Te pudo pasar a ti, pero me pasó a mí (8)

Diego es atado a otro aparato de la mazmorra, y desde su nueva perspectiva será testigo en de una sesion un tanto peculiar.

Capítulo 8 – Un mero espectador

-¡Eh chucho!, despierta.

Me giré en busca del emisor de aquellas palabras. Era el amo, había bajado con una bata y unas zapatillas de andar por casa y sostenía un trozo de pan y algo metálico. Yo estaba muy dormido aún. Se agachó y metió entre los barrotes el trozo de pan y aquella cosa metálica que no era si no papel de aluminio con algo de chorizo.

-Te puedes comer eso, luego bajo.

Volvió a marcharse y me dejó desperezándome con mi suculento desayuno. El pan estaba relativamente blando, no era del día, pero se podía comer, y el chorizo estaba hasta rico. Me hice un bocadillo con aquellos ingredientes y lo devoré con ansia. Cuando lo terminé, el picor del chorizo me hizo terminarme el agua que había en el bebedero para perros. Al menos había comido algo –pensé-.

No lo oí bajar de nuevo, y como casi siempre que ocurría eso, era porque bajaba descalzo, solamente unos calcetines y unos vaqueros era lo que traía, fue directamente al baño y lo abrió.

-Bueno que tal la comida, ¿eh perrito? – me dijo volviendo a la celda.

-Muy rica amo, gracias- dije tratando de ser educado y complaciente.

Abrió la puerta de mi celda y se apartó.

-Ve al baño si lo necesitas, dúchate y eso.

Me dispuse a salir cuando me puso la mano delante.

-Será mejor que te lleves el bebedero, no esperarás que te lo llene yo – me dijo señalándolo con un dedo.

-Claro amo – dije volviéndome a por él.

Me encerró en el baño, aunque no me dijo nada supuse que contaba con los cinco minutos habituales, hice todas las tareas propias y me puse frente a la puerta con el bebedero lleno otra vez.

Esperé pacientemente, aunque la puerta esta vez tardó algo más de cinco minutos en abrirse, cuando ocurrió, Pablo ya se había terminado de vestir, se había puesto una camisa blanca, como solía llevar, y unas deportivas.

-Vete a llevar el bebedero a la celda – me dijo señalándola con la misma mano con la que portaba el taser.

No me había percatado la vez anterior si lo llevaba o no, quizás sería porque no tenía intención de intentar nada. Dejé el bebedero completamente lleno de agua en el suelo de la celda y esperé que la puerta se cerrase tras de mí, como en otras ocasiones, pero cuando me volví, el amo había cerrado el baño y esperaba junto a la puerta.

-Ven aquí, colócate ahí- me indicó señalando el aspa gigante.

Me quedé parado un momento observando aquella aspa, era de madera maciza, negra, con enganches en los extremos. No quise averiguar cómo andaba aquel día el amo de paciencia y me dirigí hacia donde me indicó.

-Bien, espera un momento – dijo volviéndose a la estantería.

Se giró y portaba entre las manos la pelota roja con correas que había llevado el día que fui subastado.

-Abre la boca.

-Pero... para qué….

-Qué la abras coño, no que hables – me dijo enfadado.

La abrí sin entender muy bien por qué quería ponerme de nuevo la mordaza. Me la metió en la boca y la ató a mi cabeza. Tenía el mismo regusto a goma que la primera vez.

-Venga ponte en el aspa, mirando hacia mí – me ordenó.

Fui hasta el aspa, me di media vuelta y esperé. El amo me agarró la mano derecha y me la ató por la anilla de la correa al enganche. Hizo lo mismo con mi otra mano y luego con los pies dejándome atado en forma de X mirando al frente, donde tenía la celda en la que había pasado la última noche.

-Bueno pues estás – dijo cuando hubo terminado – me marcho, que he quedado y posiblemente venga acompañado, y como no me fío mucho de ti todavía, te quedas así, hasta luego.

Me quedé mirando muy sorprendido cómo se marchaba dejándome así, no entendía nada, no sabía el porqué de aquella mordaza ni de dejarme en ese estado. Aproveché mi privilegiada posición para observar al estantería, tenía varias baldas y dos puertas en la parte de abajo, estaba repleta de dildos, consoladores, algunos de los cuales ya había tenido el gusto de probar, esposas, la barra de metal que había llevado en los pies, el peso de los huevos, una fusta, también había cuatro correas de cuero y un collar, aunque no eran como las mías, estas no tenían pasador para candado, eran más convencionales. También estaba el taser y suponía que las puertas de abajo escondían algún que otro misterio.

