Te pareces a tu padre
Esto lo escribí una noche después de escuchar la frase de labios de una mujer de ochenta y dos años, dicha con una enorme carga de amargura en voz y expresión. Estimo que no es la única mujer a la que se la han dicho; y, no es España el único país en el que frases tan duras como esa son vertidas en un alma sensible, que una vez escuchada no sabe que hacer con ella, y, así, se decanta como lo hacen un álcali o un ácido corroyendo lo que tocan, pero no matando; sólo dañando sin sentido alguno, la vida futura de ese ser, que ni pidió nacer ni tiene culpa alguna en parecerse físicamente o espiritualmente a alguno de sus progenitores. Lo escribí, porque apunta una posible solución y porque manifiesta una forma de violencia intra familiar que no debe subsistir.
Te pareces a tu padre
Esta frase, dicha a manera de reproche a una niña, adolescente o mujer joven, desconozco la edad que tenía; la escuché de los labios de una mujer de ochenta y ocho años de edad, pronunciada con amargura, con algo de nostalgia y una entonación que quisiera le fuera explicado, al menos ahora, porqué su madre, a la que amó entrañablemente, se la dijo, sin existir mas razón para ello que tener un carácter tal vez demasiado fuerte para una mujer.
Temperamento, más que carácter, diría yo, propio de un hombre forjado en la lucha diaria por sobrevivir a situaciones extremas. Un temperamento propio de seres que se oponen a las adversidades de la naturaleza, así como las propias que impone la conciencia a los seres racionales, tendiendo a pasar por encima de todo lo que les rodea a fin de conseguir lo que anhelan. Temperamento propio de hombres acostumbrados a matar con el pretexto de la caza. Seres que no piensan cuanto dañó originan por su conducta personal a los demás seres que pueblan su región. Temperamento que impulsa al hombre a destruir para sobrevivir, pero que por su violencia no le permite sentarse a pensar como obtener lo mismo por otro procedimiento que no implique destrucción. En fin, temperamento, carácter y personalidad propios de seres inconformes, pero a la vez inflamados de un orgullo personal cuyo único soporte consiste en espetar a los cuatro vientos como ellos, y solo ellos, han sido capaces de pasar de un estado en el que un trozo de tierra, trabajado con amor por sus abuelos y padres, los alimentó cuando fueron niños, pero que hoy debe repartirse entre muchos hermanos y, desde luego, resulta escasa para alimentar a tantas bocas como han de surgir de tantas familias, logrando colocarse, casi siempre por la especulación, en una mejor posición económica que les permite vivir y alimentar a su compañera y descendientes. Temperamento, carácter y personalidad propios de ese hombre que se convulsionó dentro y se expandió fuera de Europa, porque en su territorio ya no había cabida para mas seres al ritmo de crecimiento poblacional que habían logrado, y, que, por falta de dirigentes sociales que pusieran sus esfuerzos al servicio de las masas de población en lugar de las masas de población a su servicio, aunada la escasa instrucción elemental y prácticamente nula cultura en el ámbito de esas grandes masas de población, acrecentado por la irracional explotación de selvas y tierras agrícolas así como la crianza de ganado para la alimentación humana. En ese hombre todo, o casi todo, es brusco, violento, pisotea cuanto se opone a su avance, exprime a todos los que de una u otra forma puede sojuzgar, casi siempre personas cercanas de la familia, a la vez que se muestra magnánimo en extremo descabellado con los ajenos e incluso desconocidos que se aproximan a él, y yendo más allá, incluso personas ajenas que él y sólo él considera sus amigos, sin que de ellos haya salido un solo gesto que así lo confirme. En conclusión, temperamento, carácter y personalidad propios de un pequeño señor feudal, dueño de honor, vidas y haciendas de todos aquellos que por diversas circunstancias han caído dentro de su feudo. Temperamento, carácter y personalidad no exclusivo, pero si frecuente dentro de algunos países de Europa o al menos de España en los albores del siglo veinte.
