Tercera cita

Empezaba a temer y a esperar que él la llamase. Se sentía defraudada si la demora era muy larga, pero cuando le daba nueva fecha para encontrarse, el pánico la invadía y deseaba ser mas razonable.

De nuevo en el autobús camino de Madrid, y esta vez para pasar alli todo el dia. Se sorprendia de su audacia al igual que de su falta de remordimientos. Tampoco tenia nada que reprocharse en realidad, pero si se introducia un poco en su conciencia, sabia que aquello no estaba bien. No estaba engañando a su marido, pero tampoco le decia la verdad. Claro que él, como siempre, seguia indiferente a sus correrias.

Esta vez le dejó una nota sobre la mesa de la cocina informandole que se iba a Madrid, que comerian alli y volveria para la hora de cenar, como otras tantas veces. Por supuesto que omitía con quien iba a comer, él daria por supuesto que seria con sus amigas, pero la enervaba su indiferencia o su falta de interes por lo que hacia cuando iba tantas horas a la ciudad.

Analizaba esta vez, sentada en el autobús, su vida matrimonial. Era practicamente perfecta, sin fisuras ni grietas que amenazasen su estabilidad. Él era un buen hombre, la queria, la trataba con cariño, se le veia enamorado despues de tantos años, y ya no la acosaba tanto sexualmente como en sus buenos tiempos.

Ella agradecia este respiro, y su transformacion en cariños tiernos, apasionados pero suaves, sin urgencias molestas ni deseos a destiempo. Todo se habia regularizado, se habia acompasado a la edad de ambos y fluia sin contratiempos, perfectamente regular.

Tenia mas tiempo esa mañana para arreglarse, él no acabaria hasta mas o menos la una, y habian quedado mas cerca de su hotel, donde celebraba sus reuniones de trabajo.

Se habia duchado con calma, cepillado el pelo y maquillado con cuidado, mirando el efecto en el espejo y sabiendose, si no guapa, por lo menos atractiva. Encogia el vientre, intentando reducirlo, ocultarlo, y entonces le salian unas arrugas feisimas. No tenia solución.

Pero las piernas, que él admiraba cuando se sentaba a su lado, se veian firmes y suaves. Un poco abultadas las rodillas, no? Si seguía buscándose defectos acabaría por no salir de casa. Estaba bien, suficientemente bien para atraer a un hombre. Bueno, a dos, pensó con picardía.

Cuando acabó su arreglo personal, llegó la difícil elección de vestuario. Esta vez se decidió por un pantalón, no quería estar todo el tiempo mirando si la falda había quedado bien o mal, si enseñaba o no enseñaba, y prefería ver su mirada en los ojos, en el rostro, no en las piernas.

El vaquero blanco, con talle bajo, le sentaba bien, y moldeaba su culito espléndidamente. Era muy veraniego además, y ya empezaba el calor de mediada la primavera en Madrid. Y esa blusa abierta por detrás era fresca y resaltaba la otra parte de su cuerpo que a ella le parecía estaba mejor: su espalda. Era un poco atrevida tal vez, ajustada a su pecho, pero como tenia que llevar una chaquetilla para comer, no parecería demasiado osada.

Y por ultimo, la ropa interior. Esta vez seria incapaz de acertar lo que llevaría. Miró las braguitas que comprara dos días antes para esta ocasión y le pareció imposible de adivinar. Eran de seda, más bien grande, como a ella le gustaban, sin ser monjil, de un color entre carmín y malva, con adornos de encaje en la cintura y el bajo.

Lo malo es que no tenia el sujetador a juego, y tenia la manía tonta de ir conjuntada siempre, le parecía imprescindible ese toque, pero aquel sujetador casi rojo encajaba bien en el tono y dudaba que él notase la diferencia.

Esa idea la asalto de repente. ¿Por qué iba a notar él la diferencia? ¿Acaso tenia la intención de enseñárselo? Por supuesto que no, pero entonces… ¿Qué importancia tenia ese detalle, si solo era para su satisfacción personal?

