¿Te puedo pedir una cosa?2
Me cogió de la mano y me condujo hacia la cama. "Hoy vamos a hacer el amor con calma. Como si estuviéramos enamorados", añadió jocosa. Me tumbó en el colchón boca arriba y se arrodilló sobre él para aproximarse a mí y colocarse encima. "Prepárate, que te voy comer enterita", le susurré.
(Agradezco enormemente los comentarios tras el primer relato. Recuerdo el enlace).
https://www.todorelatos.com/relato/159434/
La siguiente ocasión se presentó un par de semanas después. Ella había fijado una fecha para celebrar su cumpleaños con los compañeros de trabajo más allegados con una cena en su propia casa. Eligió una noche que a los invitados nos vino bien y en la que su marido iba a estar ausente ya que se encontraba de viaje por asuntos laborales, así que envió a su hijo con sus padres para poder atender bien a sus invitados. Por mi parte, los mismos motivos me llevaban a estar solo hasta bien entrada la madrugada.
La velada transcurrió con total normalidad. Los días siguientes a la follada en el cuarto de baño del trabajo nuestra relación se mantuvo exactamente tal y como había sido hasta la fecha. Sabíamos que, por nuestro bien, no debíamos pecar ni por exceso ni por defecto, por lo que no debíamos elevar el nivel de complicidad en público con gestos o palabras que podrían hacer sospechar a quien estuviera presente. Por otra parte, dado que éramos conscientes de nuestras respectivas realidades y no queríamos volver a jugárnosla a no ser que se dieran circunstancias excepcionales, eludimos los mensajes privados que nos pudieran 'calentar' o descentrar de nuestra vida cotidiana. En una palabra, todo seguía igual en apariencia y en realidad, por lo menos hasta donde yo podía saber o intuir.
A la cena asistieron otros tres compañeros, dos mujeres y un hombre. Nada que destacar; ella vestía normal y no hubo miraditas ni manitas que se perdieran entre las piernas de ninguna ni piececitos que se restregaran contra el paquete de ninguno. Después de pasar una noche agradable y tomar sólo una copa -el día siguiente era laborable- nos despedimos de ella y abandonamos su casa. Al llegar a mi coche, comprobé que tenía un mensaje suyo. "Vuelve, que se me ha olvidado enseñarte una cosa" . Retrocedí hasta su portal intrigado pero nada expectante, toqué al timbre brevemente y me abrió sin contestar. Me metí en el ascensor y al salir me dirigí a su puerta; antes de llamar me percaté de que estaba ligeramente entreabierta.
Empujé suavemente, entré y cerré despacio. Ella no estaba en el recibidor; en su lugar vi una nota pegada en el espejo que tenía frente a mí que antes no estaba. " Entra en el baño de mi habitación y date una duchita ". La cosa se ponía interesante, pensé y debió de pensar también mi pene, que rápidamente empezó a endurecerse. Tampoco estaba en la habitación. Abrí la puerta del baño y me encontré otra nota también en el espejo: "Cuando termines, ponte lo que hay colgado de la percha encima junto a la toalla. Son unos calzoncillos de mi marido (por cierto, ¡no le he dado recuerdos de tu parte!). Están nuevos y me gustan mucho, pero no se los quiere poner. Espero que te estén bien... Aunque si te están pequeños, mejor, más se te marcará el paquete, jaja" .
Ella seguía sin aparecer, pero como ya no había duda de lo que iba a pasar en unos minutos y yo estaba de acuerdo, me desnudé lo más rápido que pude y me metí en la ducha. Evidentemente, me costó limpiarme el glande a conciencia; no me bajaba la erección y de tanto manosearme a punto estuve de eyacular antes de tiempo. Tuve que ponerme agua fría y aun así cuando terminé de secarme podía perfectamente colgar la toalla en mi pene. Me puse los calzoncillos prestados; me quedaban algo ceñidos pero para el rato que me iban a durar puestos podía aguantar. Como no me había indicado que me pusiera nada más, salí del baño sólo con ellos y miré hacia la habitación.
