Te quiero, pero abajo mandan más

Culiona, así es que te quiero.

Me canse de verte borracho cuando tenía ganas de que me hicieras el amor; tú mismo me enseñaste que estos momentos no deben desaprovecharse y lograste que tres de tus amigos me violaran mientras dormías en un sillón. Por mi cuca pasaron Álvaro, Carlos y Daniel en tu última borrachera.

En el Banco sentía acoso, más de uno quería comerse mi cosa y me había resistido por serte fiel, aunque debo decirte que mis ojos comenzaron a medir las cosas; tus amigos eran igual a ti en tamaño y en duración, simplemente me llenaban de leche por la cuca y por el culo, pero nunca había sentido ninguna satisfacción, como me está pasando contigo y me atrevo a pensar que entre ustedes si se satisfacen porque alguna vez a Álvaro se le escapó, mientras me comía el culo, que casi alcanzaba lo mismo que contigo, mientras Carlos se comía mi coño dijo que eso era lo que te faltaba.

Tal vez por eso no alcancé a disfrutarlo, alce los ojos para mirarte y estabas contemplando cómo me comían, tenías esa pequeña pija en tus manos y te masturbabas, me imaginé que tu inspiración no era como me comían, sino cómo querías ser comido; llevabas a tus amigos para que me hicieran lo que no me hacías y entonces comencé a disfrutarlo; los viernes se convirtieron en mi día de sexo.

Comencé a aceptar las salidas de viernes con mis compañeros, las prolongaba cuando oía tu voz pastosa al teléfono, pronto el trago te pondría a dormir y yo comenzaría a disfrutar, que tus amigos estaban en la casa, pues que hicieran contigo lo que me habían hecho, yo le daría rienda suelta a mi cuerpo.

Fuimos con los muchachos a un billar al frente del Banco, nunca había jugado con tacos y con bolas, me parecía demasiado aburrido. Gustavo dijo que iba a enseñarme y a cada tacada se acomodaba detrás de mí; al principio fue inocente hasta que comencé a sentir como tras cada tacada me acomodaba en la buchácara su palo grueso, pero no era Gustavo precisamente el que me desmayaba, le tenía ganas a Jairo. Alguna vez había leído que a los tolimenses les habían bautizado pijaos por el tamaño de las pichas y ese debería tenerla grande.

Mi única compañera de diversión se despidió y se fue porque el marido vino a buscarla, te llamé y ya ni siquiera contestabas el teléfono. Era viernes y te encontraría dormido sobre la cama, roncando como un cerdo y tu vestimenta puesta. ¿Por qué no disfrutarlo?

Seguí entonces interesada en que me enseñaran a jugar, todos y cada uno me cogieron para enseñarme como tacar la bola mientras yo simplemente trataba de sentir como tenían el palo; no hubo uno solo, incluso Rafael, el considerado afeminado del banco, que no aprovechara para restregármelo, mi cuca destilaba deseos de sexo.

A las dos de la mañana nos dijeron que debíamos pagar y retirarnos; Jairo dijo que nos fuéramos para su casa, allí sólo estaba su hijo adolescente de 17 años, no sé por qué ese aviso me hizo desearlo.

En el carro todos me metieron mano, menos el que iba manejando, cogí a diestra y siniestra todos esos palos y ninguno se aproximaba al menos al pequeñín de mi marido; me lamenté haberme casado con el menos dotado del universo entero, Rafael incluso tenía como 5 centímetros más que tú. En el camino me comí la lechada de cuatro hombres y aún no había terminado.

Te volví a llamar y te pedí que vinieras por mí, aún me quedaban resistencias en el alma, y sabes lo que me dijiste: Si te están comiendo gózalo y me colgaste.

Entramos a la casa, la misma que habíamos jurado sería el templo de nuestro amor, y no los llevé a la sala donde me habías vejado, los llevé a tu estudio y dejé desabrochar mi vestido, cinco manos, cincuenta dedos tocándome a su antojo y yo mirando la silla donde te sientas. No sé cómo, pero cogí todas aquellas vergas con mi mano, tres en una y las otras dos a la derecha. Los guevones estaban asustados y sus pichas iban tornándose flácidas por la impresión.

Me quité la ropa frente a ti, oriné en el baño de la alcoba y me lavé en el bidé; me puse una piyama cortica y transparente, la había comprado para ti y nunca me permitiste estrenarla porque parecía una puta, vi que me mirabas y eso más me excitó.

Bajé a la sala y todos estaban con sus miembros presentando armas; los miré como gata golosa y me decidí a comenzar a mamar el más pequeño mientras dejaba mi cuca y mi culo en el aire; los toqueteos y caricias en mi cuerpo no se hicieron esperar. La primera prueba fue comerme la verga del negro, me echaron cerveza en la cuca y todos comenzaron a tomar de ella, no voy a decir mentiras, me pusieron a mil y quería que el negro me taladrara, pero el hijodeputa dijo que era mi culo el que lo había trastornado todos estos años.

Tú te habías visto como se habían comido mi culo y siempre terminaba masturbándome, precisamente imaginando que me comían los hombres que había conocido. Tus apenas 13 centímetros de pene eran una grosería y tu gusto para que te comieran penes que yo quería, eran las dosis que el médico me mandaba.