Estoy completamente seguro que fueron varias horas lo que esperé aquel día para volver a oír ruidos indicativos de que alguien bajaba. La puerta metálica se abrió y dos voces se escuchaban, una era la de mi amo, la otra era completamente desconocida. Al que primero vi fue a mi amo, bajaba acompañado de un chico de unos 26 o 27 años, de un metro ochenta aproximadamente, era moreno con el pelo corto, vestía un chándal blanco de adidas con las rayas rojas, y unas zapatillas también adidas y también blancas con las rayas negras.

Cuando faltaban unos peldaños para que el chico llegase abajo se quedó completamente paralizado al descubrir lo que había en aquel sótano, y eso que aún no me había visto.

-Hostia tío, cómo te lo tienes montado ¿no? – le dijo completamente asombrado.

-Ya te dije que tenía cosillas para esto – dijo Pablo.

-¿Cosillas?, esto son más que simples cos

Me acababa de ver, y entendí su cara de perplejidad, yo, al ver a un tío atado a un aspa gigante en bolas y con la polla en una jaula también me habría quedado así.

-Pero… ¿y ese? – le dijo señalándome con el dedo.

-No te preocupes, es uno de mis perros, pero hoy me dedicaré a ti.

-Hola – me dijo mirándome.

-¡Eh!, no se puede hablar con él ¿entendido? – le dijo con muy mal tono.

-Sí, sí, como tú digas… pero por internet no me contaste nada de esto.

-¿Acaso importa? – le dijo mi amo.

-No… claro, no importa – dijo algo contrariado.

El chico parecía cohibido, y estaba visiblemente nervioso por mi presencia, de entre el diálogo extraje pocas conclusiones, parecía que habían quedado de ante mano, y que le había contado algo de lo que se iba a encontrar, aunque está claro que no todo, había bajado las escaleras con mucha decisión, mucha más de la que emplee yo la primera y única vez que las he bajado.

-¿Empezamos? – le dijo el chico un poco dubitativo.

-Bueno pues ya has visto lo que hay, ya ves que no bromeaba, no soy cualquier tipo con una cuerda y un consolador, esto va en serio, si quieres irte eres libre, ahí tienes la puerta – le dijo señalándole arriba.

El chico miró a su alrededor, parecía estar pensándoselo, y no era lo que más me asombraba, sino que estaba ahí por propia voluntad.

-Está bien – dijo finalmente – me quedo.

-Te advierto que hasta mañana no te dejarme ir, cuando hago una sesión la hago bien.

-Sí, sí, tronco, lo que tú digas, tú mandas.

De repente le cruzó la cara, el tortazo resonó entre las paredes de la mazmorra. Yo miraba sorprendido la escena.

-Nada de tronco, a partir de ahora te referirás a mí, como amo o como señor, eso te lo dejo elegir, ¿está claro?

-Sí… sí se… señor, lo que usted diga – dijo muy asustado y frotándose la sonrojada y dolorida mejilla.

-Quítate la sudadera y la camiseta – dijo caminando hasta la estantería.

Ni siquiera me miró, recogió el collar y dos correas, mientras tanto, el chico se quitó rápidamente la sudadera tirándola al suelo y después la camiseta. Tenía un torso totalmente depilado, claramente trabajado en el gimnasio, se le marcaban los pectorales y tenía una tableta de chocolate por abdominales. Pablo volvió hacia él y se puso detrás, le ató el collar y se colocó delante.

-Extiende un brazo – le ordenó.

Sin rechistar, extendió el brazo derecho, Pablo le ató la correa y lo dejó caer, no tuvo que pedirle el otro brazo, el muchacho lo extendió y le fue colocada la otra correa. Tenía cara de miedo, aunque en el fondo, parecía estar disfrutando con eso.

-Vete a esa esquina – le dijo señalando la que tenía una cadena colgando.

Obediente, caminó hasta la esquina y se quedó parado. El amo detrás de él, le ató la cadena a las muñecas exactamente igual que hizo conmigo y se dirigió al botón de control. Lo pulsó, y el motor se puso en marcha. La cadena fue lentamente elevándose, los brazos del chico se levantaron y no tardaron en tensarse.

