Tengo que aprender a respetar
Yo era una chica con carácter, nadie me decía qué hacer... Eso cambió.
Hola, a todos. Me llamo Daiana, tengo 24 años y soy de Argentina. Soy morocha, tengo una cola que los hombres desean hacer (y algunos romper, jaja) y una boca con labios carnosos. Tengo 110 de tetas. Soy flaquita por lo que muchos me dicen que soy "manejable". Y en este relato verán que soy manejable en más de un sentido porque fue mi dueño quien me ordenó escribir este relato para que todos sepan que soy, en su palabras: "una perrita obediente y respetuosa" pero que no siempre fui así y él me arregló.
Vayamos a los hechos:
Corría el año 2015 y yo, con 18 años recién cumplidos tenía muchos proyectos. Estaba decidida a empezar Odontología, estaba decidida a hacerme un tatuaje. Había tomado muchas decisiones. Recuerden esta palabra, decisiones , porque cuando asumí mi condición de perrita dejé de tomarlas. Pero no nos adelantemos.
En aquel entonces yo era una mujer con carácter, ningún hombre me decía lo que tenía que hacer. De hecho, había terminado una relación con un ex novio porque me dijo: "Sos mi puta". Lo había dicho a modo de broma, pero no me gustó. Pero con el tiempo me di cuenta de que, en realidad, no me había gustado la poca seguridad con que había dicho esas palabras.
Siempre me había gustado ser gauchita en la cama, la putita. Pero no me quedaba bien eso de ser la puta obediente de alguien. Me gusta el sexo fuerte, un poco violento, no me interesa que sea una situación melosa y cursi. Pero antes era algo mutuo, antes era GARCHAMOS y ahora es ME GARCHA porque es mi dueño el que decide cuándo, cómo y dónde me coge.
Prosigamos con el relato:
Eran los primeros días del curso de ingreso y yo había entablado cierta amistad con dos chicas con las que intercambiábamos apuntes y algún que otro comentario "de chicas" y un viernes a la tarde, mientras caminábamos las tres, a la salida de la Facultad, una de ellas, Romina, nos dijo: "Mañana hago una fiesta en la quinta de mis padres. Vengan con algo para tomar". Por supuesto que fui a esa fiesta porque fue donde conocí a mi dueño.
Al otro día, yo estaba en mi habitación probándome jeans y remeras pero nada me convencía. Hasta que, finalmente, como si supiera que esa noche iba a pasar algo especial, decidí ponerme un vestido negro, muy corto. No era escotado aunque tengo tetas como para lucir un buen escote. Quería ir algo provocativa pero no quería poner todas las cartas sobre la mesa tan rápido.
Debajo del vestido llevaba un corpiño negro de encaje y una tanga negra demasiado, muy chiquita. Estaba lista. Mi padre me llevó no sin hacer un comentario de padre protector de su princesa. Me dio ternura. En ese momento de mi vida él era el único hombre a quien yo tenía respeto.
Llegué a la quinta y fui a saludar a Romina y a mi otra amiga, Lorena. Las dos estaban muy lindas; me serví cerveza y me quedé hablando con ellas porque no tenía muchas ganas de socializar estando sobria. Después del cuarto vaso de cerveza y con los ánimos relajados, ya estaba intercambiando risas con otras chicas y algunos chicos.
La música sonaba de fondo, no invitaba a bailar sino a, simplemente, estar ahí, pasarla bien. Tomar algo, hablar, reír. Pero Romina decidió que ya era hora de que la fiesta se pusiera más interesante y puso reggaetón a todo volumen. Y realmente no me pude controlar. Si hay algo que sé hacer muy, pero muy bien, es perrear. Si eso le sumamos que ya estaba un poco tomada, la combinación es explosiva.
Cuando empezó la música yo estaba hablando con un chico (que no es mi dueño) y le dije, un poco en broma, un poco en serio: Qué lástima, ahora tengo que perrear toda para vos. Y él, con una risita nerviosa (por eso no es mi dueño) me preguntó: ¿Y eso cómo sería?
