Termae

Encuentro en las termas entre un chico y una chica que se tienen muchas, muchas ganas desde hace mucho. mucho tiempo

Esta es la historia de dos personas que vivían en dos mundos diferentes. Compartían un pasado, sí, pero no podían esperar un futuro juntos, a riesgo de que se les desangrara el presente. Sin embargo, el hilo que les unía, aun siendo tan fino que parecía invisible, tenía tanta energía que, a través de él, se había construído un mundo paralelo al que los dos volaban asiduamente. A veces queriendo. Casi siempre empujados por un subconsciente que, de tanto en tanto, necesitaba abandonar el mal llamado mundo real para alimentarse del paralelo.

Lo que sigue es uno de esos viajes en los que el tiempo y lugar de ambos se encontraron cara a cara. Una noche de verano, con la Luna en Cuarto Creciente impregnando con su luz el vapor de agua que se eleva sobre el agua caliente de unas termas.

-Empezaba a pensar que no vendrías. Como no contestaste nada cuando te escribí que me retrasaba…

-Ya sabes que si estoy conduciendo no toco el móvil. Si llego a saber que te ibas a poner nerviosita, habría parado un momento…

-¿Nerviosa yo, de qué, creído?

-Jajajajaja. De todos modos, esperaba otro recibimiento, no que me reprocharas nada…

-Boh, qué tonto eres. No te estaba reprochando nada, idiota. Y di, ¿qué recibimiento esperabas?

-Pues no sé… la gente normal suele besarse cuando se encuentran…

Ella se levantó con una sonrisa en la cara. Al ponerse de pie, él pudo reparar en su cuerpo. El pareo ocultaba la piel de sus piernas pero, al mismo tiempo, dibujaba unas líneas tan perfectas que él no pudo evitar sonreír por dentro (“que esta chica pueda tener algún tipo de complejo, con el cuerpazo que tiene…”). Y claro, era un hombre tan básico como cualquier otro y el repaso en cámara lenta que le estaba dando, apuró el tempo para poder reparar en sus tetas antes de que ella se plantase delante de él (“Más grandes, más llenas, aún mejor que como las recordaba si es justo decirlo. ¡Maravillosas!”).

Él apuró hasta el último paso de ella para seguir contemplándola, sin importarle que ella ya se hubiese dado cuenta de su indisimulado escrutinio. Sabía que ella no lo encontraría ofensivo, aunque quizá sí un poco excesivo, así, de primeras. Cuando él levantó la vista hasta sus ojos, se encontró una pose de reproche, más fingida que otra cosa, pensó, coronada por una sonrisa sardónica.

-A ver, espabilao, ¿no querías dos besos?

-No quiero dos. Quiero uno.

Cerró el espacio que quedaba entre ellos con un último paso, sin dejar de mirarle a los ojos. Coló una mano por encima de la que ella tenía apoyada sobre su cintura a la par que deslizaba la otra para acariciar su cara. Cuando tocó piel en ambos frentes, la estrechó hacia él con la primera y deslizó la segunda hasta su nuca. Esperó a que ella viese que ya no le miraba a los ojos, sino a los labios, lo que provocó unas ganas locas de morderse el labio inferior, gesto que reprimió a medio camino pero que él ya había percibido.

Entonces sí. Él la besó en los labios. Procurando mezclar en su justa medida el irrefrenable deseo que sentía por ella con el dominio de la situación. Así que ese primer beso, tantas veces imaginado, fue bastante breve, sin mayores alardes que una pequeña pincelada con la lengua en el penúltimo movimiento. De epílogo, un amago de que iba a volver a besarla frenado justo a tiempo. Quería que ella se quedara con ganas de más. Con muchas ganas de más. Lo cierto es que, aunque pretendía dar la impresión contraria, él estaba hecho un flan por dentro, totalmente aterrado de que los primeros versos entre ambos no rimasen. Así que, ante el silencio de ella, decidió no ocultar nada.

-No sé tú pero yo estaba nervioso que te cagas…

-¿Estabas? ¿En pasado?

-Bueno, aún lo estoy, pero nada comparado con hace un momento. Besarte ha sido mucho mejor que lo que me había atrevido a imaginar.

