¡Te reto - Capítulo 07 - La fiesta
Silvia no acaba de creerse que a su novio le ponga que ella esté con otros tíos, así que planea el experimento definitivo para salir de dudas...
Me costó mucho comprender que no me produjese rabia el hecho de que Silvia me hubiese puesto los cuernos, más bien al contrario. Como muchos en mi situación, supongo, me imaginaba a todas horas a Silvia fornicando con Tyler en la enfermería del gimnasio, y cada vez que lo hacía un tremenda trempera me llenaba los pantalones. Tuve el mismo sueño húmedo durante varias noches seguidas e incluso después de que Silvia y yo volviéramos a hacer el amor me despertaba por las noches con la entrepierna pringosa después de imaginarme a Tyler follando a mi novia por todos los orificios y corriéndose copiosamente de decenas de formas diferentes.
Más me costó explicárselo a Silvia.
Las palabras concretas me es imposible reproducirlas porque fue un discurso sin sentido. Pero sí recuerdo cómo fue cambiando la cara de Silvia conforme yo iba deshilando mis sensaciones. Primero la vi sentir un alivio profundo al saber que la continuaba amando y que este “incidente” no cambiaría eso. Después puso cara de estupor cuando le dije que su historia me había puesto. Le expliqué lo de mis sueños húmedos y su cara cambió por momentos a una sorpresa divertida para volver enseguida a la estupefacción por lo que le estaba explicando. Porque no supe decírselo de otra forma. Me ponía verla provocando a otros tíos, mostrando su cuerpo y poniéndoles calientes. El episodio en el metro con el pobre chaval había sido lo más excitante que había visto nunca y solo le echaba una cosa en cara con el tema del masajista: que yo no hubiera estado presente.
Silvia estaba descolocada. Se levantó e hizo un par de amagos de salir del comedor. Curiosamente ahora era yo el que deseaba sentirme reintegrado en la relación, yo quién deseaba ser aceptado no por lo que hubiera hecho sino por lo que había dicho, por cómo me sentía. Silvia me miraba con una cierta incredulidad. Me preguntó varias veces si lo que había dicho iba en serio. Le dije que sí, que me ponía caliente imaginarmela follando con Tyler. Me miró con los ojos abiertos, aún intentando calibrar el grado de verdad en mis palabras y entonces… - ¡Te reto! - me pilló en fuera de juego. - ¿Cómo? - le pregunté extrañado. Me miró fijamente y me dijo: - hoy en la fiesta vamos a probar hasta qué punto dices la verdad, hasta donde eres capaz de aguantar… - La fiesta. Esa noche habíamos quedado para celebrar el cumpleaños de un amigo en la torre que sus padres tenían en un pueblo de la costa. Quizá no fuera el mejor día para fiestas pero el reto de Silvia no podía quedar descubierto.
Llegamos a casa de Juan pasadas las nueve. Aparcar no fue ningún problema. La casa quedaba ligeramente apartada del centro del pueblo y había aparcamientos de sobra. El sol ya se había puesto y recorrimos los pocos metros hasta la puerta de la casa iluminados por una farola de la calle. En el trayecto había intentado adivinar cuáles eran sus planes pero ella se había limitado a explicar que tan solo era comprobar si lo que le había explicado era verdad. Cuando insistí en saber con quien pensaba liarse, me soltó muy seria que la víctima la escogía ella. De nuevo noté esa mezcla de excitación y desasosiego en mi interior. Por como iba vestida Silvia parecía ir muy en serio. Llevaba un ajustado vestido azul cobalto de fiesta y unos zapatos negros con un ligero tacón. El vestido era de manga larga, pero aun así conseguía dibujar un amplio escote que mostraba un canalillo que paraba el corazón, la tela se ajustaba a su vientre y sus caderas, dibujaba perfectamente la redondez de su culo y la cubría hasta la mitad de sus muslos. Pero lo que más me ponía del vestidito es que se ajustaba tanto a su piel que la falta de pliegues o marcas permitía adivinar que Silvia no llevaba ni sostenes ni bragas debajo.
A pesar de lo tranquila que estaba la calle, la casa por dentro era un bullicio. A parte de Juan, el homenajeado, estaban Pedro, Ricardo y Andrea acompañados de sus parejas y Núria y Miguel sin acompañante. Los siete éramos antiguos compañeros de trabajo y a menudo quedábamos para salir o celebrar lo que fuera. En total éramos 11 personas muy bien avenidas. La mayoría.
