Tengo una historia que contarte
Una mañana en el club con dos desconocidos. Infidelidad consentida. Tríos.
Esta historia que os voy a contar ocurrió hace ya unos meses. Fue una fantástica mañana en el club, con dos hombres y casi en público. Todo empezó la víspera del fin de semana. Estaba sola en casa esperando el regreso de mi marido Javier. Es una situación bastante habitual debido a su trabajo. Viaja muy a menudo y se ausenta algunos días. En ocasiones, como esta, pasaba más de una semana sin que durmiéramos juntos. Esa era la situación aquella víspera de fin de semana. Y aunque sabía que hoy regresaba si algún problema no lo demoraba, me sentía sola y caliente. Demasiados días sin sexo. No soportaba por más tiempo las cuatro paredes de nuestra casa.
Soy Erika, según dicen una mujer atractiva. Tengo 44 años y de aspecto muy mediterráneo. Pelo castaño oscuro y rizado, piel morena, de ojos marrones muy cerca del negro. Alta, más que la media, con un cuerpo lleno de curvas. Más bien delgada, pero con un buen par de firmes pechos coronados por unos apetitosos “chupetes” como le gusta decir a Javier. A pesar de mis dos preciosos hijos, sigo manteniendo una figura sugerente.
Con mucha cautela, por vecinos, amigos o familiares, en ocasiones disfrutaba de correrías que luego compartía con mi marido a su vuelta. Tenemos una relación muy abierta desde ya hace muchos años. Podría asegurar que le he contado a mí marido casi todo. Si, he dicho casi todo, siempre hay que mantener algún pequeño secreto sin… importancia.
Decidí ir esa mañana al club y le envié un mensaje al móvil. No sería la primera vez que cancelaba a última hora una reunión y se presentaba en casa sin avisar. No es por desconfianza como pudierais pensar, bien al contrario, en ocasiones esos regresos inesperados provocaban situaciones de lo más calientes, sensuales y viciosas.
Me vestí como si fuera a la playa. Una blusa roja muy vaporosa de gasa que si no fuera por el “bandeau” que sujetaba mis pechos, estos quedarían expuestos ante el más leve movimiento. Unos shorts vaqueros casi ocultos por la blusa y unas sandalias de plataforma tonalidad carmín que estilizaban mis piernas y alzaban mi culo. El bikini brasileño que dejaba bastante de mis cachetes al descubierto, era el complemento final.
Ya antes de salir de casa noté mis pechos más turgentes. Los pezones se apuntalaban en el interior del “bandeau” luchando por salir. Estaba caliente. Mucho más de lo que quería reconocer. Salí de casa en busca de mi coche caminando hacia él con coquetería. Por las miradas de un par de hombres con los que me crucé, sabía que iba realmente sexi. Sin haberme dado cuenta me había vestido para ir de caza. O ser cazada.
No me había arreglado así a propósito, os lo aseguro, tan solo pretendía ir a nuestro club a tomar el sol y beberme un buen gin, los hacen excelentes. Además aprovecharía para continuar con la lectura que me acompañaba en muchas de mis últimas y solitarias noches. Quería relajarme durante unas pocas horas antes del regreso de mi marido. Pero con las primeras miradas lascivas, obscenas, nada castas que recibí nada más salir de casa, mi cuerpo se incendió.
El día era espectacular. Un soleado día de mediados de verano. Llegué al club y comprobé que no había casi nadie. Normal, la ciudad estaba medio vacía y la hora era muy temprana. Pero no estaba completamente sola. Además del empleado que deambulaba realizando las tareas de mantenimiento de la piscina, había una mesa ocupada por un par de caballeros junto al bar/coctelería que inmediatamente notaron mi presencia.
Me di cuenta de inmediato que estaba siendo vigilada, examinada. Me sentí halagada. Sabía que en esos momentos esos dos caballeros, nadie diría que lo fueran por su manera de mirarme, estaban repasando cada una de las partes de mi cuerpo. Obedecí a mis instintos femeninos y les dejé contemplarme. Fisgoneé por completo el lugar buscando donde ubicarme. Para ello me detuve en varias ocasiones girando mi cuerpo a derecha e izquierda intentando encontrarlo. Con ello les daba la oportunidad de deleitarse mirándome creyendo no ser descubiertos. En un par de ocasiones les di la espalda durante unos largos segundos. Finalmente me decidí por la zona de hamacas cerca del bar/coctelería. Cerca de donde estaban ellos. Iba erguida y muy segura de mi misma observándolos con la mirada oculta tras las gafas de sol. Pasé muy cerca. Estaban examinando mi cuerpo, sobre todo mis tetas y al dejarlos atrás, sabía que contemplarían sin rubor mis caderas, mis piernas y, para mí, mi glorioso culo.
