y le respondí que iba a ver una película. Me pidió si podía acompañarme y al cabo de diez minutos estábamos los dos sentados en un sofá del salón del hotel viendo la segunda parte del Señor de los Anillos. La sala estaba vacía, puesto que no disponía de aire acondicionado y hacía un verdadero bochorno. Este verano ha sido inhumano por lo que respecta a las temperaturas, y los hoteles de montaña no están preparados para refrigerar los salones porque nunca les ha hecho falta. Nada más sentarnos se acurrucó a mi lado y yo pasé mi brazo por encima de su hombro, como dos novios. Olía muy bien, muy fresco y natural, así que yo me sentía como en el cielo. Los dos habíamos visto ya el film, de modo que al cabo de media hora dormitábamos sin solución. Yo no me atrevía a moverme por no despertarlo.

Lo observé desde esa singular perspectiva. Su pelo, uniformemente enmarañado, le daba un aspecto espontáneo, desenvuelto, remoto. Su nariz perfecta, sus labios entreabiertos, su pecho tan ancho, sus muslos musculados, su bañador tan pequeño... todo congeniaba para brindarme una exhalación divina. Hubiera permanecido siglos inmóvil sintiendo sólo amor, pero la soledad del lugar me dio ánimos para explorar su intimidad. Con la mano libre desabroché suavemente la cinta. No se inmutó. Sentía su respiración, pesada y relajada, cerca de mi oído, y su pecho se hinchaba lentamente para vaciarse poco después. Metí un dedo bajo el elástico, sólo unos centímetros. No me proponía tocarlo, solamente apartar un poco la tela para ver su interior. Lo hice lentamente, intentando que la velocidad de mi corazón no se transmitiera al brazo. En seguida pude comprobar que no tenía nada de vello púbico. Su piel aparecía lisa y aterciopelada, virgen seguramente a las caricias íntimas. Levanté un poco más y, aunque lo contemplaba con mucho amor, no pude más que experimentar una decepción. No era cuestión de tamaño. No era cuestión de forma, ni de posición. Era un sexo de una gran belleza, pero era el sexo de un niño, inmaduro, inadecuado a su edad. Me quedé un rato pensativo, sin soltar el elástico, hasta que noté el cansancio en la mano que tiraba de él. No acababa de entenderlo. Mejor, no quería aceptarlo. El cuerpo de un precioso adolescente, con todos los ingredientes que lo hacían ya hombre, con un sexo de niño.

Lo desperté pasado un rato, con un beso en la mejilla que recibió sin extrañarse. Sin planearlo, sin querer, había cambiado mi concepto de él: ahora lo trataba como a un niño.

Fuimos al comedor. Sus padres me invitaron a sentarme con ellos, pero decliné la oferta. En la mesa comentó que se había quedado dormido y lo mandaron a acostarse pronto. Cuando ya me iba llegaron la señora y Oriol, con cara de cansado. Le pregunté si quería jugar a algo y sugirió un juego de mesa. Le ofrecí un chicle que rehusó. Su madre no le deja comer. Me contó la excursión sin ningún entusiasmo y nos fuimos a la cama.

Me costó dormirme. Me había quedado impresionado por la contradicción de la naturaleza. Después de horas de reflexión llegué a la conclusión que cada chico tiene su ritmo para llegar a la pubertad, y el de Jordi era, por lo visto, un poco lento. Su cuerpo se estaba desarrollando normalmente pero sus hormonas sexuales estaban de vacaciones. Cuándo asumirían su rol, era un misterio. Después de un primer sueño, hacia las dos, sonó el teléfono. Era Germán. Se había escapado por la ventana de su chalet y estaba en plena juerga con un grupo de jóvenes. Se escuchaban voces femeninas, algunas muy próximas al auricular. Argumenté que estaba destrozado para cortar una comunicación que no me apetecía.

