¿Te gustaría estar conmigo?
Una rubia preciosa se le acerca en el gimnasio y lo invita a su casa... tiene algo que proponerle.
–Pasa, sentite cómodo.
Tomás la siguió, con las palmas sudorosas metidas en los bolsillos. Ella caminaba hacia una cocina blanca, muy iluminada. Dios, estaba increíblemente nervioso.
Ella se dio la vuelta, apoyándose contra la mesada –¿Queres algo de tomar? ¿Un café…?
–No, no –Respondió rápidamente –Bah, o sea… si vos queres… como quieras.
Relajate Tomás , se dijo a sí mismo.
–Bueno… –Ella tomó aire y se agarró las manos –Te preguntarás… porqué te invité a mi casa.
Él se encogió de hombros, como si todos los días se le acercara una rubia de infarto y lo invitara a su casa.
–Sentate Tomás. Hablemos un rato –En medio de la cocina había una mesada central con algunas sillas. Ella se sentó al frente de él, y lo espero a que tomara asiento. Parecía un poco nerviosa también y eso lo hizo sentir ligeramente mejor.
–¿Estás… en una relación? –Le preguntó ella, cautelosa.
Tomás por un momento no supo que contestar.
No, no estaba en una relación.
–No, no lo estoy.
Pero no lo había estado hace ya 6 meses, sin que eso significara que estaba buscando pareja. Pero esto no lo dijo ya que, considerando que estaba en su cocina hablando con ella, decir que no estaba interesado no tendría mucho sentido.
La verdad era que ni se había puesto a pensar demasiado sobre lo que estaba haciendo, cuando ella se le acercó en el gimnasio, le preguntó su nombre, y le preguntó si quería tomar algo, él apenas había podido procesar lo suficiente como para responder con una afirmación.
–¿Vos estas en una relación? –Le devolvió él, y antes de que se diera cuenta de lo tonto de su pregunta ella lo sorprendió.
–Si… lo estoy –Y sonrió misteriosa ante su perplejidad –Aunque es una relación… abierta.
Tomás levantó una ceja en gesto interrogante y frunció un poco el ceño –¿ Abierta ? Perdón… –Se aclaró la garganta –¿Me podrías decir tu nombre?
–¿No te lo dije? –Abrió los ojos sorprendida –Carolina.
»Veamos, me llamo Carolina, tengo 25 años, soy profesora de yoga…
Tenía que serlo, pensó Tomás, mirando fugazmente su cuerpo estilizado.
–…vendo ropa por internet, me encantan las plantas, los gatos… leer, leo muchísimo. Y la internet. Diría que soy adicta a internet, pero creo que todos lo somos hoy en día. ¿No te parece?
Él estaba todavía embobado con su sonrisa, pensando que ella era mayor que él, e imaginándosela arqueando la espalda en el piso como un gato cuando ella continuó:
–Y, como te dije, estoy en una relación abierta. Eso es… mmm… –se detuvo con la mirada perdida en un rincón buscando las palabras.
»Eso significa que tengo amigos… “un” amigo, en este momento. No sería una relación normal porque… podemos ver a otras personas, y si queremos podemos juntarnos ¿Entendes? Sin que eso signifique que él pueda exigir saber lo que yo hago el resto de tiempo, o con quien, y viceversa.
Tomás se quedó callado un segundo, digiriendo lo que le estaba diciendo, e imaginando lo que ello implicaba.
Todo el nerviosismo momentáneamente olvidado lo volvió a invadir, y deseó con todas sus fuerzas que los hombres de 24 años, con metro 80 de altura, y toda la masculinidad que se pudiera pedir, no pudieran ruborizarse.
Un día, hace 6 meses, su ex–novia Tamara lo había dejado por un amigo de la infancia.
Ella había sido apenas su segunda novia, si se le podía llamar “novia” a la chica con la que debutó cuando tenía 19 años, una experiencia que prefería no recordar. Tamara era, aun hoy, la única mujer de su vida. La única que existía para él. Estaba hecho un zombi desde que cortaron: comía sin apetito, socializaba sin estar realmente ahí, hablaba sin escuchar y sin escucharse, miraba sin mirar al punto que después de 6 meses no podía recordar ningún nombre o rostro nuevo.
