Te quiero Andrea
...Al abrazarte desde atrás, tu ondulada y larga melena azabache entró en contacto directo con mi nariz: ¡jamás olvidaré ese aroma!!!,, a paz, no sé, al único lugar en el mundo en que me sentía segura y completamente feliz,
Todo comenzó con el olor de tu pelo; ¿recuerdas, cuando de niñas, dormíamos juntas, cuando tus padres dejaban que te quedaras en mi casa?, una fría madrugada, cuando las dos teníamos quince, desperté necesitando calor: recuerdo que era invierno. Tú estabas acostada conmigo, dándome la espalda; dormías plácidamente. Tú, mi dulce Andrea, vestías solo con mi camisa de pijama (te encantaba que compartiéramos mi ropa), con tus piernas sedosas, tibias, desnudas y recogidas; yo solo llevaba encima el pantalón del mismo pijama. En silencio, me deslicé bajo las cobijas, acercándome a tu cuerpo caliente y en reposo. Mi piel que se erizada por el frío nocturno deseaba tu calidez. Al abrazarte desde atrás, tu ondulada y larga melena azabache entró en contacto directo con mi nariz: ¡jamás olvidaré ese aroma!!!, se me hacía a un olor a coco, a paz, no sé, al único lugar en el mundo en que me sentía segura y completamente feliz, cuando instintivamente te abracé, apenas gruñiste, y continuaste durmiendo: yo mientras tanto, sobaba mis mejillas contra tu cabellera, extasiada, disfrutando con la (para mí), más increíble de las delicias: el contacto de tu pelo de seda con mi rostro, mientras acercaba mi piernas y las entrelazaba, y las sobaba contra las tuyas, sintiendo su tibieza, sobresaltándome y disfrutando con la calidez de tu culito respingón, que rozaba contra mi vientre, mientras te daba el abrazo más tierno del mundo: aún hoy recreo en mi mente, aquella noche divina, que siempre tendré presente,
- Te quiero, Andrea,... -, te susurré con ternura, a pesar de que no me escuchabas.
Ya nada fue igual; eras una impúdica: me turbaba y a la vez me extasiaba verte desnudarte frente a mí, posando ante el espejo de mi ropero, mostrándome tus formas que poco a poco se te iban ya desarrollando; tu piel suave y virgen, tus pechitos redondos de pezones rosados, tus caderas cada vez más grandes, tu culito, tu rajita apenas visible, su vellito, ese delicioso y diminuto triangulito, mmm, disfrutaba como loca prestándote mi ropa, viéndote y solo para mí, ¡desnudándote antes mis ojos y viéndote vestirte una y otra vez!, y era por que sabía lo que vendría después: "¡eres una morbosa mirona!", me gritabas sonriente y te me tirabas encima, ¡las veces que sentí mi entrepierna mojarse sin remedio, al sentir tu cuerpo desnudo, tus pechos contra mi cara, cayendo pesadamente sobre mí, para luego revolcarnos en la cama, muertas de la risa, hasta rodar al piso!, ahí aprendí que no era el olor de tu pelo el que me enloquecía: era el olor de tu piel, el olor a ti,
Te quiero, Priscilla, -, me decías, para luego tocar con ternura inocente tus labios con los míos.
Te quiero, Andrea,
Al pasar de los meses, comenzamos a salir a fiestas y a reuniones; nuestros padres como siempre, sólo nos dejaban ir si íbamos juntas a todos lados: confiaban en mí, puesto que tú, mi preciosa Andrea, eras una eterna inocente. Nunca te fijaste en las miradas lascivas que te seguían a todas partes; yo más bien, te cuidaba como una leona, mi adorada Andreita, como una leona enamorada. ¿Recuerdas aquella noche, en que por desairar a unos tipos, me cogiste el rostro y me besaste?, fue la primera vez en mi vida en que sentí una cálida, húmeda y embriagadora lengua recorriendo todos los recovecos de mi boca, y fue la tuya; ¡diablos, Andrea!, para tí era una atrevida travesura, pero para mí fue la perdición: cual si hubieses leídos los secretos más profundos de mi mente, te me adelantaste. Tus labios carnositos me comían la boca, como si hubiesen sido creados para eso; yo por mi parte, perdí la respiración, traté de zafarme de sus labios, temía que todo mundo se diese cuenta, pero no lo pude evitar: tomé sin pensar tu rostro de porcelana, tus mejillas deliciosas, y las acaricié, mientras metí mi lengua en tu boca, bebiendo tu salivita como si la necesitase para vivir, tras casi un minuto, separaste tus labios de los míos y sonriendo como la beba divina que eras, me tomaste de la mano para ir a la pista a bailar, como cualquier cosa. No te dabas cuenta de nada, o tal vez si, yo no lo sabía, y eso me turbaba aún más.