Allí estaba ella, mirándome, recostada en la cama, apoyada en su codo derecho y con la mano sujetando su cabeza, y con la pierna izquierda ligeramente flexionada. Llevaba puesto un camisón negro y unas braguitas y unas medias del mismo color. "¿Te gusta lo que te tenía que enseñar? Lo estreno para ti" . Se incorporó y avanzó hacia mí mientras daba una vuelta sobre sí misma. El camisón le llegaba justo hasta donde empezaban las medias, las bragas eran en realidad un tanguita y no llevaba sujetador. Ya junto a mí, nos besamos y ella echó mano a mi paquete y yo a su culo. "Estaba en lo cierto, te quedan apretaditos" , me dijo sonriendo. "Y más apretado que me queda después de verte, estás absolutamente increíble" , le dije con énfasis y excitación a partes iguales.
Me cogió de la mano y me condujo hacia la cama. "Hoy vamos a hacer el amor con calma. Como si estuviéramos enamorados" , añadió jocosa. Me tumbó en el colchón boca arriba y se arrodilló sobre él para aproximarse a mí y colocarse encima. Se estiró y volvió a besarme. Acogí sus dulces labios para deleitarme en ellos, los separó ligeramente para que mi lengua accediese al interior de su boca y se enredara con su lengua. Le acaricié suavemente el pelo, el cuello, la espalda... Bajé hasta su culo y lo agarré sin apretar demasiado, pero lo suficiente para que su pubis se apretara contra el mío. Emitió un leve gemido y empezó a besarme por el cuello. Aparté su melena e intenté hacer lo propio por su hombro, su clavícula, hasta llegar a su cuello. Rodeé su oreja con la lengua e introduje la punta en ella. Enloqueció. Me devolvió la jugada, me mordisqueó el lóbulo y se dirigió a mi cuello para a partir de ahí bajar por mi pecho.
"Ya que no te quieres ir, voy a hacer que estés más cómodo todavía" . Y retiró el calzoncillo prestado, que ya había cumplido su función. No podía estar más cómodo; totalmente desnudo y preparado para toda la atención que mi anfitriona me iba a dedicar. En efecto, comenzó a acariciarme, a besarme el pecho, mientras su mano hacía círculos por mis caderas. El camino que abrían sus dedos era secundado por sus labios. Se dedicó a mis muslos, a mis ingles, a deslizar las yemas por el contorno de mi pubis. Con calma pero sin hacerme sufrir demasiado, acercó su cara a la base de mi pene, que seguía erguido desde que vi la nota pegada en el espejo de la entrada.
Esto le facilitó su siguiente paso. Sin utilizar las manos, abrió el torrente de atenciones a mi polla con unos ligeros besitos. Ascendió en espiral para regresar al punto de partida, sin pasar por la cumbre. Repitió la operación mientras yo me agarraba a las sábanas para intentar aplacar, en vano, mi excitación. A la tercera, sus labios se posaron sobre la punta de mi miembro y centró sus besos en mi glande, sin retirar la piel. Por fin, sin ayudarse de las manos, abrió su boca y engulló mi rabo.
Con la misma delicadeza, descendió hasta enterrar una buena porción en ella. Se retiró y amplió su recorrido hasta engullir todo el tronco y unir sus labios con mi vello púbico. Continuó su labor, con un ritmo alterno entre parsimonia y frenesí, mientras elevó sus ojos para encontrarse con los míos, que, tras haberme apoyado sobre los codos, la observaban extasiados cómo se entregaba a la morbosa mamada. Algo estaba tramando.
En efecto, retiró mi falo de su boca y le dio cobijo en su mano. "Supongo que ya te lo habrán dicho alguna vez, pero... ¡menuda polla!" , me dijo mientras se arrancaba con el movimiento oscilante de su mano, arriba y abajo. " Sí, creo que tú me lo dijiste la otra vez" , le respondí sonriendo. Sin detener la paja que me estaba brindando, llevó la otra mano a sus hombros y se bajó los tirantes del camisón. La prenda cedió y aparecieron esos generosos pechos con sus lustrosos pezones que estaba encantado de volver a contemplar y disfrutar.
"Voy a presentarle tu polla a este par de tetas, a ver si se llevan bien" , afirmó. Se arrodilló en la cama a mi lado y se inclinó sobre mi miembro, para rozarlo únicamente con sus pezones, al principio alrededor del glande y luego situándolos, primero uno y luego otro, sobre la misma punta. Sujetó mi polla y estiró de la piel hacia arriba, para cerrarla en torno a su protuberancia, de modo que ambas extensiones, pezón y pene, se encontraran en un cálido beso.
