Te pudo pasar a ti, pero me pasó a mí (3)

Diego continúa el proceso dentro del misterioso edificio, y descubrirá el porqué de todo aquel montaje.

Capítulo 3 – La otra puerta

Aun resonaban los ecos del portazo que había dado aquel monstruoso tipo calvo. Por más fuerza que trataba de hacer solo conseguía cansarme y hacerme daño, así que desistí, me di la vuelta, y me dejé caer resbalando por la pared hasta sentarme, consiguiendo la misma postura que había tenido durante todo el viaje en la furgoneta que me trajo a este infierno. Infierno compartido en la jaula de al lado por Carlos, mi compañero en aquella situación.

-¿Dónde se lo habrán llevado? – lancé la pregunta al aire con la mirada perdida en el suelo de cemento.

-No lo sé, tío, pero esto tiene muy mala pinta – me dijo mi vecino dando acuse de recibo de mi pregunta.

Un largo silencio se extendió durante varios minutos, Carlos parecía haberse quedado dormido o en situación de duermevela, estar colgado por las muñecas y hacer fuerza para liberarse debía ser agotador. Yo intenté dejar mi mente en blanco, no pensar en nada, para tranquilizarme, pero me temblaban las manos, tenía frio, las ataduras eran incómodas y era complicado. Tampoco ayudaban las imágenes que habían pasado por delante de mí, aquel pobre chico atado y siendo sodomizado con un dildo metálico.

La cerradura de la gran puerta metálica de acceso a las celdas volvió a sonar largo rato después, yo me sobresalté y me levanté nerviosísimo esperando ver entrar de nuevo al calvo. Carlos también se despertó, aunque su reacción fue menos visible. Sin embargo, y para mi sorpresa, no fue el calvo el que entró, si no el mismo tipo grande y musculoso que nos había traído a los dos.

-Tu turno – dijo dirigiéndose a Carlos.

-Acércate cabrón, que te voy a partir la cara –le respondió brabucón.

El tipo abrió la puerta y sacó algo negro del bolsillo, se acercó a Carlos que ya pataleaba tratándole de alcanzar y recibió una fuerte descarga eléctrica que lo dejó completamente aturdido y sin resistencia. Parece que el objeto negro era un taser y había dejado k.o. a mi vecino. Lo bajó de las cadenas y se lo cargó al hombro, lo sacó de la jaula y lo llevó a la celda del potro poniéndolo puso sobre él, igual que hiciese el calvo con el chico rubio y finalmente le ató las correas de las extremidades a las patas del potro.

Poco a poco Carlos fue recuperando la conciencia y tras forcejear un poco vio que estaba en el potro.

-Cabroooon, sueltaa joder, a mi no me harás esa mierdaaaa –gritaba aun ronco y tratando de liberarse.

Pero aquel tipo ya estaba lubricando un nuevo dildo metálico, y el destino de aquella cosa era más que evidente. Yo para entonces estaba asustadísimo del todo, lo del rubio no había sido algo casual o excepcional, era la forma de proceder con todos, y estaba claro que más tarde o más temprano yo sería el siguiente.

El que había sido nuestro secuestrador parecía decidido a querer disfrutar especialmente con Carlos, cuando hubo lubricado el dildo se lo enseñó, se lo puso a escasos centímetros de la cara.

-¿Ves esto? –le dijo moviéndolo.

-¡Quítame eso de delante puto maricón de mierda! –bramó Carlos.

Le lanzó un escupitajo que impactó de lleno en la cara del tipo, y eso no le sentó demasiado bien. Se limpió el salivazo con la manga, le cogió del pelo con la mano que sostenía el dildo y le arreó un bofetón que resonó en la improvisada cárcel.

-Aaaaaaah – gritó Carlos –puto cabrón.

-Ahora es cuando vas a chillar, te crees muy machito eh, ya verás cuando te meta esto por tu culito.

-Nooo joder para.

El tipo se puso detrás de él, y sin ninguna delicadeza le empezó a meter el dildo apretando más y más hasta que prácticamente se lo consiguió meter de un golpe.

-AAAAAAAAahh cabrooooon hijo putaaaaa, te voy a maaatar.

-Seguro que te ha gustado chulito, además ha entrado muy bien, incluso creo que ya te habían petado antes.

-Eso es mentira puto cabrón, suéltame –dijo Carlos casi sin voz.

-No, no voy a soltarte, pero estoy cansado de oírte –dijo el tipo volviendo a la estantería y abriendo el mismo cajón que abrió antes el calvo.

Y al igual que el calvo, sacó una bola roja con correas a los extremos y se puso delante de Carlos.

