Terapia en família. Capítulo 2
Tras recibir estimulantes "consejos" de su hermana mayor, Julia y su cuñado Víctor pasan una excitante tarde de compras en un centro comercial ...
¿Qué cuánto tiempo permanecí así? Lo desconozco. Un minuto, o tal vez menos. Tal como se produjo cesó, cuando mi hermana deslizó sus manos hasta alcanzar mi cintura y me obligó a quedar frente a ella, de nuevo. Había clavado su mirada en mí; yo apenas podía devolvérsela. Me encontraba descolocada. Mi propia hermana me había estado sobando … No daba crédito a lo sucedido.
-Julia: ¿cuándo fue la última vez que follaste? -sonó como a un interrogatorio.
No tenía fuerzas suficientes para contestar. Me limité a mirar hacia otro lado.
-Está bien, hermanita … -dijo Verónica, al tiempo que orientaba mi cara hacia la suya-. Deduzco que no te has tirado a nadie desde que faltó Juan … -su conclusión me fue trasladada como una queja-. Eso lo puedo entender, porque hasta la más guarra suele respetar un periodo de luto.
Unas lágrimas empezaron a gestarse en mis ojos. Pero tal circunstancia ni mucho menos iba a detener a mi hermana mayor; me agarró las manos y las condujo hacia mis senos … Poco más que me obligó a estrujarlos. Como dije anteriormente, la resistencia era inútil.
-Pero, díme: ¿cuánto tiempo hace que no te tocas? ¡Para masturbarte no es necesario un hombre, querida!
-Por favor, déjalo ya, Verónica … -las lágrimas se deslizaban ya por las mejillas.
-¡Mírame! ¡Te digo que me mires!
Le obedecí. Me soltó mis manos, que, por extraña razón, continuaron alrededor de mis pechos. Ví como Verónica se levantaba la parte superior de su bikini azul … Un par de senos, quirúrgicamente tratados, se encontraban a escasos centímetros de los míos.
-¡Tócalas! -me ordenó.
¿Había escuchado bien?
-¡Te digo que me agarres las tetas! -insistió.
Como si se estuviese rodando una escena a cámara lenta, desplacé mis manos hacia las tetas siliconadas de mi hermana mayor … Las yemas de mis dedos alcanzaron esa superficie carnal dura, fría … Verónica había cerrado los ojos. Pero continuó hablando:
-Síiii … ¿Lo notas, verdad? -me preguntaba, suspirando-. He tenido que pasar por quirófano porque a mí ya se me descolgaban … Y, ni aún así, soy capaz de poner duro a tu cuñado … Pero tú … -en ese momento abrió los ojos y me miró fijamente- … ¡Tú estás en la plenitud, chiquilla! Tienes un buen par de tetas firmes, con la sensibilidad a flor de piel … Y apuesto a que tu coñito no se queda atrás … ¡Aprovecha ahora y disfruta todo lo que puedas, porque sería una estupidez dejar pasar más días sin sacar provecho de tu bonito cuerpo!
Dicho esto, dio un paso atrás, se reubicó el bikini y se alejó hasta el marco de la puerta. Alzó el brazo en mi dirección y, cuando parecía que volvería a lanzarme algún “consejo” final, sonó la melodía de un móvil.
-¿Quién cojones será el que llama un sábado por la mañana? -refunfuñó.
Aproveché para despojarme completamente del bikini y me enfundé la camiseta de lycra; afortunadamente, era una talla L.
-¿Qué me toca guardia, hoy? ¡Y un huevo! -gritaba mi hermana, agarrando el móvil como si pretendiera estrangularlo-. ¡Que vaya otra, que yo ya llevo más guardias a cuestas que ninguna otra enfermera de la planta segunda de ese jodido hospital!
De pura rabia, Verónica lanzó el celular contra el suelo de la cocina. Los gritos y el ruido que produjo el móvil al partirse en tres trozos propiciaron que Víctor se presentara e intentara calmar a su mujer.
-Verónica, debes ir … Es lo que corresponde cuando se está trabajando de forma interina …
-¡Malnacidos! Cómo se aprovechan … -mi hermana, poco a poco, iba relajándose y aceptando que no tenía más remedio que acudir al trabajo un sábado por la tarde de un caluroso mes de agosto-. Vale, ahora voy a cambiarme. Comeré en el hospital; al menos, me sale gratis.
Víctor me dedicó una sonrisa. En su rostro, se leía: “Menos mal”. Yo le correspondí.