Mi rabo se deslizó entonces hacia el valle invertido que dibujaban sus pechos, que bailaron de lado a lado para colisionar con el monumento erigido entre ambos. Sin perder contacto con mi falo, rotó hasta colocar sus rodillas en el suelo y consolidarlo entre sus tetas. Sujetándoselas con una mano, movió su cuerpo de la misma manera que minutos antes había movido su mano sobre mi vertical sexo.
Estaba como loco por acariciar ese par de melones, pero me contuve; el roce de su piel con mi aparato me estaba generando una excitación cuyo inminente desenlace sería inevitable, especialmente si continuaba alargando su lengua para rozar mi prepucio a cada movimiento que completaba. Muy a mi pesar, me incorporé e interrumpí la magnífica masturbación que me estaba propinando. "Ven" , le pedí, al tiempo que acercaba mis labios a los suyos. Tras un largo y dedicado beso, puse mis manos en sus hombros antes de que se volviera a colocar los tirantes del camisón y la recliné hasta que apoyó la espalda en la cama. Quería devolver el favor a sus tetas. No obstante, volví a tomar como punto de partida sus labios para descender por el cuello y aproximarme a uno de sus oídos. "Prepárate, que te voy comer enterita" , le susurré, acompañando mis palabras de una suave exhalación. Noté como la piel se le erizaba, y también sus suculentos pezones.
Hacia ellos dirigí mis labios, previo rodeo por la zona baja de sus tetas. Antes de coronar la cima, las besé hasta la saciedad, pero no pude resistir más la llamada de esos dos hermosos botones, cuya extrema sensibilidad ya descubrí días atrás. Deslicé mi lengua juguetonamente por uno de ellos y su reacción no se hizo esperar. Exhaló sonoramente, y antes de darle tiempo a tomar aire de nuevo repetí la traviesa operación, lo que le hizo redoblar la intensidad de su placer.
Con suma delicadeza comprimí su pezón con mis labios y presioné progresivamente; de manera simultánea, el extremo de mi lengua lo untó de saliva con movimientos circulares. Empujé ligeramente para estrecharlo; noté como se endurecía todavía más y ella daba un pequeño respingo mientras exhalaba breve pero sonoramente. Aproveché el tránsito hacia el otro pecho para dirigir mis ojos a ella: los suyos estaban cerrados, su boca intentaba surtir de aire sus pulmones y su expresión denotaba un placer creciente.
Su otro pezón ya me recibió endurecido, pero aun así repetí paso por paso el proceso, todavía con más lentitud, para multiplicar su impaciencia y deseo. Jugoso, altivo, dispuesto a disfrutar de las atenciones de mi boca, una vez humedecido le regalé un halo de aliento que le hizo erizarse todavía más, no solo él, sino también toda la piel del pecho de mi compañera.
Abandoné, no sin lamentos, esos homenajes al placer, y descendí hacia sus piernas, todavía cubiertas con sus medias negras. Coloqué una sobre mi hombro mientras la otra permanecía flexionada, posición que ya me invitaba a escudriñar entre ellas para intuir la presencia de su oscuro tanguita y el tesoro que albergaba. Deslicé con suavidad las puntas de mis dedos desde sus muslos hasta sus pies para regresar al punto de partida. Mis labios también querían recorrer sus confortables piernas sin retirar la prenda. Cubrí de besos toda su longitud hasta donde sus muslos quedaban desnudos. Pasé a besar su parte interna mientras me acercaba inexorablemente a ese pubis que estaba reclamando mis atenciones desde hacía tiempo, como pude comprobar por su candente temperatura y embriagador aroma.
En efecto, aproximé mi nariz para impregnarme de sus intensos efluvios vaginales. Al contactar con su prenda y presionar ligeramente ella volvió a estremecerse. La humedad era patente. Empujé con el rostro para abrirme paso entre sus piernas y desplacé mis labios hacia sus ingles. Mi lengua, ayudada por mis dientes, intentó hacerse sitio entre la piel y el tanga. Más que la eficacia, buscaba acrecentar su excitación hasta límites que le fueran desconocidos. Acabé cediendo a la inminencia del placer, llevé mis manos a sus caderas y retiré sus braguitas, esa última barrera, que deslicé por sus piernas intentando conservar un temple cada vez más costoso.
