¿Te follarías a mi marido?(2 de 2)

Antonio se lo pasará de lo lindo con la amiga de su juventud y su marido.

Resumen de la primera parte: Débora, tras mucho tiempo, vuelve, en compañía de su marido Eduardo, al pueblo que le vio nacer. Tras un infructífero encuentro familiar, decide salir a buscar a Antonio, un amigo de su juventud, a quien quiere seducir para que se acueste con su marido. Sin cortarse un pelo le pregunta si le gustaría follarse el culito de un hombre esa noche.

El hombre cabeceó levemente pues ignoraba el porqué de aquella pregunta. Si estaba allí en el coche era porque con quien quería echar un polvo era con ella, le daba más morbo tirarse a una amiga de su juventud que a un puto mariconcillo.

—¿Y eso a que viene?

—Tú contesta —Dijo la mujer acariciando su miembro viril por encima de la delgada tela del pantalón —. ¿Te gustaría tirarte a un hombre hoy? ¿Sí o no?

—Bueno… sí…siempre que te pueda follar a ti.

—Eso dalo por hecho. Entonces, ¿arranco el coche?

Antonio tenía mucho mundo y se jactaba de saber salir de cualquier situación, no obstante, aquella forma de actuar lo tenía perplejo y si algo odiaba era caminar a oscuras. Sin ninguna explicación, le quitó la mano de su paquete con cierta brusquedad y, tras enfrentar su mirada a la de ella durante unos segundos, le habló de un modo que fue cualquier cosa menos agradable.

—No, sin que antes me expliques qué mamoneo te traes conmigo.

Débora imaginó que Antonio preguntaría algo más pronto que tarde, lo que no supuso es que sería antes de llegar a su casa. Dado que no quería que saliera huyendo, les contó una de las verdades incompletas que tenía preparado en caso de que sucedieran este tipo de contingencias.

—¿De verdad quieres saberlo?

Antonio asintió con la cabeza de un modo que a ella le resultó un poco violento.

—¿Me prometes guardar el secreto?

—¡Oye, tía! Yo te he contado lo mío, ¿qué te pasa? ¿Acaso no te fías?

—Sí, hombre —Respondió Débora adornando sus palabras con una sonrisa —Lo que pasa que no es una cosa que le vaya contando uno a todo el mundo, pues la experiencia me ha enseñado que la gente suele ser muy mala y muy envidiosa.

La mujer, haciendo gala de sus dotes persuasivas, narró una verdad a medias a su desconfiado amigo. Una historia donde ella había venido a visitar a su familia con su marido. Un marido que comparte su bisexualidad con ella y que estaba ansioso por ser enculado por un buen rabo. Había quedado, en el bar donde se encontraron, con un tío que conocieron en una página de contactos, pero seguramente se arrepintió a última hora y no acudió a la cita.

—…Imagínate, de estar cabreada porque el cobarde ese de Internet no se había presentado, pasé a pensar que era mi día de suerte cuando tú me confiesas que te gusta petar culos de hombres.

—¿Al mexicano le gusta que le den? —Preguntó Antonio moviendo la cabeza en señal de extrañeza.

—Sí, es algo más normal de lo que te pueda parecer…La bisexualidad está a la orden del día en el mundo actual. Lo que pasa es que hay mucha hipocresía y muy poca gente se lo confiesa a su pareja. Abundan muchísimo más los que hacen estas cosas a escondidas…

El pelirrojo se quedó mirando a su amiga. Estaba claro que por mucho mundo que el presumiera tener, donde más lejos había ido fue a Canarias de luna de miel. Débora había viajado más y, aunque le costara reconocerlo, se la veía muy instruida. «Se ve que esta gachi no solo se ha abierto de piernas para todo aquel que ha pagado la tarifa pertinente, también ha tenido tiempo de leerse unos cuantos libros», pensó satisfecho al escuchar de sus labios que sus preferencias sexuales, contrariamente a lo que suponía, no era ninguna perversión mal sana y era más habitual de lo que él creía entre la gente moderna. Eso sí, « a él por culo, ni el pelo de una gamba ».

