Te reto - Capítulo 06 - El punto de inflexión

Es ese momento en el que lo que era una cosa pasa a ser otra, y no porqué no se vea venir tiene menos de sorprendente....

Después de la sesión de masaje con Tyler algunas cosas cambiaron. Por aquel entonces los retos se habían convertido en más que un excitante juego, eran casi una adicción. Conforme iban pasando los días el mono iba en aumento y ambos buscábamos situaciones comprometidas, falsos accidentes. Sílvia vestía más provocativa que nunca y ya no le importaba lo que pensaran las vecinas, incluso había dado algún espectáculo privado en el ascensor a alguno de sus maridos, plantándoles los pechos justo bajo su mirada, mostrándoles un canalillo por el que se llegaba a ver el ombligo y disfrutando viendo cómo casi se les salían los ojos de las órbitas. Yo temía por los pobres hombres, porque la mayoría eran de sesenta para arriba y me preocupaba que no les diera un infarto y se nos quedaran allí mismo, pero a la vez me excitaba sobremanera la nueva y desinhibida faceta de Sílvia.

Pero también empecé a notar otros cambios que afectaron a nuestra relación sexual. De pronto me dio la sensación de que yo ya no me bastaba para satisfacerla, de que no era suficiente. Cuando hacíamos el amor me reclamaba que la penetrara con fuerza, hasta el fondo, sin parar. Saltaba sobre mi y me cabalgaba sin perdón, sin importarle que me estuviera haciendo polvo la polla. Incorporamos posturas que yo no había visto en ninguna peli porno y que me obligaban a sudar la gota gorda haciendo ejercicios de equilibrio. Si me corría dentro me gritaba que no parase de follarla. Si me corría en su vientre o entre sus pechos extendía mi leche por su piel y enseguida se volvía a meter mi polla en la boca para volver a ponerla dura. Me exigía que la poseyera brutalmente por todos los agujeros disponibles una, dos, tres… tantas veces como fuera necesario hasta que yo ya no podía más y caía rendido. Más de una vez, mientras intentaba recuperar el pulso y el oxígeno, oía como Sílvia se masturbaba hasta provocarse ese último orgasmo que yo no había podido darle.

Un día cuando volví del curro noté a Sílvia especialmente extraña y callada. Rehuía mi mirada y me respondía con monosílabos. Después de cenar nos sentamos en el sofá y Sílvia puso la TV en una cadena que daban uno de esos programas de zapping. Pasamos unos minutos en silencio hasta que me aventuré a preguntarle qué le pasaba, si todo iba bien en el curro. Me miró sin enfocar, volvió a mirar la tele y entonces se puso a llorar. Durante los siguientes minutos Sílvia estuvo llorando sin consuelo y balbuceando cosas sin sentido mientras yo intentaba calmarla. Poco a poco empecé a entender algo de lo que decía, primero palabras sueltas: gimnasio, ansia,... Cuando por fin se calmó lo suficiente como para que su respiración se normalizara y su voz fuera menos entrecortada, me cogió de las manos y me pidió perdón. Después empezó a explicármelo todo, palabra a palabra, línea a línea, mientras con sus ojos vidriosos buscaba una reacción en los míos.

Esa mañana se había despertado vacía, necesitada de algo intangible, difícil de definir. Cuando yo me marché a trabajar ella se había quedado en el sofá con una taza de café con leche en las manos que se había enfriado sin siquiera haberle dado un sorbo. Se sentía ansiosa y tenía frío. Decidió llamar al trabajo con una excusa cualquiera para poder quedarse en casa, no tenía ganas de salir a la calle. Pero a media mañana cambió de idea. No sabía cuál había sido el motivo pero de pronto se encontró vestida de deporte yendo hacia el gimnasio. Una vez allí pasó por el vestidor a dejar la bolsa y quitarse la sudadera antes de dirigirse a la sala de máquinas. No tenía objetivo, no era nada consciente, pero se encontró en medio de la sala buscando a alguien entre los pocos usuarios del gimnasio a esa hora. Algunos le devolvieron la mirada sin ahorrarse también echarle un buen vistazo a su cuerpo. Pero ella pasó de todos.

Un poco decepcionada por no saber qué hacía allí se dirigió a las bicicletas estáticas con la intención de quemar un poco de la frustración que sentía. Estuvo veinte minutos corriendo hasta que un moscardón se puso en la bicicleta de al lado y empezó a darle conversación a la vez que no perdía ocasión de echarle un ojo al rebote de sus pechos. Pensó en darle un pequeño espectáculo pero no tenía ganas y optó por pasar de él y cambiar de máquina. Pasó por el contractor de pectorales y después la máquina de remo. En cada una de ellas tuvo visitas de usuarios del gimnasio que se acercaban a hablar con ella. Siempre era la misma cantinela: que si necesitaba ayuda, consejos para mejorar su técnica, piropos más o menos trabajados,... al final lo que todos querían era saber qué posibilidades tenían y cuando descubrían que ninguna la dejaban tranquila, satisfechos de haber por lo menos podido echarle un vistazo, fantaseando con su culo o lo poco que su top de deporte ocultaba a la vista.

Llevaba apenas cinco minutos en la máquina de abductores cuando otro tío se le acercó y la saludó. Ya estaba cansada, de los pesados del gimnasio pero también físicamente. Sudaba por todas partes y para más INRI el trabajo con los abductores la estaba poniendo caliente. Se giró hacia él con la intención de soltarle un moco pero entonces se paró en seco al reconocer a Tyler.

