Testigo de la hermosura (09: Melancolía)

Gonzalo abandona el grupo, pero la primera noche sin él resultará movida y los chicos tedrán que demostrar su grado de responsabilidad.

TESTIGO DE LA HERMOSURA (IX): MELANCOLÍA

Eran las nueve y media cuando me levanté. Jordi llevaba un rato despierto y sonriendo, pero no mediamos palabra. Me siguió hacia el río, donde pretendía desperezarme. La escena con Oriol dormido y la charla con Gonzalo me habían importunado un poco, y no quería hablar sobre ello. Como un perrillo, mi chico repitió cada uno de mis pasos, y al final, cuando me disponía a recoger algunos restos de comida que las hormigas devoraban, se plantó ante mí, con mirada inquisidora. Estaba serio, pero a punto de sonreír al primer signo de atención.

-¿Qué pasa? –pregunté al fin.

-Eso digo yo. Estás raro.

Había estado desviando la mirada los últimos cinco minutos, sin darme cuenta de que el chaval lucía una erección muy interesante. Se tocó impúdicamente.

-Ven aquí.

Degusté su aliento matinal, fresco como siempre. Me estaba acostumbrando a abrazarlo por la zona de las costillas, y por lo visto le gustaba mucho, porque se contorneaba de placer cuando lo acariciaba. Su piel dulcísima resplandecía de frescor. Nos tendimos en el pasto, ligeramente húmedo de rocío. La suavidad de sus testículos invadió mi boca. Con la lengua los retorcí y los babeé. Él se estremecía de gusto, descansando sobre mi brazo que aún rodeaba su espalda. Su polla me acariciaba las mejillas, llamando la atención sobre su existencia. Pronto la absorbí, reforzando mi sensación de ternura. El glande se erguía presuntuoso, y me llegó a rozar la úvula con facilidad. Sentí añoranza de su sabor exótico y recuperé el contacto con la lengua, el apéndice mejor pensado para ofrecerle adoración y fervor. Al poco se liberó de mi abrazo y me rodeó con su cuerpo. Se había cerrado sobre si mismo alrededor de mi cabeza, centrada en que la boca desgastara la firmeza del tallo de su pene. Éste se mostraba cada vez más exuberante, generoso y vitaminado, empeñado en crecer a marchas forzadas. Su grosor estaba lejos aún del habitual para los adolescentes, pero ya no parecía la polla de un niño, más bien una pequeña polla de adolescente.

Se incorporó de pronto para mirarme, como si hubiera recordado algo importante. Observó que mis ojos esperaban una explicación y comentó con voz acaramelada:

-Me apetece follarte. ¿Vale?

-Lo que tú quieras.

Mi asentimiento era receloso. En mi mente se había grabado el sexo exquisito de Lalo engullido por la ansiosa boca de Oriol, y la palabra follar me transmitía, ahora, deseos de conocerlo en mi interior. Pero traté de olvidarlo, porque la golosina que se me ofrecía era de lo más elegante. Me revolcó y me colocó boca arriba. Alcé las piernas maquinalmente, y su aguja atravesó la entrada sin oposición. En seguida se acurrucó sobre mi pecho sin dejar de bombear, provocándome un escalofrío con el contacto de su carne fresca. Sus huevecillos chocaban contra mí como intentando participar en la fiesta, y yo los imaginaba con vida propia, saltando alegres y juguetones. Cerraba mis carnes para acariciar con delicadeza el miembro del chaval, y la verdad es que su follada poco tenía que envidiar a las de los sementales más dotados. Además, en cariño nadie podía ganarle; el chico era como un pastelillo derritiéndose. Imprimía un ritmo ágil a la embestida, contrastando con su actitud habitualmente pausada, pero la velocidad obedecía a un motivo que enseguida descubrí. Unos imperceptibles ecos revelaban que el pequeñajo se estaba despertando, y no tardaríamos en tenerlo entre nosotros.

Jordi estaba totalmente concentrado en la penetración. Su rostro, enmarcado por leves reflejos del sol creciente, se comprimía en muecas que denotaban su esfuerzo. La boca bien abierta, tomando aire a cada momento, jadeando silenciosamente al ritmo del pubis, las mejillas sueltas, los labios apretados, los ojos casi cerrados, huyendo de las distracciones que la vista podía proporcionar. Observarlo era parte del ceremonial. Sentirlo, un verdadero placer. Se corrió entre gemidos afianzados sobre la mayoría de vocales, sin ofrecer palabra inteligible, arrojando fuera de si todo el empuje de que era capaz, mostrando la furia hasta la última gota de semen mientras enarbolaba mi polla que lo saludaba satisfecha.

Fue muy oportuno. Se corrió la cremallera de la tienda y se acabó la calma en el lugar. Oriol apareció gritando y saltando, con su jerga repetitiva pero siempre ocurrente. Pensaba que se iba a abalanzar sobre nosotros, pero saltó por encima y buscó unas matas próximas para vaciar la vejiga. Cuando terminó, nos miró como si no nos hubiera visto antes. Se justificó:

-Tenía tantas ganas...

-¿De mear?

Jordi lo había preguntado acompañando sus palabras con un movimiento de caderas. Su polla estaba aún dentro de mí, y su inquietud me provocó un suspiro. De un saltó, Oriol se plantó a nuestro lado.

-¡Y también de follar! Déjame...

Casi arrancó a Jordi de su posición privilegiada. Mirándome a los ojos con malicia se clavó. Sabía ya muy bien dónde colocar la punta. Tiré de Jordi para acercarlo a mi boca. Deseaba comerle el culo, y, como si modelara su cuerpo, se lo indiqué. La mayor ternura del mundo se brindaba a la adoración. Mi lengua estaba dispuesta, y supo catar hasta la mínima esencia todos los matices de su dulzor. Profané su fragilidad con lengüetazos ansiosos hasta quedar exhausto. Primero la punta, luego toda plana, la lengua buscaba el roce del gourmet, la captación de todas las tonalidades del sabor, el disfrute del conocedor experto. Cada vez más felino, Jordi se contorneaba abriéndose más y más.

