Tequila Reposado

Cómo unos tragos de Tequila Reposado lograron quitarnos lo penosas

Fue a mediados de un junio hace ya algunos años. Tenía yo un Renault  gris de cuatro cilindros. Con él tomaba las curvas de esa carretera  muy peligrosamente. Si, quería comerme los kilómetros a la mayor brevedad posible todo con tal de llegar corriendo a ti. Ese dichoso letrero a la derecha del camino  que decía “Tepoztlán 4” era la señal inequívoca que me indicaba que ya casi llegaba a tus brazos. Leerlo me provocaba cosquillitas y mariposas en el estómago.

Recuerdo tanto los colores de las paredes de tu casa. Naranjas y amarillos patinados. Recuerdo también el olor de tu jardín, lleno de frondosas plantas bajo ese majestuoso cerro.

Me pregunto qué tan a menudo lo recordarás también tú.  Me contó tu hermana que hace tiempo no  visitas ese que fue “nuestro” pueblo.

¿Te acuerdas cuándo nos conocimos? Esa tarde nos fuimos a tomar un café a Sanborns de Plaza Cuernavaca. Me cautivó tu plática y me conquistó tu sonrisa picarona. Nunca me imaginé que estaba frente a la mujer primera de quien me iba a enamorar perdidamente.

Después me dijiste que también te encanté y nos seguimos frecuentando. Me contaste que tenías una casa de fin de semana en ese paraíso llamado Tepoztlán. Si algún día me mudara, sin duda elegiría ese mágico pueblo para sentar mis reales. Es más, escogería esa misma casa.

Cuando llevé a mi mamá a visitarte aquel domingo de octubre a medio día no pudo menos que asombrarse: “ hija, no entiendo cómo es que siendo tú tan taruga para andar por cualquier lado seas capaz de llegar a este lugar con esta facilidad como si lo conocieras a la perfección, está muy enredado el camino”

¡Ah cabrón! –pensé- falta que mi mamá se dé cuenta de que Beatriz me trae de nalgas. Siempre decía que el amor, el dinero y no sé qué otra cosa, no se pueden ocultar.  Y pues si, mi mamá tenía la boca atascada de razón.

En ese tiempo nada me hacía más feliz que Beatriz me invitara a desayunar a su casa. No había nada que dejara yo de hacer con tal de verla.  Ella dejaba de ir a la fábrica dos días a la semana con tal de verme también. Total, los obreros ya estaban bien amaestrados y todo marchaba bien aún durante su ausencia además de que ella los estaba checando constantemente por teléfono.

Era todo un rito una mañana juntas en esa casa. Cuando yo llegaba ya tenías preparado ese aromático café. Entre sorbo y sorbo no dejaba de ver tus ojos y disfrutar tu sonrisa. Y, si, es cierto también, cuando  veía tus ojos, mi mirada se detenía en tus labios. Pero qué pendeja era, y encima, tímida para esos menesteres de la conquista femenina. ¿Por qué diablos si me moría por besarte no lo hacía? Tiempo después tú también me confesaste que te morías por besarme pero también eras presa de la misma timidez. Estábamos jodidas.

Varias veces desayunamos juntas, nos besamos y nos acariciamos. Pero ¡oh, pinche decepción! ¡Eso nomás ocurría en nuestras fantasías! Bueno, lo del café si era real, la fantasía eran los besos y las caricias.

Así transcurrieron varios encuentros entre nosotras. Nuestro sabroso café, después unos picosos chilaquiles acompañados con queso y crema de rancho sin faltar nuestro bolillo bien doradito que hasta se escuchaba el crunch en cada mordida que le dábamos. Ese mismo crunch yo quería que saliera pero de nuestros cuerpos cometiendo barbaridades  pero nada… nada de eso  ocurría.

Una vez me dijiste, ¿Rosa, no quieres que vayamos allá arriba? tengo s una pequeña  bodega llena de antigüedades que te van a gustar, también hay un mullido sillón, podemos llevarnos nuestro café y si gustas, también platicar un rato, o hacer lo que gustes.  Después me dijo que todas esas cosas me las decía para dejarme saber  mañosamente que ella estaba deseando lo mismo que yo.

Bueno, llegamos a esa dichosa bodega, en efecto, estaba ese sillón, la luz era tenue, así que el sitio estaba más que romántico.

