Terapia sexual 1 de 12
Una terrible enfermedad cambió la vida de toda la familia. Mi marido se vuelve impotente mientras que yo me desespero de deseo
Este es mi primer relato, la serie la componen 12 y narra la vida de una persona culaquiera, de una familia normal en la que se mezclan: infidelidad, incesto y sexo en grupo. Espero que os sea interesante, si os gusta, enviadme vuestros comentarios a mi mail. Gracias..
Si alguien me hubiera dicho hace cinco años, mi vida iba a sufrir una profunda transformación, le hubiera tachado de “loco” y le habría ignorado sencillamente. Pero así es la vida, a veces muy bonita y muchas, demasiadas, desagradable y terriblemente real. Hace cinco años, que mi marido, el director comercial de una gran empresa se vio abocado al borde mismo de la muerte al sufrir un tremendo infarto. Ese hecho nos ha cambiado la vida radicalmente: a Pablo mi marido, los médicos le jubilaron de por vida para el trabajo con tan solo 40 años, a Marcos, mi hijo que entonces tenía 16 años, sólo yo sé lo que le ha costado a la criatura superar este trauma; afortunadamente ahora que ya tiene 21 años ha aprendido a vivir con un padre enfermo y está muy centrado en sus estudios universitarios de economía. En cuanto a mí, Sara, esposa y madre, sufrí ese tremendo revés no como el de mi marido, pero casi. De ser madre y esposa trabajadora como tantas otras, de la noche a la mañana pase a ser la cabeza de familia. Todo el peso y responsabilidad de la casa recayó sobre ella a partir de ese momento, si ella desfallecía todo se venía abajo porque su hijo adolescente se apoyó bastante en ella. Marcos se fijaba mucho en su madre, si ella reía él la acompañaba, pero si Sara tenía un día malo y lloraba su hijo también lloraba con ella.
Afortunadamente conservé mi trabajo desde que me casé a pesar de que mi marido ganaba lo suficiente y yo no tuviera que trabajar, pero yo lo quería así, me gustaba sentirme independiente dentro del matrimonio, además, el trabajo me distrae de los problemas personales. En mi empresa fueron muy considerados conmigo y me concedieron la jornada continuada para que pudiera estar con Pablo más tiempo. En la actualidad no dependemos exclusivamente de mi trabajo para vivir porque a Pablo le ha quedado una buena pensión. No es que nademos en la abundancia, no, pero vivimos sin estrecheces y hasta nos damos el lujo de ahorrar. El piso y el coche que ahora utilizo yo y esporádicamente mi hijo están pagados y no tenemos ningún crédito pendiente. Podemos considerarnos afortunados para los tiempos que corren hoy día. Mi sueldo lo ingreso íntegramente en una cuenta de ahorro por consejo de mi hijo, siempre hay que tener las espaldas cubiertas dice con buen criterio.
Estos cinco años han sido un sufrimiento continuo. Pablo, como cualquier cardiópata crónico de su categoría ha pasado por todos los estados propios de su enfermedad.
Miedo: A morir en plena noche mientras duerme.
Depresión: Enorme al verse tan joven y tan inútil, Pablo no solo se considera un completo fracasado en el terreno laboral, lo que verdaderamente le deprime, hundiéndole día a día en un pozo sin fin es comprobar que después de cinco años enfermo es un desastre sexual como hombre. Un impotente. En el sexo Pablo siempre ha sido una persona activa, igual que yo, los dos hemos gozado del sexo plenamente, en cambio ahora, cada vez que nos apetece hacer el amor el pobre mío no aguanta, se fatiga, se ahoga, a veces le duele el pecho hasta el punto de tener que ponerle la pastilla de nitroglicerina debajo de la lengua como medida preventiva como aconsejaron los médicos. Esa situación le derrumba psicológicamente a pesar del apoyo incondicional de su familia, por mucha voluntad que le ponga, el día a día supone un hándicap demasiado grande para él. A veces me pregunto si en su desesperación alguna vez ha pensado en quitarse la vida, no quiero ni imaginarlo siquiera, prefiero pensar que en parte gracias a mí, mi amor y mi comprensión a la hora de tener sexo han sido de mucha ayuda para Pablo.
Amor, comprensión y respeto. Para Pablo esas tres cosas son los pilares sobre los que se sustenta un matrimonio como cualquier pareja, pero yo añadiría otro ingrediente que considero necesario y muy estimulante: Sexo, el que por desgracia hecho mucho a faltar.
