Terapia Sexual Intensiva (14).
Capítulo 14.
Capítulo 14.
Hola, Charly.
Hace un rato llegué de trabajar… y sí, sé que mis anécdotas laborales te deben importar muy poco. Sin embargo esta vez tuve un día de lo más peculiar. No me quiero adelantar a los hechos, así que mejor empiezo a contarte por el principio.
La cosa empezó hace unos días, cuando me tocó atender a un tipo de unos cincuenta y pico. Un señor muy normal, con bigote y cabello entrecano. Me pareció muy simpático e incluso hizo algunos chistes mientras yo le mostraba distintos modelos de heladeras. Me emocioné porque él quería comprar una… y al contado. Vender un producto tan caro me ayudaría mucho a mejorar mi nivel en ventas, el cual es lamentable. Me da mucha pena admitirlo, pero el mes pasado fui la que menos vendí, y creo que este mes va a pasar lo mismo. Sinceramente no sé por qué me cuesta tanto convencer a la gente de que compre algo. Intento ser lo más simpática posible.
En fin, lo de este tipo parecía una venta segura, aunque todavía tenía que esperar un día o dos a que le depositaran el sueldo. Le di mi número de teléfono, para no perder la venta, y le supliqué que me llamara si estaba dispuesto a comprar la heladera. Para colmo a él le gustó uno de los modelos más caros. Estaba super emocionada.
Me emocioné todavía más cuando hoy a la mañana recibí su llamado. Normalmente no me dejan hablar por teléfono en horario de trabajo, pero le dije al encargado que era para concretar una venta. Hablé con el señor, que se llama Roberto, y le pude vender la heladera. No fue tan estúpido como para comprar la garantía extendida, aunque yo se la tuve que ofrecer igual. De todas maneras la venta ya estaba hecha, le pasé todos los datos necesarios para que hiciera una transferencia bancaria, una forma de pago que empezamos a admitir porque hay mucha gente que no tiene tarjeta de crédito, y así les resulta más fácil. Roberto pagó la heladera al contado, como había prometido, y dijo que él mismo la retiraría, en su camioneta.
Un par de horas más tarde lo vi entrar al local, con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba tan emocionado como yo. Lo saludé con alegría y le indiqué el camino a la sección de expedición.
Y ahí fue cuando todo se fue a la mierda…
Volví a mi puesto, junto a la puerta de entrada, esperando por nuevos clientes, y a los pocos segundos escuché la voz grave de Roberto por sobre todas las demás.
―¿¡Cómo que no me puedo llevar la heladera!? ―Exclamó.
Me puse pálida. No sabía cuál era el problema, me acerqué tan rápido como pude, antes de que el encargado o el gerente decidieran tomar parte en el asunto.
―¿Qué pasa? ―Pregunté, muerta de miedo.
―Este tipo ―señaló al empleado encargado de entregar las compras―. Me dice que no puedo llevarme mi heladera.
―¿Por qué no? ―Con cada pregunta la sangre se me iba poniendo más fría, no quería perder semejante venta.
―Porque el pago fue hecho por transferencia bancaria ―dijo el empleado―. Tiene que esperar al menos tres días, para que podamos verificarlo.
―¿Tres días? ―dijo Roberto, muy enojado―. ¿Tres días para retirar un producto que pagué al contado? ¡Es ridículo!
―Perdón, señor. Es la política de la empresa. ¿No se lo explicaron cuando hizo la compra?
Creí que el mundo se me venía encima. Por boluda me olvidé de ese pequeño detalle. Las compras realizadas con transferencias bancarias tardan un montón en ser verificadas y aprobadas. Soy una estúpida.
―A mí nadie me explicó nada de eso ―dijo Roberto, y su mirada acusadora se clavó en mí―. Cuando llamé por teléfono, hace un par de horas, me dijeron bien clarito que ya podía retirar mi heladera.
―Lo lamento ―dijo el empleado―. Pero no es posible…
―Me importan una mierda las políticas de la empresa ―se quejó el señor de bigotes―. Yo pagué por una heladera, al contado ¡y me la voy a llevar ahora mismo!
―Lo siento, pero hasta que no esté verificado el pago, no puedo entregarle nada.
―¿Verificado? ¡Pero si te mostré la verificación de que hice la transferencia!
―Sí, pero yo necesito que Casa Central haga esa verificación, de lo contrario…
―¡Ah, bue! ¿Me están agarrando de boludo? Quiero hablar con el gerente…
―Señor, por favor ―le dije, muerta de miedo. No suelo tener esta clase de problemas con mis clientes―. Cálmese, vamos a intentar solucionar el problema.
―Sí, el gerente me va a solucionar el problema, ahora mismo. ¿Dónde está?
Si el gerente hablaba con ese hombre no solo no iba a solucionar nada, sino que además yo recibiría una sanción, porque todo era mi culpa: olvidé decirle al cliente que debía esperar al menos tres días hábiles.