Dudó si estaba realmente arreglándose para ella o para deslumbrarle a él, para conquistarle. ¿Qué importancia tenia su ropa interior entonces?

Bueno, se respondió tranquilizando de nuevo su conciencia, que era como un reto para ver si esta vez, su infalible imaginación era capaz de describir con tanto detalle sus bragas como en la anterior cita. Además, parecía como si su ropa interior fuera un tema de conversación muy importante para él. Después de contarse sus cosas, de charlar de mil temas diversos, acababa siempre hablando de sus bragas, de cómo serian, de cuando tenía previsto enseñárselas, y no dudaba que hoy seria igual.

Era un poco su triunfo, ponérselo difícil, intentar que no fuera capaz de adivinar que llevaba y así ganar esa baza y hacerle reconocer que nunca acertaría con ella, y por lo tanto, como consecuencia un poco tonta, que nunca se las vería.

Se las estiró un poco antes de colocarse el pantalón, dándose cuenta de que se le metían bastante entre los dos cachetes del culo y de que así quedarían cuando se ajustase bien la prenda.

Bueno, eso sería lo único que acertase, iba a sorprenderle esta vez.

Sentada en el autobús que iba a toda velocidad por el carril central, la volvió a sentir dentro de su raja y se imaginó las dos esferas bien marcadas, saliendo por la parte inferior. Eso haría que se le marcasen menos los elásticos a través del pantalón tan ajustado.

Hizo un poco de tiempo en el Corte Inglés y después se subió a un autobús que iba directo a su destino, cerca del Retiro. Estaba casi lleno, ni un asiento libre. Le costó agarrase a la barra superior y sintió el fresco adentrarse por el bajo de su blusa que se subió al estirar el brazo.

Otra vez se sintió observada por mas de una mirada de los hombres que tenia cerca. Le estaba empezando a sacar el gusto a eso de ser foco y admiración de los ojos masculinos.

Le agradó que la esperase fuera, en la calle. Nunca había entrado sola en un hotel, y menos buscando a un hombre. Desde luego, jamás se hubiera atrevido a preguntar por él en recepción.

Se dejó servir un vino fresquito, delicioso, que entraba de maravilla, y le gustó el detalle de que no insistiera nunca en llenar su copa. Solo escanciaba hasta la mitad y esperaba a que estuviese vacía, pero no la insistía para beber. Eso era buena señal, su táctica no iba por ponerla a tono a base de alcohol y eso la permitía no estar en guardia continuamente.

Le contó cosas de su tierra esta vez, del mar, la playa, de las reuniones de la mañana, de los compañeros, alguno de los cuales rondaba por allí, y le confesó que se había inventado que era su cuñada, para que no le diesen la lata al día siguiente, y que si alguno se acercaba, la presentaría como tal.

Por fortuna, la comida no fue interrumpida, pero el prefirió invitarla a café fuera del hotel, en algún sitio mas tranquilo.

  • sabes, cuando te vi con el pantalón me llevé una desilusión. Esta vez no te vería las piernas, pero afortunadamente se aprecian otras cosas preciosas ahí debajo.

  • vaya… ¿y que es lo que se aprecia?

  • pues un culito divino, redondito y suave, hecho para ser tocado y agasajado, y todo ello, a ser posible, por estas manos que apenas pueden contenerse.

  • Jajajaaja, eso se lo dirás a todas. Es imposible que sepas como es, así sentada.

  • bueno, ten en cuenta que te he cedido el paso al entrar, que te he mirado y bien mirado cuando venias directa a esta mesita escondida y tranquila, como hecha aposta para nosotros dos, y alguna cosa mas que me gusta adivinar. Porque esta vez también te habrás arreglado de una manera especial, supongo.

  • pues supones mal. Esta es la ropa de entretiempo, me la pongo con mucha frecuencia.

