Te has equivocado de animal

El joven Dimitri fue de cacería sexual, y acabó siendo cazado por otro animal.

Pelo engominado para atrás, y con mechas rubias. Lentillas de colores. Totalmente afeitada la barba lampiña. Vaqueros ajustados, que marquen paquete y digan "vaya culo tengo". Camiseta sin mangas, para lucir los bíceps del gimnasio, y de colores muy claros, que insinúe pectorales, abdominales y demás músculos sin tener por qué enseñarlos. Piel bronceada y depilada. Sólo faltaba la cadenita de oro al cuello y las gafas de sol en la camiseta. Y listo. Dimitri ya estaba preparado para cazar.

Como todas las noches del sábado, Dimitri se dirigió a la zona de la ciudad donde estaban instaladas las discotecas y demás locales de ocio nocturno. Una vez allí, elegiría un buen lugar donde buscar su presa semanal, y más tarde se iría a algún rincón, conocido sólo por él, para disfrutar de ella.

Dimitri llegó pronto al lugar. Aquella noche, elegiría ese sitio que no era de ambiente donde era muy concurrido por jóvenes de todas las edades, razas y sexos. Necesitaba un reto. Entró, y reconoció el lugar: pinchaban música muy fuerte para la que solían poner. Eso significaba que aquella noche era una noche temática, o sesión "remember", algo de eso especial. Y, a juzgar por el tipo de visitantes que había acudido, Dimitri sospechó qué tipo de espectáculo se iba a ofrecer aquella noche. Sonrió, esta noche "tocaba", seguro.

Pronto pudo observar a sus futuras presas: chulazos sementales más musculosos que él, que contoneaban sus perfectas caderas a ritmo desenfrenado que marcaba la infernal música, pidiendo a gritos un buen pollón entre pierna y pierna. No podían ser heteros, eran demasiado perfectos y desinhibidos para serlo. Tanto mejor para él.

Dimitri se pidió un cubalibre en la barra y se acercó a la zona de la pista de baile donde más arremolinamiento había, para bailar. Poco a poco, Todavía no sentía los efectos del alcohol, pero no tardaría. Bebía, mientras se restregaba contra unos y otros en danza sexual. Estaba empezándoselo a pasar muy bien, y sospechaba que más adelante se lo pasaría mucho mejor.

Pasó el tiempo. Dimitri ya llevaba un par de copas más en su cuerpo. Ya se había insinuado, pero todavía no había cazado nada. Aún quedaba noche. En eso estaba pensando, mientras buscaba nuevas presas, hasta que

Hasta que, por fin, sus miradas coincidieron. Dimitri pudo ver, casi a la lejanía (el lugar era bastante amplio), unos ojos que le decían algo. Tenían un color vistoso, con mucha personalidad. Estaban en un semblante de alguien duro, con mucho carácter. Eran unos ojos que destacaban por entre la multitud, que sobresalían. Unos ojos que Dimitri seleccionó de entre todos los ojos allí presentes.

Dimitri miró más de lejos, para averiguar quién era el dueño de aquellas preciosidades. Era un hobre moreno, barbudo, vestido con pantalones, botas y chaleco de cuero. Enseñaba un cuerpo robusto pero musculoso, y su piel era velluda, pero el vello era muy cuidado. Era uno de esos "osos" de los que Dimitri pretendía evitar cuando salía de búsqueda, pero éste era especial. Algo le decía que intentase contacto con aquel maduro.

Dimitri se acercó al señor casi cincuentón, apostado en una esquina del recinto. Le saludó, y le preguntó por su nombre. No entendió lo que le dijo, ya que aquel poseedor de los ojos especiales parecía de algún lugar de la otra parte de Europa, pues su acento no era de por aquí (y su nombre tampoco).

No tardaron en darse el lote: comenzaron a besarse y magrearse al ritmo que la música marcaba. Dimitri decidió que aquello le gustaba, así que le sugirió al oído, el marcharse de allí, había mucho ruido para follar. El extranjero asintió.

Dimitri llevó a su amante a un descampado cercano a allí, cubierto de vegetación, donde continuaron su noche de pasión. Besaba su barbuda cara, acariciaba sus velludos pectorales, y rozaba algunas partes de su cuerpo tapadas por el cuero. Dimitri no solía tener el hábito del tacto áspero y pinchante, de hecho, siempre elegía a sus amantes tan depiladitos como él. Pero con éste, había hecho una excepción.

Tampoco estaba acostumbrado a los magreos en su cuerpo. A él le gustaban las caricias de una mano mediana, en lugar de esos dedos vigorosos que parecían amasar pan. Pero, incluso con dicha rudeza, Dimitri estaba disfrutando aquella noche.

Tras los preliminares, comenzaron las palabras mayores: arrodillado delante de él, Dimitri le desabotonó el pantalón. Le comería un poco el paquete, y luego ya pasaría al segundo plato. Tuvo que saltarse el primero, porque aquel hombretón no había traído muda. Eso le puso a cien.

Dimitri sacó el miembro ajeno con una mano, mientras con la otra sujetaba el borde del pantalón, debajo del cuero había escondido un pene grande, no demasiado largo, pero sí grueso, sobre todo en su base. Así que el amigo especial de ojos especiales también tenía un pollón especial. Tanto mejor, nunca había chupado ninguno así.

