Tenemos que hablar

Cuando le pregunté si era posible que me presentara a esa mujer para ver de qué manera podría ayudarla, fue hasta su mesa de noche y me pasó una fotografía de tamaño grande de una mujer desnuda diabólicamente hermosa y sensual. Era su hija.

La historia de Mirna era simple. Una muchacha de clase media que educada en un buen colegio y que luego había ingresado sin problemas a la universidad, Era inteligente y fue una excelente alumna de ingeniería. Conoció a un muchacho de la misma carrera y luego se casaron, tuvieron dos hijos y a las cinco años se divorciaron. Esa es la historia pública y conocida, porque la otra solamente la conocíamos ella y yo.

Esa historia desconocida, de algún modo, me había decidido a aceptar su invitación a pasar unos días de playa en su casa. Estas invitaciones son siempre bienvenidas para una mujer libre y sin compromiso como yo. Sin embargo, su email invitación tenía un dejó de auxilio, tenemos que hablar decía su frase final, y cuando una mujer tiene algo que hablar con una amiga después de 15 años evidentemente no es para hablar del clima.

Cuando la vi desde lejos en el terminal de ese balneario, se me vino a la mente todo lo vivido. Era impactante. Mirna estaba increíblemente atractiva. Si belleza placida y suave había madurado espléndidamente con sus dos maternidades y no parecía tener 37 años sino 25, a lo sumo. Se acercó, casi corriendo, y nos abrazamos con ese abrazo de mujer que en el contacto físico dice tantas cosas y a nosotras un abrazo tenía demasiado que recordarnos.

Nos habíamos hecho amantes en ese mismo balneario en las vacaciones del penúltimo año de universidad. Había sido una atracción novedosa y violenta que ninguna de las dos resistió y en la noche, huyendo de la casa llena de gente, nos amábamos en la playa desierta aumentando el deseo con el temor que alguien nos descubriera.

No nos desnudábamos, solamente prescindíamos de nuestras prendas íntimas para facilitar nuestras caricias y nos entregábamos a esa pasión envolvente que parecía aturdir nuestros prejuicios. Nos buscábamos en la oscuridad y nos poníamos mutuamente nuestras bragas húmedas en el rostro, porque nuestro aroma íntimo de hembras jóvenes nos excitaba poderosamente y estábamos felices de ese descubrimiento.

Después de esa verdadera ceremonia erótica, caminábamos tomadas de la mano por la playa mojada hasta llegar a la casa y cuando todos se retiraban a dormir comenzaba esa espera de suspenso, cada una en su cuarto, esperando desnuda en la cama, que la otra tomara la iniciativa de buscarla en el lecho. Hasta que la puerta se habría silenciosamente y yo percibía su aroma acercándose y le ofrecía mi cama para que se acomodara entre mis muslos ardientes y suaves con los cuales acariciaba sus nalgas mientras nos llenábamos de besos silenciosos.

Aparte de eso las dos éramos mujeres normales. Socialmente activas, con muchos amigos y muchas fiestas de modo que nadie podía siquiera sospechar de alguna conducta extraña. Era nuestro secreto y en medio de ese ardiente secreto supe, en un comienzo, si era un recuerdo o una vivencia, pero la verdad es que Mirna entró en mi cuarto y se metió desnuda en mi cama.

Yo la recibí como antes y las caricias parecían ahora maduradas y perfeccionadas, desprovistas de toda pequeña dosis de inocencia y ahora como hembras maduras nos buscamos casi con violencia dejando que nuestros cuerpos, ahora llenos de sabiduría diabólica, se comunicaran de mil formas deliciosamente promiscuas y pecadoras, demorando los placeres y manejando los orgasmos con un virtuosismo que no habría creído posible. Fue solo al final del más prolongado de ellos que Mirna rompió el silencio para decirme la misma frase del email, tenemos que hablar.

Entonces caminamos desnudas y de la mano el corto trecho que había entre mi cuarto y su dormitorio matrimonial que desde años ella ocupaba en solitario. Allí con las luces encendidas y con la serenidad que da el sexo satisfecho, ella me habló con calma.