Se supone que tengo que hablar de Miguel porque es protagonista de esta historia. Miguel había formado parte del grupo desde el principio, pero a mi y a alguno más nos caía bastante gordo. Era el típico pavo que cree saber de todo, que se mete en todas las conversaciones y se cree el centro de la fiesta. El lote se completa con una exagerada autoestima que le hace ir de guaperas y perdonavidas. Había tenido alguna pareja a lo largo de los últimos años pero nunca le duraban mucho porque “se cansaba pronto de ellas”. Físicamente se cuidaba mucho, corría, iba al gimnasio. Decía que las tías se le tiraban encima en las discotecas pero yo no lo había visto nunca. Lo que sí podía corroborar es que estaba bien dotado. En la intimidad fardaba de polla describiendo las caras que habían puesto algunos de sus ligues al verla por primera vez y quizá fuera verdad por lo que me había fijado en el vestuario después de alguna pachanga futbolera.
Una vez con Silvia había comentado lo ortopédico que era cambiarse y ducharse en los minúsculos vestuarios de los campos de fútbol con siete tíos más. En medio de las risas de la conversación yo había añadido que si además tenías que ir esquivando los pollazos de Miguel, que iba de aquí a allá echando pestes del árbitro, la cosa se ponía fea. A Silvia le había interesado ese último punto y me hizo explicarle qué era eso de los “pollazos”. Yo le describí con pelos y señales cómo era la polla de Miguel. Incluso flácida le colgaba pesada más de diez centímetros y penduleaba desvergonzada a derecha e izquierda golpeando sonoramente sus muslos, con el capullo asomando descarado mientras el mío, frío y compungido, apenas asomaba entre pliegues y pliegues de piel. Además el tío no paraba de tocarse como si quisiera dejar claro quién la tenía más grande. Visto en perspectiva quizá aquella conversación con Silvia no fue buena idea.
La cena transcurrió muy agradable entre risas y cachondeo. La cerveza y el vino iban pasando e hicimos numerosos brindis en honor de Juan. Con el pastel y las velas llegaron los regalos. Después alguien puso música y abrimos las puertas a la terraza para que entrara el aire. Algunos nos levantamos de la mesa para que Juan nos mostrara su colección de Whiskies. Después él y Pedro se pusieron a jugar al Super Mario Bros en la consola. Yo nunca fui bueno en juegos de ordenador pero me quedé a animar junto con Ricardo e Aitor, la pareja de Andrea. Pasado un rato busqué a Silvia con la mirada. En el sofá Núria hablaba animadamente con Andrea. En la mesa las parejas de Pedro y Ricardo se contaban secretitos. Me costó un poco contar a los presentes antes de darme cuenta que faltaban Silvia y Miguel. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda.
“Yo escojo la víctima”, me había dicho. Por un momento tuve la sensación de que esto había sido un grave error. No era lo mismo provocar a completos desconocidos, aunque fueran vecinos de escalera, que a amigos. Pero que además fuera Miguel el objetivo rozaba la humillación. Me puse nervioso y fui a mirar si les veía en el jardín. Fuera estaba oscuro, la luz del porche apenas iluminaba los primeros cinco metros, después el jardín caía en suave pendiente hasta la calle unos veinte metros más allá, donde las luces del ayuntamiento volvían a iluminar la valla de seguridad. Entre medio había árboles y arbustos. Si quisieran esconderse podían estar en cualquier sitio.
Intenté calmarme y volví al lado de la TV donde Juan le estaba dando una paliza a Pedro pero ya no tenía ganas de seguir las bromas del resto. Un par de minutos más tarde vi a Silvia bajar del piso de arriba seguida de Miguel. Silvia parecía excitada, con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados. La mano de Miguel cogiéndola por la cintura mientras bajaban me dejó helado. Se separaron y él fue hacia el lavabo mientras Silvia vino hacia mi. Me acerqué a ella con cara de pregunta pero no me dejó hablar: - Escóndete tras los arbustos de la cuneta, al final del jardín. En cinco minutos. - Intenté articular un “pero” pero me tapó la boca con un beso húmedo y profundo mientras apretaba su cuerpo contra el mío. Después se fue a buscar una copa y me dejó tieso y con el corazón galopando.
Me costó un par de minutos tener la energía suficiente para salir de allí. Mientras bajaba por el jardín me preguntaba hasta qué punto estaba dispuesta a llegar. Ella sabía que Miguel me caía gordo y estaba seguro que ese había sido un argumento para escogerlo como “víctima”. Era una prueba. Estaba poniendo a prueba mis celos. Y mis celos estaban allí. Aún así me escondí detrás de uno de los arbustos que quedaban a oscuras. Justo delante de mí había un pequeño terraplén que quedaba oculto desde la casa pero que estaba ligeramente iluminado por las luces de la calle.
