Terapia Sexual Intensiva (19).

Capítulo 19.

Capítulo 19.

¡Charly! Hoy me pasó algo muy loco. Tengo que contártelo, urgente. De lo contrario no voy a poder dormir en paz.

Ah, antes que nada te aclaro que soy Julieta, lo digo porque hace poco Gabriela estuvo escribiendo por acá… y no sé, me imaginé que quizás podrías confundirte. Aunque creo que ya nos conocés la letra. En fin, eso no importa. Con que sepas que soy Julieta, me alcanza.

Hoy tuve un día de esos super apáticos en el trabajo… bueno, al menos fue así durante todo el turno de la mañana. Aburrido, con pocos clientes y aún menos ventas. En cambio, el turno de la tarde fue radicalmente diferente.

Antes de empezar a contarte lo que pasó hoy, quiero hacer un pequeño resumen de los últimos días, porque la última vez que escribí fue cuando Gabriela y yo visitamos a Beatriz, y pasaron varias cosas desde entonces.

Una de las más destacadas fue que Roberto me invitó a su casa, el bigotón me tuvo varias horas ahí, dándome para que tenga. ¡Qué bien coge! Como me sentía bastante picarona, aproveché para sacar varias fotos chupando la hermosa verga de Roberto, o con él cogiéndome, por la concha y por el orto. Bueno, el temita del sexo anal se complicó un poco, porque yo soy nueva en eso y Roberto tiene una pija enorme. Digamos que me la metió un poquito (más o menos la mitad), para que yo pudiera sacar unas lindas fotos. Intenté sonreír para la cámara, pero no pude… con toda esa carne metida por el orto solo fui capaz de mostrar expresiones de sufrimiento… sin embargo era sufrimiento mezclado con placer. Ya descubrí que por el culo se puede disfrutar mucho, y apenas tenga la posibilidad, le voy a pedir a Roberto que me dé bien duro por el culo… eso sí, voy a tener que dilatar muy bien, de lo contrario no se va a poder.

También saqué algunas fotos muy lindas con la carita llena de semen. Le di todo eso a mi hermana, porque ella quería saber cómo era la pija de Roberto. Además quería hacerse una buena paja mirando material porno que me incluyera.

Cuando Gabriela se puso juguetona y empezó a masturbarse, yo aproveché para chuparle la concha. Ella me sacó varias fotos haciendo esto e incluso me filmó. Me está dando bastante morbo esto de las fotos y los videos porno, especialmente porque tengo con quien compartirlos.

Como eso me dejó tan caliente, al otro día me grabé haciéndole un pete a mi papá. Sí, Charly, tal y como lo escuchás. Le pedí a Oscar que grabara toda la secuencia y yo le chupé la pija con muchas ganas, hasta el final… me dio de tomar la lechita, y me dejó toda la cara manchada. Fue hermoso. Me calenté tanto que casi me lo cojo en ese mismo momento; sin embargo no quiero abusar de este tipo de situaciones. Me da un poquito de miedo que, al hacerlas cada vez que me da la gana, dejen de ser tan excitantes y especiales. Si hay algo que me calienta de chuparle la verga a mi papá es porque no es algo que haga habitualmente… y se siente super morboso. Quiero que se mantenga así.

Por último te cuento que también me saqué varias fotos bastante provocativas, con la clara intención de subirlas a Twitter. Incluso le comenté a Gabriela sobre este asunto. Me saqué fotos usando un corpiño transparente, donde claramente se me veían los pezones, también algunas en tanga. La más sarpada de todas era una foto en la que se veía todo mi culo en primer plano, y tenía la tanga algo metida en la concha, como mordiéndola.

Sin embargo me arrepentí y no subí ninguna de esas fotos. Gabriela me dijo que yo era una cobarde, y sí, es cierto, admito que lo soy. Sé que mis padres no tendrían ningún problema si yo quiero subir porno explícito a internet, al fin y al cabo mi hermana ya lo hace; sin embargo me puse a pensar qué opinarían en mi trabajo si llegaran a encontrarse con esas fotos. Aunque yo nunca le di mi dirección de Twitter a nadie en mi trabajo, seguramente mis jefes ya la saben. No debe ser tan difícil encontrarme, ya que uso mi nombre y apellido.

Le dije a Gabriela que prefiero pensarlo bien, y si junto coraje, tal vez me cree una nueva cuenta de Twitter, con un apodo, y suba aquellas fotos que no muestran mi cara. Una vez más, mi hermana me trató de cobarde. Pero bueno, qué se le va a hacer. No me animo a exponerme de esa manera.

Ahora sí, procedo a contar lo que pasó hoy.