Hagamos un pequeño paréntesis y señalemos esta pregunta que yo algunas veces me he planteado: ¿la primera guerra mundial, se habría desarrollado si esos "dirigentes europeos", que sentían la violencia de su explosión demográfica y no sabían como manejarla, pero que, al menos por los procedimientos utilizados, tampoco eran capaces de pensar como resolverla sin destruir, hubieran establecido alianzas estratégicas con las naciones recién independizadas de España y Portugal que conformaban una América Latina despoblada y que los Estados Unidos habían mostrado claramente al mundo al despojar a México de más de la mitad de sus territorios; creando la primera y mayor alianza socio_económica que hubiera conocido la humanidad hasta ese momento, solicitando territorios donde colocar a su población a cambio de aportaciones, pagables con el mismo oro arrancado a los pueblos de México y el Altiplano Andino durante la conquista, además de nuevas e ilimitadas posibilidades de comercio entre la antigua y cansada Europa y las Nuevas Naciones Norte, Centro y Sud Americanas, evitando así, entre otras cosas esa catástrofe que hoy nos abruma a todos los occidentales, proveniente del éxodo de italianos hacia los Estados Unidos y que dio origen, junto con la corrupción, primero al contrabando, después a la prostitución como negocio y finalmente al tráfico de substancias estupefacientes que hoy se ha entronizado a escala mundial, y fuera de las mafias italianas?
Pero dejemos el paréntesis y continuemos con la situación que nos ocupa. El temperamento de esa mujer de ochenta y ocho años, como dije, es más parecido al temperamento masculino que al femenino, sin embargo su carácter es dulce. Cuando ella se remonta a las altas regiones del espíritu, manifiesta una personalidad encantadora, pero desgraciadamente, cuando está completamente sola, su temperamento la lleva hacia pensamientos sombríos de pétrea dureza. ¿Porqué ella está sola?. Bueno, la vida le concedió un compañero con él convivió gran parte de su vida, pero falleció hace ya bastantes años; como no tuvieron hijos, ignoro la causa, el resultado es el mismo: Soledad. ¿Por qué no buscó un segundo compañero?; lo ignoro también, pero supongo que las mujeres de su generación fueron educadas para tener un solo compañero en las buenas y en las malas. El resultado sigue siendo el mismo: Soledad. Y, la soledad a esas alturas de la vida no es saludable, ya que conlleva a recordar en demasía. A recordar lo que sufrimos, a rumiar con los datos que nos aporta la memoria, las posibles causas y culpables de nuestros sufrimientos, tornando nuestra realidad actual en una existencia amargada por esos recuerdos muy lejanos que acuden a nuestra mente en substitución de una vida actual más rica espiritualmente.
Siempre he afirmado que la Soledad en el espíritu humano es necesaria, diría indispensable. Recordemos un pasaje del libro Ariel, hermosamente escrito por el Uruguayo José Enrique Rodó:
. . . dentro, muy dentro, aislada del alcázar ruidoso por cubiertos canales, oculta a la mirada vulgar - como la perdida iglesia de Uhland en lo esquivo del bosque - al cabo de ignorados senderos, una misteriosa sala se extendía, en la que a nadie era lícito poner la planta, sino al mismo rey, cuya hospitalidad se trocaba en sus umbrales en la apariencia de ascético egoísmo. Espesos muros la rodeaban. Ni un eco de bullicio exterior, ni una nota escapada al concierto de la Naturaleza, ni una palabra desprendida de labios de los hombres, lograban traspasar el espesor de los sillares de pórfido y conmover una onda del aire en la prohibida estancia. Religioso silencio velaba en ella la castidad del aire dormido. La luz, que tamizaban esmaltadas vidrieras, llegaba lánguida medido el paso por una inalterable igualdad, y se diluía como copo de nieve que invade un nido tibio, en la calma de un ambiente celeste. - Nunca reinó tan honda paz; ni en oceánica gruta, ni en soledad nemorosa. - Alguna vez - cuando la noche era diáfana y tranquila - abriéndose a modo de dos valvas de nácar la artesonada techumbre, dejaba cernerse en su lugar la magnificencia de las sombras serenas. En el ambiente flota como una onda indisipable la casta esencia del nenúfar, el perfume sugeridor del adormecimiento penseroso y de la contemplación del propio ser. Graves cariátides custodiaban las puertas de marfil en la actitud del silenciario. En los testeros, esculpidas imágenes hablaban de idealidad, de ensimismamiento, de reposo...- Y el viejo rey aseguraba que, aun cuando a nadie fuera dado acompañarle hasta allí, su hospitalidad seguía siendo en el misterioso seguro tan generosa y grande como siempre, sólo que los que él congregaba dentro de sus muros discretos eran convidados impalpables y huéspedes sutiles. En él soñaba, en éI se libertaba de la realidad, el rey legendario; en él sus miradas se volvían a lo interior y se bruñían en la meditación sus pensamientos como las guijas lavadas por la espuma, en él se desplegaban sobre su noble frente las blancas alas de Psiquis... Y luego, cuando la muerte vino a recordarle que él no había sido sino un huésped más en su palacio, la impenetrable estancia quedó clausurada y muda para siempre; para siempre abismada en su reposo infinito; nadie la profanó jamás, por que nadie hubiera osado poner la planta irreverente allí donde el viejo rey quiso estar solo con sus sueños y aislado en la última Thule de su alma.
