Te voy a aprender a gozar, hija

Un relato de amor filial en el que un perro se pone las botas.

1

Leopoldo, Asunción y su hija Natalia eran los únicos habitantes de una remota aldea gallega que poco a poco se fuera vaciando, se llamaba Doce Picos y estaba en un valle rodeado de montañas. En una cueva de estas montañas vivía un ermitaño al que las barbas le llegaban a la cintura. Se llamaba Juan, tenía treinta años, era muy alto, de ojos azules y delgado. Leopoldo, Asunción y su hija le llamaban el Loco, y cuando lo veían, siempre a lo lejos, aún se alejaban más de él.

Leopoldo tenía cuarenta años, ojos negros, medía un metro cincuenta y poco, era delgado y moreno.

Asunción tenía treinta y ocho años y era mujer morena, tenía el cabello negro y corto, los ojos marrones, era delgada, medía un metro cuarenta y dos y tenía muy poco de todo.

Natalia tenía la estatura de su madre, los ojos negros, el cabello castaño y largo, era delgada, guapa de cara y tenía buenas tetas y buen culo.

La casa en la que vivían, cómo todas las de la aldea, estaba hecha de piedras y barro y el piso era de cemento mezclado con pintura roja en polvo. Su puerta era de madera de pino y de dos hojas. Sus tres ventanas también eran de pino. Tenía un solo hueco y en ese hueco estaba la cocina de piedra con dos tres pies encima, una mesa con cuatro sillas rudimentarias, un mueble de madera de roble donde guardaban los pocos platos y fuentes astilladas, los cubiertos, cuchillos, cucharas... También tenían un armario viejo para la ropa, una cama y un catre, que estaban separados por una cortina hecha con tres retales, el de arriba era rojo, el del medio era negro y el de abajo era azul. La cama y el catre tenían los barrotes de las cabeceras y los pies de hierro y estaban pintadas de negro, la cama era la de dos plazas, y el catre era donde dormía su hija Natalia.

Vivían con los productos que cultivaban en las huertas y de los animales que criaban para comer, gallinas, cerdos, cabras...

Leopoldo y Asunción, cómo es obvio, tenía sus necesidades, y esto cuando Natalia era una niña no fue inconveniente, el inconveniente, para Natalia, vino cuando se hizo mujer, ya que siguió oyendo chirriar los muelles de la cama y otras cosas aún peores, cómo oír jadear a su madre o sentir cómo anunciaba su orgasmo.

2

Una tarde de verano Natalia se estaba bañando desnuda en el río en compañía de su perro, un perro grande de color marrón, de raza indeterminada que se llamaba Canelo. Se agachó para lavar la cabeza y el perro le lamió el coño y el culo. Natalia giró la cabeza y le dijo:

-¿Qué haces, Canelo?

El perro le volvió a lamer el coño y el culo, a Natalia le gustó y se abrió de piernas. El perro le lamió el coño y el culo varias veces y después la montó. Le agarró el vientre con las patas, se la clavó y la desvirgó. Natalia pegó un grito que se oyó en las montañas.

-¡¡¡Ayyyyyyyy!!! ¡La madre que te parió, Canelo!

El perro la folló a toda hostia. Natalia las estaba pasando putas.

-¡Para que me estás rompiendo!

El perro paró cuando se corrió dentro de su coño. Después se quedó quieto agarrando su vientre con las patas, con la lengua fuera y con la polla enterrada en su coño. Natalia se desesperaba.

-¡Quita, Canelo, quita!

Natalia se lo quería quitar de encima, pero el perro pesaba el doble que ella. La volvió a follar cómo follan los perros, moviendo el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás a mil por hora.

-¡Me cago en tu madre!

Natalia rabiaba, pero el perro no la soltaba. Estuvo pegado a ella unos quince minutos. La cuarta vez que se corrió dentro Natalia comenzó a sentir algo que nunca sintiera, algo así cómo una ola de calor que iba subiendo y subiendo hasta que llegó a la orilla trayendo con ella una corrida brutal.

Al acabar de correrse, dijo:

-¡Joder que gusto sentí!