La mujer lo observó por el rabillo del ojo y pudo comprobar que sus palabras habían conseguido su objetivo, pues se le veía menos reticente. Volvió a llevar su mano a la entrepierna, aunque su virilidad había perdido algo de vigor, a su amigo no le disgustó que lo hiciera. En pocos segundos sintió como el enorme trozo de carne se endurecía bajo su contacto. Lo miró sonriéndole y le pregunto:

—¿Qué hago arranco o no arranco?

—Arranca, yo no tengo un no para un bujero y además creo que puede ser una experiencia bastante interesante.

—¿Cuál?

—Tener cinco bujeros para mí solo.

—¿Cinco?

—Tres tuyos y dos de él.

A Débora que Antonio diera por sentado que se iba a dejar encular le chocó un poco, estuvo tentada de replicarle para hacerle ver lo errado de su pensamiento. Sin embargo, no dijo nada pues pensó que ya habría tiempo de bajarle los humos al pelirrojo. Lo miró, apretó los labios intentando regalarle un gesto amable y arrancó el coche en silencio.

Durante el trayecto conversaron de un montón de cosas sin importancia, algunos de los temas, por lo inapropiado que eran para el momento, rozaban lo surrealista. Ninguno de los dos podía ocultar su nerviosismo.  Débora porque había planeado aquel encuentro tan minuciosamente que le horrorizaba pensar que algo saliera mal. Antonio porque nunca se había visto en una situación como aquella y, porque a pesar de la arrogancia y fantasmeo del que hacía gala, le preocupaba no estar a la altura de las circunstancias. Había follado con personas de ambos sexos, pero siempre por separado, nunca los había mezclado. Esta noche debería tirarse a un tío con su mujer delante.

Al llegar al lujoso chalet que habían alquilado, el musculoso pelirrojo no pudo ocultar su sorpresa y con total desparpajo dijo:

—¡Joder, pues sí que te va bien la vida!

—No, no me puedo quejar —Respondió Débora esbozando una pequeña sonrisa.

—¿Tía, a que te dedicas?

—No soy yo quien trae el dinero a casa. El dinero lo gana Eduardo. Mi marido es productor de cine…

—¡Productor de cine! ¡Vaya con la mosquita muerta! ¿No tiene una hermana?

—No, pero tiene un hermano…

—¿También le gusta la carne en barra?

—No, que yo sepa. Pero tú con una peluca y una mini falda puedes transformarte en una chiquita de lo más seductora —Respondió sarcásticamente la mujer, a la vez que sacaba la punta de la lengua burlonamente.

—¡Qué te den! —La respuesta de Antonio fue acompañada por una sonrisa de complicidad y una peineta.

A pesar de las mariposas que revoloteaban en la barriga de ambos, los dos antiguos amigos procuraban que la confianza volviera a surgir entre ellos, aunque fuera con pequeñas puyitas o bromas.

El chalet, como todos los de la zona, tenía un amplio jardín en la entrada. Una especie de antesala habitada por una hilera de frondosos limoneros que cumplían exitosamente su cometido, alejar el interior de la casa de cualquier mirada curiosa.

Nada más cruzar el portal que daba acceso a la parte principal de la lujosa vivienda, Antonio se abalanzó sobre Débora, la atrapó fuertemente entre sus brazos y unió su boca a la suya. Irreflexivamente los labios de la mujer se abrieron, dejaron pasar su lengua y al poco se enredó con la suya en una vertiginosa danza.

Hacía ya tanto tiempo que el pelirrojo no disfrutaba con un beso y era algo que le gustaba tanto hacer, que los nervios por enfrentarse a una situación nueva, quedaron aparcados a un lado y se dejó llevar sin reservas.

La unión de sus labios, mientras sus lenguas buceaban en la boca del otro, fueron la mecha que hizo explotar el fuego que bullía en su interior. En unos segundos sus cuerpos se buscaban como bestias en celo y sus manos recorrían libremente el pecho, la espalda y las nalgas del otro. Si todavía alguna pequeña barrera persistía entre los dos, la fulminante pasión que estalló con aquel beso las derribó por completo.

