Te quiero mucho-mucho...

Me tomas en tus brazos como a una pluma y abres mis piernas ante el espejo: "Mira, por esos hoyitos te voy a querer mucho-mucho..."

Me sonreíste desde la primera vez que te vi. Yo estaba con mi mami, y tu con una señora que te regañaba frente al gruo de personas que esperaban a que abriera la tienda. Me miraste con tus ojos lindos como si yo hubiera sido tu único apoyo en la vida, y te compadecí. A mí me pasa lo mismo cuando me regañan mis papis y me quiero morir de vergüenza.

Te quise contar estas cosas en nuestro primer encuentro de verdad, frente a un surtidor del supermercado, cuando me levantaste para que pudiera beber, dado que tenía mucha sed y no estaba lo suficientemente altita para beber sola. Te miré con agradecimiento cuando me comentaste que muy pronto me ibas a mostrar un surtidor muy especial ajustado a mi altura y te di las gracias. Creo que te parecí demasiado pesadita, porque estabas a punto de soltarme de tus brazos y tuviste que sujetarme por mi entrepierna para asegurarte que no me iba a caer. Nunca antes pensé que había cosquillitas ahí abajo, pero ¡qué suerte que nos dimos cuenta!

Me causó mucha alegría saber que ibas a ser nuestro nuevo vecino de la planta de abajo y que podía saludarte cada vez que pasaba por delante de tu puerta. ¡Qué bueno que nunca te mostraste demasiado ocupado para jugar conmigo y hacerme cosquillitas especiales. Mis papis siempre dicen que están muy cansados para esas chiquilladas...Y me pongo triste, pero por lo menos sé que te tengo a ti. ¡Jeje!

La semana pasada me sentí muy importante cuando me pediste que te comprará un botito de miel de la tienda, sobre todo si me dijiste que servía para un juego muy divertido entre los dos. Lo compré y al traerte la vuelta, me hiciste entrar como tantas otras veces y untaste miel sobre mi brazo. ¡Qué risa verte lamer el miel y qué sensación tan rica...! Lo repetimos en el otro brazo también, y me retaste. Dijiste que no tenía el estómago para aguantar las cosquillas sobre mi estómago, y me reí de tu juego de palabras. Claro que perdiste el reto, y el premio fue que me limpiaras con tu boca mi barriga y mis bultitos llenos de la miel del bote. Me encantó el jueguito, sobre todo cuando hiciste circulitos sobre mi pecho y descubrí que por mágia mis bultitos tenían a su turno sus bultitos, que tu llamaste "pezoncitos" y los trataste con mucho amor, besándolos y lamiéndolos hasta mucho después de que ya no había miel sobre ellos.

Me inspiras mucha confianza, sobre todo cuando me cuentas que la pasas muy mal con la señora a la que vi regañandote. Y te pones triste y me dices que tu almia también está de mal humor y no hay quién te la haga sentir mejor. Me da gracia enterarme de que los hombres guardan sus almitas en los pantalones. Pero tienes razón. Se ve muy triste y no sabes si algún besito mío la anime. Pero intento de todos modos. La tuya es una almita de carne tibia, que bajo mis besitos es como si empezara a hervir. Supongo que es normal, y sigo tus indicaciones. Le doy pequeños lamidos por todos lados y parece crecer. Y la mamo un poquito, al igual que a un chupetín. Y me dices que pare, porque tu almita se quiere mover sola. Y asi lo hace, con empujoncitos tuyos, claro, y la veo entrar y salir de mi boquita, las dos felices. Tu almita porque recuperó sus fuerzas y yo por complacerte y hacerte sentir mejor. Me doy cuenta de que es tu almita el surtidor del que me hablaste una vez cuando sentí un líquido invadir mi boquita. Y como mi mami me enseñó beber todo el vasito de leche por las mañanas, es normal que haga lo mismo ahora, sobre todo después de ver que no es muy distinto. Me cuentas que esa lechita es la alegría de tu almita y que tiene muchas vías por donde derramarse, pero sólo iba a entender eso un tiempo después

Hace varios días que no te veo, porque mis papis me castigaron. Lloro desconsolada en mi cuarto porque sé que te extraño y a lo mejor tu almita está malhumorada otra vez y no puedos estar allí para hacerla feliz...En cuanto me quitan el castigo, vengo corriendo a tu puerta y toco como loca. ¿Qué te habrá pasado? Seguramente ya no me quieres más y piensas que te abandoné. Y toda la tensión se esfuma cuando abres la puerta y te doy una brazo grande, besando por encima del pantalón tu almita, que se siente floja y triste. Cierras la puerta con cuidado y te muestras herido. Me dices que tu almita sólo quería darme todo su amor, y que te da miedo de que yo no quiera recibirlo. Me pongo a llorar y entre sollozos y suspiritos te digo que nada más me haría más feliz que tu almita me quisiera y que la mía también le tenía mucho afecto. Al oír eso me abrazas, me tomas en tus brazos como a una pluma y abres mis piernas ante el espejo: "Mira, por esos hoyitos te voy a querer mucho-mucho..." De ti aprendí que las mujercitas como yo tenemos dos almitas, y que eso que dicen por ahí de "almas gemelas" se refiere a que a las almitas de los hombres les gusta visitar a las de las mujeres y quererlas mucho-mucho, como los gemellitos.

Dejo que me beses mis dos almitas, la grandecita con labiecitos y botonel que me hace estremecer cuando lo pulsas, y la más pequenita, que es un agujerito, nada más, que me las lames, chupes e introduzcas tus dedos hermosos en ellas. Jadeo y me aferro a ti, mientras me llevas a las puertas del paraíso. ¡Sí! ¡Sí! ¡Más, porfa! ¡No pares!...¡Ahhhhhhh! Te pido perdón por haberme meado, pero te sonríes y limpias mis agujeritos con tu lengua que tanto me ha mostrado tu cariño. Me colocas sobre unas colchas tiradas sobre la mesa del comedor y recibo tu almita a jugar con las mías, haciéndome perder la cabeza...Creo que esto signifíca felicidad. Esto y el chorro que sigue los empujones. Me duele muy poco, al principio, pero me besas y me dices que es sólo la tristeza de su almita que se va esfumando. Te beso y mientras tiemblo y me estremezco, alcanzo decir la mayor verdad de mi corta vida:

"Te quiero mucho-mucho..."