Te pudo pasar a ti, pero me pasó a mi

Un corto paseo por la noche de vuelta a casa acaba mal.

Capítulo 1 – Candados

Iba pensativo por la calle, venía de casa de un, hasta hace pocos días, compañero de trabajo. Se me había terminado el contrato temporal y habían decidido contratar a alguien con más experiencia que yo, y claro, a mis 24 años y con la carrera recién terminada no había tenido apenas oportunidades de juntar experiencia y las cosas no eran fáciles en aquellos momentos. Antonio, el que fuese compañero mío me había invitado a su casa para que buscase por internet ofertas de empleo y pudiera mandar currículos, yo vivía compartiendo piso con otras dos personas, aunque debido a los distintos horarios de cada uno, casi ni nos conocíamos, y no gozaba de lujos como tener internet.

Antonio y yo habíamos hecho buenas migas en el trabajo, hasta el punto de quedar para ir al gimnasio, a nadar a la piscina, salir de vez en cuando, realmente era la única persona con la que había logrado tener una cierta relación de amistad desde que llegase a esa ciudad en busca de trabajo. Esa noche me invitó a cenar después de pasar tres o quizá cuatro horas navegando por internet, respondiendo a anuncios y cosas por el estilo, ya entrada la madrugada y a pesar de ser viernes preferí no abusar de mi ex compañero y marcharme a mi piso a descansar.

Era una noche de finales de mayo y a pesar de ser cerca de las dos y media había una temperatura excepcional, que daba por bueno mi vestuario, una camiseta de manga corta y unos vaqueros. Caminaba con la mente en ofertas que había visto por internet, en posibles entrevistas, y en que si en pocos días no conseguía trabajo tendría que dejar el piso y marcharme, aunque no tenía claro dónde.

De pronto un hombre irrumpió en la soledad de la calle y me adelantó con prisa, no reparé en él mucho, solo pude ver que era corpulento y debía medir algo más de metro noventa. Ambos caminábamos por una estrecha acera de una calle de un único sentido, con otra acera similar y sendas hileras de coches aparcados junto a las aceras. A los pocos metros se le cayó la cartera cuando rebuscaba en el bolsillo y sacaba una llave que utilizó para abrir la puerta lateral de una furgoneta blanca más bien grande aunque sin distintivos de ningún tipo, y entró.

-¡Oiga! – grité tratándome de hacerme oír – la cartera, se le ha caído.

Caminé los pocos metros que me separaban hasta la cartera y la recogí.

-¡Señor, su cartera! –dije esperando que aquel corpulento hombre saliese de la furgoneta y la recogiese.

Me acerqué hasta la furgoneta con la cartera en la mano y me asomé con el brazo por delante sosteniéndola.

-Perdone se le ha caído la car

Todo pasó en décimas de segundo, unas fuertes manos tiraron de mí hacia dentro, la cartera se me cayó al suelo de la furgoneta y noté de repente un metal frio y circular rodearme las muñecas. Traté de moverme pero mis manos ya estaban atadas y fui empujado al suelo con violencia. Aquel corpulento hombre cerró la puerta de la furgoneta quedándose dentro conmigo, yo para entonces no sabía ni qué pasaba.

-Qué es esto, suéltame – dije forcejeando mirándome las muñecas, y comprobando que aquello que me imposibilitaba separarlas era unas esposas.

En la furgoneta había una pequeña bombilla que daba una luz muy mortecina que apenas me permitía observar lo que había a mi alrededor. Empecé a asustarme de verdad cuando aquel hombre cerraba con un candado la furgoneta por dentro.

-¿Pero qué hace?, SOCORROOOOOOOO –grité con la vaga esperanza de ser oído por alguien, aunque la calle estaba completamente solitaria.

-Grita lo que quieras – dijo aquel tipo con una voz grave – no te oirá nadie, esto está insonorizado.

Mis ojos poco a poco fueron acostumbrándose a la luz y me pude fijar en las paredes de la furgoneta, que estaban forradas con algún tipo de material que la hacía relativamente estrecha para ser una furgoneta de aquel tamaño.

Sin mediar palabra, aquel hombre me agarró por la cadena que unían las esposas y me arrastró hacia la parte delantera.

-Aaaaah ¡suelteme! –grité al tiempo que forcejeaba y pataleaba

Me sentó con decisión junto en lo que debía ser la división con la cabina del conductor y pegó mi espalda a la pared, levantó mis brazos y candó las esposas a una anilla que estaba soldada a la pared de la furgoneta. Mi visión se reducía a las puertas traseras del vehículo y a ver como aquel tipo manipulaba el candado. Cuando finalizó, se separó a un metro de mi, como queriendo coger perspectiva. Pude observarle con más detenimiento, tendría unos 30 o 32 años aproximadamente, ancho de espaldas, muy musculoso, pelo corto estilo militar y gesto de total indiferencia.

