Terapia Sexual Intensiva (06).

Julieta decide hablar con su hermana, Gabriela, con la intención de poner fin a las disputas.

Capítulo 6.

No sé cómo empezar a escribir esto, Charly. Te juro que lo que leí fue sumamente impactante para mí. En un principio creí que iba a estallar de rabia al ver que mi hermana había vuelto a apoderarse de mi diario íntimo y que además se tomara el gran atrevimiento de escribir. Pero esta vez, como el texto era mucho más largo, decidí leerlo completo antes de asesinar a Gabriela.

Mi primer pensamiento, luego de haber leído todo completo, fue que necesito encontrar un mejor lugar para esconderte; y no se me ocurre ninguno. Lo segundo que pensé fue que ya no estoy tan enojada con mi hermana. Es decir, sé que invadió completamente mi privacidad y me llena de vergüenza que ella sepa todos mis secretos, especialmente los que se relacionan con ella y con el sexo. Sin embargo nunca imaginé que ella fuera a tenerme tanto aprecio. Puede que las cosas que escribió sean parte de alguna broma macabra, pero quiero pensar que no lo son (de lo contrario, la mataría).

Me conmovió mucho la mayor parte de lo que escribió, especialmente el final, donde dice que me quiere. Además ella se tomó con mucha naturalidad mis anécdotas sexuales. Me llamó pajera, sí; pero ella mismo aseguró ser incluso más pajera que yo. La primera vez que Gaby leyó mi diario me mortifiqué al pensar que ella iba a juzgarme por las locuras que dije, por la cantidad de pajas y momentos sexuales que narré aquí; por eso me dejó anonadada ver que, en realidad, no le daba mayor importancia. Hasta me da la impresión de que para ella fueron simples anécdotas, como las que cuento sobre mi trabajo o sobre mi vida cotidiana.

No tenía idea de que mi hermana practicara el sexo anal, y mucho menos que su primera vez por atrás hubiera sido con Rubén. Ese tipo aún me calentaba, sólo porque creí que él estaba interesado sexualmente en mí y nunca pudimos concretarlo. No me dejaría dar por la cola, pero no me molestaría que me cogiera… aunque ya se haya cogido a mi hermana.

Lo que más me sorprendió fue que Gaby admitiera sin tapujos que se calienta viendo su propio cuerpo. Es decir, siempre dijo que era un poco narcisista; pero yo no estaba segura de hasta qué punto se animaría admitirlo. Nunca me hice una paja calentándome con mi propio cuerpo, es algo que no me entra en la cabeza; sin embargo no quiero juzgar a Gaby por eso. Me siento mal por todas las cosas malas que dije de ella. No es tan mala y me quiere, al menos un poquito; y tiene razón en decir que su trabajo, como hermana menor, es hacerme la vida un poquito imposible. Me saca de quicio y a veces la quiero matar; pero si ella no estuviera mi vida sería aún más triste.

Le prometí a mi terapeuta que hablaría con Gabriela, y creo que éste es el mejor momento para hacerlo. Dentro de un ratito vuelvo y te cuento cómo me fue. Deseame suerte, Charly, no quiero que mi hermana y yo terminemos peleando otra vez.

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A ver… a ver… ¿cómo te cuento todo esto?

Si te digo que estoy mojada, me quedo corta.

No me enojaría con vos si después de que yo escriba esto pensás que toda mi familia está completamente loca, empezando por mi hermana.

No, no estoy enojada con ella; pero eso no la hace menos cuerda. Gabriela, definitivamente, es una mina muy rara.

Te cuento desde el principio, Charly; porque no quiero marearte.

Cuando salí de mi pieza fui derechito a la de mi hermana, encontré la puerta abierta y vi que ella no estaba ahí. Entonces me acerqué al cuarto de mis padres, para preguntar si ella había salido. La puerta de la pieza de mis padres también estaba abierta, pero al asomarme me encontré con una imagen sumamente perturbadora.

Gabriela estaba de pie, completamente desnuda y tenía el pecho inflado como un gallo de pelea. Muy cerca, frente a ella, estaba parado mi papá. Él… él tenía la mano estirada hacia la entrepierna de Gaby… y le estaba metiendo dos dedos en la concha.

¡Te lo juro, Charly! Casi me muero cuando los vi. No sabía qué hacer. Me quedé mirando como una idiota los dedos de mi papá perdidos en el agujerito de mi hermana.