La otrora actriz porno no era alguien que se excitara con facilidad.  Sin embargo, quizás debido al el sabor melancólico de la nostalgia y revivir momentos en los que creía ser más feliz, no pudo reprimir que sus pezones se endureciera, ni el calor que comenzó a bullir bajo su vientre. Durante unos segundos, olvidó los enrevesados motivos por los que había traído aquel hombre a su casa y se pegó a él como una lapa. No obstante, a pesar de que una galopante lujuria comenzó a nublar su pensamiento, el deseo de venganza estaba tan enraizado en su cerebro que la pasión, del mismo modo fulminante que vino, se esfumó.

Separó el rostro de su apasionado acompañante y, apoyando suavemente la mano sobre su pecho, lo invitó gentilmente a que se apartara. El pelirrojo la miró con un gesto extraño, como si le hubiera puesto la miel en los labios para quitársela después.

—¡Oye, no te emociones, tío! ¿O ya no te acuerdas para que hayamos venido?

—Sí, pero yo a todas las bodas que he ido, antes del plato principal me han puesto entremeses.

Débora lo miró de arriba abajo, sonrió por debajo del labio y le dijo:

—¡Antonio, tú tienes un morro que te lo pisas! ¡Sígueme! A ver qué tienes que decir del plato principal.

Mientras secundaba los pasos de su amiga, el culturista pelirrojo se llevó la mano a los genitales, fue comprobar su más que evidente vigor y sonrió satisfecho. Si el marido de Débora compartía los mismos gustos que los jovencitos, y no tan jovencitos, que se solía ligar en las zonas de “cruising”, aquella noche no tendría ningún problema para dejar el pabellón bien alto.

Avanzaron por unos pasillos iluminados únicamente con unas pequeñas bombillas leds, en dirección hacia lo que Antonio supuso que sería la habitación donde se encontraba el mexicano. La temperatura reinante en el ambiente sin ser fría, era bastante agradable, nada que ver con el calor reinante en el exterior, pero ni por eso las axilas de Antonio dejaban de transpirar más de lo habitual en él.

La sexy treintañera abrió una puerta, dejando ver el interior de un dormitorio bastante espacioso. En el testero derecho había un amplio ventanal de cristal con unas persianas de madera rustica a medio echar, en la parte izquierda un armario con dos amplias lunas que ocupaba todo el testero. En el centro, una cama blanca a juego con las paredes y el resto del mobiliario. Sobre la cama, el marido de Débora, desnudo y en una postura de lo más sumisa.

Antonio se quedó un poco atónito al ver aquel individuo musculoso y grande con el culo en pompa. Sobrepasada la sorpresa inicial, comenzó a elucubrar como disfrutaría penetrándolo y su miembro viril comenzó a palpitar dentro de los pantalones. Sin recato de ningún tipo, se fue para Eduardo y comenzó a acariciar sus apretadas nalgas, al tiempo que se relamía morbosamente los labios.

Débora entró con paso firme en la habitación, buscó algo en el armario y, una vez lo encontró, fue hacia su marido. El objeto en sí no eran unas esposas de metal plateado, cubierta en la parte fija de los remache por piel sintética de leopardo. Dejando entrever cierta habitualidad y maestría en lo que hacía, cogió las manos de Eduardo, las puso sobre su zona lumbar y las encadenó.

A continuación como si fuera parte de una obra ensayada apartó suavemente a Antonio de la retaguardia de su marido. El atractivo treintañero no salía de su asombro. La situación era completamente nueva para él y todo aquello sobrepasaba de largo al sexo que conocía, pero no por ello dejaba de estar menos excitado. Estuvo tentado de decir algo, pero la experiencia le había enseñado que con los desconocidos tenía más atractivo si permanecía en silencio, así que optó por estar callado.

La mujer lo cogió de la mano, hasta colocarlo en un lugar de la cama donde su marido lo pudiera ver tranquilamente, sin necesidad de cambiar de postura.

El pelirrojo observó al director de cine, no solo era bastante más alto que él y más voluminoso, sino que su cabeza rapada le daba un aspecto de tipo duro, que poco o nada tenía que ver con la imagen de marica pasivo que había supuesto que tendría desde el primer momento que supo que le gustaba ser enculado.

