Te reto - Capítulo 04 - En el metro
Sube el tono de la situación de nuestra pareja, esta vez con la colaboración pasiva de un afortunado (o no) aficionado del Barça.
Coger el metro después de un partido del Barça es la experiencia más parecida a pillar el metro de Tokio en hora punta. La marabunta se agolpa en las entradas y las escaleras a los andenes se bajan en bloque. Esperar el metro en el andén tiene un punto de deporte de riesgo y después hay que echar aire para caber mejor emparedado entre 4 personas más. Además, seguramente el aire acondicionado no esté encendido, ¿para qué?
En esas nos encontramos Silvia y yo después del partido de pretemporada en que se presentaba el último gran fichaje del club. Era una situación excepcional puesto que vivimos cerca del campo pero ese día habíamos quedado con unos amigos para salir después del partido. Dejamos pasar un convoy que iba a reventar y nos situamos en primera línea para poder coger el siguiente, Silvia delante y yo detrás, abrazándola por la cintura. Cuando llegó el metro empezaron a empujarnos desde atrás hasta que quedamos encajonados junto a la puerta del lado opuesto del vagón. Cuando el tren pudo cerrar las puertas después de un par de intentos fallidos y arrancó acabamos de situarnos todos.
Pero como no hay mal que por bien no venga, aproveché la coyuntura para apretarme bien al fermoso cuerpo de mi novia. Mi paquete quedaba a la altura de su culo redondo. Recuerdo que llevaba uno de esos pantalones elásticos ajustadísimos y podía notar perfectamente como mi pene encajaba en la raja de su culo ayudado por el vaivén del vagón.
En éstas estaba yo que me fijé en el chico que tenía Silvia delante. El apelotonamiento de la entrada les había situado uno al lado del otro y ligeramente encarados. Llevaba la camiseta de la segunda equipación del Barça de ese mismo año y una bufanda con la senyera por un lado y blaugrana por el otro. La piel clara y manchada por un ligero acné, ojos marrones y pelo entre castaño y rubio. Era de la altura de Silvia por lo que apenas podía ver más allá encajonado entre las puertas y mi novia. Y lo cierto es que no parecía querer ver más allá, tenía la mirada fija en la delantera de Silvia. A parte de los pantalones ajustados que yo ya estaba disfrutando, Silvia no vestía especialmente atrevida ese día, al fin y al cabo una camiseta de fútbol no es lencería erótica precisamente, aunque a algunos quizá les ponga. Pero aún así sus pechos destacaban descarados en su cuerpo, la camiseta le quedaba ciertamente ajustada y la cara del chaval estaba a apenas un palmo de ellos, imposible no admirarlos.
Parece que le gustas al chaval… - le susurré al oído. Ella giró levemente la cabeza para hacerme una mueca con la comisura del labio. - No seas tan dura… - continué - no le debe estar resultando fácil tenerte tan cerca… -. El metro seguía moviéndose y mi paquete frotándose contra sus nalgas. - Quizá le podrías echar una mano… - Silvia se giró bruscamente buscándome la mirada justo en el momento en que el metro tomó una curva y mi vecino de atrás cayó sobre mi, que caí sobre Silvia que cayó sobre el pobre muchacho oprimiendole contra la puerta con sus pechos.
No está mal para empezar - le dije medio en broma, pero vi que no me hacía mucho caso. Estaba mirando de reojo hacia abajo, hacia la más que evidente erección de nuestro compañero de viaje, que se manifestaba bajo la tela de su pantalón de deporte. El chaval intentaba aparentar normalidad pero estaba evidentemente excitado, no solo por la tienda de campaña en su entrepierna, también su cara estaba más colorada y una gota de sudor caía por su patilla. - Quizá te podría retar a … - pero no sabía muy bien qué proponerle.