El rubito se reía mientras resoplaba. Su fuerza perforadora se parecía mucho a la de Jordi, no así su ademán, siempre travieso, que convertía sus folladas en explosiones de buen humor. A saber lo que pasaba por su imaginación, algo excitante, seguro. Me agarró la polla y comenzó a masturbar. Paró y con la punta del dedo se quedó con mi floración primera. Luego siguió balanceando la piel del prepucio, con actitud más exploradora que tumultuosa. Como si se tratara de uno de esos polvos rápidos antes de acudir al trabajo, se concentró y liberó su leche dentro de mí a los pocos minutos. Yo seguía en la gloria absorbiendo los pliegues mágicos del trasero amado. No me sentía muy excitado, quizá las emociones me habían adormecido la libido. Estar pegado a los chicos ya no tenía secreto, ya no había lugar para el juego de conquistarlos. Se entregaban con más ánimo incluso que yo, y sólo se trataba de inventar nuevos esparcimientos para no caer en la rutina.

Terminada la actividad, Oriol se alzó y tanteó a Jordi para la lucha. Éste se derretía con mis lamidas, y no quería separarse de mi cara. Pero de un tirón del pequeño abandonó su puesto y me levanté para mirarlos. Mesuraban sus fuerzas sin control, sin ninguna norma que regulara sus acometidas, rodando por el suelo cada vez que se encontraban. Una vez que se fatigaron, adoptaron una posición opuesta, con las piernas enlazadas. Eso me sugirió una novedad.

-Chicos, quedaos así. No, mejor, vamos a hacer una tijereta.

-¿Qué es eso? –preguntaron intrigados.

-Una posición muy interesante. Veréis: tú te colocas así, y tú abres las piernas así...

Los fui colocando hasta que quedaron boca arriba, con la piernas muy abiertas, rozándose entre si, y con el ano bien abierto hacia el sol. Pretendía que sus dos ojales se acercaran tanto como fuera posible, y dada la elasticidad de sus cuerpos jóvenes llegaron a tocarse.

-¡Quietos!

Me arrodillé y les besé los huevos. Ingrávidos, no sabían qué dirección seguir hasta que los conduje hasta mi boca. Después bajé la lengua hasta sus delicias, y comencé a lamer alternativamente uno y otro culo. Les gustó la sensación. Les gustó tanto que acercaban sus posaderas forzando el tronco, abriendo las piernas y ayudándose con los brazos. Llegó un momento que mi lengua abrazaba los dos nidos a la vez. Ellos notaron la maestría del momento, y me animaban a seguir buscando la compenetración. Yo estaba mucho más animado. Chupar el culo me vuelve loco, pero ¡ahora estaba chupando dos! Mi lengua agradecía el regalo, fiel al ritmo que me dictaba mi conciencia. Los dos sabores se entremezclaban, tiernos ambos, sin llegar a perder su identidad.

Me alcé y me coloqué sobre ellos, boca abajo, perpendicular a sus troncos. No quería penetrarlos, sino provocar una fricción compartida a la puerta de sus anos: imaginar que los follaba a los dos a la vez. El roce era tremendamente placentero y no tardó Oriol en solicitar que, por favor, entrara en su interior. Jordi, más silencioso, alzaba la cabeza para admirar la gesta, como si el contorsionismo resultara inverosímil. Pero no los follé. Penetrar a uno significaba abandonar al otro, y como lamer es una de mis aficiones favoritas retorné a saborear esos rincones cargados de lubricidad que el sentido del gusto aprecia fervientemente. Me apetecía correrme así, disfrutando del contacto íntimo y compartido de mis dos ángeles, pero un comentario me cortó.

-Joder, vaya circo.

Era Lalo. Había pasado por nuestro lado, había tomado la toalla que colgaba de un arbusto y se había dirigido al río. Si levantaba la vista sin dejar el contacto lingual podía verlo, a unos diez metros, cómo se aseaba. Se colocó de espaldas a nosotros, y empezó a echarse agua por encima, como en una improvisada ducha. Cuando se agachaba para recoger el líquido con sus manos se le veía la ligera sombra lampiña de su ano, esa delicia inexplorada que yo quería conquistar. Sin dejar de lamer y disfrutar los bálsamos afrodisíacos de mis chicos, imaginé que chupaba con absoluta adoración el culo de Gonzalo, ese hoyo que ya no era un secreto para nosotros, pero que se reservaba para alguien más afortunado, quizá su tío, quizá otro hombre, quizá...

Me corrí violentamente sobre el suelo. Me dolía el cuello de forzarlo para observar la figura atractiva del madrileño refrescarse sin dejar de amar los culos de mis cachorros. Gocé un montón, pero me quedé con la ligera frustración de ver colmado el placer sin vencer el deseo. Por un momento me pasó por la cabeza que el culo de Gonzalo debía ser mío, aunque él no lo autorizara. Y la escena circuló ante mis ojos, producto de la imaginación: el chico durmiendo boca abajo, yo separando sus nalgas, mi lengua envuelta por el delirio de lamer el fruto prohibido. Un gemido de placer y una sustanciosa corrida. Después me enojé conmigo mismo. Sería una profanación imperdonable.

-¿Viste el numerito? –preguntó Oriol a Gonzalo, cuando regresó a nuestro lado.

-Sí -respondió intentando mostrarse frío-. Muy interesante.

El tono irónico dejó preocupado a Jordi. Oriol no le hizo mucho caso. Con la misma seriedad, Gonzalo ordenó:

-Ir a asearos. Yo prepararé el desayuno.

Lo dijo mirándome a mí, como un reproche. Yo no podía sentirme culpable de disponer de dos muchachos para disfrutar. Al contrario, me consideraba muy afortunado. Si su situación era deprimente por falta de carne de su agrado, no debía culparnos a los demás. Su marcha estaba ya pactada, no hacía falta que se mostrara enojado. Quise hacérselo entender con una mirada, pero no encontré sus ojos.

