Teledominación

Un buen amo tiene un deber para con sus esclavos, el deber de dominarlos con regularidad, también en tiempos de aislamiento.

El mensajero acaba de entregarme el envío de mi amo. No falta mucho para la hora acordada, debo darme prisa. Con ansia y vigilando el reloj, abro el paquete y reparto el surtido de juguetes por la mesa. Me enchufo el vibrador en el culo, encajo mi polla en el masturbador, pego el dildo a la pared y me arrodillo frente a él. Conecto todos los juguetes a Internet y ajusto la cámara para que se me vea bien. Pasa la hora y nada, la pantalla del ordenador sigue oscura. Me agobio: «Ha escogido a otro» pienso con tristeza.

Al fin se conecta y su rostro cubierto por una máscara de látex rojo me mira con desprecio desde algún lugar de la ciudad. «Sabe que sufro si me hace esperar. Es genial.» pienso con orgullo de que sea mi amo.

—Tu placer y tu dolor están en mis manos —ronronea activando el vibrador desde su móvil durante unos segundos y luego ordena —. Eres mío y seguirás mis órdenes. Ahora cómete esa polla de goma como si fuera mía. —Feliz, me trago la verga hasta el fondo. Preferiría tenerlo aquí, azotándome, pero esto es lo que hay mientras dure el aislamiento. Sé que para él tampoco debe ser lo mismo, y estoy muy agradecido por el esfuerzo que hace de seguir sometiéndome a distancia.

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