A la postura sumisa, había que sumarle el lujurioso añadido del objeto donde tenía introducido el pene. Estaba   formado por varias anillas metálicas que se ajustaban al diámetro de su dormido miembro, culminando el artefacto en una forma ovalada que atrapaba por completo su glande. Completaba el singular artilugio, un candado que unía la trapezoidal jaula con un aro que rodeaba sus testículos.

Abrió los ojos, encogió el mentón   y movió la cabeza repetidamente en señal de extrañeza, Débora se percató de ello e, impregnando su voz de cierta chulería, le dijo:

—¿Te gusta el cinturón de castidad que le he colocado a mi amorcito?

Antonio se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza. No entendía mucho de que iba todo aquello y lo único que tenía claro que se iba a pegar un buen lote de follar con los dos. El hecho de que su amiga fuera la que tomara la voz cantante, lejos de disgustarle, consiguió ponerlo cachondo como una mala bestia.

La mujer cogió a su marido por la barbilla y le dijo, haciendo uso de un tono de lo más teatral:

—Lo obligo a ponérselo porque no quiero que el pájaro se le ponga tieso. Supongo que debe ser doloroso, pero es el castigo que le impongo por ser tan puto y por gustarle tanto las pollas como le gustan.

Si a Eduardo le molestaba o no el suplicio al que lo sometía, era algo que el hombre que habían invitado a compartir sus juegos no podría adivinar por sus gestos, pues permaneció inmutable ante el humillante discursillo de su esposa.

La atractiva rubia, como si se tratara de un acto protocolario, pasó la mano por el pecho de Antonio, tras detenerse brevemente en sus duros pectorales y en su marcado abdomen, deslizó sus dedos hacia la protuberancia que nacía en su entrepierna y la apretó con fuerzas.

—La sorpresa que te traigo hoy es grande, muy grande — Le dijo en un tono prepotente, a la vez que le desabotonaba la bragueta del hombre que había traído para que lo enculara.

El pelirrojo tenía una erección de campeonato, la cabeza de su miembro viril sobresalía por encima de la cinturilla de sus slips y el tronco se marcaba por debajo de la delgada tela como un sable en su vaina. Eduardo, acostumbrado como estaba por su trabajo a ver pollas enormes, no se sorprendió. Aunque tampoco le disgustó lo más mínimo que, tal como le había pronosticado su esposa, el tipo estuviera tan bien dotado.

Con total descaro, la mujer sacó el enorme cipote de su encierro, y comenzó a masturbarlo enérgicamente ante la atenta mirada de su esposo. Sin pedir parecer a Antonio, se agachó y se dispuso a hacerle una mamada.

Nada más la tuvo frente a su rostro, la apretó fuertemente entre sus dedos, se la acercó a la nariz y aspiró el fuerte aroma que emanaba. Echó el glande hacia atrás, dejando al descubierto un brillante capullo violáceo, de cuya boca brotaban unas gotas de líquido pre seminal.  Siguiendo con lo que parecía una ceremonia, acercó su lengua a la palpitante cabeza de flecha y la lamió.

Su sabor agrio no le desagradó, por lo que unos segundos más tarde, pasó a degustar el grueso tronco. Ella, por su trabajo, se había comido pollas descomunales, en la mayoría de los casos dopadas de Viagra.  Al corroborar la dureza de la verga de Antonio no tuvo más remedio que reconocer que se trataba de una rara avis, máxime con su tremendo tamaño.  Algo que tenía mucho más mérito, si se tenía en cuenta el número de cervezas que había ingerido.

Apartó un poco la cabeza para observar con más detenimiento la majestuosa muestra de masculinidad que se iba a meter en la boca. Sopesó sus dimensiones, de largo rondaría los veinticuatro centímetros, aunque lo más colosal era su grosor, tan ancho por la parte superior como por la inferior y con una gorda e hinchada vena azul que lo cruzaba de arriba abajo. Si a eso se le unía el color rosado de su piel, unos huevos que parecían querer eclosionar de su cascarón y los vellos rojizos de su pubis, no era extraño que la atractiva treintañera estuviera ansiosa por devorar aquella libidinosa golosina.  ***

Sin más preámbulos la introdujo entre sus labios, aunque tenía experiencias en tragarse cosas aparentemente mayores, ella sabía que había mucho truco visual en el porno y no todos los actores tenían las vergas tan enormes como la de su amigo. Abrió la boca todo lo que pudo y consiguió que pasara de ancho. Probó a tragársela hasta la base, pero su cavidad bucal no era tan honda como le hubiera gustado, así que se quedó con las ganas de practicarle un “garganta profunda”.

