Terapia Sexual Intensiva (03).

Julieta le confiesa a su psicoterapeuta el extraño comportamiento de su hermana y cómo su familia reacciona ante esto.

Terapia Sexual Intensiva.

Capítulo 3.

Capítulo 3.

Hola otra vez. Te vuelvo a pedir disculpas por haberte dejado abandonado durante estos últimos días, pero no estaba con ánimo para ponerme a escribir. Hoy tuve otra sesión de lo más interesante con mi terapeuta y es por eso que estoy aquí otra vez, escribiendo. No podía dejar pasar esto y prefiero contártelo todo ahora mismo, antes de que me empiece a olvidar de los detalles.

La sesión de hoy comenzó de forma habitual, le conté a Germán las cosas malas de la semana, especialmente sobre los inconvenientes que tengo en mi trabajo. El pobre ya debe estar cansado de escucharme quejándome siempre de lo mismo… pero bueno, para eso le pago… bah, en realidad le paga la obra social, la cual tengo gracias al trabajo. Irónico ¿no? Como ellos son los que me vuelven loca, me parece bien que sean ellos los que, indirectamente, me pagan la terapia, y digo indirectamente porque gran parte de la cuota mensual de la obra social sale de mi salario.

Como de costumbre, me estoy yendo a otro tema.

Volviendo a la clínica, en un momento Germán me preguntó si había hecho mi tarea, me sonrojé al recordar el intenso episodio masturbatorio y le dije que sí, que lo había hecho, al menos en parte.

―¿Por qué en parte? ―me preguntó.

―Porque no me puse a recapitular sobre todas mis experiencias, sino que me limité a narrar la primera que se me vino a la cabeza.

―Eso es muy interesante. ¿Cuál fue la primera que se te ocurrió?

―Me da vergüenza decirlo.

―Está bien, lo entiendo, sólo tenés que hacerme un panorama general.

―Fue una vez que tuve “sexo casual” con un chico al que conocí ese mismo día y luego no volví a ver.

―Ajá, ¿y por qué creés que te acordaste primero de esa experiencia en particular?

―Porque estaba escribiendo en el diario que yo no soy ninguna puta… pero me acordé que en aquella ocasión me comporté como una puta.

―¿Qué es para vos una puta?

―¿Cómo? ¿Acaso no es lo mismo para todo el mundo?

―Para nada, depende mucho de qué significado le de cada uno a la palabra. ¿Qué significa para vos?

―Significa que una mina se deja coger fácil ―sí, le dije la palabra “coger”, me dio un poco de vergüenza, pero ya me estaba sincerando cada vez más en esas sesiones.

―¿Y eso es algo malo?

―Claro.

―¿Por qué es malo?

―¿Por qué? ¿Por qué? A todo le ponés un “por qué”. Es malo y punto.

―Los “por qué” son la columna principal de la terapia. A mí no me interesa saber por qué la sociedad lo considera malo, o por qué otras mujeres lo consideran algo malo. En este momento estoy conversando con vos y me interesa saber por qué vos, Julieta, pensás que es algo malo acostarse con un hombre de forma “fácil”.

―Porque después quedás como la puta del barrio, la gente te mira raro en la calle, tus amigos te tratan de trola, etc.

―Después de lo que ocurrió con este muchacho, ¿sentiste que la gente y tus amigos te trataban de esa forma?

―La gente no, pero mi amiga sí. A ella le tuve que contar lo que ocurrió porque ella fue la que me presentó al chico. Entonces desde ese día me invitaba a salir y me decía: «Hoy te conseguí un lindo chico para que vayan juntitos al telo», y yo intentaba explicarle que yo no me comporto de esa manera, que lo que ocurrió fue un evento aislado.

―¿Y cómo te hizo sentir eso?

―Como una puta.

―¿Hubo algún otro momento de tu vida en el que te sentiste de esa forma?

Me quedé en silencio durante bastante tiempo. Muchas escenas, de las que no me enorgullecía, invadieron mi mente. Me costaba mucho ponerlas en palabras y dejarlas salir; por lo que opté por decir:

―Prefiero no hablar de eso ahora.

―¿Por qué no? Estamos hablando de ese tema, hasta te noto mucho más dispuesta a hacerlo que durante la sesión de la semana pasada.