Ellos no se dieron cuenta que yo estaba ahí. Gaby se reía. En un momento ella le dijo:

―Ahora con el pulgar tenés que acariciar el clítoris.

«¿Qué mierda es todo esto?», pensé.

Por un segundo creí que mi papá recobraría el juicio y apartaría la mano; pero en lugar de eso, hizo exactamente lo que Gaby le había indicado. Posó su regordete pulgar en el clítoris de su hija y comenzó a moverlo.

―Pero no dejes de mover los otros dedos ―dijo ella.

Él empezó a meter y sacar lentamente los dedos de la concha de Gabriela. ¡La estaba pajeando! ¡Estaba pajeando a su propia hija! ¡Y la muy puta se dejaba!

Aclaro que no le digo puta porque esté enojada con ella, pero vamos, Charly… Gabriela es puta. No hay otra forma de decirlo. Es puta.

―¿Así? ―Le preguntó mi papá, sin dejar de mover los dedos.

―Sí, así se hace ―respondió ella con naturalidad.

Se dieron cuenta que yo estaba ahí sólo porque Gaby levantó la cabeza y me vio.

―¡Hey, hola Juli! ―me saludó con una sonrisa.

Mi papá se volteó para verme y también me saludó.

―Le estaba enseñando a papá algunas cositas ―dijo ella como si fuera lo más normal del mundo.

Mi padre no retiró los dedos de esa lampiña concha.

―Tu madre se queja de que no la trato bien ―dijo él, no parecía estar nervioso en absoluto―. Por eso le pedí algunos consejitos femeninos a Gaby.

«¿Esa era la mejor excusa que tenían? O sea… ¡Le estás metiendo los dedos en la concha a tu hija! Cuando viene tu otra hija y te ve… no salgas con esa excusa tan pelotuda».

Quise decirle todo eso; pero en su lugar dije:

―Ah, qué bien. ¿Y dio resultado?

Estaba atontada, la situación me desbordaba.

―Veremos. Esta noche lo pondré a prueba con tu madre ―se lo veía contento―. ¿Algo más que deba saber? ―Le preguntó a Gaby.

Ella se apartó, los dedos de mi padre estaban llenos de flujo vaginal. La muy puta de mi hermana tenía la concha toda mojada. Dio media vuelta y apoyó las manos sobre la cama, separó un poco las piernas y nos expuso su inmenso culo.

―También podés hacer lo mismo, pero al revés ―dijo ella―. Y en lugar del clítoris, le acariciás la cola.

«Sí, papá ―pensé―; pero ya lo sabés, no es necesario que lo hagas».

Pero él lo hizo.

Introdujo una vez más ese par de dedos húmedos, en la rosada cuevita de su hija. Luego posó el pulgar en el agujero del culo, el cual se podía ver perfectamente, y comenzó a acariciarlo.

―Mmmm ―Gaby emitió un sonido que claramente significó: «Esto es interesante» o «Esto me gusta».

Él volvió a reanudar ese movimiento masturbatorio. Involuntariamente sentí un intenso calor en la parte baja de mi pubis. No tuve que tocarme para darme cuenta de que yo también me estaba mojando. ¿Pero por qué? Si esa situación me producía más asco que placer.

―A tu madre le va a gustar esto ―dijo mi papá―. A ella le gusta por atrás.

¡No lo podía creer! ¡Dijo que a mi madre le gustaba que le dieran por el culo! ¡A mi mamá! La misma que me prepara el desayuno todos los días… cogiendo por el culo. Es algo que no puedo concebir.

―Igual que yo. A mí ya me lo estrenaron varias veces ―se jactó mi hermana, entre risas.

―Se nota.

Cuando mi papá dijo eso, empezó a enterrarle el pulgar el culo. Pensé que se me iban a caer los ojos, como en los dibujitos animados. La muy puta de Gabriela, en lugar de apartarlo, se inclinó más hacia adelante, levantando más su cola. El pulgar le entró casi completo, y aún tenía los otros dos dedos metidos en su concha. Asqueada, me percaté de que mi padre estaba teniendo una fuerte erección.

―¿Y vos, Juli? ―me preguntó, moviendo el dedo dentro del culo de su hija menor.

―¿Yo qué?