-Por favor, le daré lo que tengo, dinero, lo que sea, pero no me haga daño, déjeme ir – dije entrecortadamente.

-A ver… yo creo que sí… - dijo en voz baja y con un gesto pensativo

Se sacó un papel del tamaño de una cuartilla doblado a la mitad del bolsillo trasero de su pantalón vaquero, lo desdobló, y empezó a leer.

-Sobre el metro setenta y ocho, metro ochenta… sí, en torno a unos 75 kilos –dijo apartando el papel y observándome – sí parece, moreno pelo corto, vale, ojos marrones o negros.

En ese momento se me acercó y me agarró del pelo, sus ojos, aunque no pude ver su color debido a que estaba a contra luz se clavaron el los míos, podía sentir su aliento, y un olor a café a tabaco.

-Sí, marrones, correcto – continúo leyendo la lista – y entre un 42 y un 44 de pie, ¿qué pie tienes? –dijo pegándome una patada en la planta del pie.

-Un un 44 – dije asustadísimo.

-Bien, pues está todo –dijo guardando la hoja doblada al medio de nuevo en su pantalón.

-Por favor, suélteme, de verdad, no diré nada.

El hombre pareció quedarse abstraído mirándome.

-La verdad es que no estás mal – dijo de pronto- si me haces un favor, igual te suelto, me has pillado de buenas.

-Sí, si lo que sea, lo que sea pero no me haga daño por favor –cada vez estaba más asustado, no podía creerme en la situación en la que me encontraba.

Se bajó la cremallera del pantalón y rebuscó hasta sacarse la poya, estaba ligeramente empalmada y debía medir unos 17 centímetros.

-Si me haces un buen trabajo, te suelto y te piras.

-No, no, no nada de eso, que dices, no soy gay no me va eso – dije con decisión.

Aquello me asustó de verdad, empezaba a comprender que estaba en manos de un algún tipo de degenerado, y no estaba dispuesto a pasar por eso, había tenido hasta hacia pocos meses novia y disfrutaba de relaciones heterosexuales habitualmente.

-Venga, no te hagas de rogar, una chupadita, y te vas

-No tío, vete a la mierda paso de eso joder –dije perdiendo la paciencia.

-Como quieras.

Con la poya colgando se dio la vuelta y caminó hasta el fondo de la furgoneta, junto al paso de rueda, donde pude ver casi en la penumbra un pequeño baúl que tenía con un candado abierto, lo abrió y sacó de su interior una navaja enorme, lo cerró y caminó de nuevo hacia mi mientras contemplaba el filo.

-Pues si no estás dispuesto a cooperar, empecemos

Agarró mi camiseta y tras estirarla la cortó con la navaja con una extraordinaria facilidad, rasgó las mangas y me dejó con el pecho descubierto. Aquello me hizo ver que aquel tipo iba en serio.

-No no no para para, por favor, vale haré lo que quieras.

-Veo que entras en razón – dijo incorporándose y sacándose la poya.

-Si lo hago, ¿me dejarás ir? – dije mirándole la poya con cara de asco.

-Por supuesto.

Me la acercó y aunque dudé abrí la boca, olía a pis y estaba algo sucia, según me la metió me vino una arcada.

-Vomita y te corto el cuello, venga chupa.

Le di un tímido lametazo con muchísimo asco, era la primera vez que tenía una poya en la boca. De pronto me la metió entera hasta el punto de hacerme toser.

-Venga, coño – dijo perdiendo la paciencia.

Empecé a chuparla tratando de no saborear nada, respirando por la boca como tratando de evitar cualquier rastro de sabor, aunque era inevitable, las arcadas se me sucedían. Me cogió del pelo y comenzó a follarme la boca marcando él el ritmo. Yo trataba de resistirme pero era prácticamente imposible, era muy fuerte.

-Mmmm que boquita más rica

Aumentó el ritmo mirándome con gesto de estar gozando de aquel sufrimiento que me estaba infligiendo, de pronto, cerró los ojos y mi boca empezó a llenarse de un líquido caliente que no podía ser otra cosa que su corrida.

-Puaaaj – empecé a toser con fuerza y a escupir a un lado tratando de no tragar nada.

Era realmente repugnante me daba muchísimo asco aquello que me estaba pasando, me vi con una corrida de un tío en la boca, algo que yo le había visto hacer a muchas novias mías con gran gusto, y que yo no comprendía el porqué podía gustarles. El tipo se limpió la poya con los restos de mi camiseta y se la metió en el pantalón.

