Tensión

La atracción entre dos mujeres.

Me acababan de presentar a Elena y me tenían hipnotizada, vestía con clase, elegante y clásica, rubia de media melena, ojos azules, de facciones finas, pecho generoso, figura estilizada dentro de un vestido caro, culo prieto pero no demasiado prominente, inicio de un par de piernas largas y torneadas.

Nunca había sentido atracción por ninguna mujer por lo que me sorprendí a mí misma, mi única experiencia había consistido en un beso que me robaron en una noche de copas, no me desagradó aunque tampoco le di importancia, pero ahora se le vino a la mente.

Tengo 36 años, mi ascendencia afroamericana se nota a primera vista, soy producto del mestizaje de raza pero no cultural, nacida en Barcelona de padres españoles. Soy morena, mi color de piel es canela, mi pelo tipo grano de pimienta, mi cara graciosa que resume lo mejor de de cada rama, tengo el pecho muy voluminoso, más de un consejo he recibido para que me los reduzca pero no tengo intención, por el momento, es redondo y desafía perfectamente la gravedad, cintura estrecha, culo respingón y voluminoso.

Elena me sobrepasaba en estatura aunque ninguna de las dos nos podemos considerarnos alta, la miré por enésima vez de arriba abajo disfrutando de cada detalle de su anatomía cuando me encontré con su mirada, era franca y sin malicia, mi sonrisa fue correspondida por la suya, se me acerco apoderándose de mis manos.

-¿Montserrat? Ya me había avisado mi marido de tu belleza exótica.

Me estampó dos besos en cada mejilla, no supe que contestar, me concentré en aspirar su perfume, fresco con trazas de jazmín. Tenía un acento acusado por lo que le contesté en catalán, le sorprendió en un primer momento, preguntando.

-¿Eres catalana?

-De Barcelona, aunque llevo años en Sevilla.

-No me lo hubiera imaginado, mi marido no me ha comentado nada.

Se despidió de mí educadamente para atender al resto de invitados, la seguí con la mirada cuando el marido se me acercó, había insistido mucho en que fuera, hasta convencerme.

Me piropeaba para después pasar a insinuaciones más o menos veladas. Yo solo estaba pendiente de su esposa, de sus movimientos totalmente femeninos, elegantes, de la atracción que emanaba.

Me tuve que concentrar en el marido, un poco molesta conmigo misma, parecía una colegiala en su primera cita, no sabía que me estaba ocurriendo, había tenido dos novios y unos cuantas de aventuras, me atraían los hombres, de eso estaba segura pero nunca me pude imaginar sentir lo mismo por una mujer.

Por fin Juan se fue pavoneando de las tonterías que había soltado en la conversación, dejando me sumida en mis pensamientos.

A mitad de la velada pude conversar con Elena con algo de intimidad, coordinamos rápidamente, hablamos de Barcelona, de sus hijos, de mi trabajo, una corriente de simpatía nos envolvió a las dos desde el principio, según fui acumulando cocteles la piropeaba y alagaba de continuo, ellas aceptaba mis acercamientos con sonrisas devolviéndolos cortésmente.

A última hora de la noche el alcohol estaba haciendo su efectos en todos, pusieron música para bailar, intentaron sacarme a la improvisada pista en varias ocasiones, negándome siempre hasta que se me lo pidió Elena, nos pusimos una enfrente de la otra en un rincón un poco apartado, la pieza era una de estos éxitos típicos del verano, entre risas había que agacharse, me asaltaron los deseos de verle las bragas, procuré ponerme de forma que pudiera conseguirlo, estoy segura que se dio cuenta pero no pareció darle importancia, hasta me imaginé que me facilitaba la visión cada vez que entre risas se ponía casi en cuclillas, abriendo un poco más las piernas, pude verle su sexo cubierto por la tenue tela de encaje de su ropa interior, empecé a notar cómo se me humedecían mis propias bragas y se me marcaban los pezones en el vestido.

Había tenido que soportar el revoloteo del marido a mí alrededor, hasta lo alenté permitiendo un par de caricias en mis senos que pretendían ser inocentes o casuales, pero al final conseguí que el mismo propusiera que su mujer me invitase a tomar café a la semana siguiente.

Esperé su llamada con impaciencia, me llamó el miércoles para quedar el viernes tarde.

Me preparé a conciencia, fui a la peluquería, me compre ropa especial, un perfume diferente y en definitiva sentirme otra mujer.

Me abrió la puerta ella misma, preciosa, pantalón ajustado y una camisa escotada que guardaba a duras penas la rotundidad de sus senos, nos sentamos ante una mesa baja, hablábamos de cosas banales, me di cuenta que con solo su presencia me mojaba, observe con detenimiento su boca, sus ojos, su pelo, sus pechos, como se marcaban sus labios vaginales en el pantalón cuando se sentaba en el borde para servir el café, se dio cuenta porque notaba su nerviosismo, adoptó la postura de defensa como si tuviera un hombre sentado en frente.