Al llegar tus dulces 16 y los míos también-, tus padres hicieron una gran fiesta en tu casa: a mí me importaba poco todo eso; mi interés era otra vez volver a compartir la cama contigo. No me importaba la música, bailar ni nada de esas cosas: quería más bien que la fiesta acabara ya, pero cuando te "presentaron en sociedad", simplemente perdí el aliento: ¡parecías una princesa!, de sólo verte, la piernas me temblaron, a la vez que sentía que mis braguitas se humedecían de golpe bajo el vestido; ahora ya mayor, miro las fotos y se me agita el corazón al verte taaan hermosa, pero esa noche, Andrea, mi amor, comencé a morirme de celos: comencé a sentir celos de todo el mudo, y apenas menguaron cuando, con el resto de las chicas del colegio, nos reunimos en el centro del salón, y saltando alegremente, bailando en grupo, chispeadas por el ponche, tú y yo nos pegamos juntitas, y nuevamente sentí el aroma de tu piel, mi dulce Andreita,
Aquella noche no pude dormir en tu cama: " ya están mayorcitas para esas cosas, " dijo tu mamá, y me llevó al dormitorio de visitas. Tú estabas borrachas como nunca, y caíste como piedra; yo mientras tanto, daba vueltas por la habitación, loca de cólera, pensando en como llegar hasta donde estabas tú. No sé por qué, abrí el closet: ahí estaba, tu vestido de dulces dieciséis. Tu madre quiso guardarlo como un recuerdo de tu tierna inocencia. Chispeada como estaba, comencé a comportarme como un robot: saqué tu vestido de su funda de plástico, y cual si fuese tu propio cuerpo, lo deposité con dulzura sobre la cama: aún estaba tibio y retenía tu delicioso olor. Mirándolo fijamente, como si fueras tú, comencé a desvestirme: mi vestido cayó al suelo, seguido por mis bragas y mi formador que cubría mis senos incipientes, mi entrepierna ardía como jamás lo había sentido, mientras alcé la falda del vestido y cerrando los ojos, acerqué mi nariz para respirar tu aroma, impregnado en la seda, mmm, por instinto, comencé a acariciarme mis pechos, mientras respiraba por la nariz, tratando de introducir en mis pulmones, cada molécula de tu aroma, de tu esencia, mmmm, mi bajo vientre empezó a encenderse cuando comencé a acercarme al filo de la cama, mientras frotaba mis entrepiernas una con otra, sintiendo como la humedad de mi ser acrecentaba, mientras una oleada de calor intenso, comenzaba a recorrer mis caderas, mi espalda, mi cuello, hasta casi dejarme sin aire, al llegar a mi cabeza, embotándome junto con la imagen de tu cuerpo desnudo; sollozando me dejé caer sobre tu vestido, rodando, respirando agitadísima, sintiendo cómo mi rajita se inundaba sin control, mientras mi mano nerviosa tocaba mis labios vaginales, cada vez más y maaaaás adentrooooo!!!, ¡ohhhhh!!!, ¡¡mmmgohhhhh!!!, ¡apretaba los dientes, tratando de que nadie mis gemidos, masturbándome sobre tu vestido, desnudaaaa!!!, ¡ahhhh, Andreaaaaaa!!!!,
Medio borracha, medio embrutecida por el gozo, me revolqué por horas sobre tu vestido, mi Andrea, desnuda en la oscuridad, y así me quedé dormida; nunca supe si a la mañana siguiente, tu madre o alguien más me encontró así, mojada a más no poder.
