Te reto - Capítulo 03 - En el restaurante
Nuestra pareja sigue con sus retos picantes, que en esta ocasión tienen como escenario un restaurante y como actor invitado un camarero con suerte.
Como cada año había llegado el 22 de septiembre. Un día especial para Sílvia y para mí. Celebramos el aniversario del primer beso, decididamente casto para los estándares de nuestra relación actual. Normalmente aprovechamos la excusa para vestirnos bien e ir a la pizzería de la plaza que tanto nos gusta. Ese año no iba a ser diferente pero movido por los recientes acontecimientos decidí añadir algo más picante a nuestra velada.
Llegué a casa hacia las 7 y media de la tarde, cargado con el portátil de la oficina y una bolsa de plástico completamente negra. Antes había llamado a Sílvia por teléfono disculpándome porque iba a llegar un poco tarde porque tenía que pasar a recoger un regalito para ella y me estaba esperando impaciente. La hice sentarse en el sofá delante de mí y le propuse un juego: esa noche cada uno escogería la ropa del otro. Sílvia me miró suspicaz mientras echaba miradas de reojo a la bolsa. Me dijo que no saber lo que había en la bolsa la dejaba en inferioridad pero no cedí y le dije que si quería el regalo tenía que aceptar el juego.
¡Te reto! - le dije sonriendo sabiendo la magia de esas palabras. Entonces me miró socarrona y me advirtió que el reto era mútuo y que yo también debía aceptar las reglas de mi propio juego. Hecho.
Le pedí que me acompañara al dormitorio y allí abrí su armario. Me costó un poco encontrar lo que buscaba: un peto-falda negro de algo parecido a la felpa y una camisa blanca de botones. Puse ambas prendas sobre la cama ante la mirada extrañada de Sílvia. Ahora venían los complementos. Ante la atenta mirada de Sílvia saqué de la bolsa un tanguita negro que básicamente era un triangulito de tela y dos tiras minúsculas. Después saqué unas medias negras con una banda de encaje a la altura del muslo y unos ligueros a juego. Sílvia sonreía divertida mientras jugaba con las diferentes piezas de su regalo de aniversario. - ¿Qué te parece? - le pregunté y se me acercó y me dió un beso sin dejar de sonreir. Entonces me agarró por la camiseta y me tiró sobre la cama.
Empezó a desnudarse hasta quedarse en pelota delante mio. Lo hizo poco a poco, casi como si fuera un striptease y sin dejar de mirarme. Yo me puse cómodo para gozar del espectáculo. Primero se puso el tanguita, tapando con cuidado su vulva rasurada. Se dió la vuelta para que pudiera admirar su culo atravesado únicamente por las dos ridículas tiras de tela. Aproveché para poner las manos en sus glúteos y separarlos levemente. Sílvia acompañó mi movimiento inclinándose hacia delante y mostrándome el agujero de su ano. Tenía una espectacular vista de su culo. Aparté un poco la tira para poner el pulgar sobre su perineo presionando sutilmente y noté como temblaba, pero cuando quise deslizarlo hacia el ano se reincorporó y se giró chascando la lengua y haciendo “no” con el dedo índice de la mano.
Puse cara de decepción pero ella no se conmovió y continuó poniéndose el liguero y después las medias que fue sujetando a las pinzas. Cuando acabó volvió girar sobre si misma mostrandome el efecto del conjunto. Estaba para saltar sobre ella, con sus grandes pechos al aire y la lencería super-sexy mostrando su culo redondo casi desnudo.
- Echo de menos unos sujetadores a juego - me dijo a continuación, pero antes de que decidiese ir a buscar unos de su armario le dije que ya iba bien así. Me volvió a mirar provocadora pero se puso la camisa sin protestar. Comprobé que había acertado de pleno con la camisa ya que le quedaba un poco estrecha dibujando perfectamente sus caderas y no llegaba a abotonarla hasta arriba dejando un escote generoso por el que parecían querer desbordar sus pechos. - ¿Me queda bien así? - preguntó mientras se recolocaba los pechos observando su propio canalillo. Evidentemente era una pregunta retórica que en todo caso no hubiera necesitado una respuesta verbal pero me limité a asentir y admirar lo que veía.