-AAAaay duele – se quejó el chico.

De pronto paró, apenas había empezado a tirar de él.

-¿Vas a estar quejándote todo el tiempo?, si quieres te desato y te piras – dijo el amo enfadado.

-No Señor, lo siento, quiero quedarme.

-Bien – dijo Pablo accionando de nuevo el motor.

La cadena continuó su movimiento vertical ascendente. En un intento por paliar el dolor de la elevación, el chico puso en marcha toda su musculatura y se elevó sosteniéndose a pulso, después de unos pocos centímetros más, el motor fue detenido. El chico se dejó caer exhausto por el esfuerzo, levantaba 20 o 30 centímetros del suelo.

El amo se puso de cuclillas frente a los pies del muchacho.

-Bonitas zapas, ¿qué pie calzas? – le dijo sujetándole una y mirando hacia arriba.

-Un 43 señor – dijo escuetamente.

El amo empezó a desatárselas, primero una y luego la otra, las aflojó y le sacó una, dejando al descubierto un calcetín gris claro. Se la llevó a la cara, y la olfateó, yo miraba atento, no perdía detalle.

-Mmm hueles rico perrito – dijo dejando la zapatilla en el suelo y sacándole la otra.

-Gracias Señor – dijo el chico algo cortado.

Le desató el cordón del pantalón y se lo quitó. Llevaba un bóxer azul marino, y la polla que sostenía parecía estar muy animada. Tiró el pantalón junto con el resto de su ropa, cogió las dos zapatillas y se puso en pie.

-Estas me las quedo – dijo el amo – me gustan.

-Pero… pero Señor y yo con qué vuelvo a casa – preguntó el chico algo desconcertado.

-No es problema mío – se dio la vuelta y caminó hasta la estantería.

Dejó el par de zapatillas en el suelo junto al mueble, recogió las dos coreas que faltaban, la barra metálica que usó para separarme los pies, y regresó a la esquina desde donde no le quitaba ojo el chico, aunque a veces me miraba a mí también.

Esta vez se arrodilló a los pies del muchacho, le cogió un tobillo y rodeando el calcetín le ató la correa. Hizo lo mismo con el otro tobillo y de pronto empezó a cosquillearle la planta del pie que sostenía.

-AAAAaaah jajajajajaaj pareee pareeee – gritó escandalosamente.

-Tienes cosquillas por lo que veo ¿eh? – le dijo amo sin parar.

-Siiiii jajajajaja pare pareee.

-Bueeno eso lo hace más divertido – dijo con una sonrisita deteniéndole por fin el sufrimiento al muchacho.

Cogió la barra de metal, se la ató a los tobillos separándole los pies y fijó ésta al suelo mediante la pequeña cadena que tenía hacia la mitad.

-¿Qué va a hacer conmigo, Señor? – dijo el muchacho empezando a asustarse de verdad.

El amo no dijo ni media palabra, volvió a la estantería, se agachó y abrió una de las puertas, no pude ver que había dentro ya que abrió la que estaba más próxima a mí, pero sacó unas inmensas tijeras.

-Bueno, entonces eres muy sumiso y te gusta que te den cañita ¿no? – dijo caminando hacia la esquina con las enormes tijeras en la mano.

-Si… si Señor – dijo sin quitarle ojo a las tijeras.

-Así que solo quieres complacer a tu amo ¿verdad?

-Sí Señor, es lo único a lo que aspiro.

-Claro, sabes que no tienes derecho a nada de placer, que estás aquí sólo para darme placer a mí ¿verdad? – dijo deteniéndose junto a él.

-Desde luego Señor – dijo sumisamente el chico.

Yo no sabía a dónde quería llegar el amo, pero de repente le agarró las pelotas a través del bóxer y las estiró llegando a ser visible cómo se las separaba de la polla.

-Aaau me hace daño Señor.

-Eres una putilla complaciente y harás lo que yo te diga ¿verdad?, sin rechistar.

-Por supuesto señor, soy su puta, haga lo que desee conmigo.

Abrió las tijeras y se las puso en los huevos.