Hasta hoy.
Ojala le hubiera pedido ese café o algo con que ocupar sus manos y hacer tiempo, pero no tenía nada, así que tragó saliva de nuevo y abrió la boca antes de saber que iba a decir.
–¿Te gustaría estar conmigo? –le soltó Carolina sin más.
Él cerró la boca de golpe y clavó la vista en la mesa.
–¿Estar…? –Preguntó después de un momento, tanteando.
Ella lo miró fijamente e hizo un gesto con las manos –Claro, estar conmigo. Sexualmente. Pasar la noche, o la tarde, como quieras. Sin toda la parte de conocernos previamente y la posesividad que conlleva.
Tomás empezó a transpirar.
–O sea, conocer nos vamos a conocer igual –le aseguró ella –Te aclaro que no he estado con muchos hombres. Pero me di cuenta en mi primera relación que cortar con alguien no siempre significa que uno ya no quiera ver a esa persona, a veces solo significa que hay partes de la relación que no queres, mientras que hay otras partes que sí. Eso depende de cada uno.
Al ver que él no contestaba, continuó con tono ligero como si le estuviera vendiendo algún producto:
»lo que quiero decir es que podemos tener una amistad mas duradera que muchas relaciones. Y manteniendo nuestra libertad ¿Sabes? Si no te sentís cómodo, o conoces a alguien más… no hay problema.
Él se quedó en silencio ahogando el impulso de soltar una carcajada nerviosa. Sintió a su ego masculino gritando que un macho no dice que “no” nunca, pero haber sido criado por una madre soltera y una hermana pequeña a la que prácticamente había apadrinado le había enseñado a mantener esa inseguridad machista a raya.
Eso no significaba que Tomás no tuviera inseguridades. Las tenía en abundancia, y muchas tenían que ver justamente con eso de no encajar en la mayoría de los modelos de masculinidad que promocionan tanto.
Si o no. Es así de simple. Se aclaró la garganta una vez más.
Una parte de él sabía que lo que esta chica, esta mujer le estaba ofreciendo era la fantasía de cualquier hombre, pero él no era un estereotipo, ni mucho menos. Era un sentimental, un idealista. No usaba a las mujeres, no había siquiera considerado la idea de tener sexo de despecho para sacarse a Tamara de la cabeza, había respetado su indiferencia hacia el sexo opuesto…
Tal vez indiferencia no era la palabra indicada… Tomás había estado entrenando obsesivamente durante los últimos meses, asistiendo religiosamente tres veces por semana a boxeo y natación, y ni con eso le había alcanzado para quemar la frustración emocional y física que sentía por lo que también salía a correr una hora a la mañana, día por medio.
Sinceramente, nunca se había planteado una relación abierta, había estado demasiado sumergido en la monogamia que él creía, le duraría para toda la vida.
El sonido de un celular lo sobresaltó y deseó que fuera el suyo para así poder tomarse unos segundos más, pero Carolina se apresuró a tomar su celular que estaba en la mesada y leyó el mensaje en silencio. Luego levantó la vista hacía él, expectante.
Tomás contempló a la chica de cabellera rubia y mirada franca que lo miraba esperanzada. Parecía tener un halo de luz envolviéndola, probablemente producto de la cocina, totalmente blanca, y la luz que entraba por el gran ventanal.
Las palabras salieron solas por su boca, directamente de su cabeza –Por mí no hay problema –le dijo. Ni sabía si se trataba de su cabeza inferior o superior, no importaba. Carolina era preciosa, y él necesitaba volver a conectar con los seres humanos. Sus términos, si lo pensaba bien, eran como un regalo caído del cielo.
Carolina sonrió, y no era una sonrisa exactamente seductora. Tenía un matiz de timidez y calidez. Con el celular aún en su mano tecleó un mensaje de texto rápido y luego lo dejó a su lado, en la mesa.
–Bárbaro –Dijo y se agarró las manos de nuevo. Parecía aliviada. Se hizo un silencio un poco incómodo entre los dos.