―No tengo ganas y punto.

―No quiero hacer una mala interpretación de la situación, por eso me veo obligado a decirte que estoy pesando que sí recordaste uno o varios momentos incómodos en tu vida sexual, de los cuales no querés hablar.

―Así es, no quiero hablar de eso, ya te lo dije.

―Perfecto, lo entiendo, no hace falta que lo hablemos ahora mismo; sin embargo me gustaría que…

―Que lo escriba en el diario ―completé su oración.

―Exactamente, tal vez de esa forma te resultaría más cómodo hablar sobre el tema en el futuro.

―Lo voy a pensar.

―Me parece bien ―luego se formó un incómodo silencio en el que Germán y yo nos quedamos mirando fijamente.

En ese momento de la sesión yo me sentía un tanto ofuscada e incómoda y tenía ganas de quedarme en silencio hasta que fuera la hora de irme, sin embargo a Germán se le ocurrió retomar con el interrogatorio, agarrándome con la guardia baja:

―¿Cómo te sentiste mientras escribías sobre tu experiencia sexual en el diario?

―Bien, supongo… ―intenté eludir la pregunta.

―¿Solamente bien? Eso no me dice mucho.

―Es que no quiero decirte mucho.

―Julieta, a la terapia la construimos entre los dos; si vos siempre te mostrás reacia a responder lo que te pregunto, entonces el proceso se hace mucho más lento y sinuoso.

―Entonces dejá de preguntarme tantas cosas íntimas.

―Aquí la intimidad juega un papel importante, si bien es cierto que no tengo por qué saber absolutamente todo sobre tu vida, hay cosas puntuales que nos sirven para seguir adelante. Imaginate que vas al ginecólogo y que él encuentra algún problema en tu vagina, de ser así lo más probable es que comience a hacerte preguntas sobre tus prácticas sexuales. Él necesita esa información para saber cómo se originó el problema y así poder tratarlo. ¿Le negarías esa información sólo por pudor?

―No, no soy tan estúpida.

―Entonces ¿logré explicar mi punto?

―Sí

Él tenía razón, estaba comportándome como una idiota, yo confiaba en él y sabía que intentaba ayudarme a superar mis problemas, si él consideraba que mi vida sexual era crucial para la terapia, entonces estaría jugando en mi propia contra al negarme a hablar sobre el tema. Sería como ir a ver al médico y mentirle. No me gustaba hablar abiertamente sobre estos temas, pero debía hacerlo.

―Si querés por hoy podemos dar por concluida la sesión y lo dejamos para la próxima ―Germán sabía leerme muy bien, había notado mi ansiedad por marcharme.

―No, está bien, podemos seguir.

―Ok, te escucho.

Guardé silencio durante un momento intentando acomodar un poco mis ideas, intenté construir una forma suave e indirecta de contarle las cosas, pero eso era bastante difícil y podía dar lugar a malas interpretaciones, por lo que me resigné e intenté explicarlo a mi manera, siendo directa y franca.

―Me excité mucho mientras escribía esa anécdota ―él asintió con la cabeza manteniendo su rostro inexpresivo―. Me excité tanto que comencé a masturbarme. Fue como revivir cada momento, cada instante de lo que ocurrió con ese chico volvió a mi mente de forma muy vívida. Casi podía sentir la fuerza de sus manos, el olor de su piel, el calor de su cuerpo y… la dureza de su pene. Nunca imaginé que al escribirlo pudiera experimentar algo semejante. Ni siquiera estaba caliente antes de empezar a escribir, lo hice prácticamente por obligación. Pero después de un rato, cuando llegué a narrar el momento sexual en sí, algo dentro de mi cuerpo se encendió, como si tuviera un interruptor sexual en mi interior. Un interruptor que se prende y se apaga sin que yo pueda controlarlo ―no se lo dije a Germán, pero mientras hablaba sentí ese interruptor activándose. Mi cuerpo comenzó a acalorarse, mi ritmo cardíaco comenzó a acelerarse y ya sentía menos pudor al hablar―. Me resultaba muy difícil escribir con una mano y frotarme la vagina con la otra ―no sé por qué usé esas palabras, podría haberle dicho algo más suave, como “tocarme”, pero el usar una frase más explícita me produjo esa agradable sensación vertiginosa que había experimentado durante la sesión anterior―. A pesar de eso no podía detenerme. Solamente me detuve cuando terminé de contar todo, y cuando lo hice me tiré sobre la cama para poder masturbarme usando mi mano izquierda, que es la más hábil ―le mostré mi mano al decir eso, al mismo tiempo sentí un intenso calor en mis mejillas; me estaba ruborizando― hacía mucho tiempo que no me masturbaba con tantas ganas, creo que por eso me sentí tan bien cuando acabé.