Con el tiempo han cambiado algunos roles en la familia: Pablo ha asumido parcialmente el papel de ama de casa, limitándose exclusivamente a preparar las comidas (que se le dan muy bien por cierto) encargándose también de la logística para que no falte ningún producto básico, al menos esas labores no lo fatigan y lo mantienen distraído. Marcos, como estudia económicas se encarga conmigo de las cuentas de los bancos, repasar facturas y cualquier otro asunto de índole financiero o económico. Yo trabajo en la oficina y el tiempo libre que me queda lo empleo en labores del hogar, como hacer la compra todos los viernes o sábados que mi marido me apunta en una lista, para los trabajos propios de la casa: limpieza, plancha etc. Cuento siempre con la colaboración de mi hijo Marcos.
Dado el problema sexual que teníamos mi marido y yo lo hablamos con todos los médicos, les contamos hasta la saciedad los problemas de impotencia y falta de libido de Pablo durante el coito. Pero ninguno de los facultativos nos dio una solución concreta. Unos dicen que es normal lo que le sucede, debido en parte a la medicación que debe tomar él de por vida, sobre todo el antidepresivo y también a las secuelas del propio infarto. Otros, dicen que a lo mejor con el tiempo se recupera algo, pero de ese “a lo mejor” han pasado cuatro años y la solución no acaba de llegar nunca. Él, que siempre ha sido muy activo en lo referente al sexo al ver que ahora no puede a pesar de tener deseo, le desespera, y yo le comprendo, eso acaba con la moral de cualquiera.
Como he dicho, los años transcurrían y mi pobre marido no mejoraba, al revés, se diría que cada año que pasaba mermaba más su calidad de vida. Haciendo caso a uno de los médicos acudimos a sexólogos pero tampoco supieron solucionar nuestro problema, para ellos la solución era comprarnos un montón de juguetes sexuales y ¡hala! A disfrutar, como si eso fuera así de fácil. En una de las consultas que hicimos al cardiólogo me puse a hablar con otra mujer que acompañaba a su marido que estaba en la misma situación que Pablo, ella me recomendó visitar a una sexóloga nueva. Pablo no estaba por la labor de visitar a más psicólogos, decía que al final acabaría loco. El caso es que al final fuimos a la consulta de esa médica que me recomendaron. Se llamaba Susana. Mientras esperaba el turno de la consulta, me fijé en los títulos que había colgados en las paredes. Licenciada en psicología, en sexología, especialista en conducta sexual de la pareja y algunas cosas más, me cansé enseguida de seguir leyendo tantos títulos.
Susana, la doctora, resultó ser una mujer joven, le calculé más o menos mi edad 43 años. Nos hizo unas cuantas preguntas, entre ellas si teníamos hijos. Le hablamos de nuestro Marcos un rato. Continuaron más preguntas sobre nosotros aunque a veces también nos hacía preguntas sobre mi hijo. Susana nos dijo que lo que le pasaba a Pablo era típico de su enfermedad y de su angustia por no poder culminar el coito (cosa que ya sabíamos sin ser médicos), dijo que muchas veces la solución a estos problemas estaban más cerca de lo que la gente nos imaginábamos, mi marido y yo estábamos un poco confundidos y como no nos quedaba claro a qué se refería la doctora le pedimos que se explicara mejor.
La doctora nos dijo que teníamos que abrir nuestra mente, de esa forma lo entenderíamos mejor. Según ella su solución consistía en juntarse todos los miembros de la familia y exponer el problema directamente, seguro que entre todos se nos ocurriría la solución insistiendo de nuevo en lo de tener “la mente abierta”. Pablo entendió mejor la solución que nos proponía Susana pero no dijo nada, me miró a mí pero esa “solución” no me convencía en absoluto, no quería involucrar a mi hijo en mis problemas íntimos. Así se lo dije a Susana. La doctora nos dijo que nuestro problema era que no estábamos abiertos a todas las posibilidades y entonces optó por darnos un manual de terapia sexual indicado para enfermos crónicos como Pablo. Mi marido y yo lo leímos por las noches en nuestra habitación, cuando pusimos en práctica los consejos del manual, la verdad es que sí obtuvimos resultados, al principio.
Mi marido se afanaba en darme placer con la boca y las manos, yo llegaba al orgasmo con mucha facilidad. Por mi parte aprendí a darle placer a mi marido con mi boca y con mis manos también. Con mi ayuda Pablo tuvo erecciones que sin ser para tirar cohetes al menos le permitió a veces penetrar y culminar el coito hasta correrse. La cuestión es que aunque Pablo no me lo decía, a mí no me pasaba desapercibido que él terminaba cansado y muy fatigado, tanto, que después de un polvo me quedaba a dos velas hasta dentro de dos semanas teniendo que masturbarme sola en el baño. Esa situación fue el caldo de cultivo para que empezara a echar muchísimo de menos dos cosas: una buena polla y la sensación de sentirme mujer entre los brazos de un hombre mientras éste me posee hasta la saciedad. Mi cuerpo me lo estaba reclamando desde hacía un tiempo y hasta ahora había podido controlarme con un poco de esfuerzo, el problema era que mi mente también empezaba a traicionarme haciendo que deseara cada vez más esas dos cosas.