–¿Vivís sola? –pregunto él para hacer conversación. Aun no sabía lo que acababa de ocurrir.
–Si… –Respondió alegremente –sí, me encanta la verdad. ¿Te gusta la casa? Es pequeña, pero es como mi refugio. Bah, en realidad no vivo sola, vivo con mi gato. Ahora debe estar en el patio…
Tomás se relajó finalmente al escucharla parlotear, comprendiendo que a pesar de las apariencias, ella no estaba acostumbrada a invitar hombres a su casa ni hacerles proposiciones sexuales.
–Es muy linda –dijo, apenas mirando al rededor. La miraba a ella. Carolina le devolvió la mirada, y de pronto tomó aire profundamente.
–Vení –Se levantó y fue hacia el ventanal –Vení que te muestro mi jardín.
Tomás se levantó, obediente y fue hacia la puerta corrediza que ella estaba abriendo. Del otro lado había un pequeño patio de altos paredones, lleno de plantas por los cuatro rincones, y en medio un camino de baldosas por el que apenas entraban dos personas.
Ella le tomó la mano y él ni se inmutó. En ese momento se dio cuenta de que desde que había salido del gimnasio tras ella, había decidido seguirla donde sea que ella lo llevara.
–Contame algo de vos Tomás –le pidió mientras daban un paso hacia las plantas.
–¿Qué queres saber?
–Pues… ¿Hace cuanto estas soltero?
–6 meses –No quería hablar de eso.
–¿No has estado con nadie desde entonces?
El no era de mentir. Creía que en el mundo de la amistad masculina hay dos clases de hombres: los privados y los mentirosos… Y él estaba orgulloso de ser lo primero. Nunca había mentido sobre su vida sexual, aun cuando lo cargaban por su silencio o lo atosigaban con bromas sobre su sexualidad, y nunca inventó hazañas sexuales que nunca tuvo.
No iba a empezar ahora.
–No –Respondió secamente. Tampoco quería publicarlo en facebook.
–¿Fue una relación larga?
Tardó un rato en responder –4 años.
–¿Siempre practicaste el sexo seguro?
Esa pregunta lo hizo volver al presente. Giró el rostro hacia ella –Sí, siempre… –le dijo algo cortante –¿vos?
–Mmm… Si –Respondió ella pensativa –O sea, con mi primer novio usamos preservativo las primeras veces, después empecé a tomar la píldora. Pero a los pocos meses la dejé. Me caía muy mal y no sabía por qué. La doctora tardó bastante en decirme que mis malestares eran los efectos secundarios.
»Uso el diafragma desde entonces. No protege contra las enfermedades, pero solo he estado con hombres de confianza. Y las primeras veces usamos preservativo también. Eso depende de vos.
Tomás escuchaba atentamente y se sentía como un idiota por no estar seguro de cómo funcionaba el diafragma ¿Era el cosito ese de plástico que se insertaba en el útero ? Ni idea.
–¿Pero te fías de mi? –Le preguntó él de repente juntando las cejas –Yo podría estar mintiendo cuando te digo que siempre me he protegido.
Carolina lo miró fijamente, y Tomás notó que tenía ojos grises. Unos ojos penetrantes en un rostro tan dulce.
–Pero no estás mintiendo. ¿O sí? –Le preguntó, perspicaz.
Él suspiró –No. O sea… con Tamara usamos preservativo al principio, igual que ustedes, y después ella empezó con la píldora. Así que… –Se sintió extraño hablando de anticonceptivos, pero no pudo evitar comparar la simple sinceridad de Carolina con la de su madre, quien le había dado una charla extremadamente directa sobre la importancia del sexo seguro.
–¿Alguna vez le fuiste infiel? –En su voz no había ningún rastro de censura.
Aun así él respondió un poco pinchado –Nunca.
Carolina le apretó la mano y le guió suavemente hasta una gran planta en el rincón del patio.
–Cannabis –le dijo como si nada, señalando la enorme planta de marihuana.
Tomás largó una carcajada, liberando la tensión previa –Es enorme.
–Eso es porque la quiero mucho.
