Terapia ginecológica (2)
Relato independiente de la 1ªparte: Una joven acude a revisión con un ginecólogo diferente al habitual.
-Mmmm, ya me va haciendo falta ir a hacer una visita al ginecólogo. Tengo 17 años y estoy quizá en una de las épocas de más actividad hormonal en mi cuerpo. Y es cuestión de cuidar mi frágil cuerpo por un experto en este tema. Hasta hace poco tenía yo mi médico de siempre. Al que había ido yo desde mis 10 años. Pero el bueno de don Jesús nos abandonó hace poco. ¡Ey! ¡no se alarmen! Nos abandonó porque le llegó la edad de jubilación de los médicos; 70 años. Es una lástima que tenga yo que cambiar de ginecólogo, porque esto de la ginecología es una cosa muy de mujer. Y cambiar de médico no me gusta nada. Pero en fin, no tengo remedio. De echo ya se me ha asignado un ginecólogo de cabezera, el señor Juan. Aún no lo he llegado a ver nunca pero bueno. No será su primera impresión ocular sino su forma de trabajar que me hará ganar confianza. Tengo la hora pedida para mañana mismo. Me pondré como siempre que voy al ginecólogo, una faldita para hacerlo todo más cómodo. Y asistiré puntual a mi hora. Ya me que quejó de la puntualidad de los médicos, yo no voy a ser menos.
El día acabó llegando por fin. Yo con mi vestido de veraneo azul, me presento en la consulta ¡a la hora justa! que no me digan inpuntual. Hay un par de mujeres en la sala de espera. Una de unos 50 años y una madre con su hija. Que me pregunto para quien será la revisión. Pero pienso un poco y digo: claro, la hija. ¿Porque si fuera para la madre que haría la hija aquí? En fin, espero que no me haga esperar mucho. Me pregunto si estas mujeres van delante o detrás mío en la cola de visitas. Mi pregunta se ve respondida en unos minutos. Porque todo y haber llegado la última, entro la primera, acompañada por una enfermera o secretaria o lo que sea. Que me introduce en el consultorio y se queda ella en la sala de recepción o secretaría o lo que sea.
Primera impresión de mi nuevo médico; un hombre de unos 50/55 años (tengo mucho ojo para eso). Que si llegó a tan alto grado de la medicina es que cuidó bien sus estudios. Pero no se puede decir lo mismo de su cuerpo. No parece cuidar mucho su peso pues una embarazada barriga le sobresale del batín blanco.
-Ginecólogo: buenas días, ¿su nombre?
-Ana: me llamo Ana y como debe usted saber soy paciente nueva. Mi antiguo ginecólogo era el señor Jesús. Pero bueno, no sé porque le cuento porque ya sabrá usted todo verdad?
-Nacho: sí más o menos. Todo todo no sé, pero he revisado tus historiales médicos y se lo principal para atenderte correctamente. Por si te importa mi nombre es Nacho.
-Ana: sí que me importa, y mucho. No sé si a las otras mujeres les pasa lo mismo, pero a mi no me ha gustado mucho cambiar de ginecólogo. El echo de que te revisen las partes íntimas muy diferentes hombres no es muy de mi agrado.
-Nacho: te comprendo perfectamente. Sé mucho del cuerpo de las mujeres pero también sé bastante de la mente. Y no eres rara sintiendote un poco incómoda ante esta situación.
-Ana: bueno pues, ¿vamos a ello?
-Nacho: sí claro. Me había dejado llevar por la plática de este primer encuentro. Venga, túmbate en esta camilla y acomoda tus piernas en los sustentos laterales.
Yo me saco las bragas y me dispongo a que me revisen en lo más hondo de mi femeneidad. Estoy en la camilla esperando con las piernas abiertas, cuando veo una cosa que hace Nacho que don Jesús no hacía. Levanta como una especie de pantalla de plástico blanco a la altura de mi cintura, quedando mi entrepierna/medico/trabajar totalmente oculto a mi vista. Yo supongo que debe ser una forma de trabajar, para que las pacientes no se pongan nerviosas, viendo la cabeza de un hombre husmeando en su entrepierna. En fin, supongo que será mejor si este ginecólogo ha elegido trabajar de esta manera. Desde este momento casi que olvido mi sentido de la vista o del oído. Para concentrarme totalmente en mi sentido del tacto y así vigilar que me está haciendo entrepiernas.