Antes de que se pusiera el peto saqué un último regalo de la bolsa y se lo di. Era un trozo de tela negro almidonada parecido a un salva-slips con un apéndice en un extremo del que colgaba una cápsula herméticamente cerrada que yo previamente había lavado y cargado con una pequeña pila. Lo miró extrañada hasta que entendió cómo debía ponérselo. Me miró falsamente escandalizada. - Es el último complemento - le dije. Se bajó un poco el tanga y se introdujo la cápsula en la vagina apoyando la tela sobre su monte de venus. Cuando se hubo recolocado todo quedaba bastante bien disimulado. - ¿Se pone así? - me preguntó y yo, que ya tenía la mano en el bolsillo, accioné un pequeño interruptor remoto. Sílvia dió un respingo y se llevó la mano a la entrepierna. - Parece que sí - le dije sonriendo y ella me devolvió la mirada azorada.
Por supuesto, tuve que aceptar la ropa que ella escogió para mi: una camisa azul oscura y unos pantalones de tela. Punto. Los pantalones no estaban mal, a mi también me gustaba la textura que tenían y la sensación de libertad que suponía huir del tejano aunque me temía que la combinación de su lencería y mi polla libre de sujeciones podía tener efectos “evidentes”. Pero al fin y al cabo ahí estaba el juego...
De camino al restaurante pude disfrutar de las ventajas del peto de Sílvia. Podía introducir la mano fácilmente por su espalda y acceder a su culo desnudo que magreaba sin pudor mientras esperábamos que el semáforo se pusiera verde rodeados de gente. Al principio Sílvia caminaba un poco incómoda pero poco a poco se fue acostumbrando a tener la cápsula introducida en su vagina. El mando estaba a buen recaudo en mi bolsillo, esperando el momento propicio para sacarle partido.
Cuando llegamos a la pizzería tuvimos que esperar cinco minutos a que liberaran una mesa. Mientras esperábamos nos hicimos mimos arrimados contra una pared como un par de adolescentes. Sílvia también aprovechó para notar mi culo a través de la tela del pantalón mientras apretaba sus pechos contra mi torso y me introducía la lengua en la boca. El resultado fue que cuando llegó el camarero para decirnos que ya podíamos pasar yo llevaba una tremenda trempera que Sílvia aún empeoró con un sutil pellizco mientras se giraba para seguir al camarero hacia el interior del local. Mientras pasaba al lado de las mesas llenas de gente intentaba disimular pero cualquiera que levantase la mirada de su plato podía darse cuenta de la tienda de campaña que llevaba puesta. Fui consciente de que al menos un par de personas se fijaron en mi entrepierna mientras ésta pasaba a la altura de sus ojos, un hombre de unos cuarenta y muchos que iba acompañado de una mujer bien vestida y una niña que jugaba a la consola y una chica de alrededor de 20 que estaba con dos amigas. Cuando pasé al lado de ésta última oí cómo le susurraba algo a sus amigas y las tres se pusieron a reír en voz baja. Evité girarme pero podía notar sus miradas en mi culo. Por suerte cuando me senté en la mesa que el camarero nos había preparado quedé de espaldas al pasillo evitando así las miradas de los posibles interesados en mi erección.
Estuvimos un rato mirando la carta mientras Sílvia se regodeaba en el pequeño espectáculo que acababa de dar. Pero cuando vinieron a tomarnos nota pasé a la segunda fase del plan. Casi siempre nos tocaba el mismo camarero, un chico de unos 30, norte-africano pero de ojos verdes, cara de Tom Cruise y sonrisa de gigoló. A Sílvia le caía bien y siempre acababan riendo por cualquier tontería. Era estadísticamente poco probable que casi siempre nos tocase él habiendo otros dos camareros en el local por lo que no hacía falta darle muchas vueltas para saber que él también buscaba esos momentos de flirteo suave con Sílvia. Nunca me había importado pero esa noche lo encontré especialmente indicado. Nada más llegar a nuestra mesa empezó a hablar con Sílvia, los típicos lugares comunes del “cuánto tiempo” y “te echaba de menos”. Era curioso como yo parecía ser invisible durante esos primeros segundos. Pero como buen gigoló el camarero no dejaba pasar la oportunidad de abrir camino y dejar caer un atrevido “hoy estás muy guapa” mientras le miraba el atrevido escote de la camisa. Vi como Sílvia sonreía y se sonrojaba y entendí que ese era el momento de apretar el botón del mando que guardaba en el bolsillo.