Sus dedos se sentían increíblemente bien en su mano, como si fuera la cosa más natural.
–Aunque la tengo que proteger de mi gato, a los gatos les encanta masticar marihuana. ¿Sabías? La menta también.
–No, no sabía…
Después un momento ella le preguntó bajito –Ella… tu ex novia, ¿te fue infiel? Si no queres responder no lo hagas, solo quiero saber si existe alguna posibilidad… –hizo un gesto con la mano, y su voz desapareció en el aire.
Tomás aspiró profundo… Y se sorprendió pensando que si, se lo quería contar –No exactamente. Solo se limitó a comenzar la relación con alguien más antes de decírmelo. Me dijo que para ella ya habíamos cortado cuando se… –no pudo evitar apretar los dientes –cuando se acostó con él. Y la verdad no se… me lo contó enseguida, no lo escondió, asique técnicamente no fue una infidelidad pero aun así…
–Sí, entiendo –dijo ella suavemente –Perdona, te estoy interrogando demasiado cuando ya me dijiste que siempre te has protegido –Lo miró a los ojos –¿Vos confías en mi?
La contempló. No tenía realmente ninguna razón para confiar en alguien a quien apenas conocía, pero también sabía que uno podía conocer a una persona durante años y ser engañado de todos modos. La confianza no tenía que ver con la información que uno sabía o no sabía de alguien. Era algo más sutil, algo instintivo, algo que se veía ahí, en los ojos.
Sin ninguna intención consciente se acercó a ella, le soltó la mano y le tomó el rostro entre las suyas, observando sus ojos.
Por toda respuesta bajo su cara y le tomó la boca. Cuando apoyó sus labios sobre los de ella, aspiró profundamente por la nariz, y sus pulmones se llenaron de un aire que parecía demasiado puro, demasiado dulce.
Le penetró la boca con la lengua y cuando ella respondió a su beso, separando los labios, él se sintió eufórico, como si la sangre le estuviera corriendo por la venas después de meses de estancamiento.
Le puso una mano en la nuca y la otra en la curva sobre su trasero, apretándola hacia su cuerpo. Era un beso suave, casi tímido, pero que se hacía más y más profundo. Más y más húmedo. Le metió una mano debajo de la remera y comenzó a comerle la boca como nunca lo había hecho. Sin inhibiciones. Ella empezó a gemir mientras le metía los dedos en el pelo, pasándole las uñas por el cuero cabelludo.
Eso fue suficiente, ahí nomas Tomás la alzó y ella instintivamente lo rodeó con las piernas.
Separó su boca de ella solo un segundo para encontrar donde apoyarla contra la pared, pero todo el paredón estaba cubierto por plantas. Ella aprovechó el respiro, y soltó una risita nerviosa.
–Para, para –le dijo riendo mientras le daba unos golpecitos en los brazos para que la dejara en el piso.
Pero él no lo hizo. Carolina lo miro con calidez aunque le faltaba el aire, estaba tan sofocada como él. Le acarició la majilla –No hay apuro, vamos a dentro –le dio un suave beso en los labios y Tomás, después de saborearle la boca un poco más, la dejó en el piso.
Como en un sueño, se dejó llevar hacía dentro de la casa, a través de la cocina, y luego por un pequeño pasillo hasta una habitación en una suave penumbra.
La habitación estaba protagonizada por una cama matrimonial, frente a un mueble con una enorme pantalla plana. La luz le daba un color entre rosa y naranja, otorgándole una calidez teñida de atardecer.
Apenas cruzaron la puerta reanudaron el beso del jardín, con una facilidad que a Tomás lo dejó perplejo, aunque no tenía mucho espacio en su mente para tal sentimiento, estaba demasiado subyugado por la preciosa chica rubia en sus brazos. Fugazmente pensó que hace 20 minutos estaba en el gimnasio, ensimismado como era costumbre, y ahora estaba aquí, cumpliendo una fantasía tan espectacular que parecía mentira.
Levantó el rostro y miró fijamente a Carolina, como queriendo asegurarse de que era real. Ella pareció entender y mientras le sonreía levantó una mano para acariciarle la mandíbula. Después de aspirar profundamente una vez más, Tomás volvió a bajar la cabeza y esta vez el beso fue menos apresurado, pero más determinado.