La situación de observar y saberse observada, deseada, me dejó aún más cachonda y decidí jugar.
Escogí la primera de las hamacas que encontré y dejé el bolso sobre ella. La distancia que me separaba de ellos no era excesiva. Unos pocos metros que me ofrecían seguridad.
Quedaban a mi izquierda y seguían minuciosamente cada uno de mis movimientos. Miraba hacia la piscina dándoles la espalda cuando me despojé del short. Mi bikini brasileño apareció al mismo tiempo que mis dos nalgas. Sabía perfectamente la imagen que les ofrecía con la blusa cubriéndome apenas las braguitas de bikini. Me senté en la hamaca y cruzando las piernas me despojé de las sandalias. Necesitaba los primeros rayos de sol y quitándome la blusa, me tumbé a recibir sus caricias.
Como está permitido y con los pocos socios que había en esos momentos, tan solo dos, me despoje de mi “bandeau” y liberé mis pechos. Al acariciar el aire mis pezones estos se endurecieron desafiantes.
No era mi intención quemarme, aunque por dentro ya lo estaba, saqué del bolso el aceite bronceador y empecé a derramarlo empezando por uno de mis pies. Para ello tuve que incorporarme sobre la hamaca y mostrar como uno de mis pechos casi roza mi rodilla. Continué por la pantorrilla ascendiendo hasta el muslo. Repetí la acción con la otra pierna y cuando acabé me recosté.
Seguí con el delicioso masaje sobre mi vientre, recreándome en el nacimiento de mis pechos. Ascendiendo y descendiendo en círculos con ambas manos. Finalmente y deseándolo desde que empecé a untarme, derramé una buena ración sobre ellos. Los frotaba, los amasaba, los dejé bien pringados brillando bajo el sol. Sabía que era un espectáculo bastante descarado como estaba protegiendo mi cuerpo de los rayos del sol. Por el rabillo del ojo veía a esos dos hombres maduros comentando, riendo y comiéndome literalmente. Estaba segura que yo era el tema de conversación de ese par de mirones.
Comencé a observar más detalladamente a mis fans lo más disimuladamente posible. El primero era un hombre de unos 50 años, bastante blanco de piel, sobre los 90 kg., constitución fuerte y pelo canoso muy abundante. El segundo moreno, algo más alto, sobre 1,85 y también más delgado pero bastante musculado. Ambos eran de muy buen ver y provocarlos era algo que me estaba divirtiendo. No puede evitar mirar a sus entrepiernas. Fue una mirada muy furtiva.
Me sorprendí a mí misma observando esa zona. Mi vagina respondió hinchándose y mojándose rápidamente. Estaba inquieta, cuanto más intentaba mirar hacia otro lugar, más necesidad tenía de volver a posar mi vista en ellos. ¿El cazador cazado? Pensé.
El sol apretaba y mi cuerpo se estaba calentando. Giré la cabeza sintiéndome segura tras las gafas de sol. La provocación que vi fue absoluta. El más alto de los dos se masajeaba con descaro sus partes. ¿Estaba perdiendo el control de la situación? ¿Ya lo había perdido? Cerré los ojos y dejé que mi imaginación jugase.
Al poco un camarero me sacó de mis pensamientos. Sus pasos al acercarse lo delataron. Lo pillé con la mirada fija en mis pechos.
.- Señorita, perdón. Aquí le traigo un Gin June cortesía de los señores. -dijo señalándoles.
¿Me habían leído el pensamiento? ¿Sabían que quería un gin? Y lo más curioso. ¿Era casual que hubiesen acertado con mi marca preferida? No es de las habituales. Un poco sorprendida me incorporé un poco y con una sonrisa les mandé un cortés brindis en agradecimiento. Al instante se levantaron y muy educadamente me lo devolvieron. En ese momento comprobé que uno de ellos tenía un bulto en su bañador que no me pasó desapercibido. Volví a sonreírle. Sabía que me había dado cuenta de su estado y ladeando un poco la cabeza con mucha picardía, se sentó. El compañero lo miró riendo y también se sentó. Ésa fue la primera señal de provocación directa que hicieron y no perdieron la oportunidad. A partir de ese momento no se ocultaban al mirarme y me contemplaron sin pudor.