―¿No lo hiciste nunca por atrás? ―tenía una extraña sonrisa en su rostro.

―No.

―Ah, ok.

Pareció desilusionado. No me gustaba hacer sentir mal a mi papá, él era mi adoración. Siempre fue un tipo de lo más simpático y bueno, a veces era tan bueno que sus amigos lo trataban de boludo. Me sentí mal por él, aunque estuviera haciendo algo reprochable. Tal vez él no lo veía como algo malo, qué se yo…

Sentí que el corazón se me encogía. Él había intentado ser simpático conmigo, incluirme de cierta forma en esa surrealista conversación, y yo le había respondido de forma tajante y con cara de orto.

―No lo hice porque no me llama la atención ―le dije; las palabras salían solas de mi boca―. Pero sí he probado otras cosas.

Volvió a sonreír, y sin dejar de meter y sacar los dedos de los agujeritos de Gaby, me preguntó:

―¿Cómo cuáles?

―No sé… em… sexo oral ―intentaba darle a la conversación un tono casual; de pronto escuché que Gaby se reía―. ¿Pasa algo? ―le pregunté.

―Nada, es que… ¿un pete? O sea, ¿lo máximo que se te ocurre decir es que hiciste un pete?

―¿Te parece poco? Además no me gusta hablar de este tema delante de papá.

―¿Por qué no? ―preguntó mi padre.

―No sé, será porque estoy viendo lo que le pasa a Gaby por hablar con vos sobre esto. No quiero terminar con tus dedos metidos de esa forma.

De pronto se sintió apenado y apartó la mano. Una vez más me sentí una basura. ¿Por qué soy tan mierda? ¿Por qué, Charly? ¿Me lo podés explicar?

―Perdón, Gaby, yo no quería… ―se lamentó.

―No pasa nada papá, a mí no me ofende ―dijo dándose la vuelta y clavando una mirada de bronca en mí―. Es Julieta la que se toma todo demasiado a pecho. ¿A qué viniste? Estábamos hablando tranquilos, hasta que llegaste a joder.

Tenía ganas de mandarla a la re mismísima mierda; pero me contuve. Recordé lo que escribió en el diario y me contuve. Ella era así. Era cabrona y un poquito hija de puta. Yo también podía serlo, y eso sólo generaba que nos termináramos peleando; no quería pelear otra vez con ella. Bajé mi guardia y cambié un poco la cara.

―Perdón, no quería molestarlos. Papá, no me hagas caso, hoy no tuve un buen día.

―Está bien, no pasa nada.

Bajé la mirada y me quedé tildada mirando su bulto. Era más grande de lo que yo hubiera imaginado. Sentí un intenso calor recorriéndome el cuerpo y la concha se me mojó todavía más. Me da mucha vergüenza contarte esto, Charly; pero prometí serte sincera. No sé por qué me pasó, pero pasó. Dejémoslo ahí, no quiero darle muchas vueltas al tema.

―Vine porque quería hablar con vos, Gaby ―lo dije de la forma más calmada posible, para que entendiera que no tenía intenciones de pelear.

―Bueno. Ya me imagino por qué tema es. Si querés vamos a hablar a mi pieza.

―¿Pasó algo? ―preguntó mi padre.

―No, asunto entre hermanas ―le respondió Gaby―. Suerte esta noche con mamá.

Juntas salimos y nos dirigimos al cuarto de Gabriela. Estaba todo despelotado, como siempre. Cerró la puerta detrás de mí y luego se sentó en la cama. Quería pedirle que se vistiera, pero sabía que era inútil. Extrañamente ya me estaba pareciendo normal verla completamente desnuda.

―Sé que debés estar enojada porque volví a agarrar tu diario ―me dijo apenas me senté en la cama―, pero…

―No estoy enojada, Gaby ―la interrumpí―. Solamente estoy sorprendida. Me parecieron muy lindas las cosas que escribiste ―le sonreí; ella me miró con desconfianza.

―¿Estás borracha o tomaste pintura?

―Ninguna de las dos. ¿Por qué?

―Porque vos vivís enojada. Especialmente conmigo. Pensé que me ibas a matar después de escribir en tu diario… por segunda vez.

―Tal vez me estoy cansando de siempre andar enojada.

―Pensé que ese era tu pasatiempo favorito.

―¿Tan enojona soy?