Cambié de actitud, no quería que se sintiera incómoda, se relajo cuando empezamos hablar de hombres y de trapos, en un momento dado nos encontramos hablando de cirugía de reducción de pecho, de cómo se estropeaban con los años y los críos, me hizo el comentario:

-¿Con el volumen que tienes, no se te han caído?

-No para nada, son grandes pero nada de caídos.

-¿No se te han caído nada?

Me desabroche despacio la parte superior del vestido, subiéndome el sostén liberé los dos senos.

-Tienes unos pechos preciosos, exclamó con admiración.

Su mirada me quemaba, despacio recompuse mi vestimenta.

-Parece increíble

Desde pequeña he tenido los pechos duros

-Toca respondí, ofreciéndole uno de ellos.

Dudaba por timidez, la aminé:

-Vamos mujer, no te va a comer, le sonreí mirándola a los ojos.

Alargó la mano con timidez, posándola suavemente, mi corazón se acelero de inmediato, con nerviosismo la exhorté:

Aprieta, no se van a romper.

Abrió la mano y hundió sus dedos, mi pezón se afirmo de inmediato presionando su palma por debajo de la tela, la retiró como si hubiera recibido un calambrazo.

-Los tengo muy sensibles, se erizan con solo rozarlos.

Elena estaba roja, avergonzada balbuceó:

-Lo siento

La miré a los ojos

-Ha sido muy agradable.

Su cara se encendió aun más, se creó un silencio tenso, incómodo, mis siguientes palabras no ayudaron mucho

-Tus senos son maravillosos, susurré involuntariamente.

Inició el gesto de cubrirlos con sus brazos sin concluirlo.

Hice un comentarío que quería ser gracioso para relajar la tensión, desplegué toda mi locuacidad e ingenio hasta conseguir hacerla reír, terminamos conversando como dos buenas amigas. Conseguí convencerla para que nos viéramos a la semana siguiente, pero esta vez en una cafetería.

La vi entrar en el establecimiento, mi pecho se desbocó, se me había hecho interminable la espera, agónicas masturbaciones nocturnas en la soledad de mi lecho, recordando cada gesto de Elena.

Hablamos animadamente, había elegido una cafetería discreta de Los Remedios, un barrio de de Sevilla, que conocía bien, tiene como pequeños reservados decorados con espejos, se creó una confianza de viejas amigas, me daba cuenta que la atraía pero no tenía claro de qué manera, al comentarle que perfume usaba, me dijo el nombre, le contesté que no lo conocía, me ofreció su cuello, al aspirar su aroma y tener mis pechos presionando sus tetas, perdí el control, abrí mis labios y los posé en su cuello, el mundo se detuvo, no sé cuánto tiempo duró, mi lengua recorría su piel, mordisqueé el lóbulo de su oreja con mis labios, mi mano se posó en su cintura, la subí para apoderarme de su seno, mis dedos envolvieron su erecto pezón, notaba su respiración agitada, mi boca buscó la suya, pero una mano me rechazó empujándome.

-Esto no está bien espetó Elena.

Estaba agitada, confusa, los colores volvieron a su cara y me rehuía la mirada.

-No soy lesbiana, no me gustan las mujeres.

-Yo tampoco soy lesbiana, hasta que te vi nunca me había fijado en una mujer.

-¿no has tenido experiencias anteriores?

-no

-¿y porque yo?

-Porque me gustas, me mojo cada vez que estoy cerca de ti.

Sus pezones se volvieron a marcar instantáneamente en el vestido.

-¿Estas mojada ahora? Preguntó Elena

-Muy mojada ¿y tú?

-Tengo que irme

La retuve apoyando mi mano en su brazo mientras le suplicaba:

-Por favor Elena, no te voy acosar, no nos despidamos así, tomémonos otro café, no dejes que me sienta tan mal conmigo misma.

Aceptó, nuestra conversación se volvió mucho mas intima. Me sinceré con ella totalmente, le esplique hasta mis masturbaciones, pero le volví a insistir en que la respetaría siempre, que no volvería a perder el control nunca más.

Elena también se sinceró, me hablo que el día de la fiesta había notado que quería verle las bragas y que se sintió alagada, que en su casa se dio cuenta que algo ocurría, había dudado mucho en venir hoy, le pegunté que porque había venido.

-No lo sé, supongo que me atraía el riesgo, lo desconocido, salir del aburrimiento de un ama de casa, que no tiene amigos de verdad, ni familia en Sevilla, mi vida es muy diferente a lo que pensaba que sería, al trasladar a Juan dejé de trabajar y después con los niños, fue una buena disculpa, ahora se me cae la casa encima.

-¿no piensas volver a trabajar?

-Me lo he planteado.

-¿te has excitado?

-¿Hoy?

-Si, asentí.

-¿Volveremos a vernos? Pregunté.

-No lo sé, probablemente no, estoy muy confusa.