Sílvia se estremeció y abrió ligeramente la boca. Inmediatamente se inclinó hacia adelante apoyándose en la mesa y mordiéndose el labio inferior. Parecía estar haciendo esfuerzos para aguantar un gemido que le subía desde la entrepierna. Seguí accionando el botón cambiando entre los diferentes modos de vibración de la cápsula mientras pedía una pizza de salchichas y una sangría. El camarero pareció molesto por tener que sacar la libretita para anotar mi pedido. Sin dejar de mirarle el escote a Sílvia echó un vistazo a su reloj y apuntó la hora y el número de mesa en la cabecera de la hoja y después se volvió de nuevo hacia Sílvia esperando también su pedido. Se la veía concentrada en controlar su cuerpo y su voz mientras pedía una pizza cuatro quesos pero no pudo evitar un pequeño gemido coincidiendo con uno de los cambios de vibración del consolador. No sé qué debió pensar el camarero pero dudo que alguna vez le hubieran pedido una pizza de una manera tan voluptuosa: medio en susurros y respirando profundamente.
Cuando se hubo ido apagué el vibrador y Sílvia me miró airada, pero estaba preciosa con las mejillas sonrojadas y la mirada vidriosa. Llegó la sangría y dimos buena cuenta de la primera copa sin dejar de mirarnos. Cuando llegaron las pizzas hicimos mitad y mitad mientras hablábamos de cosas del curro, amigos, ideas,... De vez en cuando el camarero de los ojos claros pasaba a nuestro lado y yo me fijaba en que buscaba disimuladamente una mirada cómplice de Sílvia pero ella no daba muestras de darse cuenta.
Ya avanzada la cena, cuando estábamos acabando las pizzas le dije a Sílvia que tenía un poco abandonado a su amigo. Ella sonrió y buscó con la mirada al camarero que en ese momento estaba sirviendo otra mesa. Le dije que estaba convencido que ese chico cada noche se llevaba a una de las clientas de “fiesta” y Sílvia me miró alzando las cejas. No era tan descabellado, el chico era guapo y no tenía miedo a entrar. Sería interesante, continué, ver hasta dónde podría llegar, solo como un juego. A Sílvia le pareció gustar el reto y me preguntó cuál era el objetivo. - Bueno - le dije - el objetivo sería que te propusiera salir de fiesta con él -. Fácil, ¿no?
Sílvia sonrió y me miró pícara. Echó una nueva mirada hacia el camarero y cuando éste la vio le hizo un gesto de que se acercara. Se giró hacia mí y me guiñó el ojo derecho mientras se desabrochaba dos botones de la blusa. La miré con asombro mientras ella se observaba el escote asegurándose de que la perspectiva cenital fuera la mejor posible. Cuando el camarero estuvo junto a ella sacó pecho y le dirigió una mirada provocadora. - Nos puedes traer la carta de postres, ¿por favor? -. La perspectiva debía ser demasiado evidente y la mirada del chico se clavó en su escote por un par de segundos antes de reaccionar e ir a por la carta. Cuando volvió se esperó junto a la mesa a que escogieramos en vez de dejarnos tiempo para pensar. Evidentemente estaba disfrutando del espectáculo y no debía tener nada remotamente mejor que hacer. Sílvia se aseguró de que no perdiera detalle. Yo no podía saber qué era exactamente lo que veía pero estaba convencido de que debía ver suficiente carne como para darse cuenta de que no llevaba sujetadores y que le separaban apenas un par de centímetros de la visión de sus pechos desnudos.
Cuando se fue con la nota de los postres Sílvia me miró divertida. - ¿Crees que le ha gustado? - y le dije que estaba convencido porque no le había quitado el ojo de encima. Cuando nos trajo los postres, unos profiteroles y un tiramisú, Sílvia aprovechó para reforzar el mensaje con una mirada cómplice. Se lo estaba currando y no dejó de buscarle la mirada mientras se comía de una manera poco práctica pero extremadamente sugerente sus profiteroles rellenos de nata.