Nos duchamos con el mismo método que el madrileño y volvimos al comedor, las cuatro piedras colocadas en círculo. El cocinero se había puesto un slip.

-Estás haciendo trampa –observó el rubito.

-No. Es que me voy –respondió secamente.

-¿Te vas? –preguntaron los dos a la vez.

-Sí.

-¿Te hemos ofendido en algo? –inquirió Jordi, con voz desolada.

-No. Simplemente es que este no es mi sitio.

-¿No estás a gusto? –insistió Jordi, algo nervioso. Oriol no reaccionaba.

-Claro que estoy a gusto. Pero debo irme.

Yo deseaba intervenir, pero me pareció mejor contenerme.

-Es por la chica esa –afirmó el pequeño, al fin.

-En parte. Y por otras cosas. No quiero interrumpir.

-Tú no interrumpes! Eres de la familia –contradijo el rubito.

-Yo no soy como vosotros. Ni siquiera tan caliente. No hacéis más que pensar en el sexo. Y mientras tanto, yo, perdiendo oportunidades...

Todos callamos. El río rugía a pocos metros.

-Eres un cobarde –soltó Oriol, aparentemente irreflexivo-. Está huyendo.

-Huyendo, ¿de qué?

-De nosotros. De tu destino –respondió el pequeño, como en un reproche.

Todos estábamos admirados de su razonamiento. Hablaba en serio, sin matiz de burla en su tono de voz. Continuó.

-Sabes que si te quedas terminarás follando con nosotros. Con los tres.

Lalo soltó una risotada nerviosa. Quería significar una burla, pero brotó amarga. Bajó la cabeza.

-Me da igual lo que penséis de mí –dijo al fin.

-Oriol, el destino de Lalo se llama Laura –intervine-. Hay que comprenderlo y apoyarlo. ¿De acuerdo? Él nos aprecia y está a gusto entre nosotros, pero mientras tanto está perdiendo un tiempo precioso. Ponte en su lugar.

El guerrero me miró agradecido. Jordi se levantó de su piedra, dejó el pan en el suelo y se abrazó al madrileño, que lo recibió amablemente. Los dos efebos abrazados enternecían el alma. Oriol estaba cabizbajo, a punto de llorar. Al final, se incorporó al abrazo. Se sentó en el regazo de Lalo y apoyó su cabeza en el hombro del mayor. Jordi se separó un poco.

-Es que yo... yo... te quiero –apuntó entre sollozos.

Gonzalo lo abrazó más fuerte, escondiendo el rostro del rubito para que no lo viéramos llorar.

-No decías que nunca te emocionabas? -le dijo al oído.

-Bueno, chicos, Gonzalo se va a mediodía. Vamos a tener toda la mañana para estar juntos. ¿Qué os parece si vamos a escalar un rato? Ayer vi unas rocas, río abajo, no muy lejos de aquí...

-¿Sólo hasta mediodía? –se lamentó Jordi-. ¡Pero si son más de las diez!

-Tenemos tres horas.

-Vale, nos vamos a escalar –se animó el pequeño-. Pero sin ropa.

Y ya estaba tirando de los calzoncillos del madrileño, que se rindió ante la insistencia.

La cordialidad rigió el tiempo que quedaba de la mañana. Oriol estuvo muy tierno y nada pesado. Todos buscaban la excusa para el abrazo sensible y caluroso. Lalo recibió un homenaje que tardaría en olvidar. Pero llegó la hora. Nos encaminamos hacia la tienda y le ayudamos a hacer el equipaje. Se vistió con los shorts del Aneto y una camiseta blanca, pegada al tórax.

-Estás tan guapo vestido como desnudo –afirmó Oriol admiradamente.

-De verdad que eres muy atractivo –confirmó Jordi.

-Me voy a sonrojar... No, ¡que va! Os voy a contar un secreto. Cuando tenía ocho años me prometí a mí mismo que sería un tío bueno. Y pienso cumplirlo. Quiero que todas enloquezcan a mi paso.

-Y todos.

-Bueno, eso... ¿Nos vamos?

Fuimos hacia el coche. Iban a montar todos, así que tuve que explicar que no podíamos dejar el campamento solo, que sería un momento, que regresaría en seguida... Lo aceptaron al cabo de un rato de insistir. Jordi se abrazó al guerrero y no lo soltaba. El madrileño, un poco más alto, frotaba su mejilla sobre el pelo alborotado del nadador.

-Siento que tengas que irte, pero me tranquiliza el hecho de que somos amigos- dijo Jordi, con voz serena-. Eres mi mejor amigo.

-¿Y no le vas a dar un beso a tu mejor amigo? –se ofreció.

Jordi se lo pensó un rato. Oriol mantenía las distancias. Finalmente mi chico rozó la mejilla de su amigo con los labios. El otro le dijo algo al oído. Se buscaron la boca y se besaron apasionadamente. Por la posición de los labios se diría que la lenguas participaban de la efusión. Se separaron sus cuerpos pero sus brazos se alargaban para mantener el contacto. Después Lalo agarró al pequeño y lo alzó del suelo. Le dio un par de besos en la cara y después buscó su boca. Oriol estaba preparado para ofrecerle un morreo inolvidable, que el mayor recibió cordialmente. Cuando se separaron, el chico exclamó:

-Eres la leche.

-La leche que tú tienes es lo que yo quiero. Fóllate a esa tía que después voy yo.

-Ja, ja, ja.

-¿Sabes lo primero que haré cuando te vayas?

-Ponerte a llorar.

-No. Hacerme una paja a tu salud.

Los primeros momentos del viaje transcurrieron en silencio. Habían sido muchas emociones. Yo esperaba algún comentario, que no llegaba. Lalo acabó poniendo música. Sonó Haendel en el disco de Jordi

-Vaya, todo se confabula para una despedida tiste –dijo al fin-. De qué habla esta canción?