Entré en pánico, no sabía que hacer. Lo único que pensé fue: Julieta, tenés que ganar tiempo.
―Esta bien ―le dije―. Venga conmigo, vamos a buscar al gerente.
Comencé a caminar por el amplio local y Roberto siguió mis pasos.
―Nunca me dijiste nada sobre esperar tres días ―se quejó―. Para colmo mañana es domingo, así que voy a tener que esperar hasta el lunes o martes para que me entreguen la heladera. ¡Es una vergüenza!
―Por favor ¿puede bajar la voz? ―Me aterraba que el encargado lo escuchara y viniera a pedir explicaciones. Eso me pondría en evidencia.
―Sé que ustedes son empleados y que no pueden cargar con todas las culpas; pero trabajan para esta empresa y a alguien le tengo que expresar mi descontento. Vine con la ilusión de poder llevarme la heladera nueva a casa… la que tenía se rompió… ¿dónde voy a guardar la comida?
No sabía hacia dónde me dirigía, simplemente intentaba alejarme de la zona de los mostradores. Por culpa del miedo tomé una decisión drástica e incoherente. Encontré una puerta y la abrí.
―Venga por acá, por favor. Acompáñeme ―le dije.
Juntos entramos en ese lugar, yo me apresuré a trabajar la puerta.
―¿Qué carajo? ―Preguntó Roberto, confundido―. Esto es un baño.
―Sí, lo sé. Lo traje acá para que podamos hablar sin molestar a los demás clientes. Necesito que usted se calme.
―No me calmo nada ―insistió―. Yo quiero hablar con el gerente, y le voy a explicar que vos nunca dijiste nada sobre esperar tres días…
―Sí, justamente ese es el problema ―dije, avergonzada―. Cometí un error, lo admito. Me olvidé de ese pequeño paso burocrático. Si usted le dice eso a mi jefe, me pueden echar.
―Bueno, no exageres, flaca. No creo que te echen por eso… y yo necesito aclarar el asunto con alguien…
Quería explicarle que mi jefe ya estaba buscando cualquier motivo para poder echarme, porque yo prácticamente no le genero ganancias a la empresa. El error no era tan grave, pero para el gerente sería la última gota para rebalsar el vaso. Tendría una excusa perfecta para enviarme un telegrama de despido. Y con estos antecedentes… ¿quién me daría trabajo?
No pude decir nada, me quedé paralizada por el miedo. Imaginé que a Roberto le importarían poco mis dramas laborales. Él seguía quejándose, con su vozarrón, y pronto alguien notaría que dentro de ese baño ocurría algo raro… no podía dejar que eso ocurriera.
En ese momento me acordé de Gabriela. No sé por qué, pero mi cerebro pensó: “¿Cómo solucionaría Gabriela este problema?”
La respuesta fue obvia. Tan obvia que hasta me sentí mal, porque después de todas las charlas que tuve con mi hermana, me sentí obligada a aplicar sus métodos. Ella me dijo que debía hacerme menos drama y dejarme llevar por el momento. Al menos por una vez en la vida. Una vocecita en mi cabeza me dijo: “Bueno, ahora tenés que hacer lo que haría Gabriela”.
Sin decir una palabra, me puse de rodillas frente a Roberto. Podía escuchar su voz, pero ya no estaba prestando atención a lo que decía. Todo pasó tan rápido que el tipo ni siquiera pudo reaccionar.
Le bajé el pantalón de un tirón, saqué su flácida verga, de velludos testículos, y me la llevé a la boca. Así, de una, sin pensarlo. Sin “hacerme tanto drama”. Me tragué la pija, tal y como lo hubiera hecho Gabriela.
Roberto se quedó mudo, me miró con los ojos desencajados. El pobre tipo no entendía nada de nada.
No le di tiempo a apartarse, empecé con el movimiento de cabeza característico de un buen pete… y su verga empezó a ponerse cada vez más dura dentro de mi boca. Reconozco que eso me excitó mucho… o tal vez fue por mi actitud tan atrevida. La cuestión es que pude sentir cómo se me mojaba la concha mientras la pija de Roberto se iba poniendo dura… y más grande. Cada vez más grande.
Cuando estuvo completamente erecta me di cuenta que este tipo tenía una verga imponente… y eso me calentó más. Estaba dentro de mi trabajo comiéndome una tremenda pija. Le pasé la lengua, disfrutando de toda su longitud, y chupé el glande. Luego intenté tragar tanto como me fuera posible.
Roberto seguía paralizado. Estoy segura de que nada pudo haberlo hecho sospechar de que esa inocente empleada terminaría haciéndole un pete en el baño del local.
Tenía un miedo terrible, bastaba con que cualquiera abriera la puerta para sorprenderme con la pija en la boca. No tendría formas de explicar el asunto, definitivamente me echarían del trabajo. Sin embargo eso hacía que la situación fuera más morbosa.