Para mi sorpresa no hizo falta proponer nada, Silvia me miraba de reojo y me dí cuenta de que también ella estaba más sonrojada. Volví a mirar hacia abajo para descubrir que la mano derecha de Silvia rozaba el bulto que exhibía el chico en su pantalón. El movimiento del vagón hacía que ésta fuera dando pequeños golpecitos contra el paquete del chaval pero no costaba darse cuenta de que no eran completamente involuntarios. Silvia empezó a acariciar el pene del chico con el dorso de la mano a través de la tela del pantalón.
El metro volvió a parar en una estación y todos caímos de nuevo sobre el pobre adolescente. Cuando recuperamos el equilibrio y Silvia y el chico volvieron a separarse miré hacia abajo y Silvia tenía cogida su polla con la mano. Aún hoy no sé como lo hizo. En un rápido movimiento debió introducir la mano libre entre el elástico del pantalón hasta encontrar los gallumbos y tirar de los dos hacia abajo hasta dejarlos anclados debajo de los huevos. La tensión de la cinta le levantaba los testículos que se habían situado a ambos lados de su polla, que apuntaba hacia arriba, dura como un hierro, sorprendida por la inesperada libertad y sobretodo por la suave mano de Silvia.
El chaval no sabía donde meterse. Miraba alrededor para comprobar que no había nadie que pudiera darse cuenta de lo que pasaba en ese pequeño espacio, pero sobretodo me miraba a mi. Por supuesto. Estaba claro que Silvia iba conmigo, aún la tenía cogida por la cintura, de hecho cada vez más fuerte, apretandola contra mi para que notara mi propia y creciente erección entre sus glúteos.
Mientras yo la cogía con fuerza Silvia empezó a masturbar al chico poco a poco. Su polla no era especialmente gorda o larga. Quizá 15 o 16 centímetros. Pero los huevos impedían que la mano de Silvia pudiese recorrer toda su longitud. Rodeaba la base del glande con el índice y el pulgar, que no llegaban a tocarse por unos pocos milímetros y después bajaba por el miembro arrastrando la piel del prepucio hasta que que su palma chocaba con los huevos, cubiertos, al igual que la base de su pene, por un vello claro y no muy largo.
A las pocas embestidas el chico empezó a jadear en silencio. Tenía los puños apretados y el bajo vientre y su polla temblaba espasmódicamente. No tardaría mucho en correrse. Una estación más y de nuevo Silvia apretujada contra el chico, su pene apretado contra el muslo de ella, o quizá contra su entrepierna. Me apreté más contra ella, mi propia polla recorriendo una y otra vez el camino entre sus glúteos. Entonces levanté la mano y le agarré el pecho derecho a través de la camiseta. Al chaval se le salían los ojos. Bajo la presión de mis dedos su pecho se adivinaba grande y jugoso. Fué más de lo que podía aguantar.
Primero salieron un par de gotitas claras que colgaron de la punta de su pene hasta que la mano de Silvia las sacudió con una nueva embestida y enseguida empezó a eyacular gruesas tiras de semen que fueron a parar a la puerta metálica y al suelo. Los tres nos quedamos absortos en la copiosa corrida. Cuatro, cinco, seis, siete descargas blancas y viscosas que empezaron a resbalar por la puerta del vagón. Silvia no dejó en ningún momento de masturbarle, notando su miembro latir con cada ráfaga hasta que éstas se convirtieron en estertores y un pequeño poso de esperma se empezó a formar entre el glande del chico y la mano de Silvia.
El adolescente parecía no ser capaz de mantenerse en pie, las piernas le temblaban y se agarraba a una de las barras del vagón con tanta fuerza que tenía el puño blanco. El metro empezaba a frenar al acercarse una nueva estación y Silvia dejó caer suavemente su polla, que empezaba a menguar, sin preocuparse por volver a guardarla dentro del pantalón y se limpió la mano manchada de semen en la camiseta del Barça del chaval.
Entonces el metro paró y para horror del chico las puertas de nuestro lado se abrieron. Yo empujé a Silvia y salimos del vagón alejándonos rápidamente por el andén mientras oíamos los gritos de una mujer detrás nuestro: “¡Guarro! ¡Pervertido!”.
Fin del capítulo 4