  • ¿tampoco te has puesto nada nuevo por dentro? ¿Es tu ropa habitual?

  • pues si, es todo normal.

  • bueno, pues me gustan esas braguitas que llevas hoy. De seda o parecido, casi rojas, con esos adornos tan bonitos en la cintura…

  • ¿Cómo? Y… como sabes… No puede ser.

  • bueno, tu no te ves la espalda, pero por encima del pantalón asoma una buena porción de una tela preciosa, que tiene la suerte de estar en contacto con la parte de tu cuerpo que me gustaría de verdad ver, y no adivinar, como hasta ahora.

O, cielo santo. Por eso la miraban tanto en el autobús. Debió de quedarse fuera, al levantar el brazo para asirse a la barra. No daba una, con lo bien que lo tenia preparado esta vez.

Al salir a la calle para dar un paseo por el parque, se quedó mirando un escaparate y se ladeó ligeramente para colocarse el pantalón correctamente. El caso es que ahora no se apreciaba nada, debió ser solo al sentarse y bajar la cintura, con la posición.

Tienes un culito precioso, se dijo, y volvió a sentirse cohibida cuando se dio cuenta de que no estaba sola y que él no perdía ninguno de sus gestos.

Pasearon, se sentaron en un banco, hablaron, rieron, observaron a algunas parejas haciéndose arrumacos y él la miraba intensamente, tal vez deseando que ella diese algún paso, algo que le diera a entender que no sería mal recibido.

Se lo notaba, pero no se atrevía. Precisamente, eso era lo que quería evitar a toda costa. Un gesto de familiaridad, una concesión. Entonces dejaría de ser un encuentro entre amigos para convertirse en una cita.

La tarde caía y se levantaron para dirigirse al autobús. Las parejas se escondían en la sombra y ella pensó que tendría que ponerse la chaquetita que había traído por si acaso. La primavera en Madrid, engañaba.

Espera, la dijo en cuanto se levantó, te has llenado el pantalón de arena. La sacudió despacio, de arriba abajo, hasta quitarle toda. Ahora notaba que el banco no estaba tan limpio como le pareció al llegar, cegada por el sol de la tarde.

Sintió que las sacudidas habían dejado paso a un movimiento circular, suave pero firme, que la recorría todo el trasero y que dibujaba su talle con toda precisión. Se dio la vuelta, para evitarlo con la menor violencia posible y sin parecer una mojigata asustada por una caricia.

Y entonces se sorprendió al notar que no la soltaba, que sus manos presionaban sobre su culo, aproximándola a él, y que su cara, muy cerca de la suya, esperaba ese gesto, imploraba esa caricia, solicitaba su aprobación. Cerró los ojos y sintió los labios de él sobre su boca, golosos e inquisitivos. Notó el vértigo de una sensación extraña, nueva, que la recorría de arriba abajo, y esperó a que tomase aire para separarse a una distancia un poquito mas segura.

Lo siento, recordaba que dijo él cuando la soltó, para sujetarla de la mano y acompañarla hasta el autobús.

……..

Apenas se dio cuenta cuando subió, picó el billete y se sentó. El trafico era mas denso, la velocidad del vehículo, menor.

Eso era bueno, necesitaba un poco de tiempo para ver que había fallado, como se había dejado besar así, en plena calle, y como no había hecho nada para evitarlo. Y otra cosa preocupante. No estaba segura de estar disgustada ni preocupada por ello, solo sorprendida y algo confusa.

No tenia ya edad para chiquilladas de ese tipo, ni para gustar a los hombres por mucho que ella pensase que todavía se conservaba bastante bien. Y bueno… parecía que otro hombre más disfrutaba ahora con ella. Otra vez se le debían de ver las bragas al estar sentada y a su vecino se le iban los ojos hacia su espalda.

Giró un poco el torso hacia la ventanilla, como para mirar hacia fuera. Ahora tendría mejores vistas…