Te habías tardado un poco I

Historia corta :3

Danna.

Y allí me encontraba yo de nuevo. Recogiendo las prendas de ropa regadas por la sala de estar de ella. No entendía cómo había llegado a tal situación.

Mientras el frío calaba en mis huesos y empezaba a temblar, no podía evitar recordar la noche anterior. Sentí que por primera vez ella podía quererme, por su forma de besarme y de tocarme, sonreía. Sin embargo, no podía hacerme tantas ilusiones, me había convertido en su muñeca, un juguete con el que se acostaba cuando así lo quería.

Mi mirada volvió a tornarse seria, era una tonta. Una tonta con el corazón roto siendo usada por la persona que más quería.

Dan – su voz somnolienta me sacó de mis pensamientos.

Y allí estaba ella. El cabello despeinado… Con mi camisa.

Me estoy muriendo de frío buscando mi camisa por todas partes – le dije enojada.

Ella se miró y sonrió. Alzó sus hombros y se acercó a mí.

Estaba en la habitación – dijo – no creí que te molestara – levantó sus brazos a medida que sacaba la camisa sobre su cabeza.

No me molesta que la uses – le dije, mientras tomaba la camisa – llevo rato buscándola y tanto frío me pone de mal humor.

Vale, lo siento – alcanzó a decir dándome un beso corto en los labios.

¿Te quedarás a desayunar? – Me preguntó una vez que ambas nos habíamos puesto algo de ropa.

Sería un placer – le contesté con una sonrisa.

Ella me hablaba de algo que había pasado en su universidad, pero yo solo me dedicaba a comer el cereal que estaba servido en mi plato, la miraba sin escucharla y me preguntaba si saldría viva de esta situación. Habíamos hablado muchas veces de dejar esto que teníamos, era doloroso, al menos para mí, tenerla y no tenerla. Asegurábamos que no pasaría de nuevo y siempre nos equivocábamos. Ella era mi vida, yo solo era su amiga.

No me estás prestando atención – soltó de repente.

Di un pequeño brinco en la silla, mientras enfocaba mi vista en ella.

¿En qué tanto piensas? – Preguntó.

Lena… - Comencé a decir – ¿Me quieres? – Parecía una tonta chica llena de inseguridades. Y eso era.

Claro que te quiero – Respondió confundida.

¿De qué forma? – y entonces entendió a qué me refería. Suspiró ruidosamente.

Ya hemos hablado de esto – me dijo.

Bajé la mirada, tomé mi plato luego de unos minutos interminables y lo coloqué cuidadosamente sobre el mesón. No quería que notara mi enojo y frustración, ni que supiera que luego de salir por la puerta iba a lanzarme de un sexto piso o algo así. Sentía sus ojos en mi espalda.

¿A dónde vas? – preguntó mientras se levantaba de la silla y me obstruía el paso.

Tengo cosas que hacer Lena, si necesitas que regrese a tu cama, puedes llamarme – le dije de forma sarcástica y sin mirarla.

Rocé su hombro al deslizarme hacia la puerta a la vez que notaba su mandíbula apretada por lo que yo acababa de decirle. Le había dolido, pero no más que a mí.

Había pensado que esa noche podía ser diferente, que algo podía cambiar. Ella me quería a su manera, era dulce y tierna, pero a oscuras y entre cuatro paredes. Nunca hablaba de sus sentimientos, me hacía entender que estos eran inexistentes, que yo seguía siendo su amiga y que eso no iba a cambiar nunca. Ya se me había cruzado por la mente intentar darle celos con otra chica, pero es que ni siquiera podía mirar a nadie más sin compararla con Lena. Durante los últimos meses había evitado fijarme en otra persona porque siempre terminaba pensando en Lena y no quería.

Caminaba por los pasillos de la universidad. Hacía demasiado frío y mi ceño fruncido anunciaba mi mal humor. Me aferraba al abrigo mientras entraba al salón. Miré la mesa donde siempre nos sentábamos Lena y yo, pero ella no estaba. Me senté en una de las dos sillas y resoplé, resignada, porque aunque estuviera enojada con ella, no podía dejarla sola.

Estaba tan distraída que cuando Lena me miró con fuego en los ojos, no entendía la razón. ¿Es que acaso le molestaba sentarse conmigo?

¿Quién es ella? – su voz áspera me dejó confundida.

¿Quién? – sus ojos se posaron en el asiento que estaba a mi lado y vi la razón de su enojo.

Había una chica sentada conmigo, al parecer llevaba rato hablándome sobre algún tema que no me interesaba en lo absoluto, porque ni siquiera había notado su presencia.

Solo le comentaba a Danna que el frío estaba insoportable – dijo la chica.

Lena levantó una ceja y la chica se levantó lentamente y se fue.

Qué forma de intimidar – solté sarcástica.

Deberías dejar de ser tan distraída – dijo mientras lanzaba sus cuadernos sobre la mesa.

Deberías dejar de ser tan celosa – le respondí.

Ella me miró, indignada, he de suponer, porque no giré a mirarla. Esto era una guerra, una que no veía paz, ni fin.

Al terminar las clases, tomé mis cosas y salí por la puerta sin dirigirle la palabra. No quería más discusiones, solo quería estar tranquila.

¿A dónde vas? – Me preguntó cuando cruzaba la entrada principal de la universidad.

Ehm, a mi casa – le respondí, sonando obvia.

¿Puedo acompañarte? – la miré durante un rato.

Lo que fue una mala idea, porque ya nos encontrábamos caminando en dirección a mi dulce hogar. Sus ojos eran mi perdición.

Lamento lo de esta mañana – le dije – puedo parecer tonta a veces, pero es que… Lena, te quiero, más de lo que puedes imaginar.

Ella no dijo nada y suspirar sin que ella lo notara se estaba volviendo doloroso. Al abrir la puerta, se abalanzó sobre mí y me abrazó. Hundió su cara en mi cuello y se quedó allí. Rodeé su cintura con mis brazos y le dije lo que tantas veces había querido decirle – Quiero que seas solo mía.

Soy solo tuya – dijo sin despegarse de mí.

Me besó y a pesar de que no quería que volviera a suceder, en un abrir y cerrar de ojos, nuestras ropas yacían individuales en la entrada de la habitación. Y tuve que detenerla, porque no quería que sucediera así.

No lo entiendes – le dije – es más que esto, quiero poder tomar tu mano en la calle y darte un beso cuando me apetezca. Quiero abrazarte en medio de la plaza y reírnos de las miradas de los viejitos. No quiero solo esto – la miraba impaciente, con miedo.

Dan… No estoy preparada para eso – soltó.

Fue como arrancar una curita, pero esta no dejaba de doler.

¿A qué tanto le temes? – Le pregunté mientras ella se vestía - ¿Temes enamorarte de mí? Jamás te haría daño, Lena. Regresa – Pero ella ya se había ido.

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Y sí, es un relato apresurado, pero es que merecía serlo.