Terciopelo Negro

Desde hacía unos dias...

Terciopelo negro

Desde hacía unos días, las cosas empezaban a ser muy distintas entre él y yo, se había creado un clima entre nosotros en el que el sentimiento dominante era sin duda el amor en su estado más puro, más vivo, más intenso... Sólo con rozarle, mi alma se llenaba de gozo, las conversaciones eran placenteras, sinceras, absolutamente entregadas a la verdad.

Sentía que le pertenecía como jamás he pertenecido a nadie, me sentía suya, muy suya, tan suya... que el deseo se instaló de forma permanente en mi cuerpo, anhelando sus caricias, sus besos, sus palabras ardientes y lo que más ansiaba, quería sentir su poder sobre mí.

Una noche, después de compartir palabras, besos y abrazos, quise que supiera hasta qué punto yo me entregaba a él, de forma voluntaria, sin miedo, sin temor alguno, expectante y curiosa, quería demostrarle que nada me iba a separar de él y de sus deseos más escondidos.

Me levanté del cómodo sofá que había sido testigo mudo de la incipiente excitación y mirándole fijamente a los ojos, le dije:

-No quiero que entres en la habitación, hasta que yo te avise.- Y me dispuse a preparar mi total y absoluta entrega.

Me miré en el espejo, casi sin reconocerme, porque en mis ojos, había una luz tan intensa y ardiente que hubiera hecho palidecer a las llamas más fulgurantes. Comencé a maquillarme, con cuidado, con mimo, resaltando mis rasgos para que a sus ojos, apareciera la mujer más bella y deseable del mundo, mis labios de un rojo intenso, mi pelo recogido en la nuca, dejando mi cuello libre para recibir el calor de su aliento. Era todo un ritual de entrega a mi Señor, me ofrecía como mujer para que él me disfrutara como quisiera.

Decidí enfundar mis piernas, en unas medias negras, que terminaban con una preciosa puntilla un poco más arriba de la mitad de mis muslos, una braguita de encaje en negro, que dejaba poco a la imaginación... un corpiño negro de escote pronunciado insinuaba mis pechos.

Calcé mis pies con unos zapatos de altísimo tacón y al verme de nuevo en el espejo me vi arrebatadoramente sensual, pero me faltaba un detalle, que no por pequeño, dejaba de ser el más importante, de un cajón rescaté una cinta de terciopelo negro, la tomé entre mis manos, con mucho cuidado, y comencé a rodear mi cuello con ella anudándola con delicadeza, con amor, con la total convicción de que ese gesto, ese detalle, y de la manera que lo estaba sintiendo, sería mi señal de acatamiento ante él.

Me movía por la habitación sin prisa, preparando los detalles a conciencia, todo tenía que ser del agrado de mi Señor.

Cuando todo estuvo listo le avisé para que entrara, y los pocos instantes que tardó en llenarme con su presencia se me hicieron eternos.

Allí estaba yo, tumbada boca abajo en la enorme cama, con las piernas dobladas y cruzadas, mi cuerpo erguido sobre mis brazos, con un chupa.- chups en mi boca que sujetaba una de mis manos, lamiéndolo con lascivia, con vicio, con total lujuria, él no podía creer lo que estaba viendo, ya no me miraba como antes, ahora yo era el objeto de su deseo más oscuro, me movía con sensualidad por encima del lecho, sin dejar de clavar mis ojos en él, sentía como palpitaba mi corazón, con fuerza, acelerado, presintiendo los acontecimientos que me iban a hacer la mujer más feliz del universo.

Me rodeaba con su mirada de lobo, recreándose en mí, en mis movimientos, en cómo lamía ese caramelo, como lo pasaba por mis labios entrecerrando los ojos. Se acercó a mí, sentándose muy cerca y con la voz llena de pasión y firmeza me dijo:

-Uhmmm... mi perrita se ha puesto muy guapa...