Me di vuelta e hice mi magia. Estoy segura de que ese chico eyaculó en quince segundos. Froté mi cola contra su verga como si se acabara el mundo. Cuando terminó la canción le dije que me iba a tomar algo con las chicas y no le volví a hablar.
Más cosumo de alcohol y yo estaba cada vez más relajada.
Y acá sí aparece quien es ahora mi dueño.
Todo empezó con su mirada, sus ojos se clavaron en mí y no los desvió. No se puso nervioso. Me acerqué a él para desafiarlo: ¿Te pasa algo conmigo? Yo esperaba una respuesta del tipo "No, nada. Disculpame" pero él me respondió: Estás con unas ganas de verga impresionante y yo tengo muchas ganas de cogerte toda.
Ahora la que se había puesto nerviosa era yo.
Mi dueño, en ese momento un simple hombre entre los hombres, tenía 30 años. Era uno de esos que caen a las fiestas porque son amigo de un amigo que tiene un conocido...
Le dije que no se animaba a llevarme a una habitación y, para qué lo desafié. Me agarró de la manito y yo, con una sorprendente docilidad, lo seguí.
Entramos a una habitación y me dijo: Te voy a destrozar, puta. A lo que yo respondí: ¿Qué dijiste, pelotudo? y él, sin inmutarse: Te voy a destrozar, puta.
Esa seguridad me calentó muchísimo. Por fin estaba con un hombre y no con un nene. Por fin estaba con un macho y no con un chiquilín. ¿Me lo prometés? Y hasta le hice pucherito de bebota. Jajaja.
Acto seguido me ordenó que me arrodillara y yo a esa altura ya estaba en modo "Señor, sí, Señor". Me arrodillé sabiendo, por supuesto, que le tenía que chupar la pija. Nada del otro mundo, siempre supe hacer buenos petes... Sí, era de otro mundo. Era una verga descomunal. Todavía estaba flácida cuando la vi y ya era mucho más grande que cualquiera que había visto antes. Esa verga no era grande, era enorme.
Y fue que le dije al tipo: Olvidate, con eso ni en pedo me cogés. Y ya me estaba parando para irme pero él, como si fuera algo obvio lo que me decía, como si fuera lo más natural del mundo, sin enojarse, sin levantar la voz, me dijo: Quedate arrodillada, puta.
Me calentó mucho eso. Que no necesitara exagerar nada para demostrar autoridad. Simplemente decir las cosas con seguridad. Me quedé arrodillada pero mis patitas temblaban de nervios, nunca un hombre me había puesto así porque, nunca había estado con un hombre. De más está decir que no pude chupar ni la mitad de su verga y, algo que me da vergüenza, jaja. terminé toda vomitada. Qué chanchita.
Me llenó la boca de semen y tragué todo. No hacía falta que me lo ordenara, siempre lo hice. Pero después aprendí que siempre tenía que esperar su indicación. A veces mi dueño me ordena tragar, otras veces escupir. Yo no hago nada sin su orden o permiso. Incluso si creo que algo le puede gustar.
Bueno, tragué semen y me estaba por parar para ir a la cama, me pareciá algo lógico. ¿Te dije que te pararas? Me volví a arrodillar y algo en mi mente me dijo: "Pero si sos estúpida" y clavé mi mirada en el piso. Estaba totalmente doblegada. La mujer de carácter fuerte, la mujer decidida, la mujer determinada a que nadie la pasara por encima, había desaparecido. Y solo había chupado una verga. A esa altura ya no quería que ese hombre me cogiera, LO NECESITABA.
Me dijo que me quedara así hasta que volviera. Saló y volvió a las... ¡Dos horas! Y yo lo esperé como me había dicho. Cuando volvió me tiró un papel con su nímero de teléfono. Llamame dentro de tres días.
Con la voz hecha un nudo le dije: No me destrozaste nada.
A lo que él me respondió: Me esperaste dos horas arrodillada sin estar yo presente, por supuesto que te destrocé. Y no termina acá. En tres días me vas a llamar.
Por supuesto que lo llamé luego de tres días.
-¿Quién habla?
-Daiana...
