Tercera cita
Cuando te mueres de ganas de comerte a alguien pero no tienes el valor suficiente para hacerlo, y te quedas esperando que por fin la otra persona se lance.
Era la tercera vez que quedaban y ella tenía bastante claro que esta vez iría a por todas. Se pasó toda la mañana arreglándose para él. Se alisó el pelo, se depiló, se probó el maquillaje, la ropa… Y al final acabó duchándose para presentarse al natural, sin maquillaje, con unos vaqueros ceñidos y una camiseta escotada, que dejaba al descubierto la forma de sus pechos.
Había quedado en el mismo sitio de la primera vez, a sabiendas de que el piso de él solo les quedaba a un paseo. Llevaba unos días bastante cachonda, tocándose de noche y de día solo de pensar en él. Imaginando como sería tener sus manos sobre su cuerpo, su lengua sobre su boca y todo lo demás que esperaba sentir. Y estaba decidida. Esta vez se lanzaría. El primer día apenas se conocían aunque él había intentado un primer acercamiento, y el segundo no habían tenido tiempo. Pero esta vez sería diferente.
Como siempre, llegó cinco minutos tarde. Él ya la estaba esperando, nervioso. Andaba de un lado a otro con el móvil en la mano. Se acercó y se dieron dos besos. Lo había echado mucho de menos. Ya apenas podía recordar su cara del tiempo que hacía que no se habían visto; pero allí estaban, otra vez juntos. Dieron una vuelta y hablaron de nimiedades. Después se sentaron en un bar a tomar algo, uno frente al otro, y en los pensamientos de ella se mezclaban tanto los paisajes que se imaginaba por lo que él le contaba, como imágenes de ellos en la cama, y a veces se sonrojaba. Se había puesto un amplio escote, y él no podía evitar que muchas veces se le fuera la vista mientras hablaba. Tras un rato en el bar, él le propuso seguir dando una vuelta y caminando se metieron en un parque. La noche cayó repentina, creando una intimidad en aquel parque poco transitado. Ella armándose de valor le dijo que por qué no se sentaban un poco. Ese era el momento, solo tenía que pegarse a él y besarlo, solo eso, para ver cómo reaccionaba. Pero no fue capaz. Siguieron hablando hasta que ella sacó el móvil para ver la hora. Movimiento que aprovechó él para pegarse a ella, y cuando levantó la vista para seguir hablando, los labios de él rozaron los suyos. Sintió un primer impulso de apartarse, pero no lo hizo. Cerró los ojos y dejó que él hiciera lo que ella no había tenido el valor de hacer. Sus lenguas invadieron sus bocas y sus manos se pusieron en movimiento para tocarse y abrazarse. La noche era cómplice de aquel esperado beso.
Se separaron un instante para coger aire pero enseguida volvieron a pegar sus labios. Qué bien besaba, pensó ella. Se dejó llevar un poco más y notó las manos de él en su cintura, instándola a que se subiera sobre él para estar cara a cara. Se sentó en sus rodillas y siguieron besándose mientras él recorría su culo con las manos. Ella empezó a notar el bulto que crecía entre sus piernas y sonrió. Provocándole le acercó los pechos a la cara y él sintiendo su aroma dirigió las manos hacia ellos. Ella metió las manos bajo la camiseta que él llevaba para tocarle el torso, y se dejó llevar en las atenciones que él le daba. Se besaron hasta que ella dirigió la boca a su cuello y besándolo lentamente llegó hasta el lóbulo de la oreja. Él se dejaba hacer, con las manos en el trasero de ella, acariciándolo. Los dos estaban muy excitados, pero sabían que aquel no era el sitio para eso. Se levantaron y se dirigieron al piso de él, cogidos de la cintura. Por el camino aún se fueron excitando más. Llegaron al bloque y el ascensor estaba estropeado, así que tuvieron que subir las escaleras, parándose en cada rellano de entreplantas para besarse y tocarse, jugando a excitarse cada vez más. Al fin llegaron a la puerta de su piso y abriendo la puerta entraron en el salón. Cerraron la puerta tras ellos y se fueron directamente al sofá. La tumbó y se puso sobre ella, deshaciéndose el uno al otro de sus ropas hasta acabar en ropa interior. Él se moría por palpar aquellos pechos y ella por dejar libre lo que se escondía tras sus calzoncillos.