-No ha estado mal, no ha sido la mejor que me hayan hecho, pero tampoco la peor – dijo mirándome.

-Por favor, he hecho lo que me has dicho ¿me sueltas?

Aunque apenas podía verle por estar a contraluz pude ver como su gesto cambiaba y esbozó una sonrisa.

-Me temo que no.

Esas cuatro palabras hicieron que se me helase la sangre, tardé unos instantes en asimilarlas, a pesar de que rebotaban en mi cabeza.

-Pero pero pero, me dijiste que me dejarías ir si te la chupaba – dije sollozando.

-Mentí – dijo sin más.

Se me vino el mundo encima, me había obligado a chuparle la poya creyendo que con aquel repugnante gesto conseguiría la libertad y no fue así. Empecé a patalear y a forcejar hasta hacerme daño en las muñecas.

-¡Suéltame cabrón! – le grité lleno de rabia.

Se giró ajeno a mis voces e intentos de soltarme y volvió de nuevo al dichoso baúl, lo abrió y se puso de cuclillas rebuscando algo hasta que dio con lo que buscaba, en la penumbra pude ver que era como una tira de algo pero no veía en aquel momento exactamente lo que era. Conforme se acercaba con el pude ir distinguiendo detalles como que tenía una anilla metálica y parecía de cuero, no entendía muy bien que era o para qué quería aquello.

-¡Que haces con eso!, ¡suéltame!

Hierático a mis palabras se acercó a mí y me lo colocó en el cuello, en ese momento comprendí que era un collar.

-¡Hijo de puta no me pongas eso! – dije apartando el cuello y dándole una patada en la espinilla.

-Aah- se quejó frotándose en la espinilla –no me pagan lo suficiente para aguantar esto –masculló entre dientes.

De repente se incorporó y me soltó un brutal tortazo.

-AAaaaaaaaaaaaaaaauu, hijo de putaaaaa – dije cerrando el ojo de un lado mientras me lagrimeaba.

Se sacó un candado pequeño del bolsillo y me lo puso en el collar, cuando oí el clic que generó el candado al cerrarse es cuando comprendí que aquel tipo iba muy en serio. Empecé a dar patadas contra el suelo de la furgoneta, metía mucho ruido pensé que así quizás consiguiese llamar la atención de alguien fuera.

-Veo que me vas a dar la lata – dijo por fin.

Volvió al baúl, esta vez estaba abierto, se inclinó y cogió otras dos tiras similares a las que me había puesto en el cuello aunque eran más cortas, cuando volvió vi que eran correas, también con una anilla en uno de sus puntos centrales. Yo seguí mi ofensiva pataleando contra la furgoneta todo lo que podía hasta que volvió con las dos coreas y con su pie calzado con una bota militar me pisó el tobillo izquierdo.

-A ver si así te estás quietecito.

Se dio la vuelta dándome la espalda y aprovechando que tenía un pie inmovilizado se sentó sobre mis piernas. Noté como me colocaba primero en un tobillo la correa muy fuerte y luego repetía la operación en el otro, cuando acabó se echó mano al bolsillo y sacó otros dos candados abiertos y uno grande, tras oír tres clics se levantó y observé el trabajo realizado, había cerrado los candados pequeños en las correas de los tobillos y con el grande me había unido ambos pies a través de las anillas de las correas y los había atado juntos al suelo de la furgoneta a través de una argolla que sobresalía del suelo. Ahora cualquier intento de patalear era completamente inútil.

-Suéltame joder, me hace daño esa mierda – le dije enfadado

-Si te hubieras portado bien te lo habría atado más flojo, ahora te aguantas.

Aquello me hizo deducir que me habría atado de cualquier manera, y no dejaba de resonar en mi cabeza la frase que le oí decir entre dientes "no me pagan lo suficiente". Volvió al baúl del que pensé que no dejarían de salir cosas, y sacó otras dos correas, esta vez con mi total e involuntaria entrega se acercó a mis muñecas y me puso las correas exactamente igual que lo hiciese con mis tobillos.

-Pero, ¿por qué me pones todo esto?, joder, suéltame de una puta vez.

Creí que me soltaría las esposas para ponerme las correas y que tendría al menos una oportunidad pero cuando me las quitó comprobé que ya había candado las correas al mismo lugar donde tenía las esposas, sólo había sustituido una cosa por otra. Empezaba a desesperarme, no sabía si aquel tipo era un violador, un secuestrador o un degenerado más, la ansiedad y la incertidumbre eran horribles, solo superadas por el miedo.