Volví a mirarla; mantenía los ojos cerrados y sus rodillas se habían vuelto a encontrar. Tenía de nuevo la misión de hacerle rememorar el placer con algo que, según sus propias palabras, no era de su agrado, pero de lo que había disfrutado en la anterior ocasión hasta lograr que se derritiera en mi boca. Delicadamente separé sus piernas y me dirigí hacia su coñito, cuyos labios mayores afloraban entre su vello púbico para reclamar mi atención.
La punta de mi lengua llamó a su puerta. Aproveché su escalofrío para un segundo toque, al tiempo que arrimaba mis dedos para separar sus labios menores y acceder mejor a su epicentro. Mi ritmo fue aumentando, degusté esos labios por ambos costados en toda su extensión y realicé una primera visita a su orificio vaginal para recoger los jugos que manaban de su ser.
Mi intención, sin embargo, no era practicarle una comida de coño tan completa como la del primer día. Aun así, hice parada obligada en su clítoris, que se mostró extremadamente receptivo hacia mis toques linguales, a tenor del brinco que mi compañera dio sobre la cama. Me incorporé con la polla en ristre, coloqué mis rodillas una a cada lado de sus tetas y me aposenté en ellas con la clara intención de dirigir mi miembro a su boquita. Ella sabía muy bien lo que yo buscaba y se mostró dispuesta a ello.
- "Me has comido enterita" , reconoció; "ahora yo te la voy a comer enterita" , añadió.
Sin utilizar las manos, mi glande acabó entre sus labios. Por si acaso, los cerró para evitar que se le escapara su presa e introdujo su lengua por debajo de la piel para jugar como había hecho yo con sus pezones momentos antes. Hice reposar su cabeza en la almohada y me elevé para aproximar y alejar mi polla, con cuidado de no asfixiarla. Pero a ella no le pareció suficiente, y recurrió a su mano para agarrármela y ayudarse en la felación.
Viendo que su ritmo cada vez era más elevado y tiraba sin complejos de mi rabo hacia ella, intenté aflojar la intensidad de lo que ya era una follada de su boca por la profundidad y la frecuencia de las acometidas. Lo percibió y pasó a darte besitos en la punta de la polla al tiempo que aflojaba su movimiento manual. Con delicadeza retiré su mano y cogí un condón que tenía en la mesita:
- "¿Me vas a follar ya?" , me preguntó, melosa.
- "¿Pero no estábamos haciendo el amor como dos enamorados?" , le respondí, sonriendo.
- "Pues fóllame mientras hacemos el amor" , precisó.
- "Vamos a follar... pero todavía no" , le dije al tiempo que la volvía a reclinar y me colocaba encima de ella como si, en efecto, la fuera a penetrar.
- "Y entonces, ¿por qué te pones...?" , dejó la pregunta sin terminar al ver que yo acercaba mi sexo al suyo pero, en lugar de apuntar a su vagina, lo dirigía a su clítoris, enfundado para minimizar los riesgos. Paseé el extremo de mi verga por su botoncito del placer. Pese al látex, percibí perfectamente su calidez y excitación y, atendiendo a su reacción, ella también disfrutó de la caricia, a la que siguieron más roces.
Me eché hacia delante para apoyar mis codos alrededor de ella y besarla. Mientras me ofrecía encantada sus labios, tomó mi relevo entre sus piernas y agarró mi miembro para continuar rozándolo con su clítoris. "Úsalo como si fuera un vibrador" , le invité. "Haz el favor... de no comparar... este pedazo de polla... caliente y palpitante... con un vibrador" , me recriminó entre gemido y gemido.
Pese a sus palabras, utilizaba mi rabo como si fuera un juguete sexual. Sin abandonar la región clitoriana, exploró con él todas las terminaciones nerviosas de su centro de placer, cada vez con más ímpetu; afortunadamente, el preservativo me servía de barrera para amortiguar todo el goce que tanto su mano como su pubis estaban generando. No abandoné sus labios más que cuando ella los retiraba para realizar exhalaciones, hasta que se hicieron tan continuas que giró la cabeza para cerrar los ojos y concentrarse en su inminente orgasmo.
- "¡Aaah, aaah, aaaaahhh...!" , se descompuso, sin soltar en ningún momento mi polla ni dejar de pasearla sobre su clítoris. Una última elevación de cadera, que golpeó en mi miembro y a punto estuvo de destruir toda la resistencia que heroicamente había mantenido hasta ese momento, puso fin a su grandiosa corrida.