Yo doy al cuento el escenario de vuestro reino interior. Abierto con una saludable liberalidad, como la casa del monarca confiado, a todas las corrientes del mundo, existía en él, al mismo tiempo, la celda escondida y misteriosa que desconozcan huéspedes profanos y que a nadie más que a la razón serena pertenezca. Sólo cuando penetréis dentro del inviolable seguro podréis llamaros, en realidad, hombres libres.
Como podéis observar en lo escrito por Rodó, la Soledad es necesaria para purificarnos a nosotros mismos, pero cuando esa misma Soledad, como en el caso de nuestra protagonista produce pensamientos no saludables, debe rechazarse con una férrea voluntad y buscar alguna actividad que la substituya racionalmente, bien mediante algo manual que demande creatividad, bien mediante alguna actividad social que demande coordinación, o la creación intelectual que demande alguna forma de esfuerzo físico aunado al esfuerzo mental que implica, o la actividad que os parezca aplicable en vuestro caso particular, pero siempre fundamental y preeminente sobre las demás actividades que no impliquen acción conjunta o concentración mental creativa.
Independientemente de los convencionalismos sociales, yo siempre he insistido en que los seres humanos somos más útiles a nuestros semejantes conforme acumulamos experiencia de vida. Acumular experiencia es una obligación de la vida que se logra mediante la racionalización de la observación de los hechos acaecidos en nuestro entorno. Una forma racional de acumular experiencia de vida consiste en consultar a las personas sobre como resolverían determinada cuestión. Una forma de acumular experiencia de vida consiste en hacer entender a los que nos rodean que nosotros, los que ya no somos jóvenes de cuerpo, pero sí lo somos en espíritu, somos valiosos para ellos, para su acumulación de experiencia de vida. Como se puede observar es una interacción en la cual es muy aplicable lo que expresa Rodó: . . . pensad al mismo tiempo en que la más fácil y frecuente de las mutilaciones es, en el carácter actual de las sociedades humanas, la que obliga al alma a privarse de ese género de vida interior, donde tienen su ambiente propio todas las cosas delicadas y nobles que, a la intemperie de la realidad, quema el aliento de la pasión impura y el interés utilitario proscribe.
El afán de reducir costos mediante producción cada vez más eficiente y veloz, priva a las personas de mayor edad y menor rapidez de respuesta de muchos trabajos remunerados. Está bien, dejad a los jóvenes de cuerpo esas tareas, pero los adultos mayores bien podemos ocuparnos de enseñar a las nuevas generaciones, junto con nuestros conocimientos, nuestra experiencia acumulada de vida, solo que a veces somos nosotros mismos los que nos auto_mutilamos, al privar a nuestra existencia de esa vida interior. Al condicionarnos al interés utilitario nuestro único objetivo de acumular riqueza, poseer bienes materiales, perdiendo de vista que cuando la muerte llegue a cada uno de nosotros nos recordará que solo somos huéspedes en el mundo, que la vida con sus alegrías y penas nos ha sido prestada; que correspondió a nuestra sensibilidad interior hacer de su caudal un tesoro de experiencia de vida o bien habernos hundido en su profundo e impenetrable pantano.