Todo empezó cuando Juan, el encargado de mi sector, me dijo que tenía que hablar en privado conmigo. Estaba muy serio y lo primero que pensé fue que me iban a echar por estar vendiendo tan poco. Nos reunimos en un rincón apartado de los demás, justo a un mostrador. Cuando le pregunté de qué quería hablar, me mostró una tablet. Allí reprodujo un video, se trataba de una de las cámaras de seguridad. Pude verme a mí misma entrando en el baño, acompañada por Roberto. Me puse tensa.

―¿Se puede saber por qué entraste al baño con un cliente? ―Me preguntó.

Juan es un tipo de piel morena, pelo corto y cejas anchas. Es corpulento, pero no muy alto. Por lo general parece un buen tipo, excepto cuando se enoja. En ese momento me pareció intimidante, porque estaba muy serio.

―No es nada ―le dije, rápidamente. Por suerte ya tenía una excusa preparada por si llegaban a preguntarme por ese tema―. El señor se descompuso, me pidió que lo acompañara al baño, para lavarse un poco la cara. Creo que se le bajó la presión. Me quedé con él porque tenía miedo que se desmayara o algo así. Si querés podés llamarlo y preguntarle. Tenemos sus datos, hace poco compró una heladera.

―¿Solo por eso lo acompañaste? ¿No pasó nada más?

―¿Y qué más debería pasar? ―Pregunté, haciéndome la boluda.

―Nada. Y eso es lo importante. Que no haya pasado nada.

―Solamente intenté ser amable con el señor, no pensé que estuviera rompiendo algún protocolo o algo así.

―Mmm… está bien. Podés volver a tu puesto de trabajo.

―Gracias.

Me despedí de él y creí que eso dejaría zanjado el asunto. El encargado no tenía motivos para sospechar nada raro, las cámaras de seguridad solamente tomaron el momento en el que entramos y cuando salimos. Si alguien me llega a preguntar: “¿Por qué estuvieron tanto tiempo ahí adentro?”, solo tengo que responder que Roberto tardó varios minutos en recuperarse. Estaba confiada porque si llegaban a llamar al viejo bigotón, él corroboraría mi relato.

Volví a mi aburrido puesto de trabajo, me tocó atender a una señora que buscaba una tablet y no tenía ni idea de qué diferencia había entre una y otra. Para ella eran todas iguales, y a pesar de que le expliqué que la más grande no era mejor que las demás, ella insistió en llevarse esa. Una pena para mí, porque había un bonus especial en la comisión si vendía una tablet en particular que ya estaba en liquidación. No pudo ser posible, pero al menos gané una venta.

Cuando despaché a la señora con su tablet nueva, el encargado se me acercó una vez más.

―¿Podés venir un momentito, Julieta?

―Sí, ¿qué pasa? ―Pregunté con profesionalismo.

―Vení, pasá por acá.

El me señaló el camino y mientras avanzábamos me fui poniendo cada vez más nerviosa, porque me di cuenta que nos dirigíamos hacia la oficina del jefe de la sucursal, un tipo serio, de unos cincuenta y cinco años, llamado Ernesto.

Efectivamente, entramos en esa oficina y allí estaba mi jefe.

―Ah, hola, Jimena ―me saludó, dejando su celular sobre el escritorio.

―Me llamo Julieta ―respondí, intentando contener mi indignación. Después de todo el tiempo que llevo trabajando acá, este estúpido ni siquiera sabe mi nombre.

―Sí, perdón. Te habré confundido con otra de las chicas ―lo veía difícil, porque no había ninguna Jimena en la sucursal, pero igual no dije nada―. Quería hablar con vos sobre un problemita…

Él giró la pantalla de su computadora para que yo pudiera verla y, una vez más, vi el video de vigilancia que me mostraba ingresando al baño con Roberto.

―Ya le expliqué eso a Juan ―le dije a mi jefe―. Entré al baño con ese hombre porque se sentía mal.

―¿Y qué fue exactamente lo que hiciste con él dentro del baño? Porque tardaron varios minutos en salir.

Me miró con seriedad detrás de sus anteojos, al igual que Juan, Ernesto era un tipo corpulento. Pero la corpulencia de Juan se debe a que tiene hombros anchos, como si fuera jugador de rugby, en cambio Ernesto es más bien tirando a gordito. Tiene una prominente panza asomando encima de su cinturón.

Ante esta mirada inquisidora, comencé a dudar de mí misma. ¿Y si habían hablado con Roberto y el viejo bigotón les contó la verdad? Al fin y al cabo no conozco mucho a ese tipo, parece buena gente; pero eso no quita que esté dispuesto a mentir para salvarme. Hasta llegué a pensar que quizás era de esa clase de tipos a los que les gusta alardear sobre sus “victorias sexuales”. Casi me lo podía imaginar diciendo: “Sí, esa pendeja me chupó la pija durante un buen rato… y se tomó toda la lechita, como buena putita que es”.

Me puse nerviosa e intenté ganar tiempo.