Me quedé mirándola, embobado, sus piernas abiertas enfundadas en las medias negras, mientras su pecho, rematado con ese par de amplios colofones, subía y bajaba aceleradamente, esperando su reacción. Al abrir los ojos, sólo dijo: "¡Ahora sí, me puedes follar o hacerme lo que quieras..., pero quítame primero las medias!" . Acalorada como estaba, ejecuté su petición y, enrollándolas sobre sí mismas, retiré la sugerente lencería y descubrí sus blancas piernas. Seguidamente situé mi glande a la entrada de su coño y empujé. Cuando me di cuenta mis cojones estaban rebotando contra su culo.
- "¿Es esto lo que querías?" , le pregunté tras iniciar el movimiento de penetración. "¡Cómo me llenas, cabronazo!" , fue toda su respuesta. Para colmarla todavía más inicié una serie de desplazamientos circulares; quería rozar al máximo las paredes de su candente vagina, actuación que ella respondió cerrando sus piernas en torno a mi cintura. Aminoré el ritmo y ella aprovechó para situar sus manos en mi pecho: "Déjame a mí ahora encima... ¡pero no te salgas!" , se apresuró a añadir.
Rodamos por la cama de matrimonio y me dejé caer de espaldas. Mi polla seguía perfectamente encajada en su interior. "Ahora me toca a mí, y no te vas a escapar vivo" , me amenazó. Apoyada en sus rodillas, arrancó su movimiento pélvico para cerrar sus labios vaginales en torno a mi pene. Su camisón, caído a la cintura desde que sus tetas afloraron para regalarme una cubana, me impedía contemplar cómo su mullido coño engullía mi rabo una y otra vez. "Levanta los brazos" , le dije, solicitud que ella atendió sin tener muy claro el motivo. Estiré hacia arriba de la prenda y se la arrebaté. "Por fin te veo totalmente desnuda" , celebré. "¿Qué querías, verme la tripa?" , contestó algo cohibida, pero sin dejar de cabalgar. "Quería verte tal y como eres, para poder hacer recorrerte también enterita" , respondí, y alcancé con mis manos sus caderas.
Desde ellas me dirigí a su ombligo y ascendí hasta sus senos, los envolví y los estrujé con cuidado, los junté e intenté acercar mi boca a ellos. El movimiento y la excitación de volver a saborear sus pezones me llevó al límite del placer: "¡Aquí me tienes!" , le anuncié, y comencé a vaciarme en su interior toda la carga acumulada desde que recibí su mensaje en el móvil.
-"Creo que yo tampoco lo hago mal estando encima, ¿no?" , me guiñó un ojo mientras se elevaba para sacar mi polla de su coño y desmontarse de mí, me retiraba el preservativo y me la limpiaba con un pañuelo de papel. "Me gusta mucho cómo haces el amor, cómo follas y cómo todo" , le contesté, intentando surtir de aire mis pulmones.
"No te imaginas lo que me ha costado guardar las formas durante la cena" , me confesó, tumbándose a mi lado sin acordarse de recuperar el camisón ni ninguna otra prenda que cubriera siquiera parcialmente su desnudez.
- "Sí, es mejor que sigamos actuando con la máxima discreción, yo creo que ninguno de los tres ha podido sospechar nada" , añadí, poniéndome de lado y mirándola.
- "Y en el trabajo, lo mismo" , continuó ella, imitándome. "Únicamente cuando estemos seguros de que estamos solos podemos darnos un masajito... y lo que surja" .
- "¿Seguirá surgiendo?" , le pregunté con malicia.
- "No sé tú, pero... a mí todo esto me pone mucho; Todo esto, contigo, claro" , -respondió. "Y veo que a ti también" , puntualizó mientras estiraba su mano en dirección a mi pene y lo acariciaba con delicadeza. Mi miembro no tardó en reaccionar.
- "Te iba a preguntar si querías repetir" , le dije, "pero me has ganado por la mano" , bromeé.
- "Pues sí, así que vamos a continuar donde lo dejamos" . Se sentó en la cama, cogió otro condón de la mesita y me lo incrustó en el falo, ya enhiesto y preparado para volver a asumir protagonismo.
