Te habías tardado un poco II

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Lena.

Las lágrimas corrían por mi cara al cerrar la puerta, tomé un taxi lo más rápido que pude y me fui.

¿Cómo podía hacerle eso? Me odiaba.

No tenía miedo de enamorarme de ella, porque ya lo estaba. Amaba sus ojos rayados, amaba su cabello, su cuello, su pecho y su abdomen y sus manos. Y todo lo que era ella, su esencia, su risa, su actitud fría, incluso eso lo amaba. Sus besos eran algo aparte, eran mi refugio, un hogar cálido y cómodo. Pero le tenía tanto miedo a la sociedad, a mi familia, a ser feliz junto a ella.

Llegué a mi apartamento dispuesta a encerrarme durante una semana en él. Tenía demasiadas cosas en las qué pensar. Mi mamá estaba en la cocina y mi rostro hinchado y enrojecido no pasó desapercibido para ella.

Tenía ese pensamiento de que mi tristeza y mal humor eran debido a la falta de amor.

¡¿Una cita a ciegas?! – Exclamé – ¿Qué clase de madre eres? – estaba furiosa, lo que menos necesitaba era una cita con algún desconocido.

Solo irán a cenar y listo, Lena – ella intentaba disculparse – además, es muy guapo.

Resoplé y me encerré en la habitación. Y en esas cuatro paredes el aire se hacía más espeso.

Mi teléfono sonaba, era ella. Solo dos llamadas perdidas, sabía que Danna no era de las personas que insistían demasiado, respetaba mi espacio, me conocía y no podía ser más perfecta, simplemente no podía.

Me quedé dormida pensando en ella, inevitablemente.

Regresa.

Me parece que no hay un límite para el dolor. Está este dolor absurdo que nos provocamos, ese que se puede evitar, pero no lo hacemos, porque es necesario sentirlo. El dolor nos hace despertar, nos hace ser más ingeniosos, más precavidos. Y luego está ese otro dolor que te provoca alguien más, que aunque te niegues a sentirlo, aparece de la nada y te invade cada célula. Yo era la antagonista de nuestra propia historia de amor.

Sin así quererlo, me encontraba probándome vestidos para mi “increíble” cita. No recordaba que era con un chico hasta que el timbre de la puerta sonó. Mientras me arreglaba solo pensaba en qué tanto le gustaría a Dan lo que llevaba puesto, el perfume que usaba y las ganas que tendría ella de comerse una enorme pizza conmigo.

El cabello engominado del chico en cuestión me provocó unas cuantas risas, que tuve que detener al instante cuando los ojos de mi querida madre se posaron en mí con desaprobación.

Las formalidades pasaron desapercibidas para mí, un nombre que no escuché y un saludo del que no me di cuenta.

Supongo que llega un punto cuando te gusta tanto alguien que lo único que puedes hacer cuando no tienes a esa persona cerca, es compararla con los demás. Y compararla en el sentido de que nadie puede ser como ella, ella te parece la más guapa, la más inteligente, la más especial y diferente.

Y en eso me encontraba yo. Mis ojos fijos en la carretera, escuchando su ingeniosa conversación.

Esta carretera la finalizaron justo el día en el que mis padres se casaron, mi papá pensaba que mi mamá no llegaría nunca a la iglesia. Se le había hecho tarde y tomó este camino para llegar a tiempo y que a mi papá no le diera un ataque de pánico en frente de los invitados – decía y se reía. Una carcajada pegajosa que hizo que también me pareciera graciosa la historia, pero Danna decía mejores cosas. Carraspeé.

Espero que te guste la comida italiana – dijo mientras detenía el auto.

Un poco, tengo una amiga a la que le encanta. Adoraría venir a este sitio – dije, pensando en ella y memorizando el nombre del lugar.

Entramos al sitio y yo me apresuré al notar como su mano se escabullía hacia la mía para tomarla. Alisé mi vestido para disimular.

No era mi intención hacerle perder el tiempo, en realidad, era lo que menos quería. Mordí mi labio y me senté, empezaba a inquietarme, a pensar más en Dan y a ponerme tan nerviosa que empecé a sudar. La luz de mi celular empezó a parpadear.

Vale, me gustas, me gustas demasiado, tienes todas esas cosas que a mi me encantan en una chica. Eres divertida, eres agradable y tienes esos hermosos ojos que me vuelven loca. Y sé que no debería decirte estas cosas, pero me ahogo en esa realidad y lo lamento mucho. Empiezo a entender que nunca podrá suceder nada más entre nosotras, nada serio, me refiero.

Releía una y otra vez y mis ojos llorosos se hicieron notar.

¿Estás bien? – preguntó preocupado.

He estado cometiendo error tras error – dije con un hilo de voz, sin levantar la mirada. Apreté la tela entre mis puños y me levanté.

¿A dónde vas? – dijo.

Tengo que decirle a una chica que la amo – solté, dejando a un Diego, David o Daniel desconcertado.

Dos años conociéndola y justo ahora me daba por declarar mi amor hacia ella. Tenemos siempre la tonta idea de que el tiempo no se acabará nunca, que nunca será tarde, que ya habrá un momento. Pero no, los momentos ideales no existen, no hay nada que esperar. El tiempo nunca vendrá detrás de nosotros. Nos lleva siglos de ventaja.

Corría detrás del tiempo, el charco ensuciaba mis tobillos y las lágrimas se confundían con el sudor.

La imaginaba besándome en la plaza, tomando mi mano, comprándome un helado. Sonreía mientras vencía al propio cansancio. Solo 7 cuadras más. No la podía perder, ni rendirme, estaba decidida y me sentía feliz.

Mi cabello ya era un desastre, pero nada me detenía. Toqué su puerta.

Ahí estaba, con su cabello recogido, con la mirada que siempre me ofrecía, alegre, cálida, llena de amor y confusión. Mi pecho peleaba frenéticamente para salir desbocado hacia ella. Y la abracé, como nunca antes. Me aferré a ella tan fuerte que temía que mis huesos se rompieran. Eso desapareció cuando sentí su pecho latir junto al mío y su respiración agitarse en mi cuello, nada podía compararse, ya no tenía miedo.

Te habías tardado un poco – la escuché decir.

Y la abracé aun más.

Fin.

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Creo que ya había comentado que esto iba a ser sumamente corto, espero que sí.

Empecé a escribir otra historia, que no publicaré aquí. So... Para los que quieran seguirla, dejo el link de mi amoroso blog :D

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