Una noche, Pablo llevaba ya un rato encima de mí follándome cuando de repente se empezó a ahogar, a no poder respirar, tenía una fatiga tan grande, que perdió las fuerzas y cayó sobre mí dando bocanadas ahogándose, le dolía el pecho. Me asusté tanto que llamé a mi hijo Marcos para que me ayudara a quitarme a su padre de encima ya que yo sola no podía con él. Marcos que es un chico alto y fuerte, cogió a su padre con facilidad y lo tumbó en la cama. Yo le puse inmediatamente una pastillita de nitroglicerina debajo de la lengua a mi marido quien muy lentamente empezó a recuperarse. Al rato, Pablo nos tranquilizó diciendo que empezaba a desaparecer el dolor del pecho y el ahogo. Yo exhalé un suspiro dando gracias a dios.
Observé que mi hijo le colocaba los genitales a su padre en mejor postura para que no se los lastimara, pues Pablo tenía los testículos aprisionados entre sus muslos apretados, me sorprendí al ver que Marcos no se cortaba en absoluto por tocar el pene y los testículos a su padre. Lo hacía con suma delicadeza, con cariño, sus manos parecían sopesar los testículos unos segundos, luego le sujetó el flácido pene con una mano y con la otra le bajó la piel del prepucio dejando el glande al aire. Repitió la misma operación varias veces, no con ánimo masturbatorio aunque tampoco supe por qué lo hacía. Entonces caí en la cuenta de que estaba completamente desnuda igual que mi marido, me daba igual, no iba a abandonar a Pablo por taparme, eso lo tenía claro. Junto con mi hijo esperé a que Pablo se recuperara del todo. No hablamos, francamente no sabía qué decirle a mi hijo en momentos como ese, así que le miré sonriéndole y me di cuenta que él me miraba con ojos de deseo. Me puse colorada momentáneamente pero enseguida se me pasó el corte, al fin y al cabo se trataba de mi hijo si me quería mirar pues que me mirara, tiene derecho me dije.
Aunque estaba pendiente de mi marido vigilaba a mi hijo de reojo. La situación era muy morbosa. Los ojos de Marcos me miraban las tetas, pero supe que lo que más deseaba era verme el coño. Seguro que ya se había dado cuenta de que lo tenía depilado al ver la ausencia de vello en mi pubis, eso era todo lo que me podía ver, ya que tenía las piernas muy juntas.
Pablo empezó a recuperarse, nos dijo que ya se encontraba mejor, no obstante, por precaución cogí el tensiómetro de muñeca que estaba en la mesilla de noche, le tomé la tensión y comprobé que estaba dentro de los valores normales. Entonces sí respiré aliviada, mi hijo y yo nos sonreímos disipando la preocupación. Esa misma tranquilidad y relajación me llevó a agradecer a mi hijo su ayuda con una travesura “especial”, esperaba que Marcos se diera cuenta de ello. Decidida, me agaché sobre mi marido y en ese movimiento separé las piernas para guardar el equilibrio, con ese “descuido” le regalé la vista a mi hijo unos segundos, con eso ya era suficiente. Luego, le miré con disimulo y vi que se había empalmado y eso que apenas me lo ha visto me dije. Pensé que mi hijo se marcharía una vez satisfecha su curiosidad, ya me había visto lo que tanto deseaba quizá luego en la soledad de su cama se la cascaría imaginando guarrerias conmigo, pero no fue así, Marcos permaneció a mi lado por si le necesitaba con un tremendo bulto en sus calzoncillos.