Es prudente recordar al gran nayarita, Amado Nervo, en su poema en Paz, que nos enseña su experiencia de vida, diciendo:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando sembré rosales coseché siempre rosas.
. . . Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno;
¡mas tu no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas . . .
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz,
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Te pareces a tu padre, fue una frase esgrimida por una mujer que sufrió mucho la opresión de un hombre que a su vez sufrió mucho, porque no pudo ser feliz, porque hizo infelices a su compañera y a sus hijas e hijo, porque él mismo fue no feliz al no haber podido sentirse bien consigo mismo; al mismo tiempo es hoy una frase que hace sufrir, a quizá sesenta o setenta años de haber sido pronunciada, sigue dañando, por vía de la memoria, a una persona que no la comprendió, pero que tampoco ha sido capaz de perdonar. Por ahí vi una vez una hoja en que estaba escrito un sabio consejo que más o menos decía así: Todo lo que digamos debe reunir tres características, o bien, si lo preferís debe pasar tres bardas:
Debe ser Verdadero; si no lo es, no lo digas.
Debe ser Bondadoso. Si es verdadero, pero no encierra bondad, no lo digas.
Debe ser Necesario. Si es verdadero y bondadoso, pero no es necesario, no lo digas
Es un buen consejo de sabiduría para no hablar sino lo preciso.
Si nuestra protagonista, agraviada, herida por su propia madre, a la que amó y respetó entrañablemente, hubiera analizado la frase: -Te pareces a tu padre, quizá no hubiera podido comprenderlo, pero ante semejante conflicto psicológico no soluble, debió haber utilizado su inteligencia para eliminar de su memoria, y de su vida, algo tan amargo, mediante el perdón. El perdón no solo debe ser concedido a quien nos lo solicita arrepentido de su ofensa hacia nosotros, no; el perdón es fundamentalmente un acto interno de nuestra propia alma: -"Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen".
Cuanta luz, cuanta bondad, cuanta sabiduría encierra esa frase. Jesús, en su agonía, pide a su padre que perdone a sus ofensores, limpiando su alma de rencor, para así poder entregarle un alma limpia y sosegada. Voy a finalizar insertando un hermoso poema de la poetisa Chilena, Premio Nobel de literatura 1945, Gabriela Mistral, titulado El Ruego, que tiene mucho que ver con ese acto de perdón del que os estoy hablando; de ese perdón que no se da a aquel que nos lo pide, sino que se otorga para que nuestra alma deje de sufrir:
Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,
cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por este!
Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.
Me replicas que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trizándose las sienes como vasos sutiles.
Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
Todo su corazón dulce y atormentado,
¡y tenía la seda del capullo naciente!
¿Qué fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
y el sabía suya la entraña que llagaba.
¿Qué enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!
Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio,
conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.
El hierro que taladra, tiene un gustoso frío,
cuando abre cual gavillas, las carnes amorosas.
Y la cruz (Tu te acuerdas ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.
Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.
Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.
¡Dí el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.
Se mojarán los ojos obscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste,
Llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!
Con mi afecto, a todos vosotros;
Septiembre dos de dos mil dos.
PD.- Esto lo escribí una noche después de escuchar la frase de labios de una mujer de ochenta y dos años, dicha con una enorme carga de amargura en voz y expresión. Estimo que no es la única mujer a la que se la han dicho; y, no es España el único país en el que frases tan duras como esa son vertidas en un alma sensible, que una vez escuchada no sabe que hacer con ella, y, así, se decanta como lo hacen un álcali o un ácido corroyendo lo que tocan, pero no matando; sólo dañando sin sentido alguno, la vida futura de ese ser, que ni pidió nacer ni tiene culpa alguna en parecerse físicamente o espiritualmente a alguno de sus progenitores. Lo escribí, porque apunta una posible solución y porque manifiesta una forma de violencia intra familiar que no debe subsistir.