-Es curioso. Una de las melodías más geniales que se han escrito jamás y tiene un texto vulgar y soso. Está dedicado a un plátano. Ya sabes, ese árbol tan típico de las ciudades. Un aria tan bella debería dedicarse a un chico, tierno, suave y amable.

-O a una chica.

-O a una chica –confirmé.

-¿De qué compositor es?

-De Haendel, un músico irregular, a veces demasiado comercial. ¿Sabes? En el mundillo musical se dice que la prueba de la existencia de Dios es que Haendel compuso el Mesías . Un músico vulgar, capaz de concebir una obra tan extraordinaria... solo es posible con la ayuda de Dios.

-Estoy aprendiendo mucho contigo. Creo que saber todos esos detalles te hace disfrutar más la música.

-Claro. Te permite profundizar más, te proporciona elementos de análisis, sentido crítico...

No dialogamos más. Un poco más tarde, cerca ya del hotel, repasamos lo que habíamos pactado. En el aparcamiento había gente, por lo que esperó un rato para salir. Me miró, observó alrededor e hizo una mueca de incomodidad.

-Debo marcharme ya.

Le di la mano. Estaba seguro que si no hubiera habido gente cerca me hubiera besado. Mis cachorros habían tenido más suerte.

-Te vamos a echar de menos.

-Y yo. ¿Algún consejo?

-Sólo uno. Sé tú mismo. Tienes suficiente atractivo para seducir sin necesidad de mostrarte artificial o sofisticado. Algo que las chicas no soportan es a los chicos creídos. Sobre todo si no tienen nada que creerse.

-No es mi caso.

-Viva la modestia.

Se le iluminó el rostro. Lo vi alejarse. Cuando se dio la vuelta me pilló mirándole el culo. Los dos sabíamos que eso sucedería, así que sonreímos. Se despidió con un gesto. Yo tenía los testículos en ebullición. Sabía que no había otro camino, y además habíamos planeado cosas excitantes, pero el deseo me mataba. Pensé que quizá había sido mejor obviar el morreo que me debía.

Dejé mi coche a unos doscientos metros del campamento. Quería sorprender a los chicos, pero el sorprendido fui yo. A medida que me iba acercando más me extrañaba no haberlos encontrado aún. Estaban dentro de la tienda. Me quedé a una distancia prudencial para escuchar sus comentarios.

-Ya tengo ganas de volver a verlo –decía Oriol.

-Y yo. Yo creo que nos quiere. ¿No?

-Claro que nos quiere. ¿No te fijaste en cómo te besaba? Te abrazaba por la parte baja de la espalda, y si el morreo dura más, yo creo que te toca el culo.

-¡No exageres! A ti sí que te toca el culo. Y a ti te ha morreado más tiempo.

-Es que yo no lo dejaba soltarse. Me encanta su boca. Te has fijado en que tiene los dientes perfectos?

-Sí, muy grandes. Podría hacer un anuncio de pasta de dientes. Y se va por una tía.

-Por una piba, como dice él.

-Oriol, ¿tú serías capaz de follar con una tía?

-Claro. Pero me gustan más los tíos. Me encanta hacerlo de escondidas, tener que disimular, que te puedan pillar...

-Un día te van a pillar.

-¿Y qué me va a pasar?

-A ti, nada, pero al pobre que esté contigo, si es mayor de edad...

-Se me está poniendo dura.

-¿Hablar de que te pillen te la pone dura?

-No. Estoy pensando en Gonzalo. En su culo.

-Yo también. Desde que nos desnudamos no he parado de mirárselo. Me encanta.

-Yo quiero follarlo. O chupárselo. Tiene que estar delicioso.

-Pues lo llevamos claro. Quizá ahora ya esté a abrazado a esa chica que tanto le gusta.

-¿Tú crees que se ha marchado por la chica?

-¿Por qué, si no?

-Por mi culpa.

-Hombre, eres un poco pesado, pero no hay para tanto.

-No, es por algo que le he hecho esta noche.

-¿Qué le has hecho?

-Se la he chupado.

-¡Venga!

-Te lo juro. Me he deslizado por los pies de Sóc, me he metido bajo su saco y le he tocado.

-No me lo creo. ¿Y no se ha despertado?

-No. Se la he puesto dura en muy poco tiempo. Y como estaba boca arriba, no me ha costado nada chupar. Está buenísima, casi tan grande como la de Sóc.

-¿Y qué has sentido?

-Me he hecho una paja mientras se la chupaba. La he comido casi toda, bueno, más de la mitad. Si me la tragaba entera se movía un poco, como si fuera a despertarse. Tiene el capullo muy grande y duro, y le salía ese líquido de antes de correrse.

-Eres un cabrón.

-Tienes envidia.

-Pues claro. ¡Y cómo lo sepa Sócrates!

-Él tambien se muere de envidia.

-¿Y piensas que Lalo lo ha notado?

-Yo creo que sí. Le manché el saco cuando me corrí.

-El saco es de Sóc.

-No, no es por el saco. Después de correrme he apoyado mi cabeza sobre su estómago, como si fuera una almohada. Ni se ha movido. Así que me he acostado sobre él, y me he metido la polla otra vez en la boca.

-Y te has quedado dormido así?

-Sí.

-Eres un cabrón. Lo que pagaría yo por eso.

-Pero cuando me desperté ya no se la chupaba a Lalo.

-¿No?

-Se la chupaba a Sóc. Y yo no recuerdo haberme cambiado de posición, así que deduzco que Lalo se debe haber dado cuenta y me ha echado hacia el otro lado. O quizá se ha dado cuenta Sóc, que ya sabes que es su fiel guardián.

-Como tiene que ser. Es que te pasas mucho con el chaval.

-Venga, hombre. Tú sabes que yo le gusto. O quizá le gusta lo descarado que soy.

-¿No crees que Sóc tarda mucho?

-Quizá se lo está follando. ¿Te has fijado cómo se le cae la baba?

-No hay para tanto.