-Tú siempre tan poético…

-Nada de poesía. Mira nuestros brazos. Tenemos los pelos de punta. Bueno, tú no es lo único que tienes así… en punta...

-Ya está otra vez el creído. Mira que eres… Eso es porque está refrescando, así que me voy para el agua. ¿Tú te vas a quedar ahí de pie, parado como un pasmarote?

Ella le dio la espalda, desanudó el pareo y dejó que resbalara lentamente por sus caderas. Al bajar los escalones para meterse en la piscina, meneó su culo con una gracia que a él no le pasó desapercibida.

Qué culazo, por dios. Qué buena está

. Justo cuando su culo se sumergió, ladeó ligeramente la cabeza para mirar hacia atrás y confirmar algo de lo que ella tenía pocas dudas: que él se había quedado embobado contemplando como ella se adentraba en el agua.

Con el beso me ha ganado una batalla, pero yo también tengos mis armas

.

Al ver que ella se sumergía completamente y, con los ojos aún cerrados, se tomaba su tiempo para colocarse el pelo, él aprovechó para quitarse la ropa, quedarse en bermudas y entrar rápidamente en el agua. Sabía que el cuerpo no era su fuerte, que no iba a dejarla fascinada con solo contemplarle, tal y como le había pasado a él unos segundos antes con ella.

Una vez dentro de la terma y aprovechando que no había nadie más que ellos dos, decidió ponerse lo más alejado de ella posible. Quería volver a controlar la situación.

Comenzaron a hablar de cosas más o menos banales durante un buen rato, evitando sin ningún esfuerzo hablar de personas que pertenecían a otros mundos. Pasaron así diez, quince, veinte minutos, entre batallitas, bromas e indirectas. Cuando él ya comenzaba a buscar un motivo para que ella tuviera que acercársele (y no al revés), ella le dio la excusa perfecta: se quejó de lo que le dolía la espalda después de varias semanas de intenso trabajo.

-Si te acercas, te puedo dar un masaje de lo más reparador.

-¿Ah, sí? ¿Y por qué no te acercas tú, que fuiste quién se puso así de lejos, por miedo a no sé qué?

Él no se dejó picar y se salió por la tangente:

-Además de puta no voy a poner la cama. Anda, ven aquí, si es por hacerte un favor…

-Ya, ya, un favor... No sé yo si fiarme de ti.

-Jajajajaja. Tranquila, siempre puedes huir de aquí si las cosas se ponen feas.

Ella, reticente, ya había dejado de apoyar la espalda en el borde de la piscina, pero no acababa de acercarse a él.

-Venga, tontita…

Dio un par de pasos adelante, ofreciéndole sus manos. Ella las tomó, colando sus dedos entre los de él. Se miraron a los ojos, intensamente pero todavía con cierta timidez o, más bien, con esos nervios propios de dos adolescentes que se gustan demasiado como para actuar sin miedo a cagarla.

Él tiró de ella hacia sí, un tirón breve pero con fuerza, hasta quedarse ambos a apenas unos centímetros del otro. Movió casi imperceptiblemente su cabeza hacia delante, esperando que ella creyese que iba a volver a besarla. Desde luego a ninguno de los dos le faltaban las ganas. Pero cuando sintió que ella aceptaba ese beso, elevó sus manos por encima de sus cabezas, las entrecruzó e hizo que ella girase como si estuvieran bailando, hasta dejarla de espaldas, pegada a él, con los cuatro brazos enredados alrededor de su cintura. Momento que él aprovechó para admirar la curva de su espalda, tan perfecta.

No mires demasiado. Tienes que mantenerte siempre con un punto de excitación menor al de ella. Sí, teniéndola tan cerca es difícil. Sólo con mirarla ya es difícil. Así que concéntrate en tus planes, imbécil

.