Mi mente empezó a cavilar muy deprisa jugándome una mala pasada y la excitación se apoderó de mí que no dejaba de mirar el paquete de mi hijo preguntándome qué se escondería tras ese bulto tan grande de su entrepierna. Viendo que Pablo había caído en un profundo sueño me levanté dándole la espalda a Marcos, sentí sus ojos clavados en mi cuerpo y me excité más. Sonriendo halagada cogí las braguitas de encaje negro y me las coloqué dándole siempre la espalda a mi hijo porque estaba segura de que me miraba el culo. Me las puse lentamente, tardando más de lo necesario para que Marcos se recreara mirándome. Sólo con eso me puse muy caliente y pensé: “qué curioso, el sexo no entiende de parentescos”
Marcos se retiró a dormir y al besarme me rozó con su duro bulto en el estomago, ¡Pobre, menudo empalme llevaba! Sonreí para mí misma mientras veía cómo mi hijo se metía en el baño. Entonces fue cuando mi mente o qué se yo me habló: --- ¡Vamos! ¿Por qué no entras y le ves la polla?, sabes que lo estás deseando --- y era verdad que lo estaba deseando. Entré decidida en el baño haciéndome la distraída. Marcos estaba meando y claro se giró al verme entrar, como yo iba decidida a verle el aparato a mi hijo no le miré a la cara, le miré directamente el pene y lo que vi aunque fue poco me encantó. Lo tenía entre las manos, sin sacar del todo pero pude percatarme de que su capullo era gordo, muy hermoso. Me hice la ilusión de que a lo mejor estando duro tenía que ser como la de esos actores porno, que la tienen que es una verdadera preciosidad. Vamos, de lo más apetecible. En el caso de mi hijo, si fuera así, ojalá que su padre hubiera tenido alguna vez algo como eso entre las piernas pensé, imaginando las cosas que haría yo con un pene así mojé las braguitas.
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Dos semanas después, mi marido y yo charlando en nuestra cama recordamos ese episodio. Pablo me dijo que se dio cuenta de que nuestro hijo se empalmaba al verme el chochito. Yo comenté que era normal tratándose de un joven seguramente inexperto y virgen aún y al ver a una mujer desnuda pues era lógico que se empalmara. Entonces él me confesó algo que me dejó perpleja. Me dijo que imaginándome ahora mismo trajinando con el chico se estaba empalmando. Le toqué la polla y efectivamente, comprobé que estaba como un burro. Rápidamente decidimos aprovechar la ocasión. Me subí encima de él, me penetré con su polla y empecé a cabalgarlo lentamente. Me levanté la camiseta y le pedí que me chupara las tetas mientras lo montaba. Mi marido se afanó, me sobó un pecho mientras me lamía el otro pezón, pero a los pocos minutos noté que su pene perdía consistencia, me moví más deprisa y él también me acompañó pero lo único que conseguimos fue que él se corriera prematuramente, yo seguí moviéndome desesperada por llegar al orgasmo, pero su pene se salió solito de mi coño.
Viéndole tan fatigado ya no me atreví a pedirle que me diera placer. Tuvimos que dejarlo con el consiguiente trauma que eso supuso para ambos. Mi marido se desesperó y lloró de impotencia yo le tranquilicé reteniendo su cabeza contra mis pechos, meciéndole al tiempo que le decía cariños. Esa misma noche me dijo una cosa que me dejó perpleja de nuevo. Empezó diciéndome que aún soy joven y muy guapa luego con delicadeza, me sugirió que me buscara un ligue para que me diera el sexo que él ya no podía. Al oír eso me puse a la defensiva.
--- ¿Cariño estás loco, cómo se te ocurre sugerirme que me busque un amante? Yo sólo te amo a ti ¿entiendes? –le dije ofendida.
--- Perdóname Sara, no quería ofenderte, es esta maldita enfermedad y mi impotencia la que me hacen decir esas cosas. Te amo demasiado para empujarte a hacer una cosa así ¿me perdonas?
--- Claro que te perdono cariño. –le dije y nos besamos.
Después de ese incidente cambiamos de tema y seguimos charlando hasta que al final mi marido se durmió sobre mi pecho. Continué un ratito más acariciándole el pelo, cuando su respiración me indicó que estaba dormido, le besé ligeramente en los labios y le apoyé la cabeza en la almohada, yo me tumbé dándole la espalda. Traté de dormirme, pero no podía. Lo que me había sugerido mi marido daba vueltas en mi cabeza y no me dejaba relajarme. Entonces mi mala conciencia empezó a teñirme de culpabilidad. Me entró un ataque de ansiedad que me ahogaba cada vez más y al final me tuve que levantar de la cama. Como duermo desnuda me puse las braguitas y una camiseta corta y me fui al salón. Allí me encendí un cigarro y al exhalar el humo sentí un vacío en el estomago que me lo revolvió, me entraron nauseas y las controlé pero la congoja que sentía en el pecho se hacía más grande a cada segundo. Empecé a llorar.
Sabía que todo lo que me pasaba era por los nervios, bueno, por eso y por mi cobardía al no ser capaz de afrontar el problema. Tenía que sincerarme con Pablo, quería hacerlo, lo juro, pero al mismo tiempo temía se llevara un disgusto y eso me echaba para atrás. Pero tenía que hablar con Pablo, tenía que contarle mi problema me decía una y otra vez, pero no encontraba la forma de hacerlo.
¡Cómo le confesaba a mi marido que ya había tenido sexo con otro hombre! , el pobre no se merecía una cosa así, me repetía una y mil veces sin parar de llorar amargamente.