Pasaron unos meses y, antes de iniciar de nuevo las clases, me enteré que tu madre te cambiaba de colegio, a un internado, para mejorar tu inglés: toda tu familia había estudiado en Inglaterra, era normal en ustedes, pero esa noticia me arrancó las ilusiones. Solo podría verte muy esporádicamente, y ya no con la frecuencia e intimidad que antes; aún disfrutaba de tu risa, de tus ojos, de tus labios, pero ya no como antes, ya no como yo lo deseaba. Terminó el colegio, partiste a Europa y nuestros contactos se fueron espaciando, hasta que finalmente volviste, yo nunca te olvidé, Andrea: pasaron miles de cosas, conocí muchas chicas, pero tu recuerdo y mi amor por ti perduraron, a prueba de todo.
Cuando supe que llegabas, fue una semana terrible para mí; pasé de golpe de una loca felicidad a la peor de mis desdichas: casi enloquecí de gusto al saber que, tras casi 4 años, podría ver ante mis ojos el portento de mujer en que te habías convertido, y en un instante, casi sufrí un ataque, al saber el motivo de tu regreso, ¡volvías para casarte, y partir de nuevo!!!, quise que todo acabara, pero solo bastó ver tus ojos color miel y sentir tu eufórico y cariñoso abrazo, sentir nuevamente tu olorosa y deseada piel, para que yo quedase completamente indefensa; a cada ruego tuyo accedí gustosa, mi amada Andrea: haría lo que tú me pidieras, aún si eso me partiese el alma.
Fue así que esa noche, preparamos tu despedida de soltera: todas las chicas estábamos reunidas ahí, compañeras de colegio una vez más, en mi departamento: tras abrir regalos y jugar juegos y todas esas tonterías de una despedida -y que a mí me importaban un comino-, el erotismo contenido en el pesado ambiente me hizo decidirme; esa noche debía hacer yo algo. Fue así que, en medio de risas y licor por todas partes, muy avanzada la madrugada, y viendo sin contenerme, tu cuerpo ya no de niña, sino de hermosa y turbadora mujer, me descontrolé: borracha, no tuve ningún miramiento; sin ningún pudor, me puse de pie en medio de la sala de tu departamento, y frente a todas nuestras amigas, hice el más lascivo y obsceno streaptease de mi vida, solo para ti. Mi concha se mojaba como nunca en mi vida, viéndote reír a carcajadas por mi atrevida ocurrencia. No paré hasta estar frente a ti, completamente desnuda, bailándote, mostrándote mi cuerpo, sin pensar en el escándalo, abierta de piernas, fingiendo que una tranca me atravesaba la entrepierna, y yo montando la invisible cosa esa sólo para ti, mostrándome como una salvaje y desmadrada zorra, gimiendo a gritos, mientras el resto de las chicas gritaban a rabiar la mayoría, así como otras se escandalizaban de mi impudicia, mientras que tú, mi Andrea, no parabas de reír con esa tu sonrisa bella, divina, cual cascada de arroyo puro.
Nunca fui de buen beber, pero esa noche, a punta de pura voluntad, fuí embriagando hasta casi el desmayo a todas nuestras amigas, y a ti también. Una a una las despaché a sus casas, soltando repetidas veces esa falsa y cochina mentira: " la novia tiene que descansar, ". Una vez que se había ido la última, estuvimos por fin solas, mi Andrea; como siempre fue, como siempre debió ser, nos dirigimos abrazadas a mi dormitorio, casi cayéndonos de borrachas. Al atravesar la puerta, tú te apoyaste en el umbral, viendo la cama que nos esperaba, mientras que casi se te cerraban los ojos por completo: en ese momento me decidí al todo o nada; me aproveché de tu tremenda borrachera, lo admito, y no me arrepiento.
- Quítate la ropa -, casi te ordené, sedienta de tu carne.
Sin decirme nada, trataste de mantenerte en pie, mientras te ibas desnudando: primero fué tu pulóver ajustado el que te quitaste, mostrándome tus ahora inmensos pechos, de pezones grandes y erectos; luego te bajaste el pantalón, dejándome ver tu culo grande, alzado, blanquísimo, apetecible, y apenas cubierto por una tanguita negra: tuve que controlarme, todo mi cuerpo temblaba, mientras te recostabas boca abajo sobre la cama, mientras yo terminaba de quitarte casi a zarpazos el pantalón y los zapatos, ¡te habías convertido en una mujer hermosísima, mi Andrea!, ¡todo mi cuerpo sudaba, al verte acomodarte sobre la cama, recogiendo una pierna, permitiéndome ver por fin tu coño rosado, tu mata de vello abundante!,..