En un momento bajó las manos por su espalda y las posó sobre su trasero, cubierto por un jean ajustado. Ambos se habían duchado en el gimnasio, algo que encontró de lo más conveniente en este momento.
Se tenía que agachar bastante para besarla. Ella no era tan bajita, pero él sí que era alto. Inclinó la cabeza mientras le hundía las manos bajo las nalgas, agarrando la carne tersa en sus grandes manos. Ella gimió de placer en sus labios y el sonido fue directamente a su entrepierna en forma de sangre caliente. Tragó saliva sin dejar de besarla, y le amasó los glúteos con fuerza, apretando el cuerpo femenino contra el suyo, encajando y sincronizando sus sexos.
Cuando ya sentía su respiración forzosa la levantó y ella, repitiendo la naturalidad de momentos, minutos, horas antes… en el jardín, lo rodeó con las piernas. La llevó alzada hasta la cama donde se dejó caer encima de ella, apoyándose en sus antebrazos. Mientras la seguía besando, comenzó a mover las caderas, presionando su miembro contra el pubis de ella, imitando el movimiento de la penetración hasta que sintió que su pene estaba completamente hinchado y erecto.
Ella gemía delicadamente y lo besaba con una pasión deliciosa, literalmente. Tomás se sentía embriagado y mareado por las sensaciones. Irguiéndose, metió las rodillas por debajo de los muslos femeninos que yacían abiertos debajo de él, y con un solo movimiento se sacó la remera y el buzo por la cabeza. Sin dejar de mirarla, arrojó las prendas al piso.
Ella, agitada, le devolvió la mirada parpadeando lánguidamente, como si le costara mantener los parpados abiertos. Levantó una de sus manos pequeñas y vacilante le acaricio el pecho con timidez. Con la punta de los dedos le dibujó los músculos pectorales, las costillas, los abdominales… Tomás se quedó quieto bajo su tacto, sintiendo un cosquilleo eléctrico en su piel.
Su cuerpo era una de las pocas cosas sobre las que no se sentía inseguro, al menos la mayor parte del tiempo. En ese momento, viendo como ella lo acariciaba y lo miraba con manifiesto deseo, se sentía inesperadamente seguro de sí mismo. Solo por merecer esa mirada… de esa mujer… volvió a sentir una oleada de euforia en su sangre.
Le sujetó la mano sin apretarla demasiado, y le guió la extremidad hacia sus pantalones, posándola sobre el bulto que era su erección. Ella apoyó la mano ahí y comenzó a acariciarlo por encima de la tela.
Él cerró los ojos un segundo, acostumbrándose a la suave caricia. Después bajó sus manos hacía ella y las apoyó sobre sus pequeños pechos. Los masajeó suavemente, presionado los pezones con los pulgares hasta que los sintió endurecidos y sobresalientes. Ella parpadeaba largamente, dejando sus ojos cerrados tanto como abiertos, mientras lo seguía acariciando por encima del pantalón.
Tomás apretó los dientes cuando la mano de Carolina lo estaba por hacer estallar, quería estar dentro de ella ya mismo. Le corrió la mano con delicadeza y después de abrir el jean a ella, se lo saco tironeándolo por sus piernas. Unas piernas preciosas y torneadas.
–Espera, espera un momento –le dijo ella sujetando sus manos cuando iba a sacarle la ropa interior –Espera, tengo… que hacer algo –dijo saliendo de debajo de su cuerpo y escurriéndose hacia el pasillo. Hacia el baño , supuso Tomás, dejándose caer de espaldas en la cama. Miró el techo sintiendo un zumbido en los oídos, producto de su circulación acelerada. Se irguió de repente y se terminó de desvestir.
Ella regresó enseguida, sonrojada y con una sonrisa que se ensanchó cuando lo vio completamente desnudo, sentado en el borde de la cama.