Pero una cosa era lo que él quería pensar y otra muy diferente la que dominaba su subconsciente. No pudo evitarlo. Pensó en su propia excitación y se dio cuenta de que bajo el agua, una parte de él ya había tomado la decisión de ir por libre. No es que tuviese una erección completa, pero la muy traidora comenzaba a adquirir cierto tamaño y una solidez que en seguida le puso tenso. “

No pienses en ello, gilipollas, no pienses en ello porque si no eso va a seguir creciendo por su cuenta. Mierda, mierda, mierda… Se me va a notar. Se me va a notar

”. Trató de tranquilizarse y decidió que un buen plan ahora era mejor que uno muy bueno dentro de diez segundos. “

Si espero más sí que ya va a ser una cantazo

”.

Así que atrayéndola hacia sí, procuró que sus manos rozaran el lateral de sus pechos, breve pero perceptiblemente, tratando de que ella se concentrase en ese roce y no notase nada más. Por suerte para él, sus cuerpos entraron en contacto sin que pareciese que ella se diese cuenta de lo excitadísimo que él ya estaba.

Ella seguía sin decir nada, hablando con su lenguaje corporal: “

Me estoy dejando llevar pero a ver qué haces, eh

”. Él deslizó sus dedos por detrás de una de sus orejas, peinándole el pelo trás ella, y se acercó para susurrarle:

-Te voy a hacer una masaje que te va a dejar como nueva. Quiero que cierres los ojos y que no hables. Sólo puedes abrir la boca para avisarme de si te hago daño. Por lo demás, absoluto silencio. Así, entre otras cosas, puedes imaginar que estás en cualquier sitio que quieras.

-No hay ningún otro sitio en el que quisiese estar.

Una respuesta contundente, pensó él. Después, silencio. Ella se acabó de recostar sobre su pecho, dejando que sus cuerpos encajasen para que ambos estuvieran cómodos y que él tuviese la movilidad necesaria para darle el masaje.

Comenzó con unas suaves caricias en sus hombros y por la parte alta de su espalda, comprobando que el cuerpo de ella estaba de lo más receptivo: si no estuviéramos en el agua, pensó, se le habría vuelto a erizar el vello. Apoyando ocho dedos sobre sus hombros, arrancó el masaje moviendo los pulgares en círculos por la zona de los omóplatos. Al primer movimiento, ella dio un respingo.

“Sí

*q

ue*

está tensa, sí. Tensa y cargada. Si con tan poca fuerza ya siente una descarga, es que necesita un buen masaje de verdad”.

Olvidándose de la excitación que sentía, de la tremenda tensión sexual que percibía entre ambos, se concentró en darle el mejor masaje del que fuera capaz. Durante un rato siguió usando solo los pulgares, recorriendo los diferentes puntos claves de la parte alta de la espalda y subiendo y bajando a lo largo de la línea de músculos que van desde los omóplatos hasta el culo, pero sin llegar ni siquiera a acercarse a él. Bajaba hasta media espalda, ya por debajo del nivel del agua, para luego volver a subir, parando el tiempo justo en cada punto clave, evitando que el tratamiento de cada uno de ellos fuera excesivo. Dejándola con ganas de más. Esa y no otra era la clave de todo: dejarla siempre con ganas de más.

La segunda fase del masaje se concentró en los músculos que van desde los hombros hasta el cuello. De un lado a otro, aumentando o disminuyendo la presión según lo que los gestos de ella denotaban que necesitaba. Tras varios viajes de ida y vuelta, ascendió por su nuca, haciendo pequeños y constantes círculos con ambos pulgares. Tocó un punto clave, con el que ella no sólo se estremeció, sino que dejó escapar un suspiro que, aunque estuviese carente de sexualidad, demostraba que estaba sintiendo verdadero placer.

Volvió a bajar por su espalda, usando ahora los nudillos como si fueran las patas de un ciempiés, moviéndose en sucesivas olas con las que iba avanzando de arriba abajo. Decidió que era el momento de hacerse un poco el torpe, simulando como que tropezaba y se enredaba con la tira de su bikini, tratando de aparentar que esa fina tira de tela se estaba convirtiendo en un estorbo para sus dedos.

Deslizando estos a lo largo de su espalda, con las uñas como único contacto con su piel, volvió a ascender hasta su cuello, donde de repente se apoderó de los dos puntos que antes le habían hecho estremecerse. Con el cambio de ritmo (hasta entonces siempre lento y regular) y ejerciendo más presión que en la anterior ocasión, consiguió que a ella se le volviese a escapar un gemido de la boca. “

¿Un gemido? Sí, eso fue un gemido. ¿Un gemido sólo de masaje o de algo más?