-Abre la puta boca.

Pero Carlos no estaba dispuesto a cooperar y esta vez no quiso abrir la boca para soltarle alguna retahíla de insultos.

-Así que ahora te callas eh, pues por las malas.

Le garró de los orificios de la nariz y empezó a tirar para arriba hasta que Carlos no pudo más.

-AAAAAAAAAh

-Así, mejor – dijo metiéndole la pelota en la boca y atándosela a la cabeza.

Carlós trataba de gritar y patalear pero nada podía hacer, yo miraba con cara de pánico y de pena lo que le estaba haciendo aquel tipo.

-Bueno, como sé que no te vas a portar bien – dijo sacándose de nuevo el taser del bolsillo- te daré otra de estas a ver si así te puedo llevar a la otra sala sin mucho jaleo.

Y dicho lo cual, le pegó otro calambrazo a Carlos en mitad de un grito ahogado que le dejó de nuevo semi-inconsciente y abatido del todo sobre el potro. El hombre se guardó ese trasto en el bolsillo y procedió a soltar los arneses que sujetaban al chico al potro, cuando estuvo suelto se lo cargó a la espalda como si fuese una saco de patatas y atravesó el corredor de celdas.

Observé a Carlos mientras era transportado, los brazos y pies le colgaban, tenía la mirada perdida, no me atreví a mover un solo músculo, de nuevo, la puerta se abrió y ambos salieron dejándome completamente solo. Cada minuto que pasaba estaba más asustado, miré a la jaula celda de al lado, donde antes estaba Carlos, estaba vacía, la cadena que colgaba del techo aún se movía ligeramente. Al otro lado, la celda del potro, con la puerta abierta daba aún más miedo, esa fila de consoladores a la que le faltaban ya dos, y el tercero tenía la certeza de que acabaría en mi culo y no me hacía la menor gracia.

Traté de afinar el oído, a ver si era capaz de escuchar algo en la lejanía, pero la sala estaba completamente en silencio, no se oía nada a parte de mi respiración acelerada. Los minutos pasaban, y no ocurría nada, me levanté para cambiar de postura y de paso observar las correas a ver si había alguna mínima posibilidad, pero no la había, eran de grueso cuero con pasadores metálicos, y estaban cerradas con sendos pequeños candados. Estaban muy rígidas, se las veía completamente nuevas olían a cuero, cualquier intento de soltarme acababa en fracaso.

Me volví a sentar, de nuevo apoyado en la pared, estaba muy cansado, los párpados me pesaban, me había levantado muy pronto el día anterior, y debía ser casi medio día del día siguiente. Di algunas cabezadas, me despertaba con la idea o la falsa ilusión de que todo había sido un sueño, uno de los malos, pero ahí seguía, al igual que mi poya, atado y en una jaula.

La puerta sonó de nuevo, esta vez ya no me sobresalté, estaba como esperándolo, era mi turno y lo sabía. El tipo que me secuestró volvió a entrar y se puso delante de mi celda enseñándome el taser.

-¿Tengo que usar esto o te vas a portar? – dijo mostrándome el aparato.

-No, no por favor, pero no me pongas eso – le dije mirando a la estantería de los dildos.

-Eso no es negociable.

Entró en mi jaula y me desató de la pared, me hizo caminar hasta la celda del potro y la cerró tras entrar el.

-Colócate ahí.

-No por favor, no me lo pongas – supliqué.

Sacó el táser y lo acercó a mi brazo, tuve los suficientes reflejos como para retirarlo y ver el arco voltaico.

-Está bien, ya me pongo – dije colocando las piernas y los brazos al igual que se las viese puestas a mis predecesores en el puesto.

Ató mis manos y pies a las patas del potro y se fue hasta la estantería. Había estado mentalizándome de que me iba a tocar hiciese lo que hiciese, y mejor que fuera rápido e indoloro, y si podía evitar algún tortazo o descarga eléctrica de regalo, mejor, quizá más adelante tuviera oportunidad de escapar.

-Por favor no me hagas daño –le supliqué.

El tipo se fue a la estantería y exactamente igual que hiciese con Carlos untó de lubricante el dildo metálico y se acercó a mi culo. Yo cerré los ojos como si fuese a darme un fuerte correazo o algo peor. Traté de relajarme pero instintivamente tenía el culo apretado del todo. En cuanto el dildo tocó mi piel un escalofrío recorrió mi cuerpo de los pies a la cabeza hasta erizarme el pelo de la nuca. Empezó a apretar poco a poco.

-AAAAAAaaaaah me dueleeee- grité

-Estás muy tenso, será mejor que te relajes o te dolerá más – dijo con buen tono.