Es cierto, Charly. No puedo describir todo lo que sentí en ese momento. Por lo general no me animo a hacer locuras, siempre le doy mil vueltas a todo; pero esto lo hice aplicando la filosofía de Gabriela: pensar poco y actuar.
Me tragué la verga mientras movía mi mano, como si estuviera atornillando la verga. Di fuertes chupones, tal y como lo haría una estrella porno. Quería mostrarle a ese tipo que estaba dispuesta a regalarle el mejor pete de su vida… y también me quería demostrar a mí misma que era capaz de hacerlo. Ya poco me importaba el asunto de la heladera, todo lo que quería era disfrutar de esa hermosa pija.
Mientras lamía el glande, le sonreí a Roberto; él seguía confundido, pero su actitud había cambiado considerablemente. Posó sus grandes manos suavemente sobre mi cabeza y la empujó hacia él, obligándome a tragar buena parte de su pija. Me encantó que hiciera eso, fue como si me dijera: “Ahora te la vas a comer toda, putita”.
Y así me tuvo un buen rato, yo hice todo lo que pude con mi lengua y mi boca, pero él se encargó de mover mi cabeza de atrás hacia adelante. ¡Qué linda forma de chupar una pija! Te juro que me calenté un montón.
Ya me puedo imaginar a mi psicólogo preguntándome: ¿Por qué te resultó tan excitante, Julieta?
Le respondería: porque era una situación en la que jamás imaginé estar metida… y además peligrosa. ¿Y si el tipo hubiera sido gay? O simplemente uno de esos hombres muy fieles a su esposa, que son tan raros hoy en día. Se podría haber quejado, incluso hasta me podría haber denunciado por acoso. Bueno, capaz que estoy exagerando, no creo haberlo acosado.
Me metí su pija en la boca como una forma de decir: “Perdón, me mandé una cagada, espero que un buen pete sea castigo suficiente”.
Otro motivo por el cual me calenté tanto fue por la pija de Roberto. No me imaginé que el tipo la tuviera así de ancha, incluso me recordó a la verga de mi papá. Y no, no lo digo porque tenga una absurda fantasía erótica de comerle la verga a mi viejo. De eso ya se encarga Gabriela, que está mucho más loca que yo. Lo que quiero decir es que me encantó comerme ese buen pedazo de pija.
Cuando sentí el primer chorro de leche en mi boca, ni me moví, ni siquiera moví un músculo de mi boca. Simplemente me quedé ahí, disfrutando del tibio semen que me llenaba. No lo tragué, sino que dejé que chorreara por la comisura de mi boca y me cayera por todo el mentón. Me pareció super morboso. Roberto vio cómo mi cara se llenaba de leche y quiero creer que esa imagen le gustó… porque yo tengo una carita muy linda, Charly. De verdad. Y debe dar tremendo morbo verme llenita de leche. Espero que a Roberto le haya calentado tanto como a mí.
Y sí, un poco de leche tragué, cuando salieron los últimos chorros apreté mi boca, impidiéndole al líquido salir, lo saboreé, con la pija aún en la boca, y lo tragué todo.
Al terminar me puse de pie, y con el mentón aún lleno de leche, dije:
―Perdón, todo el problema con la heladera es mi culpa. Me olvidé de avisarle que tenía que esperar tres días. Soy una boluda. Por favor, no le cuente nada a mi jefe… o me van a echar. Si quiere, le chupo otra vez la verga. No tengo drama.
―Uf… ojala hubiera más empleadas tan comprometidas como vos ―me dijo con su voz grave.
―Solo intenté darle una pequeña compensación por mi error.
―Fue una gran compensación, te lo puedo asegurar. ―Le sonreí con simpatía… debo haber estado preciosa y adorable, con la cara llena de leche.
Sí, Charly, creo que ya llegó el momento de dejar de sentirme un bicho raro. Hasta mi hermana, con lo hermosa que es, está caliente conmigo. Algo lindo debo tener…
―Si quiere se la chupo otra vez, mañana… ―le dije, con la sonrisa más simpática que pude esbozar―. Aunque… mañana no trabajo; pero igual… podemos vernos en algún lado.
―Esa es una gran oferta, después de esto no le voy a contar nada a tu jefe. Voy a esperar la heladera el tiempo que haga falta. No quiero que te sientas obligada...
―No, es mi deber. Cometí un error y tengo que compensarlo de alguna forma. Le chupo la verga encantada. Déjeme hacerlo, por favor. Así sé que usted se lleva algo a cambio, y yo me puedo quedar más tranquila sabiendo que compensé mi error. Si quiere puede ir a mi casa, no hay problema.
Se lo dije sin pensar, fue lo primero que se me ocurrió. Quería convencerlo de que me permitiera chuparle la pija otra vez… y creo que en parte lo hice porque quería volver a disfrutar de ese pedazo de carne.
