Te reto - Capítulo 01 - Bajar al badulake
Una calurosa tarde de verano una pareja empieza un juego de retos que tendrá continuidad...
Era una tarde calurosa y pegajosa como solo lo podía ser en Barcelona en agosto. Sílvia y yo estábamos chafados en el sofá mirando uno de esos tontos programas de la TV donde unos concursantes aún más tontos debían encontrar la frase hecha en un panel de letras escoltado por dos rubias de metro ochenta y ostentosos pechos. Era uno de esos pseudo-culturales concursos típicos de verano, hechos para perder la tarde. La antediluviana televisión del apartamento no tenía mando a distancia. Seguramente en ningún otro canal ponían nada más interesante pero ni mi novia ni yo habíamos hecho el más mínimo gesto para levantarnos del sofá y cambiar de emisora.
La concursante de la televisión, una mujer de unos cuarenta y muchos, de risa fácil y pensar complicado pidió por tercera vez una letra que ya estaba en el panel y el presentador la corrigió encantadoramente. Asqueado aparté la vista del monitor y miré a Sílvia que apenas podía contener la risa. - Esto es demasiado para mi, me voy al badulake a pillar algo de comer y unas birras, ¿vienes?. - Cualquier cosa era mejor que estarse un minuto más mirando eso por lo que Sílvia contestó rápido que si, mientras de un salto se ponía en pie - Deja que me ponga algo y bajamos. - La vi pasar por delante y no pude evitar un escalofrío, el mismo que me subió por el espinazo el primer día que la vi. Sílvia es sinónimo de curvas peligrosas. Mide poco más de metro sesenta y tiene un cuerpo que quita el hipo: muslos fuertes, cadera estrecha, culo redondo y unos pechos generosos que atraen todas las miradas cuando no los tapa con su melena de rizos cobrizos. Ese día además, con el calor que hacía, iba vestida con lo más cómodo y fresco que había encontrado en el armario: unos pantaloncitos negros con tiras blancas a ambos lados y una camiseta gris sin mangas, de esas con un amplio escote bajo la axila. El exterior de su pecho quedaba completamente expuesto dibujando una maravillosa curva tersa y dorada, alzándose hacia un pezón que se adivinaba apenas unos centímetros más allá, bajo la tela de la camiseta. Se me hacía la boca agua ante tanta belleza.
¿Por qué? - prácticamente se me escapó. Sílvia se detuvo y se giró hacia mí. Su cara era un mezcla de asombro y sorpresa. - ¿Cómo qué para qué? ¿No saldré así a la calle? - Yo intentaba con todas mis fuerzas mirarla a la cara: - Pues estás muy guapa, no veo cual es el problema -. Sílvia aún estuvo unos segundos mirándome incrédula antes de seguir caminando hacia el dormitorio.
¡Te reto!
Esa era la palabra mágica. Ambos lo sabíamos. Sílvia es demasiado orgullosa como para no aceptar un reto. Se volvió a girar hacia mi. - ¿A qué me retas? - Como si no fuera evidente. - A que salgas así vestida a la calle, solo hasta al badulake a comprar algo y de vuelta - y antes de que continuará la apuntillé: - a cambio de un masajito con aceite de almendras… - Seguramente no habría hecho falta ningún tipo de compensación pero así me aseguraba que Sílvia no se negara. Y no lo hizo…
En el ascensor se la veía un poco nerviosa. Quizá lo que más miedo le daba era encontrarse alguna de esas vecinas ancianas y carcas que siempre la miraban mal por como vestía. Antes de salir a la calle inspiró fuerte y con la cabeza bien alta y la pechera para adelante se puso a caminar a mi lado. El badulake estaba a la vuelta de la esquina y a esas horas de un domingo tan caluroso no había nadie en la calle. Eso le dio confianza a Sílvia que empezó a relajarse y a pincharme con el tema del masajito que le tendría que hacer al volver a casa. Yo por mi parte no podía evitar robar miradas al lateral de la camiseta de Sílvia, donde su pecho botaba y rebotaba. En una de esas miradas furtivas pude comprobar como, quizá fruto del roce, sus pezones empezaban a marcarse a través de la tela de la camiseta.
Sílvia entró primero en el super. El dependiente estaba mirando, como siempre, una de esas películas de Bolliwood donde parece que hablen más con los ojos que con la boca. Pensé que no levantaría los ojos de la pantalla pero algo debió captar con el rabillo del ojo porque empezó a girar la cabeza hacia Sílvia como quien no quiere la cosa y la saludó con un sonriente “Hola” sin poder levantar la mirada de sus senos. Sílvia le devolvió el saludo perfectamente consciente de dónde apuntaban los ojos del dependiente y se adentró en el pequeño super.
La seguí con media sonrisa en los labios. La situación me parecía divertida además de un punto excitante. Sílvia estaba en la sección de bollería rebuscando entre las galletas y yo me acerqué por detrás y le susurré al oído - creo que le has gustado - mientras le acariciaba la curva de su pecho derecho a través de la manga. Sílvia me retiró la mano a la vez que ponía cara de pocos amigos pero pude ver un amago de sonrisa en su cara.
Me fui a buscar un par de Judas a la nevera (era el único sitio del barrio donde podías comprar cervezas frías) y al volver descubrí con sorpresa que Sílvia estaba junto al mostrador aparentemente concentrada en unas latas que había en una repisa que estaba a la altura de las rodillas. Me quedé de piedra y con la boca abierta. Al inclinarse hacia delante para buscar lo que fuera que estuviera mirando la camiseta colgaba hacia el suelo y ahora la amplia abertura del lateral de la misma no solo mostraba el exterior de su pecho sino todo él, flotando ingrávido, grande, moreno y hermoso, coronado con una aureola oscura y unos pezones en punta. Y detrás de Sílvia, tras el mostrador, el dependiente tenía la misma cara de asombro y deleite que debía estar poniendo yo, con los ojos fijos en las tetas de mi novia. Sílvia aún tardó unos instantes en reincorporarse mientras parecía muy interesada por los productos de esa repisa específica, dando ocasionales pasitos para acercarse a coger alguno de los envases. Con cada movimiento sus pechos se balanceaban a derecha e izquierda en un espectáculo asombroso y electrizante.
Entonces Sílvia se puso en pié y puso algo sobre el mostrador. - Creo que esto es todo. - Después se giró hacia mí y me preguntó si había cogido algo. Tuve que hacer esfuerzos para llegar al mostrador con las dos cervezas intactas y una dolorosa erección en mis gallumbos. El dependiente tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue de manera patosa, aún echando vistazos a los pezones de Sílvia que ahora destacaban desvergonzados. Sílvia parecía divertida y le dejó hacer mientras balanceaba ligeramente el cuerpo de lado a lado, como si estuviera bailando suavemente una música que sólo ella escuchaba. Era evidente que estaba calentando al pobre dependiente que podía seguir perfectamente el movimiento de sus pechos tras la tela de la camiseta.
Cuando todo estuvo en la bolsa Sílvia la cogió y salió del súper mientras yo pagaba. La perseguí hasta doblar la esquina y allí le di un beso que ella me devolvió con un intercambio de saliva caliente y húmedo. Nos faltó tiempo para subir a casa y lanzarnos en la cama. Lo prometido es deuda y le hice un masaje completo con especial atención a las curvas de sus pechos mientras la follaba por detrás de manera suave y rítmica.
Fin del capítulo 1