-Bueno, que yo tenga que trabajar no quiere decir que no podáis pasarlo bien sin mí -Verónica nos miró a ambos-. Víctor: llévate a mi hermanita al centro comercial y que se divierta comprándose unos trapitos … -mi cuñado asintió-; no vuelvas a casa sin un bikini como Dios manda, ¿eh, querida? -me guiñó el ojo, aguardando confirmación.
-Cómo tú digas, Vero -contesté.
Mi hermana nos dejó al cabo de media hora. Eran las 12.30 PM. Víctor y yo nos encontrábamos cada uno en su habitación, arreglándonos. Frente al espejo, de nuevo, observaba mi figura: un metro setenta, complexión delgada, melena lacia y ojos negros, labios discretos, cuello fino, hombros delicados, cintura y caderas estándar, piernas ni delgadas ni gruesas … Aún no había decidido qué ponerme, salvo la ropa interior. De la maleta había escogido un conjunto de sujetador y braguita de encaje de color negro: sencillo, pero elegante. Viéndome reflejada en el espejo, no sé por qué, me desabroché el sujetador y me bajé las bragas hasta las rodillas. Menos aún entendí la razón por la que con la mano izquierda comencé a acariciarme los senos, y con la derecha me abrí hueco a través de la vagina. Al cabo de unos segundos, en el espejo, se encontraba mi hermana, que me decía: “Aprovecha ese cuerpo tuyo …”.
-Julia: yo ya estoy. Te espero en el parking, ¿vale? -la lejana voz de Víctor, desde la otra habitación, deshizo el hechizo.
Retiré mis manos de mis zonas erógenas y tomé el vestido colgado en la percha. Noté cierta humedad en la yema de los dedos de mi mano derecha. Estaba pringosa. Y por mi muslo percibí cómo se deslizaba hacia mis rodillas dos pequeños riachuelos de flujo vaginal. ¡Dios, hasta el olor de mi propia vagina llegó a sorprenderme! Recurrí a un par de pañuelitos para secarme; me enfundé el vestido de una pieza y volé escaleras abajo con la intención de reunirme con Víctor.
Cuál fue mi sorpresa al tropezarme con él en el parking: se había afeitado la barba; engominado su cabello rubio; vestía camisa y pantalón chino, con cinturón y calzado a juego … Desde luego, nada tenía que ver con el hombre que me había recibido en bañador y camiseta en la piscina unas horas antes … Así, elegante, destacaba más si cabe, su metro ochenta; la camisa le favorecía sus anchas espaldas y su cintura estrecha … ¡Qué cambio! Aparentaba menos de 45 años. Víctor debió advertir en mi rostro que había acertado con su elección; por su parte, me dedicó una mirada igualmente aprobatoria … Más que aprobatoria, diría yo, a juzgar por la pícara sonrisa que esbozó.
-¿Nos vamos ya, “querida”?
-Cuando quieras, “cielo”.
Ambos nos reímos. Mientras nos dirigíamos al centro comercial, observé por el rabillo del ojo que Víctor aprovechaba, de vez en cuando creyendo que yo no me percataba, para ojear la parte de mis muslos que dificultosamente cubría el vestido. Llevaba medias con un fino diseño en la banda, y el mismo asomaba por debajo del vestido. Resultaba imposible ocultarlo, así como también que Víctor apartara la vista de ahí.
En mi revolucionada mente, comenzaba a preguntarme si había sido una buena idea aceptar la invitación de mi hermana. Aún tenía presente la multitud de ocasiones que Juan rechazó visitar a su cuñada, mi hermana, en vida; era evidente que no se caían bien. Pero, ¿por qué razón? Algún día lo descubriría …
-Fin de trayecto -Víctor volvió a sacarme de mis pensamientos.
Estacionamos el coche cerca de la zona de pubs. Andando, nos plantamos en la zona de restauración. Teníamos hambre y nos acabamos sentando en un restaurante italiano muy acogedor. La pasta y el vino se mezclaron con una entretenida conversación: mi cuñado y yo, pese a la escasa relación que habíamos mantenido en el pasado, nos entendíamos bastante bien.