El aceptó a reunirse conmigo al otro día, yo me lavé bien la cara… y la chaqueta del uniforme. ¡Sí, Charly! Cuando vi como me quedó la chaqueta llena de leche, casi me muero. Hice lo posible por lavarla y le dije al encargado que me había mojado por boluda, mientras tomaba un vaso de agua. El tipo me dio un secador de pelo y con eso pude secar la ropa en pocos minutos. Después volví a mi trabajo, como si nada.
¿Qué hubieran pensado los clientes que atendí si supieran que apenas unos minutos antes estuve haciendo un pete en el baño, y que me dieron de tomar toda la lechita?
Obviamente no se los contaría nunca, pero la situación me da mucho morbo.
En fin, Charly. Eso es todo… por el momento. Mañana me tengo que reunir con Roberto… en mi casa. No sé cómo voy a hacer para que mi familia no se entere.
Pero bueno… eso lo pensaré mañana.
¡Ay, Charly! No vas a creer todo lo que tengo para contarte. Ayer te dije que hoy me tocaba reunirme con Roberto, otra vez, para ofrecerle su segundo pete. Eso me tuvo super ilusionada toda la mañana, especialmente cuando Roberto me mandó un mensaje diciéndome: “Espero que no se te haya olvidado la charla de negocios de hoy”. ¡Por supuesto que no me olvidé! Le dije que lo estaba esperando y le pasé mi dirección.
Durante la hora de la siesta vi que Gabriela y mi papá se preparaban para salir.
―¿A dónde van? ―Les pregunté.
―Al cine ―respondió mi papá―. Hay una peli de acción que quiero ver… y como a Gaby también le gustan, me va a acompañar. ¿Querés venir?
Justo detrás de mi papá estaba parada mi hermana, ella negó con la cabeza.
―No, papá ―dije―. No me gustan mucho esas pelis. Vayan ustedes.
Antes de que salieran, tomé a Gaby del brazo, la arrastré hasta mi pieza y le hablé en voz baja:
―Sé que además del cine pensás hacer otra cosa con papá. Por eso no querés que vaya.
―¿Eso te pone celosa?
―No, solo digo… que es raro, Gaby. Muy raro. ¿Qué van a hacer? ¿Acaso te vas a ir a un telo con tu papá?
―¿Y te molestaría si hiciera eso?
―Es tu papá, Gaby. O sea, una chupada de pija ya me parece mucho, pero… ir al telo, a coger… ya es demasiado. ¿En serio vas a dejar que papá te coja?
―Vos dijiste lo del telo, yo no. Y ya te conté que la pija de papá me entró en la concha más de una vez… ayer, sin ir más lejos, me pegó una linda empernada mientras nos bañábamos juntos. Me clavó tan adentro que casi me hace saltar los ojos.
―¿Te cogió? ―Pregunté, con una extraña mezcla de morbo y curiosidad.
―No… la movió un poquito, pero no puedo llamar a eso coger. Pero sí que se la chupé… hasta me tragué la leche. Como verás, no necesito ir a ningún telo para comerle la pija a papá.
―Por lo visto las dos tomamos la leche ayer ―le dije, ya con tono picarón.
―¿Qué, vos? ¿La leche de quién?
―De un cliente… se la chupé en el baño del local. Fue… super morboso. Lo hice de una, sin pensarlo. Me agaché y me tragué la pija.
―Ay, hermanita. Estoy muy orgullosa de vos ―al decir esto, acarició mi concha, metiendo la mano por debajo de mi vestido. El contacto de sus dedos y mi vagina fue directo, porque yo no estaba usando ropa interior―. Cada día estás más puta.
―Aprendí de la más puta… o sea, de vos. Creo que me gané un premio…
―Sí, claro… y te lo pienso dar ahora mismo.
―¿Ahora?
―Todavía tenemos un poquito de tiempo.
Me empujó hacia la cama, levanté las piernas, mostrándole toda mi concha, y ella se lanzó de cabeza. La primera lamida me hizo suspirar, y con la segunda todo mi cuerpo se estremeció. Sé que es una locura, pero ¡carajo! ¡cómo me calienta que mi hermana me chupe la concha!
No sé cuánto tiempo Gaby estuvo dándole lengüetazos a mi concha, pero sé que no fue el suficiente… ni siquiera todo el domingo hubiera alcanzado para que yo sintiera que era suficiente. Sin embargo considero que fue afortunado que mi papá pegara el grito para Gabriela se apure. Si ellos perdían la oportunidad de ver la película, habría más gente en la casa, y además estaba todo ese asunto de que Gabriela es mi hermana y que es anti natural que yo me esté haciendo comer la concha por ella.
Lo único que puedo decir en mi defensa es que cualquiera que viera la cara de tigresa de Gaby al momento de acercarse a una concha… o a una verga, no podría resistirse. Lo hace con tanta sensualidad que es capaz de derretir hasta la persona más dura.
Gaby dio un fuerte chupón a mi clítoris y pasó la lengua entre mis labios vaginales, después dijo:
―Me tengo que ir, Juli… si querés, a la noche podemos seguir con esto ―me guiñó un ojo y salió de la pieza sin siquiera darme tiempo a responder.