Cerré los ojos y traté de relajarme, no era capaz de creerme que estaba a punto de perder la virginidad de mi culo, siempre estuve abierto a practicar cosas raras con mis novias pero aquello siempre me superó, y ahora tenía que hacerlo a la fuerza y encima atado.

El tipo apretó y la punta entró.

-Aaaaaaaaaaaaauuuu paraaa paraaaa

Ajeno por completo a mis gritos siguió apretando poco a poco, la sensación era rarísima, estaba muy frío y notaba cómo entraba cada centímetro de los diez que debía tener. Yo cerré los puños y apreté los dientes tratando de superar aquello con la mayor dignidad posible. Cuando terminó se colocó delante de mí.

-Bueno un último toque y nos vamos – dijo mirándome

-¿Irnos?, ¿irnos a donde? – dije aún dolorido.

-Ya lo sabrás – dijo sachando del cajón otra pelota roja con correas como las que les pusiera al chico rubio y a Carlos.

-Abre la boca

-No no de verdad eso no hará falta, por favor no me pongas eso – le supliqué

Me abrió la boca a la fuerza y me la metió. Tenía un gusto como a plástico, y un tacto más bien áspero y blando, como gomoso, pero imposibilitaba del todo que pudiera articular una sola palabra. A continuación me desató del potro y me puso la correa con la que me había sacado de la furgoneta.

-¡Vamos!, y como intentes algo te electrocuto –dijo en tono amenazante.

Yo le miré aterrorizado, era mi turno de traspasar la puerta de nuevo e ir… a no sabía dónde. Me puse en pie junto al potro, el culo me molestaba, me sentía como si tuviera un apretón y quisiera expulsarlo ya. Caminé tras el responsable de aquello, abrió la puerta y esta vez quedó abierta, no había nadie a quien evitarle la huida, esperaba por alguna razón que girásemos a la izquierda nada más salir en dirección a la furgoneta de nuevo, pero no había furgoneta, solo dos grandes puertas metálicas cerradas. Me quedé parado por un momento viendo aquello, aunque un fuerte tirón en el cuello me reactivó. Era hacia la derecha, en dirección a la puerta del fondo, la otra puerta que tenía aquel lúgubre y desconchado pasillo. Miré al suelo, estaba algo sucio, me acordé que por ahí habían pasado antes Carlos, y lo hizo en calcetines, y no digamos el chico rubio, que no tenía ni aquel paupérrimo privilegio.

Cuando llegamos frente a la puerta esperé que mi captor y guía sacase alguna llave de su bolsillo y la abriese, en lugar de eso dio dos golpes secos con los nudillos, el sonido metálico resonó por todo el pasillo. Tras unos breves, a la par que interminables segundos la puerta se abrió. Todo estaba negro, absolutamente negro, era incapaz de saber qué o como de grande era aquella estancia, sin embargo, a unos pocos metros había un chorro de luz artificial que enfocaba al suelo dando un diámetro de luz de algo menos de un metro.

-¡Vamos! – me insistió con otro tirón en el cuello.

Yo entré con un miedo como nunca antes lo había sentido, no hacía frio, pero estaba congelado, había un tufo a puro, nada más entrar sentí la presencia de más gente, aunque no veía absolutamente nada de nada, la puerta se cerró con un ruido metálico, a continuación mi secuestrador me colocó en el centro del círculo y justo en ese instante un ruido que no sabía qué era se llenó la sala. Miré arriba, una cadena con un arnés bajaba, el tipo la cogió antes de que me golpease en la cabeza y me la ató en las anillas que tenían correas de las muñecas. Cuando terminó hizo un gesto mirando hacia la profundidad hacia un sitio cercano a la puerta por la que había entrado y otra vez aquel ruido.

La cadena empezó a elevarse lentamente, yo la vi pasar delante de mí, y cuando comprendí que mis manos seguirían el camino de la cadena mis brazos habían empezado a tirar de mí hacia arriba. Traté de ponerme de puntillas para retrasar el mayor tiempo posible lo inevitable pero aun así ocurrió, mis zapatillas dejaron de tocar el suelo y quedé colgando.

-MMMMMMMMMMMMMM- grité de dolor

Los brazos me estaban sujetado el cuerpo, era doloroso, pero poco a poco conforme me fui acostumbrando el dolor fue remitiendo. El ruido también, la maniobra me había dejado a unos diez o veinte centímetros del suelo, lo suficiente para quedar colgado y girar levemente a los lados como una veleta en un día casi sin viento, aunque quedé de espaldas a la puerta. Estaba tan asustado y dolorido que no me atrevía casi a parpadear, no sabía que venía a continuación, y deseaba no tener que estar allí para saberlo.

