Tensión sexual no resuelta (4)

Un negocio sucio. Un misterio por resolver. Tres periodistas (dos hombres y una mujer) en busca de la verdad. Una pasión que desafía todas las normas establecidas.

SINOPSIS

Edu es un joven y ambicioso periodista de investigación que está obsesionado con realizar un reportaje sobre el persistente narcotráfico en la Galicia del siglo XXI. Tras mucho insistir, su superior termina aceptando, pero le obliga a formar equipo con las dos personas que Edu más aborrece:

Pablo es un veterano de la profesión que ha triunfado en su trabajo y tiene una gran reputación, a pesar de que su vida personal es un desastre. La vanidad de Pablo y otras antiguas rencillas provocan que Edu no lo soporte.

Sandra está recién salida de la facultad y es la sobrina del jefe. Edu y Pablo no la respetan porque creen que no se merece el trabajo, pero ella es muy orgullosa y está dispuesta a ganarse el puesto por méritos propios y a no tolerarles ninguna gilipollez a sus compañeros.

Los tres tendrán que olvidar sus diferencias para poder terminar el reportaje sin perder la vida en el intento, puesto que están a punto de involucrarse en un mundo muy peligroso. Y si los narcos no los matan antes, puede que lo haga la tensión sexual no resuelta que nace entre ellos.

CAPÍTULO 4

Edu sentía una profunda tristeza. Ver a su viejo amigo en ese estado tan deplorable en el que lo habían dejado las drogas le partía el corazón. Sentía la imperiosa necesidad de hacer algo, lo que fuera, para ayudarlo a desintoxicarse, pero tenía la impresión de que Emilio no se lo iba a poner nada fácil porque estaba demasiado enganchado como para querer dejarlo ahora. No obstante, a pesar de ello, debía intentarlo o no sería capaz de volver a mirarse en el espejo sin sentir los remordimientos más fuertes y atroces que hubiese experimentado en toda su vida. Se autoflageló con la idea de que si no se hubiese marchado a Madrid y no lo hubiese dejado solo, quizá él podría haber evitado que Emilio fuese por mal camino. Y se sintió muy culpable por todo lo que había conseguido en su vida a expensas de haber abandonado a su amigo. Uno de los peores defectos de Edu era que solía cargarse a las espaldas los errores de otros, y ya empezaba a llevar demasiado peso para que su carácter un tanto frágil pudiera soportarlo.

—Te conozco muy bien y sé lo que estás pensado —murmuró Emilio, dedicándole una sonrisa melancólica, al tiempo que rompía el abrazo en el que se habían unido—. No puedes ayudarme. Es demasiado tarde para mí.

—Nunca es demasiado tarde. —Un nudo horrible se formó en su garganta—. Puedo buscarte una clínica de desintoxicación. Yo pagaré el tratamiento. Te lo debo.

—No me debes nada.

—Pero, si no me hubiera ido a Madrid…

—Si no te hubieras marchado, lo más seguro es que yo hubiese acabado arrastrándote a esta mierda conmigo. Y nunca he querido eso para ti —lo interrumpió—. Me ha hecho muy feliz verte y saber que te va tan bien en la vida. ¿Y sabes qué? Ahora, me alegro de cómo terminaron las cosas entre nosotros hace tantos años porque eso te obligó a seguir adelante y no mirar atrás.

El suceso al que Emilio se refería aconteció en una de las ocasiones en las que Edu regresó a Galicia para ver a su familia y supuso el fin de su larga amistad. Emilio era homosexual y había estado enamorado de su amigo desde que ambos eran poco más que unos púbertos imberbes, pero lo guardaba en secreto porque tenía la certeza de que no sería correspondido. Edu siempre había sido muy tímido e inseguro con las chicas, pero resultaba evidente que le gustaban por su forma de mirarlas y hablar de ellas. Después, comenzó a salir con Mónica, su novia del instituto, y acabó con las pocas esperanzas que aún albergaba Emilio de que pudiesen estar juntos. Cuando Edu se fue a Madrid para estudiar periodismo, el otro lo pasó realmente mal porque lo echaba mucho de menos, así que en una de las visitas de Edu, Emilio se decidió por fin a confesarle sus sentimientos. Sin embargo, estaba tan asustado y nervioso que escogió la peor forma de hacerlo, puesto que esperó a que los dos se quedaron a solas en el antiguo dormitorio de Edu para abalanzarse sobre él y besarlo.