Todo parecía marchar a la perfección, dos miembros de la casa se habían marchado y tardarían varias horas en volver. Mi mamá estaba mirando alguna película en su habitación y, si la conozco bien, es muy probable que se quede dormida. Siempre se queda dormida cuando mira televisión en la cama, no importa la hora que sea.
Le dije a Roberto que lo estaba esperando, y que si llegaba lo antes posible a mi casa, de inmediato nos pondríamos con esa “charla de negocios” que teníamos pendiente.
No sé si Roberto se teletransportó o si andaba por la zona en su camioneta al momento que yo le escribí, porque llegó apenas dos minutos después de mi mensaje. Quizás él estaba tan ansioso como yo. Le pedí que al llegar no tocara el timbre, fue el motor de su camioneta lo que me anunció su llegada. Abrí la puerta sin hacer mucho ruido y le hice señas para que entrara. A su vez le indiqué que guardara silencio, no quería que empezara a hablar con ese vozarrón tan grave y profundo; haría vibrar todas las paredes de la casa.
Lo tomé de la mano y lo dirigí hasta mi pieza. Tenía la concha completamente húmeda porque no habían pasado ni diez minutos de la breve chupadita que me dio mi hermana… y me daba mucho morbo tener puesto un vestido tan corto y no estar usando ropa interior.
Entramos a mi pieza y cerré la puerta.
―¡Bienvenido a mi humilde morada! ―Le dije, con simpatía.
―Muy bonita. ¿Tu nombre es Julieta, cierto?
―Así es. ―Me agradó que él recordase mi nombre. Así al menos no tendría que decir que le chupé la pija a un tipo que no sabe ni cómo me llamo.
―Siendo sincero, ya me olvidé del problema de la heladera. Perdón si reaccioné mal.
―Está bien, estabas en tu derecho a reaccionar así. La culpa fue mía, por no avisarte de las cuestiones burocráticas de la empresa.
―En tu empresa deberían estar muy contentos de tener una empleada tan aplicada como vos ―al decir esto, Roberto se me acercó por atrás. Su creciente bulto se pegó a mi cola y una de sus pesadas manos se cerró sobre mi teta derecha. Fue hermoso, Charly. ¡Qué tipo más varonil! Casi se me derrite la concha―. Si algún día estás interesada en recibir un aumento, ya sabés qué método podés aplicar con tu jefe. Va a quedar muy complacido.
―Gracias, lo tendré en cuenta. La verdad es que no me vendría nada mal un aumento.
―Te diría que no te molestes en hacerlo otra vez conmigo, pero… sería mentir. La verdad es que…
―No me vengas otra vez con eso. No me trates como si yo fuera de cristal. Cometí un error, te enojaste por mi culpa. Vos tenés que recibir una compensación. Yo estoy obligada a dártela. Me merezco el castigo.
Se ve que él entendió exactamente lo que intentaba decirle. Su mano se cerró con más fuerza en mi teta y pude notar cómo su bulto crecía aún más contra mis nalgas.
―Sí… tenés razón. ¿Para qué tanta formalidad y amabilidad? La verdad es que todo este problema se hubiera evitado si vos hubieras hecho bien tu trabajo.
―Así es. La culpa es mía. Merezco un castigo. Y me imagino que lo de ayer no fue suficiente…
―Estuvo muy bien; pero no fue suficiente. Tenés que aprender la lección, para esforzarte más en tu trabajo.
―Sí… así es ―dije, frotando mis nalgas contra su bulto―. Merezco que me llenen la boca de pija.
―Entonces, Julieta… arrodillate y demostrame que estás arrepentida de tu error.
―Sí, Roberto. Ahora mismo.
Con el corazón acelerado a su máxima potencia, me puse de rodillas frente a él. Sacó su verga del pantalón y ésta me pegó en la cara. Pocas veces me sentí tan puta en mi vida. Agarré la pija con las dos manos y me la tragué de una, tanto como pude. Comencé con todo, moví mi cabeza rápidamente, hasta prácticamente quedar atragantada con tanta pija. Mientras la chupaba usaba mis manos para retorcer ese miembro viril tan potente.
Dediqué un buen rato a tragar verga tal y como lo hubiera hecho la puta de mi hermana, y me sentí de maravilla, porque pude notar que Roberto lo estaba disfrutando mucho. Debe ser muy erótico ver a una chica como yo con tremenda pija en la boca. Y sí, tal vez me estoy pasando de egocéntrica; pero un poquito de amor propio no me viene nada mal a esta altura de mi vida.
―De pie ―dijo Roberto, como si me estuviera dando una orden.
Obedecí, me quedé parada frente a él, como si fuera una alumna traviesa a punto de recibir una dura lección de su profesor.
―Esto no lo vas a compensar solamente chupando vergas ―me dijo―. Cuando entré me pareció ver algo… ¿será posible que seas una nena tan traviesa?