”.

Poniendo el dorso de sus manos de cara a la espalda de ella, volvió a recorrer su espalda con el suave roce de sus uñas, esta vez en sentido inverso, bajando las manos hasta la tira de su bikini, al tiempo que acercaba su boca a la oreja de ella. Dejó que el halo de su respiración la acariciase antes de hablarle:

-Te voy a desatar el bikini. Necesito que tu espalda esté completamente libre.

No le estaba pidiendo permiso. Sólo informándole. Iba a hacerlo aunque a ella le diera algún reparo quedarse en top-less. No esperaba que lo tuviera, porque la posición de sus cuerpos y el nivel adonde les llegaba el agua impediría que él pudiese verle las tetas. Unas tetas que, por otro lado, él estaba deseando contemplar, tocar, besar… Pero todo llegaría. Cada cosa a su debido tiempo. Ahora lo importante era sacarle el bikini sin darle mucho tiempo a que ella lo pensase, de ahí que no le pidiera permiso, sino que le dijera lo que iba a hacer, con la firmeza necesaria para que ella sintiese que lo mejor era dejarse llevar por él, que tan seguro parecía estar de todo.

Como única respuesta, ella se inclinó un poco hacia delante para facilitarle la tarea de desanudarle el bikini. Cuando lo hizo, su culo se topó con la excitación de él, que se echó hacia atrás todo lo rápido que pudo. Todavía era pronto para hacérselo notar, aunque si ella había percibido cierta dureza durante un breve contacto, aquéllo podía ser bueno para sus intenciones. Estaba bien que ella hubiese notado algo, pero no lo suficiente para que lo tomase como una certeza. Era mejor que se quedase con la duda de si, en efecto, él ya estaba empalmado con sólo tenerla ahí delante, dentro del agua, esperando a que retomara el masaje.

Con la parte de arriba del bikini flotando en el agua, toda la espalda de ella quedó a disposición del improvisado masajista. Una espalda preciosa, libre de granitos y demás impurezas, con una piel tersa, que daba verdadero gusto tocar, y más con todas aquellas gotas de agua en ella, unas amarrándose a sus poros, como si pretendiensen quedarse allí para siempre; otras, deslizándose alegremente hacia abajo, esperando, ilusas, llegar a caer en su culo antes de volver a fundirse en el agua. Él no se pudo reprimir. Guardaba sus besos para más adelante, pero era imposible resistirse. Acercó sus labios a su espalda y le dio un suave beso justo debajo de la última vértebra, dejando que su nariz entrase en contacto con su nuca para hacerle cosquillas. Ella se estremeció pero, cumplidora con el pacto tácito que tenían, no dijo nada.

Evitando que se produjese el más mínimo corte en el ritmo que estaban tomando las cosas, volvió a ponerse manos a la obra con el masaje. Ahora con más velocidad e intensidad, moviéndose más rápido de un punto a otro e imprimiendo más fuerza en sus dedos, aunque siempre evitando clavárselos de más. Cuando veía que ella no podía evitar que la espalda se fuese tensando, la relajaba usando las yemas y las uñas para acariciarla sutil y delicadamente, arrancándole pequeños estremecimientos que terminaban con ella dejando, otra vez, su cuerpo totalmente relajado.

Llegó el momento de concentrarse en los puntos más rígidos del centro de su espalda. Pero aunque el masaje en sí lo pedía, tras ello había una segunda intención que debía llevar a cabo precisamente así, ocultándola como algo secundario. Mientras que sus pulgares se centraban en apretar los nudos musculares, los demás dedos de ambas manos se apoyaban en el lateral de su cuerpo, avanzando poco a poco hacia el comienzo de sus pechos. Tras traspasar la línea que marcaba que el roce no era ni mucho menos fortuito, pudo comprobar que ella no se ponía inquieta por ello, sino que le dejaba hacer. De hecho, sin verle la cara, a él le dio la sensación de que estaba sonriendo, como celebrando que él no pudiese resistir la tentación de tocarle las tetas por muy de controlador que se las estuviera dando.