Jadeando desesperada, me fuí desnudando como una loca, dispuesta más que nunca, a gozar de tu cuerpo, ahora ya sin control alguno. En silencio, y con el único ruido de fondo que nos daba tu suave respiración, acerqué mi rostro a tus piernas semiabiertas: cerré los ojos y me transporté en un segundo a un universo de paz, gozo y dicha, con una sola aspiración, llenando mis pulmones de mi peor droga: el aroma de tu piel,... no te tocaba, no te acariciaba, sólo te olía y era dichosamente feliz.
El calor de tu cuerpo desnudo me atrajo hacia ti, poderosamente, como si de un imán se tratase; acerqué mi mejilla a una de tus nalgas, sedosas como duraznos, volví a entrecerrar los ojos y la besé; apenas lo sentiste, pero soltaste un suspiro que yo consideré como que tú también habías ingresado conmigo, al universo de paz; dichosa comencé a frotar mi rostro contra tu culo, mientras sentía que mi rostro se humedecía de golpe, ¿qué es esto?, ¡son lágrimas de felicidad!, ¡siiií, de felicidad!!!, nunca me había pasado y nunca más me ocurrió, el sentirme tan feliz, en un instante.
Mi concha estaba inundada por ti, mi Andrea y de pocos y tímidos besos en tus nalgas, comencé a darte sendos y prolongados lenguetazos por tus piernas, pantorrillas, glúteos, sin importarme que ya comenzabas a gemir quedo, aún dormida, y mientras veía como tu rajita se iba mojando: primero unas gotitas perlando tu vellosidad, luego, una brillante humedad recorriendo toda tu entrepierna. Tus ojos seguían cerrados, mientras mi lengua y mi boca comenzaban a recorrer tu pubis, tu ombligo, tu cintura de diosa, cuando tú, como siguiendo mentalmente mis órdenes, te volteaste, permitiéndome por fin estrecharme contra tu cuerpo. Al llegar mi boca hasta tus enormes pezones y posesionarme de ellos, succionándolos con desesperación, tampoco abriste los ojos: abriste tu boca deliciosa y soltaste un gemido de placer que me supo a gloria!; después de eso, fué la locura: media dormida, tendiste tus brazos hacia mí, abrazándome con ternura: con todo tu cuerpo, me envolviste, ¡tuve un orgasmo, al solo sentir tu rodilla frotando mi concha!, ebrias las dos, calientes, nos fuimos frotando cada vez más, mojando nuestras conchas de una manera sublime, y sin parar de besarnos, como siempre quise que así fuera, como siempre debió ser. Nunca sabré si estabas completamente ebria o si sabías lo que hacías, Andrea, pero la dulce inocencia, con la que te entregaste así a mí, me hizo tener los más intensos espasmos y orgasmos de placer que jamás pude imaginar, . ¡Ohhhhh!!!!, ¡Mmmmm!!!!, . ¡Aaaaaahh!!,..
Ya envuelta yo a ti, cual segunda piel, y viendo tu rostro, el más bellos del mundo, iluminándose al igual que tu cuerpo divino y completamente mojado de mí, por las primeras luces del nuevo día, te miré con esa mirada que es un beso eterno:
...Te quiero, Andrea, -, susurré, acariciando tu mejilla con la mía.
Mmmm, te, quiero, Fanny, mmm, -, me respondiste, media dormida.
Ya casi mediodía, apenas pude verte ya de pie, vistiéndote junto a la cama, en silencio, sin mirarme al rostro, para luego ver cómo salías apresurada de mi depa. Me volví a dormir, pero horas después, al despertar de nuevo, me atacó la angustia, de pensar en que había hecho una tontería. El día de tu boda, simplemente desaparecí: me fui a vagar por provincias, a ningún lado, a cualquier parte. Cuando regresé a la ciudad, ya habías partido y pensé que todo había acabado, pero me equivoqué: apenas me enseñaron una fotografía tuya, enfundada en sedas y tules de un blanco purísimo, simplemente enloquecí; ¡te veías tan bella!!!, no me pude contener: quería que verte de nuevo.