―¿Por qué lo decís? ―Pregunté, haciéndome la ingenua.
―Date vuelta.
No tuve que obedecer, él mismo se encargó de hacerme girar, con sus pesadas mano. Me empujó la espalda y no me dejó otra alternativa que apoyar las manos sobre la cama. Mi cola quedó bien paradita y respingada.
―Pero si serás… puta ―dijo, mientras me acariciaba una pierna―. Ni siquiera tenés ropa interior.
―Sí, lo sé… a veces me porto muy mal.
―Y esto no lo podemos dejar pasar.
―No… no podemos. Merezco un castigo… por ser tan… traviesa.
―Así es…
Sentí algo duro entre mis labios vaginales. Con su ancho glande acarició mi concha de abajo hacia arriba y repitió la acción varias veces.
―Estás toda mojada ―hizo notar.
―No tanto… podría ser peor. A veces me mojo más… es que… las pijas grandes me ponen así.
―Ya veo… bueno, vamos a ver si es cierto que te mojás más.
No me dio tiempo a decir nada, de una su glande se encajó en mi agujero. Yo estaba muy dilatada, de la pura excitación que tenía. La cabeza de la chota me hizo doler un poco, pero fue un dolor placentero. Esto era exactamente lo que estaba buscando. No quería que Roberto se conformara con un pete… quería que fuera por más… y yo estaba dispuesta a darle más.
Nunca había estado con un tipo tan varonil, que me hiciera vibrar todo el cuerpo de esa manera. Me sujetó con fuerza de la cintura y me enterró su pija tan adentro como pudo, luego empezó a moverse rápidamente. Las piernas me empezaron a temblar ¡Lo juro! Sentía que no podría resistir esa posición, pero al mismo tiempo era sumamente excitante ser cogida de esta manera.
―Sí… dame, dame… llename de pija ―le supliqué. Esas palabras escaparon de mi boca por puro impulso sexual.
Roberto, más motivado que nunca, empezó a darme con fuerza. Creía que me iba a partir la concha, pero en realidad el tipo sabía lo que hacía, no forzaba la entrada más allá de lo físicamente permitido. Ese pequeño detalle me hizo dar cuenta de lo lindo que es coger con tipos experimentados. No quiero que me garchen pendejitos precoces que acaban apenas la meten. Quiero que me cojan tipos como Roberto.
―No aguanto más… ―le dije, después de unos minutos.
―¿Ya? Pero todavía tengo mucho para darte.
―Y quiero que me des todo… pero… necesito ponerme más cómoda, las piernas no me aguantan más.
―Ya veo. Bueno, ahí tenés tu camita. Me imagino que no va a ser la primera vez que te ponés en cuatro para que te cojan en tu cama.
―No, no es la primera vez.
Mi vida sexual rara vez estuvo asociada a mi pieza, lo más porno que hice en mi vida fue en la quinta de Rubén. Sin embargo me gustó que Roberto pensara que ahí mismo me habían garchado un montón de veces.
Me puse en cuatro y mis piernas se relajaron. La penetración fue mucho más suave, y me hizo suspirar. Intentaba no hacer mucho ruido, para no despertar a mi mamá; pero la cogida que me estaba dando Roberto era tan buena que mis gemidos escapaban de mi boca sin que yo pudiera contenerlos.
¡Qué fuerza! ¡Qué manos! ¡Qué buen pedazo de pija!
Mis gemidos se fueron volviendo cada vez más fuerte, a medida que Roberto aceleraba el ritmo de sus penetraciones. Y ocurrió lo inevitable… y sí, Charly… yo misma me lo busqué, por ser tan gritona.
―Juli, ¿estás bien? ―Preguntó mi mamá, desde el otro lado de la puerta… justo en el momento que yo soltaba un tremendo gemido de placer―. ¿Juli? ―Toda la cabeza me daba vueltas, no pude responder, me quedé allí y aguardé por las consecuencias―. ¿Julieta? ―La puerta se abrió y Zulema me miró con los ojos desencajados. Para ella debió ser muy fuerte ver a su hija en cuatro patas, con las tetas saltando fuera del vestido, mientras un señor bigotudo le partía la concha―. ¿Qué… qué está pasando acá?
―Mamá, no te enojes. ―Dije, entre jadeos―. Te presento a Roberto… es… es… ―se me dio por ser lo más sincera posible―. Es un cliente de mi trabajo. Yo… cometí un error y como no quería que me echen… lo estoy compensando.
La expresión en el rostro de mi mamá cambió drásticamente. Pasó de la sorpresa más absoluta y la preocupación, a la risa y la picardía.
―Curiosa forma de compensarlo ―dijo Zulema―. ¿Así atendés a todos tus clientes?
Como vi que ella se lo estaba tomando con gracia, supuse que podía seguir por ese camino.
―No, a todos no… solo los que vienen bien equipados.