―¿Viste la película de Blancanieves y los siete enanitos? Hay uno que se llama “Gruñón”. Vos hacés que “Gruñón” parezca simpático y alegre.

Eso, en lugar de causarme gracia, me dolió mucho. Siempre creí ser simpática y alegre. Siempre intento sonreírle a la gente en la calle y en mi trabajo…

Ahí fue cuando me di cuenta que la sonrisa se me borra cada vez que entro a mi casa. Con mi familia estoy todo el tiempo enojada, con la mejor cara de culo. Me avergoncé de mí misma.

―No me había dado cuenta ―le dije, apenada―. Pero no quiero estar todo el tiempo enojada, no me gusta. La culpa de todo la tiene mi trabajo… y mi vida, que es una mierda.

―Tu vida no es una mierda. Tenés trabajo, casa donde vivir, familia que te quiere, tenés salud y, lo mejor de todo, tenés la hermana más linda del mundo ―sonrió y abrió los brazos, sus tetas se inflaron como globos; por un momento pensé que explotarían y me arrancaría un ojo con un pezón.

―Tenés razón.

―¿En que soy la más linda del mundo?

―No, en eso no. En todo lo demás. No tengo una vida de mierda; pero me siento para la mierda. No sé por qué.

―¿Por eso hacés terapia?

―Sí.

―Pero vos no necesitás hacer terapia.

―¿Ah, no?

―No, lo que vos necesitás es una buena pija. Esa es la mejor terapia del mundo. Que te den una buena cogida, y todo se te va a pasar.

―Tal vez eso funcione para vos, Gaby; pero para mí no.

―Tu problema es que tu vida es muy monótona y aburrida ―me quedé boquiabierta―. No pasa nada interesante. Leí tu diario, fue divertido en algunas partes pero, seamos sinceras, Juli, la mayoría de esas cosas interesantes pasaron hace mil años; el resto eran puras pajas. No podés vivir de la paja ―me puse roja de la vergüenza―. Es re lindo pajearse, pero de vez en cuando necesitás una cogida de verdad. Vos necesitás la terapia de la poronga.

―Tal vez tengas razón…

―¿Viste? Doy mejores consejos que tu psicólogo. ¿Por qué mejor no me pagás a mí? Bueno, después de que te lo cojas.

―No me puedo coger a mi psicólogo.

―¿Por qué no?

―Porque es mi psicólogo. Está mal, Gaby. Hay cosas que no se pueden hacer, simplemente porque están mal. Como dejar que papá te meta los dedos. Eso está mal.

―Es mi papá ―dijo ella, ofendida―. Tampoco es que me haya dejado meter los dedos por un tipo cualquiera que encontré en la calle. Además era para enseñarle.

―No era necesario que te metiera los dedos para que le explicaras, Gaby. ¿Además no viste cómo se le paró?

―Sí, vi. ¿Y?

―¿Cómo “y”? ¿Te parece bien que papá te meta los dedos y que, encima, se le pare la verga? A mí me haría sentir muy mal.

―Mal me sentiría si no se le para.

―¿Pero qué decís, Gaby?

―Lo que escuchaste. Vos tenés una forma muy “políticamente correcta” de ver el sexo; pero yo lo veo totalmente diferente. No me hago tanto despiole mental. Si yo misma me caliento mirando mi propio cuerpo… hasta me pajeo mirándome al espejo, entonces ¿qué tiene de malo si a papá se le para la verga por verme desnuda?

Su lógica era absurdamente buena. Es decir, si ella realmente lo entendía de esa manera, era una lógica infalible.

―Sigo pensando que no está bien.

Me miró como si yo fuera de otro planeta, pero si había alguien de otra galaxia dentro de esa habitación, esa era Gaby.

―Bueno, ya hablé con vos ―le dije, sabiendo que no le había dicho todo lo que quería decirle; pero había cosas que no me animaba a preguntar―. Mejor me voy a mi pieza… tengo cosas que hacer.

―¿Cómo cuáles?

―No empieces, Gaby. Quiero que nos llevemos bien, no te metas en mi vida.

―Está bien, está bien. Solamente quería decirte que si alguna vez andás aburrida y no tenés con quien hablar, podés venir a charlar conmigo, en lugar de quedarte encerrada en tu habitación.

―Lo voy a tener en cuenta.