-Porque tú estás enamorado y no quieres verlo. Sócrates está loco por Gonzalo. Y si sabe que se la he chupado se morirá de rabia. Aunque, a lo mejor, ahora se la está chupando. Por eso tarda tanto.

-No me importaría. Al contrario, me encantaría ver cómo follan los dos.

-La tengo a reventar. Mira.

La pausa en el diálogo me hizo suponer que usaban la boca para otros menesteres. Me acerqué sin hacer ruido, calculé la posición del sol para impedir que la sombra delatara mi presencia y miré a través del respiradero. Jordi absorbía diligentemente la polla del pequeño, que se metía un dedo en el culo.

-Sabes, le he prometido a Lalo que me haría una paja a su salud.

-A mí también me apetece. ¿Cómo nos la hacemos?

-No sé. Cada uno dice lo que se le pasa por la imaginación.

-Vale. Yo pienso en el día del Aneto. Cuando nos sentamos al borde del glaciar, y él se agacho para buscar las bebidas. Me di cuenta de que no llevaba calzoncillos. Se le veía el agujerillo, delicioso. Me hubiera abalanzado sobre él para chupárselo y luego follarlo.

-Yo le hubiera roto los pantalones, y así hubiera continuado la ascensión hacia el pico. Como él iba delante, ¿te imaginas pasarse todo el rato siguiendo a su culo? La subida habría sido más rápida. Y en la cumbre, lo celebramos follando. Le hubiera metido la lengua en el culo mientras le cascaba la polla.

-Ya se la metiste, pero en la boca.

-El morreo guapo fue el de ayer, cuando tú estabas con Sóc. Se quedó admirado de mi estilo.

-Ya me di cuenta. ¿Y no te gustaría que te follara?

Los chicos se habían abrazado y se manoseaban respectivamente. Sus mejillas se tocaban y sus miradas se perdían en algún punto concreto del techo de la tienda.

-¡Me volvería loco!

-Pero nunca lo ha hecho.

-Da igual. Así le enseñaría cómo hacerlo.

-Me parece que no le haría falta. Seguro que sabe perfectamente cómo hacerte disfrutar.

-Mira, esta noche estuve a punto de sentarse sobre su polla.

-Como hiciste con Sóc el otro día. ¿Qué te lo ha impedido?

-Se movía, como si se fuera a despertar. Pero yo me lo imagino. Me voy tragando poco a poco su polla tremendamente dura sin dejar de mirarlo. Él no puede disimular que le gusta un montón. Como mi agujero es estrecho, su polla se pone cada vez más dura, hasta que la tengo toda metida. Yo me paro y le acaricio el estómago y los pezones.

-Lo haces para impacientarlo.

-Claro. Está dentro de mí pero tiene ganas de sentir más. Por eso yo juego con él, para que se muera de ganas.

-Yo haría lo mismo. Y cuando esté a punto de protestar, comienzo el mete-saca. Primero muy suave. Luego más rápido. Y no le dejo participar. Me follo yo solo, sin dejar de mirarle sus ojos color miel.

-Yo haría el recorrido corto, sin llegar al fondo. Y cuando llevara un rato, me la clavaría hasta los huevos. Sería una sorpresa para él y se volvería loco de placer. Pero no creo que aguantara mucho rato.

-¿Eh?

-En esa posición. A Lalo le gusta mandar. Seguro que enseguida querría encontrar su ritmo.

-Claro. Ahora que ya conoce el placer de estar dentro, me agarra por la cintura y cambia de posición. Me coloca de espaldas al suelo, patas arriba, y me folla despiadadamente, sin ningún control, entrando y saliendo como un loco.

Ya no pude más. Borbotones de semen acudieron a celebrar ese momento de imaginación. Tuve justo el tiempo para comprimir mi polla e impedir manchar la tienda. El suelo recogió mi abundante corrida. Pero los chavales continuaban.

-Yo no creo que Lalo sea un bruto. Más bien tiene que follar suave. Seguro que se divierte cambiando el ritmo a menudo. Primero folla lento, que casi te dan ganas de animarlo. Después, cuando no te lo esperas, comienza a acelerar y se clava a fondo, echando el peso de su cuerpo sobre mí, abrazándome con sus brazos fuertes, buscando mi boca para que lo bese en profundidad.

-¡Qué pasada!

Los brazos de los chicos se habían intercambiado. Sus cuerpos estaban casi soldados, pero ahora cada uno cascaba su propio miembro. Las pollas estaban divinas, rotundamente rígidas, exhibiendo el brillo de sus glandes a ritmo del vaivén de sus manos. Tenían los ojos cerrados, forzando la imaginación hasta confundir sus sentidos. Oriol abandonó el abrazo de mi chico para meterse algunos dedos en el culo, tres, por lo menos. Jordi, en cambio, usaba su otra mano para contener sus huevecillos, pero abría las piernas compulsivamente implorando una polla en su interior. Su ano caliente se ofrecía atractivo, reclamando una presencia que deseaba con tanto ardor como yo.

-Oh, Gonzalo, ¡qué deliciosa está tu polla! –gritó Oriol.

-La quiero toda, enterita, hasta el fondo, así, Gonzalo, fóllame diez veces al día, mientras Sóc me mete su polla en la boca, o mejor, me vais follando alternativamente, y me trago tu leche, y tu lengua, y tus huevos, y...

-Eso, me folla Lalo y viene Sóc y también me folla, me trago las dos pollas en mi culo, y casi reviento. Mi culo se vuelve loco tragando polla. Y tu me metes el culo en la boca, y te chupo los huevos, y la polla, y se corren los dos dentro de mí, follándome, y tú dentro de mi boca. Y estamos así horas y horas, y nos corremos seis o siete veces, y nos revolcamos envueltos en leche, y lo chupamos todo... ¡Dios, que me muero de gusto! ¡Oh, oh, oh, ay, ay, ay ay!

-¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh! Gonzalo, quiero tu polla, quiero tenerte dentro, y quiero follarte ese culo genial, chuparte esas nalgas tan fuertes, correrme en tu boca y besarte y besarte, sentirte dentro y a la vez otras pollas a mi alrededor, en mi boca, corriéndose sobre mi pecho, y Oriol viene y se mea encima nuestro, y todos nos reímos sin dejar de follar, y Sóc se folla a Lalo mientras él me folla a mí... ¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh!

Se miraron los chicos después de tan sonoras corridas. Se sonrieron y se besaron mientrras yo me corría por segunda vez observándolos. Se agachó Oriol y lamió el vientre de mi chico, impregnado del sabor particular de la leche juvenil. Después, Jordi lamió la crema del pequeño, y volvieron a intercambiar sus fluidos en un beso largo y profundo. Se abrazaron y se lamieron los sexos, y se rieron de sus propias ocurrencias.

-¿Tanto te gusta Lalo? –preguntó al fin el nadador.

-Te juro que todo lo que he dicho es verdad. Me muero por follar con él. Y tú, eso de que me meo encima tuyo, ¿lo decías en serio?

-No se. Se me ha ocurrido cuando te he visto salir corriendo a mear esta mañana. ¿Nos damos un baño?

Me aparté de la tienda rápidamente. Disimulé como pude y, cuando salían, aparenté que llegaba.

-Sí que has tardado –reprochó Oriol-. A ver... vienes sudado. Has estado follando con él.

-No digas tonterías. Hace mucho calor. ¿Ibais a bañaros?

Los abracé y besé cariñosamente. Jordi se quedó sujeto a mi cintura.

-Estábamos hablando de Lalo –aclaró-. Tú, ¿qué sientes por él?

-¿Qué siento? Lo quiero, como a vosotros.

-¿Y sexualmente?

-Me encantaría follarlo. No sólo porque está muy bueno. También porque lo aprecio, porque lo quiero. El sexo no es sólo un juego, es una forma de demostrar el cariño.

-Nosotros también queremos demostrarle nuestro cariño –aseveró Oriol.

-Sobretodo tú, que vas loco por su polla.

Le pegué una palmada en el culo.

-Oléis a semen. ¿Habéis estado follando?

-Nos hemos echo una paja a la salud de Lalo -aclaró Jordi-, diciendo en voz alta lo que nos apetece hacer con él.

-Me lo imagino. Casi lo mismo que yo haría.

-¿Por qué crees tú que se resiste tanto? –preguntó, de repente, el rubito- . Yo creo que tiene tantas ganas como nosotros.

-No lo creo. Hay que darle tiempo. De momento, tiene claro que es heterosexual. Y a pesar de ello se presta a algunas escena de ternura con nosotros.

-¿Llamas ternura al morreo que le di ayer? –inquirió Oriol.

-Sí. No te equivoques. La debilidad que siente por ti no tiene nada de sexual. Hay que darle tiempo, ya os digo. Fijaros que la calidez de la despedida de hoy ha sido espontánea, ha salido de él.

-¿Y cómo se ha despedido de ti? –se interesó Jordi.

-Muy mal. El parking del hotel estaba lleno de clientes y se ha cortado. Pero con una mirada nos hemos entendido. Es muy listo. Y cuando se iba alejando se ha dado la vuelta de repente.

-Claro, sabía que le estabas mirando el culo –dijo Oriol, con toda naturalidad.

-Y yo sabía que él sabía que le estaba mirando el culo, así que esperaba que se girara.

-Yo ya lo echo de menos –se lamentó Jordi.

-Y yo.

-Yo también, pero vamos a divertirnos los dos días que nos quedan.

-Y follaremos –añadió el pequeño.

-También.

Las horas de la tarde se sucedieron lentamente. Todos teníamos un peso sobre nuestras conciencias y echábamos de menos al madrileño, fuera por su belleza, fuera por su ternura, por su simpatía o por su comprensión. Hacia las seis ensayamos el dúo de Delibes. Los cachorros estaban nerviosos pero muy centrados, y la perspectiva de contar con Gonzalo entre el público aumentó su interés. A Oriol se le ocurrió ampliar el repertorio con la Barcarola de Offenbach, que tanto gustaba al guerrero, aunque le producía tristeza. También la ensayamos, y el resultado era esperanzador. Jordi preguntó de dónde sacaríamos la orquesta, y yo me ofrecí para acompañar al piano. Luego ellos se fueron a bañarse mientras yo intentaba cazar al dictado las notas de la orquesta para escribirlas en una improvisada partitura, formada por líneas paralelas escritas sobre la parte posterior de un parte amistoso de accidente. Absorto en esta tarea, no me di cuenta de que alguien se acercaba. Sentado en el asiento del piloto, podría disimular mi desnudez. Era un hombre, y venía directamente hacia la ventanilla. Llevaba una garrafa de plástico.

-Buenas tardes. ¿A buscar agua?

-Sí. La de la fuente del Silo es muy buena para los riñones.

-Ah, sí? ¿Está muy lejos la fuente?

-No, aquí al lado, en un recodo del río. Yo pensaba que habían acampado aquí porque estaban cerca de la fuente.

-No, ignorábamos su existencia.

-Por cierto, son suyos esos niños?

-Sí. No se extrañe de que vayan desnudos. Es que practicamos el nudismo.

-No, si ya lo veo. Lo que no es muy normal es lo que están haciendo.

-¿A qué se refiere?

-No, véalo usted mismo.

Dirigí la vista hacia las cuatro piedras y vi a los chavales practicando un 69.

-No les haga mucho caso –improvisé-. El psicólogo me ha recomendado que no los corte demasiado, que se pueden traumatizar.

-Usted sabrá lo que hace. Son sus niños. Pero me parece a mí que eso no es muy normal.

-Mejor eso que tirarles piedras a las vacas, ¿no? –respondí buscando su complicidad.

Pronto me sentí como un estúpido. Me miró el sexo y se fue. Advertí con un grito a los chavales, que ni siquiera se habían percatado de la presencia del extraño.