Mi amante se colocó nuevamente encima de mí abierta de piernas a la altura de mi polla pero no cumplió exactamente con lo anunciado, ya que, en lugar de ensartarse, la agarró de la base y se la acercó a la parte superior de su pubis. Se venció hacia mí y retomó el masaje clitoriano que le propicié minutos antes para que se corriera.
No se anduvo con delicadezas. Emprendió un ritmo agitado que pronto hizo que recuperásemos la excitación previa a nuestros respectivos orgasmos. Mi rabo rebotaba entre sus muslos y, entre ida y venida, besaba su prominente clítoris. Por mi parte, mis manos le acariciaban la espalda, la sujetaban de los hombros, la agarraban del culo. Cuando el cansancio por la posición le empezó a hacer mella la invité a que parase y descansara sobre la cama.
Me situé encima de ella y la volví a penetrar. De su garganta brotó un largo gemido. Fueron esta vez sus manos las que se aferraron a mi culo para sentir mi polla en su útero una y otra vez y noté de nuevo como sus músculos vaginales ejercían una presión insoportable para mi miembro. Yo estaba dispuesto a dárselo todo de nuevo, pero quería que ella también culminara su escalada hacia el clímax. Me volqué sobre ella para besarla y aprovechar el roce de mi rabo sobre su clítoris.
- "¡Sí, así, sigue, por favor...!" , me rogó.
- "¡No tienes que suplicarme, yo estoy encantado, pero como me sigas apretando tanto voy a terminar enseguida!" , le respondí.
- "¡Es lo que quiero! ¡Yo también estoy a punto!" .
El desenlace fue inevitable. Nuestros orgasmos llegaron prácticamente a la vez. Mi polla dejó salir el semen en su acogedora cueva, plagada de jugos vaginales tras su nuevo éxtasis. La miré, nos besamos y me puse a su lado para recuperar el aliento.
- "No suelo correrme dos veces tan seguidas" , empezó ella. "Bueno, tampoco solía liarme con otros hasta que lo hice contigo el otro día" , sonrió. " Y espero que haya más" .
- "¿Te puedo pedir una cosa? Hay algo que sí quiero seguir haciendo y hoy no he hecho, antes de irme" , dije mirando el reloj despertador de su mesita. "Ponte boca abajo" , le indiqué.
Así lo hizo. Yo me encargué de retirar el preservativo y acondicionar mi pene para poder situarme encima de ella, en la terminación de su espalda. "Te voy a dar un masajito en agradecimiento por tu hospitalidad" , le susurré. "Me he quedado muy relajada, pero no debemos olvidar nuestros orígenes" , respondió, simpática.
Durante unos minutos me dediqué a agasajar sus hombros, tal y como lo había previamente en el trabajo en diversas ocasiones, con algunas diferencias importantes, ya que estábamos en su casa, sobre su cama de matrimonio, desnudos y después de haber echado dos polvos como dos soles.
No me podía recrear demasiado, ya que se nos había hecho bastante tarde, al día siguiente teníamos que madrugar para ir a trabajar y, sobre todo, tenía que regresar a mi casa, no muy distante de la suya, antes de que lo hiciera mi mujer, y no quería tentar más a la suerte. Aun así, en el rato en que estuve sobre ella me centré en trabajarle los hombros y proporcionarle caricias que significaran la guinda a una velada tan extraordinaria. "Como sigas así me voy a dormir, y no me importaría que te quedaras, pero no te podré acompañar a la puerta" , murmuró.
Me incliné, la besé entre los dos omoplatos y abandoné mi atalaya para comenzar a vestirme. "¿Qué hago con los calzoncillos de la suerte?" , le pregunté, señalando la prenda que me había prestado para iniciar el juego sexual de aquella noche. "Tranquilo, los guardaré con mi conjuntito por si volvemos a coincidir" , contestó risueña. Se levantó para despedirme sin coger ninguna prenda por el camino. "Total, ya me has visto completamente desnuda, con mis virtudes y defectos, y me voy a dar una ducha rápida, que huelo a sexo, no sé por qué" , explicó. "Yo me la daré en casa. Por cierto, es curioso, pero hoy tampoco he descubierto ningún defecto" , le respondí camino de la entrada de su casa. Se colgó de mi cuello y me despidió con un húmedo beso en los labios antes de abrirme la puerta.
Ya tendríamos tiempo de pensar qué habíamos hecho... o vuelto a hacer.