Silvia y Miguel no tardaron en aparecer. Él estaba medio contento y no perdió el tiempo en preliminares. Agarró a Silvia por el culo y empezó a besuquearla en el cuello antes de comerle la boca con vicio. Mi primera reacción fue de furia y estuve a punto de saltar sobre él pero justo cuando iba a salir de mi escondite vi que Silvia tenía la mano metida en los pantalones de Miguel y la movía arriba y abajo ostensiblemente. Eso volvió a tumbar la balanza de mis emociones. La trempera de Miguel debía empezar a resultarle molesta y dejó un momento el culo de Silvia para poder desabotonarse los pantalones, que cayeron sobre la hierba, y bajarse los calzoncillos. Recuerdo que me sorprendió descubrir que no estaba exactamente dura, sino que estaba más bien morcillona y flexible como una manguera. Debían ser perfectamente 25 centímetros de carne que Silvia masajeaba con energía, desplazando su mano por el tronco y rodeándola ligeramente con los dedos, haciendo que ésta culebreara por su antebrazo. Miguel tampoco estaba perdiendo el tiempo y ya había levantado el vestido por encima de la cadera, revelando el sexo desnudo de Silvia.
No pude evitar el latigazo en la rabadilla y mi polla dura casi al momento. Silvia seguía trabajando la polla de Miguel que no acababa de ponerse dura pero que ya parecía buscar el camino hacia el sexo de mi novia. Casi por azar la polla de Miguel empezó a llamar a la puerta del coño de Silvia y los labios de su vulva se abrieron rodeando y engullendo el glande mientras con las manos ella continuaba masturbando el tronco en toda su longitud. Sin esfuerzo la polla de Miguel penetró en mi novia, primero un tercio, después la mitad, mientras él no dejaba de manosear el culo de Silvia. Y por fin Silvia levantó una pierna de una forma imposible para permitir un mejor ángulo al pene de Miguel que pasó su brazo por debajo de la rodilla de Silvia y con un par de empujones hundió completamente su miembro en el sexo de mi novia.
Llegados a ese punto yo estaba tan caliente que si no fuera por el miedo a ser descubierto me hubiera sacado la polla allí mismo y me hubiera masturbado a muerte pero aguanté acurrucado, viendo como Miguel clavaba hasta el fondo su larga morcilla en Silvia con cada embestida mientras ambos se comían a besos, sus respiraciones entrecortadas. Por suerte la sesión de sexo no duró demasiado y en apenas dos minutos de toma y daca oí como él rugía y hundía su polla hasta que sus huevos se aplastaron contra el culo de Silvia, escupiendo su semilla en las profundidades de su vientre. La corrida duró un minuto largo durante el cual los dos se mantuvieron tensos en equilibrio precario, Miguel con las piernas abiertas para mejorar su estabilidad y Silvia con un solo pie en el suelo, el otro colgando sobre el brazo de él y cogida con fuerza a su culo, como intentando mantener su pene lo más dentro posible.
Cuando por fin Miguel dejó caer la pierna de Silvia y sacó la polla de su sexo, un chorretón de esperma empezó a caer por el interior de los muslos de mi novia. Aún se apretujó una vez más contra Silvia mientras le metía de nuevo la lengua en la boca, restregando su polla contra los muslos de ella ya cubiertos de un pringue viscoso. Después se volvió a subir los calzoncillos y los pantalones y se guardó la polla mientras le decía a Silvia que fuera tirando ella primero, que él se esperaba un par de minutos para no provocar sospechas. Vi como Silvia cogía una hoja del suelo y se limpiaba mínimamente antes de bajarse la falda y alejarse hacia la casa no sin antes echar un vistazo hacia donde sabía que yo estaba.
Yo también tuve que esperar agazapado entre los arbustos mientras Miguel se tocaba la entrepierna colocándose el paquete. Después encendió un pitillo y a la luz del mechero pude comprobar que sonreía maliciosamente.
Cuando volví al salón Silvia me estaba esperando con el bolso en la mano. Nos despedimos de todos, incluso de Miguel que aún tenía esa sonrisa en los labios mientras me daba la mano, y salimos de la casa. Subimos al coche en silencio y arranqué. La calle estaba pobremente iluminada y unos cien metros más adelante giré a la derecha por un pequeño callejón al que daban los jardines de unos adosados. Paré y salí. Rodeé el coche por delante y abrí la puerta del copiloto. Silvia me miraba sorprendida. Le tendí la mano para que saliera y cuando estuvo fuera la empujé contra el lateral intentando controlar la fuerza. Lanzó una débil queja que callé con un beso antes de darle la vuelta, subirle el vestido y clavarle la polla. Su vagina aún lubricada por el semen de Miguel rodeó mi polla exprimiéndola desde el primer envite. Sabía que no podría aguantar demasiado pero ella tampoco. Nos corrimos casi a la vez jadeando sonoramente, mientras los faros del coche iluminaban la calle desierta.
Fin del capítulo 7