Tentación melliza

Un adolescente de 18 años vive con su melliza en la cabeza todo el día.

Sam miraba a Sophia desde el pasillo, veía por la rendija de la puerta esa chica tan preciosa que el mundo le había puesto por delante, que tan loco le volvía y tanto le gustaba, pero también le había puesto el bache de que era su melliza. Aunque tenían las mismas facciones él sabía que ella era mil veces más preciosa que él. Veía como la joven bailaba de un lado a otro de la habitación mientras elegía que ponerse, llevando únicamente los pantalones del pijama y un sujetador que había caído en sus manos justo antes de la indecisión sobre qué ponerse para ese día en que los dos iban a salir al cine. Admiraba su pálida piel rosada y su preciosa sonrisa cada vez que se ponía frente al espejo para ver cómo le quedaba un conjunto que solo se ponía frente al cuerpo, viendo como le brillaban esos preciosos ojos azules cuando creía haber encontrado la ropa perfecta para justo después rechazar la idea de llevarlo. Bajó los ojos lentamente por la melena pelirroja de la joven, siguiendo la línea de su espalda y siendo interrumpido por aquel corto pantalón de pijama, pero siendo suficiente para que volviera a la realidad: estaba mirando a su hermana, fantaseaba con acostarse con ella, eso no estaba bien.

Se fue hacia su habitación para calmarse e intentar bajar la erección que había ido creciendo mientras espiaba a su melliza, pero antes de conseguirlo esta última abrió de golpe la puerta de la habitación, haciendo que Sam se girase de golpe para mirarla, sin poder ocultar muy bien el bulto que, aunque más pequeño, seguía en sus pantalones.

—¿Nos vamos ya, hermanito mío? —Vio la amplia sonrisa de su hermana mientras admiraba como iba vestida, con una falda de color menta muy corta y un top blanco de mangas caídas que dejaban ver un precioso escote.

—S-si, claro.

Salió de la habitación sin decir nada más, volvía a imaginarse a su hermana desnuda, gimiendo su nombre a horcajadas sobre él entre sonoros “no pares”, y no podía hacer eso, cuando su padre le pilló espiándola hacía seis años se lo había dejado claro, era su hermana y no podía tener nada más que eso con ella.

Subió al coche y esperó pacientemente a su hermana, aunque ambos habían cumplido la mayoría de edad hacía ya unos meses, solo él tenía el permiso de conducir, así que si querían llegar al cine a tiempo tendría que conducir él o pedirles el favor a alguno de sus padres, algo que no le parecía apropiado sabiendo como tenía la cabeza que habitaba entre sus piernas.

Sophia subió a los pocos minutos, viendo como su hermano estaba tenso, sabiendo de sobra la razón de ello, haciéndose la inocente para que su hermano diera el paso cuando él se viera preparado, pero provocándole de vez en cuando para acelerar ese proceso. En uno de los semáforos en rojo alargó su mano para ponerla en la pierna de su hermano, sabiendo que calzaba hacia el lado derecho y podría acariciar esa erección sin ningún problema, aún y manteniendo su imagen inocente si miraba directamente a los ojos de su hermano.

—¿Estás enfadado conmigo? Si he hecho algo mal sabes que me lo puedes decir… —Puso un puchero mientras veía a su hermano retorcerse con disimulo, aguantando un gemido al sentir la presión que hacía su hermana —. ¿Es porque el otro día me oíste decirle a mi amiga que me gusta que me hagan daño en el sexo…? Te prometo que no es lo que piensas… No me gusta el sado… solo que me digan que he sido una niña muy mala…

—¡Sophia! No me interesan tus gustos en la cama… por mi como si eres lesbiana… —Se mordió el labio al decir eso, acababa de imaginar a su hermana con otra chica mientras él miraba y se unía para penetrarla por todos los agujeros que esa tercera mujer misteriosa no le llenaba.

—¿Entonces por que estas enfadado? —Aunque la conversación le pareció eterna, el trayecto estaba finalizado por las prisas inconscientes de Sam y estaban ya en el parking subterráneo del centro comercial en el que se encontraban las salas de cine, nadie los veía ahí, así que movió un poco uno de sus hombros para dejar caer algo más la manga y que sus pechos asomasen.

—No estoy enfadado contigo… —La frase se perdió en sus labios mientras se quedaba atontado mirando ese escote, tan precioso y perfecto que le hizo olvidar que se trataba de su hermana.

Alargó una de sus manos para acariciar el escote, preparándose para recibir una bofetada, pero esta no llegó. Alzó la mirada lentamente, tal vez su hermana estaba paralizada y en shock, asustada por ese comportamiento tan poco apropiado, pero la encontró con ojos lascivos y una sonrisa perversa que le hacían ver que él le gustaba tanto a ella como ella a él.

Sin esperar ninguna otra reacción se lanzó a los labios de su hermana, cogiéndole de la nuca para que no escapase de ese beso que prometía robarle todo el aire hasta ahogarla. Gimiendo desesperado por la erección dolorosa de dentro de sus pantalones buscaba con la otra mano la palanca para reclinar el asiento del copiloto, no quería esperar ni un segundo, quería sentirla abrazando su polla.

—Para, por favor… no quiero que me dejes embarazada… Por ahí no. —Los ojos ansiosos de Sophia se habían congelado por un instante al sentir como su hermano intentaba penetrarla vaginalmente, pero volvieron a arder en deseo cuando vio como se escupía en la punta para bajar después despacio hasta la entrada de su culo.

Sam no se preocupó del dolor que sentía su hermana según la penetraba, le había confesado que le gustaba que le hicieran daño y llevaba poniéndole cachondo como mínimo desde que se habían subido al coche, era una chica mala que se merecía algún castigo, y este era el suyo, soportar 18 centímetros malamente lubricados penetrándola por detrás.

La chica que tan inocente parecía empezó a moverse al ritmo de su hermano, ayudando a que la penetrara más rápido y más al fondo, gimiendo su nombre mientras se retorcía de placer y sentía las piernas temblar por como su hermano le estimulaba el clítoris además de penetrarla. No aguantó mucho, apenas unos minutos, y sus piernas se agarrotaron mientras contraía todos sus músculos por el placer de un orgasmo como nunca lo había tenido, a la misma vez que su hermano le llenaba por dentro el culo de gimnasio tan prieto que llevaba entrenando solo para excitarlo a él.

Ambos bajaron del coche idos, como habían llegado antes aún tenían tiempo para ir a la película si querían, y por la sonrisa que puso su hermana al acercarse a él después de ponerse las bragas tenía pinta de que irían a divertirse como nunca.

A partir de ese día la relación entre ambos aumentó. Cada mañana ella iba a darle los buenos días despertándolo con una mamada, mientras que él le daba una buena comida de coño cada vez que se duchaban, acabando por la noche con un polvazo una vez sus padres se hubieran ido a dormir. Los días de clase ella le provocaba a él para que la empujase a algún baño o vestuario y se la empotrase contra el lavamanos, y las veces que salían juntos al cine o a algún otro lado, él le prometía a ella que la castigaría tal y como le gustaba si le hacía una paja disimulada en público. A escondidas de todo el mundo y con sexo anal como único anticonceptivo, ambos disfrutaban del cuerpo del otro y se derretían en gemidos y suspiros.