La verdad estaba sedienta, no solo por el calor del día, sino por las emociones que tenía desde mi llegada. Este primer gin me lo terminé bastante rápido. No pasó mucho tiempo que el camarero me ofrecía el segundo con el mismo mensaje que el anterior.
Cuando los miré ya estaban en pie. Los dos bañadores tenían cierto relieve bien marcado. Los miré sonriendo y al igual que ellos me levanté y brindé desde la distancia. Y aprovechando que estaba en pie, me esparcí aceite por el culo con ambas manos. Este movimiento provocó que las tetas se balancearan. Les di la espalda y agachándome casi sin flexionar las rodillas, extendí el resto del aceite que quedaba en mis manos por la parte posterior de mis muslos. Sin mirarlos de nuevo me tumbé reanudando mis baños de sol y a esperar.
El tiempo pasaba sin ningún acontecimiento nuevo. Solo el hecho de acabar mi bebida hizo que el camarero volviera con el tercer gin. Estaba muy a gusto por la combinación de calor y alcohol. Me sentía con una calentura abrumadora. Fue en ese momento que el más corpulento de los dos se acercó y me saludó.
.-Buenos días, mi nombre es Jaime –dibujando una sonrisa lo más sensual que pudo- estoy con mi colega Germán hablando del acierto de haber de venir hoy al club. Hemos tenido la suerte de deleitarnos con su espléndida presencia. ¿La bebida es de su agrado?
.-Hola, soy Erika –mientras me alzaba sentándome en el borde de la hamaca- Y sí, la bebida me ha venido de perlas. Además es mi favorita. Muchas gracias. -devolviéndole la sonrisa con la que él me había abordado.
Entonces Jaime fue al grano y dijo sin rodeos al tiempo que se ponía de cuclillas frente a mí.
.-¿Por lo que veo es casada? -el anillo de mi dedo lo delataba- ¿Su marido sabe que tiene una mujer muy tentadora? -mirando mis tetas tan descaradamente como pudo.
.-Claro que lo sabe. -respondí con cierta insolencia- Y también sabe que todo lo que estás mirando es totalmente suyo. -intentando parecer firme, cosa que no conseguí.
.-Erika con un cuerpo tan apetecible como el suyo, no nos negará a mi compañero ni a mí poder disfrutar de su compañía en nuestra mesa. Estamos impresionados con su belleza. -utilizando todos los encantos gestuales que pudo.
Fueron palabras atractivas, pícaras pero muy correctas, educadas y con el porte que utilizaba al decirlas no me quise negar. Después de todo yo me sentía culpable de haber provocado esa situación. Además la erección que Jaime no intentó esconder en ningún momento me complacía. Pero no quería decirle que sí a la primera. Durante unos minutos intenté mantener una postura de mujer casada y fiel. Tenía que trabajárselo un poco más. El clima sexual entre ambos era obvio en esos momentos.
Por fin acepté y le extendí la mano para poder incorporarme. No dudo ni un instante y la apresó ayudándome a levantarme. La otra, siguiendo el gesto, acarició mi costado rozándome levemente el pecho. Una sacudida recorrió mi cuerpo. Jaime notó mi estremecimiento y quiso llevarme como estaba, casi desnuda, hacia la mesa donde nos esperaba Germán.
.-Un momento Jaime. Me pongo la blusa y le acompaño. No está bien que una mujer casada -enseñándole mi dedo anillado- se siente de esta guisa con dos hombres que acaba de conocer. -con la mirada centrada en sus ojos.
Cortésmente esperó para poder acompañarme hacia donde nos estaba su compañero.
.-Mucho mejor con la blusa. -decía mientras caminábamos- No nos enseña nada y nos lo muestra todo. -acabó la frase en el momento que Germán se levantaba para saludarnos- Erika te presento a Germán -señalándolo-. Ha aceptado nuestra invitación y nos permite acompañarla durante un buen rato. -dijo no sin malicia.
Durante unos buenos minutos estuvimos hablando de cosas banales, divertidas, desenfadadas. No perdían oportunidad en alagar mi presencia, al tiempo que se recreaban observándome. El clima entre los tres se fue desinhibiendo y calentando. Conversaciones picantes, risas y más bebidas. En pocos minutos estábamos hablando como amigos. Pero ellos no paraban de mirar mis muslos, mis tetas. Intentaban recomponer el interior de sus bañadores cada vez con mayor frecuencia. Tenían una gran erección. Era divertido ver sus meneos intentando ser lo más delicados posible.
