Terapia sexual 6 de 12

Tras un mes fuera de mi casa la desesperación me arrastra al suicidio como única salida a mi situación

Decir que dormí esa noche es decir demasiado. Tan solo cabezadas sueltas, alternándolas con constantes idas y venidas a mi habitación para comprobar el estado de Pablo. Cuando al final dieron las seis y media, me fui a duchar y al salir vi a mi marido y a mi hijo levantados trasteando en la cocina, desde donde yo me encontraba, a escasos treinta pasos, los dos me parecían lejanos e inalcanzables. Me vestí y me senté a desayunar con ellos, pero nada más sentarme mi marido se levantó de la silla, cogió su desayuno y se fue a la cocina, al parecer no deseaba estar conmigo en el mismo sitio. Miré a mi hijo y me levanté para ir tras mi marido a pesar de que Marcos me sujetó el brazo y negó con la cabeza, me deshice de él con un tirón seco y caminé hasta la cocina. Completamente avergonzada rompí a llorar pidiéndole nuevamente perdón, le supliqué otra oportunidad. Pablo no se apiadó de mí, me reprochó otra vez mi infidelidad y mi comportamiento llamándome guarra. Le dije por enésima vez que no sabía en qué estaba pensando cuando lo hice y eso le cabreó muchísimo.

--- Yo sí –dijo mi marido- si tanto te picaba el coño habértelo rascado tú sola. Yo no te obligué a nada esa maldita noche, sólo hablaba en broma ya me conoces, pero claro, tú ya te habías adelantado, te faltó tiempo para entregarte a otro. Ese día me tenía que haber muerto. –dijo llorando.

--- Por Dios Pablo no digas eso. –dije intentando abrazarle.

--- ¡No me toques Sara! Te lo pido por favor –me advirtió y detuve mis ganas de abrazarlo- Es mejor que nos separemos por un tiempo, así que o te vas tú o me voy yo, decide.

--- Me iré yo –contesté sorbiendo fuerte por la nariz- supongo que quieres el divorcio. –pregunté atenazada ya por el miedo.

--- Mira no lo sé, ahora mismo no quiero pensar en eso, porque si lo hiciera firmaría los papeles sin dudarlo, pero quiero pensármelo antes de hacer nada de eso. –me dijo. ¿Podía intuir a caso un atisbo de esperanza en sus palabras?, sinceramente, no.

--- Al menos ¿puedo hacer la compra y luego venir a comer? , haré la maleta después, te lo prometo.

--- Sí, por supuesto. –dijo saliendo de la cocina. Me fijé en que no había tocado el desayuno.

Media hora después me fui a comprar. La gente me miraba de forma rara, debí parecerles un zombi o algo así o a lo mejor es que se me notaba la clase de mujerzuela que era. Al regresar a casa comimos sin hablar, bueno comer es un decir porque la verdad es que ninguno de los tres probó casi bocado, mirábamos el plato en silencio, el mismo que me envolvió mientras hacía la maleta llorando. Me ayudó a hacerla mi hijo, aunque maleta no es la palabra adecuada, una simple bolsa de viaje me bastó, no sabía para cuanto tiempo tenía que marcharme.

--- Ya te llamaré al móvil cuando decida algo. –me dijo mi marido, esa fue su despedida; Marcos al menos sí me besó en los labios con mucha ternura, mi marido se fue a nuestra habitación.

Me subí al coche y deambulé un rato sin rumbo. En ningún momento se me pasó por la cabeza ir a la casa de Gerardo. No quería darle problemas, además, si lo hubiera hecho sé que habría terminado divorciándome de Pablo para vivir una vida nueva junto a Gerardo. Al final me decidí a pedir habitación en un hotel de esos que están cerca de una gasolinera que son más baratos. Esa misma noche me llamó mi hijo para tranquilizarme y darme ánimos. Al día siguiente que era domingo, le mentí diciéndole que había comido cuando la verdad es que no había tomado bocado desde el sábado, ya había vomitado bilis varias veces porque solo había bebido café solo y con leche, nada más. Después de hablar con mi hijo me tumbé sobre la cama y lloré desconsolada, recordando lo felices que eran los domingos en compañía de mi familia y no sólo eso, en mi cerebro se sucedían continuamente las imágenes con mi marido y mi hijo. Todos los momentos más felices de mi vida desfilaron por mi cabeza y me sentí muy desgraciada.