A medida que atardecía aumentaba nuestra pesadumbre, así que no quedaba otro remedio que levantar el ánimo con caricias atrevidas, que condujeron rápidamente al sexo. El campesino había regresado al cabo de un cuarto de hora, y nos había encontrado jugando a las cartas inocentemente. Oriol proponía pues repetir alguna de las posiciones experimentadas, pero yo preferí probar algo nuevo. Un buen masaje lingual en el ano le dilató la abertura como para poder percibir nuevas sensaciones.

Me tendí en el suelo y se sentó con pulcritud. Su carne apretada se fundía ante mi estilete candente. Él se movía arriba y abajo y yo ayudaba con mis movimientos de cadera. Hasta aquí, todo normal. Estaba más silencioso que de costumbre, no sé si por la expectativa del circo que venía o por la languidez producida por la ausencia del ídolo. Jordi estaba expectante, pajeándose cerca, atento a mis indicaciones.

-Esto es lo normal, Sóc –dijo el pequeño -. ¿Dónde están las florituras?

-Espera. Túmbate sobre mi estómago, así. Vas a tener a dos machos dentro de ti.

-¿Estás loco?

-Nada de eso. No te muevas. Jordi, acércate y clávate. Puedes echarte sobre Oriol, si te va mejor.

Jordi sonreía mientras intentaba poner su polla paralela a la mía. Entró con suavidad, como era su estilo. El rubito lo notó y lanzó una exclamación:

-¡Que pasada! ¡Dos pollas para mí!

Una vez dentro, mi niño me miró como esperando instrucciones. No le había costado mucho hacerse un espacio en un esfínter tan tierno como el de nuestro amigo, fácilmente dilatable. Pero había llegado la hora de moverse.

-Vamos, intenta coger mi ritmo. Tenemos que ir de acuerdo, porque si no...

-Me muero, dos pollas... –exclamaba Oriol, casi sin creer lo que notaba dentro de si.

Nos acoplamos sin mucha dificultad. Además, la posición que había adoptado acercaba su rostro al mío, y sacaba la lengua de vez en cuando para pegarme unos lametazos en el rostro que me encendían. Dada su estatura, la cabeza de Oriol estaba un poco más abajo, sobre mi pecho, pero no perdía el tiempo. Me lamía los pezones con la punta de la lengua y luego recorría mi pecho y la zona próxima a las axilas con la lengua plana, alimentándose del sudor que exhalaba. Después Jordi le besaba el cuello y le lamía la oreja, para pronto acordarse de mí e invadir de nuevo mi espacio, hasta que alargué la mano y atraje una piedra que coloqué bajo mi cabeza. El beso no llegaba a ser profundo, pero la degustación de su boca y de su lengua me transportó a la saciedad de aromas y sabores de un mercado oriental. El pequeño nunca se quejó de ser aplastado. Más bien apoyaba la decisión de mi chico de buscar mi boca, porque el alargamiento que lo permitía significaba que el mástil de Jordi entraba más dentro de él. Yo sólo podía meterle media polla, pero el contacto con la dureza del nadador me proporcionaba otras gracias. Cuando decidimos acelerar Oriol se quejó.

-Esperad, Me estáis aplastando un huevo.

Afirmación tan prosaica fue preludio de la carcajada y el reposo. Unos segundos y retomamos la invasión, con sucesivos ataques, hasta culminar en una corrida espléndida de Jordi, primero, Oriol después y yo, para acabar. No pensé en Gonzalo durante el rato que el placer te roba el sentido común. Fue luego, cuando nos quedamos silenciosos disfrutando de los momentos relajantes del después, cuando lo eché de menos. ¿Qué estaría haciendo?

Cenamos. Las provisiones se estaban acabando, y no había mucha variedad. Luego jugamos un tiempo, pero lo que más nos apetecía era estar juntos, revueltos, abrazados. Hoy el día no era tan caluroso, y hacia las once nos retiramos para seguir abrazados dentro de la tienda, platicando de nuestro tema preferido: Lalo.

-Es que está tremendo –opinaba Oriol.

-No hay para tanto –relativizaba yo.

-Porque tú no lo has probado.

Se quedó callado, consciente de que había metido la pata.

-¿Hay algo que debas contarme, rubito?

Miraba hacia otro lado.

-Bah, no seas tonto, díselo –aconsejó Jordi.

-Me odiarás, me matarás, me...

Le pegué un pellizco en pleno cuello.

-Te degollaré si no hablas.

-Está bien. Es que quizá Gonzalo se ha marchado por mi culpa.

-¿Por qué?

-Porque se la he chupado.

Fingí molestarme. Tardé en hablar.

-Tiraste la zanahoria que te regalé?

-No, está en la habitación del hotel.

-Bien. Vas a tener que usarla, porque conmigo has acabado.

-¿Qué dices? ¡No te lo tomes así! Lo que pasa es que me tienes envidia.

-Veamos, ¿a qué sabe su polla?

-Pues a polla. Es casi tan grande como la tuya. Y tiene el capullo muy duro y puntiagudo. Y está caliente.

-Era la mía. Cuando me desperté esta mañana me estabas chupando la polla. Te confundiste. Te equivocaste. Lo siento por ti.

-Es verdad. Sóc también tiene el capullo muy duro y puntiagudo –apoyó Jordi.

-No. Sé perfectamente lo que he hecho. Y a ti te oía roncar. Era Lalo. Su vientre tan atlético, esos abominables...

-Abdominales.

-Tú no los tienes tan marcados. Tu barriga es más fofa.

-Gracias. Ya veo que controlas. Pues bien, ha sido una pena no tener la cámara preparada.

-¿Qué?

-Una polla preciosa metida en la boca de un rubio guapísimo. Una estampa genial. Una prueba de belleza incuestionable. Sólo que a Lalo no le apetecía, no lo deseaba.

-Entonces, ¿se ha dado cuenta? ¡Ay, ay!

-¿Qué pasa?

