Te pudo pasar a ti, pero me pasó a mí (2)

Nuestro desdichado protagonista es conducido a un extraño lugar donde encontrará más preguntas que respuestas y alguna que otra desagradable sorpresa, su calvario no ha hecho más que comenzar.

Capítulo 2 – Compañeros

El traqueteo del vehículo era constante, no sabía cuánto tiempo llevaba dentro de aquella furgoneta atado con correas y con mi poya en una jaula, poco a poco comenzó a hacer frío dentro del habitáculo que se mantenía con la luz mortecina, carecía obviamente de reloj, el único que solía llevar estaba en el móvil, que junto con mi cartera y mis llaves del apartamento que compartía con gente que ni se daría cuenta si no pisaba por allí, estaban en los pantalones que me habían sido arrebatados y hechos trizas, y dudaba que los fuese a volver a ver.

Hacía rato que había desistido de gritar, el aislamiento con el que estaban recubiertas las paredes de aquella furgoneta y el hecho de ir posiblemente por una carretera a gran velocidad hacia no sabía dónde, hacían inútil cualquier intento de llamar la atención. Pese a estar muy cansado y llevar posiblemente varias horas de viaje en esa postura era incapaz de dormirme, el miedo, la ansiedad, el frío, y el terror a lo que me podría hacer aquel corpulento hombre no dejaba de martirizarme una y otra vez, además de molestarme especialmente las correas que tenía en la muñeca, no así tanto las de los tobillos, que parecían haber trizado parte de la tela de los calcetines.

Un aumento en el traqueteo me hizo pensar que mi secuestrador había salido de lo que hasta ese momento habría sido una carretera asfaltada y me llevaba, probablemente, a través de un camino de tierra mal conservado por la cantidad de baches. Durante un largo rato aquel traqueteo se mantuvo estable hasta que un frenazo algo brusco hizo que mi espalda, por la inercia, presionase contra la pared en la que me habían sentado. De nuevo la furgoneta comenzó a andar lentamente pero esta vez hacia atrás, muy despacio, no había traqueteos, hasta que todo cesó, el movimiento y la vibración provocada por el motor.

Se produjo un silencio, hasta que comencé a oír el sonido procedente de una cerradura girándose, sin embargo, y aunque miré la puerta por la que me habían secuestrado varias horas atrás, no procedía de ahí aquel sonido, sino de las puertas traseras del vehículo que tenía justo enfrente de mí, a unos tres metros aproximadamente. Empecé a ponerme muy nervioso de nuevo, otra vez la ansiedad y los nervios, que habían decidido volver más agresivos que nunca.

-SOCORROOOOOO, SOCORROOOO ESTOY AQUIIII – grité como si alguien al otro lado pudiera salvarme.

No hubo respuesta de ningún tipo, sin embargo una de las puertas traseras se abrió de par en par, pese a haber poca luz detrás, me deslumbró un poco, cerré los ojos y los abrí poco a poco. Vi cómo el hombre que me había metido ahí soltaba los pasadores que mantenían la otra puerta cerrada y la abría de par en par. Con los ojos entornados pude ver lo que había afuera de la furgoneta, observé con atención tratando de buscar salidas.

Un pasillo de una anchura poco mayor que el vehículo en el que me encontraba, se alargaba unos quince o quizás veinte metros. Una hilera de tubos fluorescentes iluminaban el pasillo, alguno parpadeaba queriéndose encender. Las paredes estaban pintadas de blanco, muy dejadas, con desconchones que dejaban desnudos a los ladrillos. Había dos puertas, una a la derecha hacia la mitad del pasillo aproximadamente, metálica, parecía muy resistente, y otra de similares características en la pared de la izquierda, casi al fondo del todo. El corpulento hombre responsable de mi rapto una vez se aseguró de que las puertas habían quedado abiertas subió al vehículo, curiosamente el suelo del pasillo y el del furgón estaban casi alineados.

-¿Dónde estoy?, ¿qué es este sitio?, cabrooon ¡contesta!

Se acercó a mí y me soltó un bofetón similar al que me dio cuando le golpee en la pierna.

-Esa boca – dijo sin más.

Rebuscó en su bolsillo y sacó un llavero repleto de pequeñas llaves, lo guardó de nuevo y sacó otro con otras llaves, aunque me parecían aparentemente iguales, estaba claro que no lo eran. Fue al baúl y lo abrió, de él extrajo lo que sin duda, y gracias a la mayor luz que entraba por la puerta, era una correa de perro.