―¿Por qué? ¿Hay algún problema? Como le dije a Juan: solo intenté ser amable con un cliente.

―¿Entonces cómo explicás esto? ―Preguntó mi jefe.

En la pantalla el video continuó. Roberto y yo entramos al baño y ahí caí en la cuenta de cuál era el puto problema. Esa puerta de mierda tiene bisagras dobles, abre hacia adentro o hacia afuera, da igual. Y cuando yo la solté empezó a hacer un vaivén que duró apenas unos segundos. En ese breve lapso de tiempo se pudo ver claramente cómo yo me agachaba frente a Roberto y me aferraba a su pantalón.

“Carajo ―pensé―, ¿y ahora cómo mierda salgo de esta?”

Mis opciones eran escasas, sin embargo no quería darme por vencida tan rápido; podés llamarlo amor propio o simplemente cabezonería, o quizás lo vi como un desafío. Sea lo que fuere, me propuse aguantar hasta las últimas consecuencias, aunque tuviera que inventar mentiras y excusas absurdas.

No podía decir que esa chica del video no era yo, ese barco ya había zarpado; por eso mi argumento tomó otro rumbo.

―Sí, es cierto que me agaché y lo ayudé a desprender su pantalón ―dije, intentando mantener la calma―; pero no lo hice con las intenciones que ustedes sospechan.

―¿Y por qué otro motivo le desprenderías el pantalón a un cliente… dentro del baño? ―Preguntó Ernesto.

―Ya les dije que él se sentía mal… estaba mareado. Le pregunté si necesitaba algo y me dijo que quería hacer pis; pero él solo no podía desprenderse el pantalón… me asusté, creí que el tipo se iba a desmayar allí mismo. Por eso le ayudé con ese asunto.

La excusa no era buena, en absoluto; pero a partir de este momento era mi palabra contra la de mis jefes. Ellos no podían demostrar que yo le había chupado la pija, como tampoco podían demostrar que yo estuviera mintiendo. Mi mejor carta era contar con la declaración del propio Roberto, aunque de momento prefería guardarme eso bajo la manga.

Mi historia, aunque un tanto ridícula, dejó desorientados a Juan y a Ernesto, intercambiaron miradas de desconcierto y luego el encargado me dijo:

―¿Nos estás diciendo que no te importó verle el pene a un cliente, solo porque él decía sentirse mal?

―Nunca dije que no me hubiera importado. Fue una situación extraña y muy incómoda ―un impulso me levó a tomar un riesgo―. Y la cosa no terminó ahí… también lo tuve que ayudar a orinar… así que le agarré el pene y lo apunté hacia el inodoro. No fue agradable, me puse muy nerviosa al tener… una pija en la mano; perdón por la expresión, pero así fue. Espero que eso no vaya en contra de las reglas del local… solo intentaba ayudar.

―Si todo lo que estás contando es cierto, Julieta ―dijo mi jefe, mirándome con ojos sagaces―, tendrías que haber pedido ayuda a otra persona, o llamar urgencias.

―Sí, es cierto ―agaché la cabeza―, reconozco que eso estuvo mal; pero todo pasó muy rápido.

―¿Y cómo reaccionó este cliente mientras vos le agarrabas la pija? ―La forma en que se expresó Juan me puso los pelos de punta. Este extraño jueguito se estaba poniendo interesante―. Porque me imagino que alguna reacción habrá tenido mientras una chica joven se la manoseaba…

―Bueno, sí ―mi pulso se aceleró, no por miedo, sino porque lo estaba disfrutando―. Se los cuento a ustedes, pero no le digan nada al pobre tipo, no quiero que se sienta mal. Mientras yo lo ayudaba a orinar… se le puso dura la verga, no lo culpo, tengo las manos muy suaves… y siempre tibias… y se la agarré con bastante firmeza, porque no quería que ensuciara el piso. Se ve que eso le despertó el amiguito. ―La historia era mentira, pero lo que me causaba morbo era hablar de este tema frente a mis jefes. Mi vagina ya estaba comenzando a calentarse―. Fue muy difícil ayudarlo a apuntar con la verga tan dura, tuve que usar las dos manos…

―¿Dos manos para agarrar un pene? ―Preguntó Ernesto, incrédulo.

―Em… sí… el señor tiene una herramienta de un tamaño considerable, más estando erecta. Fue como agarrar una manguera de bombero, esas que se ponen super tensas cuando el agua empieza a circular. ―Mientras más detalles daba, más aumentaba mi morbo―. Como dije, no fue una tarea sencilla; pero de ahí a pensar que yo hice otra cosa con el tipo, en el baño de mi trabajo, eso ya es muy diferente.

―Muy bien ―mi jefe pareció comprar esa excusa―. De momento no voy a poner en dudas tus palabras; pero hay otro tema que nos gustaría hablar con vos.