Al principio, el que por aquel entonces era estudiante de periodismo se quedó paralizado por la sorpresa y fue incapaz de reaccionar mientras su mejor amigo desde la más tierna infancia le devoraba los labios y rodeaba firmemente su cintura con los brazos, haciendo que sus cuerpos se restregaran de una forma bastante obscena. Durante unos fugaces segundos, debido a la parálisis del otro, Emilio llegó a pensar que quizá podría ser correspondido y aquellos fueron los instantes más felices de toda su vida, pero la dicha no duró demasiado. Al poco tiempo, Edu logró reaccionar por fin y apartó a Emilio de un brusco empujón, al tiempo que se lo quedaba mirando con la boca y los ojos muy abiertos. El impulsivo acto de su amigo lo dejó sin palabras porque lo cogió completamente desprevenido. Ni en un millón de años se le habría ocurrido que Emilio albergase ese tipo de sentimientos por él. Y no podía negarlo, le parecía algo muy asqueroso porque iba en contra de la educación católica que le había dado su madre, pero aun así seguía apreciando a Emilio y quería decir algo que aliviase aquella expresión de profunda tristeza que éste le dedicaba.

Sin embargo, no fue capaz de articular palabra y Emilio se marchó de su habitación, abatido y cabizbajo, sin que él hiciese nada para evitarlo. Durante los años que sucedieron a ese incidente, Edu sufriría unos terribles remordimientos por no haber impedido que se fuera. Se decía una y otra vez que debería haber dicho algo, lo que fuera, para tratar de hacerlo sentir mejor, pero no lo hizo y Emilio no volvió a cogerle el teléfono ni respondió a ninguno de sus mensajes. No importaba las veces que lo intentara, la respuesta siempre era un silencio desolador al otro lado de la línea. Con el tiempo, las llamadas se fueron espaciando hasta que un día por fin se rindió. Ese día sintió que lo había vuelto a perder y lloró con amargura.

Edu no lo sabía con certeza, pero tenía la sospecha de que su rechazo fue una de las razones que empujó a Emilio hacia las drogas y eso le corroía el alma. No andaba muy desencaminado. Tras marcharse del domicilio de Edu y decidir que lo mejor sería poner distancia entre ellos para no seguir sufriendo por lo que no podía tener, Emilio cayó en una profunda depresión que intentaba aliviar con encuentros sexuales esporádicos con hombres anónimos y litros de alcohol para tratar de sentir algo que no fuese vergüenza y tristeza, pero no le dio resultado porque cada vez se enterraba más en el dolor. Hasta que cavó tan profundo que ya no pudo salir del infierno en el que él mismo se había metido y arruinó su vida. La cocaína solamente fue el siguiente paso lógico a dar. Después, llegó la heroína y ya no quedó nada del joven alegre y extrovertido que Edu había conocido, sólo una sombra, una grotesca caricatura del hombre que una vez fue.

—No he dejado de mirar atrás ni de pensar en lo que pasó ni un sólo día durante todos estos años  —le confesó Edu con pesar—.  Y no puedo parar de recriminarme a mí mismo la forma en la que reaccioné. Si hubiera dicho algo, cualquier cosa, para que no te marcharas, ahora todo sería muy diferente para ti. Lo siento mucho, Emilio, lo siento de veras.

—Eso no lo sabes. Como ya te he dicho, yo también te podría haber arrastrado conmigo a esta mierda —dijo el drogadicto muy serio—. No he accedido a verte para castigarte por aquello, sino para asegurarme de que estés bien y no sigas cargando con ese peso que has llevado a las espaldas toda tu vida. Y después de hablarme del reportaje que pretendes hacer, me he dado cuenta de que todavía no lo has superado. No ando muy desencaminado, ¿verdad?

—Supongo que tienes razón, pero no dejo de repetirme a mí mismo que si logro hacer este reportaje y consigo concienciar a la gente de la gravedad del problema, podré deshacerme para siempre de ese peso que me oprime.

—¿Y si no funciona? ¿Qué harás entonces?