Apareció de la nada el ermitaño. Se metió en el río con un palo en la mano. El perro al verlo venir con el palo en la mano sacó la polla del coño. Un chorro de jugos y semen salió a presión de la vagina. El perro salía escopeteado. Natalia se incorporó, vio al ermitaño, y temblando le dijo:

-¡No me hagas daño, Loco!

El ermitaño, que tenía una voz pausada, le dijo:

-Tranquila, nunca le haría daño a una mujer. Vine en tu ayuda porque sentí tu grito. ¿Estás bien?

Natalia no paraba de temblar. Aquel hombre barbudo la aterrorizaba.

-Estoy bien jodida. ¡No te acerques a mí!

El ermitaño trató de calmarla.

-No me voy a acercar. Sabes, te pareces a una novia que tuve hace muchos años.

Natalia, tapando las tetas y el coño con los brazos y las manos, le preguntó:

-¿También la folló un perro?

-Sí, un pero asqueroso.

-Seguro que la mataste.

-Me mató ella a mí, me rompió el corazón.

Natalia dejó de temblar.

-Sí, y con el corazón roto sigues respirando.

Natalia salió del agua para vestirse. El ermitaño le dijo:

-Poco entiendes de las cosas del amor, preciosa. El amor te puede hacer beber las mieles celestiales y después bajarte al infierno.

Natalia no había hablado más que con sus padres y con los animales y aquel hombre barbudo y sucio hablaba bonito, y por hablar bonito le perdió el miedo.

-¿Estuviste en el cielo?

-Estuve.

Poniéndose las bragas el ermitaño le vio sus preciosas tetas y su coño peludo. Natalia le preguntó:

-¿Y también estuviste en el infierno?

-Sí, preciosa, estuve en el cielo y en el infierno, metafóricamente hablando, claro.

El hombre hablaba bonito, pero Natalia pensó que estaba cómo una cabra, estaba cómo una cabra y olía mal, le preguntó:

-¿Nunca te bañas, metafórico?

-Juan, mi nombre es Juan y me baño una vez al mes. Dentro de tres días me toca.

Natalia ya le habló con el ermitaño cómo si lo conociera de toda la vida.

-Hombre, ya que estás en el agua lava los cojones.

Lo pilló de sorpresa.

-¿¡Quieres que me lave los testículos?

-Esos también, si te huelen... Te dejo solo.

Natalia se fue y el perro se fue detrás de ella. El ermitaño le dijo:

-¡Cuidado con el perro!

Natalia no le contestó. Al perderla de vista, ya fuera del río, el ermitaño sacó la polla y se hizo una paja pensando en Natalia. Al correrse le temblaron hasta las orejas.

Natalia al llegar a casa no le dijo nada a sus padres de lo del perro ni de que se encontrara con el loco.

Tres días después fue a bañarse al río de noche a ver si se encontraba con el ermitaño. La luna llena iluminaba su cuerpo cuando oyó una voz a su espalda que decía:

-Eres la sensualidad personificada.

Reconoció la voz, y sin girarse, le dijo:

-No soy la sensualidad personificada, soy Natalia y tengo ganas de follar.

Natalia con la dos manos cogió agua y se lavó el coño, el ermitaño, que estaba desnudo, recién bañado y afeitado, la besó en la espalda, Natalia sin moverse giró la cabeza. Al verlo afeitado, le dijo:

-Eres muy guapo sin barba y sin mierda encima.

-Para guapa tú, guapa y limpia.

-Guapa, no sé, pero lavar me lavo todos los días.

El ermitaño se agachó y le lamió el coño y el culo. Natalia se abrió de piernas y dejó que lamiese. El ermitaño lamió hasta que se hartó de coño y de culo. Después le echó las manos a las tetas, hizo que se inclinara y le metió la polla en el coño, se la metió despacito. Natalia se dejó follar así hasta que su instinto animal le hizo echar las manos a las nalgas del ermitaño y follarlo a toda pastilla moviendo su culo hacia atrás y hacia delante... Con toda la polla enterrada en su coño, le dijo:

-¡Me viene el gusto!

Natalia se corrió en su polla y el ermitaño se corrió dentro de ella. Natalia paró unos segundos para tomar aire y luego lo volvió a follar... Después de correrse tres veces en su polla, se corrió el ermitaño dentro de su coño por segunda vez.