-Piénsalo, estaré esperando tu llamada.

Nos despedimos con dos besos en la mejilla, se alejó sin volver la mirada.

A los quince días recibí su llamada, hablamos de todo, me confesó que seguía confusa ante mi propuesta de vernos, le dije si la podía llamar, me contestó que prefería telefonearme ella.

Su marido no dejaba de revolotearme como una abeja a una flor, me invitó a salir, a ir su casa, a todo me negué, hice el amor con un ligue de salida nocturna, pero ya no me llenaba como antes, mi pensamiento estaba en Elena, pensé en acostarme con otra mujer, pero no me atrevía, aunque chatee con alguna me faltaba valor para dar ese paso.

Recibí su llamada, escuetamente me dijo si quería ir el jueves siguiente por la tarde a su casa, le dije que si inmediatamente, se despidió con un "te espero".

Me presenté en su casa a la hora prevista, nos sentamos antes la misma mesa del primer día, la seguía viendo nerviosa e insegura, llevaba puesto un vestido fino color limón, dejaba ver los hombros y al sentarse se le subía por encima de las rodillas.

No sabía cómo actuar, yo también estaba nerviosa, la casa se fue despoblando hasta que nos quedamos solas, la mire a los ojos diciéndole con suavidad:

-Estas preciosa.

Me sonrió contestando:

-Tú también estas muy guapa

-¿Porqué me has invitado?

-He cambiado de perfume.

Un calambrazo recorrió mi columna vertebral, la miré a los ojos y me acerque poco a poco hasta que nuestros labios se juntaron, nuestra lenguas se rozaron tímidamente, mis labios se apoderó de su boca, los chupé los suyos, se los mordisqueé, me apoderé de su lengua, Elena se dejaba hacer, inmóvil.

Mis manos recorrieron su cuerpo, se apoderaron de sus pechos, los acariciaron, los sopesaron y despacio dibujaron su contorno, sus pezones se hincharon, su vestido cayó hacia su cintura.

La empujé hacia atrás deshaciéndome de su sostén, succioné sus tetas, mi boca saboreó por primera vez unos pezones, me tomé el tiempo de una principiante, los jadeos de Elena los escuchaba de fondo, sus manos se enredaron en mis cabellos, apretando mi cabeza.

Mi mano se introdujeron entre sus piernas, rastrillé su muslos con mis uñas, para después recorrerlos despacio con mis llenas, notaba el efecto de cada avance en los gemidos que producían, separando la mesa con mi cuerpo me arrodille entre sus piernas, Elena empujaba su sexo contra mi barriga.

Intenté bajar la cabeza pero Elena se inclino y sosteniendo mi cara con sus manos besarme en la boca, la empujé hasta que conseguí tenderla en el amplio tresillo, le cogí las manos y se las puse en mis pechos, yo también necesitaba caricias, me las estrujó con desesperación, metí la mano debajo de sus bragas, suavemente jugué con sus pelos púbicos, con el dedo índice recorrí su hendidura, la dureza del clítoris me obligó a escalarlo para volverlo a descender, después me encontré con unos labios encharcados, sus piernas empezaron a temblar compulsivamente, estaba a punto de correrse.

Mi blusa había volado, mi sostén también, me mordía los pezones, le volví a coger una mano y se la dirigí a mi sexo, se apoderó de él sin miramientos, me introdujo dos dedos sin preámbulos. Ahora era yo la que jadeaba.

Sabía que estaba a punto de correrme, metí mis dedos índice y corazón en su húmeda y caliente vagina los curvé tamborileando en su interior mientras el pulgar lo posé sobre su clítoris, inicié un movimiento de vaivén, haciendo que los dedos entrasen y saliesen, transportando el movimiento al clítoris por el pulgar.

Le empezó su orgasmo e inmediatamente el mío, nuestras bocas se unieron, notaba la presión sobre mi coño, el placer se desató, fue subiendo de intensidad, llegó al clímax, volvió a bajar a subir dos o tres veces más, hasta ir desvaneciéndose poco a poco. No sé cuando acabo el de Elena.

Seguimos besándonos y acariciándonos despacio, sin prisas, la miraba a los ojos, me parecía la mujer más bella del mundo.

-Te quiero

Me puso un dedo en la boca para callarme:

Vamos a la cama, me contestó.

En la cama hice mi primer 69, le olí el sexo, nunca me imagine que el olor de otra hembra podría fascinarme tanto, paladee sus jugos, mi lengua jugó con su clítoris y notó los músculos de su vagina durante su orgasmo, en mi pasión volví a declararme, ahora sabía que la amaba, nada de lo que había sentido por nadie se podía comparar, nunca obtuve respuesta.

A los 6 meses una llamada, me hizo dejar mi piso arrendado y presentarme en su casa con mis maletas.

Elena consiguió el divorcio y ha vuelto a trabajar, ahora nos planteamos volver con nuestros dos niños a Barcelona.