No entendía yo tu proceder: apenas pisaste Europa, comenzaste a volverte una trotamundos; una semana me escribías un correo desde Venecia, y a los dos días estabas en Budapest, Viena o Colonia, sólo podía verte en las fotos que me mandabas, desde hermosos sitios que hubieses querido compartir contigo, y tú, Andrea, contándome vanalidades que a mí no me importaban, sufría, ¡sí sufría!, al no ver en tus E-Mails, ni una palabra acerca de nosotras. Tras casi tres semanas, finalmente pudimos chatear: ¡te veías tan hermosa por la webcam, enfundada en ese abrigo de piel, y con esa gorrita que aprisionaba tu cabello azabache, protegiéndote del frío de la noche moscovita!, volvías a ser la misma Andrea de siempre; natural, inocente, preguntándome de todo y de todos. No accedí a prender mi cam por que, no quería que me vieras como estaba: desnuda frente a la Pc, viéndote extasiada y masturbándome hasta irritarme, viendo tu rostro, tus ojos miel, tu sonrisa de ángel. Cuando me dijiste, antes de despedirnos, que habías decidido, que tu nueva vida la deseabas pasar recorriendo y conociendo cada rincón de ese enorme continente, yo ya había tomado una decisión: iría a buscarte.
Tras vender mis pocas posesiones, y despidiéndome de todos para siempre, comencé el enorme periplo para ubicarte: no te dije nada, mi amada Andrea; quería que fuese una sorpresa. Pasadas semanas y casi ya sin medios, pensé por un instante en desistir, ya que me eras cada vez más esquiva: un día llegaba a Lisboa y tú te habías ido horas antes; tantas veces sucedió eso que, simplemente sentí que me eras esquiva, que tal vez te habías enterado de mis planes, pero que no querías verme ya. Fue así que, derramando lágrimas de dolor, me detuve hoy en una calle del centro de Sevilla, y rogué al cielo, por una señal, ¡lo que sea!, que me señalase qué debía hacer, en ese momento, miré el escaparate frente a mí y quedé petrificada,
¡Estaba ahí, frente a mí, como viéndome!!!, era un vestido de novia; ¡era TÚ vestido de novia!!!; no podía equivocarme: la misma seda pesada que envolvió tus dulces carnes, el mismo modelo que te permitió exhibir tu divina espalda, la cascada de tu melena negra y ondulada derramada sobre ella, el mismo velo, los mismos guantes largos: es era una señal de que te encontraría finalmente, y ese mismo día, en mi cartera tenía dinero suficiente; o regresaba casa, o . no lo pensé dos veces; limpiándome las lágrimas, entré a la tienda.
He pasado toda la noche encerrada en este cuarto de hotel: recordándote, rememorando todos estos años, mi Andrea, revolcándome desnuda, sobre la seda de tu vestido de novia, oliéndolo, impregnando mi cuerpo ardiente y húmedo, con mi aroma, y esperando fundirlo con tu aroma divino; ardo ya en deseos de impregnar cada poro de propia piel, con tu esencia, la única esencia de mujer que me enloquece y me hace sentir viva. Ahora, al llegar la medianoche, finalmente te espero, impaciente, temblando de deseo, vestida con un baby-doll negro de encaje, sentada sobre la cama, esperando que salgas ya del baño, y que dé comienzo, por fin, una noche de infinito placer, te amo, Andrea.
Se abre finalmente la puerta del baño: vestida de seda perfecta, enfundando su cuerpo de muñeca, calzando esos divinos zapatos blancos de tacón alto, con sus piernas de diosa enfundadas en medias también blancas, con su rostro sonriente, apenas cubierto por el velo, está frente a mí ella, dispuesta a cumplir mi fantasía, a pesar de la distancia que nos separa en ese momento, ya siento en mi rostro, el olor de la piel de Andrea, mi amor.
Estás preciosa, mi amor, -, le digo con ternura.
Gracias, corazón - me dice sonriente, mientras se asienta el vestido: ni siquiera recuerdo su nombre-, ¿y cómo dices que se llama tu prima?, -, me pregunta.
- Andrea, se llama Andrea,