Cuando salieron del río Natalia se echó boca arriba sobre la hierba. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. Flexionó las rodillas, se abrió de piernas, y le dijo:

-Quiero más, Juan

El ermitaño lamió su coño y después la besó con lengua. Natalia le echó los brazos al cuello y al tercer beso ya se lo devolvió con lengua, luego Juan besó sus pezones, se los lamió y chupó sus tetas. A continuación bajó a su coño y remató la faena hasta que Natalia le dijo:

-¡Voy a sentir esa cosa rica otra vez!

Se corrió en la boca del ermitaño temblando cómo cuando le tenía miedo.

Natalia quería que su primera vez durase eternamente.

-Más, dame más gusto.

-Ponte boca abajo.

Natalia se echó boca abajo, al hacerlo el ermitaño le lamió el ojete y se lo folló con la punta de la lengua. Con la lengua entrando y saliendo de su ojete, le dijo:

-¡Loco!

Puede que algo loco estuviera, pero Natalia de estar cachonda pasó a ponerse perra. Se colocó a cuatro patas. Juan le volvió a lamer el culo y a continuación la agarró por las tetas y se la clavó en el coño. Natalia gimió de placer mientras la follaba. Juan se corrió dentro de su coño. Natalia no se movió, esperó a que le siguiera dando caña y tiempo después se corrió poco antes de que el ermitaño se corriese por segunda vez.

Juan se había cansado, lamió su culo y su coño y después se echó boca arriba a su lado. Natalia le preguntó:

-¿Se acabó?

-Por hoy, sí.

-¿Mañana más?

-Si quieres, sí.

-Quiero, quiero.

3

Nada sabían los padres de Natalia de la relación de su hija con el ermitaño. Una noche que no fuera a estar con él y en que los padres estaba follando, le dijo Asunción a Natalia:

-Ven aquí, Natalia.

Le extrañó. En camisón fue a ver que quería su madre. La vio desnuda con la polla de su padre en la mano, Asunción le dijo:

-Ven aquí, Natalia, ven que vamos a hacer que te sientas mujer.

Fue y su madre le dijo:

-Llegó la hora de que abras los ojos. Te voy a enseñar a gozar, hija, a gozar y a hacer gozar cómo mi madre y mi padre me enseñaron a mí. Coge la polla.

A Leopoldo las palabras de Asunción respecto a lo que hiciera con el padre y la madre lo dejaron cómo estaba, empalmado y sin signos de haberle parecido mal. Era una familia rara de cojones. Parecía que vivían en la prehistoria y vivían en los años cincuenta del siglo pasado.

Natalia cogió la polla en la mano, su madre puso su mano encima. Le apretó la mano e hizo que subiera y bajara, luego lamió la punta del glande, lo metió en la boca, lo chupó y después le dijo:

-Ahora haz tú lo que hice yo.

Natalia hizo lo que le había visto hacer a su madre. Luego Asunción le lamió y chupó los huevos al tiempo que lo masturbaba, Natalia hizo lo mismo, se excitó y el coño se le mojó, y más se le iba a mojar cuando sintió cómo le caían en la boca chorros de leche caliente, leche caliente que se tragó.

Al acabar de correrse Leopoldo, le dijo a Asunción:

-Enséñale ahora a comer un coño.

Asunción le dijo a su hija:

-Quita el camisón, Natalia.

Natalia quitó el camisón y quedó en pelotas. Vieron sus gordas tetas con areolas rosadas y su coño peludo. Estaba rica, rica, rica. Asunción se agachó delante de su hija, le abrió el coño con dos dedos y vio que estaba empapado.

-Estás para comerte, hija.

La lengua de Asunción lamió el coño de abajo a arriba y se pringó de jugos que la mujer se tragó antes de seguir lamiendo sus labios vaginales y su clítoris.

A Natalia el coño y el ojete se le empezaron a abrir y cerrar. Leopoldo se puso detrás de ella, le abrió las nalgas con las dos manos y le lamió y le folló el ojete con la punta de la lengua... Tenía la lengua de su padre clavada en el ojete y la de su madre clavada en la vagina cuando empezó a correrse cómo una loba. Leopoldo al correrse su hija sintió cómo el ojete al contraerse quería apretar su polla y cómo la polla resbalaba hacia fuera. A Asunción le pasaba otro tanto con su lengua en la vagina, solo que a ella cuando el coño se abría le iba llenando la boca de jugos espesos y calentitos.