En un momento dado, Víctor me reconoció lo deteriorada que se encontraba su relación matrimonial. Me comentó que sus esfuerzos por remontar caían en agua de borrajas: se estrujaba los sesos tratando de hallar la manera de satisfacer a mi hermana, pero ella le ignoraba y le trataba a patadas … Con respecto al sexo, me confesó que había disminuido sobremanera la frecuencia y calidad de su práctica. Este último comentario me sorprendió un poco, pues no estaba acostumbrada a recibir explicaciones de la vida sexual de otros y, particularmente, de un miembro de la família; pero también contribuyó a sentirme más cercana a Víctor: me agradaba su forma de ser, la confianza que depositaba en mí y .. por qué no reconocerlo, su atractivo cuerpo …
Concluimos la comida y, tras el café, recorrimos varias tiendas. Víctor me condujo hasta una especializada en ropa interior.
-Has de elegir un bikini -me recordó-; de lo contrario … -hizo el gesto de pasarse el índice desde un lado de la garganta al otro.
-Pero, ¿cuál? -respondí, elevando los hombros en señal de duda, tras soltar una carcajada.
-Déjalo en mi mano; tú espérame en los probadores … Puedes ir adelantaando tiempo quitándote el vestido, ¡ja, ja!
Me metí en el último probador, el que me pareció más espacioso. Colgado de la pared había un espejo de grandes dimensiones con ganchos para sujetar la ropa, y un taburete aceptable. Comencé a quitarme el vestido, desabotonando la parte superior hasta llegar a la cintura. Quedé con el sujetador negro. En mis caderas, el vestido caía por su propio peso.
-Toma: coge este bikini … ¡A ver qué tal!
Por encima de la cortina, agarré el bikini. Tras echarle un rápido vistazo, lo descarté.
-¡Ni me lo pruebo! ¡No me gusta!
Unos instantes después, la mano de Víctor me ofrecía otro bikini. Tampoco me agradaba y así se lo confirmé. El tercero que me entregó sí que me gustó, al menos sin habérmelo probado.
-Éste último parece que sí -le dije a mi cuñado.
-Señora, caballero: disculpen que les interrumpa. Les ruego que no alcen tanto la voz, pues ya hemos recibido alguna queja al respecto -era la sugerencia de la jefa de tienda que perfectamente escuchaba yo al otro lado del probador.
-No se preocupe; no volverá a ocurrir -se disculpó Víctor-. ¿Te importa que pase adentro, Julia? No conviene continuar charlando a través de la cortina … Y de aquí no nos vamos sin comprar algún bikini, pues están muy bien de precio … Además, ahí adentro puedo darte mi opinión de cómo te sienta -concluyó Víctor.
Me sorprendí a mí misma descorriendo velozmente la cortina del probador … ¿Por qué había reaccionado de esa manera? Ya no importa, salvo por el hecho de que me encontraba prácticamente desnuda de cintura para arriba ante mi cuñado, el cual evitaba, en la medida de lo posible, dirigir su vista hacia mi escote.
-Llevas un sujetador precioso -alcanzó a decir, rascándose la cabeza.
-Gracias -le respondí.
Me dí la vuelta y, con determinación, me desabroché el sostén y me coloqué la parte superior del bikini. Víctor había clavado su mirada en el suelo, parece ser, algo avergonzado por la situación.
-Bueno, ¿qué opinas?
Levantó la vista y la posó en mi pecho. Asintió.
-Entonces … Me lo quedo, ¿no?
-Eh … Sí. Te sienta … muy bien.
-Pero me falta por probar la braguita …
-Ah … Vale. Pues … pruébatela.
Le dí la espalda, me agaché una pizca, elevé el culo y deslizé el vestido por mis caderas hasta que se coló por mis tobillos. Por el espejo, pude comprobar que Víctor no apartaba sus ojos de mis bragas; permanecía con la boca semiabierta, en una especie de trance hipnótico, absorto en las redondeces de mi trasero. Yo continué como si nada, ignorándole; aunque, en realidad, comenzaba a experimentar un calor ascendente … Me estaba excitando como no lo había hecho en más de año y medio … Pero, ¿por qué allí, y con mi cuñado? Lo desconocía. Pero era incapaz de frenar. Tomé la braguita del bikini; la intención era probármela. Sin embargo, acabé arrojando la prenda por encima de mi espalda. Aterrizó en el hombro de Víctor, que seguía de espaldas a mí, sin cesar de mirar mi culo, mis piernas enfundadas en las medias, mis tacones …
Lo siguiente fue despojarme de la parte superior del bikini. Lo hice despacio, de forma sensual. Tras el bikini, me bajé las bragas. Me encontraba completamente desnuda, salvo por las medias negras ceñidas a mis piernas, y los tacones. Frente al espejo, comencé a tocarme los pechos, el vientre, el trasero … Respiraba hondo, disfrutando de la suavidad de mi tacto sobre la piel … ¡Qué momento, aquél! Me sentía a gusto, tranquila y relajada … Abrí los ojos y contemplé, por el espejo, que mi cuñado agitaba su brazo derecho. Me dí la vuelta y comprobé, ya frente a frente, que de su pantalón emergía un considerable bulto que agarraba con su mano derecha, y frotaba despacio, mientras escudriñaba mi cuerpo.