Bajaron un poco el ritmo. Tenían que ir más despacio o aquello acabaría enseguida, y no era eso lo que ellos querían. Así que se tranquilizaron y se dedicaron a explorarse el uno al otro. Él por fin contempló aquellos pechos que le volvían tan loco, y ella recorrió cada centímetro de su trasero con la lengua. Le encantaban los culos como el de él, tan redondos. Se levantaron del sofá y él la guió hasta el cuarto. Por el camino ella lo puso contra la pared del pasillo y empezó a restregar su cuerpo con el de él. Después él la puso contra la pared a ella y se agachó para besarla desde la punta de los pies hasta los muslos, donde ella no le dejó llegar más allá. Llegaron a la habitación y siguieron con los juegos y los tocamientos hasta que loco de placer, él no tuvo más remedio que echarla sobre la cama y penetrarla de la manera más salvaje que se lo habían hecho nunca. Ella gemía sin parar. Un cambio de postura, ella a cuatro patas. Y siguió el sexo salvaje, primitivo. La penetración era casi absoluta. Él estaba a punto de llegar y ella lo sabía y se lo permitía. Los gemidos dejaron de ser solo de ella y pasaron a ser también de él cuando ella lo tumbó sobre la cama y se puso a botar sobre él. Él la agarró por el trasero para ayudarla en sus movimientos y quiso levantarla cuando supo que iba a eyacular, pero ella no se quitó, sino que aceleró más el ritmo haciendo que él se corriera en su interior gimiendo de placer. Y fue sentir aquel chorro caliente en su interior y estallar en un orgasmo que la hizo caer hacia delante sobre él.
Descansaron un poco en la cama y después él se puso a acariciarla y a susurrarle al oído lo que le había encantado aquello. Se incorporó un poco y empezó a besarla de nuevo, esta vez empezando por los muslos. Ella se recostó y dejó que él la explorara, cosa que él no desaprovechó y se fue directamente a lamer sus pechos hasta que consiguió que sus pezones se pusieran duros para mordisquearlos. Aquello la puso aún más cachonda y le dirigió una de sus manos a su sexo para masturbarlo mientras él se lo hacía a ella. Él le facilitó el acceso y se puso en posición para poder atacar tanto los pechos como el sexo de ella con la boca y con sus manos. Y esta vez con mucha precisión exploró su sexo hasta entrarle cuatro dedos de su mano mientras hacía que su clítoris creciera a base de lametones. Aquel chico sabía lo que hacía, pensó ella mientras llegaba a uno de los orgasmos más intensos de toda su vida.
Dispuesta a devolverle todo ese placer, hizo que él se recostara y ahora fue ella quien le colmó de besos por todo el cuerpo dedicándose especialmente a recorrer su sexo por completo, primero con besos y luego con lametones. Eso volvió a ponerlo a tono y cuando ella quiso seguir besando su torso le agarró la cabeza y se la metió toda en la boca. Así que como era lo que él quería, se dedicó plenamente a hacerle la mejor mamada que había hecho nunca hasta hacerle estallar en su boca.
Abrazados en la cama hablaron de aquello y él le confesó que estaba enamorado de ella. Que aquello no había sido solo sexo para él. Que desde que la conoció sentía algo especial por ella. A modo de contestación por parte de ella hubo un largo beso y muchas caricias. Tras las cuales se fueron a darse una ducha y a seguir jugando un poco más antes de separarse.
En la ducha él le frotó todo el cuerpo con una esponja y con sus manos, haciéndolo cuidadosamente en su sexo hasta conseguir arrancarle otro orgasmo. Y dándole la vuelta y con un poco de ayuda del jabón y de sus dedos le abrió su culito, virgen hasta el momento. Y después de sus dedos vino su miembro a ocupar el lugar y a hacerla disfrutar más si cabía. Él empezó sus embestidas mientras ella se agarraba donde podía y disfrutaba de cómo el agua le caía por sus pechos, excitando sus pezones.
Salieron a cenar algo y él la acompañó a casa con la promesa de su amor eterno. Sin embargo, después de aquello él volvió a irse de viaje y desapareció. Nunca más volvieron a verse.