Oriol estaba en primera línea desde muy pronto. Se mostraba muy confiado y atrevido conmigo. Me hacía bromas continuamente, se reía de los niños patosos que jugaban por los alrededores, buscaba el contacto directo con mi cuerpo en todo momento. Yo me reí del medio culo que asomaba cuando salía del agua, a lo que respondió bajándose el bañador por completo y enseñándome una delicia de trasero. Estaba a gusto con el pequeño, pero sufría esperando el momento de reencontrarme con Jordi. No sabía cómo reaccionaría. No tenía por qué cambiar nada: el muchacho no era en absoluto culpable de que su metabolismo fuera lento.

Determiné no pensar más en ello, pero la figura de ese pene infantil y flácido no cesaba de aparecerse en mi mente. Al fin llegó, a la misma hora que el día anterior, y el sol tuvo que competir en brillo. Una palmada en el aire y acercó mucho su rostro al mío, sólo para certificarme que había descansado plácidamente y que me retaba a echar una carrera. Nos lanzamos al agua dejando un extrañado Oriol atrás. Después de la competición nos quedamos en un rincón charlando amigablemente los tres. Pronto se hubieron disipado mis temores. La conversación que manteníamos no era en absoluto infantil. Correspondía exactamente a los temas que surgen espontáneamente cuando estás con chicos de catorce o quince años. Incluso Oriol se adaptaba a esa realidad; yo me negaba a bajar el nivel.

El contacto entre nuestros cuerpos, el roce de piel contra piel, los abrazos espontáneos y frecuentes era la característica que definía nuestra relación. Pero pronto, al final de la mañana, noté en Oriol algo más, algo raro que no sabría explicar. El chaval estaba alto para su edad, su cabeza llegaba casi a mi cuello, es decir, mi vista quedaba justo por encima de su admirable cabellera con reflejos dorados. En los repetidos roces comencé a notar una extraña tendencia a pegarse mucho a mi, pero sobretodo a buscar un contacto directo con mi sexo. A veces era de perfil: su cintura o su pecho rozaban mi polla; otras veces era de espaldas: aunque su culo quedaba más bajo, lo notaba en las ingles y en los muslos; algunas ocasiones era de frente: levantaba la cabeza mirándome a la cara y se pegaba a mí, restregándome su pecho sobre el miembro. No le presté demasiado atención al principio, pero cuando se hubo repetido varias veces me retiré instintivamente, a lo que el niño respondió empujando un poco más. Así que por la tarde decidí explorar ese gesto.

Cuando se acercaba demasiado yo también me apretaba y notaba en el chaval un ligero temblor, algo que, si no tuviera clara su temprana edad, me habría parecido una excitación. Comenzó a gustarme esa proximidad y no la evité. Y así, con naturalidad, siguieron nuestros juegos y transcurrió mi segundo día de socorrista acuático.

Yo deseaba retirarme a mi habitación para descansar un poco, pero insaciables los chicos de su trato conmigo me preguntaron qué iba a hacer. No quise decepcionarlos dejándolos a un lado ahora que me habían tomado confianza, consiguientemente terminamos organizando el visionado de una película, esta vez en un lugar más cómodo donde con poca ropa se hiciera más soportable el calor. Oriol propuso mi habitación y yo acepté con la condición de que los respectivos tutores dieran su consentimiento. Regresó el chico burlándose de su madre, de quién dijo que estaba "cazando". Le pregunté qué víctimas se había propuesto cazar su madre y respondió que habían llegado cuatro hombres que parecían gay.

-Mi madre tiene tantas ganas de hombre que seguro que no se da cuenta –comentó festivamente.

-¿Y tú cómo sabes que son gay?

-Porque se les nota.

-¿Son afeminados?

-Que va. Son machos. Por eso se les nota.

Me parecieron muy prematuras esas observaciones en una muchacho tan joven, e imaginé que alguien habría influido sobre él. Jordi asistió a los comentarios imperturbable, como siempre que se hablaba de sexo.

Busqué en mi maleta una película que no tuviera consecuencias sedantes y hallé una de aventuras. Los efectos no estaban mal, pero el tedio nos invadió de nuevo y como si hubiéramos agotado los temas de nuestras charlas, fuimos abandonándonos al sueño. Habíamos acercado mi cama a la pared y estábamos echados sobre cojines, yo en medio, con los brazos abiertos, cobijando bajo cada extremidad a un chico: Jordi a la derecha y Oriol a la izquierda. Vestíamos solamente bañador, y el contacto de las pieles cálidas, aunque hacía calor, era muy reconfortante. Jordi estaba más erguido, y su cabeza reposaba junto a la mía.