Al acabar de gozar le dijo Asunción a su hija:

-Ahora vete a dormir que mamá está muy cachonda y necesita polla.

Natalia volvió a su cama cagándose en todo con su lengua pequeña, ya que pensó que su padre acabaría por comerle las tetas y follarla bien follada. Con el coño empapado se puso en posición fetal, juntó las manos y las metió entre las piernas. El canto de las manos se le mojó. Al mover el culo para acomodarse para dormir rozó el clítoris con el canto de sus manos y le gustó. Lo volvió a mover y aún le gustó más. Ya no paró hasta que tuvo un delicioso orgasmo.

Al acabar se tocó el coño para ver lo mojada que estaba y después con los dedos mojados se tocó el clítoris... Al rato se corría de nuevo. Natalia se hizo siete pajas esa noche.

Al día siguiente se hizo pajas en todos los lados. En la ventana que daba al camino, en el cagadero, en la cama... En la cama estaba cuando llegó su padre de trabajar en el campo. La vio con el vestido subido, las piernas abiertas, los ojos cerrados y con las manos en las tetas. Su coño peludo estaba abierto cómo una rosa. No se lo pensó dos veces, se echó encima de su hija. Natalia se llevó un buen susto, pero al abrir los ojos y ver quien era, le preguntó:

-¿Qué me vas a hacer papá?

-Un niño.

Aquello le venía cómo anillo al dedo, pues era muy probable que estuviera preñada del ermitaño. Natalia le dijo:

-Mejor hazme una niña.

Leopoldo sacó la polla, la puso en la entrada del coño y se la clavo. La polla entró apretada, pero entró hasta el fondo. Lo malo fue que Leopoldo se corrió en un santiamén. Natalia le preguntó:

-¿Ya me hiciste la niña?

-Puede que sí o puede que no.

-No sé si me dejaste preñada, lo que sé es que me dejaste con las ganas, papá.

Leopoldo metió la cabeza entre sus piernas. Natalia haciéndose la ingenua, le preguntó:

-¿Por qué hueles mi coño, papá?

-Antes de comer algo siempre lo huelo.

-Eso es verdad.

-Luego lo pruebo.

Le dio unas rápidas lamidas.

-Uyyyyyy.

-Luego lo saboreó.

Lamió de abajo a arriba unas cuantas veces y después saboreó. Natalia le dijo:

-Me gusta mucho.

-Luego lo chupo.

Le abrió el coño con dos dedos y le chupó un labio, el otro y después le chupó el clítoris.

-¡Ay que me viene el gusto!

Leopoldo lamió de abajo a arriba, después chupó y lamió el clítoris y Natalia explotó.

-¡Me viene el gusto!

-Y después trago.

Natalia, retorciéndose de placer, desbordó en la boca de su padre. Leopoldo se tragó hasta la última gota.

Se estaba corriendo cuando llegó Asunción del río, la mujer traía una bañera en la cabeza con la ropa lavada dentro, la posó en el piso, y dijo:

-¡Qué tierno!

Fue junto a ellos, y cuando Natalia abrió los ojos, le preguntó:

-¿Te gustó?

-Mucho, mamá, mucho.

-Esta noche aún te vas a gustar más.

Natalia tenía algo que decirles, pero entre las pajas y el polvo se le había ido el santo al cielo. Vio que era el momento y se lo dijo:

-Esta noche va a venir alguien a casa.

-No digas tonterías.

-No las digo, Juan va a venir a hablar con vosotros.

El padre pensó que se la quería meter doblada, sonrió y la vaciló:

-¿Conociste a algún conejo que hable?

-Os estoy hablando del hombre de la montaña.

Asunción se asustó.

-¡¿El loco?!

-No está loco, ya lo veréis.