Antonio preso del desconcierto y de la lujuria, se dejaba hacer, rompiendo   su silencio, de vez en cuando, con unos ahogados jadeos. No era la mejor mamada que le habían practicado, pero si en la que más cachondo estaba. Toda la parafernalia del marido “capado” y atado le había parecido siempre historias propias de gente adinerada y aburrida, sin embargo, estaba comprobando por sí mismo, que los toros se disfrutaban mejor en el ruedo que viéndolos desde la barrera.

Su amiga paró de chupársela y miró a su esposo, diciéndole con un gesto algo que él no terminó de entender y que le dejó claro la estrecha complicidad que el matrimonio mantenía entre ellos. Acto seguido tiró de su polla, como si fuera una especie de mango o de correa, y lo aproximó al rostro de su marido con la intención de introducirla en su boca. Ser tratado como un objeto, una especie de juguete sexual infló su baqueteado ego y consiguió que se excitara, como hacía tiempo que no.

En un principio, Eduardo simuló negarse a lo que pretendía obligarle su mujer, incluso llegó a poner de cara de desagrado. No obstante, el pequeño paripé duró solo unos escasos segundos y una vez el portentoso misil de carne traspaso sus labios, comenzó a pegarle al pelirrojo una tremenda mamada.

Al contrario que su esposa, no se detuvo en remilgos y se tragó el grueso sable de golpe, hasta que el enorme capullo rozó su campanilla.

Débora, lejos de sentirse satisfecha porque su conyugue logrará la pequeña hazaña de devorar casi al completo el enorme pollón de Antonio, empujó concienzudamente su pelada nuca, hasta que sus labios chocaron contra la pelvis del pelirrojo.

En el momento que la mujer consideró que su marido estaba disfrutando de aquello, pegó un pequeño empellón a su amigo y lo separó de él.

—Estás hecho un tragoncete —Dijo en un tono condescendiente y sazonado con mucha picardía, al tiempo que se remangaba el vestido para poder quitarse unas minúsculas bragas.

Antonio, al ver el culo prieto de su amiga y su rasurado sexo, notó como su nabo volvía palpitar como si tuviera vida propia. Estuvo tentado de alargar la mano y pegarle una palmada en las nalgas, pero se contuvo pues consideró que cualquier iniciativa por su parte no iba a ser bien recibida por Débora, quien daba la sensación de estar en toda su salsa, siendo dueña y señora de todo lo que ocurría entre aquellas cuatro paredes.

El siguiente movimiento de la atractiva rubia fue ponerle el coño delante de la cara a su esposo. Lo suficiente cerca para que pudiera olerlo, pero a una distancia convenientemente prudencial para que no pudiera ni lamerlo, ni hundir su lengua en él.

—¿Dónde crees que vas? Hoy no hay chochito para ti, hoy solo polla. Una polla bien hermosa que tendrás que compartir conmigo.

Tras sacarse el vestido por la cabeza y quedarse con sus tacones como único atuendo. Invitó con un gesto a sentarse en la cama a su amigo. Una vez la obedeció, cogió un preservativo de la mesita de noche, envolvió el cipote de Antonio con él y se sentó en su regazo.

Al principio, a pesar de lo mojada que estaba, encasquetar aquel mástil en su sonrosada grieta fue un poco dificultoso, pero una vez se fue acomodando entre las paredes de su  vulva, la enorme tranca se deslizo hasta lo más profundo de su vientre con una más que pasmosa facilidad.

Anudó los brazos alrededor del cuello de Antonio y lo comenzó a cabalgar sin dejar de mirar fijamente sus preciosos ojos verdes. A pesar del inquebrantable silencio que se había autoimpuesto su amigo, no podía ocultar lo estupendamente que se lo estaba pasando. Sin pensárselo ni un segundo, posó sus labios sobre los de él y, cuando quiso darse cuenta, estaban enredados en un prolongado y apasionado beso.