Oriol, en cambio, estaba más tendido, por lo que su testa reposaba sobre mi pecho. Mis manos habían pasado, aún despiertos, del abrazo a la caricia. Al mayor le acariciaba el vientre y el ombligo, al pequeño su tórax pronunciado, deteniéndome de vez en cuando en sus tetillas o alargándome hasta su cuello, donde la nuez comenzaba a marcarse. Era una situación absolutamente casta, puesto que yo ya había decidido que no iba a pasar nada. Simplemente me deleitaba del contacto, de la compañía, de la complicidad, del calor humano.

Dormité un rato y cuando me desperté sentí el goce de tomar conciencia del abrazo. Observé a Jordi, su talle, su ombligo, su paquete, sus muslos. Todo él respiraba paz. Lamenté que la naturaleza lo hiciera aún impermeable a las leyes del deseo. Sentía por él mucho amor. Hubiera querido profanar esa inocencia, propiciar una revelación que el ritmo de su maduración aún no había dictado. Pero concluí de nuevo que no tenía derecho. Nunca he obligado a un chico a hacer nada contra su voluntad. Revisé mi trayectoria de amante. La inmensa mayoría de las veces no había sido el seductor, sino el seducido. Los chavales, en su afán por descubrir rápidamente los misterios que se esconden a sus ojos, son intrépidos y no calculan las consecuencias de sus actos. Acostumbran a camuflar su deseo bajo mil excusas, pero transparentes como son terminan explicitándolo de mil maneras distintas: un roce calculadamente casual, una mirada descarada, un comentario nervioso, una pregunta falsamente ingenua, una exhibición de poder físico... pocas veces a través de la ternura, que es difícil copiar de mundo de los adultos dada su escasez. Sin darme cuenta me encontré pensando en voz alta.

-Jordi querido, ¡eres tan bello! ¡Ha sido la naturaleza tan amable contigo! Te esperan sin duda infinitos placeres, y ya que te quiero deseo que los vivas con pasión y sin traumas. Me encanta cómo respondes a mis caricias, cuando te agarro en mitad de un juego para decirte sin palabras que te amo. Me miras y me abrazas siempre de la misma forma, sin conocer aún la variedad de posibilidades expresivas. O cuando te tiras encima de mí, buscando una falsa violencia, poniendo a prueba tu virilidad naciente, enojándote si soy demasiado condescendiente y te dejo ganar el forcejeo. Desde luego has nacido para el placer: para darlo y para recibirlo.

Afortunado el que comparta contigo los secretos de tu intimidad. Yo no sé si después de este mes te volveré a ver; lo más probable es que no. Pero pienso dedicarte todo mi cariño estos días, loco de envidia del que te posea en el futuro, consciente de que es muy difícil que sea yo. Te imagino con quince, dieciséis años. Dios, si por Elena se hizo una guerra por ti se puede acabar el mundo. Tu sonrisa permanecerá en un altar de mi alma. Tu sonrisa que aún no he visto truncada. Esa sonrisa que quedará relegada por unos momentos cuando tu boca contenga otra boca, o un sexo exultante y agradecido por la inmensa satisfacción de ser envuelto por esa garganta divina.