Durante un rato centraba sus intenciones en los pulgares, trabajando poco a poco los nudos de la espalda, para luego dejar los pulgares dando pequeños círculos mientras que la atención de ambos se iba hacia los demás dedos, que poco a poco, muy poco a poco, pero cada vez más intrépidos, ganaban terreno. Él se moría por dejar de ser delicado. Deseaba tomar sus pechos con toda la mano, sopesarlos, apretarlos, sentir si sus pezones estaban erizados y, en caso afirmativo, acariciarlos, ceñirlos, tirar de ellos... El esfuerzo que tuvo que hacer para no abandonar su plan fue ciclópeo. Su bañador estaba a reventar.

Logró dominarse in extremis. Pero tuvo que hacerse una concesión a sí mismo. Necesitaba acelerar un poco las cosas. Volvió a acercarse a su oído, rozó con sus labios el lóbulo de la oreja, y le dijo entre susurros:

-Necesito que te inclines hacia delante para poder llegar más abajo.

Así que llevando una mano a uno de sus hombros y la otra a su nuca, con tanta delicadeza como firmeza, la guió para que se colocase inclinada, con su cara rozando el agua y su culo más echado hacia atrás. Un culo que, sin duda, tuvo que sentir que debajo del agua la cosa subía de nivel. Totalmente empalmado, con la polla recta apuntando hacia arriba, ésta quedó perfectamente encajada entre las nalgas de ella. Sin dar tiempo a que ella dijese o hiciese algo, él comenzó a masajear con fuerza la parte más baja de su espalda, una zona que todavía no había tocado hasta entonces. Después de unos breves momentos de búsqueda, encontró que apretando hacia arriba a lo largo de varios centrímetros de sus lumbares, ella se estremecía del dolor.

Empujaba hacia arriba hasta llegar al final y, rápidamente, abajo, vuelta a empezar. Por efecto de la presión, ella tendía a separarse un poco de él con cada movimiento, mientras que en el breve instante que él necesitaba para volver al comienzo, ella se dejaba caer hacia atrás, lo que provocaba que, cada vez que esto ocurría, la polla de él volviese a hacerse un sitio entre sus nalgas.

A medida que ese baile se repetía, él se dio cuenta de que, aunque cada vez le hacía menos daño al presionar los puntos clave de sus lumbares y, en consecuencia, no necesitaría moverse tanto para escapar del dolor, ella seguía echándose hacia delante para después dejarse caer hacia atrás. “

Lo está haciendo a propósito la cabrona… Por un lado genial, es lo que buscaba, pero por otro, ay dios, me está poniendo muy, muy cachondo con ese vaivén

”.

Él necesitaba encontrar la manera de volver a sentir que iba un paso por detrás de ella en lo que a excitación se refería. Algo sumamente difícil, porque él ya estaba que no podía más. Pero entonces se le ocurrió una pequeña trampa. Aprovechando que el ritmo de sus dedos y el de la cadera de ella era totalmente regular, en dos turnos seguidos hizo el gesto de masajear la zona con los pulgares, pero sin llegar a tocarla con ellos. Ella, a pesar de que nada le había impelido a echarse hacia delante, volvió a apartarse de él y a dejarse caer hacia atrás en ambas ocasiones, hasta que entonces se dio cuenta: en los dos últimos turnos él no le había apretado las lumbares y ella, sin embargo, se había movido igual, alejándose un poco para después dejarse ir hacia atrás hasta volver a notar su polla pedir sitio entre sus nalgas.

