Te esperé hasta hoy
Tras veinte años de separación, dos antiguos amantes se reconcilian.
Te esperé hasta hoy
La fila avanza muy lentamente, todos llevan en la mano el último éxito de ventas de la famosa escritora Gloria Bragulat esperando una dedicatoria autógrafa de la misma. El hombre del traje gris se entretiene en subrayar párrafos completos del libro que lleva en sus manos y que resulta ser la primera edición de la autobiografía de la autora:"Tiempos de amor y de lucha"
Cuando comienza a vislumbrar el rostro de la escritora de éxito no aparta su mirada de él.
Veintidós años han trascurrido desde que tuvo aquella cara angelical entre sus manos por ultima vez y los estragos del tiempo parecen atenuados por la gruesa capa de maquillaje que el tanto detestaba y que ella, obcecada, se aplicaba antes de salir de casa con la excusa de ciertas imperfecciones de su piel que el jamás descubrió. De cualquier modo, sigue siendo una mujer apetecible, su rubia melena, "a lo Verónica Lake" le confiere un especial encanto, tiene "glamour", como se dice ahora.
Vuelve a repasar el último párrafo subrayado:
" Bernardo y yo lanzábamos los panfletos mientras corríamos por la Vía Layetana con las porras de los grises pegadas a nuestras espaldas.
Al entrar en la zona de la calle Platería, el intrincado dédalo de aglomeradas callejuelas nos favoreció y conseguimos llegar al portal en donde Carmen tenía su buhardilla. A los pocos segundos de cerrar la puerta pasaban los policías corriendo.
No se lo que me sucedió, el miedo pasado, la emoción de lo prohibido, no lo se. Aquella tarde hicimos el amor por primera vez y disfrutamos de nuestros cuerpos con una intensidad que no he vuelto a superar. Al finalizar el tercer embate, Bernardo quedó dormido entre mis brazos y yo le acurruqué maternalmente con lagrimas en los ojos."
Lee sorprendida Gloria Bragulat aquellas líneas escritas hace tiempo, en uno de sus primeros libros y levanta la vista hacia el hombre del traje gris, moreno, rostro anguloso, no muy alto, con canas en las sienes y la serena mirada de sus ojos negros puesta en ella.
- "¿Bernie? - acierta a balbucear-
- Bernardo Gibert responde él de forma adusta-
En su azoramiento disimula como puede y escribe lo que parece ser una dedicatoria en la contraportada del libro, que devuelve con timidez al hombre del traje gris.
-¿Gloria?
-Bernie!... Bernardo, gracias a Dios, pensé que no me llamarías nunca.
-Resolviste muy bien la situación, yo pretendía ponerte en un aprieto, pero al verte escribir el teléfono me enternecí.
-¿Y porqué ahora, al cabo de tanto tiempo?
-Porque ahora puedo hablarte con serenidad y sin sentir la imperiosa necesidad de estrangularte.
-Escribo ficción no pretenderás que todo sea real.
-"Tiempos de lucha y amor" es autobiográfica y estoy harto de ver y oír a gentes que no movieron un dedo en contra del régimen, arrogarse un protagonismo y una militancia que jamás tuvieron. Ni tú ni yo pertenecimos a la L.C.R. ni lanzamos panfletos revolucionarios en la Vía Layetana.
-Bernardo, hemos de vernos, quiero explicarte muchas cosas
-¿Te parece mañana a las ocho en "El plata"?
-¿Dónde ?
-Tu problema es que has olvidado muchas cosas y otras las confundes. Aquella tarde estuvimos en la calle "de la plata" y no en la calle" platería".
-¿Dónde los pescaditos?
-A las ocho, hasta mañana.
La conversación termina abruptamente y la Bragulat siente un extraño temor y la tentación de no acudir a la cita. Descarta ambos sentimientos con rotundidad y regresa al teclado.
El barrio, por causas que no vienen al caso, ha sufrido una evidente degradación. De las decenas de bares y tabernas que lo poblaban, solo cuatro o cinco resisten a duras penas. El cambio de usos y costumbres que llegó con el nuevo siglo ha desterrado la costumbre del chateo y las cuadrillas haciendo la ronda.
Tras la ración de anchoas del "plata", intentan encontrar el "Maitena", el "Nalón" o "la Abuela".Todos han desaparecido y únicamente el "Piñeiro" sobrevive como una vieja puta pintarrajeada con la que nadie quiere acostarse.
Gloria ha aparecido "casi" libre de maquillaje y Bernardo se abriga con un viejo tabardo y viste debajo un pantalón de pana y jersey de lana. Todo concesiones mutuas, motivadas por no se sabe que oscuros motivos.
Apoyados en la solitaria barra, con la muda presencia de dos tazas de un imbebible ribeiro tinto, abre él la compuerta de los recuerdos que fluyen desbordados.