―¿Cuándo fue la última vez que te sentiste de esa manera al masturbarte?

―¿Eso es relevante? ―se lo pregunté con una sonrisa un tanto picarona.

―Sí, porque dijiste que te hizo sentir muy bien y quisiera saber si hay algún patrón que te ayude a sentirte mejor cuando experimentás cosas de este estilo.

―Mmmm… bueno, tendría que hacer un poco de memoria ―me rasqué el mentón mientras pensaba―. ¡Ah, sí! La última vez que me sentí así fue hace como ocho o nueve meses; fue la primera vez que le “robé” el cepillo para el pelo a mi hermana.

―Ajá, recuerdo que la semana pasada mencionaste ese mismo cepillo.

―Sí, y aunque no me creas, fue la primera vez en mi vida que me introduje un objeto, que no sea un pene, en la vagina.

―¿Por qué no habría de creerte?

―No sé… por ahí pensás que me la paso haciéndome la paja con cualquier objeto que encuentre en mi casa.

―No, no pensaba eso.

―Está bien, mejor así.

―Julieta, me gustaría que respondieras honestamente dos cosas. La primera: ¿Te molestaría que alguien piense que te pasás el día masturbándote utilizando diversos objetos?

―Obvio, no es algo que a nadie le guste ventilar, es una cuestión muy íntima. Te cuento a vos porque sos mi terapeuta y porque básicamente me obligaste a hacerlo ―le sonreí―. Era un chiste, no te lo tomes en serio. Te cuento porque entiendo las razones por las cuáles tengo que hacerlo ―él también sonrió, su rostro quedaba irreconocible cuando esbozaba una sonrisa ya que por lo general mantenía una postura muy seria.

―Bueno, ahora pasemos a la siguiente pregunta: ¿Cómo fue que te animaste a probar con el cepillo? ¿Qué sentiste ese día en particular? ¿Hubo algo diferente en tu rutina?

―Hey, estás haciendo trampa, esas fueron tres preguntas.

―Tenés razón, pero todas forman parte de una misma cuestión.

―Bueno sí ―comencé a recordar qué había pasado ese día, no me fue muy difícil ya que recordaba qué fue lo que me generó la curiosidad suficiente como para probar, pero quería ver si recordaba algo más―. Tal vez esto te resulte un poco incómodo de escuchar, y de más está decirte que espero que nunca se lo cuentes a nadie.

―Por eso no te preocupes, estoy seguro de que en este consultorio ya escuché cosas mucho peores que la que me podrías llegar a contar.

―¿Cómo qué, por ejemplo?

―Como por ejemplo las que no te voy a contar, porque yo no le cuento a nadie lo que se habla aquí dentro.

―Buena respuesta ―le dije enseñando mis blancos dientes en una gran sonrisa―. Bueno fue una situación bastante rara para cualquiera; pero tal vez no tan rara para mí. Un día salí temprano de trabajar ya que había ocurrido un error y me hicieron ir a trabajar en uno de mis días de descanso, casualmente se dieron cuenta de ese error cuatro horas después de que entré a trabajar, y me prometieron que me dejaban salir cuatro horas antes y al día siguiente podría hacer lo mismo; lo cual fue una puta mierda, porque prefería tener mi día libre completo. En fin, regresé a mi casa y cuando crucé el pasillo que conecta todos los dormitorios me encontré con que la puerta del cuarto de Gaby, mi hermana, estaba abierta… pero no era la única que estaba abierta; Gaby también ―miré a Germán esperando alguna reacción de su parte, pero como no la hubo continué con mi relato―. Ella estaba acostada en su cama, completamente desnuda y con las piernas separadas, creo que con una mano se estaba acariciando las tetas y con la otra sostenía el famoso cepillo; se lo estaba introduciendo en la vagina con muchas ganas. Aparentemente no me había escuchado llegar, por lo que no hice ruido, sin embargo me quedé muy asombrada al verla hacer eso, por lo que me quedé unos cuantos segundos mirándola… ella parecía estar pasándolo muy bien, tenía la vagina muy mojada. Aclaro que lo raro fue verla usando el cepillo, ya que, como dije antes, para otra persona sería muy raro pero para mí no lo fue tanto; no fue la primera vez que sorprendí a Gaby masturbándose. Ella es una chica bastante peculiar, parece no tener pudor por nada. Casi siempre anda por la casa vistiendo muy poca ropa o ninguna, no le preocupa para nada que veamos sus partes íntimas… ni siquiera le preocupa que nuestros padres la vean así.