Llegó el momento. La atracción entre los tres era evidente. Lo sabían. Lo sabía. Germán comentó que le apetecía una sauna y me invitó a acompañarlos. No me negué. Después de todo estábamos los tres muy calientes y yo llevaba casi dos semanas sin sexo. Junto a mí tenía un buen par de hombres. Realmente pensé que era la oportunidad de satisfacer una de mis fantasías. Otra aventura que contar a mi marido.
Fui la primera en dirigirme hacia los vestuarios. Me desnudé totalmente y busqué una toalla con la que envolverme. La verdad es que había de todos los tamaños pero escogí una de talla media. Para poder ocultar mi entrepierna tenía que ajustarla tanto que el inicio de mis aureolas sobresalía ligeramente. Era más que evidente que en cuanto me sentará la dificultad en cubrirme sería total.
Entré en la sauna. Estaba vacía. Me senté en los banquillos de madera. Seguro que ardían como siempre, pero no recuerdo haber reparado en ello. Mi cuerpo los superaba. Cruce mis piernas pudorosamente y ajuste tanto cuanto pude la toalla sobre mi cuerpo.
No pasó mucho tiempo que la puerta se abrió. Entraron envueltos en una pequeña toalla ajustada a su cintura con el torso descubierto. Como era de esperar galantemente se sentaron a cado uno de mis lados. Nadia hablaba, tan solo el pesado ritmo de respirar en un lugar tan especial se apreciaba.
Al poco, con cierta prudencia, Jaime apoyó una de sus manos sobre mi muslo. A mi izquierda Germán avanzaba con sus mimos hasta ajustar su mano, tanto como pudo, en mi culo. Me hice la remilgada tratando de sacármelas de encima apartando sus manos entre sonrisas. Una gran puesta en escena. Una diversión que era más caliente que la propia sauna. Jugamos un rato hasta que una de sus manos, por casualidad o con un acierto total, atropelló mi toalla. Quedé totalmente desnuda entre los dos al instante.
.-Ven aquí, señorita Erika, te voy a dar lo que quieres! –dijo Jaime apoyando su mano sobre mi nuca. Tiro de ella y me fue acercando hacia a sus labios.
Empezó con un beso muy suave y sensual, lento y juguetón. No tardaron nuestras lenguas se unirse. El beso se volvió rabioso. Nuestras lenguas pugnaban entre ellas. Mordisqueábamos nuestros labios. Era un desenfreno. Germán, seguía acariciando mis muslos ascendiendo cada vez más. Cuando ya le faltaba poco para acabar el recorrido apartó mis muslos con precipitación. Usurpó mi entrepierna con toda su mano y la masajeó. Enterró un dedo sin ninguna dificultad en ese coño empapado que ya tenía. Gemí. Siguió hurgando y empujó otro en mi interior. Tenía dos dedos dentro y un tercero me acariciaba el clítoris. Verdaderamente tenía habilidad. Dio un par de envites más fuertes y los sacó.
.-Joder Jaime, mira cómo está esta perra. -mostrando el brillo de los dedos que acababa de extraer de mi interior.
Nunca me había gustado un trato así, pero en ese momento con tanta calentura, tanta excitación, me pareció de lo más oportuno. Además no mentía. Estaba muy mojada, muy perra.
.-Mira que pezones tiene. -decía Jaime al tiempo que los pellizcaba endureciéndolos más.
.-Déjamelos que me los quiero comer. –replicó Germán al tiempo que los agarraba con ambas manos acercando su boca a ellos. Los succionó y los mordió repetidamente.
Jaime mantenía mis piernas totalmente separadas. Empezó a comerme el coño. Me volví loca cuando uno de sus dedos desafió mi interior y mi clítoris era succionado frenéticamente. Germán ya había vuelto a mi boca. Nuestras lenguas se entremezclaban, incluso babeaban. Mis tetas, en especial mis pezones recibían caricias, pellizcos, apretones. La situación era fantástica, estaba siendo devorada literalmente. No aguantaba más y la sorpresa fue mayor cuando ambos se levantaron y lanzaron sus toallas al otro extremo de la sauna. Era increíble tener pegadas a mi cara dos gruesas y enormes pollas.