Noto los típicos revisares que conocí con don Jesús. Un dedito que se mete aquí y otro allí. Pero hay algo diferente. El echo de estar Nacho totalmente oculto a mi vista, y tener que concentrarme yo totalmente en el contacto de sus manos en mi entrepierna tiene su primitivo efecto. Me estoy excitando sin control alguno. Cada roce de esos deditos en su revisión, hace que suba más y más mi nivel de femeneidad en la sangre. Si no estuviera en una situación como esta, me tocaría el conejo y seguro que estaba mojado. No sé si el doctor se ha dado cuenta, para algo es doctor. Mmmmmm, mi temperatura sube...¡Lo sé! lo se seguro que estoy mojadísima. Noto cada rozar de sus dedos como si me estuviera enrollando con un chico. Hasta que al final no aguanto y se lo digo.
-Ana: doctor.
-Nacho: sí dime.
-Ana: me estoy excitando.
-Nacho: sí, ya lo veo. Siento que mi tarea te haya provocado esto. No sabía que tendría este efecto mi revisión.
-Ana: ya, yo también lo siento. Quizá es culpa mía, pero es que no lo he podido contener de ningún modo. Creo que es culpa de esta pantalla blanca que me oculta. El señor Jesús no usaba nada así, y quizá ha sido eso. El no estar acostumbrada a ella.
-Nacho: mm, eso tiene fácil solución. Retiraré la pantalla y de ahora en adelante a ti te visitaré siempre sin ella.
-Ana: sí, es lo mejor. Quizá a sus otras pacientes les va mejor con ella, pero yo estoy acostumbrada de la otra manera y mejor seguir así.
El doctor retira la pantalla a un lado y nos disponemos ambos a seguir la revisión. Vuelvo a quedar con las piernas abiertas mostrando a Nacho y él sentado en su silla continua su trabajo. Pero algo me dice que todo seguirá igual. Quizá ha sido culpa de la primera excitación que he tenido, pero ahora no hay marcha atrás. Veo la cabeza semicalva de Nacho debajo de mi. Y sus dedos siguen inspeccionando mi entrepierna cumpliendo su médico cometido. Pero yo me estoy excitando de nuevo. Se que Nacho lo nota pero no digo nada esperando que mi líbido suba más y más, a ver si tiene fin, pero no lo tiene. Creo que pocas veces he estado tan caliente. Si me pusieran un termómetro daría 39º. Al final estallo.
-Ana: Nacho.
-Nacho: sí, dime.
-Ana: mira que, me he vuelto a excitar. Pero creo que ya no tiene remedio. No me importa lo que pase. Solo te quiero pedir una cosa. ¿Puedo?
-Nacho: dime.
-Ana: verás, creo que nunca había estado tan excitada. Ahora podría irme y pedir otro ginecólogo y si te he visto no me acuerdo. Pero creo que sería desaprovechar una ocasión de pa.... Mmmm, no me importa lo que piense nadie de lo que quiero hacer. Pero quiero que.....mmm...
-Nacho: sí, dime Ana.
-Ana: quiero que... mmm...¡quiero que me metas el dedo!
Nacho se queda un instante asombrado sin poder de reacción. Sus oídos no dan crédito a lo que oyen. En 30 años de profesión nunca le había pasado nada similar. Pero al final su mente coge las cosas que tiene, las mezcla y las echa afuera.
-Nacho: bueno, ¿sí, porque no?
-Ana: mil gracias.
Nacho conoce a la perfección la anatomía del sexo de una mujer. Y sabé los órganos que dan placer y como estimularlos y mil cosas más. Es por eso que ante la masturbación de Nacho, el placer de Ana no tarda ni un segundo en aflorar fuera.