Él pudo sentir el rubor de ella al sentirse burlada, pero no cometió el error de reírse de ella, rompiendo con ello la silenciosa atmósfera de sexualidad que se había apoderado de ellos. Atrayéndola hacia él, volvió a recostar sobre su pecho y retomó el masaje en los hombros. Verla a ella con los ojos cerrados y la boca abierta, espoleó sus intenciones y no tardó en empezar a hacer incursiones desde sus hombros hasta sus pechos. Siguiendo el ritmo de sus suspiros, fue olvidándose del masaje en sus hombros y se fue quedando cada vez más tiempo en sus tetas. Acariciándolas por arriba, con las yemas, sin llegar nunca a tocar su pezón. Luego las rodeaba, trazando círculos a su alrededor. Más tarde las atacaba desde abajo, agarrándolas a lo largo de toda su base, amenazando con que estaba a punto de cogerlas con mucha más fuerza pero sin llegar a hacerlo nunca. Así siguió, sin darse prisa, dejando de vez en cuando que sus dedos rozasen unos pezones que estaban totalmente erectos.

Cuando él ya no podía más, se impuso contar hasta diez antes de hacer lo que tanto deseaba. No pudo acabar la cuenta porque un gemido de ella le acabó por volver loco y, entonces sí, cogió ambos pechos desde abajo y se los apretó con fuerza, una y otra vez, soltándolo brevemente, dejando que volviesen a su sitio para, otra vez, volver a atraparlos a manos abiertas y estrujarlos. Siempre con mucho cuidado de no pasarse de fuerza, pero sí jugándosela a que pudiera ocurrir porque por mucho que tratase de controlarse, él ya estaba demasiado cachondo como para seguir pensado 100% en ella.

Sin saber quién de los dos había hecho más porque ocurriera, se encontraron con sus labios rozándose. No eran besos. Era mucho mejor. Se rozaban brevemente, sin que ninguno llegase a atrapar al otro. Dejando que sus alientos se mezclasen. No, no eran besos al uso. Pero la atracción y la complicidad que denotaban esas caricias entres sus bocas eran mucho mejor que cualquier beso que nadie les hubiera dado.

Ella levantó uno de sus brazos hasta que llegó a la parte de atrás de la cabeza de él. Le agarró del pelo con fuerza, pero no para atraerlo hacia ella y que sus bocas acabaran por fundirse. Simplemente quería asirse a él, dejarle patente que, por nada del mundo, quería que sus cuerpos se moviesen ni un solo centímetro de como se encontraban.

A él le encantó ese gesto. Un escalofrío recorrió su espalda de arriba abajo, hasta dar la vuelta y acabar con un estertor en su polla. Abandonó una de sus tetas para llevar la mano a su cadera, donde se asió al hueso para atraerla más hacia él y hacerle ver que allí estaba todo su deseo por ella. Quizá no tuviese la mejor polla del mundo, desde luego que no la más grande, pero quería que ella notase que estaba a punto de estallarle por solo tener sus tetas a mano y sus labios rozándose mutuamente.

Los prominentes huesos de su cadera eran algo que a él le encantaban. Sólo con agarrarse con fuerza a ellos sentía unas irrefrenables ganas de estar dentro de ella. Y eso fue lo que hizo exactamente, embestir al mismo tiempo que la atraía a ella hacia atrás, queriendo que ella sintiese que de no ser por la tela que les separaba, él se la habría metido del tirón. Ella gimió, ya sin ningún reparo. Él, al ver su boca entreabierta, recorrió la comisura de sus labios con la punta de la lengua, un ataque de guerrilla: tan rápido como llega, ya no está. Disfrutó la pequeña victoria que supuso que ella girase más su cuello, buscando más contacto con esa lengua huidiza. Él no se la concedió, sino que aprovechó ese desvío de atención hacia sus bocas para apoderarse del interior de su muslo, recorriéndolo rápidamente hacia arriba para frenar de golpe justo antes de entrar en contacto con la braguita de su bikini.

Allí jugó unos breves momentos, ora con caricias, ora agarrando con fuerza. Hasta que ya no se pudo contener más y llevó sus dedos a su coño. Con decisión, dejó todos sus dedos apoyados en medio y miedo, dejando que ella, tras un primer segundo en el que se había tensado, empujase con su cadera para incrementar el contacto, haciéndole a él sentir su coño a través de la tela. Al tercer empujón de ella, movió su mano para cubrirlo todo con su palma, para acto seguido comenzar a moverla lentamente hasta acabar con la punta de sus dedos encontrando como ella se abría, aún con la braguita de por medio.