Eso es todo lo que pasó con mi hermana, Charly. Ella no es mala persona, simplemente es especial. Tiene una forma muy extraña de ver el mundo y sus intenciones son buenas. Tal vez deba aprender a ver las cosas un poquito a su manera.

Ahora mismo necesito dejar de escribir, para masturbarme. Sí, una paja más. Perdón, pero la necesito. Te juro que no puedo sacar de mi cabeza la imagen de mi papá metiéndole los dedos a Gabriela. También está la erección de mi padre, y la pregunta sobre el sexo anal. Nunca pensé que él fuera capaz de preguntarme algo así, de forma tan directa. Todo eso fue demasiado fuerte… y no sé por qué me excita tanto; lo pensaré después, ahora necesito descargarme.

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Buenas tardes, Charly. Vine para contarte que hoy fui al psicólogo. Hablé con Germán sobre un montón de cosas, especialmente las que me pasaron durante estos últimos días. Le conté que Gabriela había leído mi diario íntimo, obviamente él me preguntó cómo me hizo sentir eso. Le fui sincera, le dije que la primera vez me enojé, pero cuando ella me dejó su mensaje, me lo tomé mejor. Eso sorprendió bastante a Germán, él creyó que yo iba a matar a mi hermana, sin importar lo que ella tuviera para decirme.

Después pasé a hablarle sobre… el otro temita que me viene taladrando la cabeza desde hace cuatro días. Los dedos de mi papá en la concha de Gabriela… y en su culo también.

―Tengo que contarte algo ―empecé diciéndole a mi terapeuta.

―Para eso estamos acá.

―Pero esto es muy fuerte.

―No te hagas problema por eso. Vos andá contándome lo que puedas.

―Creo que mi papá y mi hermana están completamente locos.

―No es la primera vez que decís que tu hermana está loca. ¿Por qué ahora cae tu papá también?

―Porque los vi juntos, en una situación muy extraña.

Noté que se erguía en su asiento, al parecer el tema captaba su atención.

―¿Qué tan extraña?

―Demasiado. Te conté que a Gabriela le gusta andar desnuda por la casa. Bueno, ella estaba desnuda, dentro del cuarto de mi papá, y él… le estaba metiendo dos dedos por la vagina ―Germán abrió tanto los ojos que creí que se le iban a caer―. Te dije que esto era fuerte.

―No me lo esperaba. ¿Y cómo reaccionaste vos al verlos?

―No reaccioné. Simplemente me quedé mirándolos, embobada. Ellos se lo tomaron como algo natural. Supuestamente ella le estaba enseñando a mi papá cómo debe tocar a mi mamá. ¿Te parece bien que una hija le enseñe esas cosas a su padre?

―Que se las enseñe de forma apropiada, no. Pero dudo mucho que esa sea la forma apropiada. Es decir, eso casi raya el incesto.

―¿Y eso es malo?

―¿Sabés lo que es el incesto?

―Claro, no soy tan idiota. Sólo te pregunto si eso es malo, y por qué.

―Voy a tomar en cuenta que hablamos de relaciones consentidas, y no de abusos sexuales ―asentí con la cabeza―. Hay muchas razones por las que el incesto es malo. Una de las más conocidas son los efectos de la consanguineidad, que puede traer problemas genéticos al hijo nacido de una relación incestuosa y…

―Sí, pero eso es una cuestión biológica. Supongamos que se tiene en cuenta el control de natalidad. ¿Qué problemas habría?

―Bueno, nos quedarían los problemas éticos.

―O sea, ¿simplemente porque la gente dice que está mal?

―No exactamente. Estos problemas éticos van más allá de lo que diga la gente. Supongamos que un padre tiene relaciones sexuales con su hija. Desde un punto de vista psicológico se ve que es el padre quien tiene más “poder” en esa relación. Se puede entender que es el padre quien manipuló a su hija para llegar a concretar el acto sexual. Éticamente ese tipo de manipulaciones está mal. Hasta jurídicamente pueden ser consideradas malas. Por eso es que el incesto está penado por la ley.

―¿Y si fueran hermanos? Ahí no hay una relación de diferencia de poder, como entre un padre y una hija.

―Sí la hay. Normalmente es el hermano mayor quien puede manipular al menor. Pero eso también depende de la personalidad de los hermanos. Hay hermanos menores que pueden ser muy manipuladores.