—¿Sinceramente? No lo sé. Hay un vacío en mí que jamás he logrado llenar con nada —le confesó Edu, abatido—. Supongo que por eso terminó tan mal mi última relación. Yo no podía ser suficiente para ella porque estoy incompleto.

—¿Qué pasó?

—Íbamos a casarnos y me dejó por otro, un playboy barato que se la folló unas cuantas veces y luego la mandó a la mierda. Así de simple. —El periodista agachó la cabeza.

—Si te hizo eso, es porque no era la adecuada para ti. Estoy seguro de que pronto vas a conocer a una persona que realmente te valore, porque tienes un gran corazón y te mereces a una chica tan buena como tú. —Emilio colocó una mano en la barbilla de Edu y lo obligó a mirarlo a los ojos—. Y tú no estás incompleto, lo único que sucede es que todavía no has encontrado tu camino, pero estoy convencido de que lo harás. Siempre fuiste el más inteligente de los dos.

Edu forzó una sonrisa de agradecimiento. Quería creer en las palabras de su amigo, pero no estaba nada convencido porque nunca había tenido demasiada fe en sí mismo. Él se dedicaba a ir por el mundo de puntillas, tratando de pasar desapercibido, para evitar que las demás personas se dieran cuenta de lo tremendamente inseguro que se sentía ante la vida casi todo el tiempo. Por otro lado, volver a ver a Emilio después de tanto tiempo lo hizo muy feliz, incluso si no se encontraba en el mejor estado, porque su mejor amigo le había hecho mucha falta durante todos esos años, en los malos y en los buenos momentos. No pudo reprimirse más y volvió a estrecharlo entre sus brazos. Apoyó la cabeza en su hombro y suspiró con pesar. El drogadicto correspondió, emocionado, a su abrazo. No había nada sexual en aquella unión. Hacía mucho tiempo que Emilio había aceptado que jamás podría ocurrir nada entre ellos y Edu todavía no era consciente de que la dependencia que sintió hacia su mejor amigo durante toda su adolescencia y parte de su juventud iba más allá de la simple amistad. El periodista tardaría aún mucho tiempo en darse cuenta de que Emilio fue su primer amor.

—¿No puedo convencerte para que me dejes buscarte un centro de desintoxicación? —preguntó Edu sin romper el abrazo. Emilio negó con la cabeza—. Entonces, acepta que al menos te dé algo de dinero. No llevo mucho encima, pero puedo ir a un cajero y sacar más.

—Te lo agradezco, pero los dos sabemos en qué me lo gastaría y no quiero aprovecharme de ti. —Emilio comenzó a sentirse incómodo por la cercanía del periodista y se apartó de él. Sabía que si no lo hacía, iba a volver a besarlo y esa le parecía una pésima idea—. Deja que esta vez haga yo algo por ti. ¿Cuándo quieres que organice la reunión con ese camello?

—Lo antes posible.

—De acuerdo. Veré qué puedo hacer. Mañana te llamo y te digo algo.

—Gracias.

Los dos hombres se despidieron y Edu emprendió el camino de vuelta al apartamento que compartía con sus compañeros. Fue cabizbajo durante todo el trayecto. Ver a Emilio tan demacrado hizo mella en su ánimo y la idea de regresar a un piso con dos personas que aborrecía tampoco le agradaba demasiado. Trató de alargar la llegada todo lo que fue capaz, caminando tan despacio como le resultó posible, pero finalmente no pudo retrasar más lo inevitable y se encontró junto a la puerta del apartamento en el que tendría que convivir durante las siguientes semanas con el hombre que le había robado a su prometida y una mujer que lo odiaba sin motivo aparente. Inspiró hondo para infundirse ánimos, metió la llave en la cerradura y entró. Al acceder al salón, donde tendría que dormir, se encontró a Sandra sentada en el sofá con la carpeta que les había dado Ignacio entre las manos y un montón de papeles desperdigados por toda la mesita de café. Ella levantó la vista del dosier y se lo quedó mirando con interés. Era evidente que se preguntaba a dónde había ido su compañero, pero fue lo bastante prudente como para no pedirle explicaciones. En lugar de eso, optó por hacerle la misma observación que ya le había hecho a Pablo:

—Llevo horas revisando estos papeles y no he encontrado nada que nos sirva para el reportaje —comentó Sandra con desanimo.