―Dos preguntas: ¿Qué edad tiene Gaby? ¿Tus padres dicen algo sobre su forma tan particular de comportarse?

―Ella tiene 20 años, el día que pasó esto tenía 19. Mis padres en realidad dicen poco y nada. Al principio le pedían que vaya a ponerse algo de ropa, pero con el tiempo se acostumbraron a verla así. Si bien yo también me acostumbré a verla desnuda, eso no quiere decir que esté de acuerdo con su comportamiento. Por más que no esté de acuerdo, ya aprendí que no tengo que quejarme. Al principio me quejaba si la veía en tanga y con las tetas al aire caminando lo más campante por la casa; pero con el tiempo una se acostumbra a esas cosas, se vuelven parte cotidiana de la vida. A veces mi mamá también anda desnuda por la casa, pero con mi mamá es diferente.

―¿Por qué con ella es diferente?

―Bueno, es obvio. Su marido, es decir mi papá, la vio desnuda una infinidad de veces, y nosotras somos sus hijas, las dos mujeres, por lo que no veo nada de malo en que ande sin ropa. Yo también ando desnuda delante de ella o de Gaby, pero evito hacerlo delante de mi papá. Sin embargo mi hermana dice que no le importa, ya que después de todo es su papá, no un desconocido. Asegura que ella es libre de andar por su casa como se le dé la gana y que no le importa si alguien de nosotros la ve desnuda. En parte puedo llegar a entenderla, pero creo que ella a veces abusa de esos privilegios.

―¿Por qué lo decís?

―A ella tampoco le da pudor que yo la vea masturbándose, lo sé muy bien porque en una ocasión yo quería entrar al baño a hacer pis mientras ella se bañaba, le pedí permiso y me dijo que podía pasar; me llevé una enorme sorpresa cuando me la encontré sentada en la bañera, la cual apenas tenía agua, con la mano entre las piernas… frotándose la vagina como si yo no estuviera allí. Me puse bastante incómoda al ver eso, pero a ella no le importó para nada. Mientras estaba sentada haciendo pis la miré sorprendida, porque ella había comenzado a introducirse dos dedos y a gemir mientras con una mano se sobaba las tetas. Cuando terminé, y antes de salir del baño, le dije que era una asquerosa… ella me gritó que yo era una frígida.

―Como bien dijiste, tenés una hermana bastante peculiar. Hablaste muy pocas veces de ella durante nuestras sesiones.

―Es que no me cae bien. Sí, ya sé que me vas a preguntar por qué no me cae bien, siempre preguntás todo… pero ahora mismo no tengo ganas de hablar de eso. Mejor lo dejamos para otra sesión ¿puede ser?

―Está bien. ¿Hay algo más que quieras agregar?

―¿Cómo qué?

―Mmm… dijiste que ella tiene poco pudor y que, evidentemente, es un tanto desubicada ―asentí, dándole la razón―, ¿sabés si alguno de tus padres la sorprendió haciendo algo así?

―¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

―Mucho, es tu familia, son las personas con las que convivís a diario. El ser humano es un ser social, por eso es muy importante que hablemos de cómo son las relaciones dentro de tu entorno más cercano: familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.

―Ok ―hice una breve pausa para aclarar mis pensamientos y buscar la mejor forma de contárselos a Germán―. Una vez escuché por casualidad que mis padres parecían estar discutiendo por algo que Gaby había hecho, mi mamá no dejaba de repetir cosas como: «Es normal, es joven»; «Si se lo prohibimos va a ser peor». En cambio mi papá decía que eso se tenía que terminar.