-Pues esto ya no te hace falta – dijo con una sonrisa señalando con la mirada a sus pelotas- eres un puta y no buscas placer así que no te importará si te quito esto ¿verdad?.

-¡NOOOOOOO! Por favor, noooo, eso no por favor, no me los corte – suplicó el chico poniéndose muy nervioso.

-¿No?, pero para qué los quieres, eres una putita, y para darme placer no te hacen falta, además sólo son una carga para ti.

-Noooo noooo por favor noooo – dijo el chico histérico del todo-.

Estaba completamente asustado, yo miraba perplejo aquella escena, no sabía de qué era capaz el amo y estaba empezando a asustarme yo también.

-Me parece que sí, te los quitaré, y podremos seguir con la sesión.

-Noooooooo eso nooo suéltame jodeer – empezó a forcejear, era presa del pánico y estaba totalmente fuera de sí.

Comenzó a llorar desconsoladamente mientras intentaba soltarse de las ataduras, pero como yo había tenido la oportunidad de comprobar, eran muy resistentes.

-No te preocupes, seguirás teniendo erecciones, incluso podrás seguir corriéndote, aunque las corridas no saldrán muy blancas, así que los huevos ya no los necesitas más, será un momento, enseguida termino – dijo con total tranquilidad el amo.

-NOOOOOOOOOOOOOOOOO – gritó el chico en mitad de un llanto y forcejeando como un loco.

De pronto las tijeras se cerraron, y un trozo de bóxer cayó al suelo.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaaah – gritó el chico.

-Jajajajajajajajajajajajaja

El amo se estaba literalmente partiendo de risa, le había soltado los huevos en el último instante y le hizo un agujero redondo en el bóxer por el que asomaba su poya, que había perdido toda la excitación. El muchacho se quedó con cara de tonto, se miró y vio que todo estaba en su sitio.

-¿De verdad pensaste que te iba a castrar con unas tijeras? Jajajajaja

El chico empezó a reírse nerviosamente aspirando mocos de la nariz tras el llanto, estaba muy nervioso aún.

-No… no… no sé, me ha asustado Se… Señor –dijo tartamudeando.

-Para castrar a mis perros uso un bisturí – dijo con un tono muy serio y mirándole directamente a los ojos.

Aquella última palabra que el amo había conseguido espesar el ambiente de la mazmorra. De nuevo el chico se quedó completamente pálido y callado.

-Es broma joder, jajaajajaja, las tijeras solo son para cortarte el bóxer – dijo terminando de cortárselo.

Tras un corte limpio a cada lado de la cintura se lo quitó y lo tiró al suelo. Volvió a la estantería y dejó las tijeras llevándose una extraña y pequeña correa que le puso alrededor de la base de la polla, que debía medir unos 15 o 16 centímetros, y de los huevos, quedando estos muy apretados, había recuperado de nuevo parte de la erección.

-Aaaauu está muy fuerte Señor

-Así no te correrás con facilidad – dijo el amo.

Cuando terminó de ajustarle la correa, hizo un nuevo viaje hasta la estantería, donde cogió la fusta.

-Bueno ahora tu castigo – dijo el amo.

-¿Castigo? – preguntó extrañado el muchacho.

-Sí, castigo, me has hecho esperar hoy diez minutos, y la impuntualidad hay que castigarla – dijo con tono muy serio.

-Lo… lo siento de verdad no volverá a pasar Señor.

Pablo fue hasta él y sin mediar palabra le arreó un brutal fustazo en los huevos, que colgaban muy apretados por la correa.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh – gritó y se tensó el chico en la cadena.

-Yo también lo siento – dijo el amo soltándole otro fustazo de igual intensidad.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaaah pareee paree por favor no volverá a ocurrir.

-Debería darte uno por cada minuto que has llegado tarde- dijo dándole otro.

-Noooooooo AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaah.

-Pero creo que has aprendido la lección, ¿es así?.

-Sí, sí, Señor, es así, no me dé más por favor, no volverá a ocurrir.

-Bueno, eso espero, ¿empezamos en serio con la sesión?.

-Sí Señor, empecemos – dijo el muchacho sumisamente.

Desde mi posición no perdía detalle de todo lo que estaba ocurriendo, y la verdad es que aunque no me hubiera puesto la mordaza no me habría atrevido a decir ni una sola palabra, estaba descubriendo hasta donde era capaz de llegar el amo.