Tomás toleró relajadamente su contemplación hasta que sintió que algo pequeño le golpeaba en el pecho, rebotando en el colchón. Alargó la mano para agarrar el pequeño sobrecito que Carolina le acaba de arrojar y sonrió. Dejó el preservativo en la cama y clavando la mirada en los ojos femeninos se agarró el miembro hinchado y comenzó a masturbarse la cabeza en movimientos cortos y precisos mientras que con la otra mano se acariciaba los testículos.
Carolina disfrutaba del show con los ojos brillantes y las mejillas coloradas.
Cuando al fin se sintió listo, rasgó el paquetito con los dientes, extrajo el preservativo y se enfundó el miembro con destreza. Luego se reclinó en la cama levantándole una ceja.
Ella se arrojó arriba de él riendo y apretó sus labios contra los suyos. Tomás le sujeto las caderas y se dejo caer de espaldas otra vez mientras la besaba… Era todo tan fácil…
Finalmente ella se enderezó y se quitó por la cabeza la remera de algodón, dejando al descubierto un vientre plano y unos pechos pequeños, duros y erguidos. Sin pensarlo, él se sentó, con ella en su falda, y se metió un pezón en la boca. Ella largó un suspiro entrecortado mientras le masajeaba el pelo delicadamente, apretando su boca contra su pecho.
Le besó el seno con la boca abierta, presionándolo con su lengua hasta sentirlo duro e hinchado, repitió lo mismo en el otro pecho.
Para cuando se sació de su fijación oral, ella estaba blanda sobre él, derretida. Separó la cabeza para mirarla y se quedó embelesado al verla sonreír con los ojos cerrados. Una sonrisa preciosa. La abrazó por la cintura y sin soltarla la giró posicionándose encima de ella. Le quitó la bombacha por las piernas, besándola a lo largo de su cuerpo.
Cuando se puso otra vez encima de ella, Carolina le apoyó la manos sobre su pecho –No, yo quiero ir arriba –Le dijo entre traviesa y suplicante.
Tomás le sonrió una sonrisa torcida y picara –Como usted quiera, señorita –La levantó por las nalgas, y ella lo abrazó por el cuello mientras se dejaba caer sobre el colchón, esta vez de manera que su cabeza cayera sobre las almohadas. Relajó las manos al lado de su cuerpo y la miro como diciéndolo “soy todo tuyo”.
Ella se rió ante su gesto y comenzó a deslizarle las manos por su pecho, rítmicamente, desde la cintura hasta sus clavículas. Hacia arriba, y hacia abajo, suavemente mientras lo miraba sonriendo. El contempló al ángel sentado en su falda, sintiendo que el masaje lo hacía vibrar al punto de sentir que se estaba por deshacer en partículas. Tragó saliva y ella entendió que ya era momento. Bajó su cuerpo hacia él y le apoyó la boca en la mandíbula mientras posicionaba con una mano la punta de su miembro contra la entrada intima a su cuerpo.
Cuando su glande rozó los pétalos húmedos de su sexo, Tomás tuvo que esforzarse por no acabar en ese mismo momento. Para colmo, ella comenzó a moverse, bajando y subiendo apenas unos centímetros, para que la punta presionara contra su himen, y luego saliera.
En cada empuje contra las puertas de su vagina, él sentía como ella se iba humedeciendo más y más hasta que no lo puedo soportar más. Le sujetó las nalgas y se las separó, apretándolas con fuerza con sus dedos. Ella se quedó quieta comprendiendo lo que iba a hacer.
Tomás alzó sus caderas y cuando sintió que la cabeza de su miembro estaba encajada en el punto correcto, se deslizó por completo en su interior, húmedo y caliente.
–Aah – suspiró ella en su oído, y él supo que no duraría mucho. Sujetándola así, por la cintura, se dispuso a penetrarla velozmente, concentrándose en provocarle el orgasmo lo más rápidamente posible. A las tres penetraciones ella le puso las manos en el pecho, empujándolo –Auh, espera, despacio… –le pidió con una voz gimiente que lo excitó todavía más –despacio… –le volvió a susurrar.