Eduardo, por su parte, se limitó a observar como su mujer follaba con otro hombre delante de sus propias narices. Si aquello le molestaba o le agradaba, no dio señal alguna de ello. Pues mantuvo el mismo rostro impenetrable que había venido mostrando ante su invitado todo el tiempo.

En un momento determinado Débora aparto sus labios de los del pelirrojo y movió sus caderas con más ritmos. Sin detener su salvaje trotar, miró a su marido y eufórica comenzó a gritar:

—Esto es una polla satisfaciendo un coño mojado. Esto es un hombre en condiciones y no tú que ni das la talla. ¡No te preocupes que tú también te enteraras lo que es tenerla dentro!

Aquellos humillantes improperios hacia el musculoso calvo, molestaron un poco a Antonio, pues no le parecieron del todo correcto. Sin embargo, la simple idea de follarse aquel voluminoso culo que minutos antes había estado tocando, hizo que su polla, en vez de perder dureza, palpitara de emoción.

La lujuriosa cabalgada concluyó del mismo modo repentino que se inició. Débora se bajó de la “grupa” del pelirrojo y, con cierta dejadez, volvió hacia el armario que tenía enfrente. Trasteó un poco en su interior y sacó un arnés de cintura de cuero negro.  La parte central del morboso accesorio, estaba ocupada por un miembro viril de látex rosado. Las dimensiones del remedo de polla, sin ser exageradas, eran bastante considerables.

Antonio volvió a encoger el mentón y la nariz con cierta suspicacia, estuvo tentado de acercarse para verlo con mayor detenimiento, pero la actitud dominante de la mujer lo tenía un poco descolocado y, aunque cada vez tenía más claro que todo era una especie de teatrillo que se montaban entre ellos, prefirió permanecer donde estaba en espera de sus instrucciones.

Débora, una vez terminó de colocarse aquella pintoresca prótesis, se tocó el falso apéndice simulando una masturbación y, tras mirarse orgullosa en el espejo, se fue para Antonio. La imagen que la menuda mujer ofrecía con una verga erecta más grande que su antebrazo, no podía ser más surrealista.

—¿Te gusta la polla que me he buscado para que el puto de mi marido no tenga que salir a buscar tíos que le partan el culo?

El pelirrojo no pudo evitar recordar la vez que se follo a un travesti con unas tetas enorme. A pesar de que tenía un aspecto de lo más femenino y delicado, se gastaba un nabo de lo más grande. Fue la primera y única vez que masturbó un miembro viril masculino. Al rememorar el momento en que lo pajeaba, al tiempo que se lo follaba, Antonio no puede evitar alargar la mano hacia la verga de goma y acariciarlo del mismo modo que si lo masturbara.

Aquella reacción inesperada llamó la atención de la mujer, pero como no era algo que tuviera previsto que sucediera, no incidió sobre ello. Sin darle mucha importancia a aquel gesto por parte de su colega de la adolescencia, la mujer abrió el cajón de una de las mesitas de noche que lindaban con la cama y sacó un bote de lubricante. Tras envolver la verga de silicona con un profiláctico, echó una buena cantidad de crema sobre él.

El pelirrojo no daba crédito a lo que estaba viendo. Débora había ordenado a su marido que se pusiera al filo de la cama, una vez la obedeció, se colocó detrás de él. Tras juguetear y dilatar un poco su ojete, posicionó la verga artificial en la entrada de su recto y la fue introduciendo poco a poco.

Antonio, quien no se había movido un ápice de donde estaba, sin dejar de perder detalle de la brutal follada que la mujer estaba metiendo a su marido, miró  de reojo el rostro de Eduardo buscando algún atisbo de dolor, sin embargo, solo encontró muecas de placer.

—¿Te gusta cómo te follo, mi amor?

—Sííiii —Contesto el musculoso mejicano, sin dejar de gemir.

—¿Le pido a mi amigo que te haga un strip-tease mientras te la meto?

—Síiii, por favor…

La rubia, sin dejar de mover las caderas de un modo mecánico, se dirigió a su amigo con un tono que rozaba lo marcial.