4

Sobre la mesa estaban los restos de un capón, un garrafón con vino tinto y tres vasos mediados de vino, vino que hacia Leopoldo y restos de pan que Asunción hacía en el horno de piedra de a cocina. El ermitaño estaba sentado a la mesa al lado de Natalia. Llevaba puestos unos vaqueros, una camisa y calzaba unas sandalias. Le decía a Leopoldo, que estaba sentado al lado de Asunción:

-... Y mi idea es arreglar una de las casas de la aldea y formar una familia con Natalia.

Leopoldo, que no esperaba encontrarse con una persona tan educada, le daba su conformidad diciendo:

-Todo lo que haga feliz a nuestra hija nos hace feliz a nosotros.

-¿Quién os casó a vosotros?

-No estamos casados.

-¿Y nunca pensasteis en hacerlo?

-Nadie nos casaría.

-¿Por qué?

-Porque Asunción es mi hermana.

La confesión dejó de piedra al ermitaño, pero él no era quien para juzgarlos, acabó el vino de su vaso y le dijo:

-Vaya, no sé qué decir.

-Pues no digas nada.

Hablaron de más cosas, pero no os voy a aburrir con ellas.

Cuando el ermitaño se fue de la casa, Natalia fue con él a dar un paseo, o sea, iban a follar y Asunción y Leopoldo lo sabían.

A Asunción le había gustado el ermitaño, le había gustado para follar ella con él y el cuerpo le pedía guerra. Nada más irse el ermitaño, Natalia le echó la mano a la polla a Leopoldo, se la sacó y se la mamó, al tenerla dura, se quitó el vestido y quedó en pelotas. Leopoldo separó la silla de la mesa. Asunción se abrió de piernas, le echó las manos al cuello y se sentó sobre su polla, polla que entró hasta el fondo del coño con la misma facilidad que entra un cuchillo caliente en la mantequilla. Asunción lo folló comiéndole la boca. El perro fue junto a ellos y le lamió el ojete a Asunción. La mujer le dijo:

-Aún no, Canelo.

El perro no entendía de esperas. Se puso de pie en las patas de atrás. Asunción sintió la polla chocar con su espalda, y le ordenó:

-¡Échate!

El perro se puso patas arriba con la polla tiesa. Quería que Asunción lo follara. Cómo no lo folló volvió a lamerle el ojete. Ya no le volvió a poner las patas en los hombros, solo lamió su ojete. Tiempo después Leopoldo se levantó de la silla con Asunción en brazos. Con la polla dentro de su coño se echó de espaldas sobre la cama. El ojete del culo de Asunción le quedó a tiro a Canelo. El perro se lo volvió a lamer y después la montó y le clavó la polla en el culo, se la clavó de un viaje. Asunción ladró cómo una perra.

-¡Guauuuuu!

Poco después, al correrse el perro dentro de su culo y quedarse quieto, Leopoldo le dio caña hasta que Asunción se corrió cómo una perra. Corriéndose Asunción, el perro la volvió a follar dándole al culo a la velocidad del rayo, Leopoldo hizo lo mismo que el perro y se acabaron corriendo juntos, el perro dentro del culo y Leopoldo dentro de su coño.

Cuando el perro quitó la polla de su coño, Asunción se quitó encima de Leopoldo y le dijo:

-Tengo sed

-Y yo.

Fueron a la mesa y echaron dos vasos de vino del garrafón. Asunción le preguntó a Leopoldo:

-¿Qué estarán haciendo Juan y Natalia?

-Jodiendo, otra cosa no pueden estar haciendo.

No se equivocaba. El ermitaño estaba echado sobre la hierba. Natalia estaba encima de él dándole al culo para delante y para atrás mientras Juan le magreaba las tetas. De repente paró y le dijo:

-Quiero que me hagas una cosa.

Sacó la polla engrasada con los jugos de su coño, la puso en la entrada del ojete, y le dijo:

-Mete.

El ermitaño le metió la cabeza de la polla de una estocada, Natalia gritó:

-¡¡Ayyyyyyy!!!

Canelo levantó la cabeza, se relamió, cogió impulso y salió de la casa saltando por la hoja de arriba de la puerta. El muy cabrón se creía que todo el monte era orégano, y en parte tenía razón, ya que esa noche no iba a meter en el culo de Natalia, pero con el tempo si lo haría.

Quique.