-No irás a ponerme eso puto cabrón, ¡suéltame!, SOCORROOOO

Caminó hacia a mí, visiblemente enfadado por mi petición de socorro y me soltó un correazo en el pecho.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAaaaaaaaaaaaaaaaah jodeeeeeeeeeeeeeeeeer.

-Tengo que darte otro más o te vas a estar callado – dijo armando el brazo para soltarme otro.

-Nooo nooo, está bien está bien –dije sin perder de vista la correa.

Dejó la correa en el suelo y comenzó a buscar una llave en su poblado llavero, cuando dio con la que él pensó que buscaba la introdujo en la cerradura del candado que ataba mis pies a la furgoneta.

-Mierda no es esta – dijo en voz baja.

Cogió la siguiente y la introdujo, con mayor éxito, tras un clic, el candado se abrió, lo retiró y se lo guardó en el bolsillo. Estuve tentado de empezar a patalear y tratar de darle una patada pero posiblemente habría conseguido llevarme otro correazo. Se incorporó y fue hasta mis manos, su expresión era fría e indiferente, antes no había podido verle la cara con claridad debido a la poca luz, pero pude ver que tenía un gesto más bien cansado, quizás por haber conducido durante horas, barba de dos días y parecía algo mayor que cuando lo vi en un primer momento.

Abrió el candado de mis muñecas, lo manipuló y volví a oír el clic. Traté de separarlas pero seguían unidas, aunque ya no estaban atadas a la furgoneta. Bajé los brazos muy lentamente, me dolían después de tanto tiempo en esa postura, parecían querer elevarse de nuevo por sí solos. Continuando con su historial de pocas palabras, aquel tipo cogió del suelo la correa y la enganchó a la anilla que tenía mi nuevo collar de cuero.

-Venga levanta – dijo tensando la correa.

En un gesto de resistencia pasiva me quedé con mirada desafiante, pero en aquella situación tenía las de perder, un fuerte tirón me puso en pie y de ahí al suelo, y siguió tirando.

-Aaaaaaaaaah para para, ya voy ya voy – dije resignado.

Me volví a poner en pie y caminé siguiéndole. Al salir de la furgoneta sentí frio, estaba desnudo a fin de cuentas, y percibí un extraño olor a humo de cigarro o de puro a lo lejos.

-¿A dónde me llevas?, ¿qué es este sitio? –pregunté con miedo.

Una vez más, no obtuve respuesta, me hizo parar frente a la primera puerta a la derecha, la que estaba en mitad del pasillo y se puso a rebuscar en sus bolsillos hasta dar con una gran llave, la introdujo en la cerradura y la giró, sonó metálico y la puerta dejó de esconderme sus secretos. Me quedé completamente congelado por la visión. La estancia eran celdas de gruesos barrotes, había un total de siete, distribuidas en tres a cada lado, y una central al fondo, pero lo más perturbador era que algunas tenían ocupantes.

En la de en medio de la derecha había un chico moreno de unos 20 o 22 años, de pelo corto, debía medir aproximadamente un metro ochenta y cinco o quizás más, lo pude saber porque estaba colgado por las muñecas de una cadena que colgaba, completamente desnudo, a excepción de unos calcetines blancos, correas en muñecas y tobillos y el mismo artilugio que tenía yo puesto en la poya. El otro habitante de aquel dantesco sitio era un chico rubio, más bien menudito, de no más de 19 años, que estaba en la celda del fondo a la izquierda; este estaba completamente desnudo con las mismas correas y aunque no se lo podía ver, casi seguro, llevaba también el cinturón de castidad, aunque este estaba atado por los pies a través de una cadena hasta la pared. Tenía la cabeza entre las rodillas y se apoyaba contra la pared.

El moreno hizo el giró la cabeza para ver quien entraba al lugar, sin embargo, el otro chico no sacó la cabeza de entre las rodillas, parecía estar llorando asustadísimo. Mi captor me dio un tirón de la correa para que caminase, me había quedado completamente paralizado con aquella escena, ¿qué coño era aquel lugar?.

-¡Camina! – dijo dándome otro tirón más.

Empecé a caminar adentrándome en aquella extraña cárcel, pude ver otros detalles como que carecía por completo de ventanas, las paredes tenían desconchones similares a los del pasillo que acababa de atravesar, y los mismos fluorescentes iluminaban aquello. En la celda del fondo había algo que había visto en mis tiempos de educación física del colegio, un potro, no entendí su razón de ser en aquel momento, aunque no tardaría en saberlo, y también había un mueble dotado de estantes y cajones con cosas en las que ni me fijé.