Él quiso soltar una carcajada frustrada, pero no lo hizo, en cambio se relajó en el colchón otra vez, dejando caer sus manos a sus lados. Ella lo besó dulcemente como consolándolo y comenzó a moverse, terriblemente despacio. Le apoyó sus pequeñas manos a los lados de su cuello, y suspirando contra sus labios, besándolo de vez en vez, subía y bajaba por su miembro con tanta lentitud que le permitía sentí cada anillo muscular de su vagina apretando su pene mientras salía y entraba en su interior.
Después de unos minutos, y entendiendo que el ritmo lento se iba a prolongar un buen rato, se distendió e intentó dejar de pensar en el orgasmo… concentrándose en el rostro de Carolina. Ella tenía los ojos cerrados y sonreía… volvió a sentir una sensación extraña al verla sonreír, aunque no supo la razón. Que preciosa era… que suave… Levantó una mano hacia su mejilla y le acunó el rostro. Ella abrió los ojos solo un instante antes de volver a cerrarlos mientras le atrapaba el pulgar entre los labios.
Arriba… y abajo… Arriba… hasta que sentía que su glande casi se salía de su vagina… y justo ahí ella volvía a dejarse caer, introduciéndose el miembro en su cuerpo. Era una tortura…
La mejor tortura que jamás había sentido y de pronto, en contra de todo pronóstico, sintió que el orgasmo lo invadía. Fue totalmente inesperado. Ella le succionaba suavemente el pulgar y lo cabalgaba en cámara lenta y aun así, el clímax llegó y pudo percibirlo segundos antes de que llegara, y por primera vez al menos desde que tenía memoria, no hizo nada. Ninguna contracción ni ningún empuje frenético, solo se dejó arrasar por la oleada de placer que lo hizo sacudir y temblar durante tanto tiempo que parecía extenderse hacia el infinito… Apenas fue consciente de como Carolina se contraía alrededor de él.
Cuando abrió los ojos, mareado por el éxtasis, ella seguía moviéndose lentamente sobre él, mientras le besaba el cuello, la mandíbula… la barbilla…
El la envolvió en sus brazos y de pronto cayó en la cuenta de que Carolina estaba temblando y apretándolo internamente mientras se movía ondulando su cuerpo de manera sutil. La sujetó con más fuerza mientras los últimos espasmos orgásmicos la recorrían.
Habían acabado juntos. Algo en su pecho se hinchó mientras la abrazaba y le besaba el cabello rubio. Sintió ganas de sonreír, y se dio cuenta de que ya lo estaba haciendo. Se sentía vivo, se sentía feliz… y se sentía pleno, por primera vez en lo que parecía una eternidad.
–Ahmmm –suspiró ella sobre su pecho cuando los espasmos había acabado –¿Te ha gustado? –le preguntó pasando la punta de los dedos por su barbilla.
El se rió abiertamente. Después se aclaró la garganta –Mucho –dijo simplemente.
Ella se irguió lentamente, hasta que el miembro masculino salió de su cuerpo y se acostó al lado de él, con una mano en su pecho y una pierna por encima de su vientre –A mi también –le dijo suavemente.
Había algo entre ellos… una paz que era nueva para Tomás. Pensó en Tamara de pronto sorprendiéndose al darse cuenta de que no había pensado en ella ni una sola vez desde que habían entrado del jardín. ¿Cómo podía ser?
Ahora comprendió lo raro de todo… porqué le había parecido tan extraño ver la sonrisa en el rostro de Carolina mientras hacían el amor, porque eso es lo que habían hecho sin duda… El no era ningún experto, pero al menos su ex novia nunca había sonreído así durante el sexo. Tamara siempre ponía un gesto ligeramente de dolor, aún cuando él sabía que después de años de tener relaciones difícilmente le podía seguir doliendo…
Además, él había sido siempre muy cuidadoso con ella. A veces incluso llegó a pensar que ese era justamente el problema… Después de que ella lo dejó, la idea de que él no la había satisfecho sexualmente lo había perseguido durante los últimos 6 meses.
Y de un momento para otro… había desaparecido. Todo su pesar, toda su apatía, todos sus remordimientos…
Le acarició la mejilla a una adormilada Carolina pensando que aún si no se conocían realmente, y si era verdad que ella tenía otros… “amigos”, tenía mucho que agradecerle.