—¡Antonio, ya has oído a mi marido! ¡Quítate la ropa! ¡Qué vea mi amorcito lo bueno que estás!

El pelirrojo dudo durante unos breves segundos, aquello de desnudarse para un hombre le pareció una soberana mariconada y casi estuvo tentado de negarse, pero terminó pensado: « ¡Qué carajo, si después me lo voy a terminar follando! »

Se puso de píe, guardó la polla, se subió los pantalones y se colocó delante de la extraña pareja. Se comenzó a contonear como si de fondo sonará una música apropiada para un baile sensual. En primer lugar, se quitó los mocasines y los echó con una patada al lado. Sus movimientos eran bastante torpes, aunque no por ello carecían del morbo adecuado para la ocasión.  Al desnudar su torso, mostró un pecho voluminoso con un abdomen casi plano y cubierto por un hermoso vello rojizo. Una vez se bajó los pantalones, dejando ver unas piernas marcadas y musculadas, se desprendió de los calzoncillos y caminó hacia la cama.

Su amiga seguía moviendo enérgicamente las caderas tras su marido, penetrándolo con el apéndice postizo que había colocado sobre su pelvis. Sin meditarlo ni un segundo, el sevillano cogió al mexicano por la barbilla y le metió su nabo entre los labios

—¡Muy bien, muy bien! ¡Dale de mamar a esta putita que no tenga un agujero libre! —Grito Débora apretando los dientes, como si con ello fuera dar mayor énfasis a sus palabras.

Eduardo intentaba mantener la cabeza fría, ver aquello como un asunto de negocios, al fin y al cabo todo aquel teatrillo era para ver si el tipo que le estaba dando de mamar daría la talla en la escena sexual que su mujer había planeado rodar. Por su antiguo empleo, era capaz de follar y no implicarse, tener la polla tiesa y no albergar deseos ante la persona que tenía delante. Sin embargo, se estaba poniendo cachondo, pudiera ser porque Débora estaba poniendo más ganas que nunca en penetrarlo con el arnés, o quizás porque el puto Antonio estaba bueno para reventar, o por ambas cosas. Fuera lo que fuera, se estaba empalmando y el hecho de tener puesto el cinturón de castidad comenzó a ser el peor de los suplicios.

—¡Oye, Antonio! ¿Cuántos agujeros me dijiste que ibas a tener para ti esta noche?

—Cinco —Contestó el pelirrojo sin dejar de empujar su polla contra la cara del marido de su amiga.

—¡Pues ponte un condón, úntate un poco de lubricante que vamos a hacer el trenecito!

Sin pensárselo, sacó el cipote de entre los labios del calvo e hizo lo que Débora le pidió. Una de sus fantasías era follarse a alguien mientras este daba por culo a otra persona, nunca pensó que lo fuera hacer con una mujer y la idea lo excitaba aún más.

A decir verdad, no había practicado mucho el sexo anal con chicas, pues la gran mayoría, al ver el tamaño de la bestia de su entrepierna, se negaba en rotundo. Solo en dos ocasiones consiguió hacerlo, una con una prostituta y otra con una tía que se ligó en un bar de carreteras. Así que cuando su amiga, tal como sugirió en un alarde de descaro, le ofreció su culo, no pudo ser mayor el regocijo que lo invadió.

Tras untarle una pequeña cantidad de lubricante a su amiga, lo fue dilatando con el dedo. Cuando lo considero oportuno, colocó su verga en la entrada de su ano y empujó. Al principio, costó un poco de trabajo, pero estaba claro que la rubia no era novata en aquellos menesteres, pues una vez traspasó los primeros anillos, entró casi por completo.

Llevó las manos a los pechos de la atractiva treintañera e inició una salvaje cabalgada, incidiendo con ello en la fuerza con la que la mujer se estaba follando a su marido. Por primera vez en toda la noche, Antonio había cogido las riendas de la situación y no estaba dispuesto a soltarla.

—¿Te gusta cómo te doy jarilla? —Preguntó con una voz ronca a su amiga, cuando escuchó que gemía como una posesa.

—¡Síii, síiii! ¡No pares!

La sincronización de los tres cuerpos era propia de los engranajes de un reloj suizo. El cipote de Antonio entraba y salía del recto de su amiga, a la misma velocidad que el cipote de goma perforaba el ojete de su esposo.