Sin dejar de mirarle, me incorporé lo suficiente para rozarle levemente con mis labios, y acercándome a su oído le susurré con suavidad que iba a ser él mi juguete, que se pusiera en mis manos, que se abandonara por una vez a mí, antes de que yo fuera su juguete sexual. Aceptó de buen grado, sin poder disimular la excitación que el reto le producía y despojándose de su ropa, se tumbó.

Me levanté de la cama y tomé unos pañuelos que tenía preparados. Poniendo sus manos hacia arriba, por encima de su cabeza, lo até con firmeza con uno de ellos. Él aspiraba mi perfume con intensidad, mi cercanía y la imposibilidad de tocarme, le hacían respirar profundamente... a continuación, tomé otro pañuelo y sus ojos quedaron tapados, no podía tocarme, no podía verme, estaba a mi merced y disfruté viéndolo así, excitado, impaciente como con prisa por experimentar algo totalmente nuevo para él, para mi Señor.

Quería empezar la sesión sin más demora, así que me puse a horcajadas sobre él, mis piernas rozando sus costados, mi culo, a pocos centímetros de su pubis, quería que sintiera mi calor, que el saberme tan cerca, le produjera necesidad de mi contacto, pero tendría que seguir deseándolo. Estaba dispuesta ha hacerle gozar como nunca nadie lo había hecho... Inclinándome hacia él, rocé con mis labios, que tenían el sabor del caramelo que lamía, con los suyos. Él, ávidamente levantó la cabeza para poder besarlos, pero no le dejé acercarse más... con mi lengua, dibujaba el contorno de su boca, la mordía suavemente, dejando que tan apenas percibiera mis dientes; él mojaba sus labios con su lengua, para deleitarse con el sabor dulce del chupa-chups que seguía lamiendo con absoluta lascivia.

Posé mis manos sobre su pecho, arañándolo suavemente, deslizando mis uñas por todo su contorno y acercando mi mano hasta un cuenco de cristal, que había dejado en la mesilla, tomé un hielo que introduje en mi boca dejando que se fuera derritiendo poco a poco. Las frías gotas que se derramaban de entre mis labios surcaban su pecho, él se agitaba levemente al sentir el frío en contacto con su piel. Froté con el hielo sus pezones, los cuales reaccionaron ante el estímulo, haciéndose más duros más sensibles... Con el hielo aún entre mis labios, fui bajando por su estómago haciendo que sintiera que era yo y sólo yo la que le iba a proporcionar el placer que deseaba Saqué el cubito de mi boca y con mi lengua recorrí el camino trazado anteriormente, el frío y el calor de mi aliento, le hacían gemir de placer. Seguí jugando con mi Señor, con su entera entrega, lamiendo con mi lengua fría su pubis, sus caderas se elevaban hacia mí, deseando mis caricias, sus muslos fuertes se tensaban, su entrepierna tan caliente y su maravillosa polla, latiendo ante mí. A cada roce de mi lengua y el hielo, su espalda se curvaba de placer... y mis ganas de poseerlo crecían sin cesar... jugué, le hice desearme, lo puse al borde del orgasmo varias veces lamiendo, chupando, deslizando unas veces el cubito otras mi lengua por esa polla enhiesta y firme que parecía retarme. Con mis manos mojadas y frías por tener el hielo entre ellas, le acariciaba los testículos, los estrujaba con firmeza. Sus gemidos iban en aumento, me gustaba verle así, disfrutando de todo aquello que le hacía, que su percepción estuviera limitada al sentido de su tacto ciego, rozando su piel con objetos de diferentes texturas, sin saber que era lo que se estaba deslizando por su cuerpo...

De vez en cuando, me paraba para contemplarlo, allí, acostado sobre esa cama, con la respiración agitada, inmóvil, a merced de mi voluntad y me sentía invadida por un sentimiento nuevo, mezcla de saberme con todo el poder sobre él y al mismo tiempo, por sentirme entregada para su goce. Sentía que mi excitación aumentaba sin cesar, mi sexo, cada vez más mojado, sintiendo como latía mi clítoris, ansiando sus caricias en él.