El "cazador" de deseo empezó a comerse aquello, pajeándolo con ambas manos. Después, lo sacó poco a poco de su boca, con una pícara aunque angelical sonrisa, para volver a metérsela dentro con la misma parsimonia que antes. Aquello les volvía locos de placer. Cualquier polla, por muy grande que fuese, sucumbía a los encantos del encantador Dimitri.

Pero algo no iba bien. Dimitri vio que, tras un rato usando las mejores de sus armas sicalípticas, aquello que se traía entre la boca apenas si se había erigido un par de centímetros. ¿Habría elegido al único hombre de toda la sala con problemas con la edad, o es que…?

Dimitri alzó la vista un poco, con el glande a medio sacar de su boca. El semblante del oso no parecía loco de placer, ni mucho menos excitado. ¿Acaso no le gustaba nada de lo que el joven le estaba haciendo? ¿No era lo suficientemente bueno como para alguien de su edad y experiencia?

Sin mediar palabra, el oso le hizo un gesto para que el yogurín se levantase del suelo. Dimitri obedeció. Entonces, su compañero de sexo se arrodilló, cambiándose así las tornas. Desabrochó el carísimo pantalón de Dimitri, le sacó su polla y comenzó a comérsela con ansia. Le enseñaría a ese niñato cómo se hacía una buena mamada.

En cuanto Dimitri notó los labios de aquel hombre maduro sobre su carne, sintió un escalofrío, al que más tarde siguió una bocanada de placer que iba recorriendo toda su espalda y se expandía por todo su cuerpo, llegando hasta los rincones más recónditos. El oso usaba la lengua de forma magistral, envolviendo el miembro viril del joven mientras sus labios recorrían a trompicones, aunque de forma acompasada, todo el tronco genital.

Las rodillas de Dimitri comenzaron a temblar. Notaba cómo las fuerzas le fallaban. Comenzaba a gemir de placer, cuando jamás en ninguna mamada había articulado sonido alguno. No sabía cómo ni por qué, pero aquella excepción que había hecho aquella noche le estaba mostrando cosas que ningún otro maricón de discoteca le había hecho sentir antes. Menos mal que había cambiado de "presa".

De repente, con un empujón, Dimitri cayó al mullido suelo de césped. Aquello no le dolió mucho, porque su cuerpo aún seguía estando colocado de placer. Su amante le arrancó los pantalones, y, sin mediar palabra, se hizo una paja para comenzar la siguiente fase.

Al menos se pondrá condón, pensó Dimitri, antes de confirmar de que se lo iban a follar a pelo.

El ano del yogurín notó cómo era invadido por la carne de su amante, el cual le producía una dolorosa sensación rectal. No pensó en ninguna enfermedad venérea, ni tampoco en la higiene íntima de aquel peludo. Ni siquiera pensó en terceras personas ni demás parejas más o menos estables. En realidad, Dimitri no pensó en nada. Tan sólo sentía. Sentía aquel miembro carnoso entrar y salir de su ano. Sentía más placer del que ningún otro hombre le había hecho sentir jamás. Porque siempre solía ser él quien le daba placer hasta reventar a cualquier otro varón, y no viceversa.

Así pues, los gemidos de Dimitri volvieron a escucharse en la lejanía. Se escapaban de su garganta de forma salvaje, tan salvajemente como aquel oso follaba a su presa, con rápidas y fuertes embestidas pélvicas que hacían nublar la mente y la vista de aquel joven. Sentía cómo sudaba como un gorrino, cosa que tampoco había experimentado antes.

Aquella dádiva de fortísimos estímulos duró más de lo que Dimitri estaba acostumbrado a soportar.

Fue entonces cuando, sucumbiendo al placer, que le había hecho llegar al nirvana, se corrió. No necesitó tocarse para ello. Su amante, gritando, salió de su interior y descargó un par de chorros de lefa en su ano. Mientras lo hacía, volvía a meter aquella fábrica de placer, sintiendo más disparos de líquido vital por sus intestinos. Las últimas gotas de esperma acabaron otra vez en el esfínter de Dimitri.

Aquella experiencia había sido completamente nueva para Dimitri. Después de ello, se sentía haber sido virgen hasta entonces. Todavía se sentía en una nube, no había recuperado el sentido de la realidad hasta que

Hasta que el joven volvió a sentir dolor. Pero ahora lo sintió en su brazo derecho: un dolor punzante que se mezclaba con las endorfinas que todavía quedaban en su cuerpo, haciéndolo menos traumático. Pero las "hormonas del placer" comenzaban a disolverse, y el dolor era cada vez más fuerte, hasta tal punto de quedársele el brazo dormido. Poco a poco, y pese al dolor, también sentía cómo más partes de su cuerpo se quedaban dormidas, incluso su mente

Antes de que pudiese darse cuenta, el barbudo se había bebido más de la mitad de la sangre que regaba el cuerpo de Dimitri. Separó los dientes de la arteria carótida de su víctima, limpiándose la boca de dicho fluído carmesí con la manga de la cazadora, se abrochó los pantalones y marchó del lugar dando la espalda al cadáver, el cual comenzó a descomponerse a velocidades enrabiadas.

Efectivamente, Dimitri no cazó un oso aquella noche. Se equivocó de animal.