Gozando por como ella se estremecía, él decidió atacar por todos los frentes. Mientras que sus dedos seguían jugando a querer atravesar su tela, con la otra mano hizo algunas maldades con sus pezones, su polla se restregaba en ella, haciéndosela sentir en la parte baja de la espalda y, cuando cuadraba, haciendo incursiones entres sus nalgas, todo ello sin dejar de besarle el cuello, morderle el lóbulo de la oreja y buscando con su lengua la propia lengua de ella.

De repente escucharon una voz. Vieron a un pequeño grupo de chicos y chicas entrando en otra de las piscinas de la terma. La primera reacción de ella fue incorporarse un poco, pero él no la dejó y retomó las hostilidades sin ninguna prisa pero con firmeza. Ella habló por primera vez en mucho tiempo:

-Acaba de llegar gente.

-Ya lo sé. ¿Y?

-Que si miran para aquí no les costará mucho ver que andamos…

-¿Que andamos qué...?

-¡Joder! ¡Que me estás…

-...dando un masaje -le interrumpió él-. A no ser que puedan ver en la oscuridad y a través del agua…

-¡Boh, no te hagas el tonto! Sabes lo que quiero decir.

-¿Los conoces?

-No, no sé. No les veo bien desde aquí.

-Pues eso. Si tú que los estás mirando fijamente, no puedes saber si los conoces, ellos igual. Están a una distancia perfecta. Suficientemente lejos para que no nos vean bien y suficientemente cerca como para que tanto a mí como a ti nos ponga aún más cachondos seguir con lo que estábamos.

Viendo que ella se mordía el labio, él supo que había dado en el clavo. Así que besando su cuello y acariciando sus piernas, fue poco a poco retomando lo que se traía entre manos. Cómo no, se entretuvo un tiempo con sus tetas mientras que se acercaba, besito a besito, a sus labios. Ella, temiendo que como otras veces, él se escapara de sus labios, no tardó en girarse del todo para besarse con él. Cuando ella se apoderó de la iniciativa, él sintió verdaderas descargas eléctricas por todo el cuerpo. ¡Qué bien besaba!

Dejándole a ella las riendas, aprovechó para desatar los nudos que unían sus braguitas en ambos lados de la cadera. Deslizó ambas manos por el interior de los muslos, evitando llegar hasta la meta el tiempo necesario para que ella no pensase en otra cosa que en aquellas manos apoderándose de su coño. Él no se hizo mucho de rogar, no podía. Necesitaba imperiosamente tocarla.

Al estar dentro del agua él contaba que debía medir la excitación de ella sin poder saber a qué nivel estaba mojada. Sin embargo, en cuanto llevó la mano a su coño, no le cupo ninguna duda. No sólo podía sentir, de alguna manera, que ella estaba empapada, sino que el increíble calor que despedía su coño, aun estando dentro de una terma, le dejó totalmente maravillado. Buscó colar el dedo corazón entre los labios, subiendo suavemente hasta poder entrar en contacto con su clítoris. Comenzó a frotarle con mucha calma, con la parte del dedo más cercana a la mano para así dejar la punta del mismo como una inminente amenaza a meterse dentro de ella.

Fue masturbándola con un ritmo in crescendo. Buscando qué pedía ella: si círculos o movimientos de un lado a otro, si lo quería despacio o necesitaba más caña. Siendo la primera vez que estaban juntos, él no podía evitar cierta ansiedad por saber leer su lenguaje corporal, sus suspiros y gemidos para hacérselo lo más rico posible.

El caso es que ella cada vez estaba más cachonda. Él, tan preocupado por estar a la altura de las expectativas que había creado, se sintió más seguro al ver que ella estaba que se subía por las paredes. Decidió que no debía preocuparse tanto, sino seguir como hasta ahora y centrarse en seguir atento a las señales.

En estas, ella se giró hacia él, dijo un tremendamente erótico “dioooossss” y le dio un mordisco en lo primero que cogió, el lateral de la mandíbula. La reacción de él, además del latigazo que sintió en la polla, fue meterle un dedo. Pero al recorrer sus labios con dos dedos, dejando el uno en medio, vio que estaba tan abierta que, además del dedo corazón, le metió también el anular. Una vez medio dentro, con calma pero inexorablemente se los acabó metiendo hasta lo más profundo que fue capaz de alcanzar. En cuanto los acomodó, buscó la rugosidad del punto G y las pocas dudas que le quedaban se las quitó un bufido de ella.