―Si es por las ventas de este mes… prometo que me voy a esforzar más.

―No se trata de las ventas ―intervino Juan―. Se trata de tus publicaciones en Twitter.

―¿Qué problema hay con eso? Si apenas uso Twitter…

Los dos tipos se volvieron a mirar y luego Juan me mostró la pantalla de su celular, ahí pude ver dos cosas: que se trataba de mi cuenta de Twitter y que había una foto en primer plano de mi culo, con una tanga roja. Casi se me cae la mandíbula al piso, Charly. No lo podía creer. Por suerte mi cerebro trabajó rápido y me di cuenta de que Gabriela estaba detrás de todo esto. De alguna manera ella consiguió mi contraseña de Twitter (quizás encontró la agenda que guardo con datos personales y contraseñas) y se tomó la libertad de subir algunas de mis fotos… pero no sabía cuáles, ni cuántas de ellas.

―¿Qué tiene de malo? ―Pregunté, con naturalidad.

―¿Cómo qué tiene de malo? ―Juan me miró incrédulo.

―Sí, eso mismo dije. No creo ser la primera mujer que sube una foto del culo a internet.

―¿Pero a vos te parece bien que una empleada de esta empresa suba a internet fotos así? ―Preguntó Juan.

―No sé si está bien o no; pero ustedes se van a tener que acostumbrar a eso. Es más, Sofía, la chica de caja, vive subiendo fotos tomando sol en bikini y mostrando el orto. ¿A ella también le van a decir que no puede subir esas fotos?

―Es diferente.

―¿Por qué?

―Porque al menos Sofía sube fotos de ella; pero vos… vamos, Julieta ―Juan me mostró una sonrisa socarrona―. Es obvio que vos no tenés este culo. ¿Me vas a decir que esta sos vos?

Eso sí que no me lo esperaba.

―¡Claro que soy yo! ―Exclamé, ofendida―. ¿Me estás acusando de usar fotos de otra chica?

―Te estoy viendo ahora mismo, Julieta ―continuó el encargado―. Vos no tenés estas nalgas.

―Es porque tengo este pantalón de mierda que me hacen usar ustedes. Es un pantalón cargo, no marca nada.

Tuve un arrebato de ira, no fui capaz de controlarme. Pasé mucho tiempo sintiéndome poca cosa y ahora este tipo venía a insinuar que esa no era yo. Ya estaba harta de sentirme menos, quería demostrarle a él, y al mundo, que estoy muy orgullosa de mi propio cuerpo.

Desabroché el pantalón mientras me quitaba las zapatillas, y antes de que ellos pudieran reaccionar, me lo quité. Ernesto, que estaba al otro lado del escritorio, se puso de pie de un salto. No sé si fue por la sorpresa, o porque no quería perderse el espectáculo. Me miraron fijamente y yo me puse de lado, de forma tal que los dos pudieran ver mi culo.

―¿Ven? Sí que soy yo.

En lugar de sentirme avergonzada, me sentí segura y poderosa, tal y como le pasaría a Gabriela en una situación similar. Yo tenía puesta una tanga negra, muy parecida a la roja que usaba en la foto. Mis nalgas estaban pálidas como el mármol, porque nunca tomo sol; sin embargo eran imponentes, y estaban muy bien formadas.

―Creo que la chica no miente ―dijo Ernesto.

―Solamente quería verificar que era ella ―dijo Juan, con altanería―. Pensé que quizás iba a tomar la excusa de “no soy yo”, para evadir el asunto.

―No tengo nada que evadir ―dije―. Ese culo es mío y ustedes no me pueden echar por subir esa foto a internet, no cuando varias de las empleadas hacen lo mismo. ¿Nos van a echar a todas?

―De momento no tenemos intenciones de echar a nadie ―aseguró Ernesto―. Solo queremos aclarar este asunto. Y es obvio que vos querés colaborar para que todo se aclare. ―Mientras decía estas palabras, caminó alrededor del escritorio hasta quedar del lado en el que me encontraba yo. Sus ojos fueron directo hacia mis nalgas, ni siquiera intentó disimularlo―. Me gustaría hacerte una pregunta, Julieta. ¿Te daría vergüenza si alguno de tus compañeros de trabajo encuentra esas fotos de Twitter?

―No, para nada. No me molesta que me vean la cola, es como andar en la playa, con bikini…

―Con un bikini muy chiquito ―acotó Juan, que se estaba fijando en lo pequeña que era mi tanga y cómo esta se me metía entre las nalgas―. Y no creo que en la playa uses el bikini así:

Volvió a mostrarme la pantalla del celular, la imagen era muy parecida a la anterior, yo arrodillada, con el culo apuntando hacia el espejo que usé para sacarme la foto; solo que ahora la tanga roja estaba siendo mordida por mi vulva. Mis blancos labios vaginales asomaban claramente a los lados de la tela roja. Al parecer mi hermana no se conformó con subir una foto sugerente, sino que además subió una que ya se catalogaba como erótica… casi pornográfica.