El sillón era estrecho de modo que fue favorable ya que eso nos permitió estar completamente cerca una de la otra, casi parecíamos siamesas. Olía tan pero tan rico,  siempre parecía que adivinaba justo la hora de mi llegada para salir de la regadera. Esa vez contuvimos nuestra risa nerviosa y nuestros labios se acercaron, ¡se acercaron! Yo cerré los ojos y cuando esperaba al fin ese tan ansiadísimo beso, escuché el grito: ¡Aaaay!  ¡Un alacrán! Jajaja Pareció que nos pusieron un resorte en las nalgas, brincamos y echamos a correr de regreso a la casa. Así que ese beso nuevamente tuvo que postergarse.

Unos días después recibí un correo de ella. Me preguntó abiertamente si de verdad yo también quería besarla, que ella sí, pero que era muy tímida. Le contesté y le dije que si, que efectivamente, me moría por comérmela a besos pero que igual era tímida. Solo así fui capaz de confesárselo.

La siguiente vez que leí el letrero “Tepoztlán 4” a bordo de mi Renault gris de cuatro cilindros  ya no se me veía ni el polvo, pasé a ciento cuarenta  kilómetros por hora donde el límite eran sesenta  pero el amor es el amor y ese beso tan deseado no podía esperar más.

Recorrí de nuevo ese viborezco  y peligroso caminito con el que una vez sorprendí a mi mamá por tan complicado que estaba.

Beatriz cambió el menú. Ya no me esperó con un café sino con una botella de Tequila Reposado. Si, lo bebimos, pero no nos mantuvo reposadas sino re-pasadas jajaja.  Ni la cruda me preocupó. Bastaron apenas unos cuantos tragos. Y la pena se nos fue a las dos.

Hasta salimos al jardín, era una mañana como a eso de las diez, lloviznaba, ella tomó mis manos y me abrazó, yo me recargué en su regazo y deposité mi cabeza en su hombro. Estábamos del mismo tamaño, un metro con sesenta y un centímetros cada quien. Las dos medio delgadas así que nos abrazábamos muy sabroso. Ya teníamos el pelo un poco mojado. Las dos también teníamos el  pelo un poco largo. Así que bajo esa llovizna nos abrazamos y con el poder que nos otorgó ese Tequila Reposado, nos re-pusimos de todos esos besos que nos habíamos quedado a deber por varias semanas. ¡Wow!

Ya pasaron algunos años y siento aún el calor de sus brazos, siento su pasión contenida  de mujer. Para entonces ya estábamos mojadas. Si, si, recuerden que llovía jajaja. Aunque a decir verdad, ¡estábamos mojadas por todos lados!

Entonces me preguntó si quería secarme, le contesté que no me importaba quedarme asi por el resto de los  sexenios si lo iba a pasar envuelta en sus brazos.

Sin embargo me llevó a su recámara  de la mano.  ¡Ay Diosito! ¡con cuánta delicadeza me trató! Primero secó mi cabello y entre toallazo y toallazo yo le robaba un beso. Muy buena calidad del Tequila Reposado que me hizo que la re-pusiera en su cama.

Y yo quedé encima de ella. Su playera se transparentaba con el agua y pude ver que estaba excitada al igual que yo.

No me cansaba de recorrer su carita con mis manos. Parecía que le dibujaba el contorno de sus labios, de su barbilla, de sus ojos, su nariz, su cuello, toqué todo su cuerpo de mujer, lo toqué por todas esas veces que regresé a casa sin sentirla así como la estaba sintiendo con ese pinche tequila a bordo.

Luego nuestros ojos se encontraron por unos momentos y fue maravilloso lo que ella me regaló  en esa mirada. Y devoré su boca después de tan prolongada y absurda vigilia. Y ella devoró la mía.  Bendito Tequila Reposado que me tenía re-pasándole mi boca sobre la suya. Y después su cara me fue insuficiente y seguí con el resto de su cuerpo. Y claro, ella me hizo segunda. Si, lo permití y, ¿cómo diablos no lo iba a permitir si de eso pedía mi limosna?

Y supe entonces lo que es el amor.  Ahora si sabía qué era eso de lo que tanto hablan los poetas.  Y dije, no me importa si me hago borracha si así puedo tenerla a ella. Pero no fue necesario. Además de que el  Tequila Reposado no lo tomamos tan pausado, bueno, no era de gran tamaño, además la botella ya estaba empezada.  Como sea pero nos lo terminamos.

Nos disfrutamos a rabiar aquella lluviosa mañana. Mientras ella y yo le cobrábamos a la vida lo que nos debía en ese nuestro  lecho de amor.