Me dijo que había pensado mucho antes de comunicarse conmigo pero había llegado a la conclusión que era yo la única persona que podría ayudarla, porque era ayuda lo que ella necesitaba en ese momento.

Cuando me dijo que estaba enamorada me reí. Mirna siempre en su vida permanentemente había estado enamorada, pero cuando me dijo que estaba enamorada de una mujer me invadió el temor de que quisiera establecer una relación permanente conmigo pues yo no soy de relaciones permanente.

Luego me dijo que había luchado contra esa pasión con todas sus fuerzas, pero que había sido imposible que la atracción era cada vez mayor, que la mujer motivo de ese deseo era lo más maravilloso que ella había visto, que era perfecta, que se le había metido en la sangre y que no podía evitarlo, que se masturbaba con su recuerdo y con su imagen hasta quedar rendida pero que el deseo reaparecía a los pocos instantes y que ahora ella pensaba que estaba a punto de enloquecer.

Cuando le pregunté si era posible que me presentara a esa mujer para ver de qué manera podría ayudarla, fue hasta su mesa de noche y me pasó una fotografía de tamaño grande de una mujer desnuda diabólicamente hermosa y sensual. Era su hija.

En ese momento miré el rostro de Mirna y debo admitir que nunca había visto en una mujer una expresión más clara y desesperada de deseo.

Al día siguiente pude observar ahora plenamente informada, la conducta de las mujeres.

La verdad es que la muchacha era simplemente de una hermosura diabólica, que sumada a su simpatía arrolladora la tornaba prácticamente irresistible. Mirna la miraba con una cara tan evidente de deseo que para mí era un profundo misterio como era posible que la muchacha no se hubiese dado cuenta de lo que le sucedía a su madre.

Mirando a la hija con detenimiento comencé a explicarme todas las angustias de mi amiga pues era imposible no adivinar en ese cuerpo glorioso las fuentes de placer que sería capaz de proporcionar y me imaginé las noches tormentosas de la soledad de Mirna.

Mirna tenia con ella una confianza infinita lo que le permitía acercarse , arreglarle el cabello, tomar sus manos y acariciarla, que eran los mismos gestos que la muchacha tenia con ella de modo que la muchacha sin saberlo y Mirna sin poder evitarlo, encendían cada día más esa caldera pronta a estallar.

Yo notaba que a veces Mirna en medio de las comidas o de algún cóctel se retiraba solitaria a su cuarto para recurrir a algún tipo de paliativo sexual para calmarse. Yo se de esas cosas.

Esa noche Mirna me pidió que durmiera con ella, lo que acepté gustosa pues esta vez realmente lo deseaba para calmar mis propias inquietudes.

Fue en medio de esta tormenta de deseo proyectado por la imagen de Paulina que le dije a Mirna que ella no podía luchar más con su pasión secreta. Que yo había adivinado en los ojos de Paulina un estremecimiento semejante que ella naturalmente no podía confesar y que yo creía llegado el momento. Entonces la tomé de las manos y le dije que se levantara del lecho.

Luego la guié silenciosamente por el pasillo hasta el cuarto de Paulina. Allí nos detuvimos y nos besamos largamente con el beso más cómplice que pudiéramos imaginar. La mujer latía en mis brazos y sentía sobre mis pechos los pezones duros de mi amante. Entonces giré la manilla del cuarto de Paulina y mi amiga Mirna entró en el cuarto.

Cerré lentamente la puerta y me quedé un momento escuchando y cuando el sonido de los besos y las suaves lamentaciones del placer infinito llegó a mis oídos desde la cama, las rodillas se me doblaron y me fui derritiendo hasta el piso envuelta por un orgasmo cómplice y delicioso que se hacía doblemente placentero al saber que había podido darle a Mirna la ayuda que ella necesitaba para concretar el más prohibido de su anhelos.

De ese anhelo del cual "teníamos que hablar"