-Estás … impresionante! -fue lo único que acertó a decir cuando le interrogué con la mirada.
-Quiero verla -fui yo la primera sorprendida al invitarle a mostrarme su miembro.
Torpemente, trató de bajarse la cremallera, pero, evidentemente, su prominente erección lo impedía. Decidió desabrocharse el pantalón y quitárselo. Justo en el momento en que sus slips azul marino hacían acto de presencia, se interrumpió la música ambiental y por el altavoz se escuchó la metálica voz de la jefa de tienda: “Señores clientes, les anunciamos que en unos minutos este establecimiento cerrará sus puertas; les agradecemos sus compras y confiamos en que vuelvan a visitarnos en otra ocasión”.
El anuncio de cierre nos sobresaltó. Sin mediar palabra, ambos empezamos a vestirnos y, al cabo de dos minutos, hacíamos cola en caja para pagar el bikini. La jefa de tienda nos reconoció y se disculpó de nuevo por habernos llamado la atención un rato antes. Finalmente, abandonamos el local y nos sentamos en una zona recreativa para padres con niños. Uno junto al otro, permanecíamos callados unos minutos con la vista perdida en los nanos que saltaban de un trampolín a otro.
Víctor rompió el incómodo silencio:
-Julia … Yo … Quería decirte …-comenzó balbuceando. Pero no terminó la frase. Su móvil estaba sonando, demandando contestación-. Perdona, voy a atender el teléfono.
Respiré hondo. Apenas escuchaba la conversación de Víctor. Mi mente viajaba al probador, recordando nítidamente la escena que habíamos protagonizado los dos hace unos minutos.
Por un lado me culpaba y por otro me enorgullecía de mi comportamiento con Víctor. ¿Cuál sería el siguiente paso? Seguro que no dependería exclusivamente de mí.
-Verónica estará de vuelta en casa en una hora, aproximadamente. Nos espera para cenar.
Miré el reloj: marcaba las 20.30 PM. ¡Qué rápido había transcurrido la jornada en el centro comercial!
Atravesamos la superficie comercial sin cruzar una palabra, en dirección al coche. Casi sufrimos un accidente cuando un niñato apareció de repente invadiendo nuestro carril: estuvo a punto de colisionar con nuestro coche, pero Víctor reaccionó demostrando reflejos y esquivó hábilmente el peligro.
Ya en la carretera de regreso a la casa, me percaté de que mi cuñado había dejado su mano derecha reposada en mi muslo izquierdo. Yo sentía ese peso, aunque trataba de ignorarlo mirando a través de la ventana del copiloto. En un momento dado, por gusto o cansancio, flexioné el muslo, y su mano fue a parar unos centímetros más arriba … La falda del vestido se subíó hasta mostrar parte de la braguita.
Mi cuñado lo interpretó como un gesto de avance, e inició unas caricias con las yemas de sus dedos alrededor de mi ingle. Un placentero cosquilleo advertí en esa zona: me gustaba ese tipo de caricia. Permaneciendo con los ojos cerrados, noté que mi pecho se hinchaba, tirando del cinturón de seguridad y marcando el relieve de los senos contra el mismo. La respiración se me aceleraba, al igual que los movimientos circulares de Víctor sobre mi muslo e ingle. Me di cuenta de que me pasaba la lengua por los labios de manera inconsciente; sentía sequedad en la boca. Sin pensarlo, mi mano izquierda apresó la derecha de mi cuñado y la deposité sobre la vagina.
-Julia …
-Sigue … -le sugerí.
Sentí como la palma de la mano de mi cuñado comenzaba a frotar los labios de mi vagina, por encima de las bragas, ya completamente empapadas. Apenas era consciente de que elevaba y separaba los muslos; tal era el frenesí que el roce de su mano en mi entrepierna me estaba ocasionando.