―Si alguno de tus compañeros viera esa foto ¿tampoco te sentirías avergonzada? ―Preguntó Ernesto.

―No, claro que no. Que la miren todos, no me importa. ―En realidad sí me importaba, pero no quería dar el brazo a torcer.

―¿Segura? ―Preguntó Juan, con una sonrisa maquiavélica―. ¿Tampoco te daría vergüenza que nosotros te viéramos así?

El tipo me demostró que quería llevar este juego de poder aún más lejos. Se acercó a mí y antes de que yo pudiera reaccionar, tomó la tanga y le pegó un tirón hacia arriba. Esto, por supuesto, provocó que la tela quedara mordida entre los labios de mi concha, tal y como se veía en la foto. Para colmo, por el mismo envión, me vi obligada a apoyar los codos en el escritorio, esto dejó mi culo en pompa. Ahora sí que me sentía como un blanco conejito en frente de dos lobos feroces, que salivaban al verme mover el rabo. Pero yo quería demostrarles que esta conejita es audaz y astuta, no me iba a comer tan fácil.

―Miren todo lo que quieran ―dije, intentando demostrar la misma seguridad que Gabriela―. Me gusta que la gente me mire el culo… y la concha, por eso subí las fotos. ―Mi temperatura corporal estaba subiendo vertiginosamente y ya estaba dejando las sutilezas de lado. ―Y más les vale acostumbrarse, porque seguramente vendrán más fotos en mi perfil de Twitter; fotos como esa… o más explícitas.

―¿Explícitas como esta? ―Juan me mostró una nueva foto de mi Twitter. En esta se me veía ya sin tanga, en cuatro, con el culo abierto apuntando al espejo. Lo que también estaban bien abiertos eran mis labios vaginales, se me podía ver todo el interior rosado de la concha.

Como conozco a Gabriela, me imaginé que esta foto también estaría publicada, por eso no me tomó por sorpresa.

―Sí, como esa ―dije, con altanería―. Ya les conté que me gusta que me miren la concha… y si me echan por subir esas fotos, los que se van a llevar una mala publicidad son ustedes. Porque en ningún lado de mi perfil dice que yo trabajo acá. Nadie tiene por qué asociarme con este lugar.

―Sos una vendedora, Julieta ―dijo Ernesto―. Cualquiera que te siga en Twitter puede reconocerte.

―Entonces creo que es momento de que me den ese trabajo en el depósito, que vengo pidiendo desde hace unos meses. Lo admito, las ventas no se me dan muy bien; pero soy organizada. Creo que en el depósito me puede ir mejor, y allí no me reconocería ningún cliente. Ni siquiera me verían.

―De eso vamos a hablar en otro momento ―dijo mi jefe―. Antes quiero volver al tema del baño… y ese cliente.

―Ya les dije que…

No llegué a terminar la frase. Ernesto apretó un par de teclas y en la pantalla de la computadora apareció otra imagen sumamente comprometedora. Me quedé boquiabierta. La calidad del video no era la mejor; pero sí lo suficientemente nítida como para mostrar a Roberto abriendo la puerta del baño y asomándose. Sin embargo lo curioso de la escena estaba en el fondo. Justo detrás de él me encontraba yo, agachándome frente al lavamanos… con la cara llena de un líquido blanco y espeso. Para colmo, al acomodarme el pelo giré la cara hacia la cámara, fue tan solo un segundo, y como lo hice con los ojos cerrados no me di cuenta de que la puerta estaba abierta. Ernesto detuvo la grabación justo en ese frame. Ahí se podía ver perfectamente cómo las líneas blancas del semen cruzaban por toda mi cara, incluso por encima de mi boca.

―Confesá, Julieta ―dijo Juan―. Le chupaste la verga al cliente. Eso sí es meritorio de un despido.

Estaba acorralada, salir de esta sería prácticamente imposible. El puesto de trabajo no me importaba tanto como mi propio orgullo, no quería salir de la oficina con una derrota moral. Esta conejita estaba dispuesta a dar pelea hasta el final, aunque tuviera que inventarme una excusa aún más absurda que la anterior.

―Eso se puede explicar ―dije, manteniendo mi cola en alto, mostrar un poco la concha era un arma a mi favor, me ayudaría a mantenerlos distraídos.

―¿Ah, sí? ¿Cómo lo vas a explicar? ―Quiso saber Juan, que no dejaba de mirar mis labios vaginales.