—Es posible que yo tenga algo. Fui a ver a un viejo amigo y él va a ponerme en contacto con un camello que podría darme información útil para empezar.

—¡Eso es genial! —Sandra le dedicó una amplia sonrisa. Era la primera vez que el gallego la veía sonreír desde que la conocía y le pareció que estaba realmente guapa al hacerlo—. ¿Cuándo vamos a hablar con ese tipo?

—En realidad, pensaba ir solo.

—¿Por qué? —La sonrisa se borró de un plumazo del rostro de la madrileña y dio paso al enfado—. El reportaje es de los tres. Tú no puedes tomar las decisiones por Pablo y por mí. Estas cosas deberíamos hablarlas y decidirlas en grupo.

—¡Yo no pretendo imponer nada! —se defendió Edu—. Solamente es una cuestión de lógica. Los gallegos somos un pueblo bastante desconfiado, especialmente con las personas que vienen de fuera, y yo soy el único gallego de los tres. Si voy solo, será más fácil que el camello confíe en mí y me cuente lo que quiero saber.

—Eso es verdad. Los gallegos son gente complicada. Lo sé porque me he acostado con unos cuantos —afirmó Pablo con humor desde el umbral de la puerta de su dormitorio.

El catalán solamente llevaba puestos unos calzoncillos porque se había levantado de la cama para ir al cuarto de baño en el mismo momento en el que Edu llegó al piso. Y eso hizo que se ganara unas miradas de desdén por parte de sus compañeros. No obstante, Sandra estaba disfrutando en secreto con las vistas porque tenía que admitir que, a pesar de su personalidad de mierda, Pablo estaba muy bien físicamente, y mirar era gratis. ¿Cómo no hacerlo? Pablo tenía un cuerpo muy bien formado, fibrado y musculado en los sitios justos, era alto, su cabello castaño ligeramente largo y ondulado triunfaba ante el público femenino y masculino por igual, y sus ojos verdes invitaban a perderse en ellos. Por su parte, Edu se torturó con la idea de que Adela lo había dejado por el catalán porque era mucho más atractivo que él y no puedo evitar sentir mucha envidia y resquemor.

Ajeno a los pensamientos de sus compañeros, Pablo había escuchado toda la conversación de Edu y Sandra, pero su opinión sobre la inutilidad de aquel reportaje no había cambiado ni un poco, puesto que seguía considerando que ese asunto estaba muerto y que un poco de trapicheo no demostraba que siguieran existiendo grandes narcos en Galicia. Y estaba más que dispuesto a repetirlo en voz alta las veces que fueran necesarias hasta que le entrara a Edu en su dura cabezota.

—¡Por Dios santo, ponte algo encima! ¡Eres un puto exhibicionista! —protestó Sandra.

—Yo no tengo la culpa de estar satisfecho con mi cuerpo. —Pablo dejó escapar una sonora carcajada y se acercó al sofá. No tenía ninguna intención de ir a vestirse—. Dime que al menos has grabado la conversación con ese amigo tuyo —le increpó a Edu.

—No, no quiero mezclarlo en esto. Él no va a ser parte del reportaje y lo siento, pero no estoy dispuesto a discutir eso con vosotros.

—Sigues tomando las decisiones por tu cuenta —se quejó Sandra.

—Déjalo que proteja a su novio —bromeó Pablo—. Total, no va a suponer mucha diferencia.

—Creo que me has confundido contigo —escupió Edu con rabia—. Es a ti al que le van esas mariconadas, no a mí.

—Eso es porque todavía no has probado conmigo. —Le guiñó un ojo con picardía—. Puedo hacer que tiembles de placer de la cabeza a los dedos de los pies. Solamente tienes que pedírmelo.

—¡Vete a tomar por culo! —exclamó el gallego, rojo por la ira.

—Normalmente, soy más de dar, pero por ti puedo hacer una excepción.