Ella abrió los ojos, somnolienta, y lo miró –¿Qué pasa?
Él rió antes de contestar –Nada… nada. Solo que… todo me parece muy raro…
Carolina lo miro con más atención –Lo se… es muy raro… y a la vez… es muy natural…
–Si… tal cual… –se alegró al comprobar que sentían lo mismo.
–Carolina… –La llamó después de un momento, y le gustó pronunciar su nombre –¿Qué hay de ese otro… “amigo” tuyo…?
–¿Qué pasa con él? –le pregunto ella sin inmutarse.
Tomás escarbó en su mente por alguna respuesta, alguna idea que lo ayudara a procesar la situación –Pues… ¿Es que está de viaje o algo así?
–¿De viaje? –Repitió ella, divertida –No no… Si lo vi esta mañana…
¿Esta mañana? Pensó Tomás perplejo y alterado.
Ella pareció percatarse de su confusión –El… ¿viste cuando hablábamos… que alguien me mando un mensaje de texto?
–¿Era él? –Le preguntó con sorpresa.
–Sí, era él. Quería saber cómo iba todo… ya sabes… no es algo recomendable invitar a un hombre a tu casa, cuando una está sola…
Tomás no sabía cómo procesar lo que oía –¿Y qué le contestaste? –le interrogó, tragando el nudo en su garganta.
–Que sí, que iba todo bien, –Dijo riendo –que no eras ningún psicópata ni nada…
Algo terriblemente perturbador se le ocurrió.
–Y si yo era un loquito ¿qué? ¿Estaba afuera esperando una señal para entrar a rescatarte?
Al ver que ella permanecía en silencio sintió que la incredulidad lo invadía.
–¿Estaba… afuera?
Carolina se encogió de hombros –Si, estaba en su auto en la esquina. Pero una vez que le mandé el mensaje se fue –lo miró con ojos apenados, obviamente intentando tranquilizarlo.
Tomás se pasó una mano por el pelo, sin saber si reír o qué. Era la situación mas extraña de su vida…
–¿Qué pasa? –le preguntó ella mirándolo fijamente y su tono no era consolador ahora, era de reproche.
El miró en sus ojos y pudo ver lo angustiada que estaba por la idea de que él se pudiera sentir celoso o enojado. Inconscientemente le acarició la mejilla para tranquilizarla.
–Nada, solo que… Todo esto es nuevo para mi… –la contempló y sintió que sus injustificados celos se derretían bajo su mirada gris –Me has hecho un regalo… –le dijo y ella relajó su expresión en una sonrisa –No tengo derecho a ponerme celoso, pero… –No pudo evitar soltar una risa nerviosa –bueno, tengo mis momentos de debilidad.
Ella se rió también, y lo besó mientras le acariciaba el pelo –Todos los tenemos. No te preocupes –Y volvió a poner la cabeza en su pecho.
–¿Él los tiene…? –No pudo evitar preguntar.
–¿Celos…? Naah… –Respondió ella con voz ligera –O sea… No que yo sepa.
¿Qué clase de hombre no sentiría celos en una situación así…? Se preguntó desconfiado. Tal vez era gay, pensó con esperanza.
Dejó pasar unos segundos antes de hacer otra pregunta acuciante –¿Por qué… –Paró un momento buscando las palabras –¿Por que querías estar conmigo… si él esta… disponible?
Ella se quedó en silencio y eso lo intrigó todavía más, si era posible.
–¿Tienen problemas?
–No no… –se apresuró a decir ella, y él se sintió decepcionado. Se reprimió internamente al darse cuenta de que sentía celos otra vez.
–Es solo que… –empezó a decir ella, acariciándole el pecho distraídamente –Es porque… quiero hacer algo, cumplir una fantasía…
Y Antes de que Tomás pudiera entender a qué se estaba refiriendo, Carolina se levantó y se sentó encima de él, apoyando ambas manos sobre su pecho y sonriendo con entusiasmo.
–¿Estarías dispuesto a hacerme el amor con otro hombre? –le preguntó mirándolo fijamente.