Las repasé de principio a fin quedándome fascinada al contemplarlas tan próximas. Sus manos no se detenían inspeccionando cuanto querían de mi cuerpo. Perdí la última gota de vergüenza que aún me quedaba y levanté mis manos para atrapar cada una de ellas y masturbarlas. En muy poco tiempo su dureza era total. Abrí la boca y engullí la primera. Tan solo la pude retener unos segundos. Rápidamente salió de mi boca y dejó paso a la segunda que se coló en ella.
Apenas podía casi respirar por las sacudidas que recibía. Entraban y salían de mi boca con un ritmo infernal. Por momentos tenía la boca totalmente llena por una de esas maduras pollas. Al instante desaparecía y antes de recibir la otra, aspiraba una bocanada de aire húmedo y caliente. Nuestros cuerpos estaban mojados de nuestro propio sudor, de nuestra saliva, de nuestros néctares.
Estaba completamente descontrolada. Me encontraba en un club social, nos podían sorprender en cualquier momento. Y yo acariciaba, chupaba, recibía las pollas de dos caballeros que acababa de conocer. Lamía cada pliegue, cada vena, escupía sobre ellas. Mis tetas casi babeaban tanto como mi boca.
La situación subió otro grado. Germán decidió que ya era hora de frotar su polla contra mi coño y, casi obligándome, me puso a cuatros patas. Me la restregó varias veces insinuando la penetración. Mi coño estaba inflamado, muy lubricado y moviendo mis caderas intentaba atraparla para no dejarla escapar. Pero siempre retrocedía. Me martirizaba con su desgana. Tras unos momentos que recuerdo muy largos en mi memoria, hundió de un solo golpe su virilidad dentro de mí.
Exclamé, no de sorpresa sino más bien por la necesidad que ya tenía de ella. El gemido quedó atrapado en mi garganta cerrada por la polla de Jaime que yo seguía saboreando. Recibí con placer los primeros movimientos de Germán. Mi coño recibía sus bríos con facilidad. Tal era la calentura y la dilatación de mi coño que la devoré sin contemplaciones. Envolvía su polla con rabia.
Totalmente rendida ante ellos, oía con satisfacción todos los halagos que hacia mi proferían. A gatas con mi coño abierto al igual que mi boca, gozaba todos los instantes que estaba viviendo en esos momentos. No respiraba, tan solo jadeaba.
Germán no perdonaba ni un solo instante, empujando y bombeando de forma casi animal. Estaba borracho de lujuria, respiraba con dificultad gimiendo incontrolablemente.
Jaime me agarra firmemente y me obliga a chupar con mayor ímpetu su polla.
.- Más rápido, no pares. –decía con frases entrecortadas. Y así lo hice.
Se la cogí como pude con una mano y la acompasé con mi boca. Mi actitud era de entrega absoluta, la lamía profundamente y la exprimía. Mi mano la abarcaba en su totalidad presionándola. No duraría mucho. Sus movimientos cada vez eran más sospechosos. Y ocurrió. Cogiendo mi pelo con cierta violencia y tirando de él, estalló en mi boca llenándola de semen. En poco tiempo un caldo viscoso y caliente recorrió mi garganta. No podía tragar todo lo que me ofrecía y gran parte brotó por las comisuras de mis labios chorreando hacia mi barbilla.
Tenía la cara pringosa, el rímel corrido y la piel brillante, sudorosa. Sin ninguna timidez seguía chupando esa perversa polla. Jaime estaba encantado. Yo ya quería saciar mi calentura estallando de una vez. Pero Germán, parsimonioso, aguantaba estoicamente.
.-Tranquila pequeña. Esperaremos a que Jaime se recupere un poco. -ralentizando sus movimientos.
No podía aguantar más y empecé a moverme con fiereza. Necesitaba llegar a mi destino. Pero Germán dándome un fuerte cachete en mi culo, me reprendió.
.- Tranquila perra. Debes saber esperar a que llegue tu momento. Lo agradecerás.
Como pude me apacigüé. Noté el calor del guantazo que Germán me había propinado. Más tarde comprobé que tenía toda la mano marcada sobre la nalga derecha.
Con cierta prepotencia y pachorra, Germán se salió de mí acercando su polla a mis labios. Pude besarla, lamerla y también limpiarla de mis propios sabores. Seguía a cuatros patas mostrando mi coño totalmente abierto a Jaime que seguía sentado en el banco de la sauna justo detrás de mí. Me observaba masajeándose la polla que revivía rápidamente mientras me acariciaba dulcemente las pantorrillas. Pero no se detuvo en ellas. Fue subiendo por mis muslos interiores y se apropió de mi coño. Introdujo un dedo, luego dos. Los movía mientras con el pulgar me acaricia el clítoris. Yo seguía con la boca ocupada degustando la polla de Germán.