…/…/…

El lunes me llamó Marcos cuando estaba en el trabajo. Mi hijo que es un cielo, me llamaba todos los días tres o cuatro veces.

Carmen, una compañera de trabajo con la que tengo mucha amistad al ver el estado en que me encontraba me invitó a comer, yo me negué pero ella fue tan insistente que al fin logró que la acompañara. Le conté todo lo que había pasado, salvo mi relación con mi hijo por razones obvias. También le dije que Pablo no quería que le tocara; ni siquiera un beso, lo raro es que ella me dio la impresión que comprendía perfectamente mi situación.

--- ¿Puedo hacerte una pregunta personal Carmen?

--- Sí, adelante. –me invitó.

--- ¿Por qué te divorciaste? –pregunté temiendo su respuesta.

--- Porque mi ex me puso los cuernos muchas veces. Al principio me lo negaba todo pero el cabrón seguía con sus aventuras. Hasta que me harté y contraté a un detective privado. Tardó sólo dos días en reunir suficientes pruebas como para pedir el divorcio y ganarlo. Lo malo fue que mi hijo me culpó a mí de todo por romper mi matrimonio. Me llamó egoísta y en cierto modo tenía razón, su mundo se le había hecho añicos de repente. Como era mayor para decidir se fue a vivir con su padre. Diez meses más tarde vino a verme. Me pidió perdón por todo lo que me había dicho ¿sabes? El pobre había comprobado que su padre me había sido infiel muchas veces, el muy cabrón se lo confesó a su hijo estando bebido, como si fuera una gran hazaña lo que había hecho.

--- Joder, yo le he hecho lo mismo a Pablo. –admití muy avergonzada.

--- Sí y es imperdonable, pero no seas tan cruel contigo misma Sara. Imagino que tu vida sexual ha tenido que ser muy difícil estos últimos años y aunque no quieras, el cuerpo termina recordándote que eres mujer, joven y muy guapa aún, no como yo que ya se me ha pasado el arroz. Cuando el cuerpo tira, el deseo se multiplica. No quiero decir con esto que tienes excusa, no. Has sido infiel a tu marido y posiblemente te has cargado tu matrimonio y tu familia. Todo depende ahora de cómo se lo tome Pablo, el pobre lo está pasando peor que tú, lo sé por experiencia.

--- A veces me preguntó que sentirá el pobre. –dije pensando en voz alta.

--- Yo te lo diré: Vergüenza, celos, miedo e inseguridad al saber que un extraño ha gozado de la mujer que le pertenecía sólo a él. También asco, al imaginar las cosas que has hecho con ese tío y todas las que te has callado por no hacerle más daño. Esa mezcla de sentimientos es muy peligrosa Sara, tu marido podría reventar de un momento a otro o cometer una locura. –me advirtió Carmen.

--- Me estás asustando. –le dije sinceramente.

--- Pregúntate esto: ¿Qué sentirías tú si él te hubiera sido infiel con otra? y cuando te lo confesara todo pidiéndote perdón y otra oportunidad ¿Serias capaz de perdonarle? ¿Le darías otra oportunidad Sara?

--- No, no sería capaz de perdonarle, ni le daría ninguna oportunidad, me divorciaría de él inmediatamente. –contesté avergonzada de mí misma.

--- Si piensas eso imagínate lo que pensará Pablo. Es lógico que no quiera que le beses, cuando lo intentas él te imagina comiéndole la boca al otro y si intentas arrimarte y ponerte cariñosa será peor. Entiéndelo Sara, el pobre Pablo no soporta que tu cuerpo haya sido manoseado por otro y el imaginar cómo te han manoseado le vuelve completamente loco. Cuanto más amas a una persona más enloqueces con su traición ---dijo Carmen y prosiguió--- con una simple pregunta que te haga entenderás a tu marido enseguida: Si sólo tenías sexo con ese tío y amabas tanto a tu marido ¿por qué has estado con él tanto tiempo? Yo te contestaré: porque sentías algo por él y él por ti, es lo que pasa cuando se folla tanto tiempo en la intimidad. Los besos despiertan el amor en las personas a menos que seas un verdadero cabrón. En fin, míralo por el lado menos malo: si sucede lo peor aún estás a tiempo de empezar de nuevo, no hagas como yo que me encerré en mí misma y me olvidé de que el mundo existía ---contestó abatida---, claro que yo tengo una ventaja, mi hijo Sergio vive conmigo. –añadió dejándome muy confusa.