Débora se lo estaba pasando tan bien, que por un momento postergó todo el teatrillo de dominación que traía preparado y se dejó llevar hacia el abismo de la lujuria. Por unos segundos dejó de pensar en el rodaje de la película, por unos segundos dejó de maquinar su pequeña venganza.

Sin embargo, por mucho que estuviera gozando con la follada que le estaba metiendo Antonio, no pudo olvidarse de su marido y si su amigo seguía dale que te pego al ritmo que lo estaba haciendo, más pronto que tarde terminaría eyaculando. Así que, volvió a transformarse en Dominatrix, saco el miembro de goma del culo de Eduardo y, con una voz entrecortada por el placer que la embargaba, gritó:

—¡Antonio, para! ¡No quiero que te corras! ¡Te queda todavía un agujero que probar!

Al pelirrojo aquello de follarse al corpulento calvo le pareció la mejor sugerencia que le habían hecho en mucho tiempo. Así que obedeció sin más.

—¡Ponte otro preservativo y siéntate en la cama! Me gustaría que probaras otra postura.

Mientras se cambiaba el profiláctico, Débora se deshizo del arnés, cogió una llave de la mesita de noche y le quitó el cinturón de castidad a su marido. Por primera vez Antonio vio la verga del calvo y, a diferencia de lo que suponía, estaba bastante bien dotado.

Se sentó al borde de la cama, tal como la mujer le había indicado y aguardó a que, tal como imaginaba, el mexicano se colocara sobre su regazó.

Lo hizo de espaldas a él, cosa que le agradó más, pues así no se vería en la disyuntiva de tener que rechazar un beso en caso de que decidiera pedírselo.

Se sentó en cuclillas y con las piernas ligeramente flexionadas.  Buscó el cipote del pelirrojo y lo dirigió a la entrada de su recto. Tal como Antonio preveía, estaba bastante dilatado y no tuvo problema ninguno para clavársela hasta el fondo. Usando como punto de apoyo la planta de sus pies, se comenzó a mover sobre él como si estuviera montado en un tío vivo.

Débora al ver que su esposo se excitaba, se agachó ante él y, como buenamente pudo, se metió su churra en la boca. Estaba claro que Eduardo estaba disfrutando como un enano, muy pocas veces de las que se lo habían follado, había conseguido tener una erección tan potente como aquella. Así que decidió darle la mejor mamada que le había dado en mucho tiempo.

No transcurrió ni un minuto y notó como una explosión de semen llenaba su boca, se llevó la mano al coño y, dejando que el sabor del esperma empapara su paladar, utilizo sus dedos para alcanzar el tan merecido clímax.

Antonio al percatarse que el mexicano había conseguido correrse, lo empujó con cierta brusquedad y se lo quitó de encima. Arrojó el preservativo a un lado, mientras le hacía un gesto para que se agachara junto a su mujer. Ya puestos a hacer realidad fantasías, no había cosa que le ponía más que regar con su leche a quien se follaba y en esta ocasión serían dos, por falta de uno.

Segundos más tarde de la boca de su polla salía un geiser blanco, que empapó la cara y el pecho de la viciosa pareja. Para satisfacción del productor de cine aquel tío no solo estaba bien dotado, sino que por la gran cantidad de esperma que había echado, también estaba hecho todo un semental.

Una vez se recuperaron de la tremenda corrida se pegaron una ducha e invitaron al pelirrojo a tomarse una copa con ellos. Algo que no era otra cosa que la excusa perfecta para hacerle saber sus planes. Antonio, tras pensárselo muy poco, accedió sin ningún problema. Siempre había pensado que lo que tenía entre medio de las piernas podía ser la cuchara que le diera de comer y la extraña pareja le estaba ofreciendo una oportunidad que no rechazaría bajo ningún concepto.

FIN

En dos viernes volveré  con “El bosque de Sherwood” (primera parte de tres de “Follando con mi amigo casado”), en esta ocasión en la categoría gay.

Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría  de temática gay. Si no tienes bastante con lo que tengo publicado en TR, puedes entrar en mi blog, donde podrás encontrar más textos para leer.