-No conozco a ninguna Daina.
-La que te chupó la pija hace tres noches.
-Dos chicas me chuparon la pija hace tres noches.
-Eh... Soy... Soy Puta.
-Ah, ahora te ubico. Hola, Puta. ¿Necesitás algo?
Él sabía la respuesta:
-Que me cojas.
-Pedilo bien y lo considero.
-Necesito que me cojas, por favor. ¿Me cogés? Te lo ruego.
-Mañana veo si me hago un tiempo. Llamame mañana a las nueve la noche y, Puta, esta noche no te masturbás. Y mañana no tomás agua en todo el día.
Por supuesto que esa noche no me masturbé y por supuesto que lo llamé a la noche siguiente a las nueve. Y tampoco tomé agua.
-Hola.
-Puta, decime...
-¿Tenés tiempo para cogerme... por favor?
-Te paso una dirección por WhatsApp. Nos vemos en tres horas. Andá bañada, con un vestido rojo, labios pintados de rojo y si ropa interior.
Me pasó la dirección.
El lugar era un edificio de departamentos. Le mandé mensaje por WhatsApp: Estoy abajo.
Me dijo que le mandara una foto para corroborar que había obedecido y se la mandé. Me indicó que subiera al piso séptimo departamete B y así lo hice.
Me hizo pasar.
-Puta, ¿te costó llegar?
-No...
-¿Algo para tomar?
-Bb... Bueno.
-¿Nerviosa?
-Un ppo... Un poco.
Me acarició la cabeza como quien acaricia a una perrita.
-Relajate. Y ponete en cuatro patitas para seguirme.
Pensé que era el clásico juego de la perrita que va hasta la cama para ser cogidda pero no...
Fuimos a la cocina donde había un tazón con agua... Para mí.
Lo miré con mala cara y me dijo: Si tenés sed ahí tenés agua.
Obvio que tenía sed y... Sí, tomé agua desde un tazón como una perrita. Y él me volvió acariciar y eso me hizo sentir... ¡FELIZ!
Entonces estableció como sería la dinámica de nuestra relación desde ese momento:
-Puta, las cosas son así: vos no pensás, no decidís, no opinás. Vos obedecés y respetás. ¿Algo de lo que dije es difícil de entender?
-No.
Me volvió a acariciar y yo... Tuve un orgasmo. Ni siquiera me había tocado la concha, una teta, nada. Me acarició la cabeza. Me trataba como a una perra literalmente y eso me hizo tener un orgasmo. ¡Era suya y todavía no me había cogido!
Lo seguí en cuatro patitas hasta el comedor donde él se puso a trabajar con su computadora y yo me quedé echada a sus pies. ¿Se piensan que estaba enojada por el hecho de que no me cogía? Yo estaba feliz. Si me hubiera tirado una pelota de tenis se la hubiese llevado con la boca.
Luego de tres horas me dijo que lo siguiera a su cuartoy así lo hice. En cuatro patitas, claro. Y me ordenó que subiera a su cama. ¡Mi dueño me estaba dejando subir a su cama! Qué felicidad.
Me sacó el vestido y yo temblé de nervios, de placer, de felicidad.
-Soy tuya.
-Lo sé pero acordate de que no podés hablar sin permiso- Me dijo con una sonrisa.
No necesitaba dar muestras de autoridad. Simplemente la tenía.Todo lo que me decía era normal, lógico, obvio. Con el tiempo mi mente se fue apagando (dejpe la carrera a los dos meses) para que solo obedecerle a él fuera el único sentido de mi vida.
Al año ya estaba viviendo con él.
Volviendo a esa noche y para no dilatar más la llegada del momento:
Sí, me destrozó. Ya me había destrozado la mente y luego le llegó el tuno a mi cuerpo. Esa noche terminé temblando, con una sonrisa de idiota que ni les cuento.
¿Tomar decisiones yo? ¿Pensar por mí misma? Jajaja. Sseguro, claro que sí.
Tuve seis orgasmos intesos. Grité como la puta enloquecida que soy y me rompió la cola.
Fui feliz. Soy feliz desde que tengo dueño.