--- No digas tonterías Carmen, eres muy atractiva y tienes un cuerpo muy bonito, estoy segura que tarde o temprano te saldrá un plan.

--- Pues más vale que sea temprano, o de lo contrario se me va a marchitar. –nos reímos las dos con el comentario.

--- Ya verás cómo sí ---dije---. Oye ¿me permites que te haga otra pregunta personal?

--- Claro.

--- En todo el tiempo que llevas viviendo con tu hijo ¿no le has sorprendido mirándote con deseo y empalmándose? –dije tocando un tema que suponía que era tabú para ella, pero me picaba la curiosidad.

--- Calla, calla ---dijo. Se acercó más a mí y me susurró bajito--- he descubierto que se masturba con las braguitas que me quito cada día después de ducharme. No quiero imaginarme las cosas que hará con ellas. –dijo poniéndose colorada.

--- ¿Lo ves? Si eres capaz de excitar de esa forma a un joven cómo tu hijo ¿cómo no vas a atraer a un adulto?

--- Ya, pero es que la relación con un adulto es muy complicada y me da mucho miedo. –confesó Carmen.

--- ¿Qué años tenéis Sergio y tú? –quise saber porque se me había ocurrido una idea.

--- Sergio tiene 22 años, hará 23 el próximo julio y estudia económicas, como tu hijo, yo tengo 44 años casi recién cumplidos, toda una vieja como verás.

--- Tu hijo tiene un año más que mi Marcos y yo tengo un año menos que tú, no eres una vieja –dije- ¿Sabes? estando en la consulta de una consejera sexual con mi marido, nos sugirió que en nuestro caso la solución a nuestros problemas sexuales estaba más cerca de lo que nos imaginábamos, nos dijo que las cosas se arreglan mejor en la familia, así todo queda en casa.

--- ¡Joder qué fuerte! ¿Os sugirió eso de verdad, que te acostaras con tu hijo? –preguntó escandalizada.

--- No lo dijo con esas palabras, lo dejó caer con mucha sutileza. También nos dijo que no sería el primer caso ni el último, hay más relaciones madre–hijo de las que nos creemos. –contesté pensando en lo que me dijo Gerardo.

--- Joder a mi no se me ocurriría hacerlo con mi hijo ¡Por Dios! ¿Tú lo has hecho con el tuyo? –me preguntó de pronto.

--- No claro que no. –contesté simulando escandalizarme también.

--- No sé, a mí esa clase de gente no me gustan ni un pelo. –dijo Carmen.

--- No hemos vuelto más por su consulta. –dije yo para zanjar el tema viendo que Carmen se sentía incómoda hablando de ello.

Nos despedimos bien entrada la tarde, ella me ofreció su casa pero amablemente rechacé su oferta, no quería trasladar mis problemas a nadie. Agradecí a Carmen el haberme entretenido con dos besos en la mejilla y le prometí que si la necesitaba la llamaría. De vuelta a mi horrorosa realidad, me tumbé en la cama esperando la llamada de mi hijo esa noche.