―Qué tal, señora. Mucho gusto ―saludó Roberto, con tranquilidad.
Quizás al tipo le gustó ver a mi madre, que solo vestía un fino camisón. Sus grandes tetas transparentaban e incluso se podía ver que debajo iba desnuda. Él siguió cogiéndome a buen ritmo.
―Hola, mucho gusto, Roberto. Yo soy Zulema… la madre de esta chiquita… ―ella se acercó a la cama y miró hacia mi concha, donde la pija de Roberto me estaba taladrando―. Ah, ya veo a qué se refería Julieta con eso de los clientes que vienen bien equipados.
―Espero que no le moleste, señora… ―dijo Roberto, sin dejar de enterrarme su verga.
―¿Molestarme? No, para nada. Si basta ver la carita de Julieta para saber que ella la está pasando muy bien. No soy de esas madres castradoras. Me gusta que mis hijas disfruten. Aunque… estoy sorprendida. Este tipo de situaciones generalmente las asocio con mi hija menor, Gabriela.
―Debe ser una chica de lo más interesante ―dijo Roberto.
―Sí que lo es ―respondí―. De lo más interesante… es de las que no andan con vueltas. Si le gusta una pija, se la come. Por lo general yo soy más… reservada; pero me di cuenta que la paso mal haciéndome tanto drama por todo. En cambio, ahora… ¡uf! La estoy pasando de maravilla.
―Se ve que estás aprendiendo mucho de tu hermana ―dijo Zulema.
―Sí, mami… mucho. Gabriela es mi mentora…
―Mía también ―dijo mi madre―. Gracias a ella pude sacarme un montón de prejuicios acerca del sexo. Por ejemplo, hace un par de años te hubiera armado tremendo escándalo si te sorprendía en una situación como esta. Pero ahora… hasta me pone contenta verte disfrutar tanto.
―Gracias, mami… la verdad es que la estoy pasando genial. Pero Roberto tiene la pija tan ancha que no sé cuánto más voy a poder aguantar… me está partiendo al medio.
―Es solo cuestión de relajarse, hija. Te noto un poquito nerviosa ―Zulema se sentó en la cama, una de las tiras del camisón se le bajó y dejó que una teta se asomara―. A ver si con esto te relajás un poco.
Pasó su mano por debajo de mi cuerpo hasta llegar a mi entrepierna. Sus dedos comenzaron a frotar mi clítoris.
Te juro Charly que jamás imaginé que mi madre tendría esa reacción al sorprenderme cogiendo con un desconocido en casa.
―¿Ayuda? ―Me preguntó.
―Uf… sí, un montón.
Sus dedos eran tan mágicos como los de Gabriela. Encontró el punto justo y la presión adecuada para brindarme absoluto placer en el clítoris. Hasta pude sentir cómo la verga me entraba mejor, al parecer mis músculos internos ya no estaban tan contraídos.
Mi mamá me acarició el pelo, mientras me frotaba el clítoris. Nunca tuve una conexión tan fuerte con Zulema. Me llené de morbo, quería que ella me viera coger. Comencé a moverme de atrás para adelante, provocando que toda la pija se clavara hasta lo más hondo de mi ser. Di rienda suelta a mis gemidos, de todas formas mi madre ya estaba despierta.
No tengo forma de saber lo que Roberto estaba pensando, pero por la forma en la que me cogía se notaba que él también estaba disfrutando de esta curiosa situación.
―Me alegra que te hayas relajado, hija. Pero si necesitás un pequeño descanso, yo me puedo hacer cargo de tu cliente… al menos por un ratito.
―¿De verdad? ―Pregunté intrigada―. ¿Qué va a pensar papá?
―Tu padre no es un hombre celoso. Además, si los cálculos no me fallan, ahora debería estar metiendo la verga en algún agujero muy lindo.
Pensé en Gabriela montando a mi papá en la habitación de un hotel. No sé si eso es lo que realmente tenían en mente; pero mi traicionera imaginación me decía que era así.
―Puedo ayudar… siempre y cuando a Roberto no le moleste ―dijo Zulema.
―Señora, para mi va a ser todo un placer. Se lo puedo asegurar. Su hija es una chica preciosa, y usted no se queda atrás.
―La más linda es Gaby ―le dije―. A esa sí que te la vas a querer coger apenas la veas… y conociendo a Gaby, no creo que te rechace. Tenés una verga preciosa. Y creo que mi mamá también tiene ganas de probarla.
Me aparté y caí boca arriba en la cama. Estaba agotada, la concha me palpitaba. Agarré el camisón de mi mamá y lo quité por encima de su cabeza. Cuando ella estuvo desnuda, agarré una de sus grandes tetas. Sinceramente no me importó nada, Charly. No conocía a Roberto pero algo me decía que a él no le molestaría que yo me pusiera picarona con mi mamá.
Cuando Zulema estuvo en cuatro sobre la cama, justo como había estado yo, me lancé a chuparle una teta. No sé por qué lo hice… supongo que fue por puro morbo. Quería saborear una de esas grandes tetas y simplemente lo hice.
