Te marchaste

Relato NO erótico dedicado a alguien que significó y significa mucho para mí. De todo corazón.

Para alguien que fue y es muy importante para mí:

La fría noche te ocultaba cuando saliste del portal. Dos metros arriba, en una casa de la primera planta, dejabas a los que habíamos sido tu familia hasta ese momento. Nos dejabas. No te oí marcharte, pese a que dormíamos en la misma habitación. Siempre has sido un fantasma. Y ahora, te obligabas a convertirte en un recuerdo sombrío en un rincón de mi mente. Las calles se abrían ante tus pies rebeldes, calles oscuras y vacías. Tú te marchabas, te alejabas de nosotros. Llevabas una mochila al hombro, con tu ropa, con algún que otro libro, y con una figurilla de arcilla que te hice en preescolar. ¿Cómo puede caber toda una vida en una mochila? No lo conseguiste. Te dejabas media vida pegada a mi alma.

Una gorra ocultaba tus ojos de la catarata de luz de las farolas. En medio de la oscuridad, nadie te veía llorar mientras te marchabas. Te marchabas con una mujer lejana, con irónico nombre. Tu esperanza fue mi desesperación. Caminabas por las callejuelas del barrio, que tan bien conoces, tú te has criado en la calle, yo no. Marchabas hacia la nueva vida que te ofrecían Esperanza y lo que en su vientre llevaba. Algún tiempo después el ciclo se cerraría, la sangre que salió de casa entró de nuevo con un nuevo nombre, lastrada con tu divorcio. Pero eso pasaría después, mucho después.

Los sueños son sabios, y a veces algo cabrones. Mientras tú te marchabas, soñé con lo ocurrido dos años atrás, cuando tú tenías dieciocho y yo, ocho. Volviste tarde, muy tarde, y apestando a bebida. Se supone que yo no debería saberlo, pero no podía dormirme si no era acompañado por tu respiración cadenciosa. Yo escondía mi cuerpo en el pasillo, mientras mis ojos salían a contemplar la escena que ocurría en el recibidor. Tú sonreías en el umbral de la puerta, mostrabas una sonrisa arrogante que se borró de tu cara cuando papá te cruzó la boca de un guantazo. Tu boca descompuso la sonrisa, y volvió a emerger con una mueca de rabia y altanería. Pasaste por al lado de papá y te dirigiste a nuestro cuarto sin soltar ni una palabra. Tu orgullo herido te obligaba a hacerlo así. Yo corrí hacia la cama, para que no me descubrieran, sintiendo que el suelo estaba más frío incluso que de costumbre bajo mis pies descalzos. Aunque a lo mejor era yo. A lo mejor era por culpa de mi cuerpo cuya sangre debajo del pijama parecía haberse evaporado. La cara pálida, las piernas temblando, y la puerta del cuarto que parecía cada vez más lejana. Al final, conseguí volver a la habitación y enterrarme bajo las sábanas y hacerme el dormido. Tú entraste como una tromba por la puerta y te tumbaste sobre la cama sin siquiera desvestirte. Lloraste. Jamás te había oído llorar. Tú eras mi héroe, y los héroes no lloran. Hulk no sabía llorar, Hércules jamás lloró, nadie vio caer lágrimas de los ojos de Superman, y el frío y oscuro Batman jamás dejó fluir nada más que miradas rabiosas de sus ojos enmarcados en el antifaz. Sin embargo, tú llorabas. Llorabas por tu alma altiva y tu espíritu rebelde, tu orgullo herido y tu dolor incorpóreo. Tú llorabas y yo me asusté, por que los héroes nunca lloran.

  • ¿Tete…?

  • ¿Sabes una cosa?- las lágrimas se iban calmando y en tus palabras retronaban con kilotones de rencor.- Algún día me marcharé de aquí y no diré dónde voy a nadie, excepto a ti.

La posibilidad me pareció inconcebible. No podías irte. No podías irte por que eras una gran parte de mi vida y mi vida no podía imaginarse sin ti. Tú siempre estabas allí, tenías que estarlo. Eras mi hermano… mi héroe, y no puedes robarle el héroe a un niño.

  • ¿Me has oído?- Tu voz entraba como un puñal en las tiernas carnes de mis pensamientos.- Sólo a ti te lo diré.- Y volviste a llorar.

Yo no pude dormir esa noche. Estaba triste imaginándome sin ti a mi lado. Pero algo en mi corazón egoísta me decía que tenía que alegrarme. Tú me habías elegido. Me habías dicho que sólo me lo dirías a mí. Yo era tu confesor, tu punto de apoyo. Me sentí orgulloso de lo que había hecho para merecer tu confianza, aunque no sé lo que hice. Durante dos años, me hiciste sentir el compañero del héroe. Yo era Robin, peleando con los malos para ayudar a Batman. Era Krilin, y tú Gokuh, y éramos un equipo perfecto. Era como un sueño. Sin embargo, el destino de todos los sueños es acabar despertándose, y eso hiciste aquella noche, dos años después.

Al día siguiente, a la hora de la comida, tu sitio estaba vacío. Papá y mamá callaban, nuestra hermana miraba fijamente a papá y yo me perdía en el vacío de tu silla, en tu plato enfriándose y en alguna que otra lágrima mal disimulada de mamá. Aunque nadie podía echarle nada en cara. Ella no era un héroe. No terminé de comer, y me fui a mi habitación. Durante todo el día estuve buscando algo en mi cama, en mi mesita, una nota, un grabado en la madera, ¡Algo!. Algo que me dijera que no me habías mentido y que me habías dicho dónde te ibas. Pero era en vano. Me tumbé en tu cama y lloré, tal y como habías hecho dos años atrás tú mismo. Tú lloraste de rabia y yo lloraba de pena. Mientras mis mejillas eran surcadas por dos regueros de lágrimas que dolían como dos puñaladas, mi mano tocó un papel debajo de tu almohada. Mi cara se iluminó, las lágrimas se detuvieron instantáneamente. Quizá sí me habías dicho dónde ibas. Pero no. El papel pertenecía a un pañuelo blanco, impoluto, sin nada escrito y con aspecto de ya haber sido usado. En ese pañuelo secaste tus lágrimas antes de marcharte, y yo enjugué las mías después de que te marcharas. Lágrimas secas, hermanas, descansaron para siempre en ese pañuelo.

Te fuiste sin decir nada a nadie, ni siquiera a mí, al compañero del héroe. Me habías mentido, y los héroes no mienten. Nadie se imagina a Spiderman mintiendo al presidente. Nunca los X-Men mentían al profesor X. Los héroes no mienten y tú me habías mentido. Te habías marchado con tu Esperanza, y con las mías. Ya no tuve héroes, ya no me sentí nunca más como Robin, y mucho menos, como Superman o el Capitán América. Al único que le tuve algo de aprecio fue a Daredevil, por que él era ciego. Él era ciego, y tú me habías dejado en la oscuridad. La oscuridad de un vacío en la parte tenebrosa de la habitación. Un hueco negro donde sólo encajaba una palabra luminosa que había desaparecido de la casa: "Hermano"