Sin dejar de observar sus gestos, fui subiendo mi cuerpo agitado hasta que mi coño estuvo a la altura de su boca, sólo tuve que posarme encima de sus labios, que al notar el contacto de mis braguitas en ellos, los abrió para intentar encontrar mi botoncito lujurioso. Tomé su cabeza entre mis manos y di a beber mis jugos, que manaban sin cesar.

Sus manos inmovilizadas, intentaban acercarse a mí sin conseguirlo, su ávida lengua, jugaba por mis pliegues haciendo que mi placer creciera sin freno, me movía sobre su boca con ritmo cadencioso, pausado, mientras él absorbía su "coñito" con auténtico deleite haciéndome gemir de gusto... (-Uhmmmm...) su lengua, cómo recorría mi clítoris hinchado de excitación, lo rodeaba, lo lamía, a veces sus labios lo absorbían llevándome casi hasta el éxtasis.

Me sentía dueña y señora de su placer y del mío, pero no quería correrme aun, no, aun no era el momento. Separé de su boca mi sexo empapado por su saliva y por mis jugos posando mis otros labios en él, quería tener mi propio sabor en mi boca... Estaba dispuesta a hacerle suplicar para que le dejara libre, pero por supuesto, eso no iba a suceder... Aún.

Volví a deslizarme por su cuerpo, saboreando cada centímetro de su piel, mordiéndole, chupándole, rozándole con mi cuerpo, hasta que llegué a su ombligo que con la punta de mi lengua, rodee con mimo. Posaba mis labios en él, absorbiéndolo, y a cada contacto con mi lengua, veía como su polla, mi adorada polla, daba un respingo como queriendo llamar mi atención y lo consiguió. La tomé entre mis manos, con cuidado, como si de algo sumamente delicado se tratara. La miré con un deseo tal que casi sin darme cuenta, mi boca ya estaba dando cuenta de toda ella, sintiendo el calor que emanaba, percibiendo como mi Señor, se agitaba y gemía y me suplicaba que no parara... no iba a hacerlo, pero tendría que aguantar mientras mi viciosa lengua la recorría de arriba abajo, despacio, una y otra vez, mordisqueándola, succionando su glande, pasándola por mi cara y por mi cuello. Quería más, necesitaba verle desesperado por dejar que se corriera.

Sin decir palabra alguna, me levanté de la cama, lo dejé jadeando, allí tendido, y fui a por otro hielo que tenía en el cuenco, tomándolo entre mis manos, volví a ponerme frente a su enorme polla, y deslizándolo desde sus testículos hasta su glande. Se agitaba, sus caderas se sacudían, sentía el frío de mis manos en sus testículos, y el calor de mi boca en su miembro erecto, mis dedos comenzaron a explorar su culo, deslizándolos por entre sus nalgas. Poco a poco, fui introduciendo uno de ellos en su ano, y observé su reacción con curiosidad, dio un respingo, apretó sus nalgas, pero yo seguí ahí, masajeando su esfínter sin prisa, pero sin pausa al tiempo que no dejaba de lamer su capullo, así, un poco más, un poquito más... ¡qué placer me producía sentir su enorme goce...!

Deseé sentir su inminente eyaculación inundando mi hambrienta boca, lo desee intensamente, pero lo que él no sabía, era que a partir de ese momento, mi juego terminaba e iba a empezar el suyo.

Me aparté de él, sin poder evitar volver a mirarle así, atado, ciego, con su excitación en lo más alto y bajé de la cama. Me senté a su lado, rozando con las yemas de mis dedos su cara y con voz suave y llena de pasión le dije: " Eres libre, ahora me tomarás, seré lo que tú desees, mi Señor..." me dispuse a soltarle las manos, le quité el pañuelo que tapaban sus ojos y poniéndome de pie, con mis manos cruzadas en mi espalda, bajé la cabeza y me entregué a él con la absoluta seguridad y certeza de que mi Señor, sabría recompensarme.

Él, se incorporó, se puso detrás de mí y con sus dedos, acarició mi cinta de terciopelo negro que llevaba anudada al cuello, ahora era suya, sólo suya, cómo siempre lo seré.