Te reto - Capítulo 05 - El masaje

Pocas cosas más eróticas que un masaje con aceite...

La excitación de nuestra última aventura en el metro duró varios días. En nuestros escarceos le susurraba a Sílvia al oído lo caliente que me había puesto verla masturbar al pobre muchacho. Su mano en esa polla dura y palpitante, ordeñando hasta la última gota de esperma entre sus dedos. Sílvia me miraba desafiante y rebotona mientras mis palabras la llevaban al orgasmo.

Pocos días después de aquello Sílvia tuvo un pequeño accidente doméstico intentando llegar a un bote de harina en una de las repisas del mueble de la cocina. No fue nada grave pero al poco rato empezó a notar un dolor grave en el hombro izquierdo. Se tomó un ibuprofeno pero la cosa no mejoró y fuimos al CAP del barrio. Allí, después de esperar más de dos horas nos dijeron que era un esguince y que lo suyo era reposo, antiinflamatorio para el dolor y masajes musculares.

Esa noche prácticamente no durmió. Los ibuprofenos no parecían hacer nada así que decidimos buscar un masajista. Pensamos en contactar con un par de gimnasios cercanos para ver si hacían sesiones de masaje y podíamos coger hora para ese mismo día. Al acceder a la web del primero de ellos nos dimos cuenta de que la oferta era muy variada y que incluso hacían masajes a domicilio. Nos pareció una idea genial y llamamos al número de información. Por suerte uno de sus masajistas, Tyler, tenía un par de horas libres esa misma tarde.

Cuando poco antes de las 5 sonó el timbre y abrí la puerta no pude reprimir la sorpresa. Tyler era un hombre de unos treinta años, ojos oscuros y mejillas y cráneo perfectamente afeitados. Vestía una elegante camisa clara de cuello Mao con discretas rayas verticales y unos pantalones negros y cortos. Pero lo que llamaba la atención era su tamaño: debía medir más de metro noventa y era ancho como un armario. El cuello apenas le cabía por el agujero de la camisa y bajo la tela se adivinaban músculos de superhéroe.

Mientras yo estaba allí parado como un pasmarote repasando su físico, Tyler me miraba expectante. - Vengo del gimnasio - me dijo - para un “massage”. - Pronunció “massage” a la francesa pero tenía un marcado acento americano. - Sí, entra. - conseguí decir por fin mientras le franqueaba el paso al piso. Tyler entró y dejó un par de bultos en el recibidor, una pequeña maleta y lo que parecía ser una camilla plegable. Al incorporarse me tendió la mano y se la apreté intentando hacerlo de la manera más sólida y fuerte que me fue posible. Entonces se dió cuenta de la presencia de Sílvia mirándole desde la puerta al comedor. Se dirigió hacia ella con la mano extendida.

El contraste entre ambos era espectacular. Tyler debía ser treinta centímetros más alto que Sílvia y como el doble de ancho. Fácilmente debía llegar a los 120 kilos mientras que Sílvia apenas pasaba de los 60. Pude comprobar como Sílvia, igual que yo antes, repasaba el cuerpo de Tyler de arriba a abajo con una mirada a medio camino entre la sorpresa y la admiración. El encanto se rompió cuando Tyler le apretó la mano y Sílvia no pudo reprimir un gesto de dolor.

  • Ya veo, ¿esguince o luxación? - preguntó. Le contestó que en principio un esguince y el asintió. A continuación nos explicó que él realizaba masaje californiano, muy orientado a relajar y resituar la musculatura y que aunque evidentemente no le curaría el esguince sí que aceleraría el proceso de curación y reduciría el dolor.

A continuación nos preguntó donde podía poner la camilla. El comedor parecía ser el lugar más amplio y cómodo y allí empezó a montarla. Mientras acababa de ajustar las patas de la camilla y los diferentes accesorios le dijo a Sílvia que se pusiera algo cómodo y se quitara los sostenes si los llevaba. Vi como Sílvia se ruborizaba ligeramente ante las instrucciones de Tyler y después desaparecía en dirección a la habitación. Me quedé mirando cómo realizaba los últimos preparativos y después fui a buscar a Sílvia con la excusa de que igual necesitaba ayuda ya que no podía mover mucho el brazo.

