Terapia en família

Decidida a superar una tragedia personal, Julia, una joven de treinta años, decide pasar unos días en la casa familiar de su hermana mayor Verónica.

-¡Julia: baja ya, que te estamos esperando, mujer!

-¡En un minuto estoy ahí! -respondí, mientras observaba mi figura en el espejo de la habitación. La braguita del bikini se ajustaba perfectamente: de perfil o de lado, me sentaba de maravilla; el sostén, no obstante, quedaba, a mi juicio, bastante ceñido: notaba mis pechos demasiado juntos y elevados …

-¡¡¡Julia!!!

-¡Ya voy!

Salí de la habitación, descendí por las escaleras y crucé por el comedor hasta llegar al jardín, donde me estaban esperando, sentados cada uno en una tumbona, frente a la piscina, Víctor y Verónica. Ésta no tardó ni un segundo en incorporarse y ofrecerme un botellín de cerveza:

-¡Caramba, hermanita! ¡Mi bikini te sienta de puta madre! -me soltó Verónica, al tiempo que me miraba de arriba abajo-. ¡Mejor que a mí, sin duda! ¿Tú qué dices, cariño?

-El rojo le favorece, cielo -contestó Víctor, tras tomarse unos segundos de reflexión para escoger la respuesta más adecuada a una pregunta tan comprometedora.

-¿Qué? ¡Mira que eres soso! -le reprendió Verónica, frunciendo el ceño y colocando sus brazos en jarra-. ¿No se te ocurre decir otra cosa más ingeniosa?

-Verónica, yo …. -comenzó a disculparse, sin necesidad de ello, Víctor.

-¡Ay, ay, ay! Los hombres … ¡Es que nunca tenéis una palabra dulce con las mujeres!

-Por favor, déjalo ya, Verónica; no tiene importancia … -traté de mediar para poner fin al tema.

-Hermanita: Me alegro de que, finalmente, aceptaras venir a pasar unos días con nosotros. Hacía tiempo que no coincidíamos desde lo de …

No pude evitar inclinarme hacia delante y taparme el rostro con las manos, dejando escapar un gemido.

-Perdóname, Julia: no pretendía rememorar … -se lamentaba Verónica, abrazándome.

-Vale, vale; ya está. Ha sido un momento de debilidad -me justifiqué, mintiéndome a mí misma, porque en el fondo tenía muy claro que la muerte de mi marido, hace año y medio, continuaba condicionándome día tras día.

-¡Mirada al frente, hermanita! -me pedía Verónica, levantando mi barbilla con su dedo índice, y guiñándome un ojo-. ¡Te prometo que vas a pasar una semana de campeonato con nosotros, aquí, en el paraíso, lejos de la ciudad y de su agobiante rutina!

-Claro que sí -añadió Víctor.

-Tú, mequetrefe: levanta tu culo de la tumbona y trae un par de cervezas … ¡Ya!

Víctor se incorporó meneando resignadamente la cabeza. Cuando pasó por delante nuestro, alzó los hombros y me miró, dando a entender: “¿Pero qué he dicho?”. Se dirigió hacia la cocina.

Verónica me cogió de las muñecas y dio un paso atrás.

-En serio que estás estupenda, querida … ¡Menos mal que nunca llegué a tirar este bikini … Y eso que a punto estuve de hacerlo después de mandar a la mierda la competición!

Mi hermana Verónica se refería a aquella etapa de su vida en la que se dedicó por completo a practicar atletismo amateur, llegando a participar en diferentes campeonatos. Si bien se esforzaba y disfrutaba al principio, tras unos años sin obtener dignos resultados, acabó odiando todo lo relacionado con el atletismo: de la noche a la mañana, dejó de entrenar y retiró del armario sudaderas, mallas, calcetines, zapatillas … Se deshizo de cualquier artículo que le pudiera recordar todo el sacrificio que había invertido en vano … Y, consecuentemente, su cuerpo experimentó cambios, el más significativo de todos fue el de aumentar la talla de sus prendas de vestir: de la talla S pasó a la talla L. El bikini que me había prestado era una talla menor que la que yo usaba, razón por la cual se ceñía más de lo que yo quería a mi cuerpo, sobre todo en la parte superior. Si a mi me incomodaba, a mi hermana le encantaba, pues fue ella la que me advirtió:

-Julia: si yo fuera hombre, ahora mismo estaría cachondo … ¿Tú te has visto como tienes las tetas?