―¿Eso lo decís por mi hermana?

―Puede ser. ¿Vos considerás que ella es manipuladora?

―Sí, es la persona más manipuladora que conozco.

―Éticamente estaría mal que las personas que la rodean se sometan a sus manipulaciones. A la larga, la persona manipulada puede sentirse asfixiada por la situación. A veces eso lleva a una depresión muy grande.

―Como la que tengo yo.

―No, no creo que tu depresión se deba a que tu hermana te manipula. Por lo que me has contado, vos siempre la ignoraste. Tu depresión tiene que ver con otras cosas.

―Como que no tengo vida. Me la paso todo el día con cara de culo.

―¿Desde cuándo pensás así?

―Desde… desde que me lo dijo mi hermana.

―Ya veo.

―¿Acaso estás insinuando que me estoy dejando manipular por ella?

―No, yo sólo digo que…

―Mirá, vos podrás se psicólogo; pero ella tiene razón en varias cosas, de las cuales yo no me había dado cuenta. Soy una persona que sonríe mucho, pero ella dice que siempre me ve enojada. Me hizo dar cuenta que en mi casa nunca sonrío. Cuando llego a mi casa, descargo toda mi bronca con mi familia, por eso ellos me apartaron. Bueno, según mi hermana, fui yo la que se apartó de ellos.

―Entiendo, eso no me lo habías contado nunca.

―Entonces ¿tiene razón, o no?

―Nunca dije que ella no tuviera razón. Los manipuladores suelen usar la razón a su favor, Julieta.

―¿Por qué me lo decís de esa forma? Siento que me estuvieras dando alguna advertencia.

―Lo hago.

―¿Tengo que cuidarme de mi propia hermana?

―Tal vez sí. Ella sabe cómo poner ideas en tu cabeza, y cómo controlar cuestiones de tu vida.

―Ella no controla mi vida. Está bien, la vi en una situación rara con mi papá; pero ella no controló lo que sentí.

―¿Y qué sentiste?

―Me calenté. Me mojé toda al ver eso ―de pronto me di cuenta de que estaba enojada con mi psicoterapeuta―. Cuando volví a mi pieza, tuve que hacerme la paja pensando en eso. ¿Te parece que soy una loca de mierda? Esperá porque te puedo decir más. Al día siguiente, antes de irme a trabajar, volví a pajearme pensando en eso mismo, y me imaginé a mí misma con los dedos de mi papá en la concha ―estaba siendo brusca, soez y sumamente directa; pero no podía contenerme―. Pero eso no es todo. Antes de ayer me hice la boluda y entré al baño mientras mi papá se bañaba. Como te dije, “me hice la boluda”. Yo sabía perfectamente que era él quien se estaba bañando, pero le dije que pensaba que se trataba de Gaby, o de mi mamá. Él se lo tomó con gracia, pero creo que no tenía ni idea de que lo hice para poder verle la verga. ¿Te parece que eso está bien? Me tomé el trabajo de planearlo y todo. ¿Sabés qué es lo más loco de todo? ―él me miraba, impávido―. Que me alegré de haberlo hecho, porque conseguí mi objetivo. Le vi la verga. La tenía colgando entre las piernas, ¿dónde más, si no?, nunca se la había visto. Me gustó vérsela. Me excité. Terminé en mi pieza haciéndome una paja, otra vez. ¿Quiero tener relaciones sexuales con mi papá? Ni loca. Se me revuelve el estómago de sólo pensarlo. Pero entonces ¿por qué lo hice? ¿Por qué sentí tanta excitación? ¿Por qué me masturbé pensando en su verga? Si llegás a insinuar que fue porque mi hermana me manipuló, entonces te mando a la mierda ahora mismo y no vengo nunca más. Ella podrá ser muy manipuladora, pero yo tengo consciencia propia. Sé tomar decisiones por mí misma.

―Entonces no puedo responder a tus preguntas.

―Lo estás insinuando. Al ser evasivo estás insinuándolo.

―Tomalo como quieras. No puedo ayudarte si no me das la libertad de hacerlo. Mucho menos si te la agarrás conmigo, como si yo fuera el malo de la película.