Jaime casi recuperado del todo, por sorpresa, empujó dentro de mi vagina toda su polla. Las oleadas de placer me volvieron a encharcar. No sabía si lo que recorría mis mejillas eran lágrimas o sudor. El ambiente estaba muy caliente, nunca esa sauna había alcanzado tal temperatura. Bombeó muy deprisa, con nervio, se detenía un breve instante y reemprendía su particular lucha contra mi cuerpo. La polla de Germán apenas tocaba mi boca, no podía mantenerla dentro. Con cada embestida de Jaime una ola de placer me recorría haciéndome abrirla más. No lo soporté. Un brutal orgasmo se apoderó de mí. Perdí la noción de cuanto ocurría a mí alrededor. Solo era placer y más placer. Gritaba, chillaba, me estremecía y me moví tanto como el abrazo de esos dos caballeros me permitió. Me derrumbé. Ellos dejaron que disfrutase del momento sin egoísmos por su parte. Solo me acariciaban y me besaban.
Pero yo seguía muy caliente. Mi cuerpo había estallado, pero seguía muy caliente. Quería parar, pero seguía muy caliente.
Ni entonces me lo creí, ni ahora que lo estoy rememorando me lo creo. En un acto de locura sublime les grité.
.- ¿Por qué paráis cabrones? ¿No sabéis cuando una dama ofrece todos sus agujeros? -acabé la frase casi sin aliento- Os quiero a los dos ya. -volví a berrear con un poco más de aire en mis pulmones.
Sonaba como una orden y así se lo tomaron. Germán rápidamente se colocó debajo de mi cuerpo agarrándome por la cintura y sin miramientos la metió. Era el único que no se había corrido hasta el momento. Jaime separó mis nalgas y lubricó mi ano con una buena dosis de su saliva. Con cautela, lentamente fue introduciendo su polla hasta que sus pelotas chocaron contra mí culo. Germán le esperó sin apenas moverse. Totalmente llena me sentí morir, me sentí muy viciosa.
Empezaron a sincronizarse muy rápidamente. Era sublime. No pasaba ni un segundo que no tuviera escalofríos de placer. Me follaban cada vez con mayor ritmo. Solo se oían gemidos y respiraciones muy profundas. Dos pollas al mismo tiempo solo para mí.
La situación empezó a ser caótica. Germán fue el primero en explotar bañando mi interior con su corrida. Pero no por ello se detuvo. No aguanté más. Volví a retorcerme y a chillar tanto como pude. Acabé derrumbada sobre el cuerpo de Germán que por fin había parado. Resoplábamos juntos. Jaime, mientras tanto, seguía perforándome el culo como un poseído. Y por fin lo consiguió. Descargó con repetidas convulsiones y se recostó a un lado tomando aire.
Una enorme cantidad de semen se escapaba de mis entrañas. El olor a sexo, a sudor, a vicio impregnaba toda la sauna.
Después de unos minutos, ya recuperados, cada uno cogió su toalla y cubriéndonos el cuerpo conseguimos salir e ir cada cual hacia su vestuario. No nos dijimos nada, ni nos despedimos. Los tres estábamos ausentes en ese momento. Como algunos dicen, flotábamos.
Me di una lenta y reparadora ducha. Me relajé mientras me vestía y recompuse mi maquillaje. Bueno, me maquillé de nuevo. Ni rastro de cómo había llegado al club. Al salir los vi en la misma mesa que la primera vez. Les sonreí y me despedí desde la distancia.
Ya en casa esperé el regreso de Javier tumbada en el sofá leyendo una novela. Solo llevaba puesto un corto camisón. Oí abrir la puerta, el golpe seco al cerrarse, el ruido de la maleta al depositarla en el suelo del recibidor y apareció frente a mí. Llevaba la americana colgada de un brazo y la corbata desajustada. Se acercó y me besó. Fue un beso largo y apasionado. Habían pasado muchos días sin vernos, sin tocarnos. Deje el libro, puse un dedo sobre sus labios en señal de silencio y le indiqué que se sentara en el sillón. Dándole la espalda e inclinándome al mismo tiempo le mostré mi culo y le dije.
.- Tengo una historia que contarte.
La marca que Germán había provocado en mi culo todavía era visible.