-Bien señores – dijo una voz que no conocía de nada, y que parecía provenir de mi espala – les presento al ejemplar número 88, tiene 24 años, mide uno ochenta, pesa unos 75 kilos, moreno como pueden ver, ojos marrones, y calza un 44, –hizo una breve pausa – la subasta comienza en cincuenta mil Euros.

¿Subasta? –pensé-. Me estaban subastando, había sido secuestrado y estaban subastándome como si fuese un cuadro o algún tipo de objeto de lujo. Empecé a gritar y a patalear, pero todo era inútil, mis piernas solo daban al aire y mi voz estaba acallada gracias a la pelota roja que tenía en la boca.

-¡Sesenta mil! – dijo una voz áspera y ronca seguramente de alguien mayor a mi izquierda.

-¡Setenta mil! – aquella había venido de mi derecha, una voz joven sin ninguna duda.

Hubo un breve silencio, a mi izquierda a pocos metros pude ver cómo una diminuta circunferencia si iluminaba, era casi con toda seguridad un puro.

-¡Cien mil!- la voz vino directamente de enfrente de mí, deduje que debía ser de alguien de mediana edad, y calculé estaría a unos quince metros.

-¡Ciento veinte mil! –dijo el viejo de mi izquierda.

Estaba completamente perplejo, iban a venderme a un viejo verde, y no podría hacer nada. Aunque de pronto la voz joven resonó en la sala.

-¡Ciento cincuenta mil!

Me sentí aliviado, del mal el menor, quizá con alguien joven pudiera entenderme y lograr que me soltase.

-¿Alquilen da ciento sesenta mil? – dijo la voz que me había presentado.

Hubo un largo silencio.

-¡Adjudicado!, ejemplar número 88 adjudicado al caballero de la silla 3 por ciento cincuenta mil Euros, la subasta ha terminado.

Ruidos de sillas rozando contra el suelo, y de puertas abriéndose y cerrándose se sucedieron en los instantes siguientes a aquel comunicado. Me habían vendido a alguien que aún no conocía y seguía colgado, todo me parecía una broma de mal gusto, pero aquella gente iba muy en serio. De pronto el ruido metálico de antes volvió a sonar, bajaba, en cuanto mis pies tocaron el suelo pude bajar los brazos y sentirme aliviado, me dolían los músculos y las articulaciones de estar en esa postura.

El que fue mi captor se acercó y me desenganchó de la cadena de la que colgaba, me puso las manos atrás, me las ató con un candado que cómo no, se sacó del bolsillo, después se agachó y me ató juntos los pies con otro candado más. Yo le miraba dejándome hacer, no quería recibir ningún tortazo extra. Cuando terminó me cargó sobre su hombro derecho y caminó hacia la negrura de la sala en la dirección desde al que había salido la voz de los ciento cincuenta mil. Yo iba mirando al suelo y alrededor como podía, una puerta se abrió y entramos en lo que parecía un pequeño cuarto, una antesala prácticamente sin luz, y luego otra puerta más.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la claridad vi que había un coche de alta gama alemán con el maletero abierto, seguíamos dentro del edificio pero la estancia parecía un pequeño garaje para un único vehículo. Fui volteado y metido boca arriba en el malero del coche, con la cara de mi secuestrador justo encima de mí.

-¡Quítale las zapatillas! – dijo el chico joven que me había comprado, el cual escapaba de mi visión- acabo de limpiar el coche y no quiero que me lo ensucie.

-Como desee – dijo el tipo con tono complaciente.

El grandullón tiró de mi zapatilla derecha sin siquiera desatarme los cordones, hasta que me la sacó, después hizo lo mismo con la izquierda dejándome ya únicamente con los calcetines, y con ambas zapatillas en la mano, me echó un último vistazo y cerró el maletero sumiéndome de nuevo en la oscuridad.

-Aquí tiene las llaves de todos sus candados – pude oír a través del maletero-, y utilice esto si le da problemas, le dejará aturdido durante un rato.

-Muy bien – dijo el comprador – espero no tener que utilizarlo

Sin duda le había dado además de unas llaves, una taser con el que poder darme calambrazos si no cooperaba.

-La puerta ya está abierta, puede irse, conduzca con cuidado – dijo el tipo que me había secuestrado.

-¡Gracias! –le contestó.

Sentí un pequeño movimiento en el coche y una puerta cerrándose. El potente motor del coche se puso en marcha, y un enérgico acelerón me pegó a la pared del maletero, no había duda, habíamos saldo de aquel edificio.