―Acá “el malo” de la película es mi vida, que es una mierda. Pero no es una mierda porque sea mala, es una mierda porque está vacía de emociones. Vivo para trabajar, y no trabajo para vivir. Lo más destacable que me pasó durante los últimos días fue ver a Gaby desnuda con mi papá, y después verlo a él. ¿Vos comprendés cómo me tengo que sentir de mal para llegar al extremo de que sea eso lo que más me haya gustado? Es algo que ni siquiera debió gustarme. Mi problema no es mi hermana, mi problema es mi vida. Tengo que hacer algo para cambiar mi vida, radicalmente.

―Me preocupa eso de “radicalmente”.

―¿Por qué? ―pregunté desafiante.

―Porque me da la impresión de que vas a cometer alguna locura, que puede llegar a traerte más complicaciones.

―Locura sería no hacer nada y dejar que las cosas sigan como están. ¡Me harté, Germán! ¡Me voy!

―No te vayas, Julieta. Todavía no terminó la sesión.

―A la sesión terminala vos solito. No sé, hacete una paja o algo así. ¿Me vas a decir que no te calentaste con todas las anécdotas sexuales que te conté? ―Se quedó pálido y boquiabierto―. Me voy, y no creo que vuelva. Chau.

Antes de que tuviera tiempo de decirme algo más, caminé hasta la puerta y salí. Me sentí bien al hacerlo. Él me ayudó mucho en el pasado, pero ya no lo estaba haciendo. En lugar de darme libertad, para mejorar mi vida, me ponía delimitaciones y hacía acusaciones injustificadas.

Charly, sé que mi hermana es manipuladora; pero yo no soy ninguna idiota, puedo tomar decisiones por mí misma. En este momento decido empezar a ser feliz, voy a hacer cambios radicales en mi vida. Al escribir todo esto me queda la sensación de que fui demasiado dura con Germán, pero eso no quiere decir que no haya sido sincera. De tenerlo frente a mí ahora, le diría las mismas cosas, aunque tal vez lo haría de forma más calmada. Pero te voy a ser sincera, Charly, prefiero echar todo a perder, antes que seguir con esta monotonía tan nociva.

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Después de lo que pasó con mi psicoterapeuta me sentí un poquito para la mierda. Me puse a pensar, otra vez, que no debí ser tan severa con él; pero no quiero volver a terapia. Tal vez algún día lo llame pidiéndole disculpas, creo que al menos se merece eso. Pero por ahora, no quiero llamarlo. Todavía siento mucha vergüenza por las cosas que le dije.

Perdón, Charly. Me olvidé de saludarte, pero tenía eso en mi cabeza y necesitaba dejarlo salir. Además, ni siquiera es eso lo que venía a contarte. Hoy, cuando llegué de trabajar, me pasó algo muy raro.

Fui a darme una ducha, como hago todos los días. Mientras me bañaba vi que alguien abría la puerta, me asusté mucho; pero me tranquilicé un poco al ver que se trataba de Gaby. Ella también estaba desnuda.

―¿Te molesta si me baño con vos? ―me preguntó.

Me quedé petrificada, con las manos en la cabeza y el pelo todo enjabonado. Obviamente yo estaba completamente desnuda, no acostumbro a bañarme vestida.

―¿Por qué? ―le pregunté.

―Porque tengo que ver a alguien, y estoy apurada; pero no quiero echarte del baño.

―No sé…

―Dale, es un ratito nomás.

―Bueno, está bien.

Se metió debajo de la ducha, conmigo, y comenzó a lavarse normalmente. Me di cuenta que ya me importaba cada vez menos verla desnuda. Hasta llegué a sonreírle. Ella parecía feliz de que yo le permitiera bañarse conmigo.

―¿Cómo te sentís hoy? ―quiso saber.

―Bien, supongo. Tuve un largo día en el trabajo. Más de lo mismo.

―Deberías hacer algo para relajarte.

―Eso hago. Bañarme siempre me relaja.

―Me refería a que te hagas una paja.

Tiempo atrás ese comentario me hubiera resultado indignante; pero mi hermana ya sabía de mi afición a la paja, por lo que era un poco estúpido estar negándolo.

―Tenía pensado hacerlo después de bañarme ―le dije, con sinceridad.

―¿No es mejor hacerlo ahora? Digo… porque después te queda toda mojada, y te la tenés que lavar otra vez.

―No me molesta hacerlo.

―A mí me encanta pajearme en la ducha.