―¿A qué creés que se referían?

―No lo sé exactamente, pensé que tal vez alguno de ellos la había sorprendido masturbándose, pero podrían referirse a que andaba desnuda por la casa, cualquiera de los dos motivos me pareció suficientemente bueno como para que mis padres se preocuparan.

―¿En algún momento te sorprendieron a vos en uno de esos momentos íntimos?

La pregunta me dejó petrificada, no porque no me la esperara, sino por los recuerdos que me invadieron.

―Una vez.

―¿Quién?

―Mi hermana.

―¿Me podés contar cómo te sentiste en ese momento?

―Fue algo que me incomodó mucho. Ocurrió una tarde en la que yo creía estar sola en mi casa, estaba en el living, recostada en el sofá, mirando la tele. Tenía puesto solamente un camisón. No sé por qué motivo me entraron ganas de tocarme. Lo hice sin evaluarlo mucho, estuve tocándome un buen rato, con los ojos cerrados, hasta que la voz de mi hermana me sobresaltó. Recuerdo que ella dijo algo así como «Al final no sos tan frígida como yo pensaba».

―¿Y vos qué hiciste en ese momento?

―Lo primero que pensé fue en disimular, pero era imposible hacerlo. Mi hermana me había sorprendido con las piernas bien abiertas mientras que con una mano me acariciaba los labios vaginales y con la otra me frotaba el clítoris ―no sabía por qué le estaba dando semejantes detalles a mi psicoterapeuta, pero me soy consciente de que me sentí muy bien al hacerlo―. No había forma de disimular, por lo que me cubrí la vagina con el camisón y la insulté. Me sentía frustrada, estaba muy enojada con Gaby; pero ella parecía tomarse la situación con gracia. Me dijo: «Deberías podar un poco ese matorral, se vería mejor». Ella siempre mantiene su vagina perfectamente depilada, en cambio yo siempre preferí tenerla “al natural”, a veces recorto algunos pelitos en los alrededores, para que quede un poco más prolijo; sin embargo no suelo dedicarle mucho tiempo a esa tarea. Le dije a mi hermana que se metiera en sus asuntos y que me dejara ser como a mí me gusta. Me sentí muy avergonzada, no sólo porque me hubiera descubierto masturbándome, sino porque criticó mi apariencia, ella siempre se jacta de ser más hermosa que yo. De hecho recuerdo que esa vez me dijo que yo era una estúpida por enojarme ya que ella sólo intentaba ayudarme a verme más bonita y después agregó: «Vos me viste la concha, no podés negar que la mía se ve mucho más linda que la tuya». Enojada le contesté que me importaba una mierda cómo se veía mi concha y que yo se le iba a mostrar solo a quien yo quisiera, y que si esa persona me quería le iba a gustar sin importar si me la depilaba o no. En fin, eso fue más o menos todo lo que pasó. En definitiva: fue un momento muy incómodo.

―¿Te sentís mejor ahora que pudiste contarlo?

―No sé, supongo que sí… un poquito ―no le iba a contar que estaba excitada, que podía sentir la humedad de mi sexo contra mi ropa interior, tampoco le quería decir que ni bien llegara a mi casa me iba a hacer una paja.

―Está bien, Julieta, creo que por hoy podemos dejar la sesión acá. Si te hace sentir bien, me gustaría que sigas escribiendo en tu diario todo aquello que se te venga a la cabeza. De a poco iremos encontrando dónde están los puntos importantes de tus conflictos internos. Me alegra que estés siendo cada día más franca y sincera conmigo y me gustaría que siguiéramos por esta vía.

―Sí, me cuesta un poco sincerarme con cuestiones tan íntimas, pero creo que me voy a acostumbrar.

Después de eso no hay ningún dato que sea relevante. Volví a mi casa, me hice una paja, y acá estoy, escribiendo todo lo que hablé con mi terapeuta. Lo más curioso que rescato de la sesión es lo mucho que me excité al contarle cosas tan íntimas de mi vida sexual. No sé por qué ocurrió eso, sin embargo sentí una extraña amalgama de humillación y placer. La próxima vez tal vez me sincere un poco más con Germán… y también con vos Charly, especialmente con vos.

Continuará...