-Ana: ooooh, ooooh.
-Nacho: intenta moderar tu voz. No quiero crear un escándalo.
-Ana: mmmm mmmm vale, mmm.
El dedo de Nacho está entero dentro del sexo de Ana. Mientras estimula un punto secreto que conoce él y pocas personas más. Bueno pocas personas, digamos que un 30% de los ginecólogos. Ana está encima de la camilla con los brazos cruzados con gran fuerza, pues tiene que aguantar un gran gemido que quiere salir de ella pero no debe. La masturbación manual de Nacho ha pasado a masturbación oral. En pocas palabras; que le está comiendo el coño. Nacho hace durar un buen rato esta masturbación, pues le gusta experimentar en el cuerpo de una mujer, cosas que nunca había tenido oportunidad. Al cabo del rato pero, se levanta. Se baja los pantalones mostrando un señor que hace rato que quería salir a la luz. El señor pene.
-Ana: bien querido Nacho, eres tan valiente como yo, veo. ¿Vas a echarme un polvo? Je je je je je.
-Nacho: pues si no te opones sí rica. Prepárate al follar de un experto en el tema.
-Ana: intenta ser cuidadoso por favor. No es que sea virgen. Pero en este agujerito solo ha entrado una pichita de 14 años. De esto hace 3 años y tu verga se ve grandota.
-Nacho: tranquila hija. No temas por nada y solo trata de gozarlo al máximo.
-Ana: valee...
Nacho apunta su pene en la entrada de Ana, mientras vuelve a masturbarla con el dedo. Esta vuelve a suspirar levemente. Él le ha dicho que lo goze al máximo. El pene de Nacho se va introduciendo centímetro a centímetro dentro de Ana. A ella le duele un poco cada uno de los avanzares. En el momento del vigoroso empuje final. Ana echa un ahogado gemido.
-Ana: aaaah.
-Nacho: bien muñeca, ya está todo dentro.
-Ana: fenomenalmmm. ¿Cuando empezarás a moverte?
-Nacho: en un momento. Pero tienes que prometerme que no gritarás.
-Ana: prometido.
Nacho inicia su follar mientras Ana exala gemidos mudos. Solo de aire caliente, muy caliente.
-Ana: ssss ssss ssss.
El pene de Nacho entra en su totalidad en el novato sexo de Ana. Al tener esta que reprimir sus gemidos, su cuerpo no tiene otro camino de demostrar su goze, que estallar en lágrimas. Cada vez que el pene de Nacho llega a su tope (impuesto por su total entrada) sale una sorda bocanada de aire de su boca, y una cucharadita de lágrimas de sus ojos. La estirada en la camilla Ana, se ha incorporado y abraza fuerte al su amante que le inserta sin freno su viril carne.
De pronto la puerta del consultorio se abre. Aparece la enfermera/secretaria que había dado paso a Ana al principio y se queda petrificada al observar lo que está ocurriendo en el interior. La orientación de la camilla hace que solo Nacho vea que Dora, su secretaria, le está mirando. Tras unos segundos, Dora reacciona y se marcha, cerrando la puerta (haciéndole un favor a Ana) silenciosamente.
El follar de la pareja prosigue un rato más. Ana tiene la sensación de que la poronga de Nacho ha ido creciendo con el rato. Porque ahora, cada una de sus entradas le da el triple de placer del que daba al principio. Un deseo corre por la mente de Ana. Quiere fundirse con Nacho. Sabe que eso no es posible. Pero no puede evitar sentir esa infantil fantasía, cada vez que la poronga entra en su más profundo interior.
Ana no lo sabe pero lo que desea, realmente le es concedido. Ella siente como lecherazos le son liberados en el interior. ¡Si supiera que realmente se ha fundido con Nacho! Pero ignorando la dicha del milagro de la vida que entra en ella. Solo goza lo más que puede (como se le ha dicho) este último momento de pasión.
En acabado, ambos se visten y Ana se arregla un poco el desmelenado pelo. "Espero que la enfermera/secretaria no nos haya oído!" Piensa Ana.