―A mí no, es incómodo hacerlo parada. Prefiero estar acostada ―mientras hablaba noté que sus dedos comenzaban a surcar los abultados labios de su vagina, y presionaba su clítoris entre ellos― ¿Te vas a empezar a tocar ahora?

―¿Te molesta si lo hago?

―No ―en realidad no estaba segura de si me molestaba o no―, pero ¿no dijiste que estabas apurada?

―Puedo tomarme unos minutitos para pajearme ―dijo con una libidinosa sonrisa.

Debería haber sospechado que ocurriría algo como esto, ella sólo quería alimentar su fantasía de exhibicionista. Disfrutaba que la vieran masturbándose. Sus dedos se aceleraron, apoyó su espalda contra la pared, cerró los ojos y comenzó a respirar de forma agitada. Todo su voluptuoso y blanco cuerpo brillaba debajo de las incesantes gotas de lluvia.

Quise tomármelo con naturalidad, pero cuando ella comenzó a jadear con mayor intensidad, comencé a sentirme muy incómoda. No quería ver a Gaby haciéndose una paja. Me apresuré a terminar de bañarme y me excusé diciéndole que quería acostarme a dormir un rato. Justo antes de abandonar la bañera, al darle la espalda, sentí que algo invadía mi vagina. Era uno de sus dedos.

Por la sorpresa estuve a punto de patinarme y de partirme la cabeza contra el borde de la bañera, pero ella misma me sujetó de un brazo, hundiéndome aún más el dedo en la concha.

―¿Qué hacés? ―le pregunté enfurecida; ella comenzó a reírse.

―Nada, solamente dándote un poquito de estímulo.

―Soltame nena, me estás haciendo mal ―el dedo me provocaba un dolor agudo en el interior de mi vagina.

―Era una bromita, tampoco te lo tomes tan mal.

Ella retiró el dedo y me quedé mirándola, muy enfadada.

―No vuelvas a tocarme de esa manera ―le dije―. A mí esas “bromitas” no me gustan.

―Perdón ―parecía sorprendida y apenada.

Me marché del baño, envuelta en una toalla.

Tengo que confesar que sí me molestó que se tomara semejante atrevimiento y me invadiera de esa forma, si su intención fue hacerme una broma, no podía encontrarle la gracia… o el sentido. Sin embargo, en cuanto llegué a mi cuarto, tuve que quitarme la toalla y comenzar a masturbarme. No sé si su accionar me afectó, porque ya tenía pensado masturbarme antes de que ella lo hiciera; pero durante todo el rato que me toqué, me sentí incómoda porque no pude quitarme la sensación del dedo de Gabriela hundiéndose en mi concha.

Charly, te juro que mil veces me pregunto qué le pasa a esa chica por la cabeza antes de comportarse de esa manera. Por la charla que tuve con ella, comprendí algunas cosas, pero hay otras que son un completo misterio para mí.

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¡Hola Charly! Te cuento algo rápido, que me dejó totalmente sorprendida.

Hace unos cinco minutos llegué a mi casa, de trabajar. Estaba contenta porque pude salir casi tres horas antes de mi horario habitual, ya que me deben horas de descanso y pude pedirlas.

Al llegar me encontré con una imagen que no me esperaba, en absoluto. Mi hermana Gaby estaba sentada frente al televisor, completamente desnuda. Eso no es lo más extraño que vi, ya que ella sigue teniendo esa maldita costumbre de andar sin ropa. Lo impactante fue ver que en sillón contiguo, estaba mi papá… también completamente desnudo. Se estaba rascando las bolas con total naturalidad, y ni siquiera se detuvo cuando me vio llegar. Me saludó como si fuera un día normal. Tampoco se molestó en explicarme por qué no llevaba ropa.

No te lo voy a negar, me sentí algo rara al ver el pene de mi padre, colgando de esa manera. Siento algo de humedad entre mis piernas, pero me voy a contener, no puedo estar masturbándome otra vez con la imagen de esa verga en mi cabeza.

Te juro que no sé qué está pasando.

¿Estaré volviéndome loca, Charly? ¿Estaré imaginando gente desnuda dentro de mi casa? Sinceramente lo dudo mucho, sé lo que vi y no se trataba de ningún engaño de mi mente. Estoy algo rayada, pero no tanto.

En esta casa está pasando algo raro… y pretendo descubrir de qué se trata.

Continuará...