-Entra ahí – me dijo pendiéndose junto a la celda del fondo, contigua a la del chico moreno.

Entré como me indicó, me cogió del candado que unía mis manos y me arrastró hasta una anilla que colgaba en la pared a poco más de un metro de altura, ató el candado ahí, dejándome cara a la pared, me quitó la correa, salió de la jaula y la cerró con llave.

-Eeeh cabrón, no me des así, ¡sácame de aquí!.

-Os dejo que os conozcáis – dijo sin más, y abandonó el lugar cerrando tras de sí la inmensa puerta metálica.

Miré al chico que estaba colgado en la jaula de mi derecha. El me miraba también, su rostro transmitía agotamiento.

-Hola – le dije sin más.

-Hola –dijo con la voz ronca.

-¿Llevas mucho aquí?

-Desde… ayer, creo…, aunque no lo sé muy bien, no he podido dormir mucho estando así – me dijo señalándose las manos con la mirada.

-¿Y por qué estás así atado? – dije mirando la cadena que le sostenía.

-El tipo que te ha traído a ti, es el que me trajo a mí, y se debió harta de oírme chillar y patalear, así que me ataron así y me dieron unos correazos, como a ti – dijo fijándose en mi cuerpo.

Me fijé en su espalda y tenía algunas marcas enrojecidas que le atravesaban de lado a lado. Miré mi pecho y descubrí que yo también tenía una marca que iba desde el hombro hasta casi el costado del lado opuesto, sin duda del correazo que me dio en la furgoneta el tipo que me capturó.

-Sí, me revolví un poco, pero no sirvió de mucho. ¿Y aquel chico? – dije fijando mi mirada en el rubito de la celda de enfrente.

-Lo han traído hace un rato, un tipo enorme, si el que nos ha secuestrado a nosotros te parecía grande, el trajo a ese tenías que haberlo visto, y debe haberle hecho algo porque lleva así todo el rato.

-Eiii tío, ¿estás bien? – dije dirigiéndome a él.

-No lo intentes –dijo el moreno-, no habla, he tratado de hablar con él pero esta asustadísimo y no dice nada.

-Cómo te han capturado a ti – le pregunté.

-Iba por la calle, había salido de tomarme unas cervezas con unos amigos era tarde y de repente noté un pañuelo en mi cara y unos brazos que me rodeaban la cabeza y el cuello con fuerza, empecé a marearme, hasta que me desvanecí, cuando me desperté estaba en esa puta furgoneta de mierda con esto en la poya y sin ropa. ¿Y a ti? – me preguntó.

-Parecido, aunque no me drogaron, también iba por la calle, eran las dos o así, aparentemente se le había caído la cartera al tipo este, y cuando fui a dársela se había metido dentro del furgón me esposó casi sin que pudiera hacer nada, y el resto, ya lo sabes.

-Al menos conservas las zapatillas, yo ni eso – dijo con tono irónico mirándose a los calcetines que cubrían sus pies.

Me miré los míos, y sí, era junto con los calcetines lo único que no me había quitado aquel tipo.

-Si eso parece… por cierto, me llamo Diego.

-Yo Carlos, perdona que no te de la mano – me dijo sonriendo.

Era increíble que tuviera esa gota de sentido del humor estando en la situación en la que estábamos.

-Encantado – le dije sin más.

Un ruido hizo que nos sobresaltásemos los dos, la puerta se abrió, un tipo enorme, de casi dos metros, vestido de negro, completamente calvo entró en el corredor y cerró la puerta. Caminó hasta la jaula del rubito, sacó una llave y abrió su puerta.

-¡Vamos levantate! – le gritó al asustado muchacho mientras caminaba hacia él.

Se agachó a sus pies le liberó de la cadena que lo tenía preso a la pared. El chico no dio acuse de recibo de la orden.

-¡He dicho que te levantes, joder! – dijo cogiéndolo del collar y poniendo de pie como si fuese una marioneta.

Tenía la cara roja, y los ojos hinchados de tanto llorar, y efectivamente, como me había supuesto, llevaba una jaula en la poya como el resto, en aquel lugar debía ser política de la casa.

-¡Suéltale puto cabrón, metete con alguien de tu tamaño! –le gritó mi vecino, a pesar de estar casi sin voz.

Me pareció de lo más imprudente y más viendo cómo había levantado a aquel muchacho que debía medir sobre el metro setenta, y aunque pesaría unos sesenta y cinco o setenta kilos, lo puso en pie como si pesase unos pocos gramos. A pesar de eso, el corpulento hombre calvo no se inmutó, sacó al chico de la jaula y lo hizo entrar en la jaula central cerrando tras de sí.