Ella se giró lo poco que él le dejaba y llevó una de sus manos a su espalda. Cuando la encontró, le agarró la polla con fuerza varias veces y, acto seguido, intentó escurrir su mano por dentro de su bañador. En un increíble momento de lucidez por su parte, él se armó de autocontrol para decirle:

-Estate quieta. Cuando se ha visto que la persona que está recibiendo un masaje se pone a tocar al masajista.

-No seas cabrón…

-Nada, nada. Déjame que acabe yo con el masaje. Luego ya veremos…

Al final él se vio obligado a cogerle la mano y sacársela de allí, porque como llegara a tocársela, piel con piel, dudaba que fuera capaz de pararla. Tanto se movieron que el agua comenzó a revolverse. Él le sacó los dedos muy rápido, sacándole a ella un pequeño grito agudo. Atacó entonces su clítoris, a toda velocidad y le dijo al oído:

-Shhhhuuuuu… A mí también me pone muy cachondo que nos puedan ver, pero si se te escapan esos gritos…

Ella fue rotunda:

-Eres un cabrón. Me voy a correr…

-¿Ah, sí? Yo lo estoy deseando.

Le volvió a meter los dedos y, la mano que hasta entonces tenía ocupada en sujetarla hacia él, se unió al ataque subacuático, frotándole los labios, masturbando su clítoris, apretándole el hueso… Sacó sus dedos de dentro y, en un rápido movimiento, se los llevó a la boca. Al sentir que, aun pasando por el agua, sus dedos llevaban el sabor de ella, su polla dio un estertor y de su boca salieron los típicos “uuuummmm” que significan “qué rico”. No pudo hacer otra cosa que ser sincero:

-Ya no es que seas preciosa y estés buenísima. Es que eres lo más sexy que puede existir. Eres sexo puro. No sabes cómo tengo la polla sólo con estar tocándote. Es que además besas de una manera que me vuelve loco y, ya para rematarlo, tienes un coño que es lo más rico que he probado nunca. No sabes cómo me estoy controlando para no comértelo aquí mismo, aunque nos vean…

Ella se había ido volviendo loca, apretando los labios para no hacer ruido. Cuando él dejó de hablar, buscó su boca para acallar sus propios gemidos, pero se encontró con que él apenas le había metido los dedos para volver a impregnarlos de sus fluidos y llevarlos de nuevo a su boca. Cómo le ponía que le gustara tanto chuparse los dedos. Tanto es así que ella hizo algo que a él le provocó tanto que a buen seguro que alguna gota se había escapado de su polla con el tremendo estertor que le dio: mientras él se chupaba los dedos, ella se unió a él y empezó a lamerle los dedos, empapados como estaban con sus propios jugos.

Por suerte para él, mientras todo esto ocurría, no había dejado de masturbarle el clítoris, y ella, que ya lo había aventurado anteriormente, acabó llegando al punto de no retorno:

-Joder, joder, joder… Me corro, cabrón, me corro.

Y vaya si se corrió. Él sintió con ella todos sus descargas. Con una mano le apretó todo el coño, moviéndola para seguir frotándole el clítoris y aprovechando la longitud de los dedos para apretarle en el huesecito. Con la otra se dedicó a mantenerla pegada a él, impidiendo que se moviera demasiado, porque sus piernas y sus caderas se estremecían con fuerza. Una vez que ella superó el zénit de su excitación, él fue acompañando la bajada de ella, tocándole el coño con más suavidad y dándole mimosos besos en cuello, cara y frente.

-No digas nada. Absolutamente nada. Quédate relajada. Disfrutemos del momento.

-Sólo diré una cosa. Esta te la voy a devolver. Te vas a cagar.

Acto seguido se acurrucó sobre él, dejando que él la abrazara por detrás, cerraron los ojos y dejaron que sus respiraciones se acompasaran hasta que fueron una sola.

¿Continuará…?