Una fina lágrima recorrió el camino a mi pecho. No era frustración, puesto que la decisión de respetar la inocencia del chaval estaba tomada con total convencimiento. Era ternura, esa ternura que florece sin avisar cuando eres testimonio de la hermosura de la primavera humana. Oriol se movió un poco, recolocándose en mi regazo lateral. Su mano se deslizó ingrávida hasta depositarse sobre mi polla, cándidamente. Cambié mi vista de objetivo y, al recrearme en ese cuerpo también precioso, la ternura empapó de nuevo la escena. En medio del cuerpo radiante del chiquillo destacaba un bulto incongruente. No podía ser lo que yo sospechaba. Le resté importancia imaginando que podía ser algún pliegue del bañador. Y me decidí a alargar la mano. Oriol suspiró profundamente y se acomodó. Con los dedos seguí el contorno de esa pieza maestra que no podía pertenecer a un niño, dura y rígida, como procurando alejarse de unas bolas caídas y bastante rellenas. Pensé si repetir el atrevimiento del día anterior. Me hubiera encantado valorar con la vista lo que el tacto me insinuaba, para hacerlo más verosímil, pero un movimiento del chaval me hizo dudar de la profundidad de su sueño. Y continué mi perorata.

-Y tú, Oriol, rubio imponente, has visto eclipsado tu fulgor por un astro más brillante, a pesar de que tienes méritos suficientes para lucir por ti mismo. Eres muy guapo y muy fuerte, y dudaría de tu edad si no me la hubieras confirmado. Esos brazos y esa anchura de tórax corresponden a un hombre, y también ese paquete, pero tú, en cambio, sólo eres un niño. Incluso tu cuello tan esbelto y tu voz delatan la naturaleza floreciente que se adelanta. Me encanta cómo te restregas contra mi sexo. Ya habrás notado que bajo la piscina te permito que te excedas. Me has puesto a tono varias veces. ¡Y yo dudaba que aquello que notaba contra mi cuerpo fuera tu polla! No podía creer que tú contaras con algo tan duro. ¡Cómo me equivocaba! Lamento haberte juzgado mal. No te llamaré niño nunca más. Te llamaré muchacho, puesto que el destino ha querido que te llegue la hora tempranamente. Eres, además, un muchacho temerario, sin complejos. Me apetece amarte. Tienes muchos encantos, aunque también sombras. Eres alegre y entregado, quizá demasiado egocéntrico. Te veo demasiado sometido a la voluntad de tu madre, falto de una picaresca que te permita tener oculta parte de tu personalidad, forjarte un carácter que no se base en la dependencia. Eres muy despierto, y creo que a tu edad ya podrías dar señales de esta liberación. O a lo mejor tienes un temperamento paralelo que has sabido esconder a mi vista. Quizá asientes a lo que tu madre manda pero luego haces tu voluntad. No lo sé, Oriol. Tienes que descubrirme más cómo eres en realidad.

No sabes con qué placer te comería esa polla que se dibuja bajo la ropa! La contendría toda en mi boca, junto con tus huevos juguetones. Sé que lo deseas, intentas expresarlo a tu manera. Quizá no sea una gran polla, pero está muy dura. Me la imagino descapullada, húmeda, solicitando las caricias de mi lengua. Te veo con los ojos cerrados disfrutando del momento de adoración. Y esos labios tan bellos, succionadores en celo, los imagino abiertos hasta el desgarre para contener todo mi rabo, rígido y anhelante. Te veo chupando con ganas, juguetón, buscando mi conformidad con la mirada, escudriñando entre mis gestos para encontrar una muestra de deleite, un signo que indique un cambio de tercio, la llave de una puerta abierta a nuevas sensaciones. Tu culo debe ser estrecho y acogedor, cariñoso en exceso. Follarte debe ser una locura, un prodigio de suavidad y presión. Si quieres, sólo si tú quieres, podremos ser amantes. No te lo pondré fácil, cariño. Debes mostrarte más sincero, más cercano. Debes demostrarme que no eres el perrito faldero de tu madre, que no cumples sus deseos ciegamente. Debes señalarme que puedo confiar en ti, abrirme a tus secretos, darme argumentos para que pueda comprender el alcance de tus roces y apretones. ¡Qué labios tan sensuales! Los besaré, y te comeré la polla, y te haré ver las estrellas, pero sólo si tú das el primer paso, sólo si tú dejas claro que lo deseas de verdad.

Sin esperar más, Oriol se incorporó y juntó su boca al bulto que sobresalía de mi bañador. La mano que me había quedado libre acudió a recorrer la suavidad de su pelo con fulgores dorados. Jordi, por su parte, se despertó suavemente, como de puntillas.

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