La mirada de Sandra oscilaba de uno a otro con asombro y mucha curiosidad. Resultaba evidente que esos dos tenían algún asunto pendiente que no le querían contar, y no podía evitar preguntarse de qué se trataba y si habría alguna forma de enterarse. Lo cierto era que las pullas de índole sexual que Pablo le estaba lanzando a Edu habían captado todo su interés. Ella creyó que el catalán le había tirado los tejos cuando fue a su habitación para preguntarle por la información del dosier, pero al escucharlo hablarle de esa forma al gallego, pensó que quizá se había equivocado y que a Pablo le iban más los percebes que las almejas, un símil bastante acertado teniendo en cuenta que estaban en Galicia, la tierra del marisco. Aunque también cabía la posibilidad de que fuera de esos que comían de todo. En cualquier caso, la situación le parecía de lo más morbosa y no pudo evitar formarse una imagen mental de los dos hombres en la postura del perrito, jadeando como animales y sudando a chorros. «Creo que veo demasiado porno gay. Ya empiezo a imaginar cosas raras donde no las hay» , se dijo. Por otro lado, se notaba a las leguas por su tenso lenguaje corporal que Edu lo estaba pasando realmente mal con las insinuaciones de Pablo, fueran en serio o no, y la madrileña sintió lástima por él y decidió interceder a su favor:

—Bueno, ya es suficiente —protestó ella—. Pablo, si quieres ligar, lo haces en tu tiempo libre. Aquí hemos venido a trabajar.

—¡Vaya dos compañeros más sosos me han tocado! —se quejó el aludido con una falsa expresión afligida, al tiempo que volvía a su habitación.

Al ver partir a Pablo, Edu fue recuperando su color natural poco a poco y su respiración agitada se fue ralentizando. Inspiró hondo para serenarse y dejó escapar un suspiro de resignación. No quería admitirlo, pero las insinuaciones del catalán lo habían puesto tremendamente nervioso aunque no sabía muy bien por qué razón. Miró a Sandra y asintió con la cabeza a modo de agradecimiento. Ella lo había salvado de un inminente ataque de ira. Edu estaba seguro de que si su compañero hubiese presionado tan sólo un poco más, el no habría podido contener por más tiempo ese imperioso deseo que tenía de estamparle el puño en su cara de engreído. No obstante, también sabía que debía resistir por el bien de su trabajo. Por fin había conseguido que le permitieran realizar el reportaje que tanto deseaba y no iba a consentir que nada ni nadie se lo estropease. Incluso si eso significaba soportar a aquel desviado sexual y sus bromitas obscenas.

—No sé qué os pasa a vosotros dos, pero más vale que lo arregléis pronto o vais a terminar matándoos antes de que acabemos el trabajo que nos han encargado. Se supone que sois dos hombres adultos, así que comportaos como tal —le reprochó Sandra.

—Eso díselo a Pablo. Es él quien empieza siempre —se defendió Edu.

—Porque tú eres muy fácil de picar. No te ofendas, sé que apenas te conozco, pero es la impresión que me das.

Edu no respondió. Quería decirle a Sandra que su compañero no era trigo limpio, que no se fiara de él porque la usaría y después la arrojaría al suelo como una colilla, al igual que le había hecho a Adela y a muchas otras, y otros, pero optó por guardar silencio porque no quería parecer despechado ante una desconocida y además ella tampoco le inspiraba ninguna confianza. Tenía la idea preconcebida de que era una niña rica que jamás había tenido que luchar de verdad por nada porque se lo habían regalado todo, incluido el trabajo. Y le tocaba bastante las narices que ahora le viniese con ese discurso hipócrita sobre una supuesta igualdad entre los tres que a todas luces no existía.

—Me voy a la cama. —Sandra se encogió de hombros ante el mutismo del gallego—. Mañana discutiremos con más calma eso de que vayas solo a ver al camello.

—Buenas noches.

Edu resopló con hastío y se tumbó en el sofá. Resultó que sus sospechas eran correctas y el mueble era de lo más incomodo. Al parecer, le esperaba una larga noche de insomnio y un dolor de espalda de propina. Volvió a resoplar.