- Parece que se te acaba el tiempo - le dije cuando hubimos terminado los postres. Sílvia me miró traviesa y se levantó. Sorprendido la seguí con la mirada mientras se dirigía hacia los servicios. Al pasar junto al chico les vi intercambiar unas palabras y unas sonrisas pero no pude llegar a entender qué se habían dicho. Un par de minutos después Sílvia salió del lavabo y curiosamente él estaba merodeando por ahí, como si la esperara. Esta vez se entretuvieron un poco más en la conversación. Les veía reír mientras él explicaba algo y ella le respondía y sentía que me estaba perdiendo algo. Sin saber muy bien por que accioné el botón del vibrador.
Podría no haber funcionado, Sílvia podría haberse quitado el vibrador en el lavabo y si lo llevaba podría estar fuera de alcance, pero la reacción de ella fue inmediata. Encogió la pelvis y se inclinó hacia adelante extendiendo instintivamente los brazos. Él la sujetó quizá temiendo que fuera a caer, primero por los antebrazos y después rodeándola con el brazo por la cintura. Cambié el modo de vibración y Sílvia se volvió a estremecer. Una vez más y de nuevo un escalofrío. Intentaba mantener la compostura y le sonreía mientras supongo que le daba cualquier excusa para no dejar de apoyarse en él. Le flojeaban las piernas. Un nuevo cambio de ritmo y Sílvia se cogía con fuerza para no caer, la boca entreabierta y transpirando. El brazo izquierdo de él le pasaba por la espalda, casualmente por debajo del tirante del peto. Su mano se escondía bajo la tela oscura, quizá notando el calor de su piel desnuda, sosteniéndola con fuerza.
El cuerpo de Sílvia transpiraba sensualidad: las mejillas coloradas, el cuello y el profundo escote perlados de sudor, el labio mordido y una mirada húmeda. En apenas medio minuto el cuerpo de Sílvia se convulsionó. Tuvo la entereza suficiente para evitar gemir mientras el orgasmo la recorría de arriba a abajo pero no pudo evitar tener que apoyar el peso de su cuerpo en el chico de ojos claros que la miraba fascinado sin dejarla caer y sin perder la oportunidad de admirarla. Fueron unos instantes donde el tiempo se paró y parecía que estaban en un microcosmos ajeno a lo que les rodeaba. La gente a su alrededor seguía con su cena y sus conversaciones y nadie pareció notar nada raro en la manera como el camarero sostenía a Sílvia, un brazo por su espalda, la otra mano en su vientre, estrechando el pecho derecho de ella contra su torso. Y Sílvia con las rodillas ligeramente flexionadas, las manos como garras aferradas al brazo de su protector y la mirada perdida en el infinito.
Apagué el vibrador y Sílvia poco a poco recuperó la compostura. Liberó el brazo del camarero y se separó de él disculpandose. Él le preguntó algo, quizá un “¿estás bien?” y ella asintió un poco turbada mientras se arreglaba un mechón de cabello que le caía por la cara. Consiguió andar el pasillo hasta nuestra mesa y se sentó poco a poco. Aún tardó unos instantes en recuperar el aliento antes de echarme una mirada de reproche en la que aún vivían trazos de rubor y vergüenza con una arrebatadora e innegable lujuria. Yo tenía una ansia incontenible por sentir el calor de su piel, notar sus pechos apretados contra mi como los había tenido apenas un minuto antes contra el camarero, penetrar su boca con mi lengua y hundir mis dedos en su vagina húmeda y aún palpitante. Pedimos la cuenta y Sílvia pagó con la tarjeta común sin alzar la vista hacia el camarero que aún la observaba entre intrigado y complacido.
Salimos a la calle y al doblar la esquina la arrinconé contra una portería y nos besamos apasionadamente. Introduje las manos por la espalda de su peto y me encontré su culo desnudo que apreté con fuerza mientras la empujaba contra mi pelvis para que notara mi tremenda erección. Noté como sus manos también entraban bajo el elástico de mi pantalón para agarrarme el culo mientras entre mordiscos y besos me insultaba en voz baja.
Cuando se nos pasó el calentón nos miramos a los ojos medio sonriendo pero sin dejar de cogernos mutuamente los glúteos y con mi erección comprimida contra su vientre. - Parece que esta vez he ganado yo… - le dije socarrón. Sílvia alzó las cejas y sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa. Retiró su mano derecha de mi culo para buscar algo en el bolsillo lateral de su peto que me enseñó. En la mano sostenía una cuartilla blanca que reconocí como una de las hojas de la libreta de pedidos de la pizzería.
Y en ella escrito en grande un número de móvil.
Fin del capítulo 3