-Alguien me ha tocado el culo –aclaró el pequeño.

-Yo no he sido –se defendió Jordi.

-No, ha sido desde fuera. Yo tenía el culo apoyado en la tela de la tienda y...

-Habrá sido un animal, hombre. No sé, un topo, un zorro...

-Sí, ha sido como un roce, como algo que pasaba corriendo.

-¿Qué me decías?

-No sé. ¡Aaaaayyyy! ¡Otra vez!

-A ver si será un jabalí –aventuró Jordi.

-No lo creo. Voy a ver.

Salí. Fuera, la luna era más bien escasa, y la luz casi nula. No se veía nada.

-¿Tienes la linterna?

-Se le terminó la batería.

-Pues que bien.

Algo, más bien grande, se restregó contra mi parte trasera. No pude ver qué era. Después sólo vi un garrote que, como una sombra, se alzaba. Un golpe seco contra el suelo, algo que rozó mi sexo y mis hombros y caí, malherido, para perder al poco rato el sentido.

-Sóc, ¿qué pasa?

Yo no respondía.

-Ahí fuera hay algo –decía Jordi-. Voy a salir.

-No salgas, no me dejes solo.

-Sóc, ¿estás bien? Algo le ha pasado. Aparta.

Se abrió la rendija que conformaba la puerta. Jordi apareció mirando alrededor. Hasta que se hubo acostumbrado a la oscuridad no pudo distinguir mi cuerpo inerte.

-¡Sóc, dime algo!, Sóc!

Salió tembloroso el pequeño, más pendiente de si había algún animal cerca que de mi estado de salud.

-¡Joder, se ha desmayado!

-No. ¿No escuchaste el golpe? Alguien le ha pegado con ese palo.

-¿Será el hombre que iba a por agua?

-No lo sé. ¿Quién puede ser si no? Oriol, ve a mojar esa toalla al río, corre.

-Ni hablar. Yo no me muevo de tu lado.

-Eres un cagado. Ya voy yo.

-Y yo contigo.

Regresaron al cabo de treinta segundos. Jordi me puso la toalla en la cara, en la frente, en el pecho. Oriol me agitaba el cuerpo, agarrándome del brazo, de la cintura, de las piernas. Tardé en reaccionar. Poco a poco abrí los ojos para contemplar la más dulce figura, sinceramente preocupada por mi estado. El pequeño jugaba con mis huevos, creyendo quizás que podía hacerme reaccionar a través de ese punto.

-Ya abre los ojos. Sóc, ¿cómo estás?

Me besó en la cara y en la frente. Sus labios otrora dulces ahora estaban ásperos y fríos. Me dejé acariciar antes de responder.

-With a little help from my friends.

-Está hablando en inglés –observó Oriol.

-Sóc, ¿no me reconoces? ¿Qué te pasa? Soy Jordi, tu novio.

-Tú no eres su novio. Su novio es Miki. Tú eres algo así como su amante.

-Cállate.

Miré a uno y a otro. Jordi no apartaba su vista de mis ojos. Oriol me agarraba la polla inconscientemente, como si la quisiera retener.

-Es que perestroika amigdalábilis.

-No se entiende lo que dice.

-Il mio mistero é chiuso in me. Jaunak, enciclopedia castrense.

-Se ha vuelto loco –opinó Oriol.

-No, ha recibido un golpe en la cabeza. Fíjate en el chichón.

-Yo no veo nada.

-Sóc, cariño, dime que me reconoces, dime algo!

-Quand je vous aimerai? Ma foi, je ne sais pas.

-Ahora habla en francés. Como una cabra.

-Peut être demain, peut être jamais, mais pas aujourd’hui. C’est certain.

Y comencé a cantar la célebre havanaise de Carmen.

-Como una cabra, ya te digo.

-Oriol, es que nunca puedes tomarte nada en serio? No nos reconoce, se le han cruzado los cables del golpe que ha recibido.

-Y qué vamos a hacer?

-Vete al coche y enciende las luces, que enfoquen hacia aquí.

-Me da miedo.

-Pues quédate tú con él. Ya iré yo.

-No, yo voy contigo. Él no nos necesita.

-No, mejor, vamos a llevarle al hospital.

-Ya me dirás cómo.

-Con el coche.

-¿Y quién va a conducir?

-Yo mismo.

-¿Tú sabes?

-Algo.

-Joder, qué suerte.

Se dirigieron al coche, pero no lo encontraron. Había desaparecido. Cuando regresaron decepcionados también yo había desaparecido. Desesperados, entraron en la tienda. Allí estaba yo, durmiendo tranquilamente en el centro. Jordi me arropó y me abrazó. Estaba más calmado.

-Vamos a pasar la noche. Por la mañana veremos qué haremos. Nos vestimos y vamos andando hacia la carretera. Allí paramos un coche hasta el hospital...

-Oye, ¿cómo nos vestimos? No están las mochilas. Sólo las toallas de fuera. No tenemos ropa...

-Lo solucionaremos mañana. Creo que duerme tranquilo. Mejor.

El brazo de Jordi me rodeaba cómodamente. No sé si es lo que pretendía, pero su gesto infundía confianza y paz. Oriol, sin embargo, no tardó en destaparme de cintura para abajo. Se divirtió asiéndome el miembro un rato, después se lo metió en la boca. Como es lógico, mi sexo creció y creció.

-Se le pone dura. No está tan mal –sentenció.

-Eres incorregible. Déjalo en paz.

-Es que su polla me pide que la chupe. ¿No lo escuchas?

Ya se incorporaba para sentarse encima. Jordi lo apartó de una patada.

-Eres un crío.

Lejos de enojarse se acercó al mayor, acurrucándose a su lado, buscando el abrazo. Guardó silencio como si proyectara alguna de sus travesuras. Al fin, habló.

-Tú, en cambio eres un hombre.

-¿Qué?

-Lo digo de verdad. Eres muy valiente. Todo lo que has hecho, cómo has reaccionado... Te has portado como un hombre.