Al entrar en la habitación vi a Sílvia sentada en la cama de espaldas a la puerta con las piernas abiertas. Tardé un par de segundos en darme cuenta de que tenía la mano derecha dentro del pantalón. Me acerqué intentando no hacer ruido pero debió percibir mi presencia y retiró la mano. - Vaya pedazo de cuerpo tiene el amigo, ¿no? - le dije mientras me sentaba a su lado. El rubor en sus mejillas era un asentimiento tácito. - Debe hacer unos masajes espectaculares, - continué - sensuales…- Sílvia me miraba sin decir palabra. - Creo que podría ser interesante añadir un poco de picante. Quizá es una oportunidad para apostarnos algo…

Sílvia me sonrió pícara. El reto estaba servido. Se puso en pie sin decir nada, mientras se quitaba la camisa y los pantalones del pijama y las bragas y lo dejaba todo en el cubo de la ropa sucia. Completamente desnuda, pasó por delante mío antes de inclinarse a rebuscar en los cajones del armario mostrándome su culo y su sexo rasurado, del cual asomaba una pequeña almendra de carne. Si no fuera porque no estábamos solos en casa hubiera saltado encima de ella en ese mismo momento. Finalmente se incorporó con un par de piezas de ropa en la mano. - Voy un segundo a la ducha… - y salió de la habitación sin preocuparse de taparse. Salí detrás de Sílvia y la vi entrar en el baño. Al fondo Tyler estaba de espaldas buscando algo en su maletín que había abierto encima de la mesa del comedor.

Volví con Tyler y vi que se había quitado la elegante camisa y que debajo llevaba una camiseta blanca de tirantes. La camiseta, que dejaba al aire sus brazos y sus hombros, hacía lo que podía para contener la masa muscular del hombre, pero lo que podía no era mucho y sus pectorales, bastante más voluminosos que los de Sílvia, se marcaban contra la tela como si llevara un airbag incorporado.

Sílvia regresó en un par de minutos cubierta con una toalla de ducha. - Perdona, me ha parecido conveniente pasar primero por la ducha. - le dijo. Él sonrió y le indicó que se tumbara de espaldas en la camilla con los brazos a ambos lados del cuerpo. Me acerqué para ayudarla pero Tyler ya le había cogido la mano y la estaba acompañando a la camilla. Sílvia se subió como bien pudo y no sin un gesto de dolor deshizo el nudo de la toalla antes de tumbarse. Tyler entonces retiró la toalla de su torso doblándola sobre la parte inferior de manera que cubría sus nalgas.

Yo me senté en el sofá mientras Tyler se aplicaba aceite de masaje en las manos y comenzaba a extenderlo suavemente por la espalda de Sílvia. Estaba excitado por la situación pero también por descubrir qué tenía pensado Sílvia. Tyler movía sus grandes manos sin prisa pero sin pausa por el cuerpo de mi novia. Primero toda la espalda sin centrarse especialmente en la parte dolorida, después le cogió las manos y extendiendo los brazos recorrió sus músculos desde el hombro hasta los dedos trabajando también las palmas de las manos. Mientras amasaba el cuerpo de Sílvia Tyler estaba en absoluto silencio, concentrado en su trabajo.

Entonces le pidió que levantase los brazos y apoyase la cabeza sobre las manos mientras él se situaba a la cabeza de la camilla y se ponía más aceite. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el pecho de Sílvia apretado contra la camilla, rebosando hacia los lados por la falta de espacio. Tyler empezó a recorrer su espalda desde la base del cuello hasta que sus dedos se perdían unos centímetros bajo la tela de la toalla después rotaba la mano y hacía el camino de vuelta por el lateral de su torso, acariciando sin pudor esa parte de la anatomía de Sílvia que me resulta tan erótica. Repitió el movimiento quizá diez veces, inclinándose ligeramente sobre el cuerpo de Sílvia para llegar hasta el principio de su culo antes de volver a incorporarse. En cada pasada, su pecho izquierdo, el que yo veía desde el sofá, dorado y brillante por el aceite, se comprimía bajo la presión de los dedos del masajista.