-¿Cómo … dices? -balbuceé, dirigiendo mi vista hacia mis pechos. Entonces es cuando me di cuenta de que tenía los pezones erectos, fruto de la presión del sostén. Me apresuré a coger la toalla que se encontraba sobre el respaldo de la tumbona, para taparme el tronco, reaccionando instintivamente con vergüenza.

-¡Chica! ¿Pero qué haces? -me reprobó Verónica, tirando de la toalla hasta que la arrojó al suelo-. ¡Ya tendrás tiempo de taparte cuando seas una vieja! -me gritó, echando la cabeza hacia atrás y lanzando una carcajada-.

-¡Chisst! ¡Verónica, por favor! -le rogué que bajara el tono y le aparté las manos de mis pechos, con la mayor suavidad de la que fui capaz.

-Aquí están las cervezas.

A escasos dos metros de nosotras se encontraba Víctor, quien, a juzgar por la expresión de su rostro (mostraba una media sonrisa tonta), había sido testigo de la escena. Alargó los brazos, nos pasó las cervezas y se volvió hacia la tumbona, en la que se recostó cruzando las piernas, en una maniobra muy rápida.

-Prefiero un refresco antes que una cerveza; voy a la cocina a por una coca-cola -fue lo primero que se me ocurrió para marcharme del jardín, pues la situación me estaba superando.

-Voy contigo, Julia.

Ya en la cocina, no fuimos capaces de reprimir las risas.

-¡Estás como una regadera, Verónica!

-¡Y tú, Julia, sigues siendo la misma remilgada!

Y continuamos riéndonos por un buen rato. A pesar de lo diferentes que éramos mi hermana y yo, tanto en edad (ella tenía 45 y yo 33) y personalidad, lo cierto es que siempre nos habíamos apoyado en los momentos críticos.

-Dame un minuto, que te traigo una camiseta.

-Mejor. Es que no me agrada ir marcando … Ya sabes …

-¡Joder! ¡Si has puesto cachondo a Víctor! ¿Qué te apuestas a que esta noche me echa un buen polvo, gracias a ti?

En ocasiones, dudaba de por dónde iba mi hermana … Ésta era una de esas ocasiones. Opté por darle la espalda y abrir la puerta de la nevera, en busca del refresco. ´

-Tienes en la valda de abajo.

-Ok, ya veo una.

Cuando me volví, Verónica llevaba en la mano una camiseta de manga corta y de lycra de color blanco.

-Quítate el sujetador, querida.

-No es necesario; con que me ponga por encima la camiseta, ya es suficiente …

-De eso, nada; tus tetas van a acabar reventando si no las liberas de ese corsé.

-Que no te preocupes, Vero; verás como …

-¡En lugar de protestar, debes hacer caso a tu hermana mayor! -me reprendió Verónica. Como si de un castigo se tratara, me volvió de cara al azulejo de la pared y con sorprendente habilidad, deshizo el pasador del bikini. Los tirantes cayeron sobre mis hombros, y mis senos quedaron finalmente libres de presión. O eso pensaba yo porque, al cabo de unos segundos, justo cuando pretendía darme la vuelta para ponerme la camiseta, noté como mis pechos eran rodeados … bajé la vista y comprobé, con mis propios ojos, que las manos de mi hermana estaban acariciando suavemente mis senos; percibí, igualmente, el cálido aliento de Verónica en la nuca, y la ligera presión de su vientre en mi trasero …

-Siempre has sido la más guapa de las dos -me susurraba a la oreja derecha, mientras sus dedos masajeaban ya mis pezones, los cuales, involuntariamente, reaccionaban endureciéndose cada vez más …. CONTINUARÁ