Fue la primera mujer de la que me enamoré. La primera mujer con quien probé las mieles del amor.  La que me hizo vibrar, la que me hizo arriesgarlo todo. La que me arrancó suspiros, gemidos, la que hizo que mi mirada se perdiera en el firmamento, la que me cerró los ojos con sus dulces besos. La que me besaba traviesa en el baño de nuestro restaurante favorito.

Después de varios meses ella se fue de viaje a París. Esos quince días me parecieron quince siglos.  Cuando volvió ya ni falta hizo el  Tequila Reposado. Yo necesitaba el reposo de su piel, de su mirada, de su abrazo, de su amor, de su pasión.

Transcurrieron otros pocos meses en completa luna de miel cuando nuevamente se fue a Europa, ahora a España, esos quince días me hizo mucha falta, sufrí su ausencia y eso no me estaba gustando porque no me parecía sano que la pasara tan mal si no la tenía conmigo.

Era algo que estaba fuera de mi, de repente me encontraba en algún rincón de mi casa con las lágrimas rodando a media mejilla.

Nunca habíamos pasado una noche juntas, solo nos veíamos en las mañanas.

Y yo fantaseaba tanto pero tanto ver juntas un amanecer, así, abrazaditas,  ni siquiera me preocupaba si ella roncaba (año después supe que sí lo hacía, pero no muy fuerte, hasta eso, era afinadita).

Me descubrí varias noches imaginándome cómo sería esperar el alba en su compañía. Uno de esos días en que ella estaba de viaje le propuse que nos fuéramos a Acapulco al menos un par de días. Le dije que me encantaría dormir abrazándola con el ruido de las olas arrullándonos.  Eso nunca fue posible, solo ocurrió en mis fantasías. De verdad hubiera sido hermoso. Pero no pudo ser.

En su enésimo viaje que en esa ocasión fue a Río de Janeiro, duró casi un mes. Poco, muy poco me escribió.  Yo lo hice a diario, no me pesó, en cada misiva vaciaba ese amor que no se podía contener en mi corazón.  Nuestro siguiente encuentro fue muy especial, no sé explicar qué ocurrió conmigo pero cuando apenas la ví y me abrazó rompí en llanto.  Era algo muy fuerte pero le mentí, le dije que estaba triste porque una compañera de la escuela había muerto.

Ese día  me dijo que tenía que decirme algo, que no podríamos vernos porque su esposo estaría con ella y que esperaba que no me importaría.

¿Qué que queeeeé? ¿Tu qué? ¿Tu esposo? ¿Tienes un esposo?

Si, tengo un esposo, tú nunca me habías preguntado.

No mames, un esposo, ¡puta madre!

Y la pinche botella de Tequila Reposado ya nos la habíamos chingado completita, ni una gota había quedado. Y qué bueno que se había acabado porque de no haber sido así, me la hubiera tomado y me hubiera ido bien peda a mi casa, o no sé qué hubiera hecho realmente.

Sólo sé que justo ese viernes negro  mi corazón se rompió en tantos pedazos que me tomó mucho tiempo volver a unirlos  uno a uno.

Me di la media vuelta, no acepté ese beso de despedida. Y pensar que tres años atrás me moría por uno de ellos.

Tomé mi Renault gris  de cuatro cilindros que aún tenía y manejé de nuevo a mi casa, pasé por ese letrero que aún  sigue diciendo “Tepoztlán 4”  pero a diferencia de antes que  tomaba esa curva a ciento cuarenta, ahora no la tomé ni a los sesenta permitidos, ahora parecía que iba cuesta arriba y sin gasolina.

Y en ese trayecto que fue el más lento de toda mi vida me juré que la arrancaría de mi corazón.

Guardo de ella el mejor de los recuerdos. Mis mejores desayunos en Tepoztlán fueron, sin duda, con esa mujer de dócil y negra cabellera. Mis sonrisas transparentes fueron para ella. Nunca nadie me abrazó con esa dulzura debajo de ese pino  que estaba junto al pozo del agua. Nunca ví tampoco otro atardecer sentadas en el ciruelo que en septiembre se pone rojo completico y que es víctima de los niños que atacan a pedradas  para saborear su delicioso fruto. Nunca percibí en sitio alguno ese olor a tierra  mojada después de esos entrañables aguacerazos enredado su cuerpo junto al mío después de un trago de Tequila Reposado.

¡Salud!