Después Tyler pasó a trabajar las piernas. Se movió hasta el lateral opuesto a donde yo estaba y desdobló las toalla para tapar la espalda de Sílvia, supongo que para que ésta no se enfriase. Pero la toalla no era suficientemente grande y para cuando la tuvo tapándola hasta los hombros apenas cubría su rabadilla y el principio de su culo. Fue entonces cuando me di cuenta de algo que Tyler ya parecía saber puesto que ni se inmutó: Sílvia estaba completamente desnuda bajo la toalla. No sé, supongo que pensé que llevaría una braguitas o un tanga pero no. Su goloso culo estaba completamente expuesto y ni tan solo parecía preocupada de cerrar las piernas como para proteger su sexo de la mirada de Tyler. O quizá fuera todo lo contrario.

Tyler añadió aún más aceite y mientras trabajaba pies, gemelos, rodillas, muslos y glúteos debía tener una visión espectacular del sexo de Sílvia, rasurado y estoy convencido de que también henchido y sonrosado de excitación. Cada vez que Tyler recorría sus muslos éstos se distanciaban un poco más e incluso parecía que su culo se alzaba ligeramente. Sus manos manipulaban sus nalgas, elevándolas y separándolas, descubriendo en cada rotación el agujero de su ano.

Después de unos minutos eternos en los que yo estaba tan tenso que ni siquiera me moví para resituar mi polla, que se apretujaba dolorosamente dentro de mis calzoncillos, Tyler le pidió a Sílvia que se pusiera boca arriba. Sílvia empezó a girarse poco a poco mientras Tyler volvía a situar la toalla sobre su pelvis aguantándola contra la camilla para evitar que se cayera. Después cogió el aceite y echó una generosa cantidad en su vientre y entre sus pechos. Recogió un poco del aceite con la mano y empezó a trabajar el hombro dolorido.

Las manos de Tyler se movían en círculos alrededor de la articulación del hombro, tan cerca de sus pechos. Cambió de hombro mientras le comentaba a Sílvia que la musculatura estaba bien y que no tardaría en curársele. Sílvia asintió más concentrada en sus manos que en su boca. Cuando el segundo hombro estuvo caliente pasó las manos un segundo por su cuello antes de separarlas hacia los lados y hacerlas bajar por su torso, dejando sus pechos entre ellas y provocando que estos se unieran dibujando un lujurioso canal de carne.

En ese momento yo no sabía si salir corriendo y desaparecer, golpear a Tyler con todas mis fuerzas (hubiera sido muy mala idea) o proponerle un tórrido ménage à trois. Pero me quedé allí quieto, viendo como Tyler extendía el aceite con sus manos sobre el vientre y las caderas de Sílvia, como poco a poco acercaba sus movimientos a los pechos para empezar a rodearlos, dibujando su volumen por el exterior y por el interior antes de posar sus manos sobre los músculos pectorales y amasarlos con movimientos firmes desde la base del cuello hasta los pezones, que ya no podían estar más duros ni más protuberantes.

Sílvia había cerrado los ojos y abierto ligeramente la boca, dejándose hacer. Absorta en el cada vez más inclemente tratamiento a que Tyler estaba sometiendo sus exuberantes pechos, rodeándolos y cubriéndolos con sus manos, apretándolos contra su torso y el uno contra el otro para volver a recorrer el cauce entre ellos y alzarlos y comprimirlos otra vez entre sus dedos. Estoy seguro que si en ese momento Tyler se hubiera dedicado a masajear también su sexo, a separar los labios de su vulva y pellizcar el clítoris, a frotar con sus poderosas manos su perineo, rodeando la entrada de su ano,... estoy seguro que Sílvia se hubiera dejado. Quizá fuera la profesionalidad de Tyler, quizá mi presencia, pero el masaje no llegó a más.

La sesión duró diez minutos más. Donde Tyler se dedicó a relajar de nuevo el cuerpo de Sílvia, pasando sus manos lentamente por todo él. Después hizo levantarse a Sílvia, que se tomó su tiempo para volver a taparse con la toalla, dándole a Tyler una última oportunidad de admirar su cuerpo mientras éste recogía. Le pagué y le acompañé a la puerta.

Cuando volví al comedor me encontré a Sílvia tirada en el sofá, sin la toalla, masturbándose furiosa en medio del orgasmo más rápido de la historia. Me incliné sobre ella y la ayudé a calmar su furor lamiendo su sexo y chupando el flujo de su orgasmo, ahora ya múltiple, penetrando su vagina y su ano con los dedos de la mano mientras ella se retorcía en el sofá, completamente dada, gimiendo y temblando bajo cada oleada de placer que recorría su cuerpo.

Fin del capítulo 5