El muchacho comenzó a llorar de nuevo, resignado y completamente entregado se dejaba hacer. El hombre le ató usando las anillas de las correas de pies y manos a cada pata del potro.

-¡Eh tu, calvo de mierda! –Insistió el moreno –déjalo joder!.

-Ya te tocará a ti –le respondió sin siquiera volverse.

Cuando terminó de atar al rubio al potro se fue hasta el mueble, que era de color negro con cajones en la parte de abajo, en la que no me había fijado aún con detenimiento, estaba llena de dildos metálicos, de unos diez centímetros de largo por unos dos de ancho y algún que otro bote de lubricante.

-Joder – dije de repente sin quitar ojo a la estantería- le va a petar el culo con eso.

Y no me equivocaba lo más mínimo para desgracia nuestra, aquel hombre cogió uno de los dildos, lo lubricó cuidadosamente y se colocó detrás del muchacho que al ver lo que el calvo hacía, por fin se decidió a hablar.

-Noooooo por favor – dijo entre sollozos- no me metas eso en el culo.

-¡Calla ya! – le dijo poniéndole el dildo en la entrada del culo.

Empezó a apretar, el rubio comenzó a gritar y a gritar, lloraba desesperado, pero el calvo, ajeno a aquel escándalo siguió apretando hasta metérselo completamente dentro.

-AAAAAAAaaaaaaaaaaaaaaaah me dueleeeee – gritaba el muchacho.

-Maricón de mierda, puto cabrón, suéltame y te parto la cara – le gritaba mi vecino.

Yo contemplaba la escena horrorizado y estremecido, me parecía descabellado del todo desafiar a aquel tipo y más después de haberle hecho eso a aquel pobre chico. De pronto comprendí que yo podría ser perfectamente el siguiente en ocupar el lugar del rubio, me puse muy nervioso, intenté soltarme, hice fuerza contra la pared, pero era inútil del todo, aunque hubiera podido soltarme tendría la puerta de la jaula como siguiente obstáculo, además de otra puerta metálica para salir de allí.

-Por favor suéltame – le suplicó el muchacho llorando.

-No va a ser posible – dijo volviendo a la estantería.

Parecía que no había terminado con la tortura de aquel pobre chico, abrió un cajón y sacó una pelotilla roja con correas en los extremos. Se puso delante de él con aquel objeto en una mano.

-Pórtate bien y abre la boca.

-No, no no por favor, no- dijo entre dientes.

-Como quieras – dijo el tipo

El calvo le agarró del pelo y le levantó la cabeza con fuerza.

-AAaaaah –grito

En ese momento aprovechó para meterle la pelota en la boca y atársela alrededor de la cabeza. El chico intentó escupirla y mover la cabeza para evitarlo, pero aquel tipo fue muy rápido, no era, sin duda, la primera vez que hacia algo así.

-Bueno chico, ahora vamos a salir de aquí, así que espero que te portes bien – dijo el calvo desatándole las manos del potro y atándoselas juntas con un candado.

Ni mi vecino ni yo decíamos ya nada en absoluto, empezaba a no pintar nada bien para aquel chaval. Continuamos observando lo que hacía ese tipo, le colocó una correa, y le liberó los pies de las patas del potro. La cara de pánico del muchacho daba auténtica pena, lagrimones le caían de los ojos en un llanto amortiguado por la pelota de goma. Su captor fue hasta la puerta dando un tirón de la correa que le acababa de poner, la abrió e hizo que el muchacho le siguiese.

-¡Suéltale tío! –le dije de pronto- aquel chico me estaba dando una pena horrible y no podía mantenerme callado.

El tío se paró en seco y giró el cuello clavando su mirada en mí, me miró de arriba a abajo, parecía estar a punto de decir algo, pero continuó hasta la puerta metálica que daba al pasillo, la abrió y con un último tirón él y el muchachito rubio salieron de aquel espantoso sitio, no sin antes mirarnos a través de sus llorosos ojos. La puerta se cerró y oímos cómo giraba la llave de la cerradura.

El chico rubio sin nombre y asustado salió del lugar llorando, siguiendo sumisamente a su apresador que lo guiaba con una correa de perro, con una mordaza en la boca, y un dildo en el culo. Pese a que no le conocía de nada, una extraña sensación de culpa por no haber podido hacer nada me invadió. No le había visto nunca, y desde luego, aquella fue la primera y última vez que le vi.