-Julia: Yo … quería decirte …
-¡Chisst!
Por nada del mundo deseaba escuchar, en ese momento, palabras de duda o arrepentimiento que condujeran al cese de tan maravillosas sensaciones. Mi cuerpo demandaba más placer. Aparté con mi mano izquierda la mano derecha de Víctor; al mismo tiempo, con la otra mano, me bajé apresuradamente las bragas hasta la mitad de los muslos.
Abrí los ojos al percatarme de que el coche se había detenido. Mi cuñado presentaba una mueca seria, sus ojos mirando, sin mirar, al frente. Dejó escapar un soplido. A continuación, me miró:
-Ya hemos llegado.
Es entonces cuando me dí cuenta de que nos encontrábamos en el parking de la casa. A unos quince metros de distancia, la cocina se iluminó y, por el ventanal de la galería, la figura de mi hermana aparecíó, acompañada de su habitual tono exigente:
-¡Ya era hora, joder! -nos gritó-. ¡Entrad, que la cena se enfría! -fui lo último que dijo, antes de desaparecer cerrando bruscamente el ventanal.
Con su mano izquierda, Víctor apagó las luces del coche. Se dispuso a hacer lo propio con el motor, y es cuando caímos en que yo continuaba sujetando su diestra con mi zurda. Ambos fuimos incapaces de reprimir una sonrisa. Sin soltarle la mano, permití a mi cuñado alcanzar las llaves y apagar el motor. Acto seguido, me miró y, respirando hondo, me soltó:
-Estoy hasta los … -fue incapaz de concluir la frase.- ¡No la aguanto más! -se quejó, y bajó la barbilla hasta casi prácticamente juntarla con la garganta.
Tal vez fuera por esa repentina muestra de mala leche contenida durante tiempo, o tal vez se debiera al estado de excitación por el que yo atravesaba; el caso es que sentí como un hilillo de flujo procedente de la vagina descendía velozmente por la cara interna de los muslos.
Una vez más, dejándome llevar por el instinto, me solté el cinturón de seguridad con la mano derecha, y la dirigí hacia el rostro de Víctor, levantándole el mentón. Al mismo tiempo, conducía con mi zurda su diestra hacia mi vientre; él no oponía resistencia. Es más, la expresión de su cara se transformaba a medida que su mano se aproximaba a mi vagina. A escasos centímetros de ella, le obligué a extender sus dedos índice y corazón. Hundí mi trasero en el asiento, separé completamente los muslos y experimenté un agradable estremecimiento cuando sus dedos se introdujeron en el interior de la vagina.
Cerré los ojos y exhalé un suspiro. Me llevé las manos a mis pechos, notándolos muy sensibles. Víctor acariciaba con habilidad las paredes internas de la vagina … ¡Qué sensación más placentera!
-¡¿Se puede saber qué coño estáis haciendo?! ¡No me obliguéis a sacaros de los pelos del puto coche! -esta vez, Verónica se encontraba de pie en el umbral de la puerta de entrada, aunque no alcanzaba a ver con claridad el interior del coche.
Mi cuñado reaccionó retirando apresuradamente los dedos del interior de mi vagina, salió del vehículo y le respondió a su mujer:
-¡Enseguida vamos!
Por mi parte, yo ya me había subido las bragas y ajustado el vestido. Me atusé, también, el cabello.
-Verónica, tengo ganas de enseñarte mi nuevo bikini -le grité, mientras salía del coche.
Por respuesta, mi hermana se dio media vuelta y entró en la vivienda, quejándose nuevamente de nuestra falta de puntualidad.
A apenas unos metros de los escalones de acceso a la casa, Víctor se detuvo, y yo con él.
-¿Qué ocurre? -le pregunté, curiosa.
¿Tienes pañuelos para …? -me mostró sus dedos índice y corazón. Aún en la oscuridad, se podía apreciar el líquido transparente y parcialmente cremoso que los impregnaba. Reaccioné cogiendo con ambas manos sus dedos y llevándolos a mi boca, donde los relamí y chupé con ansia. Él me atrajo hacia sí. Noté su miembro duro contra mi vientre.
-¿Cuándo …? -sonó más bien a una súplica, en lugar de una pregunta.
Lentamente, de mis labios salieron los dedos de Víctor. Le miré fijamente a los ojos y le respondí:
-No sé cuándo, ni dónde … Pero quiero que … ¡me folles!.
CONTINUARÁ