Estaba anocheciendo y llovía a cántaros. Pablo y Sandra vigilaban a Edu y a Emilio desde su furgoneta, la cual habían aparcado a una distancia prudencial de ellos para que el peligroso delincuente con el que el gallego y su amigo iban a encontrase no los detectara. Esa misma tarde Edu recibió una llamada de Emilio para comunicarle que había organizado una reunión con el camello. Habían quedado en verse en un aparcamiento de Monteporreiro, que era un barrio del municipio de Pontevedra que no gozaba de la mejor reputación, puesto que corrían rumores bastantes fundados de que allí se movía droga. Además, contaba con una población bastante importante de etnia gitana que tenía fama de ser problemática. El nombre de ese barrio casi parecía un mal chiste, puesto que monte significaba bosque en castellano y porreiro era porrero. Es decir, el que fuma porros.

A pesar de las enérgicas protestas de Sandra, Edu consiguió convencer a sus compañeros para que esta vez se mantuvieran al margen y por eso se habían quedado en la furgoneta. Pablo guardaba un tenso silencio, algo muy raro en él, y observaba al gallego con una mueca de desasosiego que no le pasó desapercibida a Sandra y que a la vez le sorprendió bastante. Estaba claro que al catalán le encantaba molestar al otro, pero ahora también parecía que se preocupaba por su seguridad, y eso no encajaba en la impresión que tenía Sandra de que los dos hombres se odiaban a muerte. Pensó que debía haber algo más entre ellos de lo que parecía a simple vista, estaba claro que tenían un pasado y la madrileña se moría por saber cuál era, aunque dudaba bastante de que se lo quisieran contar si preguntaba.

—Ese idiota va a conseguir que lo maten —refunfuñó Pablo con acritud.

—Después de todo, parece que él te importa —apuntó Sandra, sonriente—. No lo odias tanto como pretendes aparentar.

—Eso no tiene nada que ver. Lo que pasa es que no soy un monstruo. Una cosa es que el Eucalipto no me caiga demasiado bien y otra muy distinta es que quiera que lo asesinen en este pueblucho de mierda —se defendió Pablo, tratando de sacarle importancia al asunto—. Además, ¿has visto el culazo que tiene? Sería un auténtico desperdicio que se muriera sin poder estrenarlo.

—¿De qué vas con él? ¿Por qué te gusta tanto martirizarlo?

—Porque es muy fácil de molestar. Se toma todo demasiado en serio, como esta birria de reportaje, y no sabe relajarse. Está tan jodidamente reprimido que, todo el rato, parece una olla a presión a punto de explotar.

—No creo que tenga nada de malo tomarse las cosas en serio. Tu actitud, por ejemplo, me parece mucho más grave porque parece que no te importa nada.

—Las cosas tienden a estropearse cuando te importan demasiado. —Pablo se encogió de hombros—. Créeme, te lo digo por experiencia.

—Pues, me das mucha pena porque con esa forma de pensar vas a terminar solo.

—Estar solo no es tan malo. Son los débiles de mente y los inseguros los que necesitan estar acompañados constantemente por quien sea. Yo estoy muy a gusto con mi propia compañía.

A Sandra no se le ocurrió ningún argumento convincente para rebatir la afirmación de su compañero, así que optó por guardar silencio. Pablo tampoco añadió nada más. Estaba demasiado ocupado vigilando a Edu y controlando a todo el que pasaba cerca de él. No sabían qué aspecto tenía ese camello y podía ser cualquiera. Sentía una sincera preocupación por la seguridad del gallego puesto que consideraba que éste no servía para trabajar encubierto. Pablo pensaba que Edu era una persona que no sabía disimular sus emociones, resultaba demasiado transparente, y no creía que fuera a ser capaz de engañar a un delincuente. Lo que estaba haciendo no le parecía ninguna broma. Si aquel tipejo se daba cuenta de que trataba de engañarlo, podría reaccionar de la peor forma y herirlo, incluso matarlo. «No debí permitirle que hiciera esto» , se recriminó a sí mismo. Estaba a punto de bajar de la furgoneta para sacarlo de allí, se lo llevaría por una oreja si era necesario, cuando vio que un coche se detenía al lado de Edu y Emilio. Y tras intercambiar algunas palabras con el conductor, ambos se subieron al vehículo. «¡Mierda, mierda, mierda!» , gritó mentalmente, pero ya era demasiado tarde para ayudarlo. Lo único que podía hacer era esperar y encomendarse a todas las deidades para que su compañero no sufriera ningún daño.


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