―Bueno… yo les conté que tuve que ayudar a ese hombre a orinar… le agarré la verga, y se le puso bien dura, como un garrote. Cuando él terminó de hacer pis, me pidió que lo ayudara a guardar su miembro dentro del pantalón. Se apoyó contra la pared, porque evidentemente se sentía muy mal ―me sorprendí a mí misma de mi capacidad para mentir; y aunque todo fuera un invento, el morbo crecía cada vez más en mi interior―. Entonces yo volví a agacharme frente a él y usando las dos manos intenté bajar su verga… cabe aclarar que la verga quedó apuntando directamente hacia mi cara, ese es un dato importante…

―Aja… ―dijo Ernesto―. ¿Y qué más pasó?

Los tenía hipnotizados con mi relato… y con mi anatomía. Si lo hacía bien, ellos podrían comprar cualquier historia que yo quisiera venderles. Lamentablemente no soy muy buena vendiendo cosas, por lo que fue un gran desafío. Sin embargo, esta vez tenía otras armas a mi favor y pensaba usarlas.

―No les voy a mentir ―dije, cuando en realidad todo lo que salía de mi boca eran puras mentiras―. La verga del tipo era linda… imponente. La tenía tan cerca de la cara que llegué a tentarme un poquito, especialmente cuando, sin querer, el tipo me rozó los labios con la punta de la verga. Estuve a punto de abrir la boca y darle una chupadita… pero eso no significa que lo haya hecho. Sabía que estaba en mi lugar de trabajo, por eso me comporté. Sin embargo, entre tanto forcejeo para meter la verga dentro del pantalón, quizás me pasé un poco de la raya con los estímulos… puede que haya movido demasiado las manos, sin darme cuenta de lo peligroso que era eso… y de pronto… ¡zaz! Me saltó un chorro de leche en toda la cara. El pobre tipo tuvo un accidente, y yo me sorprendí tanto que ni siquiera llegué a moverme. Al contrario, me quedé ahí, quietita, con la boca abierta.

―¿Y por qué abriste la boca? ―Preguntó Juan.

―Por la sorpresa. Y eso me jugó en contra, porque algunos chorros de leche me cayeron dentro de la boca… para colmo el tipo parecía una manguera de bomberos, otra vez. La leche no paraba de saltar. Tuve que cerrar los ojos… no quería perder un ojo de un lechazo… es que las descargas eran bien potentes… y abundantes. Para colmo, por puro acto reflejo, me tragué el semen que tenía en la boca. ―Pude notar cómo los bultos de los dos tipos iba creciendo. Los tenía donde los quería―. El pobre bigotón se puso muy mal y empezó a pedirme disculpas, creyó que yo lo iba a denunciar o algo así. Pero… a ver… a mí me gusta que me acaben en la cara. Si hago un pete, casi siempre pido que me acaben en la cara, y no tengo problemas en tragarme la leche.

―Eso se nota ―dijo Juan―. De solo contarlo, ya se te está mojando la concha.

El muy atrevido pasó dos dedos entre mis labios vaginales, me hizo estremecer de la calentura, pero intenté no demostrarlo. Podía usar esto a mi favor.

―Sí, ¿viste? ―Dije, con naturalidad―. No lo voy a negar, de ese baño salí con la concha bien mojada, porque a pesar de que fue un accidente, la situación me calentó mucho. Para que el tipo no se sintiera tan mal, ni tuviera miedo de una denuncia, le di un par de lamidas al glande, y con eso me tragué los últimos chorritos de leche que había en esa pija… o sea, quiero que entiendan bien, no le hice un pete… solo me metí la cabeza de la verga en la boca, durante un par de segundos, para que el tipo se quedara tranquilo. ―Juan me estaba toqueteando mucho la concha y la calentura se me subía cada vez más, decidí arriesgar un poco―. Aunque esto no salió exactamente como yo lo esperaba. Al parecer al tipo le gustó que yo me metiera su glande en la boca, y ahí nomás aprovechó para agarrarme de la cabeza… me hundió más la pija en la boca, me costó bastante tenerla adentro, era bien ancha. Lo miré a los ojos, sin poder hablar, y él me dijo: “Esperá, que viene uno más”. Entonces me quedé ahí, quietita… esperando por lo que vendría. Pero eso no llegaba, y empecé a impacientarme. O sea, no es que me molestara tener casi media verga en la boca, eso estaba bien; me preocupaba que alguien entrara al baño y me viera en esa situación, por eso empecé a mover un poquito la lengua alrededor de la verga… para acelerar un poquito el trámite. Hasta que por fin llegó esa última descarga de leche, la sentí contra el paladar. Hay pocas cosas que me calientan tanto como sentir el chorro de leche dentro de la boca. Una vez que el tipo terminó, volví a tragar la leche y ahí sí, fui a lavarme la cara. Sé que lo que pasó no estuvo bien; aunque de ahí a decir que todo fue mi culpa, hay mucho trecho. Solo hice lo que la situación me obligó a hacer.