Roberto la clavó y ella dijo:
―Yo estoy acostumbrada a que me den fuerte… no hace falta que sea suave conmigo.
Me encantó ver a mi madre en una actitud tan de puta. No podía creer que esa fuera la misma Zulema de siempre. Se parecía más a Gabriela que a la madre que yo recuerdo. Al parecer mi hermana hizo estragos en mi familia… pero son estragos muy disfrutables.
Me asomé para espiar cómo le entraba la pija en la concha a mi mamá, y casi fue como ver a Gaby cogiendo, pero con unos años más. No me había dado cuenta de que Zulema tenía un orto casi tan bueno como el de mi hermana.
Le froté el clítoris de la misma forma que ella lo hizo conmigo y sus gemidos no tardaron en llegar. Me excitó mucho escucharla gemir.
Llevé mi locura a otro nivel. Si mi mamá le había comido la concha a Gabriela, me imaginé que no tendría problemas en hacerlo conmigo también. Quizás lo único que necesitaba Zulema era saber que yo también quería.
Me senté frente a ella y separé las piernas, dejando mi concha muy cerca de su boca.
―Oh… ¿esto es para mí? ―Dijo Zulema, con una gran sonrisa en sus labios.
―Si querés… y no creo que a Roberto le moleste.
―Por mi no se preocupen, chicas ―dijo el bigotudo―. Hagan lo que tengan que hacer. Esta es su casa.
Pude notar un brillo de deseo en los ojos del tipo… y también en los de mi madre. Roberto se había ganado la lotería, se cogería a la hija y a la madre en un mismo día… y además podría ver cómo la madre le comía la concha a su hija.
―Entonces ya está todo dicho ―aseguró Zulema.
Se lanzó de cabeza contra mi concha y en pocos segundos me demostró que no tenía ningún prejuicio hacia las interacciones lésbicas. Comenzó a chuparla como si fuéramos viejas amantes. Lamió mis labios, jugó con mi clítoris y se tomó los jugos sexuales que salían de mi agujerito. Pude notar que ella tenía tanto talento como Gabriela, seguramente estuvieron practicando mucho… mucho más de lo que mi hermana me dijo, y eso no me molestó. Al contrario, me calenté un montón imaginando que esas dos deberían pasar largas tardes comiéndose las conchas la una a la otra. No puedo culpar a mi mamá por estar caliente con Gabriela… yo también estoy caliente con ella, y te juro Charly que ya me importan cada vez menos mis prejuicios. ¿Qué hay si soy un poco tortillera? Me calienta la concha de Gaby… lo admito. Y mi mamá… ¡uf! por la forma en que me chupó la cajeta… de tortillera tiene mucho. Le deben encantar las mujeres… en especial las putitas de sus hijas. Me da mucho morbo que mi mamá se caliente con mujeres. Me hace sentir menos culpable.
Agarré su cabeza con una mano y restregué toda mi concha contra su cara, ella me lamió toda… incluyendo el culo. Fue delicioso sentir su lengua jugando con el agujero de mi culo.
Disfruté de eso durante un rato, pero quería pasar a más… yo también quería demostrarle a mi madre que tengo talento con las mujeres.
―Permiso ―dije.
Y me acomodé debajo de ella, poniéndome en dirección contraria. Es decir, mi concha quedó contra su cara, y justo arriba de mi cara tenía la concha de mi madre, recibiendo la enorme verga de Roberto. Estaba totalmente jugada y entregada. Me mandé de una. Me prendí a su clítoris con pasión, se lo chupé fuerte y ella dijo:
―¡Ay, Juli! Si me hubieras dicho que te gusta tanto la concha, esto lo podríamos haber hecho antes.
No le respondí… al menos no con palabras. La mejor forma de demostrarle cómo me sentía era chupar su concha con ímpetu. Ella siguió haciendo lo mismo con la mía y no pude dejar de imaginarme en la cantidad de veces que estuvo en esta misma posición con Gabriela. Tampoco pude dejar de imaginar que quizás, en ese preciso momento, mi papá le estaba taladrando la concha a mi hermana en la habitación de un hotel…
Mi familia se había vuelto sumamente extraña y yo cada vez me sentía más cómoda con eso. Quería tirar abajo todos mis prejuicios y disfrutar del momento.
Charly, todavía me quedan cosas por contar sobre este mágico momento, pero ahora no puedo seguir… escuché que llegó mi hermana y necesito hablar con ella. Sos un gran confidente, pero nunca respondés. Quiero contarle todo esto a alguien que sea capaz de hablar. Además… me muero de curiosidad por saber qué hizo con mi papá durante todo el día.
Es muy probable que durante mi charla con Gabriela pasen cosas. De ser así, te prometo que te lo voy a contar.
Hasta la próxima, Charly. Te prometo que voy a volver con cosas muy interesantes para contar.