Con las esposas en la mano se puso frente a mí y me miró, resopló y se dio la vuelta.

-Continuemos – dijo según caminaba al baúl.

-Sueltameee joderr ¡SOCORROOOO! –grité inútilmente

Aquel hombre dejó caer las esposas al baúl, hicieron un ruido metálico, por lo que debieron aterrizar sobre el fondo del dichoso cofre. Se agachó y sacó unas enormes tijeras, que vi bien, brillaban a pesar de la poca luz que había.

-¿Qué vas a hacer con eso?, ¿Qué quieres?, ¿para qué quieres eso? – dije nervioso y asustado.

Se acercó a mí con las tijeras y se agachó a mis pies, me temía lo peor estaba asustadísimo, no sabía que quería hacer aquel degenerado con esas tijeras, de pronto, estiró la pata de mi pantalón vaquero y comenzó a cortarlo lentamente de abajo a arriba, a veces el frío metal de las tijeras me rozaba la pierna provocando que se me pusiera la piel de gallina, miraba callado y asustado, el pantalón se rasgaba como si fuera papel.

Cuando llegó a la cintura metió dos dedos entre el pantalón y yo y con algo más de esfuerzo logró cortarlo. Tras ponerse junto a mi otra pierna repitió la operación, cortando con cuidado pero destrozando el pantalón, una vez seccionó la cintura del otro lado, agarró los restos del pantalón y tiró de ellos con fuerza quitándomelos, había hecho un buen trabajo, tanto que me había cortado hasta el bóxer y me había dejado en bolas.

-Pero, ¿Qué haces?, estás loco, puto degenerado, ¡suéltame!.

Caso omiso, una vez más, se giró y volvió al baúl del fondo de la furgoneta, yo le contemplaba viendo que lo único que me quedaba eran mis deportivas blancas y mis calcetines también blancos, no quedaba más de lo que me había puesto aquel día por la mañana. Aquel monstruo tiró mis pantalones junto con mi camiseta echa girones en una bolsa de basura y se inclinó de nuevo a rebuscar en el baúl.

Sacó algo que fui incapaz por completo de saber qué era, parecía transparente, pero no lograba verlo con claridad, se incorporó y vino hacia a mí.

-Bueno, terminemos de prepararte – dijo de pronto.

-¿Prepararme, de qué coño hablas?, maldito loco, ¡sueltamee!

Cuando estuvo enfrente de mí seguí sin saber que era aquello tenía una forma que no lograba identificar, se puso de cuclillas sobre mí y me agarró los huevos y la poya y los estiró.

-AAAAAaaaah ¿Qué hacesss? – grité mirando aquello

Me puso una especie de anilla en la base de la poya y la ajustó a la anchura, después acercó la otra parte era como un objeto hueco con un agujero al final, hecho de plástico o metraquilato, y metió mi poya dentro hasta unir ambas piezas. Es entonces cuando comprendí que aquello era un cinturón de castidad masculino o una jaula para penes. Mi poya medía unos 19 centímetros pero en estado de relajación a penas me sobraban unos milímetros con ese artilugio puesto.

-No, no, no me pongas eso tío qué coño haces – dije viendo cómo me manipulaba la poya y huevos colocándola aquel artilugio.

Trataba de mover la cadera para dificultarle la instalación de aquel diabólico aparato pero puso sus dos pies a cada lado y me redujo los movimientos al mínimo. Cuando ambas partes estuvieron colocadas y unidas, las fijó con un pequeño candado, cuando lo cerró y oí una vez más el ya odioso ruido clic de un candado cerrándose, me estremecí, no era dueño de mi poya y algo me decía que una erección en esas circunstancias no sería nada placentero, aunque desde luego nada en aquella furgoneta podía provocarme tal reacción.

-Pues ya estás listo

-¿Listo? , listo para qué cabrón, joder suéltame degenerado de mierda – dije casi histérico.

Se volvió al fondo, cerró con otro maldito candado el baúl, cerró la bolsa de basura con lo que había sido mi ropa y se fue a la puerta lateral por la que había tenido la horrible idea de asomarme un rato atrás. Abrió la puerta tras quitar el candado que nos mantenía encerrados, comprobó que la calle estaba tan muerta como antes y salió.

-Disfruta del viaje – dijo desde fuera.

Cerró la puerta desde fuera, pude oír cómo introducía en la cerradura de la puerta una llave y la giraba. Durante unos instantes no oí nada más, hasta que un temblor en el suelo me indicó que el motor se había puesto en marcha, nos movíamos, de eso no cabía la menor duda, pero aún no sabía a dónde.