En ese momento de su narración el corazón me dió un vuelco y Sílvia se calló mirándome fijamente. Hasta ese momento había seguido la explicación de Sílvia como quien escucha al otro explicarle cómo había sido su día en el curro. Pero la aparición de Tyler en la historia lo cambiaba todo. Era evidente que era a él a quien Sílvia, consciente o inconscientemente había ido a buscar al gimnasio. A partir de ese punto la historia se me hizo más difícil de digerir.

Sílvia sí se había dejado aconsejar por Tyler sobre cómo mejorar el esfuerzo de sus abductores. Sus manos en sus muslos, mostrándole donde se concentraba el trabajo muscular, poco habían ayudado a calmar la creciente comezón que sentía en su entrepierna. La proximidad de Tyler era a la vez natural y terriblemente excitante. Al fin y al cabo no hacía mucho que este había recorrido prácticamente todo su cuerpo con esas manos grandes y fuertes. Pero era ese “prácticamente” el origen de su agitación. Cambiaron posiciones y él se sentó en la máquina de abductores. Sílvia se encontró admirando de nuevo el musculado cuerpo del masajista, sus imponentes brazos, el ancho cuello y esos pectorales aumentados. Él le estaba explicando cómo mantener la tensión en los muslos durante todo el ejercicio. Pero ella poco entendía de lo que le decía. Allí a lado, a apenas unos centímetros de donde se supone que debería estar mirando, un indiscutible bulto dejaba constancia de que él tampoco era insensible a la presencia de ella. Se sintió azorada al constatar que Tyler no llevaba nada debajo de las mallas negras que vestía. El perfil de sus huevos y de su polla dura eran perfectamente distinguibles.

La cabeza le empezó a dar vueltas, se mareó, estuvo a punto de caer. Pero Tyler la cogió a tiempo. De pronto se encontró con la cara apoyada contra su ancho pecho, cogida de su brazo para no caerse, notando la contundencia de los músculos de él contra su cuerpo. Y se dejó hacer. Tyler la llevó a la enfermería pero a esas horas no había nadie de turno. Le dijo que esperase un momento que iba a buscar al encargado para pedirle la llave del botiquín pero ella le pidió que no la dejara sola. Y así fue como pasó.

Entre sollozos Sílvia me explicó que ella le había besado primero. Que después él la había abrazado y que jamás se había sentido tan completamente protegida. Entonces se abandonó. Tan solo recuerda fragmentos de la siguiente hora. Primero Tyler desnudandola, acariciándola, manipulando sus pechos y después su sexo. La cabeza de Tyler entre sus piernas, su lengua jugando con su clítoris y la tremenda sensación de libertad con el primer orgasmo. Después su polla dura brincando libre del elástico de las mallas. La recuerda pequeña comparada por el portentoso marco de su cuerpo pero la notó dura y caliente cuando la penetró. El ruido de la camilla con sus embestidas y como al final él la cogió en volandas y empezó a elevarla y dejarla caer sobre su polla con absoluta facilidad. Le rodeó el torso con brazos y piernas, abriendo de par en par su coño mientras él la cogía de los glúteos e introducía un par de dedos en su ano provocando el segundo orgasmo.

Así habían seguido follando un buen rato. Él manipulandola a su antojo y ella dejándose hacer, abrumada por la potencia de su cuerpo. Hasta que finalmente, después de un par de orgasmos más de Sílvia, Tyler se corrió en su interior, empalandola mientras la sostenía en el aire cogida por la cintura. Notó como su esperma la quemaba por dentro a la vez que sentía un nuevo orgasmo crecer en su interior. Después cayó rendida en la camilla.

No recuerda exactamente qué pasó a continuación pero de alguna forma llegó hasta las duchas del vestuario de mujeres y allí empezó a recuperarse. Mientras dejaba que el agua caliente templase su dolorido cuerpo comenzó a tomar conciencia de lo que había pasado. La sensación de vacío de la mañana había desaparecido. Se sentía completamente follada. Colmada de sexo. Pero en su lugar surgió un desasosiego aún mayor. Una sensación de culpabilidad que no había hecho sino crecer a lo largo del día. Hasta hacerse insoportable.

Cuando yo le pregunté se había derrumbado y supo que la única salida era confesarlo todo. Ahora me miraba buscando mi comprensión, mi perdón. Cada relación es diferente y quizá no todo el mundo lo entienda pero yo tenía la certeza de que Sílvia me amaba y la única respuesta que me salía del corazón era abrazarla y besarla, tranquilizándola entre mis brazos, mientras Sílvia rompía a llorar de nuevo.

Esa noche en la cama soñé que Tyler follaba a Sílvia despiadadamente. Su cuerpo era una poderosa máquina de follar. Todos sus músculos piezas de un complicado engranaje orientado a penetrar más rápido y más profundamente el sexo de mi novia. Sílvia estaba en un continuo orgasmo, con las manos agarrando con fuerza la camilla y la cabeza tirada para atrás. De su coño parecía salir humo. Después Tyler sacó la polla de dentro justo cuando ésta empezaba a escupir semen como si de lava de un volcán se tratase. El blanco y viscoso elemento volaba sobre el cuerpo de Sílvia y caía por todas partes. Tiras blancas de esperma cubrían su cuello, sus pechos y su vientre. Empezaron a formarse pequeños charcos en las hendiduras de su cuello y en su ombligo.

Y me desperté. Sílvia dormía sobre mi pecho, que subía y bajaba por la excitación. Noté la erección en mis pantalones e introduje la mano por debajo del elástico para encontrarme con lo que sospechaba: un viscoso líquido manchando el pantalón, resbalando por mi polla aún dolorosamente rígida y enredándose en mi vello púbico. Fue eso y no la infidelidad de Sílvia lo que marcó un punto de inflexión en nuestra relación.

Fin del capítulo 6