¡Te reto! - Capítulo 02 - Sushi a domicilio
La pareja sigue provocando a desconocidos para goce mutuo
Había puesto un poco de música ambiente y estaba preparando la mesa del comedor para la cena añadiendo unos toques de ambiente: unas velitas, una barra de incienso,... Habíamos salido a correr un rato cuando el calor del mediodía había remitido un poco y, aunque cansado, me encontraba contento y fresco después de una ducha reparadora. Mientras Silvia también se duchaba yo había encargado comida al Sushibox: un sharer para dos y un par de Sapporos.
Salir a correr con Silvia siempre era una experiencia. Cada vez que salíamos no eran pocos los ojos que la seguían, admirando su cuerpo. Se había comprado en Decathlon unas Asics, un par de mini culottes negros que dibujaban su culo y su entrepierna sin dejar casi nada a la imaginación y una serie de tops de deporte de diferentes colores. Acostumbraba a usar dos tops a la vez además de uno de esos sujetadores de deporte para poder correr con comodidad sin el constante balanceo de sus pechos.
Esa tarde habíamos ido a correr por la Diagonal, hasta el parque de Cervantes y de vuelta, un poco menos de 5km en total. Por la Diagonal te encuentras a un montón de gente corriendo o en bici, incluso hay un circuito patrocinado por el Dir Up&Down. Inevitablemente Silvia atraía la mirada de muchos de los que nos cruzábamos y no pocos volvían la cabeza para admirar su culo. Tampoco era extraño que algunos se situasen estratégicamente detrás nuestro durante un buen rato manteniendo nuestro ritmo para poder admirar el fantástico trasero de Silvia durante más tiempo. Esa tarde uno de esos moscardones nos siguió durante gran parte de la ligera subida hasta el parque. Le oía jadear para mantener el ritmo pero aguantó prácticamente un kilómetro detrás nuestro, seguramente con la mirada clavada en la raja del culo de Silvia.
Mientras corríamos no hablábamos demasiado, para poder mantener el ritmo de respiración. Eso me daba tiempo para ir haciendo mis propias estadísticas: de los corredores que nos cruzábamos cuántos miraban sus pechos, cuántos se giraban a mirarle el culo y cuantos conseguían, por difícil que fuera, no mirarle los pechos pero sí la entrepierna.
De vuelta a casa yo me duchaba primero y en cinco minutos le dejaba el baño a Silvia, que así podía tomarse su tiempo. Ese día salió de la ducha y vino a buscarme al comedor tapada con una toalla blanca sobre el pecho. - Tengo una sorpresita, mira que me he hecho en la depiladora hoy - me dijo mientras se levantaba ligeramente la toalla para mostrarme su pubis. Casi se me caen los vasos de la mano. Se había hecho depilar completamente los labios de la vulva y tan solo se había dejado una pequeña mata de pelo corto en forma de corazón coronando su sexo.
Evidentemente salté sobre ella y conseguí estirar de la toalla antes de que me rechazara a manotazos y patadas sin parar de reir. Me arrebató de nuevo la toalla mientras yo me dolía de una patada en la espinilla. - Deja de hacer el burro que ya tendrás tiempo de verlo más de cerca. - Me dijo sugerentemente mientras se volvía a tapar sin demasiada prisa, dándome tiempo para admirar su cuerpo desnudo. - Nadie sería capaz de resistirse a esa provocación - respondí. - Piensa el ladrón que todos son de su condición… ¿qué hay de cena? - preguntó para cambiar de tema.
Y en ese preciso momento sonó el timbre de la puerta. - Ahora podremos comprobar si todos somos ladrones o no… - Silvia me miraba sin entender. - He pedido sushi y el de la puerta debe ser el repartidor… yo pago, tú abres… - me miró escandalizada - ¿Què pretendes? ¿Que salte sobre mi? - La tranquilicé: - Mira, yo me quedaré en la cocina, a solo un par de metros de ti. Si no pasa nada tu ganas, pero si él intenta tocarte yo salgo y le corto, pero yo gano. - Me miraba dudando - ¿y si es una chica? - Era un excusa con poco peso, aún no he visto nunca una repartidora a domicilio. Sabía que solo necesitaba un empujoncito.
- ¡Te reto!
Volvió a sonar el timbre pero ya estaba claro. - Venga, dame el dinero, tonto. - Le pasé el monedero y corrí hacía la cocina mientras ella se dirigía a la puerta. Me agaché un poco para que no se me descubriera. Silvia se arregló la toalla pero no era excesivamente grande y desde mi perspectiva podía ver los labios rasurados de su vulva. Antes de abrir miró por la mirilla de la puerta y después a mi, alzando la mano hacia mi con el pulgar levantado. “OK” le dije con la boca y puso la mano en el pomo de la puerta.
Silvia abrió la puerta y saludó al repartidor con un “hola” pero no obtuvo respuesta. Maldije no poder ver la cara del repartidor que debía ser un poema. - ¿Cuánto es? - continuó Silvia ya que el repartidor parecía ser mudo. - Vein...Veinticinco euros - contestó finalmente. Tenía voz de chiquillo y en ese momento me lo imaginé con el casco de su ruidoclicleta sobre la cabeza, una cara llena de acné y la boca abierta de par en par. Silvia probaba de abrir la cremallera de mi monedero mientras con los antebrazos intentaba mantener la toalla en su sitio y entonces…
Decenas de monedas cayeron al suelo repiqueteando estrepitosamente, rodando fuera y dentro del piso. Instintivamente los dos se agacharon a recogerlas. Ahora sí podía verle la cara al chico: no tenía acné ni el casco sobre la cabeza pero tampoco debía llegar a los 20. Tenía la mirada clavada en el suelo recogiendo monedas con una mano mientras en la otra aún sostenía el pedido. Pero entonces la levantó y se quedó de piedra. Por un momento pensé que me había visto por el rabillo del ojo pero enseguida me di cuenta de que estaba mirando otra cosa.
Silvia, al agacharse no había olvidado mantener la mano sobre el nudo de la toalla para evitar que se le cayera pero no había calculado que tenía la abertura por el frente. Desde donde yo estaba podía ver la toalla cayendo a ambos lados de los muslos de Silvia y desde donde el repartidor estaba lo que debía tener es un primer plano espectacular de su sexo rasurado con corazón incluído. El chaval, evidentemente fué incapaz de articular ni media palabra más. Silvia tardó unos segundos aún en recoger algunas más de las monedas que se habían caído y mientras se levantaba le dió las gracias y le tendió un par de billetes que el chaval, también en pie ahora, cogió sin ni siquiera mirarlos y le dió a cambio el pedido. Silvia dió un paso atrás y cerró la puerta no sin antes dedicarle una última sonrisa al pobre chico mientras le decía “adiós” encantadoramente.
Salí de mi escondite y Silvia vino hacia mí con cara de victoria. - Yo gano - dijo mientras dejaba el sushi sobre la mesita de la cocina. Después se acercó más a mí y poniéndose de puntillas me susurró al oído: - ¿Crees que se debe haber dado cuenta de lo mojada que estoy? -. Me cogió la mano y se la llevó a la entrepierna. Los labios de la vulva estaban hinchados y abiertos, noté su clítoris duro contra mi palma y su entrepierna tan mojada como después de una sesión de sexo oral. Mis dedos resbalaron sin problemas dentro de su vagina.
Por cierto: el sushi de un día para otro no vale nada.
Fin del capítulo 2