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La primera semana que pasé sola y lejos de mi familia fue… angustiosa. Hablaba sólo con mi hijo, de mi marido no sabía nada de nada. La siguiente no lo fue tanto, porque ya tenía asumida a esas alturas que acabaría divorciada y completamente sola a pesar de tener el apoyo de mi compañera Carmen. Me machaqué culpándome una y otra vez. Empezó a gustarme eso. Disfrutaba sintiéndome culpable sin darme cuenta del peligro que eso supone. Llegó un momento que estaba tan desesperada, que cenando por las noches en la cafetería del mismo hotel, al sentirme observada por los hombres llegué a desear que todos los allí presentes, unos treinta más o menos, me atacaran o me violaran uno tras otro. Quería que me hicieran verdadero daño. Que me golpearan y después que me remataran para no dejar testigos. Me sentía tan sucia, tan guarra, tan puta, que mi nivel de autodestrucción estaba por las nubes, sólo yo, sé lo mucho que agradecía las palabras de ánimo y cariño de mi Marcos. No me visitaba por la sencilla razón de que como quería autodestruirme, me negué rotundamente a decirle donde me hallaba. Sí, claro que me amenazó con seguirme desde el trabajo y averiguarlo, pero yo también le amenacé con cambiarme de hotel en cuanto saliera por la puerta, con lo que estaríamos igual.

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Transcurridas cuatro semanas desde que me fui de casa ya tenía decidido mi futuro. Lo tenía todo preparado, bien planeado. Había estado en el médico y había conseguido que me diera unas pastillas para dormir y otras para el relajamiento muscular. Me estudié los prospectos lentamente, comprendiéndolo todo o al menos lo más importante para mí. La mezcla de los dos medicamentos era explosiva con solo una pastilla de cada. Sólo tenía que esperar a que mi nivel de desesperación superase el límite, cuando eso sucediera tenía pensado tomarme todas las pastillas de golpe y tumbarme a esperar la muerte. Me faltaba el valor suficiente, eso, o desesperación, no lo sabía bien entonces. Dos semanas después se despejaron todas mis dudas y lo supe con certeza. Ya había perdido 12 kilos pues me negaba a comer pese a las charlas de Carmen, si se ponía muy pesada comía algo pero ya no probaba bocado, lo único que tomaba eran cafés.

La noche de un lunes la solución a mis problemas me vino de repente a la mente. Es curioso, la desesperación fue la que me infundió el valor necesario para decidir quitarme la vida. Pero… (Siempre los malditos peros), cometí un error. Esa tarde, cuando hablé con mi hijo me derrumbé psicológicamente. No le conté nada de lo que tenía pensado hacer por supuesto, sin embargo él lo intuyó. No sé cómo, pero lo hizo y dándome conversación, aprovechando mi momento de debilidad me sonsacó la dirección del hotel donde me hospedaba.

Media hora más tarde, Marcos y su padre, sí, sí, mi marido, fueron a buscarme. Lógicamente entró solo Marcos a mi habitación. Mi primera impresión al verle fue quedarme muda y estática, incapaz de moverme, el avanzó hacia mí y cuando estaba ya muy cerca me tiré a sus brazos llorando como una magdalena. Marcos me abrazó con fuerza al notar que me flaqueaban las piernas y me consoló con palabras cariñosas y besos en la cabeza. Lo mejor es que estando abrazada a mi hijo, por detrás, mirándome desde la puerta vi a mi marido llorando sin atreverse a pasar a la habitación. Me aparté de mi hijo y corrí hacia mi marido, caí de rodillas y me abracé a sus piernas suplicando perdón, sollozando entre mocos y babas otra oportunidad. Pablo se agachó para levantarme y los dos permanecimos abrazados de rodillas, yo llorando y pidiéndole perdón constantemente. Al final me pude levantar con su ayuda. Lo que sigue no lo tengo muy claro. Creo que fue mi marido quien dijo: ---Volvamos a casa cariño---. Sé que salimos del hotel. Marcos se encargó de todo. Yo me metí en la parte de atrás del coche con mi marido y Marcos se encargó de conducir hasta casa. ¡Mi casa! Qué bien suena joder.

Cuando puse los pies en mi casa de nuevo, me llevé las manos a la cara y me eché a llorar llena de emoción. Abrazada por mi hijo avancé hacia el salón y me senté en el sofá. Marcos me preguntó si quería darme una ducha, le dije que no, ya me había duchado en el hotel, me preguntó si quería descansar y acostarme, le volví a decir que no necesitaba nada de eso, lo único que necesitaba era estar con ellos. Entones se fue a la cocina y cuando regresó traía dos vasos de café con leche y una tila para su padre. Mi marido y yo bebimos sentados en el sofá, nos separaba el asiento central, nos mirábamos sin atrevernos a entablar conversación, Marcos se sentó en una silla frente a nosotros. Yo me encendí un cigarro y su padre le preguntó por qué nos miraba tanto.