Los dos hombres me miraron en silencio, sus bultos ya eran enormes y Juan no dejaba de acariciarme la concha, aunque la tanga le impedía meterme los dedos.

―Emm… ejem… ―carraspeó Ernesto―. Bueno… em… de todas maneras, Julieta, lo que hiciste no estuvo bien.

―¿Y qué podría haber hecho? ¿Salir del baño a los gritos con la cara llena de semen para que me vieran todos los clientes? Solo hice lo que me pareció mejor para la empresa.

―Y de casualidad ―dijo Juan, mostrándome otra vez su teléfono―. ¿Este no será el mismo tipo del baño?

En la pantalla se podía ver una foto de mi cara en primer plano, mirando hacia arriba, donde estaba la cámara. En la boca tenía una enorme pija, me había tragado apenas una pequeña porción y ya iba por más. El corazón me dio un vuelco, esa hija de puta de Gabriela subió una foto en la que estoy haciendo un pete…

―Em… sí, es él… es Roberto.

―Acá no tenés semen en la cara ―señaló Juan―. Esta foto la sacaste antes… esto demuestra que sí se la chupaste en el baño.

―No es cierto. Esa foto demuestra que se la chupé, pero no fue ese día… fue después. A ver, la pija de ese tipo es genial, yo me quedé con ganas de comérmela toda. Por supuesto que le dije que no podíamos hacerlo en el lugar de trabajo, por eso lo invité a mi casa… y después fui yo a la casa de él. Se la chupé varias veces, y me gustó… aunque lo hice fuera del horario laboral. Creo que lo que yo haga con mi vida privada a ustedes no les importa.

―Nos importa si hacés pública esa vida privada ―dijo Ernesto―. Esas cosas que subís a Twitter son demasiado explícitas…

―Sí, y hay más… ―comentó Juan―. Acá sí estás con la carita llena de leche.

Efectivamente, en esa foto tenía la cara blanca de tanto semen.

―Muy cierto ¿no estoy preciosa? ―dije, con una amplia sonrisa―. Me encanta esa foto ―el corazón me latía a mil, porque vi que la imagen tenía como quinientos “likes”, a mí ni siquiera me sigue tanta gente.

―¿Y a vos te parece bien estar publicando estas cosas tan explícitas? ―Preguntó Ernesto.

―Sí, me parece muy bien. Durante los últimos meses estuve sintiéndome muy mal, estaba deprimida, me sentía poca cosa… lo que me levantó el ánimo fue el sexo y fue sentirme orgullosa de mi propio cuerpo. Publicar esas fotos me hace bien. Antes tenía miedo de experimentar este tipo de cosas; pero ya no…

―Se nota que estuviste… experimentando.

Juan mostró otra de las fotos de mi Twitter, esta tenía más de mil “likes”. Yo aparecía con un gesto que era una mezcla de dolor y placer, estaba acostaba boca arriba, con las piernas bien levantadas, y la enorme pija de Roberto metida en el orto.

―¡Uy, sí! ―Exclamé, con el corazón a punto de saltar fuera de mi pecho―. Es que ¿cómo no iba a probar semejante pija por el orto? No se dan una idea de lo que sufrí con eso… yo soy nuevita en el sexo anal, un tipo… otro, que no es Roberto ―no hacía falta aclarar que se trataba de mi papá―, me hizo debutar por el culo. Fue maravilloso, la pasé genial… y con Roberto intenté lo mismo; pero es mucha pija. Aunque sirvió para sacar algunas fotitos, como esa.

―No puedo creer que una chica como vos se exponga tanto de esa manera ―dijo Ernesto, incrédulo.

―Y no solo son fotos ―señaló Juan―. Hay más. Acá dejó un comentario que dice: “Hace poco chupé tres pijas a la vez. Fue genial. Prometo que más adelante voy a subir fotos chupando dos o tres pijas”. ¿Esto es cierto?

―¿Que chupé las tres pijas o que quiero subir más fotos? ―Pregunté, insultando por dentro a mi hermana por publicar declaraciones tan íntimas.

―Las dos cosas.

―Bueno, sí… es cierto que chupé tres vergas a la vez. Como dije antes, a mí me gusta hacer petes, y ahora ando en una etapa de experimentación. Me junté con tres amigos y les comí las vergas… pero como fue todo tan improvisado, no tuve la oportunidad de sacar fotos. Eso fue una lástima, me hubiera gustado mucho poder publicar fotos comiéndome tres pijas. No se imaginan cómo me llenaron de leche, eso también hubiera sido lindo fotografiarlo. ―Los dos tipos me miraban con los ojos abiertos como platos―. Lamentablemente no sé cuándo tendré la oportunidad de ver a esos tres amigos a la vez… porque, bueno, la realidad es que no son taaan amigos. Los conocí por ahí y bueno, se dio eso de chuparles las pijas. También me cogieron entre los tres. Fue una tarde fantástica.

