¿Te ha gustado, profesor?

Deseas clavar tu lengua en mi coño. Me lo dicen tus ojos, ya que tú no puedes hablar. Pensabas usar esa mordaza conmigo, pero no soy tonta, profesor. Soy la alumna más lista, más juguetona y más caprichosa. ¿Cuántas veces has fantaseado con follarme?

Tus ojos siguen el movimiento de mis dedos que recorren despacio mi jugoso sexo. Dulces ondas de placer nacen en mi vientre y se expanden por mi cuerpo con cada caricia. Me estremezco y siento la humedad que se derrama entre mis piernas.

Y tú me miras, inmóvil. Me miras con el ceño fruncido, los ojos brillantes de deseo, la mandíbula apretada. Me miras mientras juego conmigo misma delante de ti y me sigues mirando porque no puedes hacer otra cosa.

Tienes la polla dura. Casi la siento palpitar bajo tu pantalón. Casi deseo bajarte la bragueta, agarrar tu miembro ardiente y deslizar la punta de mi lengua por tu hinchado glande. Casi me decido a hacerlo, pero no. Permanezco sentada sobre tu mesa con las piernas abiertas, masturbándome para ti.

No es cómodo, ¿sabes? La madera es demasiado dura y la postura, aunque sexy, es incómoda. Me duele un poco la espalda de arquearla para que la falda no caiga de nuevo sobre mis piernas. Y tengo tanto calor… Me molesta el uniforme, pero no me atrevo a desnudarme más. La falda levantada, la camisa blanca desabrochada y abierta a medias para que veas mis tetas y el sujetador debajo de ellas, clavándose en mis costillas. ¿Te gusta el espectáculo? Lo hago para ti.

Mis dedos juegan con los labios de mi coño, los abren para que puedas echar un vistazo a mi rosado y húmedo interior. Deslizo el dedo corazón hasta la entrada de mi vagina. Sé que deseas ver como se adentra en mí, como mi dedo se hunde hasta perderse en ese pequeño agujerito mojado, pero no lo hago. Jugueteo. Contigo, con mi coño, con mis dedos. Te provoco. Sabes que me encanta jugar.

Me acaricio hasta que me tiemblan las piernas. Te escucho jadear mientras tus ojos persiguen los movimientos de mi uña, pintada de rojo oscuro, que traza espirales sobre mi clítoris y desciende de vez en cuando a la entrada de mi sexo para rodearlo lentamente, como una bola de golf que no se decide a entrar en el hoyo.

Deseas clavar tu lengua en mi coño. Me lo dicen tus ojos, ya que tú no puedes hablar. Pensabas usar esa mordaza conmigo, pero no soy tonta, profesor. Soy la alumna más lista, más juguetona y más caprichosa de toda la universidad, como ya deberías saber. ¿Cuántas veces has fantaseado con follarme sobre esta mesa? ¿Cuántas veces te has pajeado imaginando que me ponías contra la pizarra, que levantabas mi falda y me embestías, manchando mis tetas y mi uniforme de polvo de tiza?

Yo también lo deseaba, profesor. Desde que nuestras miradas se cruzaron el primer día de clase. Tú supiste, al expulsarme, que yo te daría guerra. Yo supe al marcharme que deseabas arrancarme el uniforme y penetrarme aquí mismo, sobre tu mesa, delante de todos los alumnos. ¿Crees que no me di cuenta de cómo me mirabas al salir del aula? No soy tan inocente, profesor.

Mi dedo se hunde en mi coño, desaparece entre mi carne, siento el calor de mi sexo a su alrededor, como mi piel lo abraza. Lo introduzco hasta la segunda falange y lo muevo: dentro, fuera, dentro, fuera, un poco más profundo esta vez… Escucho mis gemidos resonar en el aula vacía y me tumbo sobre tu mesa. Ya no me importa lo incómoda que es. Me froto el clítoris con la palma de la mano, mientras muevo el dedo dentro de mí. Lo introduzco todo lo posible, pero me sabe a poco y decido usar otro más.

Dos dedos. Me follo con el corazón y el anular. Suficiente. Me llenan. Siento como mi coño aprieta mis dedos, obligándolos a entrar juntos, casi uno sobre el otro. Preferiría masturbarme con un juguete, es más cómodo, pero esto me da bastante placer. Tanto que se me escapa un grito. Te oigo gruñir. Seguro que me estás regañando por hacer demasiado ruido, pero ahora mismo no me importa que alguien nos pueda descubrir. Ahora mismo me desnudaría para ti y te montaría, te cabalgaría hasta que te corrieras dentro de mí, si me lo pidieras. Pero no puedes hablar.

A pesar de que no me lo has ordenado, intento bajar la voz, pero soy incapaz de contener los gemidos que escapan de mi garganta. ¿Ves? Soy traviesa, pero también sé obedecer... Cuando me apetece.

Cierro los ojos. Te imagino sobre mí, follándome mientras mis dedos se mueven frenéticos, saliendo y entrando. Me muerdo los labios para no gritar de nuevo y noto el sabor de la sangre en mi boca. Ya no puedo detenerme. Mi cuerpo tiembla, saco los dedos, empapados, unidos a mi coño por un delgado hilillo de mis propios fluidos. Ascienden hasta mi clítoris y comienzan a dibujar círculos sobre él. Arqueo la cintura, mi rodilla golpea un libro que cae al suelo, mi mano se crispan en un espasmo de intenso placer y mis dedos aceleran el ritmo de sus caricias. Vuelvo a apoyar la espalda contra la mesa. Quiero gritar, profesor, quiero dejar salir todo este fuego que inunda mi cuerpo…

Mis músculos se tensan. Estoy a punto de explotar. Mis dedos no paran, me duele la muñeca de la tensión y la madera de la mesa se clava en mi columna, pero no soy capaz de detenerme. El orgasmo crece y crece, mi sexo se desborda, y mi cuerpo estalla como un globo de agua. Me muerdo los labios a tiempo de ahogar el grito que desea brotar de mi garganta. En cambio, gimo, gimo bajito, con el cuerpo temblando sobre tu escritorio, las piernas abiertas, los dedos mojados.

Y tú me miras con el coño abierto para ti, palpitando por el orgasmo, mojando tu mesa con mis fluidos.

Mi mano frena poco a poco hasta detenerse. Noto mi clítoris palpitar contra la yema de mis dedos mientras escucho mi respiración agitada. Sigo con los ojos cerrados, intentando calmarme, intentando sobreponerme al orgasmo que ha arrasado mi cuerpo. Me olvido incluso de ti, atado a tu cómoda silla de profesor. Me olvido de que me estás mirando.

Cuando abro los ojos y me siento, ya no estás. No sé cuánto tiempo ha pasado, apenas unos minutos, menos de 10 seguro, no mucho más, pero la silla donde te había atado está vacía. O casi. Sobre ella descansa la mordaza que planteabas usar conmigo, abandonada. Antes de que pueda buscarte por el aula, siento tus manos rodear mis muñecas. Tienes las manos grandes. Con una te vale para sujetarme mientras me tapas la boca. Mi grito muere contra tus dedos. Siento tu aliento en mi cuello.

—¿Te has divertido?


¿Quieres saber cómo termina el relato?