--- Porque me encantaría veros juntos y sonriendo felices, como antes ¡Dios qué bonita pareja hacéis! --- respondió emocionado. Al mirar a mi hijo vi en su cara todo el sufrimiento de estos días, Pablo estaba igual y supongo que yo no tendría mejor aspecto. Se me revolvió el estomago al ser consciente del daño que les había causado.

--- Mamá, ya vale de culpas. –me advirtió mi hijo adivinando lo que pensaba.

--- Lamentablemente, lo hecho, hecho está, ya no podemos cambiarlo por mucho que queramos, por mucho que aún nos duela. –se lamentó mi marido.

--- Vale, vale ---dijo Marcos tratando de serenar el ambiente--- lo que tenéis que hacer es hablar del futuro y aprender del pasado. No hay que mirar por el retrovisor, sino por el cristal, hacia delante. Ya no tiene remedio así que dejad de torturaros. –dijo Marcos.

--- Ya. Lo que pasa es que aún quedan cosas pendientes por hablar entre tu madre y yo. Desgraciadamente, me temo que después de aclararlas nada volverá a ser como antes. –dijo Pablo asustándome.

--- Pablo mi vida, no digas eso. –supliqué y me acerqué a él para besarle en la boca pero él me rechazó con suavidad.

--- No Sara, te lo ruego, no estoy preparado para eso y no sé si lo estaré alguna vez, lo siento pero no puedo. –dijo agachando la cabeza, cuando vi que lloraba en silencio se me partió el corazón.

Marcos retiró la silla donde había estado sentado y se acuclilló frente a su padre sujetándose en sus piernas, le miraba con tanta ternura y cariño que me sentí emocionada.

--- A ver papá te voy a hacer una pregunta muy simple: ¿Amas todavía a mamá? – contuve la respiración esperando la respuesta.

--- No, al menos no como antes. -la respuesta de Pablo fue muy dolorosa para mí.

--- ¿La quieres? –preguntó otra vez Marcos.

--- No lo sé, no estoy seguro de mis sentimientos ahora mismo. -respondió sin subir la cabeza.

--- ¿Te quieres divorciar o estás dispuesto a perdonarla y darle otra oportunidad? –Pablo levantó la cara, miró a su hijo y después me miró a mí.

--- No puedo perdonar lo que ha hecho hijo. En cuanto a darle otra oportunidad… ¿de qué serviría? Si ya no hay nada entre nosotros. Yo solo quiero hablar con ella, despejar algunas dudas antes de dejar claras las cosas entre nosotros. La vida no te concede segundas oportunidades; después, que haga lo que la de la gana.

--- Joder papá eres muy cruel con mamá, a ti la vida te dio otra oportunidad después del infarto.

--- Nada de eso, si sigo vivo es porque no ha llegado mi momento. Mira hijo, desde que me dio el infarto sé que todos tenemos nuestro destino trazado y el mío aún no ha llegado, aún no es mi momento. Tu madre puede seguir viviendo con nosotros si quiere, no puedo oponerme porque esta casa es de los dos, pero seguiremos vidas distintas a partir de ahora. Ella su camino y yo el mío.

No pude seguir escuchando más, me levanté y me refugié en el baño llorando. Ahora sí que no encontraría consuelo nunca y recordé las palabras de Carmen: “Si sucede lo peor”. Bien pues había sucedido lo peor y ahora ¿qué? Marcos golpeó la puerta del baño y sin pasar me preguntó si estaba bien pero no le contesté, en ese momento se me quedó la mente en blanco, como si mi cerebro se hubiese bloqueado y necesitara reiniciarse como un ordenador. Los nuevos golpes en la puerta fueron los que reiniciaron mi cerebro. Ahora era Pablo quien se preocupaba. Le dije que estaba bien. Me lavé la cara, me la sequé sin mirarme al espejo, no podía verme reflejada. Salí dispuesta a enfrentarme a la realidad. Teníamos que hablar mi marido y yo.