―No respondiste lo otro ―dijo Juan―. ¿Querés subir fotos con dos o tres pijas?

―Sí, me encantaría… pero lo difícil es encontrar candidatos. Con uno solo no es tan difícil; sin embargo, convencer a dos o tres al mismo tiempo, cuesta un poquito más ―dije esto mirando sus enormes bultos―. Hay tipos a los que les da un poquito de vergüenza que otro hombre les vea la verga.

―Bueno, si esto de subir fotos realmente te hace tan bien, nosotros te podemos ayudar ―dijo Juan.

Y antes de que pudiera reaccionar, él sacó su verga erecta del pantalón. No era como la de Roberto, pero estaba muy bien.

―Tenés linda pija ―le dije, sonriendo con mucha simpatía―. Y la idea me encanta… pero si Ernesto no se suma, no tiene sentido. Si voy a chupar pijas, quiero chupar las dos.

Ernesto parecía un tanto asustado, como si la situación lo hubiera superado ampliamente; sin embargo estaba excitado, se notaba mucho en su pantalón.

―No me parece apropiado hacer esto con una empleada, en mi oficina ―dijo.

―A mí tampoco ―le aseguré―. Va contra las normas. Pero esto es ahora, o nunca. Y para que no te sientas tan mal, te digo que ahora mismo tengo muchas ganas de comerme dos pijas bien duras… y que me llenen de leche. Eso sí, si prometen sacar muchas fotos. Se las pueden quedar y las pueden compartir con quien quieran, a mí no me molesta… si al fin y al cabo, pienso subirlas a Twitter.

Eso era cierto. Todo era cierto. Estaba dispuesta a chuparles la pija y a subir las fotos a internet. Ya estaba en el baile, era hora de bailar.

Me di cuenta que Ernesto no iba a arrancar solo, por lo que decidí pasar a la acción. Me puse de rodillas frente a ellos, agarré la pija de Juan, y sin ningún tipo de preámbulos, me la tragué toda… hasta los huevos, algo que no puedo hacer con la pija de Roberto. Empecé a petearlo con ganas y mientras lo hacía, le agarré el bulto a Ernesto. Él se sobresaltó, pero me dejó hacerlo.

Mi cabeza se movió de atrás para adelante con mucha velocidad, lo estaba disfrutando mucho. Paré solo para desprender el pantalón de Ernesto, contemplé su verga con agrado, era un poco más grande y ancha que la de Juan. Cuando me la metí en la boca, mi jefe pareció perder la vergüenza.

―Así sí que te vas a ganar un aumento ―dijo―. Y ese trabajo que tanto querías en el depósito, dalo por hecho. A vos conviene tenerte cerca, y bien guardadita.

Le sonreí sin sacarme su verga de la boca. En ese momento Juan empezó con las fotos, yo posé con naturalidad. Me sentía de maravilla. Gabriela me tendió una trampa, otra vez; y terminó derivando en algo espectacular. Estoy segura de que ella no imaginó que esto pasaría, quizás solo buscaba que yo me animara a subir fotos porno a Twitter… sin embargo se va a poner muy contenta cuando lea esto, porque sí, ya no me molesta que lea mi diario íntimo. Yo para ella no tengo secretos.

Estuve un rato largo peteando a mis jefes y me dejaron con la carita bien llena de leche. Esa foto, junto con las demás, ya están publicadas en mi Twitter, por si querés ir a chusmear, Charly. Aunque no creo que un cuaderno de papel tenga acceso a internet. En fin. En lugar de sentirme mortificada por subir a internet fotos mías chupando dos pijas, me siento liberada, segura, confiada. Si alguno de mis compañeros de trabajo se queja porque subo esas fotos, sé que tengo al encargado y al jefe de área de mi lado. Ellos me van a cuidar.

Después de los petes me dieron el resto de la tarde libre, y acá estoy, escribiendo… aún puedo saborear el recuerdo de esas deliciosas pijas y del semen, porque no solo me lo tiraron en la cara, sino que también me lo tragué todo.

Además me dieron unos días de descanso, los cuales me vienen muy bien, para pasar más tiempo con mi familia. Cuando vuelva al trabajo lo haré con alegría sabiendo que ya no tengo que atender clientes. El trabajo en el depósito va a ser mucho más tranquilo.

En fin, eso es todo lo que tengo para contar. Te quiero, Charly… y Gaby, si estás leyendo esto: Sos una hija de puta, una vez más te metiste en mis cosas sin pedirme permiso (hablo de Twitter); sin embargo, si no hubieras hecho eso, nada de esto hubiera pasado. Al final vos tenés las cosas más claras que yo, ahora que estoy viviendo la vida desde tu filosofía, puedo asegurar que realmente la estoy disfrutando. Por fin me siento viva. Gracias, hermana. Te amo.