-Habíamos estado haciendo copias de los apuntes del segundo trimestre en la "vietnamita" de la sociedad excursionista de la calle Santa Ana. Al salir, Farrés nos pidió que entregásemos un paquete de panfletos de la liga comunista revolucionaria al delegado de curso ya que el no podía pasarse por la facultad hasta la próxima semana.
Bajamos, pues, hasta la Puerta del Ángel, la calle del obispo y Ciudad. El primer vino lo echamos en la "taberna del tío Gori" y seguimos hacia Colón, de bar en bar.
Debían ser cerca de las nueve y ya un poco cargados, arrumbamos Escudellers para salir a la Rambla y tomar el metro en Liceo. Llegando al monumento a Pitarra nos sorprendió la algarada, las carreras, los pitidos y las porras.
Podíamos haber tirado el paquete de panfletos y pasar el chaparrón lo más discretamente posible. No se porqué motivo nos aferramos a aquellos comprometedores papeles y nos refugiamos en un portal. Los de gris estaban ya encima, subimos escaleras arriba hasta el primer rellano. "Habitaciones," rezaba el sucio cartel de la puerta.
La mujer que nos abrió se compadeció de nuestro aspecto atemorizado.
-"Pasad al fondo, la tercera puerta a la derecha, y no hagáis ruido".
La habitación era sórdida y austera, una palangana, una jarra con agua y una cama miserable; en la de al lado se oía el jadeo de un hombre y el chirrido de los muelles del lecho en que debía estar desahogándose con una prostituta.
Nos tumbamos en la cama y empezamos a besarnos, cada vez con más ardor. Nos desnudamos, recorrí la geografía de tu cuerpo recreándome en cada rincón de tu piel, regodeándome en aquella insólita oportunidad que la casualidad nos brindaba. Cuando ya ambos estábamos preparados para la culminación de aquel acto de amor, llamó a la puerta la encargada y desde fuera, murmuró:
-"Venga, marchaos, ya no quedan grises en la calle".
Aquella interrupción pareció sacarte de un en sueño y no quisiste finalizar.
No hubo más oportunidades, tu te marchaste a vivir a Madrid y lo he lamentado hasta hoy.
Gloria Bragulat queda ensimismada mirando un punto indefinido de la vieja taberna mientras, mecánicamente, se lleva la taza de ribeiro a sus labios. El áspero sabor del vino la devuelve a la realidad.
- Yo también lo lamenté durante mucho tiempo y el texto que tanto criticas de mi novela fue una especie de señal dirigida a ti. Esperaba una llamada tuya hace mucho tiempo, porque se que leíste el libro en cuanto se publicó.
-Si, lo leí y pensé que todo era una burla, una parodia de lo que fue aquella tarde.
-Espero poder demostrarte lo equivocado que estabas.
Salen del bar en silencio, con las cinturas enlazadas, suben por Aviño y giran en Escudellers. Al llegar al final de la calle, Gloria le dirige hacia la puerta del edificio de apartamentos.
- Buenas tardes, doña Gloria.
- Buenas tardes, Joaquín, no me pase llamadas. Gracias!
Una vez en la habitación, la escritora confiesa que en todos sus viajes a Barcelona se aloja en aquel lugar y lo hace por el solo recuerdo de aquel día.
-Me sorprendes tanto!, pensaba que nuestra relación no había dejado huella en ti. Francamente, pensé que me habías olvidado. En definitiva, que el éxito te había cambiado y que
No puede terminar la frase Bernardo, ella se cuelga de su cuello y le besa angustiosamente en la boca, le besa con la urgencia de quien teme perderlo todo por una palabra de más. Un beso que a él le sabe a prolongación del que resultó inacabado hace tantos años.
Al cabo de media hora, yacen exhaustos con las cabezas unidas por la almohada. Enciende ella un negro, aspira y luego exhala el venenoso humo de forma voluptuosa. Hace mucho que él dejó de fumar pero siente el irrefrenable deseo de compartir el cigarrillo con ella, se lo lleva a los labios y siente la humedad de los de ella. Tose y ríe como un chiquillo.
-Con esto queda satisfecho mi ego. Puedes reeditar "Tiempos de lucha" sin temer que te denuncie por faltar a la verdad.
- Tu ego queda satisfecho, pero yo no. Recuerda el texto, literalmente dice: "Al finalizar el tercer embate"
Bernardo queda dormido sobre el hombro de Gloria mientras a ella se le humedecen los ojos sin saber porqué.
Pd: Gloria Bragulat fue escritora de cierto éxito en los años noventa, dirigente de la LCR en su juventud, pasó por el TOP y sufrió varios meses de cárcel durante el tardo-franquismo. Bernardo Gibert nunca lo supo.